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El lento despertar de la bella Sara

en Trios

El lento despertar de la bella Sara

Aquel intenso encuentro resultó para ella altamente gratificante. Entre su joven amante y la amiga de éste le hicieron descubrir nuevos placeres de los que jamás había tenido la oportunidad de disfrutar hasta entonces…

 

When you’re down and troubled

and you need some loving care

and nothing, nothing is going right.

Close your eyes and think of me

and soon I will be there

to brighten up even your darkest nights.

You just call out my name, and you know wherever I am

I’ll come running to see you again.

Winter, spring, summer or fall,

all you got to do is call

and I’ll be there, yes I will

you’ve got a friend…

You’ve got a friend, CAROLE KING

 

Al fin llegaron frente a la casa de su nueva amiga, la amiga que le había presentado Víctor, su joven amante al que había conocido tres noches atrás en aquella fiesta universitaria en la que se había sentido al principio un tanto apartada e incómoda debido a la más que evidente diferencia de edad entre una mujer como ella cercana ya a los cuarenta y aquel grupo de veinteañeros con las hormonas más que disparadas y en busca de emociones fuertes. Ella se había sentido fuertemente atraída por aquel joven muchacho de unos veinticinco años apenas sus ojos se posaron en aquel cuerpo juvenil pero al mismo tiempo de firme personalidad y miembros poderosos.

Aquel era un macho realmente bello y desde el momento en que fueron presentados no pudo evitar sentir un fuerte nerviosismo recorriéndole todo su cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Desde aquella noche, desde aquel primer baile en el que los brazos del muchacho la recogieron haciéndola sentirse protegida y segura como hacía mucho tiempo que no se sentía, ambos experimentaron una atracción irresistible que les llevó a reconocer sus respectivos cuerpos aquella misma noche.

El la llevó a su coche haciendo que ella se sintiera enamorada e impresionada como si de una colegiala se tratara sin saber cómo poder resistirse a aquella fuerza que la atormentaba sin remedio. Y es que Víctor era demasiado hermoso y atractivo como para haber podido soportar la tentación que la fortuna o el destino le habían puesto entre sus manos. Había sido invitada a aquella fiesta universitaria por los alumnos a los que daba clases de Literatura Norteamericana en aquella facultad de poco renombre dentro del panorama universitario del país.

Al principio pensó en rehusar aquella invitación formulada por sus alumnos pero después, pensándolo mejor, decidió aceptar pues nada malo había en pasar un buen rato con aquellos muchachos a los que veía en clase cada día. Además, pensó aquella noche en la soledad de su casa, no le vendría nada mal disfrutar de unas horas fuera de la rutina diaria tan llena de libros y reseñas literarias en que su vida se movía. Así que, decidiéndose al fin, se presentó vestida de manera informal en aquella vieja casa abandonada, que un año antes había sido rehabilitada como lugar de reunión y de fiestas, con la mejor de sus sonrisas y esperando pasar unas horas bailando y tomando unas copas.

Hacía ya tres largos años que había quedado viuda y desde entonces pocas habían sido las oportunidades que se había dado para sí misma, entregándose tan sólo a sus libros y sus clases para así tratar de olvidar la falta de su marido. La pérdida de Alfredo resultó dolorosa pues un cáncer, un maldito cáncer se lo llevó en apenas seis meses acabando con la vida de aquel hombre joven y en la flor de la vida. Lloró amargamente durante largo tiempo aquella pérdida en la soledad de su casa sin nadie que pudiera consolarla pues no disponía de la compañía de ningún familiar ni de nadie cercano en aquella ciudad donde vivía.

Desde la muerte de su marido ningún hombre había pasado por su vida, tan pocas ganas tenía que para ella el sexo había perdido todo interés y además se hallaba tan apática y aburrida que ni siquiera pensaba en ello. Sin embargo, el encuentro con aquel joven resultó para ella como la chispa que hizo encender en ella sensaciones y emociones largamente olvidadas. Tras unas copas, se dejó llevar por aquel muchacho que la trataba con suma delicadeza y de manera exquisita. Aquella noche se entregó a él sin pensar en nada más, tan necesitada estaba de cariño que seguramente resultó ser una presa demasiado fácil para aquel apuesto hombre de cabellos castaños y barba de tres días que tan interesante le hacían.

Víctor le habló con claridad desde el primer momento diciéndole que no tenía novia alguna, lo cual era cierto, pero Sara estaba bien segura que un adonis como aquel debía tener cola esperando acceder a las faldas de su cama. Ella sabía que aquella relación no la iba a llevar a ninguna parte, pero se sentía tan a gusto y el amor es tan ciego, que cuando él le presentó a Eugenia, con la que el muchacho había salido durante dos meses, no sintió embarazo alguno frente a aquella chiquilla con aspecto de colegiala y de no más de veintidós años. Eugenia era una muñequita de bonito rostro envuelto en una larga cabellera rizada y de un intenso color rubio platino. Sus ojos mostraban plena seguridad en sí misma pese a su juventud. Lo cierto es que aquella muchacha parecía mucho más mayor de lo que en realidad era.

El miércoles anterior saliendo de clase al mediodía, Eugenia se acercó a ella y le dijo que siempre había tenido gran interés por la Literatura Norteamericana y que se sentiría agradecida si le pudiera dar algunas clases particulares pues deseaba profundizar en aquel tema que le resultaba, según dijo, altamente interesante. Sara se ofreció gustosa a ayudarla diciéndole que se pasara por el seminario cuando quisiera para, de ese modo, hablar de aquellos puntos que pudieran ofrecer un mayor interés a la muchacha. Eugenia sonrió alegre tras escuchar sus palabras agradeciéndole su rápido interés.

La madura profesora quedó fuertemente sorprendida en el mismo momento en que la joven, con una amplia sonrisa, la invitó a cenar dos días más tarde en su casa la cual le dijo quedaba cerca de la universidad. Sara nada malo pensó de dicho comentario pues su carácter siempre había sido confiado por naturaleza. Apoyando una de sus manos en el brazo de ella la joven le dijo que si con ello se sentía más cómoda podía ir a su casa con Víctor e incluso quedarse ambos a dormir hasta el día siguiente si se les hacía tarde. Aquello ya no le pareció a Sara tan normal pues sabía que Eugenia y Víctor habían tenido un breve affaire pero, de nuevo, no quiso pensar mal aceptando la invitación de la muchacha y diciéndole que hablaría con Víctor.

Así pues y tras hablar con Víctor el cual la tranquilizó, llamó a la joven aceptando su invitación respondiendo Eugenia que, en ese caso, les esperaba sobre las nueve de la noche y que no hacía falta que llevaran nada pues ella se encargaría de todo. Pese a las palabras de la muchacha, Sara cogió el abrigo y las llaves nada más colgar y bajó a la calle a comprar unas botellas de buen vino francés y una caja de bombones.

