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Encuentro inesperado

en Hetero: Infidelidad

Encuentro inesperado

Los encuentros entre ellos prácticamente eran diarios. Pero la noche que coincidieron en aquel bar de copas, la pareció más atractiva si cabe. El siguiente fin de semana volvieron a encontrarse y sucedió lo que tenía que suceder irremediablemente…

 

I heard the old man tell his tale:

Tinker, alone within a storm,

and losing hope he clears the leaves beneath a tree,

seven stones

lay on the ground.

Within the seventh house a friend was found.

And the changes of no consequence

will pick up the reins from nowhere.

Sailors, in peril on the sea,

amongst the waves a rock looms nearer

not yet seen,

they see a gull

flying by.

The captain turns the boat and he asks not why.

And the changes of no consequence

will pick up the reins from nowhere, nowhere…

Seven stones, GENESIS

 

En primer lugar, y antes de pasar a relatarles la historia que me ocurrió hace un tiempo, pasaré a presentarme para ir entrando en materia y que me vayan conociendo mejor. Empezaré diciendo que me llamo Quique, que soy un muchacho de 22 años, con novia formal y que vivo en la gran jungla que es la ciudad de Madrid. A mi edad puedo decir que soy un chico como cualquier otro y al que le gustan las cosas típicas que pueden gustar a esa edad. Esto incluye el fútbol, la música, pues toco el bajo en el grupo que tenemos montado con los amigos, y salir los fines de semana con mi novia los cuales aprovechamos siempre que podemos para acabar la tarde o la noche pegando un buen revolcón a la primera ocasión que se nos presenta.

Pese a tener novia puedo decir que no me faltan oportunidades con otras chicas aunque a veces las pierdo por falta de iniciativa pues soy algo tímido antes de dar el primer paso. Sin embargo, también debo decir que una vez tomo confianza me adapto a la situación sin mayores problemas.

Por aquel entonces, Olivia, mi novia se hallaba fuera de la ciudad pues había ido a pasar una temporada a casa de sus tíos. Serían apenas tres semanas sin vernos, pero debo decir que las mismas se me hicieron eternas sin poder disfrutar de las mamadas y los buenos polvos que gozaba junto a Olivia.

La verdad es que Olivia es un encanto de muchacha. Tres años más joven que yo, le gusta vestir de manera informal con camisetas de tirantes y pantalones, faldas o minifaldas bajo las que destacan las maravillosas piernas que tiene y que, por supuesto me ponen cardíaco siempre que las veo. Bajita de estatura pues no llega al metro sesenta, le gusta suplirlo con altos tacones que la hacen parecer mucho más alta y esbelta. Sus cabellos morenos son cortitos y rizados enmarcando su rostro de niña con aquellos ojos achinados que tanto morbo me provocan. Con Olivia hacía un año que salía y la verdad es que todo iba viento en popa. Ambos estudiábamos durante la semana y el fin de semana lo aprovechábamos para ir al cine, salir con los amigos a los pubs de moda y después marchar directos a la discoteca donde ya la cosa se desmadraba con el calor de la pista y la cercanía de los cuerpos. Luego acabábamos en el baño de la discoteca o en el coche pasando un buen rato viendo amanecer.

No sabía como iba a pasar sin ella aquellas tres semanas en que iba a visitar a sus tíos a los que hacía tiempo que no veía. Los ensayos con el grupo de música y luego salir con ellos me distraería el tiempo que Olivia no estuviera en Madrid haciéndome su ausencia más llevadera. No podía imaginar la noche en que nos despedimos a la puerta de su casa, lo ocupado que iba a estar y lo poco que la iba a echar de menos…

Hace dos viernes quedé con mis amigos a tomar algo después de cenar y ducharme tras haber estado un rato tocando en el local que tenemos para ensayar. Fuimos a la zona de bares donde la gente suele reunirse antes de ir a la discoteca de moda a seguir la fiesta. Estuvimos yendo de un bar a otro, tomando varias copas, charlando de cómo había ido la semana y disfrutando del panorama femenino más que interesante que nos rodeaba.

Serían cerca de las doce cuando vi entrar a Cintia acompañada por un grupo de gente en el garito donde estábamos. Cintia es la cajera de la oficina bancaria donde tengo guardados mis pocos ahorros. Rondará los cuarenta y según había oído se encargaba ella sola de sus hijas tras haberse divorciado tres años antes. Las pocas veces que iba al banco a ingresar el poco dinero que podía reunir, me la encontraba siempre tras el cristal con aquella sonrisa encantadora y, si no había mucha gente, entablamos una conversación de pocas palabras.

Desde que la conocía, nunca me había fijado en ella como mujer aunque lo cierto es que resultaba agradable y físicamente, pese a sus años, se conservaba realmente bien. En la oficina vestía muy formal con aquellos trajes chaqueta o simplemente con blusa y falda hasta la rodilla. Disfrutaba de una larga melena ondulada y de un negro azabache que siempre sabía combinar con los colores de blusa más adecuados. Los tacones para Cintia resultaban preceptivos en aquel trabajo tan serio en el que tanto importa la presencia.

Aquella noche en que la vi entrar en aquel local de copas, Cintia me pareció bonita e interesante fuera del ambiente del banco donde siempre la ubicaba. Iba acompañada de un grupo de amigos de su edad, en el que podía apreciarse la presencia de dos o tres parejas, seguramente alguna de ellas sería matrimonio. Nos saludamos de forma correcta con un par de besos y poco más, entremezclándome yo en el tumulto del local en busca de mi pandilla.

