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Noche de sábado muy movida

en Interracial

Noche de sábado muy movida

Había salido con unas amigas a disfrutar de la noche. Después de cenar en un restaurante italiano y de visitar unos garitos donde bebieron unas cuantas cervezas, acabaron recalando en un local de ritmos latinos donde se encontró con el hombre más guapo que jamás había visto. Acabaron la noche en su casa gozando de sus cuerpos como nunca hubiera podido imaginar…

 

Gonna leave the city put my troubles behind

people in the city goin’ out of their minds

goin’ to the country just to feel like gold

people in the country really let themselves go.

Hey, ho, one thing I know

people in the country got one thing for sure

Hey, ho, one thing I know

every mother’s child really lets himself go.

Goin’ to the country and leavin’ right away

no time to talk I got to make a getaway

gonna leave the city it’s a crime and a shame

people in the city are goin’ insane

Hey, ho, one thing I know

every mother’s child really lets himself go

Hey, ho, one thing I know

People in the country really let themselves go.

Going to the country, STEVE MILLER BAND

 

Vamos déjame…déjame, por favor…-apenas pude balbucear aún a oscuras y tratando de cerrar la puerta con un golpe de pie al mismo tiempo que buscaba encender a duras penas el interruptor que colgaba junto al marco de la puerta de mi pequeño apartamento.

Bésame, cariño…vamos bésame –respondió con voz entrecortada y sin dejarme escapar el joven amante que me había tocado en suerte aquella noche de sábado.

Por favor, cariño…no seas impaciente. Déjame ir al baño a cambiarme mientras te preparas una copa –exclamé igualmente con voz entrecortada por la emoción mientras trataba de desasirme del abrazo de aquella especie de King Kong entre cuyos brazos me encontraba.

Sin embargo, el muchacho parecía tener otras intenciones haciéndome sentir su monstruosa excitación bajo los finos pantalones de lino que llevaba. Se apretaba contra mí pegándome a la puerta mientras podía notar sobre mi mejilla su ardiente aliento a la ginebra ingerida durante las horas previas.

Había salido aquella noche con mis amigas a pasar un buen rato como muchas otras veces. Irene, mi mejor amiga y con quien más horas de mi vida pasaba pues trabajábamos juntas en un pequeño despacho de abogados en el distrito financiero de la ciudad, había pasado puntualmente a las nueve y media a recogerme en su coqueto Volkswagen Polo de discreto color negro pues habíamos quedado con el resto de amigas para cenar a las diez en un céntrico restaurante italiano del que éramos clientas habituales y en donde, al decir de muchas de nosotras, se comía la mejor lasaña de toda la ciudad.

Nada más vernos, Irene lanzó un sonoro silbido de aprobación al ver el conjunto que había elegido para aquella noche:

Elisa, estoy completamente segura que esta noche causarás sensación. ¡Estás radiante!

¡Oh, no seas zalamera! Eso es que me quieres bien. Sólo me he puesto algo de rímel y un poco de brillo para los labios –respondí alegremente mientras me acomodaba bien en mi asiento junto a ella.

Pues chica, debes contarme el secreto pues se te ve muy natural –dijo Irene volviendo a poner el motor en marcha el cual rugió sonoramente bajo el capó.

Las dos reímos de buena gana enfilando calle adelante para irnos adentrando en el tráfico nocturno. Gracias a mi fina figura pese a mis treinta y seis años, aquella noche había elegido un conjunto de ropa muy entallada con el que mi silueta quedaba perfectamente remarcada. Un sugerente e insinuante jersey de punto de canalé fino en color gris claro y una pequeña rebeca gris marengo para echarme por los hombros por si hacía frío. Debajo una falda corta negra y hasta medio muslo dejando que mis bonitas piernas destacasen en todo su esplendor. Todo aquel conjunto lo complementé con unas medias negras, sandalias bicolor negras y grises de tacón de vértigo, un collar de perlas por encima del jersey y el diminuto bolso en el que apenas cabía el móvil y el monedero. El sugerente escote en pico junto al cruzado mágico que me había puesto bajo el jersey estaba bien segura que haría caer la baba a más de uno.

Siempre me ha gustado insinuar mucho más que mostrar haciendo que el elemento masculino parase irremediablemente su atención sobre mis encantos. Todas las mujeres somos coquetas por naturaleza y nos encanta ser el centro de atención y quien diga lo contrario miente como un bellaco.

Llegamos puntuales al restaurante gracias a que Irene encontró un aparcamiento de forma milagrosa al salir un coche justo delante de nosotras. No sé cómo demonios se lo hacía pero Irene siempre tenía una habilidad especial para encontrar un buen aparcamiento siempre que salíamos. Ya en el restaurante cenamos y reímos alegremente hablando del trabajo y de cosas varias como suele hacerse en estos casos. Acabamos con la primera botella de vino rosado con rapidez y pedimos al camarero una segunda entre risas y comentarios subidos de tono sobre lo bueno que estaba el muchacho que nos atendía.

Finalizamos con el postre y al salir del local todas íbamos un tanto achispadas debido a alguna copa de más. María, la amiga de Irene propuso continuar la fiesta en algún pub para después ir a mover el esqueleto un rato a alguna discoteca cercana. Todas estuvimos de acuerdo entre risas y vítores hasta que una vecina apareció en la ventana del edificio de enfrente amenazándonos con llamar a la policía si continuábamos con aquellos gritos.

Así pues marchamos de allí camino de un pub cercano que María conocía y en el que dijo que había buen material.

¿Buen material? –pregunté divertida imaginando por donde iban los tiros.

Sí mujer, ya sabes. Jóvenes muchachos veinteañeros dispuestos a atacarte a la menor ocasión.

Ninguna preguntó nada más estando más que claro a lo que María se refería con su respuesta. Ya en el local nos sentamos en un rincón pidiendo cerveza la mayoría de nosotras para continuar el sarao. Irene echó un vistazo a la esfera blanca de su reloj y yo, que estaba a su lado, le inquirí sobre la hora que era.

Las doce menos veinte –contestó ella acercándose a mí pues el ruido del local era insoportable.

Bueno, aún queda mucha noche –dije guiñándole un ojo antes de dar un pequeño sorbo a mi cerveza.