La casa de Eugenia proporcionó una pequeña sorpresa a Sara pues para nada se la había imaginado de aquel modo. Fascinada por el porte refinado y selecto de aquella jovencita, pensaba encontrarse con un apartamento moderno y funcional donde una muchacha como aquella pudiera encontrarse bien a gusto. Lo cierto es que no esperaba que su vivienda resultara ser una bonita casa de tejado de pizarra a las afueras de la ciudad y a un kilómetro apenas de la facultad.

Mis padres me la dejaron en herencia. Es pequeña pero para mí es cómoda y tiene todo aquello que puedo necesitar –comentó Eugenia percatándose al instante de la enorme curiosidad que se reflejaba en el rostro de Sara.

Inquieta por haber sido cogida en falta, Sara sonrió abiertamente y acompañó a su anfitriona hacia el interior de la casa a través del largo pasillo al final del cual desembocaron en un gran salón comedor. Eugenia cogió las cazadoras de los dos invitados animándola a sentarse en el amplio sofá de tres plazas que reposaba frente al televisor donde en esos momentos estaban dando una película clásica de esas que a ella tanto le gustaban. Víctor, más acostumbrado a aquellas habitaciones se quedó en pie observando una pequeña figura de bronce que presidía uno de los rincones.

Una vez sentada en el sofá, y tras cruzar las piernas, la mujer aprovechó para echar un rápido vistazo al salón. Las paredes estaban pintadas de un tono fuertemente anaranjado que daba a la estancia un sentimiento acogedor y agradable. Sobre ellas varios cuadros de artistas vanguardistas descansaban otorgando al salón el aspecto juvenil que según Sara se correspondía más con aquella muchacha. En la sencilla librería reposaban varias fotos con escenas familiares en las que aparecía Eugenia –los padres y los hermanos de la muchacha pensó.

La casa era cálida y cómoda, ciertamente impoluta y sin mancha, de tal modo que Sara no pudo menos que sentir cierta envidia ante la armonía y el orden que reinaban en aquella casa. Ella nunca había sido una buena ama de casa, dejando siempre de lado los cuidados que un hogar como Dios manda requiere. Así pues no tardó en sentirse bien acomodada en aquella habitación en la que se respiraba calma y tranquilidad a raudales.

A través del ventanal de grandes cristaleras que presidía la parte del fondo del salón penetraban los últimos destellos de sol de aquella tarde-noche de finales de primavera. Una mezcla extraña a canela e incienso envolvía la habitación la cual no tardó en mezclarse con el agradable olor procedente de la cocina.

¡Siempre había ansiado tener aquella disposición para la cocina que algunas mujeres mostraban! –pensó notando el suave olor a carne envolviendo su fino olfato.

Me gusta que la gente sea puntual… ¡ya está casi todo preparado para sentarnos a cenar! ¡Me muero de hambre! –escuchó decir divertida a Eugenia sacándola de aquel modo del intenso registro femenino al que estaba forzando al indefenso salón.

Sara se volvió hacia la parte del salón de donde provenían las palabras de la joven y se la encontró caminando agarrada del brazo de Víctor. El atuendo que llevaba resultaba cómodo y adecuado para moverse por casa con aquellos viejos vaqueros desgastados y bien ceñidos a sus torneadas piernas y un jersey entallado de punto fino color gris antracita bajo el cual resaltaban su espléndida figura de hembra joven y sus pechos minúsculos pero que se adivinaban redondos y duros como pequeñas manzanas. Unas botas John Smith del mismo color que el jersey hacía aún más juvenil su atuendo de muchacha veinteañera. Sus cabellos teñidos de rubio platino le otorgaban un aspecto un tanto salvaje y atrayente, al menos para Sara pues no pudo evitar centrar su atención en aquella larga melena. Aquellos ojos de un bello color grisáceo contemplaban a la mujer de forma atenta pero sin resultar molestos. La sonrisa fresca y natural de la muchacha logró hacer que se sintiera a gusto al momento y que sus miedos y temores la fueran abandonando a cada momento que pasaba.

Víctor, el acompañante de las dos mujeres, preparó tres vasos de Amaretto con dos hielos en cada uno de ellos y se unió a Sara en el amplio sofá de piel marrón mientras la anfitriona de la casa les dejaba viendo la tele para ir a la cocina.

Me encantaría ayudarla a hacer las cosas…Creo que es lo mínimo que puedo hacer –dijo fijando su mirada en el rostro del muchacho.

No te preocupes por nada de eso –respondió él juntando su copa con la de ella y brindando por la amistad y el amor.

Sin embargo me gustaría echar una mano –volvió a decir ella apartando ahora la mirada de la de él.

Conozco bien a Eugenia y sé que es muy independiente y que siempre prefiere hacer las cosas por su cuenta. No sé si eso es una virtud o un defecto pero ella es así de modo que no le des más vueltas y disfruta de la velada.

Lo cierto es que aquello era algo que preocupaba ligeramente a Sara. Tenía un conocimiento lejano de lo "bien que se conocían", utilizando las mismas palabras usadas por su joven amante y ese conocimiento entre los jóvenes la hacía sentir nerviosa e inquieta. Volvió a mirarle y se llevó a la boca su copa dándole un largo sorbo a su bebida la cual notó fuerte y cálida mientras recorría su garganta camino del esófago. Los comentarios vertidos por Víctor en relación con la muchacha eran cariñosos y tiernos, de una ternura rayana en un sentimiento casi fraternal. Sin embargo, y pese a la belleza innegable de la muchacha, en su interior no anidaba el menor sentimiento de celos hacia Eugenia sino más bien un interés que la hacia excitar sin conocer la razón exacta que la impulsaba a ello.

Pronto tuvo que abandonar aquellos pensamientos pues en ese momento la figura de la joven irrumpió en el salón informándoles que la cena ya estaba preparada para poder sentarse a la mesa.

Ya está todo listo. Podéis sentaros cuando queráis que yo iré sacando las cosas en un momento.

¿Quieres que te ayude? –se ofreció amablemente Sara mientras se levantaba del sofá.

Nada de eso. Vosotros sentaos que yo me encargo de todo. Recuerda que sois mis invitados –zanjó la muchacha la conversación dirigiéndose de nuevo hacia la cocina.

Así pues Víctor y Sara pasaron cogidos de la mano hasta la mesa de roble macizo y de moderno diseño que otorgaba un cierto toque de rusticidad al rincón más cercano a la puerta de la cocina donde se encontraba. Cuatro sillas del mismo material la rodeaban y todo estaba ya preparado salvo la comida que era lo último que faltaba para empezar a disfrutar de una buena cena. El gran ventanal al final del salón daba directamente al jardín de la parte trasera de la casa. Las luces de las casas vecinas empezaban a encenderse con la lenta llegada del anochecer.

¡Este lugar debe resultarte perfecto para descansar! –exclamó la mujer observando la tranquilidad que envolvía la casa y la falta de ruidos procedentes del exterior.

La verdad es que es mi pequeño paraíso. El mejor momento para mí es el desayuno de los domingos en la terraza, tumbada en la tumbona y descansando en plena naturaleza y sin nadie que me moleste –dijo Eugenia apoyando su mano, aparentemente de forma descuidada, sobre el hombro de la mujer.