Así estuve media hora bebiendo y charlando con mis amigos, de forma que había olvidado a Cintia por completo. Sin embargo, al ir a la barra en busca de una cerveza, pude verla sentada en una mesa junto a sus amigos. Parecía bastante aburrida y al mirar nuevamente hacia la mesa donde se encontraba, observé que me miraba sin apartar sus ojos de mí. Pagué la cerveza a la guapa camarera y al volverme, fui yo quien me quedé mirándola sorprendiéndome al ver que Cintia apartaba su mirada de la mía. Aquello me hizo pensar en ella y, estando solo como estaba aquellos días, empecé a fijarme más en ella aunque de la forma más discreta posible.

La noche avanzaba lentamente entre copas y música y el local se iba llenando más y más. Varias fueron las veces en que la sorprendí con la mirada clavada en mí, haciéndome yo el desentendido como si la cosa no fuera conmigo. Sin embargo, el anzuelo femenino ya estaba lanzado y la presa se hallaba cada vez más cercana a ella. Me noté excitado bajo los tejanos y la culpable de todo aquello era aquella madura mujer en la que, tonto de mí, nunca me había fijado antes.

Ahora sí mis pensamientos tan solo giraban en torno a ella. Escondido entre el gentío, me fijé en aquella blusa blanca que llevaba con los dos botones de arriba sueltos y en el largo collar que descansaba sobre la misma. Debajo unos pantalones negros que le daban un toque elegante y distinguido. Realmente Cintia tenía buen gusto para vestir.

De pronto, se apoderaron de mí unas ganas horribles de acercarme a ella. Me hubiera apetecido horrores entablar conversación con aquella mujer que tan atractiva me parecía. Sin embargo, me quedé allí con mis amigos buscando algún tema de que hablar con ella. Nunca me había pasado pero aquella vez me sentí empequeñecido frente a aquella mujer madura que tan nervioso me tenía. Vi mi oportunidad perdida cuando uno de sus acompañantes se puso a hablar con ella de forma amigable. Cintia reía de buena gana con los comentarios que aquel hombre le hacía por lo que mi interés por ella y mi calentura se hicieron insoportables para mí. Mucho peor me sentí cuando en cierta ocasión pude ver reír a aquella mujer mientras, con una copa en la mano, me miraba nuevamente sin apartar sus ojos. No sé si con aquellas miradas deseaba provocarme o bien hacerme rabiar viéndola con aquel tipo.

Fue pasando la noche y finalmente decidí volver a casa con el rabo entre las piernas como vulgarmente se dice. Ciertamente me hubiera apetecido pasar un buen rato con ella y conocerla de forma mucho más íntima en la estrechez de mi pequeño coche o, por qué no decirlo, en su propia casa si se hubiera dado el caso. Una vez en casa me metí en la cama y allí estuve media hora larga pensando en el cuerpo maduro de Cintia y sin poder dormir.

Tanto pensé en ella que acabé haciéndome una paja a su salud como si de un vulgar jovencito se tratase. ¡Tantas eran las ganas que tenía de descargar mi calentura de aquella noche! Pasé el viernes sin que mis necesidades fisiológicas se rebajasen, pues no hacía más que imaginármela entre mis brazos y, por otro lado, las llamadas por teléfono hablando con Olivia hacían que me encontrara cardíaco perdido a cada momento sin poder disfrutar de su bello cuerpo.

No podía seguir de aquel modo, masturbándome cada dos por tres en la soledad de mi cuarto así que creí conveniente coger el toro por los cuernos. Ya saben aquello de que quien no arriesga no gana y además no quería quedarme con la duda de qué hubiera pasado si me hubiera lanzado al abismo. Pensé provocar un encuentro con ella y qué mejor que ir al banco tal como solía hacer de tanto en tanto.

Para allí me fui encontrándome con la cola habitual de todas las mañanas. Por supuesto allí se encontraba la mujer que centraba todas mis atenciones desde hacía unos días. Cuando llegó mi turno, Cintia me saludó con la mejor de sus sonrisas y tras entablar conversación de modo muy profesional fue ella misma quien sacó a colación la noche en que nos habíamos visto:

La verdad es que fue una sorpresa para mí encontrarte la otra noche. ¡Qué pequeño es el mundo! ¿no crees? –preguntó entre sonrisas.

La verdad es que sí. Yo tampoco esperaba encontrarme contigo –contesté como sin darle importancia a aquel hecho.

Mis amigos comentaron tras la cena si nos apetecía ir. Vamos de vez en cuando. La verdad es que es un sitio pequeño y acogedor y además la música está bastante bien.

Ya vi que lo pasabas bien –comenté amablemente.

¡Oh, no creas! La noche resultó bastante aburrida pues el tipo con el que estaba era un auténtico peñazo.

La gente de la cola esperando nos hizo que pusiéramos fin al corto encuentro marchando yo a casa nuevamente con una necesidad horrible de avanzar en mi acercamiento hacia ella. Una vez más me masturbé aquella noche a su salud. Aquella hembra madurita se estaba empezando a convertir en una obsesión para mí así que dándole vueltas una y otra vez al tema pensé que debía poner fin a mis turbios pensamientos en relación con aquella bella mujer.