Había bastante ambiente en aquel local y estaba lleno de parejas y grupos de jóvenes veinteañeros de muy buen ver. La música que sonaba en el equipo correspondía a los años setenta y ochenta, genial para nosotras pues aquella era la música con la que habíamos ido creciendo. Música española de la famosa movida madrileña se mezclaba con las bandas y los grupos británicos de aquellos años tales como Thin Lizzy, The Police, Mike Oldfield o Tears for Fears. Precisamente en esos momentos sonaba la voz desgarrada de Noddy Holder de los Slade cantando su éxito "Cum on feel the noize". Siempre me había gustado Slade pese a no ser una de las grandes bandas de la historia, aunque no puede negarse que tuvieron su enorme éxito comercial y su influencia sobre varios grupos posteriores.

El ambiente cargado de humo y el olor a marihuana nos animó a fumarnos el primer canuto para ir calentando motores para el resto de la noche. Fijé de pasada mi vista sin prestarles demasiada atención en un grupo de jovenzuelos de unos veinte años que bailaban junto a nuestra mesa. Las primeras caladas al canuto que había preparado Irene mezcladas con el alcohol, empezaban a hacer su efecto en mí. De pronto noté un calor espantoso y tuve que quitarme la rebeca que llevaba puesta por encima de los hombros.

Muchacha, deja de mirarles que se te van a salir los ojos. ¡Hija, estás enferma! –escuché decir a Irene tras recibir un codazo por parte de ella.

¿Pero qué dices? Si son unos yogurines. Ni me había fijado en ellos. Tú sí que estás enferma, chica –dije volviendo a darle una nueva calada al canuto que con rapidez inusitada había vuelto entre mis dedos.

¿Y eso importa? Pues debo decir que el rubito que está frente a nosotras está para comérselo.

Fijé ahora sí mi atención en el grupo de muchachos y debo reconocer que alguno de ellos no estaba nada mal. Demasiado jóvenes para una mujer como yo cuyos pasos se encaminaban de forma veloz e irremisible hacia el escalón de los cuarenta –pensé para mí misma viendo ascender el humo del porro por encima de nuestras cabezas.

Un jovencito de aquellos estaba bien para un polvo o dos, quizá con un poco de suerte para una relación de máximo dos meses. Muchachos como aquellos iban a lo que iban, a pasar un buen rato y si te he visto no me acuerdo. Las mujeres somos tan tontas que siempre imaginamos la llegada de nuestro príncipe azul entre cuyos brazos nos sintamos felices y protegidas. A mi edad y pese a mi carácter alegre y extrovertido era plenamente consciente de cuáles eran las reglas del juego en los tiempos que corrían. Salir un rato por ahí con las amigas y si había suerte pasar un buen rato con algún desconocido con el que no hubiera el peligro de hacerte preguntas insidiosas, ni poder ir más allá.

Tomás, mi compañero en el despacho donde trabajaba, me tiraba los tejos desde hacía tiempo sin conseguir respuesta alguna por mi parte. De cuarenta y dos años y casado con Elena, dos años más joven que él, debo decir que no era el tipo de hombre por el que pudiera beber los vientos. Además que las historias con tíos casados nunca suelen dar buen resultado, enamorándote de ellos como una tonta y sin hallar una posible salida a dicha relación pues siempre están demasiado atados a su mujer y a sus hijos como para dar el paso de dejarles.

Así pues, solía fijarme en hombres de mi edad que estuvieran divorciados o separados o, porqué no decirlo, en tipos solteros de unos treinta años que no presentasen mayores problemas. ¿Era normal lo que me pasaba o me estaba convirtiendo en una mujer excesivamente exigente conmigo misma?

Abandonamos aquel local encaminándonos al siguiente entre risas y bromas sobre las miradas que nos echaba aquel tipo acodado en un rincón de la barra o bien, sobre el bulto más que considerable que se apreciaba bajo el pantalón de aquel otro que bailaba moviéndose en la pista de forma espasmódica.

Seguro que los dos acaban la noche pegándose una buena paja en los baños –dijo María entre las risas sonoras de todas.

Entramos al siguiente pub en el cual no cabía un alfiler. Nos fuimos abriendo paso hasta el fondo entre parejas dándose el lote delante de todo el mundo y gente bailoteando sin descanso. El calor resultaba sofocante, tan sofocante que nos dirigimos presurosas a la barra en busca de una nueva ronda. Pedimos cerveza para todas y una vez servidas nos volvimos hacia el bullicio tratando de acomodarnos al lugar.

Pese al calor y a la estrechez, aquel local resultaba interesante con su combinación entre pub y discoteca donde se conjugaban arte y diseños de vanguardia en una ambientación trendy que aportaba al espacio originalidad, brillo e impacto. Las luces rojas y azules de neón, la música hit del momento, los sillones de estilos vanguardistas y la iluminación sensual formaban el ambiente perfecto para lo que prometía ser una fiesta electrónica.

De pronto se apagaron las luces empezando con el house sin voz aderezado de sonidos acuosos y vibrantes. Las luces láser atravesaron el espacio superior mezclándose con las luces intermitentes de neón de distintos brillos y tonalidades. Las estrellas se pintaban en el suelo sobre los pies que se movían continuamente mientras las esferas disco giraban y reflejaban, como si de un prisma se tratase, la potencia y violencia del juego de iluminación que pronto se tornó de un verde esmeralda.

Multitud de chicos con chicas, chicos con chicos y chicas con chicas se estrechaban espalda con espalda y boca con boca, pues el paso de la sangre por las venas se aceleraba y provocaba sensaciones de vitalidad y sensualidad, producto de la endorfina que el organismo produce cuando suda. Al parecer nos habíamos metido en un local donde las relaciones entre miembros del mismo sexo estaban a la orden del día sin que la gente que les veía se rasgase las vestiduras por ello. El soundtrack perfecto era también el techno cristalino que introdujo el disc jockey a su remix.

Sin esperarlo nos vimos envueltas en aquella espiral poniéndonos a bailar entre nosotras. Al lado de donde nos encontrábamos una pareja de chicas de apenas veinte añitos se daban la lengua escondidas en un rincón y totalmente fuera del alcance de la multitud que continuaba contoneándose enfervorizada bajo los efectos innegables del alcohol y las drogas.