La conversación se desarrolló del mismo modo continuando por los mismos derroteros y añadiéndose Víctor a la misma. Sara no hacía más que recordar el roce rápido y efímero de la mano y los dedos de la muchacha sobre su hombro. Aquella sensación se mantuvo en ella durante toda la cena notando sobre ella la caricia suave de la mano femenina por encima de la fina gasa de su blusa. Jamás había notado aquel sentimiento, aquella emoción desconocida que le corría por el cuerpo haciéndola sentir confundida y extraña. Nunca había sentido atracción alguna por otra mujer y ciertamente no pensaba que la respuesta más oportuna al contacto de Eugenia fuera en modo alguno el deseo…

¡Por favor, toma asiento, Sara! –la invitó amablemente la joven mientras volvía de la cocina con una gran ensalada en una mano y una fuente de champiñones en la otra.

Un fuerte estremecimiento le recorrió todo el cuerpo al ver como aquella chiquilla se dirigía a ella, tan embebida en sus turbios pensamientos se hallaba.

Oh… ¡gracias…muchísimas gracias! –respondió intentando disimular la profunda emoción que envolvía toda su persona.

Al fin se sentó entre ambos muchachos en el asiento reservado para ella y pudo ver cómo Víctor le llenaba hasta la mitad su copa de vino. Aún notaba en su paladar el sabor del Amaretto que había tomado con anterioridad y pensó que sería conveniente para ella racionar mínimamente el alcohol ingerido si no quería que le sentara mal la bebida. La cena resultó verdaderamente deliciosa descubriéndose la muchacha para ella como una gran cocinera. La ensalada de primero les refrescó con aquella mezcla de lechuga, canónigos, remolacha y maíz y luego los champiñones tuvo que reconocer que estaban exquisitos inquiriéndole ella a la muchacha el secreto y diciéndole Eugenia que aparte de las especias, el secreto fundamental residía en el vino blanco que sus padres le llevaban siempre que la visitaban. Por último el plato de patatas horneadas en rodajas y con queso camembert por encima resultó ser el elemento nutritivo a tan espléndida cena después de la cual a Sara no le quedó ninguna gana de tomar postre conformándose tan sólo con un café.

¿Dónde aprendiste a cocinar de ese modo? –le preguntó amablemente a la joven.

Oh, toda la culpa es de mi querida madre que desde pequeña me ha enseñado los secretos de la gastronomía –contestó la muchacha de manera humilde y sin prestar apenas atención al cumplido de la mujer.

Pronto la noche invadió el salón encendiendo Eugenia la lámpara de diseño moderno que colgaba del techo. Encendió el equipo de música y un solo de saxofón invadió la habitación envolviéndola en la lenta improvisación del artista.

Al inclinarse Eugenia a recoger los platos de la mesa, el fino olfato de Sara percibió junto a ella la fresca fragancia que emanaba del cuello de la muchacha mezcla de olor a canela y a frescas violetas silvestres que recordaba a suaves tardes de campo. Aquel olor combinaba de un modo perfecto con la huella natural y masculina que dejaba la loción de su joven compañero y que tan bien conocía desde hacía unos días. Víctor, sentado a su lado, sin decirle palabra alguna y sólo sonriéndole de aquel modo cómplice que tanto le gustaba, volvió a llenarle de nuevo la vacía copa.

Empezó a sentirse un tanto cansada y levemente mareada seguramente debido al copioso festín con que les había obsequiado su anfitriona y al efecto producido por el exceso de alcohol ingerido. Notaba nublársele la mirada ligeramente fija como la tenía en el brillo de las luces de la lámpara sobre su copa.

Eugenia trajo una botella de champán francés de la cocina y se la entregó a Víctor el cual la abrió a los pocos segundos haciendo resonar con fuerza el tapón sobre el techo. El muchacho llenó las copas con prontitud y propuso un brindis porque todos fueran felices en el futuro. El suave burbujeo del champán empapó su lengua y resbaló por su garganta sin esfuerzo alguno. Abandonada a sus propios pensamientos escapó unos breves segundos de la animada charla dejando que los jóvenes hablaran entre ellos. Aprovechándose de la cercanía entre ambos y durante toda la cena, el muslo del muchacho escondido bajo el mantel no paró de juntarse al suyo al tiempo que con los pies recorría las pantorrillas de la mujer arriba y abajo hasta alcanzar las bonitas sandalias con que ella se había calzado aquella noche. Al acabar la cena, los tres se estiraron en sus sillas mientras tomaban el café.

¿Qué tal si nos tumbamos en el sofá? Sara, haces mala cara… ¿te encuentras bien? –le preguntó la muchacha preocupada de veras por ella.

La mujer como toda respuesta no pudo más que esbozar una sonrisa forzada mientras los tres se levantaban de la mesa.

Lo siento mucho, supongo que el vino de la cena me ha sentado un poco mal…-respondió Sara camino del sofá.

Deja que te ayude…en cuanto te sientes en el sofá verás como te sientes mucho mejor –exclamó Víctor tratando de animarla.

Oh, no es nada. Tan sólo me siento un poco mareada, en ocasiones me pasa pero enseguida se me pasa.

Bien chicos, sentaos que enseguida hago algo más de café –dijo Eugenia dirigiéndose a ellos con gran familiaridad.

Por favor, deja que te eche una mano –se ofreció amablemente volviendo sobre sus pasos.

Nada de eso. Tú túmbate en el sofá y no hablemos más de ello –la frenó la muchacha en sus intenciones apoyando su mano derecha en el brazo de la mujer. En cinco minutos estaré de nuevo con vosotros.

Un escalofrío rápido como un latigazo le llenó el cuerpo al notar la mano femenina posada sobre su brazo. ¿Qué le estaba pasando? –pensó un tanto preocupada ante su desconocida reacción. Nunca había sentido nada como aquello. La simple caricia de la muchacha la hacía alertar violentamente como sólo su marido y hace unos días Víctor la habían hecho sentir. ¿Empezaba a despertarse en ella un extraño interés por el sexo femenino?

Por fortuna Víctor la enlazó por la cintura llevándola hasta el sofá donde la ayudó a tumbarse tras ayudarla a deshacerse de las sandalias. Aprovechando su debilidad se inclinó sobre ella abrazándola con fuerza. El muchacho acercó sus labios a los de ella haciéndole sentir su respiración envuelta en el sabor a vino tinto de la cena. Se sentía mareada y completamente abandonada sobre aquel amplio sofá cuando el joven abriendo sus labios los unió a su boca dándole un suave beso que la hizo temblar de emoción.

No Víctor, déjame por favor –dijo empujándole con las manos y separándolo violentamente de su lado.

¿Por qué no? Sara, no seas tonta…

No creo que debamos estando en casa de Eugenia a la que casi no conozco –exclamó tratando de parecer convincente aunque se daba cuenta de estar lejos de conseguirlo.

Víctor rió con ganas ante la repentina vergüenza de la mujer a la que tantas ganas tenía de besar.