Ya se sabe que las noticias corren que vuelan de manera que, aún no se cómo, mis amigos tuvieron noticia de mis encuentros con Cintia. Nada había ocurrido entre nosotros pero la cercanía entre un guapo muchacho y una mujer enseguida hacen imaginar cosas al resto de la gente. Una tarde, estando en el local ensayando con mis amigos, Roberto empezó a meterse conmigo a la primera oportunidad que se le presentó:

Vaya, vaya…menudo Casanova estás hecho. ¿Así que le estás tirando los trastos a la cajera del banco?

No digas tonterías –respondí un tanto molesto y más molesto me puse aún al verle reír siguiendo con el tema.

Quique, no seas tonto. ¡Seguro que tiene unas ganas terribles! Más de uno quisiéramos poder enrollarnos con una mujer así. Ya sabes…el sueño de cualquier hombre es hacérselo con una madurita como esa. Y en cuanto a Olivia no te preocupes que seré una tumba.

Sonreí de forma forzada tras sus últimas palabras y sin decir nada más dejamos el tema continuando con el ensayo de aquella tarde. Pero sin quererlo, Roberto había hecho que la chispa se mantuviera prendida en mi cerebro pensando en aquella mujer una y otra vez. Tenía que buscar una ocasión propicia para lanzarme sobre aquella hembra entradita en carnes pero todavía de buen ver. ¡Un polvo con aquella mujer bien valía la pena!

El fin de semana siguiente comenté a mis amigos, como sin darle importancia al asunto, si íbamos al local donde me encontré aquella noche con Cintia. Todos estuvieron de acuerdo en ir sin hacer más comentarios, pero Roberto unos minutos más tarde y aprovechando que estábamos tomando una copa solos en la barra, me dijo si el comentario tenía algo que ver con Cintia. Tuve que reconocer que así era y que esperaba a ver si se presentaba aquella noche por allí.

Estuvimos tomando unas copas en varios locales, fijándonos en alguna que otra chica de nuestra edad, y comentando entre risas quien sería el afortunado de encontrar pareja aquella noche. Yo me moría de ganas de que el tan deseado encuentro con la mujer de mis sueños se produjese y no veía el momento de ir al local a ver si había suerte y coincidía con Cintia.

Allí llegamos y me llevé una desilusión al ver que no había rastro de ella. Nos dirigimos a la barra y tras pedir unas cervezas nos pusimos a bailar con unas chicas a las que no conocíamos de nada. La que me tocó a mí era bastante feúcha aunque bastante simpática así que, al menos, estuve entretenido bailando un rato con la pareja que me había tocado.

Al acabar el último baile abandoné a la muchacha en la pista dándole dos besos y volví a la barra donde se encontraba Roberto dando buena cuenta de su cerveza.

Casanova, ¿a qué no sabes quien acaba de llegar? –me preguntó con sonrisa enigmática.

Juro que no pensé ni un minuto que pudiera tratarse de Cintia. Me había quedado tan chafado al no verla al llegar que olvidé por completo la posibilidad de que finalmente pudiera aparecer.

Muchacho, ¿pero en qué estás pensando? –me dijo chocando su cerveza con la mía. Vuélvete y verás el bombón que ha entrado hace apenas dos minutos.

Así lo hice y rebuscando entre la gente, el corazón me dio un vuelco al ver que se trataba de Cintia. Allí estaba con el grupo de amigos de la otra noche charlando y riendo sin parar. Estaba realmente guapísima con aquella camiseta oscura sin mangas bajo la que se marcaban aquel par de grandes montañas que parecían querer romper la tela que las cubría. Debajo una falda roja que le llegaba a la altura de las rodillas y unas medias negras conjuntadas con aquellas bonitas sandalias igualmente negras. De nuevo mis ánimos se vinieron abajo al verla acompañada por el hombre de la otra noche. Imaginé una nueva noche de reconcomerme por dentro al ver pasar delante de mis narices la posibilidad de charlar un rato con ella y quizá algo más.

Me senté en una esquina de la barra y pedí una nueva cerveza buscando ahogar mis penas en alcohol. El local se fue llenando más y más mientras la música sonaba a todo trapo. Habrían pasado unos cinco minutos cuando noté que alguien me tocaba el hombro apoyando la mano en el mismo. Me volví y quedé sin hablar al ver que era la misma Cintia, la querida Cintia quien se encontraba a mi lado sonriéndome con mirada alegre.

Volvemos a vernos. No imaginaba encontrarte otra vez aquí –me dijo acercándose a mi oído pues el ruido ahora era infernal.

Sentí el aroma fresco que desprendía y recuperándome de la sorpresa le devolví la sonrisa preguntándole inocentemente si hacía mucho rato que había llegado. Respondió que hacía poco que había venido y que se había acercado al verme tan solo y aburrido. Quise decir cualquier tipo de excusa pero Cintia juntándose más a mí me hizo notar su pecho pegado a mi brazo. Lo sentí grande y poderoso y sin poder evitar mi rápida respuesta empecé a notar el lento crecimiento de mi pene bajo los tejanos.

¿Me invitas a tomar algo? –me preguntó volviendo a sonreír de aquel modo que tanto me gustaba.

Por supuesto –respondí al instante. Pero… ¿no has venido con nadie?

¡Oh sí, he venido con mis amigos de la otra noche! Pero la verdad es que me estoy aburriendo un montón. Ya que los dos estamos aburridos, ¿qué te parece si nos hacemos compañía esta noche?