Aprovechando un mínimo momento de descanso entre canción y canción, Irene preparó un nuevo canuto el cual empezamos a pasarnos al mismo tiempo que volvíamos a bailar dando fuertes movimientos de pelvis. Estuvimos metidas en aquella marabunta tres cuartos de hora largos, sudando y sudando pero juro que lo pasé bomba disfrutando tan sólo del baile y sin que nadie me molestase.

Chicas, vámonos a otro lado. Ya estoy muy mayor para estos bailes de jovencitos –nos dijo María a lo que todas acordamos ir a otra discoteca que ella conocía pero en este caso de ritmos latinos y en donde su amigo Marcelo nos invitaría a unos cuantos chupitos en la barra.

Plegamos velas recogiendo nuestras cosas y, entre empellones, logramos salir al fin a la calle. Todas respiramos aliviadas pero al mismo tiempo convinimos que lo habíamos pasado genial. María comentó que la discoteca que conocía se encontraba cerca así que no era necesario ir a buscar los coches. Además caminar nos sentaría bien a todas para rebajar las cervezas bebidas. Las calles estaban llenas de gente joven moviéndose de un sitio a otro y en muchos de ellos grandes grupos de chicos y chicas se veían en la puerta hablando y pasándolo bien. Tenía unas ganas enormes de visitar un baño así que pregunté a María si faltaba mucho para llegar, diciéndome ella que estaba unas calles más allá y que en apenas cinco minutos llegaríamos.

Llegamos en unos cinco minutos tal como nos había dicho nuestra amiga y lo primero en lo que me fijé fue en el gran cartel anunciador que descansaba encima de la puerta del local. En el mismo se anunciaba el nombre de Bahía en grandes letras negras sobre fondo naranja. Al llegar a la puerta nos encontramos con la escena típica de estos locales de baile cuando llegan esas horas. Dos grandes y musculosos gorilas discutiendo con dos muchachos de unos dieciocho años sobre la indumentaria que llevaban. Las voces fueron aumentando al no dejarles pasar al interior del local. Mientras gritaban y gritaban, nosotras nos escabullimos dentro mezcladas con un grupo de parejas gracias a que María saludó a uno de los tipos de la puerta el cual nos dejó pasar sin ningún problema tras plantarle nuestra amiga un sonoro morreo en los labios.

El tal Bahía podía calificarse como un antro infecto donde creo que éramos las únicas españolas. Una discoteca decorada con plantas de plástico, suelo de luces rollo Travolta y un montón de negros y sudamericanos bailando ritmos latinos a una velocidad endiablada.

Chicas, estáis en el paraíso latino. Olvidaos de la música española, funky, house, y esas cosas. Aquí sólo se baila salsa, bachata, merengue, samba y sobre todo reggaetón así que preparaos a mover el cuerpo hasta reventar de cansancio –nos dijo María mientras íbamos entrando.

Me encantan los ritmos latinos –confesé alegre y divertida al tiempo que alcanzábamos finalmente la pista de baile.

¡Pues no perdáis detalle de los tíos! ¡Me extrañaría que salieseis de aquí sin alguien que llevaros a la boca!

Hija, no exageres –exclamó Irene entre risas.

Tiempo al tiempo. Yo de vosotras no me perdería detalle –comentó María antes de plantarnos en la barra donde nada más llegar recibió el efusivo saludo del camarero.

Se trataba de un muchacho de piel oscura y de sonrisa fresca y encantadora. Rondaría los veinticuatro años, no más y aquella piel achocolatada invitaba a realizar grandes locuras junto a él. Nuestra amiga nos presentó al guapo camarero como Marcelo el cual nos piropeó con la gracia con que los hombres caribeños suelen hacerlo. Pregunté por los baños indicándomelo Marcelo con su sonrisa de dientes blanquísimos y para allá me fui dejándoles enfrascados en su animada conversación y tras encargar a Irene el cuidado de mi bolso y de mi rebeca. Por el camino noté el roce de alguna mano metiéndome mano de forma descarada al quedar apoyada sobre mi falda. ¡Vaya, al parecer allí la gente no se andaba con rodeos! –pensé tirando hacia delante sin mirar atrás.

Al llegar al baño me metí rápidamente con ganas de expulsar las cervezas bebidas hasta entonces. Nada más entrar y apenas sin tiempo de bajarme las braguitas para ponerme a orinar, escuché unos leves gemidos y lamentos más que evidentes de lo que estaba sucediendo en uno de los cubículos cercanos a donde yo estaba. Las voces entrecortadas hablando en voz baja y los gemidos ahogados demostraban la presencia de una pareja pasándoselo más que bien en el interior de aquel compartimento. Sin hacer ruido, acabé de orinar y tras subirme las diminutas braguitas y colocarme bien la falda abandoné el baño dejando que aquella pareja diera rienda suelta a sus más íntimos deseos. ¡Dios mío, y eso que sólo eran las dos de la madrugada! –pensé nada más salir del baño.

Llegué junto a mis amigas y allí seguían María y Marcelo charlando y coqueteando sin cesar. Irene me indicó el chupito que había preparado para mí y cogiéndolo entre mis dedos todos brindamos vaciando a continuación el contenido de los pequeños vasos de un solo trago para, al momento, Marcelo volver a llenarlos una vez más. María, una vez el muchacho nos dejó para seguir sirviendo en la barra nos comentó que Marcelo era puertorriqueño y que llevaba en España unos seis años.

¡Está para hacerle más de un favor! –aseguró Carolina, la amiga de María sin cortarse un pelo.

¡Ja, ja, ja! –prorrumpió María en una fuerte risotada. Tranquila, muchachita que por desgracia para nosotras ya está cogido.

¡Qué lástima! –comentó su amiga sin apartar los ojos de aquel mulato que servía entonces unas copas a un par de clientes.

Bebimos un pequeño trago de nuestro segundo chupito y volviéndonos hacia el público empezamos a devorar con los ojos el material masculino que allí se ofrecía. La verdad es que aquellos tipos estaban para comérselos. Altos, musculosos, de cabezas afeitadas, de piel negra y otros mucho más clara, allí había hombres para pasar un buen rato y quizá ir mucho más allá.

¿Vamos a bailar un rato? –le pregunté a Irene acercándome junto a su oído.

Vamos….la noche es joven –aceptó ella mi invitación siguiéndome a la pista donde empezamos a movernos entre la multitud que nos rodeaba.