Olvídate de eso y disfruta de la noche –le aconsejó el chico apartándole los cabellos caídos sobre su frente. Te aseguro que a Eugenia no le importará que nos besemos en su presencia. Además tengo unas ganas locas de besarte y acariciarte el rostro.

Aún no convencida del todo, se dejó besar y envolver en los brazos del muchacho respondiendo al beso con evidentes deseos pero, sin embargo aquel beso no duró demasiado pues al notar la cercanía de la dueña de la casa se apartó de nuevo de Víctor poniendo fin a aquel corto pero intenso contacto.

La joven cruzó el salón con la bandeja de café en las manos y Víctor se levantó del sofá presto y solícito para ayudarla. El café era negro y amargo pero estaba delicioso y junto al cigarrillo que Eugenia le ofreció, sirvió a Sara para tranquilizarla un tanto. La muchacha cambió el cd empezando a sonar una mezcla entre saxo, clarinete y contrabajo que tenía la propiedad de lograr que uno se sintiera transportado a uno de los clubs nocturnos de New Orleans.

¿Te gusta el jazz? –interrogó Sara a Eugenia segundos antes de dar un pequeño sorbo a su café.

Me encanta. Ya desde pequeña siempre me ha gustado. Me relaja una enormidad.

Tras descalzarse de sus deportivas se unió a la pareja sentándose frente a ellos en aquel gran puf de alegre color verde pistacho. Sara se sentía cómoda estirada en el sofá y abrazada por Víctor que la tenía fuertemente pegada a él. El calor que desprendía el radiador ayudó a que el cansancio que dominaba sus miembros se fuera acentuando poco a poco. Dejó caer de forma mimosa su cabeza en el brazo de su joven amante y casi sin darse cuenta sus párpados se fueron entrecerrando cayendo al momento en un profundo sueño…

Despertó más tarde sin poder asegurar cuánto era el tiempo, si unos minutos o unas horas, que llevaba dormida. Se encontró tumbada en el sofá con la cabeza apoyada en un almohadón y cubierta por el agradable tacto de una manta que le tapaba hasta el cuello. Se estiró ligeramente pues sentía las piernas y los brazos un tanto adormecidos. Tardó unos segundos en volver a la realidad que la circundaba buscando junto a ella a Víctor sin encontrarlo por ningún lado. Tampoco había rastro alguno de la muchacha así que pensó que ambos se habrían ido a dormir dejándola descansar en el sofá sin despertarla.

A través del amplio ventanal, con las cortinas descorridas a los lados, podía verse la noche cerrada destacando en ella la presencia de una media luna blanca y bellísima. La mujer se quedó sentada en el sofá observando detenidamente el espectáculo nocturno que, sin lugar a dudas, resultaba silencioso y estremecedor. Nunca le había gustado la noche; ya desde bien pequeña la noche había resultado para ella un período de tiempo en el que tenebrosos pensamientos rondaban siempre su cabeza haciéndola sentirse atemorizada e intimidada frente a los elementos desconocidos del mundo de la oscuridad y de las sombras. Tenía la certidumbre de que, más allá de cada uno de los cuatro lados que formaban el ventanal, la noche con su tamaño inmenso continuaba dejando pasar los minutos de forma lenta y despiadada. Una certeza de que nunca podría terminarse en los costados de aquel rectángulo porque, además, había aprendido tiempo atrás que las cosas oscuras tienen la costumbre de confundirse con su sombra, razón por la cual la sombra acaba finalmente confundiéndose irremediablemente con ellas. También sabía que la sombra de la sombra se confunde con la sombra. Y así hasta el infinito y hasta el cansancio…

El salón, tan extraño para ella, se encontraba oscuro y entre tinieblas tan sólo iluminado por la leve luz de una pequeña lamparilla de pie. Tras sentarse en el sofá se notó confusa y aturdida. Se arregló los cabellos con los dedos pues los llevaba sueltos y desgreñados.

¿Dónde demonios se habría metido el muchacho? –pensó unos segundos en él.

Una vez sentada, sus aún bonitas piernas quedaron suspendidas en el aire y volvió a estirarse para recuperar el estado habitual de sus músculos. El haber estado tumbada tanto rato en la misma postura había provocado la consiguiente rigidez y contracción en todos sus miembros. Al levantarse miró con ansiedad su reloj de pulsera y la esfera del mismo la informó que eran las tres y media de la mañana.

¡Dios, qué tarde que es! –se dijo a sí misma alarmada mientras se restregaba con fuerza los brazos para entrar en calor. ¿Cuánto rato llevaría allí tumbada?

Molesta con su propia persona por haber tenido la debilidad y la descortesía de haberse quedado dormida en una casa ajena, la madura mujer se puso al fin en pie buscando alcanzar su habitación y tratando de hacer el mínimo ruido posible para no despertar a los muchachos. Víctor la había informado que los dormitorios se hallaban en el piso superior así que dirigió sus pasos hacia la escalera moviéndose con dificultad entre las sombras tras haber apagado la luz del salón. Tanteando la pared llegó a la escalera de escalones de madera y, pese al cuidado que puso, el leve apoyo de sus pies descalzos sobre los mismos hizo que aquéllos resonaran en el silencio de la noche. Alcanzado el piso de arriba observó, gracias a la poca luz que había, la existencia de dos puertas contiguas la una a la otra. Se le presentó un dilema difícil de resolver pensando cuál de ellas llevaría a la habitación donde se encontrara durmiendo su amante.

En ocasiones las razones que nos llevan a elegir un camino u otro resultan inescrutables y eso mismo es lo que le ocurrió a Sara a la hora de elegir la puerta a la que dirigirse. Se sintió incómoda y como si estuviera cometiendo un pecado igual que aquella vez, en que siendo ella muy pequeña se encontró, una noche en aquella casa de campo a la que iba a pasar los veranos, a sus tíos en el dormitorio haciendo el amor y entregados por entero a la pasión de sus cuerpos. La imagen de su tío fornicando una y otra vez, tumbado sobre el cuerpo desnudo de su tía en la intimidad de su cuarto, resultó para la pequeña Sara su primera toma de contacto con aquello que no supo entender hasta años más tarde cuando fue desvirgada por vez primera por aquel compañero de colegio. De una manera refleja y sin que hubiera una razón aparente para ello eligió la puerta de la derecha la cual se encontraba levemente entornada. Pese a la elección tomada lo cierto es que un momento de duda le corrió por la cabeza parándose unos segundos ante la puerta antes de entrar. Apoyó una de sus manos en el quicio de la puerta y a través del espejo que presidía la pared que tenía frente a ella vio una imagen que le paralizó unos momentos la respiración.

Imaginó, pues no podía imaginar otra cosa, que Víctor estaría durmiendo plácidamente. Pese a darle la espalda, la mujer pudo ver el rostro y medio torso del muchacho estampado en el amplio espejo de forma elíptica que descansaba indolente y solitario en la pared.