Al principio creí no haber oído bien su invitación, creí que mis oídos me estaban jugando una mala pasada. Sin embargo, era completamente cierto. La mujer tan deseada desde hacía unos días, aquella madurita que podría ser mi madre pero todavía más que apetecible para un joven como yo me había hecho la pregunta mágica y, por supuesto, me sentía encantado en su compañía.

Así pues me volví a la barra y pedí dos cubatas pues la noche parecía prometer grandes emociones junto a Cintia. Estuvimos charlando media hora larga y Cintia me sorprendió gratamente por su carácter abierto y juvenil. La cercanía de nuestros cuerpos debido al bullicio del local me hacía sentirla prácticamente sobre mí. Cada vez me sentía más y más atraído por esa mujer que parecía hipnotizarme con sus miradas y sus sonrisas.

Al acabar la copa, Cintia se acercó mucho más a mí y me dijo que la llevara a otro sitio que estaba cansada de estar allí. Ya estaba todo más que claro así que como si de una pareja de enamorados se tratase, marchamos recogiendo ella su bolso y sin despedirnos de nadie. Nada más salir del local, Cintia se apretó contra mi cuerpo y elevándose sobre los zapatos me miró fijamente con aquellos ojos brillantes que me tenían tan subyugado.

¡Quique, bésame! ¡Anda no seas cobardica! –me dijo ofreciéndome su boca antes de cerrar sus ojos en espera de nuestro primer beso.

Me lancé sobre ella y tomándola por la cintura junté mis labios a los suyos los cuales noté cálidos y muy, muy húmedos. Llevándola hacia la pared la acogí entre mis brazos besándonos con enorme pasión hasta acabar mezclando nuestras lenguas en el interior de su boca. Fue ella la que me provocó sacando primero su lengua para después meterla en la boca abriendo sus labios para permitir el paso de la mía. Aquella mujer sabía como besar, haciendo sus besos primero suaves y delicados para después dejarse llevar por los dictados que nos marcaba nuestro deseo.

Allí estábamos abrazados y besándonos en medio de la calle sin preocuparnos el resto de personas que estaban por allí, tan sólo disfrutando de nuestros besos que a cada momento iban ganando en intensidad. Notaba su boca con el sabor del alcohol tomado aquella noche y ello hizo que me sintiera más atraído hacia ella. Cintia se apretaba a mí restregando el cuerpo y haciéndome notar sus grandes pechos contra el mío. Se la veía excitada y con ganas de ir mucho más allá. No podía creer en mi suerte de tener entre mis brazos a una mujer como aquella. Acostumbrado a los juegos con Olivia, aquella mujer madura y ya de vuelta de todo, me pareció un verdadero regalo de los dioses que no pensaba perderme por nada del mundo.

Igual que yo notaba sus pezones endurecidos a través del algodón fino de su camiseta, era imposible que ella no notase mi creciente erección que empezaba ya a manifestarse bajo mis gastados tejanos. Mi vientre apoyado sobre ella debía ser para Cintia prueba más que palpable de mi estado así que separándose de mí con dificultad la escuché decirme con voz temblorosa:

Quique, por favor llévame a otro sitio. ¡Tengo la boca seca y necesito tomar algo!

Nos metimos en el primer lugar que encontramos y donde la música estaba al máximo de su potencia. Nos costó entrar hasta la barra debido a la gente que había a esas horas. Tras pedir nuestras consumiciones, ofrecí la mano a Cintia y la hice acompañarme hasta un rincón apartado donde afortunadamente había un sofá vacío. Una vez dimos un buen trago a nuestras consumiciones volvimos a enfrascarnos en nuestros besos dándonos nuevamente las lenguas las cuales se unieron en un abrazo húmedo y desesperado. Separándose de mí, pude ver como Cintia respiraba de forma acelerada tanto era el deseo que mostraba por mí. Los ojos le brillaban bajo las pocas luces que envolvían aquel local, testigo perfecto de nuestros ardientes besos.

Ninguno de los dos decíamos nada. Bueno, claro que nos decíamos pero tan sólo con nuestras caricias y gemidos que iban creciendo en intensidad a cada momento. Jadeábamos y gemíamos como dos animales en celo mientras nos besábamos y comíamos las bocas al tiempo que nuestras manos iban mucho más allá empezando a reconocer nuestros cuerpos sin el menor recato.

Cogí a Cintia por el cuello y haciéndoselo girar levemente me apoderé del mismo empezando a lamérselo y chupárselo como un lobo hambriento. Cintia gemía, perdido completamente el control, dejándose hacer por mí con total complacencia por su parte. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos y así mientras yo me hacía con su espalda y sus muslos recorriéndolos de arriba abajo, ella me llevaba hacia ella enredando sus dedos en mi crespo cabello.

Chúpamelo…vamos, chúpamelo cariño…eso me vuelve loca –pude oírla gritar pese al alto volumen que nos envolvía.

Hice caso a sus súplicas y continué comiéndole el cuello al tiempo que ella restregaba sus muslos por encima de mi pierna demostrándome la tremenda calentura que la envolvía. Cintia se retorcía entre mis brazos gozando con lo que le hacía hasta que de pronto y sin esperármelo me apartó de ella diciéndome que iba al lavabo un momento. Me quedé allí tumbado y completamente excitado pues notaba mi polla tratando de escapar del encierro al que la sometía. Me dolía tanto mi enorme erección que no pude menos que colocármela bien dentro del pantalón para que no me molestase el empalme que llevaba.