El ritmo alegre del merengue sonaba bajo la oscuridad de aquel local donde las parejas bailaban y se movían entre pronunciados movimientos lascivos de caderas. Me movía entre aquella gente dejándome llevar por la música la cual me envolvía haciéndome sentir alegre y feliz. Fueron sonando diferentes canciones y ritmos hasta que, de pronto, y contoneándose de forma sensual le vi a sólo unos metros de donde nosotras nos encontrábamos.

Era bello, verdaderamente bellísimo. Vestido con aquel conjunto blanco inmaculado de camisa de cuello Mao de lino junto a aquel pantalón del mismo tejido y que destacaba sobre su piel negra, negrísima, aquel hombre se encontraba a unos cinco metros sin apartar un solo segundo su mirada de la mía. Sin poder evitarlo quedé fuertemente impresionada por la mirada de ojos profundos de aquel espléndido macho. Me volví de espaldas a él tratando de hacerme la interesante y completamente segura de que sus ojos se hallaban posados sobre mí. Al momento sentí junto a mi cuello su aliento cálido y cómo se apretaba contra mí acompañándome en mi baile.

Me cogía por las caderas haciéndome sentir su vientre pegado a mis nalgas sobre las cuales sentí al momento algo duro pegarse y refregarse una y otra vez. Cerré los ojos volviéndome hacia él y, al calor de la sala de baile y sin darme cuenta, empezó a sonar la música sensual de la salsa, la música conocida como "Timba", la música "Cubana" procedente del más recóndito Caribe. La fusión entre el Son, la Salsa, el Rap y el Pop se conjugaban en aquel baile de movimientos espasmódicos de todo el cuerpo.

El permanente ataque rítmico del piano, la batería, la tumbadora y los timbales se apoyaba sobre el bajo, el instrumento protagonista. El bajo desarrollaba un tumbao con una cadencia tan particular como contagiosa, un frenético pulso interior que les permite a los bailarines más experimentados desarrollar vistosas coreografías con sobredosis de giros y piruetas, y con el clásico meneo de caderas que es marca registrada del pueblo cubano.

Sin embargo, yo en esos momentos sólo tenía ojos para aquel hombre entre cuyos brazos me hallaba. Sus labios grandes y carnosos y sus ojos de un negro profundo me hacían temblar sin remedio. Un fuerte cosquilleo me subió entre las piernas sintiendo mi entrepierna arder con el movimiento de su pubis sobre el mío. Notaba algo duro y de gran tamaño entre sus piernas a cada movimiento de caderas que él daba. A cada movimiento que dábamos bailando, mi sexo se iba excitando notándolo yo irremediablemente mojado bajo la tela de mis bragas.

¡Dios, era tan inmensamente guapo que estaba segura que si me hubiera pedido en esos momentos que le acompañara al baño como había escuchado a aquella pareja minutos antes, no me hubiera podido resistir!

Estaba tan embobada junto a aquel hombre que me olvidé por completo de mis amigas, dejándome llevar por la corpulencia de aquel enorme negro de grandes y musculosos brazos. A cada momento que podía, me hacía sentir su pene rozándome como por descuido hasta que finalmente, y tomando yo también el mando, le acompañé en sus movimientos sensuales apretándome contra él sin el más mínimo disimulo.

Sin pronunciar palabra ninguno de los dos, se lanzó sobre mí empezando a besarme el cuello el cual le ofrecí sin ninguna pega entre suspiros y gemidos de total entrega. Sus labios se unieron a mi fina piel y el notar aquel roce me hizo estremecer por entero pareciéndome estar levitando sobre el suelo de la pista de baile. Sentí sus dientes mordisqueando ligeramente mi cuello y aquella caricia tuvo la virtud de hacerme perder totalmente el mundo de vista entregándome ahora sí por entero a aquel atractivo hombre.

Dejé caer la cabeza apoyada sobre su hombro al tiempo que me agarraba con ambas manos a sus fornidos brazos. Me notaba temblar bajo su influjo deseándolo a cada momento que pasaba más y más. Al fin, pude escuchar su voz grave y masculina pegada a mi oído:

Es la primera vez que vienes por aquí, ¿verdad preciosa? –dijo con su aparente acento francés aunque hablaba un castellano perfecto.

Cada vez notaba su polla crecer más y más entre sus piernas hasta parecer que el fino pantalón que llevaba no iba a ser capaz de poder sujetar semejante humanidad. Respiré buscando el aire que faltaba a mis pobres pulmones e incitándole a continuar me uní a él haciendo aquel abrazo mucho más intenso en medio de aquella pista en la que la oscuridad y las tinieblas dominaban por completo.

Ven acompáñame –dijo tratando de cautivarme con sus cálidas palabras golpeándome sin pausa.

Buscando a Irene en un breve momento de lucidez, la vi a unos pasos de donde me encontraba sonriéndome feliz al verme tan bien acompañada. Aún no sabía nada de aquel hermoso negro que tan subyugada me tenía, pero en ocasiones no es necesario saber nada sino tan sólo dejarse llevar por lo que nos marcan nuestros deseos y nuestros sentidos. Le deseaba, le deseaba como pocas veces había deseado a alguien y, teniéndome cogida de la mano y haciéndome seguirle, me parecía estar inmersa en un hermoso sueño en el que ambos nos besábamos, nos revolcábamos y nos entregábamos por entero en una playa desierta bajo la presencia única de una bella luna llena.

Sabía que no sería capaz de negarle nada que me pidiera y que aquella noche sería suya hasta morir de placer entre sus brazos. Me hizo seguirle hasta un reservado lejos del ruido y donde nadie pudiera molestarnos en nuestras más locas pasiones. Nos sentamos sobre el amplio sofá y nos besamos furiosamente uniendo los labios hasta perder la respiración. Separando nuestras bocas, le mordí el labio inferior hasta arrancarle un débil grito de queja. Me sentía segura entre sus brazos y deseosa de sentir todo aquello que aquel hombre pudiera ofrecerme, lo cual estaba más que segura que iba a ser mucho.

Mirando hacia abajo, mi nuevo amante centró su atención unos segundos en el amplio canalillo que dejaba ver el escote de mi jersey. Echándose encima de mí me enlazó por la cintura mientras agarraba uno de mis pechos con aquella gran mano de dedos largos y nervudos. Cogiéndole fuertemente por la espalda mi mano se animó a buscar el animal enjaulado de aquel mandinga subiendo por sus muslos los cuales noté duros como el granito. Al fin lo encontré sin grandes dificultades mostrándose orgulloso y altivo por debajo de la fina tela de lino.