La bella parte posterior del cuerpo masculino destacaba entre las sábanas totalmente desprovista de ropas. Aquel cuerpo broncíneo que tanto la había enloquecido resplandecía orgulloso bajo la débil luz amarillenta que iluminaba la pequeña buhardilla. La mujer, pese al temor que le recorría todo el cuerpo, no pudo dejar de mirar aquellas piernas para resbalar después su examen por el resto de la tierna anatomía del joven. Un rictus de dolor dominó todos sus miembros intentando comprender los acontecimientos que se desarrollaban en el interior de aquel dormitorio. Aquel dolor profundo y desgarrador lo produjo el más que evidente placer que dominaba los rasgos de la cara de Víctor. Ciertamente el joven no se encontraba solo en aquella habitación y al parecer se hallaba muy bien acompañado.

Mientras subía las escaleras, la mujer pensaba encontrarse al muchacho desnudo en la cama y despertarlo con suaves caricias para que después le hiciera el amor de manera dulce. Sin embargo alguien se le había adelantado…Víctor permanecía tumbado en el lecho con los ojos cerrados y en su semblante revelaba una inmensa felicidad. Sara se quedó fija en el suelo y un pinchazo se le clavó en el pecho al percibir el inequívoco lamento que lanzó el joven. Notó acelerársele el corazón al advertir cuál era el motivo real por el que el muchacho había jadeado. Al fin y a la postre, ella misma había sido la causante, más de una vez, de que él respondiera de aquel modo.

Queriendo ir más allá empujó más la puerta y no se sintió desconcertada ante la imagen de los dedos del joven enredadas entre los cabellos rubios de la mujer que tenía situada entre sus piernas. Era tanto el placer del que ambos amantes gozaban que ni Víctor ni Eugenia se apercibieron de su presencia. La chica movía su cabeza arriba y abajo a buen ritmo ayudada por la mano del muchacho que dirigía sus movimientos de manera suave y precisa.

La mujer sintió que una fuerte quemazón la destrozaba por dentro, notando el sinsentido de los celos envenenándola por entero, al observar los labios de aquella rival envolviendo el glande hinchado del miembro excitado de Víctor y sus pómulos encendidos e inflamados por la dificultad de poder acoger semejante ejemplar dentro de su boca.

Cierto es que su reacción debió haber sido escapar corriendo de aquella imagen llena de erotismo y sexo juvenil antes que poder ser descubierta en su papel de mirona; sin embargo, una extraña mezcla de sensaciones encontradas la hizo permanecer quieta sin posibilidad alguna de respuesta. Los celos la quemaban por dentro pero al mismo tiempo se hallaba maravillada ante la fantástica felación con la que la dueña de la casa obsequiaba al apuesto joven.

Aquella muchacha, pese a su juventud, parecía saber muy bien lo que hacer. Eugenia se hallaba absorta en su tarea y con los ojos igualmente cerrados mientras chupaba, lamía y saboreaba con gran placer el duro y grueso músculo de su compañero. Con su cálida caricia recorría su sexo, su humedad, su textura. Su dulzura indicaba al hombre que era su lengua hambrienta la que recorría la piel tensa de su pene. Con extrema lentitud se entretenía en el dibujo de su contorno, de sus formas, recorriendo cada curva, saboreando su total dureza. Con sus labios la muchacha aprisionaba el ariete masculino y, al tiempo que engullía su hombría, marcaba levemente con sus dientes su delicada piel. Víctor gemía y gemía a cada caricia que la joven le propinaba. Disfrutando con lo que le hacía no paraba de lamer la longitud de aquel bello instrumento recorriéndolo arriba y abajo para luego introducirlo en su boquita de una sola vez chupándolo y degustándolo entre sus labios a conciencia. El muchacho se abandonó a sus caricias echándose hacia atrás y, entre susurros, la animó a que continuara.

Sara estuvo a punto de gritar al verle dejar reposar la cabeza sobre el almohadón al mismo tiempo que aquella muchachita le agarraba con decisión las nalgas entre sus manos, estrechándolas y apretándolas con tal fuerza que la mujer creyó que aquellas largas uñas pintadas de un color rojo intenso conseguirían lastimar la piel tersa y fina de su amante. Lo cogió presionando de tal modo que su rostro quedó sumergido entre los glúteos del muchacho, entrando aquel monolito una y otra vez sin darle descanso alguno y sin parar de deslizarse dentro de la boca de la joven de manera que la mujer enloqueció imaginando que todo aquello debía alcanzarle hasta la campanilla.

Eugenia estaba gozando de aquel apetecible tesoro, eso estaba más que claro. Se hallaba completamente concentrada en su tarea y su cara desprendía entusiasmo y pasión. Del interior de su boca escapaban sensuales ronroneos mientras se aplicaba con mayor vehemencia a dar placer a su hermoso compañero agarrando fuertemente las nalgas de Víctor que no hacía otra cosa más que empujar sin descanso follándole la boca hasta llenársela por completo.

Sara se mordió ligeramente el labio evitando suspirar de emoción ante la escena que observaba. Podía suponer sin miedo a equivocarse las sensaciones que la joven debía sentir en esos momentos: un placer infinito al notar en sus labios y su lengua la piel delicada y al mismo tiempo firme y poderosa de aquella tremenda humanidad. Aquella muchachita extraía la polla de su boca de tanto en tanto observándola minuciosamente como si la adorase, recorriendo cada centímetro de aquel tallo, cada vena cargada de sangre y a punto de explotar de emoción. Por su parte, el joven no hacía más que dejarse llevar por aquella sensación tan enloquecedora y bestial. La mujer sintió crecer entre sus piernas un placer inesperado el cual fue ascendiendo como la espuma por toda su columna vertebral hasta acabar explotando en su cerebro. Le costaba asimilar toda la información que su cerebro recibía pero no deseaba más que seguir allí disfrutando del cálido encuentro que los dos jóvenes amantes mantenían.

Introdujo la mano bajo la tela de su falda y metiendo los dedos entre sus piernas empezó a acariciarse de forma un tanto brusca intentando llevar alivio a su excitado sexo. Aquel encuentro del que era espectadora en primera fila la estaba volviendo loca por completo y necesitaba alcanzar su propio placer así que sin apartar la mirada de la mamada que la chica le procuraba a Víctor se dedicó a prodigarse lentas caricias notando como poco a poco su pequeño botón comenzaba a responder a tan interesantes estímulos.

La tensión aumentaba por segundos en el dormitorio y Sara estaba segura que el joven no tardaría en explotar entregándole a Eugenia todo el caudal almacenado entre sus piernas. En dos ocasiones tuvo que morderse los labios para evitar lanzar un suspiro de satisfacción que la hubiera hecho ser descubierta por la joven pareja. Sin embargo, era tanto el deseo que la embargaba y el placer que se daba a sí misma que ya no pudo dejar de emitir un profundo gemido de satisfacción notando cómo el primer orgasmo le alcanzaba sin remedio.