No tardó Cintia en volver y nada más verla vi lo sofocada que se encontraba. Una vez se sentó y sin decir palabra, volvimos a las andadas besándonos y comiéndonos las bocas como si en ello nos fuera la vida. Me mordía la boca y yo le mordía la suya con verdadera furia y completamente olvidados de todo aquello que nos rodeaba. Esta vez y sin reprimirse lo más mínimo mi querida conquista apoyó su mano sobre mi entrepierna, disfrutando al ver el estado en me hallaba. Apretó mi miembro con fuerza tocándomela y tocándomela una y otra vez mientras nuestras lenguas luchaban sin descanso. Manteniendo yo los ojos cerrados por el placer que estaba sintiendo, aquella mujer me dijo al oído con voz entrecortada:

Dámela Quique. ¡Tengo tantas ganas de tenerla en mi boca y comértela hasta el final!

Aquella mujer era puro fuego y estaba seguro que tenía muchas cosas que enseñarme así que ayudándola a hacerlo, Cintia me bajó lentamente la cremallera del pantalón metiendo su mano hasta que logró hacerse con mi endurecido pene. Sonrió maliciosamente mientras se humedecía los labios con la lengua, preludio de lo que seguramente pretendía hacerme en breves segundos. Estaba seguro que deseaba comérmela allí mismo tal como me había dicho y yo no iba a ponerle la más mínima pega para que lo hiciera. Pocas veces se dan oportunidades como aquella y estaba dispuesto a llegar hasta el final sin prestar atención a las posibles consecuencias.

Sacó mi polla y nada más la vio, se lanzó sobre ella empezando a jugar con ella descapullándola con sus dedos hasta que el glande apareció reluciente y brillante frente a ella. Golpeó la cabeza del pene con la punta de su lengua varias veces hasta hacerme vibrar de emoción. Mientras lo hacía no dejaba de mirarme a los ojos entreabriendo y entrecerrando los suyos mostrándome de aquel modo lo mucho que deseaba hacerme gozar.

Con su lengua fue subiendo y bajando por todo el tallo desde la cabeza hasta los huevos para subir nuevamente hasta alcanzar el redondo champiñón el cual finalmente se metió en el interior de su boca arrancándome un fuerte gemido de satisfacción. Cintia era una auténtica maestra haciéndolo de forma como nunca me lo había hecho Olivia con lo cual aún lo disfrutaba mucho más. Cogiéndole la cabeza con la mano fui acompañándola en sus movimientos de cabeza los cuales fueron ganando en intensidad a cada instante.

Chupó y chupó mi polla con ansia contenida, sin prisas pero sin pausa, dejándola que se fuera deslizando en el interior de su boquita hasta alcanzar el paladar para volver a sacarla de nuevo. ¡Dios, qué gusto me estaba dando aquella tía! Mi polla palpitaba dentro de su boca y entre sus dedos cada vez que la dejaba escapar de tan lindo encierro. Acompañó sus caricias bucales con la de su mano masturbándome al mismo tiempo teniéndome así de entregado a todo aquello que quisiera hacerme. Agarraba con fuerza mi pene entre sus dedos como si no quisiera abandonar tan magnífico trofeo y lo atrapaba entre sus labios y lo dejaba ir consiguiendo con ello hacerme estremecer.

Estaba a punto de reventar pero quería que ella también disfrutara así que estirándome hacia ella llevé mi mano bajo su falda encontrándome con su sexo empapado con sus jugos. Quedé gratamente sorprendido al comprobar lo mojadas que estaban sus pequeñas braguitas, al parecer se hallaba cerca de su orgasmo si es que no lo había alcanzado ya. Cintia permitió mi avance abriendo mínimamente las piernas y dejando que mi mano se instalase entre ellas en busca de interminables placeres para ambos. La vi temblar al mismo tiempo que ella dejaba caer la cabeza sobre el respaldo del sofá tras abandonar unos segundos mi grueso ariete.

Me hice con su coñito acariciándole el clítoris el cual noté endurecerse nada más sentir el roce de mis dedos sobre él. Cintia gemía y gemía entrecortadamente incitándome a continuar por ese mismo camino, cosa que hice maltratando su pequeño botoncito haciendo círculos con la yema de mi dedo por encima del mismo. Ella volvió a lanzarse sobre mi polla tragándosela ahora de una sola vez sin poder reprimir su gran placer. Con la mano la obligué a hundirse entre mis muslos haciéndola chuparme el pene a gran velocidad. Así estuvimos un minuto largo acariciándole yo su coñito mientras ella chupaba y lamía mi largo instrumento de forma salvaje hasta hacerme sentir la cercanía del orgasmo.

¡Me voy a correr…no te pares, vamos! –dije completamente seguro de que no me oía pero en esos momentos era algo que no me importaba lo más mínimo.

Al fin exploté sobre su bonito rostro después de que ella abandonara la opresión que sus labios ejercían sobre mi excitado aparato. Eyaculé entre pequeños gritos de placer lanzando varios copos de semen los cuales fueron a parar sobre mi vientre, su nariz y su boca. Resoplaba con dificultad tras el enorme placer disfrutado gracias a aquella hermosa hembra que me había tocado en suerte aquella noche. Tras recuperarme un poco de mi orgasmo abrí mi boca dejándome besar por ella y viéndola después recoger los restos de mi semen llevándoselos a la boca para disfrutarlos con cara de viciosa. Jamás hubiera imaginado que aquella mujer aparentemente tan seria en su trabajo pudiera ser tan fogosa en el apartado amoroso.