La cálida y rosada lengua de aquel hombre se unía a la mía dentro de mi boca haciéndome sentirme excitada y necesitada de sus caricias. Sus grandes labios parecían querer absorber los míos como si de una ventosa se tratara. Yo sólo podía dejarme llevar por aquel bello ejemplar del género masculino que tan sorbido me tenía el seso excitándome hasta extremos inconcebibles el apetito sexual.

Cariño, ponte en pie por favor –pude pronunciar con voz entrecortada y cierta dificultad, tan animada y cachonda me encontraba por conocer los más íntimos secretos de aquel completo desconocido.

Él me ayudó en mi reclamo elevando su terrible humanidad poniéndose frente a mí. Visto en pie parecía aún mucho más grande y poderoso. Mediría mucho más de metro ochenta y era fuerte y corpulento, de brazos y bíceps bien desarrollados. Quedándome sentada lo atraje hacia mí y llevé mi mano en busca del instrumento tan deseado. Lo estuve masajeando unos segundos tratando de hacerme al tamaño descomunal de aquel espécimen. Se veía colosal y deseoso de liberarse del molesto pantalón bajo el que se encontraba escondido.

Con movimientos urgentes desaté la hebilla del cinturón pasando a continuación a deshacerme del botón que sujetaba el pantalón a su cintura. Una vez estuvo suelto dejé caer aquella prenda por sus muslos hasta que quedó recogida en el suelo alrededor de los tobillos de mi apuesto compañero. Se le veía ansioso por que avanzase mucho más en mi lento ataque. Así lo hice, no sin antes entretenerme unos momentos acariciándole por encima del slip el cual a duras penas conseguía mantener encerrada a aquella especie de anaconda en que se había convertido su miembro.

Aquel bello animal de piel de ébano rozaba mi cabeza con sus dedos enredándolos entre mis rubios cabellos demostrándome el enorme cariño que sentía en esos instantes por mí. No aguanté más tiempo y retirándome de sus piernas lo enfrenté agarrando por los lados su slip azul marino y lo fui bajando hasta que apareció ante mí una formidable herramienta frente a la que quedé completamente muda y con la boca abierta.

Era inmensa, impresionante y no dejaba de palpitar frente a mí buscando la caricia que lograse rebajar mínimamente su tremendo vigor. Una enorme banana de chocolate de unos veintitantos centímetros largos y que mirándola tan de cerca, dudé en poder acoger sin que me destrozase por entero.

¡Dios mío, qué enorme que es! –sólo pude pronunciar fascinada ante aquella horrible humanidad que colgaba entre las piernas de aquel hombre.

¡Chúpala…cómetela cariño, es toda para ti! –me invitó con su voz grave y ligeramente temblorosa.

Sopesando entre mis dedos aquella gruesa culebra la masturbé con sumo cuidado como si tuviese miedo de que se pudiese romper. ¡Tan grande y débil me parecía en esos momentos pese a su evidente poderío! Tirando la piel hacia atrás dejé aparecer el oscuro champiñón el cual se mostraba altivo y soberbio. Unas pocas gotas de líquido pre-seminal aparecían cubriendo la redonda cabezota, limpiándola yo cariñosamente con mis dedos hasta que logré hacer arrancar un gemido satisfecho a mi amante agradeciéndome mi caricia.

Estuve observando unos momentos aquel tremendo sexo el cual aparecía largo y jugoso y ligeramente encorvado hacia arriba. Abrí mi boca sin más esperas y jugueteé con su glande dándole pequeños golpes con la punta de mi lengua. La polla de ébano respondió a mis primeras caricias vibrando como si de la cuerda de una guitarra se tratase. Al fin llevé su monolito al interior de mi boca acogiéndolo dentro de ella y sintiéndolo sabroso y delicado. Con la lengua lo saboreé por entero ensalivándolo de arriba y abajo al tiempo que empezaba a dejarlo deslizar entre mis labios. Mientras, el hombre acompasaba mis pausados movimientos de cabeza ayudándome con sus manos las cuales empezaron a presionar llevándome entre sus piernas las cuales tenía fuertemente cogidas con mis manos.

Creí ahogarme con aquella barra de carne metida en mi pequeña boquita hasta hacer tope con mi paladar. ¡Parecía mentira pero la tenía completamente dentro de mí! Tomando aire de no sé donde empecé a chuparla lenta, muy lentamente bajando desde la punta hasta la base metiendo y sacando aquel tallo una y otra vez. Poco a poco fui adquiriendo confianza frente a tan tremendo visitante hasta conseguir aumentar el ritmo de mi mamada. Elevando mi mirada hacia la suya observé la cara de placer que aquel inmenso negro ponía. ¡Al parecer le estaba gustando lo que le hacía!

Saqué su polla de mi boca y me puse a lamerla con mi lengua haciéndole gemir levemente. Me apoderé de sus huevos los cuales noté bien cargados de su leche que no tardaría demasiado en probar pues estaba dispuesta a que me la diera sin ningún género de dudas. Los movimientos de mi mano mientras me comía aquel negro champiñón eran cada vez más y más rápidos. ¡Me estaba volviendo loca, puedo jurarlo, masturbándolo y masturbándolo de manera frenética entre mis dedos! Las luces del techo se mezclaban con la oscuridad de donde estábamos haciendo el momento mucho más íntimo para los dos.

El grueso pene se contraía en el interior de mi boca notando correr a lo largo de su tallo la sangre de aquel macho el cual a duras penas mantenía la compostura frente a la feroz ofensiva que le propinaba. Pocas veces se encuentra una un pedazo de carne como aquel así que lo saboreé a conciencia gozando de cada centímetro de su polla. Mi lengua se movía de manera endiablada, secundada por mis labios y mis dientes los cuales, en un momento de locura, mordisquearon ligeramente la fina piel de aquel misil obligando al hombre a emitir un pequeño grito de dolor.

¡Córrete, venga córrete muchacho! Dame toda tu leche, la quiero toda para mí…

-le pedí teniéndolo fuertemente agarrado con mi mano y sin parar de maltratar a tan bello animal.