Los dos jóvenes se separaron al instante al sentirse descubiertos por la mujer. Sin embargo, su rostro inicial de sorpresa no tardó en cambiar recuperando su estado natural. Sara pensó que sería Víctor quien primero se dirigiera a ella pero quedó un tanto desconcertada al escuchar decir a la dueña de la casa:

¿Hace mucho que estás ahí? Espero que no te moleste pero estabas durmiendo tan a gusto que no quisimos despertarte…

Se quedó sin respiración y sin saber qué decir ante la desvergüenza de la muchacha. Allí estaba con quien se suponía que era su pareja y pese a ello no mostraba el menor arrepentimiento. Pero ahí no acababan las sorpresas para ella pues levantándose Eugenia con una sonrisa de oreja a oreja se dirigió a ella invitándola a unirse a la fiesta.

No te enfades, simplemente nos apeteció pasar un buen rato y subimos a mi habitación. ¡Vamos únete a nosotros!

Sara se quedó cortada pues no esperaba aquella invitación tan directa de la muchacha. Víctor, mientras tanto mantenía la misma posición tumbado entre las deshechas sábanas y sin mover un músculo de su cuerpo. ¿Es que no pensaba hacer nada? –pensó un tanto molesta ante la actitud pasiva del muchacho.

Eugenia se acercó a ella mostrándose desnuda y sin vergüenza alguna. Pese a su juventud poseía una figura envidiable y sin un gramo de grasa de más. Sus pechos eran de un tamaño mediano y en ellos resaltaban un par de oscuros y grandes pezones. Se acercó aún más hasta quedar justo a su lado y cogiéndola por la nuca ladeó levemente su cabeza juntando los labios a los de ella en un beso primero suave y delicado pero que después se hizo más profundo abriendo su boca y dándole a probar su húmeda lengua. La bella profesora se quedó sin habla ante el directo ataque de la muchacha. A cada momento una nueva sorpresa, a cada paso de mayor calado, se mostraba ante ella haciéndola sentir hechizada y emocionada.

Aquella jovencita la estaba seduciendo con todas las de la ley y lo peor de todo es que ella no trataba de poner ningún impedimento a aquel lento avance. Más bien todo lo contrario… Se sentía tan a gusto que lo único que pudo hacer fue aceptar el húmedo beso de la muchacha mezclando su lengua con la de ella y dejándose acariciar el cuerpo por encima de sus ropas. Las lenguas de las mujeres golpeaban la una contra la otra en un combate salvaje y despiadado en el que sabía que inevitablemente iba a resultar perdedora. Un rápido escalofrío le recorrió todos sus miembros siendo la primera vez que sentía algo así en brazos de una mujer.

Cerrando los ojos se dejó llevar por las manos de la joven que la apretaban contra ella intentando hacer el contacto más profundo y enternecedor. Apoyó una de sus manos en la mejilla de la mujer y mirándola fijamente a los ojos le hizo sentir su respiración acelerada y la calidez de su aliento golpeándole el rostro.

¡Eres tan bella, Sara…tan increíblemente bonita! –aseguró la muchacha en voz baja haciéndola notar la cercanía de sus almendrados ojos de un intenso color grisáceo.

¡Oh, no digas esas cosas! ¡Conseguirás hacer que me ruborice! –exclamó la mujer dejándose llevar por las palabras de su joven compañera.

Es completamente cierto. No me extraña que Víctor esté loco por tus huesos…

Volviéndose ambas mujeres hacia el lecho, observaron con agrado el cuerpo desnudo del joven y cómo este se masturbaba viéndolas jugar entre ellas.

Deberíamos unirnos a él. ¿No crees? –la escuchó preguntarle en voz baja, apenas un leve susurro pero que tuvo la virtud de excitarla al imaginar todos aquellos pensamientos turbios que corrían por la mente de la muchacha.

Dejó que enlazase con el brazo su cintura y se dejó llevar hasta el lecho donde el muchacho la recogió inclinándola sobre él para besarla de un modo apasionado. Al fin lo tenía junto a ella, tenía tantas ganas de besarle, de dejarse acariciar por las manos y los dedos de su joven compañero, sabía tan bien cómo hacerla disfrutar de su propio cuerpo que con cada unión entre ellos la hacía conocer nuevos y desconocidos mundos.

Víctor se tumbó en la cama mientras agarraba con fuerza los pechos de Sara a través de la blanca blusa de corte masculino que ella se había puesto aquella noche. Echándose sobre él emitió un pequeño gemido al sentirse amada y deseada de aquel modo tan delicado. Sin poder aguantar más el deseo que la embargaba alargó su mano en busca de aquel trofeo que tan bien conocía y que tanto la hacía gozar. Lo encontró levemente fláccido entre sus dedos pero gracias a sus caricias no tardó en responder a tales estímulos mostrándose endurecido y orgulloso a los pocos segundos.

¡Me encanta tu polla! ¡Es tan grande y dura que me excito en cuanto mis dedos la acarician! –confesó mientras la masturbaba con sus dedos arriba y abajo con suma delicadeza.

¡Cómetela cariño, vamos es toda tuya! –la invitó el joven arrodillándose frente a ella y ofreciéndole aquel bello tesoro para su total disfrute.

Sin hacérselo repetir dos veces se acercó a él caminando por la cama a cuatro patas de manera lenta y sensual. Al llegar junto al muchacho lo hizo echar hacia atrás y comenzó a besarle la boca, el cuello para bajar, a continuación, con extrema lentitud por todo el pecho del hombre dejando de lado los pezones y bajando aún más hasta llegar al vientre liso, de abdominales bien formados y sin un gramo de grasa, señal inequívoca del continuo ejercicio que practicaba el joven. Notó temblar todo aquel cuerpo masculino dando así a conocer su enorme deseo y fue entonces cuando una sonrisa maligna invadió su bello rostro. Estaba empezando a enloquecer…

Al llegar a la entrepierna tocó suavemente con sus manos la virilidad del hombre pero sin llevarla aún a su boca. Le besó alrededor cogiéndolo con fuerza de las nalgas y luego lamió los muslos evitando en todo momento el contacto con el tan deseado trofeo. Con ello buscaba dejarle con la miel en los labios y hacerle sufrir hasta que pudo notar cómo el joven no podía soportar más dicho tratamiento alargando su mano hasta hacerse con su cabeza completamente desesperado.

Sara, continuando con su lenta ofensiva, se arrodilló entre las piernas de Víctor y separando los labios abrió la boca empezando a juguetear con su lengua saboreando con total placer aquel duro instrumento. Durante unos segundos que al chico se le hicieron eternos estuvo dándole pequeños lametones sin meterse aún su polla en la boca. Echó la piel del capullo hacia atrás encontrándose con aquella cabeza grande y de un ligero tono rosado la cual rodeó con sus labios y su lengua haciendo círculos alrededor de la punta, momento en que escuchó el profundo suspiro del joven indicando lo mucho que lo disfrutaba. Luego agarrando la polla con una de sus manos se dedicó a chupar y lamer todo el tallo desde la base hasta la cima para bajar lentamente hacia las bolas del chico. Mientras se dedicaba a tan agradable tarea ensalivó el miembro masculino en su totalidad y una vez lo hubo lubricado convenientemente entreabrió sus ojos cruzando su mirada con la de él y sonrió satisfecha viéndole gozar con lo que le hacía.

