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Desde que nadie te conocía...

en Hetero: Primera vez

Yo te conocí primero. Cuando por las tardes nos sentábamos a tomar café en el jardín de tu casa. Cuando paseábamos por la ciudad en busca de una hamburguesa. Desde que tu primo Kyle de Montana te regaló esa vieja batería, antes incluso de que supieras tocar.

Ahora estoy aquí recostada en el sofá del camerino al que hiciste que me trajeran. ¿Quién iba a decir que tan sólo tres años después de todo eso, tu estarías dando conciertos por todos lados?

Cuando ví en la cartelera en nombre del grupo y reconocí tu rostro en el anuncio, dudé durante unos segundos en comprar los boletos. Hace más de dos años que no nos vemos. Y dudo que aquello que tanto hizo que nos lastimara mi mudanza aún lo recuerdes.

Recuerdo como intentabas no llorar cuando mi madre me hizo subir a la camioneta. No podíamos hacer nada, tan sólo teníamos dieciséis años y aún no podíamos decidir. O al menos eso nos dijeron siempre.

Escucho las notas finales de la canción, debe ser la última por que ahora sólo distingo los gritos de cientos de personas pidiendo más. Nunca se cansan de ustedes. Nunca se cansan de tí. Como yo tampoco lo hacía cuando ambos vivíamos en la misma calle e íbamos a la misma escuela. Como no me cansé de tí aquella primera vez. ¿Será que la recuerdas?

Tus padres habían ido a visitar a tus abuelos a Tucson y te habías quedado solo en casa todo el fin de semana. Tú y yo habíamos ido a la cafetería pues la tarde era fría. A nadie le parecía ya raro vernos juntos, siempre lo estábamos, y ante cualquier comentario fuera de contexto, respondíamos que eramos como hermanos. Pero no era cierto.

A mitad del camino empezó a llover. Era una tormenta demasiado fuerte y en la que parecía que el cielo quisiera descargar el acumulado de toda una vida de agua. Llegamos corriendo a tu casa, empapados y escurriendo. La sala tenía charcos por todos lados cuando me diste una toalla para que secara mi cabello. No era la primera vez que estábamos solos, ni la primera vez que estábamos mojados, ni tampoco la primera vez que nos mirábamos de aquella manera. Yo a tus ojos verde agua y tu a los míos castaños. Pero era la primera vez que pasaba todo al mismo tiempo.

Te veías tan hermoso con las gotas cayendo de tu cabello, bajando por tu cuello y perdiéndose en la camisa, con las venas de tus brazos marcándose cuando te quitaste la sudadera mojada y la arrojabas al suelo, cerca de la puerta. Cuando me tomaste la mano y la pusiste en tu mejilla, tibia al frío tacto de mi palma. Cuando lentamente acercaste tu cuerpo al mío y posaste tus labios en mi mejilla, muy cerca de mi boca, que casi pude sentir el aroma de tu aliento en mis labios.

Tus manos bajaron por mi espalda y fina cintura, haciéndome sentir un escalofrío en todo el cuerpo y mis manos se apoyaron en tu pecho sobre la camisa empapada que se pegaba a él. Mi sudadera cayó lentamente mientras sentía tu aliento en mi oreja, en mi cuello, sin tocar nunca mis labios que eran los que más te ansiaban. Tus manos me acariciaban lentamente mientras yo con las mías te quitaba la camiseta mojada con cuidado al pasar por tus gafas, que por cierto aún usas. En un momento que me pareció eterno y a la vez el más breve estábamos los dos en ropa interior, con la respiración agitada y tú tímidamente acariciabas mis pechos sobre el brassier, mientras yo pasaba mis manos por tu espalda y cuello y entonces llegó el momento más importante de esa tarde, cuando por fin nuestros labios se unieron en un beso apasionado, que liberaba todo el deseo reprimido que llevábamos dentro.

Nuestros cuerpos se movieron más rápidamente, más instintivamente, cuando tus dedos quitaron mi sostén y empezaron a acariciarme con más intensidad, mientras mis manos se aferraban a tu espalda. Llegamos al sillón sin separar nuestras bocas que no dejaban de jugar. Tu cuerpo presionaba el mío suavemente mientras sentía en mi entrepierna tu erección y yo la tocaba con timidez por encima de tu bóxer. Cuando me quitaste las bragas y tú te quitaste el bóxer, mi sexo exigió el tuyo, por primera vez sabiendo que lo tendría. Entonces sentí como te acercabas a mí y sentí el calor que emanaba tu pene directamente en mi entrada, y cuando por fin entraste en mí, sentí como cada uno de mis miembros se adormecía, y se entregaba a tí. Mientras más me penetrabas, más me entregaba yo, entre gemidos suaves, respiraciones cortadas y gotas de sudor y lluvia en nuestra piel.

Cuando terminamos me invadió una paz que no había sentido nunca, y tú besaste mi frente mientras  soplabas con la nariz en mi cabello. Trajiste una manta con la que nos cubrimos y bajo la cual nos acariciamos hasta que la tormenta pasó. Y una semana después te dije que me mudaría, y desde hace más de dos años no te había visto ni había sabido nada de tí, hasta ahora que escucho la perilla de la puerta del camerino girar.

Entras bañado en sudor, con una toalla rodeándote el cuello y bebiendo de una botella de agua. Cuando me ves, una gota escapa por tus labios y baja por tu cuello, perdiéndose bajo la camiseta mojada que se te pega al pecho gracias al sudor, te acercas a mí y me besas la mejilla, muy cerca de los labios, tanto, que casi puedo sentir tu aliento en mi boca...