Finalmente la tensión acumulada cedió sintiendo cómo las columnas de aquel hombre flaqueaban por la llegada irrefrenable del éxtasis. Se quedó quieto completamente y fue entonces como aquella culebra empezó a escupir todo un manantial de leche espesa y blanquecina la cual cayó sin remedio sobre mi rostro obligándome a cerrar fuertemente los ojos. Varios trallazos escaparon yendo a parar sobre mis cabellos, la frente y la mejilla como claro ejemplo del orgasmo arrancado a aquel hombre al que, en aquellos momentos, adoraba por completo.

El colosal mandinga cayó agotado sobre mí mientras intentaba recuperar la respiración tras el fabuloso trabajito que le había hecho. Me limpié con mis dedos el semen caído, esparciendo parte de él por mi rostro y saboreando el resto, con gran placer por mi parte, llevándolo a mis labios.

Una vez limpia y mi amigo algo más tranquilo tras abrocharse el cinturón, nos sentamos unos cinco minutos permaneciendo abrazados sobre el sofá y empezando a charlar sobre nosotros. Así supe que tenía veintinueve años, que se llamaba Jean-Pierre y que era originario de Senegal. Me dijo que llevaba ocho años en España desde aquel lejano día en que vino con su familia pues su padre pertenecía al cuerpo diplomático de su país. Su fina piel de un negro brillante destacaba bajo las pocas luces que nos envolvían en aquel reservado donde nuestros cuerpos descansaban tras tan grato encuentro.

¿Te apetece que vayamos a otro sitio más tranquilo? –le escuché preguntarme como entre susurros.

Me encantaría…-respondí apoyando mi mano sobre su muslo el cual noté fuerte y robusto bajo mis dedos.

Dándome la mano me ayudó amablemente a levantarme, besándonos de nuevo pero esta vez de forma mucho más delicada y sensual. No había prisa alguna pues ambos éramos plenamente conscientes de lo que deseábamos en esos momentos.

Voy a despedirme de mis amigas. Enseguida estoy contigo –le dije al oído elevándome sobre las puntas de mis pies para que pudiera oírme.

De acuerdo, querida. Te espero fuera, no tardes.

Me reúno contigo en dos minutos –aseguré uniendo de nuevo mis labios a los suyos.

Así nos separamos dirigiéndome a la barra donde estaban mis amigas mientras veía a mi pareja mezclarse entre el bullicio de la gente buscando la salida.

¿Dónde te has metido? –me preguntó Irene nada más verme.

Me voy –respondí de forma lacónica.

¿Cómo que te vas? –volvió a preguntarme con voz preocupada.

Mira, no tengo ganas de hablar ahora. Mañana te llamo, ¿vale?

¿Te vas con el tipo con el que estabas flirteando hace un momento?

Pues sí. Creo que he encontrado al tipo más guapo de mi vida –confesé sin tapujos al tiempo que recogía mis cosas de la barra.

Está realmente buenísimo –declaró ella brillándole de emoción sus oscuros ojos. Ten cuidado, ¿de acuerdo? –me aconsejó mientras apoyaba su mano sobre mi brazo.

No te preocupes, Irene. Sé cuidarme perfectamente. Recuerda que soy cinturón marrón de kárate.

Lo sé, lo sé. Pero de todos modos no viene mal recordarte que tengas cuidado. Recuerda tú también que el gimnasio no es lo mismo que la calle y que siempre puede haber un adversario más fuerte o hábil que tú.

Lo tendré en cuenta. Iré con cuidado, te lo prometo. Gracias amiga –le agradecí dándole dos besos y diciéndole que me despidiera del resto de chicas.

Así pues, con la rebeca puesta sobre los hombros y el pequeño bolso en la mano, marché haciéndome sitio entre la gente hasta que pude alcanzar la calle donde me esperaba Jean-Pierre.

Vamos a mi casa. No está muy lejos de aquí y estaremos cómodos –dije nada más verle y muy segura de mí misma.

En la misma puerta cogimos un taxi, indicándole al conductor la dirección de casa nada más sentarnos en el asiento trasero. Durante la media hora que duró el viaje hasta casa los dos aprovechamos para besarnos y meternos mano por todos lados sin preocuparnos lo más mínimo la presencia de aquel taxista el cual no perdía detalle de nuestros movimientos a través del retrovisor. Jean-Pierre se dedicó a acariciarme sin disimulo los pechos mientras yo dejaba apoyada mi mano sobre sus rocosas piernas. El olor tan masculino de su cuerpo me tenía totalmente entregada a él, deseando fervientemente llegar a casa lo antes posible.

Llegamos a casa entre besos y falsos forcejeos por mi parte tratando de separarme de Jean-Pierre para así poder abrir la puerta del apartamento. Al fin pude hacerlo sin conseguir desembarazarme de mi ansioso compañero de aquella noche. No cejaba en su empeño por magrearme mi cuerpo recorriéndolo con manos excitadas. Gracias a mis mejores artes femeninas logré liberarme de su abrazo invitándole a tomar una copa mientras me deshacía de la rebeca. Con pasión desbocada volvió a atraparme sin prestar atención a mis requerimientos y empezó a masajear mis pechos por encima del jersey haciéndome emitir un leve gemido de profundo deseo.

Jean-Pierre, ven conmigo…acompáñame, por favor –pude balbucear cogiéndole de la mano y haciéndole seguirme, pegado a mí, mientras nos desnudábamos provocando breves interrupciones por el camino durante las cuales íbamos dejando caer nuestras prendas como un reguero a lo largo del pasillo.

Ya en el baño, puse la ducha en marcha dejando caer el agua fría sobre el suelo de la misma a través del telefonillo que colgaba de la pared. No tardó el agua en calentarse formándose un agradable vapor por toda la estancia. Enfrentados bajo la ducha, Jean-Pierre me hacía vibrar comiéndome sensualmente el cuello teniéndome fuertemente cogida de las nalgas mientras yo me abrazaba a él con desesperación malsana.