Así…así muy bien…vamos métetela entera en la boca, mi amor –la animó el muchacho tensando los músculos y cerrando los ojos con fuerza como si de ese modo disfrutara aún más su placer.

Haciendo el típico movimiento de la masturbación con su boca, y con algo de dificultad, se la metió entera aguantándola dentro unos segundos pues sabía que aquello le encantaba al muchacho.

¡Me encanta cabrona…me encanta cómo lo haces! –prácticamente gritó Víctor agarrándose con fuerza al cabello de aquella madurita que tan rápido aprendía las más perversas técnicas amorosas.

Sacándose la polla de la boca, la mujer giró la cabeza encontrándose con Eugenia la cual tenía uno de sus pechos fuertemente cogido mientras con la otra mano se acariciaba su clítoris el cual se veía irritado y sonrosado. Mirándola a los ojos la invitó a unirse a tan magnífico festín cosa que la muchacha aceptó al instante aproximando sus labios al miembro viril el cual tenía su compañera sujeto entre sus dedos.

Entre las dos mujeres masturbaron, lamieron y chuparon tan enorme músculo hasta que el joven no pudo aguantar por más tiempo el ataque femenino corriéndose finalmente sobre los rostros congestionados de ambas mujeres llenándoselos con su abundante corrida.

¡Ha sido fantástico, chicas…me habéis vuelto completamente loco! –exclamó con dificultad el chico tratando de recuperarse de tan tremendo orgasmo.

Parte de la corrida del hombre fue a parar sobre los pechos y el cabello de las chicas. Eugenia, ronroneando como una gatita, se acercó a Sara ofreciéndole su boca y sus labios y con su lengua juguetona limpió a su amiga de todo posible resto de semen. Las dos mujeres se besaron apasionadamente uniendo sus lenguas y jugando con ellas de manera indecente. Sara se sentía fuertemente atraída por aquella muchacha y, perdida por completo la vergüenza, se entregó a ella disfrutando de sus primeras incursiones en el mundo lésbico. La joven desnudó a su madura compañera quitándole primero con cierta urgencia la blusa, para después echar a los lados los tirantes agarrando el cierre entre sus dedos y despojándola del molesto sujetador lo llevó hacia abajo.

¡Qué pechos tan bonitos tienes! ¡Ojalá yo los tuviera igual de bonitos! –dijo la joven humedeciéndose los labios con la lengua.

Inclinándose sobre ella se llevó uno de los pechos a la boca haciéndose con el grueso pezón el cual se enderezó al instante. Sara lanzó un fuerte gemido de satisfacción dejando descansar la cabeza echándola hacia atrás. Su joven amante estuvo jugando con aquel par de montañas cambiando alternativamente de una a otra y haciéndola sentir un placer diferente a todo lo conocido hasta entonces.

Tumbándola de forma imperativa sobre la cama le hizo abrir las piernas y le fue deslizando la falda por sus muslos y sus pantorrillas hasta que finalmente desapareció la prenda cayendo con suavidad al suelo. Respirando de forma acelerada, la muchacha le hizo flexionar las piernas y tras abrírselas se sumergió entre ellas retirando a un lado con sus dedos la delicada braguita que cubría el sexo de la mujer.

Sacando su húmeda lengua inició un lento recorrido a través de la frondosa abertura que se le ofrecía de modo tan estupendo. Acarició el vello púbico logrando con ello hacerla estremecer para luego dirigirse directamente al tan deseado tesoro del cual separó los labios notándolo lubricado y dispuesto a recibir todo tipo de caricias. La muchacha metió al fin dos de sus dedos consiguiendo de ella un profundo sollozo que la animó a continuar por el mismo camino. Sabía que aquello le iba a gustar pues ninguna mujer había logrado resistirse a semejante caricia.

La madura profesora se agarró con fuerza a la cabeza de su compañera, enredando sus dedos en la rubia cabellera y se movió de forma descontrolada mientras se mordía el labio inferior disfrutando como nunca lo había hecho hasta entonces. Así estuvieron diez largos minutos en los cuales Sara alcanzó dos intensos orgasmos agarrándose con fuerza a las deshechas sábanas y conoció de ese modo el enorme placer que dos mujeres pueden experimentar entre ellas.

Mientras las dos hembras disfrutaban de sus cuerpos, el muchacho se fue excitando poco a poco gracias a tan magnífica unión. Allí estaban ambas mujeres ante él, la una tumbada en la cama mientras la otra, a cuatro patas, disfrutaba del coño de su compañera. La postura de Eugenia resultó demasiado sugestiva para el muchacho de manera que, sin poder resistirse, se situó arrodillado tras ella y cogiéndola por las caderas apuntó su ya erecto miembro y la penetró de una sola vez haciéndola chillar de placer.

Con cuidado muchacho, no seas brusco… –apenas pudo pronunciar la chiquilla volviéndose hacia él y sonriéndole con complicidad demostrando así lo mucho que le gustaba.

Sara, por su parte, se sintió un tanto celosa viendo el acoplamiento entre los dos jóvenes. Sin lugar a dudas le hubiera gustado ser ella la primera que disfrutara de los encantos del muchacho pero, por otra parte, se sentía suficientemente satisfecha con las caricias que Eugenia le prodigaba. A partir de ese momento el dormitorio se convirtió en una sinfonía de leves gemidos y gritos entrecortados gracias a los movimientos continuos de Víctor el cual follaba sin descanso a su compañera mientras ésta introducía una y otra vez su lengua entre los pliegues de aquella exquisita madurita.

La polla del muchacho golpeaba con fuerza las paredes femeninas entrando en ella hasta hacer tope con sus bolas las cuales paso a paso iban recuperando el elixir amoroso. Eugenia se corrió entre fuertes espasmos meneando su pelvis en círculos como si de ese modo lo pudiera sentir aún mucho más dentro de ella.

¡Es genial! ¡Me encanta como me follas, cariño! ¿Es que nunca te cansas? –le preguntó con la mirada perdida al tiempo que se separaban los tres en busca de nuevas formas de placer.

La joven se levantó y descalza como iba se dirigió a la cómoda de la que extrajo un juguete que a Sara logró enloquecerla. Se trataba de un arnés de gran tamaño el cual se ató con rapidez a su cintura semejando al instante un verdadero macho.

Ahora vas a ver –le dijo dirigiéndose a ella. Prepárate cariño que pienso follarte hasta que digas basta.

La mujer se estremeció de pies a cabeza ante la perspectiva que se le planteaba. Abrazada como estaba al muchacho, la joven al mismo tiempo se tumbó junto a ellos dándole la lengua la cual enlazó con la de Sara en un beso de enorme carga sexual. Aquel falso miembro que colgaba entre las piernas de la muchacha era demasiado grueso y pensó que su pobre coñito no podría resistirlo. Entre Eugenia y Víctor la cogieron entrelazando nuevamente su lengua con la de la joven mientras el hombre se hacía con uno de sus pechos chupándole y mordisqueándole delicadamente el enorme pezón.