Recuperando levemente el resuello volví a dedicarme a ella en busca de su orgasmo. Quería que se corriera y gozase igual que yo había hecho con sus caricias. Mis dedos entraron en su vagina tras apartar los labios que la cubrían y así estuve un rato acariciándola una y otra vez sin parar de jugar con su duro botón y con la entrada de su vulva la cual estaba mojada y deseosa de recibir el roce de mis dedos y mi lengua. Se retorcía con lo que le hacía y entre sollozos y gemidos entrecortados al fin la vi llegar al orgasmo tan deseado por ambos. Chupé y bebí sus jugos los cuales manaban en abundancia, tanto que parecía que se estuviera meando de gusto. ¡Nunca había visto gozar a una mujer de aquel modo tan completo!

Tras su orgasmo, nos arreglamos y tras acabar nuestras consumiciones salimos de allí cogidos de la mano como dos enamorados.

¡Ahora quiero que me folles, cariño! ¡Hace días que no follo y me muero de ganas de que me lo hagas! –me dijo tan pronto estuvimos en la calle. Vamos a mi casa que mis hijas están con sus abuelos así que podemos pasar un buen rato sin nadie que nos moleste.

Volvimos a besarnos, sellando con ese beso la relación tan intensa que habíamos iniciado aquella noche. Tras separarnos cruzamos nuestras miradas y Cintia me dijo que tenía su coche cerca así que para allá fuimos presentándonos en su casa en pocos minutos. Pasamos semáforos y semáforos en verde a gran velocidad con mi mano apoyada en el rotundo muslo de Cintia disfrutando de su calidez mientras ella, cada vez que podía, dejaba descansar su mano de largos dedos de uñas bien cuidadas sobre mi entrepierna tratando de mantener mi excitación en forma tras la tan reciente corrida que me había hecho disfrutar minutos antes.

En apenas veinte minutos paramos frente a su casa saliendo los dos del interior del coche. Nada más entrar a su casa me pegué a su espalda apoderándome de sus duros pechos que tan loco me tenían y echándole el cabello a un lado me hice con su blanco cuello empezando a mordisqueárselo frenéticamente.

¡Tranquilo muchacho, tranquilo…no seas impaciente! –dijo Cintia entre risas nerviosas mientras lograba separarse de mí con grandes dificultades.

Dentro del ascensor nos besamos una vez más como si en ello nos fuera la vida. Su lengua se juntaba a la mía transmitiéndome el sabor de su saliva el cual me pareció quemarme los labios. Busqué levantarle la falda con mis manos camino de sus nalgas pero ella me las detuvo con las suyas mientras continuaba besándome con enorme placer.

¡No cariño…ten un poco de paciencia! –musitó débilmente entre débiles sollozos.

Salimos del cubículo y Cintia sacó al fin las llaves del bolso antes de abrir la puerta con creciente ansiedad. Me hizo entrar al amplio recibidor y nada más entrar ella, cerré la puerta con un golpe de pie y sin esperar más la llevé contra la pared besándole el cuello y el pecho por encima de la camiseta. Ella respiraba de forma acelerada, tanto era el deseo y la pasión que la embargaban en esos momentos.

¡Te deseo…te deseo tanto, cariño! –confesó ya completamente fuera de sí.

Golpeándome con su aliento en la cara, me dio la mano haciéndome seguirla por el largo pasillo hasta que llegamos al salón. Cintia se recompuso el alborotado cabello con sus dedos mientras sonreía de forma forzada. Me ofreció algo de beber y dándome la espalda se dirigió taconeando al otro extremo del salón donde agarró un vaso el cual llenó con dos cubitos de hielo para después echar un buen chorro de whisky.

Bebimos los dos del mismo vaso sin apartar nuestras miradas de los ojos del otro. Los bonitos ojos almendrados de Cintia brillaban bajo la tenue luz de la lámpara encendida junto al amplio ventanal. Lo cierto es que estaba preciosa; no podía entender como mis ojos no se habían fijado en ella mucho antes.

Acabamos la copa y ahora sí, la cogí por las nalgas y subí la tela del vestido hacia arriba empezando a enloquecer con aquel trasero duro y poderoso. La hice levantar una de sus piernas cogiéndosela por el muslo y me hice con su pequeña oreja chupándosela una y otra vez hasta empapársela con mi saliva.

Ella no hacía más que restregarse contra mí con lo que podía notar sus enormes pechos juntarse con el mío. Llevando mi mano a su espalda fui descorriendo la cremallera de su camiseta hasta llegar a su cintura.

¡Quiero follarte, Cintia…quiero follarte hasta acabar rendidos!

Sí, hazlo mi amor. Desnúdame del todo y hazme gozar con tus caricias…

La hice recular hasta llegar a la gran mesa que había en un rincón del salón y allí la obligué a tumbarse boca arriba. La despojé de la camiseta y luego del bonito sujetador rosa pálido con el que cubría sus senos. Empecé a comérmelos con gran apetito chupándolos y mordiéndolos hasta hacerme con sus oscuros pezones los cuales succioné como un bebé en busca de su tan necesario alimento. Cintia gimió levemente completamente estirada sobre la mesa y dejándose hacer por completo. Sus pezones se pusieron durísimos gracias al roce de mi lengua y a los suaves mordiscos con que les obsequiaban mis dientes.