Me volví lentamente de espaldas disfrutando de las caricias de mi amigo el cual me agarró los dos pechos con las manos al tiempo que continuaba chupándome mi desnudo cuello apartándome el cabello a un lado. Las manos poderosas de él bajaron hasta mis muslos recorriéndolos de arriba abajo una y otra vez, a la vez que me hacía sentir su gran dardo pegado a mi trasero. Yo no paraba de gemir y jadear dejándome hacer, relamiéndome de placer y agarrando los cabellos ensortijados de aquel hombre con una de mis manos. Las respiraciones aceleradas de ambos se mezclaban bajo el sonido continuo del agua cayendo sin cesar. Noté las manos de mi amante apoderándose de mi entrepierna aumentando de ese modo la tensión horrible del momento. Cogiéndolas entre las mías le ayudé a llevar sus dedos hacia mis pechos obligándole a masajeármelos a conciencia.

Girando la cabeza hacia él le ofrecí mi boca y mi lengua besándonos de forma apasionada. La polla negrísima de aquel hombre continuaba restregándose contra mí aumentando de tamaño sin remedio a cada segundo que la presión se hacía más intensa. Apoyé mi mano sobre el muslo desnudo del hombre el cual empezó a masturbarme con sus dedos jugando con el rizado vello de mi pubis y con los pliegues tras los que se encontraba mi más bello tesoro. La tensión seguía intensificándose en el interior del baño hasta llegar a hacerse totalmente insoportable. Jean-Pierre me acarició con extrema lentitud el sexo haciéndome sollozar y disfrutar bajo el roce de sus expertos dedos. Cogiéndome del cuello y obligándome a girar levemente mi cabeza volvió a besarme de forma frenética entregándome su húmeda lengua la cual sentí ardiendo entre mis labios.

Movió sus largos dedos sobre mi clítoris a gran velocidad haciendo la caricia mucho más profunda. Me iba a hacer correr sin la más mínima duda. Aquel tremendo negrazo me estaba llevando a un estado tal que estaba segura que no tardaría en alcanzar mi tan necesario orgasmo. Me dejé hacer por él entregándole mis duros pechos entre ahogados lamentos de profunda satisfacción. Me estaba volviendo loca como nunca nadie lo había hecho hasta entonces.

¡Me corro, mi amor…me corro! ¡Sigue, vamos sigue! –grité completamente enloquecida y notando cómo mis flujos corrían entre sus dedos los cuales no cejaban en su intento por darme el máximo placer.

Echando mi mano hacia atrás una vez recuperé mínimamente el aliento, sentí la polla durísima del hombre la cual devoré entre mis dedos masturbándola con ellos arriba y abajo mientras mi trasero giraba y giraba alrededor del pubis de aquel enorme negro. Allí estaba aquella larga zanahoria nuevamente empalmada y reclamando mis más tiernos cuidados.

Con la voluntad perdida, me di la vuelta hacia él y me arrodillé entre sus piernas tal como había hecho en aquel rincón apartado de la discoteca. Cogiéndole la polla con la mano me dediqué a lamerle los huevos de forma desenfrenada mientras aprovechaba para masturbarle a buen ritmo.

Me la metí en la boca de una sola vez empezando a comérmela con inmensas ganas como si se tratara del mejor de los regalos. El muchacho se agachó sobre mí echándose hacia delante y agarrándome las nalgas empezó a acariciármelas, dándome fuertes cachetes de vez en cuando.

Seguí y seguí chupando con desesperación aquella gruesa banana y él no paraba de gemir con cada caricia que le daba. Abriendo mis ojos traté de meterla por completo en mi boca sin conseguirlo esta vez, tan impresionante era. Lentamente me eché hacia atrás tomando nuevo impulso intentando de nuevo tragar todo aquel largo y jugoso alimento.

Jean-Pierre, mi queridísimo Jean-Pierre no dejaba de gemir bajo el sonido continuo del agua de la ducha cayendo sobre el suelo. Nos miramos a los ojos demostrándonos con nuestras miradas el profundo deseo que nos consumía por dentro. Saboreé su polla lamiendo el largo tallo con mi lengua ensalivándolo por completo y de nuevo volví a introducirlo en mi boca chupándolo ayudada por la mano masculina que reposaba sobre mi cabello.

Sacándolo de mi boca escupí sobre el miembro viril masturbándolo a continuación con extrema rapidez.

¡Dios, qué grande que es…qué polla tan formidable! –dije frotándola de manera enloquecida.

Él se agachó y atrapando mi cabeza volvió a besarme haciéndome sentir el calor de sus carnosos labios sobre los míos.

Al fin abandoné su trofeo y me levanté dándole la espalda mientras me apoyaba en el tabique de la pared inclinando el cuerpo hacia delante. El tremendo negro, teniéndome bien abierta de piernas, apoyó una mano sobre mi cadera y con la otra llevó la polla hacia la entrada de mi vulva empezando a presionar notando cómo mi conchita se iba abriendo sin mayor problema.

Una vez instalado dentro de mí me cogió por las caderas empezando a moverse lentamente. Gemí y grité perdida completamente la razón a causa del largo miembro que mi coñito apenas podía acoger entre mis estrechas paredes. Empezamos a fornicar a buen ritmo entrando y saliendo de mi vagina sin darme un segundo de respiro. ¡Aquel animal estaba dispuesto a matarme de puro placer!

Me hizo levantar la pierna derecha cogiéndomela por debajo de la rodilla para, de ese modo, facilitarle la feliz tarea de la cópula. Grité y grité creyendo perder el sentido y el dominio de mí misma con cada uno de aquellos ataques. Aquella polla era demasiado para mi pobre coñito.

Con la mano enlazada por detrás del cuello del muchacho conseguí despegar la otra pierna del suelo sintiéndome de ese modo levitar en el aire y completamente empalada por aquella enorme barra de carne, la cual me follaba sin descanso hasta acabar golpeando sus cargados huevos contra mi piel. Era un polvo tremendo y de dimensiones bestiales el que aquel tremendo moreno me pegaba dejándose cabalgar por mí sin dar muestra alguna de cansancio.

Descabalgué de mi montura volviendo a tomar la postura inicial con mi bello trasero completamente ofrecido a los más oscuros deseos de aquel hombre. Arqueé mi espalda ayudándole en la follada siendo yo quien se movía adelante y atrás sintiendo aquella polla quemarme y golpearme sin compasión alguna. Mis pechos se balanceaban sin control alguno con cada uno de los golpes que Jean-Pierre me propinaba. Con la cabeza agachada me vi obligada a levantarla gracias al horrible tratamiento que él me daba.