Al fin la muchachita se separó de ella tumbándose boca arriba en la cama. Agarrándose el pene entre sus dedos la invitó con un guiño del ojo a montarse sobre ella, invitación que la mujer aceptó colocándose a horcajadas al tiempo que se hacía ella con el mando de las operaciones acercando la cabeza oscura de aquel consolador hacia su coñito.

Vamos querida, siéntate y muévete de una buena vez. No sabes las ganas que tengo de hacerte mía –susurró débilmente la joven sin quitarle el ojo de encima.

Cogiéndola con suavidad de las nalgas la ayudó a clavársela entrando la mitad de aquel pene de plástico en su interior sin muchas dificultades gracias a las caricias con que la había complacido instantes antes. Sara emitió un gemido ahogado nada más notar dentro de ella la polla femenina y así se quedó unos segundos tratando de hacerse al tamaño inmenso que la taladraba. Sollozando de felicidad se arqueó para, al momento, caer derrotada encima de la muchacha la cual la envolvió entre sus brazos besándose ambas mujeres de forma entusiasta.

Una vez la tuvo dentro de ella, la joven empezó a mover lentamente el vientre iniciando las primeras embestidas sobre su coño. Lo hacía de manera pausada, golpeando tímidamente como si no hubiera prisa alguna, como si el único interés que tuviera fuera que las dos disfrutasen de aquel mágico momento. Sin embargo, ahora fue Sara la que deseó sentir mucho más empezando a cabalgar con las manos apoyadas en la sábana a cada lado de la cabeza de su joven amiga. Ambas mujeres no hacían más que centrar sus congestionadas miradas en el rostro sudoroso de la otra.

Fóllame…vamos fóllame –pidió entre gritos enajenados agarrándose ahora con fuerza a los hombros de su amiga.

Notaba crecerle de nuevo el orgasmo entre las piernas y lo único que pudo hacer fue moverse con irrefrenable rapidez sobre la chiquilla la cual aprovechaba la entrega de su amiga haciéndose con sus pechos entre sus manos y manoseándoselos a conciencia. Sara emitió un grito entrecortado al sentir la presencia de algo húmedo en su canal trasero. Evidentemente se trataba de la lengua del muchacho el cual, tras ella, lamía el oscuro agujero humedeciéndolo con su saliva.

¿Qué pretendes hacerme? –preguntó con un sentimiento de terror ante la sola idea de que Víctor intentara profanar su estrecho culito.

Tranquila Sara…tú déjame hacer a mí y ya verás como te gustará –respondió su amigo tratando de tranquilizarla.

La llegada de un nuevo orgasmo la obligó a callar impidiéndole cualquier tipo de respuesta ante lo que el joven pretendía hacerle. Cayó sobre Eugenia, cansada y derrotada y buscando afanosamente aire que respirar. Aprovechándose de la debilidad de la mujer, su bella compañera le abrió las nalgas con el fin de facilitarle la labor al tercer componente del trío.

Ahora tranquilízate, muñeca…relájate y goza de lo que voy a hacerte –escuchó al muchacho decirle junto al oído.

Nooo, no lo hagas…la tienes demasiado grande para mi pobre culito. Mi marido me lo hizo dos veces y me dolió muchísimo –exclamó tratando de luchar en vano.

De pronto y sin posibilidad alguna de escape sintió el roce de la cabeza sobre la entrada de su ano y cómo la misma presionaba con fuerza intentando entrar sin dilación. Un grito desgarrado abandonó sus labios en el mismo momento en que la cabeza del hombre logró introducirse en su culo. Una fuerte quemazón la invadió por entero y aún más le quemó cuando Víctor empujó con mayor decisión hasta conseguir meterle unos centímetros más de su gruesa herramienta.

Los bellos ojos de la cuarentona se pusieron en blanco y creyó perder el sentido ante el fuerte dolor que sentía dentro de ella. Entre la muchacha y el hombre la tenían completamente empalada y no la dejaban moverse ni un ápice. Sara lloraba y lloraba, chillaba y chillaba llenando el dormitorio de desgarradores gritos. Sin embargo, con el paso de los segundos su cuerpo se fue acomodando al emparedado que la hacían y, con enorme sorpresa por su parte, empezó a disfrutar de aquella doble penetración. La primera en removerse fue la mujer acompañándola al instante la muchacha la cual fue tomando poco a poco un lento y acompasado movimiento de caderas que tuvo la feliz consecuencia de hacer que el placer fuera aumentando en ella.

¡Me gusta…me gusta…cómo me gusta! –confesó al fin haciendo círculos con su pelvis para así sentir más adentro el consolador de la joven.

Fue entonces cuando el apuesto muchacho empezó a golpear contra sus nalgas sodomizándola una y otra vez y haciéndola sentir su cálido aliento contra el cuello. Las penetraciones eran rítmicas, profundas e incluso en ocasiones rudas sintiendo ella cómo los testículos sacudían con fuerza contra ella. Aquello sobrepasaba todo lo imaginado por la mujer hasta entonces. Una mezcla extraña de placer y dolor que la llenaba por entero y del que no podía escapar reclamando más y más. Volvió a correrse nuevamente mientras las dos pollas arremetían contra sus irritadas entrañas tan sólo separadas por la fina película que separaba ambos conductos.

Folladme…folladme más deprisa. ¡Me estáis matando de placer! –aullaba reclamando un goce mucho mayor al que ya sentía.

Eugenia, teniéndola agarrada por la cintura, miró al muchacho conminándole a que acabara con su ardua tarea. Víctor continuó moviéndose con rapidez, entrando y saliendo sin darse un respiro y finalmente quedándose quieto lanzó un enérgico gruñido al empezar a llenar a la mujer con su leche. Ríos de semen le corrieron por dentro sintiéndose mareada y exhausta. Víctor, igualmente derrotado, cayó sobre su espalda buscando recuperarse lentamente de tan tremenda copula.

Al fin, y con todo el dolor por parte de los tres, el dardo del joven desapareció desmontando a continuación Sara cayendo tumbada entre aquella pareja de muchachos. Le dolía todo el cuerpo pero había valido la pena, de eso estaba bien segura. Nunca había gozado de aquel modo y todo debía agradecérselo a sus nuevos compañeros. Aquella jovencilla había resultado todo un descubrimiento, pero aún más lo había sido la conquista inesperada de los placeres lésbicos en compañía de otra mujer.

Con enorme dificultad se llevó una mano a la parte trasera y con asombro vio como parte del semen masculino corría por sus muslos. Con sus dedos se limpió mínimamente y entre los mismos descubrió una mezcla densa formada por aquel líquido blanquecino y su propia sangre producto del desgarro producido en su interior.

Gracias…muchas gracias muchachos. Ha sido realmente estupendo –exclamó abrazándose a la muchacha en los brazos de la cual quedó profundamente dormida instantes más tarde al mismo tiempo que por el ventanal apenas empezaban a entrar los primeros claros indicando la llegada del nuevo día.

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