Abandoné tan sabrosos manjares y fui bajando por su ombligo y su vientre hasta llegar a su monte de Venus en el cual me paré acariciando su bien cuidado vello con mis dedos. Aquella mujer no hacía más que temblar sintiéndome jugar con tan delicada zona de su anatomía. Haciéndola levantar su trasero le solté los botones que sujetaban su falda dejándola resbalar ésta por sus muslos y sus pantorrillas hasta que acabó cayendo sobre el suelo. Allí estaba frente a mí aquella hermosa mujer tan sólo cubierta por aquella diminuta prenda que era su diminuta braguita de delicado color rosa pálido. Eché la tela a un lado y nuevamente volví a encontrarme con el encantador tesoro que guardaba aquella mujer entre sus piernas.

Me hundí entre ellas y se lo comí con gran placer hasta que la hice correrse dos veces más aullando totalmente enloquecida. Los gritos y berridos de aquella mujer resonaban sobre las paredes del salón destacando sin remedio sobre el silencio de la noche. Cintia era tan diferente a Olivia. Se entregaba al máximo y gozaba sus orgasmos como si fuera lo último que hiciera en su vida. Encadenó su orgasmo con otro seguido hasta que pude verla caer rendida pero plenamente feliz sobre la mesa.

¡Muchacho, eres un gran amante! ¡Debo reconocer que sabes como satisfacer a una mujer! Pero ahora te toca gozar otra vez a ti –dijo mirándome a los ojos mientras se apoyaba sobre los codos.

Gracias a mi juventud era capaz de excitarme de nuevo tras haber alcanzado un primer orgasmo. Así ocurrió aquella vez cuando aquella madurita se bajó de la mesa y tras desnudarme con pasmosa tranquilidad empezó a degustar mi joven aparato hasta lograr endurecerlo al instante. Una vez empalmado de nuevo, Cintia humedeció sus labios mientras disfrutaba del enorme placer que me prodigaba con sus tiernas caricias.

¡Cómemela…vamos cómemela entera! –dije agarrándola de la melena mientras cerraba los ojos en espera del placer que aquella mujer iba a darme.

Sí, me encanta tu polla. ¡Qué lástima no haberte atacado mucho antes! –exclamó antes de abrir la boca y empezar a mamármela a buen ritmo.

Aquella mujer era una máquina a la hora de chupar y tan pronto estaba succionando mi polla como se adueñaba de mis huevos lamiéndolos hasta conseguir hacerme emitir tímidos gemidos de placer. Chupaba y chupaba y con su lengua recorría la totalidad de mi mástil pudiendo yo tan sólo acompañarla en su dulce tarea. Bajando mi vista hacia ella, veía moverse aquella cabecita adelante y atrás mostrando la técnica refinada que tenía en aquellos menesteres. Sus mejillas se inflamaban cada vez que mi grueso miembro entraba en su boca pero, no por ello Cintia se apartaba de él, metiéndolo y sacándolo sin descanso. ¡Jamás en mi vida nadie me la había mamado de aquel modo! ¡Creí alcanzar el cielo en aquellos momentos gracias a aquella experta hembra que hacía de aquello todo un arte! Sacándola unos segundos de su boquita la enfrentó levantando los ojos hacía mí para, al momento, volver a saborearla adentro y afuera, adentro y afuera.

Debía parar aquello si no quería acabar explotando antes de tiempo. Tenía serias dudas de poder aguantar un tercer asalto si volvía a correrme y no quería pasar sin probar el oscuro tesoro de aquella hembra. Así pues la aparté de mí y la levanté en brazos agarrándola con fuerza de las nalgas al mismo tiempo que ella se colgaba de mí cogiéndome con las manos por detrás de la cabeza. Cintia se apoderó de mi ariete y lo llevó a la entrada de su coñito el cual lo absorbió con gran facilidad una vez se dejó caer sobre mí.

¡Clávamela, clávamela hasta el fondo, mi amor! ¡Dios, menuda polla tienes muchacho! –gritó quedándose quieta una vez la tuvo entera dentro de ella.

Teniéndola bien sujeta empecé a empujar tanto como pude haciéndola botar y botar hasta que mis cargados colgantes hacían tope con su carne. Ella no hacía más que berrear cada vez más alto a cada golpe de riñones que le daba. Aquel coñito tan mojado me recibía con facilidad permitiéndome moverme a gran velocidad lo cual agradecía ella ponderando mis enormes energías:

Me llena…me llena entera. ¡Qué polla tan magnífica, te siento…te siento hasta el final…

Continué golpeando mientras mis fuerzas aguantaron logrando arrancarle un nuevo orgasmo que me hizo sentir mordiéndome el hombro hasta hacerlo sangrar. Agotado por tan enorme esfuerzo, la hice descabalgar y me tumbé en el suelo completamente estirado. Cintia no quería abandonarme todavía sin haberme sacado mis jugos una vez más así que sentándose encima de mí empezó a rozar su pubis sobre mi pene hasta hacerme enloquecer. Cruzando sus dedos con los míos, se movía girando sus nalgas de forma circular como si estuviera fornicando igual que una amazona sobre su espléndido corcel. Yo sólo hacía que disfrutar de tan formidable momento dejándome llevar por aquella experta mujer en espera de que fuera ella quien decidiera el próximo movimiento.