Una mezcla extraña de dolor e inmenso placer se apoderó de todo mi cuerpo. Nunca nadie me había follado de ese modo tan salvaje y primitivo. Cualquiera que nos viera en esos momentos nos creería un par de animales en celo sin control alguno sobre nuestros movimientos. Jean-Pierre detuvo unos instantes aquel dulce golpeteo sacando su largo instrumento de mi coño, tras lo cual cerré fuertemente mis ojos al notar la nueva entrada de la lanza mandinga clavándose sin piedad haciéndome estremecer de pura emoción.

¡Me estás matando de gusto, maldito cabrón! –prorrumpí aullando tras la llegada de un nuevo orgasmo que rápidamente y sin solución de continuidad enlacé con un segundo orgasmo que me dejó agotada o, al menos, eso creía yo.

¿Te gusta preciosa? –me preguntó el muchacho mirándome con aquella sonrisa encantadora en los labios que tanto me gustaba.

¡Me estás volviendo loca…no te pares…continúa, por favor! –reclamé entre ensordecedores gritos de inmenso placer.

Mis cabellos caían sobre mi sudoroso rostro con cada uno de los golpes de aquel hombre. Enlazándome fuertemente por la cintura con ambos brazos, me elevó nuevamente en el aire dándome a gozar su grueso eje el cual creí traspasarme por entero hasta salirme por la boca.

Cara a cara y con mis manos rodeando el cuello masculino, el muchacho me traspasó hasta el fondo con su largo ariete. Mi pierna doblada permitía la entrada y salida del macho el cual martilleaba contra mí como un animal furioso. Yo no podía más que gritar desconsolada mientras mi amigo me tenía cogida por una de mis montañas posteriores.

Por tercera vez me levantó en el aire follándome en pie sin mostrar debilidad alguna. ¡Aquel pedazo de cabrón no se cansaba nunca de follar y follar! Me agarré fuertemente a su hombro mientras mi otra mano le recorría su pecho musculoso. Incliné mi cabeza hacia atrás sin parar de cabalgar y cabalgar sobre aquel estilete de colosales dimensiones.

Paramos en nuestro feliz encuentro y en cuclillas volví a saborear aquel delicioso mástil que me tenía completamente perdida la razón. Así lo hice durante unos breves segundos hasta que, poniéndome en pie con la espalda apoyada en la pared, levanté la pierna dejándola reposar en el hombro de Jean-Pierre el cual volvió a la carga por enésima vez haciendo aquel momento inolvidable. Había oído grandes cosas de los individuos de su raza pero lo de aquel hombre desafiaba todas las leyes de la naturaleza. Alargando la mano hacia arriba alcancé la ducha agarrándome con fuerza a ella al mismo tiempo que él succionaba de mis erectos pezones sin parar de acometer contra mis paredes con su larga espada.

¡Ahora, quiero follarte el culo, Elisa! –le escuché decirme con el rostro completamente congestionado por el esfuerzo realizado.

¡No, por favor! ¡Vas a destrozarme con ella, la tienes demasiado grande para mi pobre culito!

¡Tranquila…iré con cuidado, ya lo verás! Tú sólo disfruta, mi amor…

Apoyado detrás de mí presionó lentamente hasta conseguir traspasar el estrecho esfínter arrancándome de mis labios escalofriantes gritos y alaridos. Poco a poco fue tomando confianza con mi angosto agujero el cual se dilató lo suficiente como para permitir la total entrada de aquel gigantesco negro. Con la mirada perdida, me dejé hacer jadeando por el inmenso placer que aquel hombre me hacía sentir en lo más hondo de mis entrañas. Con la cabeza hacia atrás observé los movimientos lentos pero decididos de mi agresor el cual resoplaba con cada embestida que me daba.

Mi pobre culito al fin se adaptó al tamaño brutal de aquel animal y, entre quejidos de agudo dolor, meneé mi trasero formando círculos alrededor del eje masculino. Sacándola de mi culo me dejó reposar hasta que volvió a embestir sodomizándome y haciéndome sentir sus huevos ahogados sobre mis rosadas carnes. Me sentía morir, poniendo los ojos en blanco y notando mis carnes abrírseme por dentro ante el nuevo ataque del negro invasor.

Llevé mi mano hacia mi coñito empezando yo misma a acariciarme mi sexo para con ello tratar de minimizar el dolor que aquel atractivo macho me producía. Volviendo a su ritmo endiablado, Jean-Pierre me acometió con fuerzas renovadas mientras yo creía poder desmayarme frente a aquel asalto tan despiadado.

Nuevamente de cara y extenuados por tan brutal acoplamiento, me moví con lentitud buscando el último orgasmo para ambos. Agarrada al hombro del macho me dejé balancear mientras lágrimas de profundo agradecimiento resbalaban por mi bello rostro. Uniendo nuestras bocas nos besamos de forma cariñosa y con inmensa delicadeza.

¡Me corro Elisa…me voy a correr! –anunció Jean-Pierre de forma entrecortada.

Me coloqué entre sus piernas buscando la corrida final de aquel tremendo orangután el cual con la polla entre sus dedos explotó dejando saltar fuertes descargas que parecían surgir de lo más hondo de su ser. El líquido varonil acabó descansando feliz y satisfecho entre mis labios alcanzando la golosa lengua con la cual la llevé a mi boca saboreándola con inmensa glotonería.

Aquel poderoso par de columnas pareció perder toda su fuerza entre mis manos que se mantenían fuertemente apoyadas a aquellas piernas que no paraban de temblar a causa del agotamiento y del cansancio. Cayó derrengado sobre mí envolviéndome entre sus brazos y empezando a besarme con gran ternura y delicadeza.

Necesito una ducha de agua bien fría. ¡Me has dejado para el arrastre! –aseguré levantándome sin que las piernas me respondieran.

Metiéndonos bajo el agua nos remojamos y enjabonamos nuestros cuerpos recuperando gracias al baño nuestras agotadas fuerzas. De ahí pasamos a mi dormitorio durmiéndonos como lirones a los pocos segundos permaneciendo fuertemente abrazados bajo las sábanas.

Al día siguiente tendría mucho que contarle a Irene pero antes necesitamos un buen descanso. De todos modos, no todo acabó ahí pues por la mañana nos levantamos de nuevo excitados y tras obsequiarle en la cama con una buena mamada, mi bello amante de piel oscura me folló nuevamente hasta decir basta.

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