Y éste no tardó mucho en producirse, tomando mi pene con su mano con la cual lo mantuvo enhiesto apuntando orgulloso hacia el techo. Entre jadeos y palabras entrecortadas se fue dejando caer hasta que sus labios se fueron abriendo envolviendo mi miembro por entero. Me hice con sus pechos los cuales noté bien duros y observé con la mirada entrecerrada como Cintia, mi querida Cintia se arqueaba hacia atrás lanzando la cabeza hasta quedar mirando al techo. De sus labios salían palabras y frases sin sentido alguno mientras se acomodaba al tamaño más que aceptable de mi pene. Masajeé sus senos a gran velocidad en el momento en que ella empezó a cabalgar como un animal herido. Tan pronto se movía haciendo círculos sobre mi eje como, de pronto, lo hacía adelante y atrás.

¿Te gusta cariño? –pregunté cogiéndome a sus caderas mientras mi polla no paraba de entrar y salir de su vagina.

¡Me encanta! –respondió con voz ronca. ¡Métemela…métemela hasta el fondo!

Conseguí mantenerme sin correrme a duras penas haciéndola parar cuando veía cercano mi final. Estuvimos follando y follando un largo rato, disfrutando del otro como animales en celo. Aquella mujer sabía cuando moverse rápido y cuando hacerlo mucho más lento para conseguir de ese modo alargar el deseo de cada uno de nosotros. Me incorporé hasta alcanzar su boca la cual besé con voracidad al tiempo que ella cruzaba sus brazos por detrás de mi cuello devolviéndome el beso entre profundos gemidos. Empujaba contra ella lentamente y, cada vez que lo hacía, veía a aquella hermosa mujer quedar suspendida en el aire para volver a caer clavándose mi sexo hasta quedar enteramente empalada. Con los ojos en blanco Cintia no hacía más que pedirme que le diera más y más fuerte gozando de tan tremenda follada como ambos formábamos.

¡Ahora quiero que me folles el culo! Pero primero deberás comérmelo para que no me duela cuando me metas tu tremenda polla –exclamó junto a mi oído al tiempo que me llevaba hacia ella para sentirme mucho más.

No podía creer lo que me decía. ¡Tanto tiempo buscando follarle el culo a mi novia sin conseguirlo y aquella mujer me lo estaba pidiendo sin reserva alguna! Poniéndome manos a la obra y a pese a mi inexperiencia en tan exquisitas lides, me coloqué tras ella abriéndole con mis dedos su estrecho agujero el cual se veía oscuro y cerrado. Me sumergí en su pompis y empecé a lamer su rosado agujero a lo cual respondió ella temblando y pidiéndome que continuara con aquello.

Chúpalo, vamos chúpalo. ¡Dios, qué gusto más rico me das! –decía mientras removía el culo una y otra vez.

Con mi lengua fui humedeciendo su esfínter hasta que pude ver como éste se iba dilatando con suma facilidad dejando entrar la punta de mi lengua. Los gemidos de Cintia fueron ganando en volumen según mi lento avance iba aumentando en intensidad jugando con el culito de mi amante. Ella se retorcía agarrada a ambos lados de la mesa del salón donde la tenía firmemente apoyada mientras seguía disfrutando de su bonito trasero. Así estuve diez largos minutos acariciándole al tiempo su coñito con una de mis manos hasta que la hice estremecerse del goce que sentía.

Me puse en pie situándome tras ella a la que vi estirar el cuerpo hacia delante mientras abría aún más las piernas deseosa de sentirme dentro de su estrecho canal. Apunté la cabeza de mi pene sobre su rosada entrada haciéndosela sentir mi enorme humanidad presionando ligeramente pero aún sin pretender entrar dentro de ella.

¡Cariño, empuja con cuidado no vayas a lastimar mi pobre culito! ¡Recuerda que tu instrumento es demasiado grande y ve con cuidado!

Apoyada una mano en su hombro y teniéndola bien agarrada de la cadera con la otra empecé a empujar notando como el esfínter se iba abriendo con cierta dificultad. Cintia, con la cara girada hacia mí, mostraba un gesto mitad de temor, mitad de deseo en espera de cobijar mi pene en su interior. Poco a poco mi glande fue entrando traspasando el anillo anal hasta quedar parado unos segundos. La experta mujer aguantó la respiración mientras se hacía al grueso champiñón que había transgredido tan delicado conducto. Tras unos instantes de gran tensión por parte de ambos, fui forzándola hasta que sus gritos y gemidos desbocados se fueron tornando en sollozos agradecidos de profundo placer en el momento en que comencé a moverme lentamente dentro de ella.

Al principio me costaba horrores moverme pero luego logré irla sodomizándola a mayor ritmo entrando y saliendo sin parar. Empujaba a fondo arrancándole gemidos lastimeros para sacarla después dándole un mínimo descanso. Durante un buen rato que para mí fue el periodo más maravilloso de mi corta experiencia sexual, estuve sodomizándola sin descanso hasta que exploté en sus paredes llenándola por completo con mi espeso líquido.

Gritando como descosida y con cara de inmensa felicidad, Cintia alcanzó el último orgasmo de aquella noche antes de caer yo sobre su espalda bufando como un toro a punto de ser muerto. Aquel había sido el mejor polvo que nunca había gozado. Gracias a aquella mujer mi corta experiencia en material sexual había ganado montones de enteros hasta convertirme en un joven experto y totalmente seguro de mí mismo.

Mi amor, ha sido estupendo. Me has dejado totalmente agotada. Muchas…muchas gracias –me dijo antes de llevarme hacia ella y besarnos por última vez aquella noche aunque esperaba que hubiesen muchas más oportunidades como aquella en el futuro para poder gozar de ese cuerpo maduro y de tan buen ver.

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