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Pasando el domingo con un matrimonio muy liberal

en Trios

Pasando el domingo con un matrimonio muy liberal

La idea de disfrutar de su cuerpo a cambio de dinero le atraía desde hacía tiempo así que sin pensarlo más puso un anuncio ofreciéndose a mujeres y matrimonios para pasar buenos ratos. Especial recuerdo le dejo aquel matrimonio liberal al que visitó en aquella enorme casa de estilo mediterráneo…

Sweet child in time you’ll see the line

the line that’s drawn between good and the bad.

See the blind man shooting at the world

bullets flying, taking toll.

If you’ve been bad, lord I bet you have

and you’ve not been hit by flying lead.

You’d better close your eyes

bow your head

wait for the ricochet.

I wanna hear you scream…

Child in time, DEEP PURPLE

Desde hacía largos años, siempre me había rondado por la cabeza la idea de disfrutar de mi cuerpo con mujeres casadas o viudas a cambio de una buena compensación económica. ¡Sí, no se escandalicen amigos y amigas! Trabajar como puto o gigoló gozando del cuerpo de bellas mujeres necesitadas del cariño de un hombre que las haga gozar y vibrar después de tanto y tanto tiempo. Por supuesto, sólo con mujeres de buen nivel adquisitivo y que sepan lo que quieren y a lo que van. Dirán que es el camino más rápido y sencillo de conseguir dinero y la verdad es que es totalmente cierto; sólo es necesario dejar los posibles prejuicios a un lado y lanzarse al abismo.

Se sorprenderían por completo de la cantidad de mujeres que solicitan este tipo de favores. Treintañeras casadas a las que los maridos no les hacen el más mínimo caso, cuarentonas divorciadas o separadas todavía de buen ver y con ganas de darse un buen capricho a cambio de un precio razonable…El tema del dinero resulta fundamental en este negocio. Siempre he pensado que hay que saber pedir la cantidad razonable de dinero según el tipo de servicio que te soliciten.

Me llamo Cecilio aunque por supuesto no es el nombre que utilizo para relacionarme con mis posibles clientas. Elegí el nombre de Adriano para mis encuentros pues pensé que podía resultar un nombre llamativo y fácil de recordar. Sólo indicaba mi verdadero nombre a pocas clientas y siempre después de varios encuentros y tras haber establecido con ellas una buena confianza. Aquel trabajo tenía la ventaja del horario nocturno que es cuando a mí me gusta moverme por la ciudad aprovechando el día para hacer otras cosas. Me llamaba poderosamente la atención la idea de con quién poder estar, de qué tipo de casa poder visitar y qué tipo de servicio podían llegar a pedirte. Las mentes de las mujeres son tan retorcidas que se sorprenderían de la variada gama de cosas que pueden solicitarle a uno.

Tengo 39 años aunque parezco realmente mucho más joven gracias a las muchas horas que me pego en el gimnasio. Un cuerpo musculoso y bien fibrado resulta imprescindible para poder competir en esto, así que era necesario no bajar la guardia en ningún momento. Moreno y de uno ochenta y cinco de estatura, debo decir sin pretender resultar presuntuoso, que las mujeres se volvían locas por mí. Con dos o tres relaciones a la semana era más que suficiente para disfrutar de bellos cuerpos femeninos y además sacar una buena pasta por ello.

El primer anuncio que puse lo hice a través de los dos principales diarios de la ciudad. Había que delimitar el grupo al que dirigirme así que elegí el de mujeres entre treinta y cuarenta y cinco años que estuvieran necesitadas de un buen macho que las tranquilizara. La idea de una pareja o matrimonio también me sedujo por el morbo de poder hacerlo frente al marido cornudo.

Una vez puse el anuncio, no tardaron demasiado en llegar las primeras respuestas. Mujeres de todo tipo llamaban preguntándome cómo era y qué era lo mucho que podía ofrecerles. Me chocó grandemente la llamada de una mujer de bonita voz melosa pidiéndome tan sólo compañía durante un rato para poder desahogarse conmigo de sus muchos problemas diarios. Cierto es que la mayoría de ellas deseaban algo mucho más directo, un buena sesión de sexo que las dejara satisfechas y felices durante unos cuantos días.

Especial recuerdo me dejó la llamada de un matrimonio de edad madura. Quien llamó fue el marido el cual, según me dijo, tenía 57 años. La necesidad de este marido cincuentón era que le hiciera un buen masaje a su mujer y que consiguiera ponerla tan cachonda que luego irremediablemente tuviera que follármela hasta dejarla completamente saciada. Sin entrar en demasiados detalles me dijo que ella tenía 43 años, con algo de carnes pero que aún se conservaba bastante bien. El hombre deseaba estar presente pues le gustaba ver cómo se follaban a su mujercita estando él delante y así poder correrse una buena paja a la salud de su mujer.

De ese modo quedamos para dos días más tarde sobre las once de la mañana pues al ser fin de semana podríamos estar un buen rato sin nadie que nos molestara. La mañana de aquel domingo me levanté pronto, duchándome y afeitándome sin prisa alguna y tras desayunar en la cocina como hacía cada mañana, me vestí de forma cómoda aunque elegante y, cogiendo el coche, me dirigí al domicilio que aquel hombre me había indicado. Debo decir que me encontraba un tanto nervioso pues era la primera vez que debía satisfacer a una buena hembra estando delante el cornudo de su marido. De camino y pensando y pensando sobre el tema, consideré morboso aquello y que debía pasarlo lo mejor posible disfrutando de aquella madurita sin más problemas.

La dirección que me dio aquel hombre pertenecía a uno de los barrios residenciales de la ciudad lo cual acabó por convencerme para aceptar aquel encuentro con aquella pareja. Aquella mañana hacía un día estupendo con un sol resplandeciente y un cielo de un azul intenso que junto al verde del bosque de abetos que rodeaba la ciudad presentaban un paisaje realmente precioso.

Llegué con puntualidad británica y, tras aparcar el coche junto a la puerta de la casa que me habían dicho, cogí la bolsa con mis cosas y plantándome frente a la puerta cogí entre mis dedos el hermoso aldabón clásico de herraje artesano y di uno, dos, tres golpes hasta soltarlo finalmente esperando que me abrieran. Desde afuera aquella hermosa casa de estilo mediterráneo y rodeada por el jardín en el que destacaba la piscina de la parte delantera, demostraba bien a las claras que aquella gente debía tener pasta a montones.

No tardaron en abrir encontrándome con la sirvienta la cual me dijo que esperase en el salón que el señor enseguida bajaba. Sin poder evitarlo, mis ojos siguieron a aquella joven sirvienta de no más de veinte años y vestida con su perfecto conjunto negro hasta que acabó desapareciendo de mi vista camino del vestíbulo en el que me había recibido.

Una vez salió por la puerta aquella bonita muchachita de recogidos cabellos castaños y sugerentes formas pese a su juventud, me quedé allí en el salón curioseando la pequeña colección de coches a escala que reposaba en uno de los estantes de aquella librería de estilo clásico. Los quince modelos que allí había mostraban un perfecto estado de conservación presentando un aspecto brillante y todos y cada uno de sus pequeños detalles. Había desde modelos de coches de los años sesenta y setenta hasta pequeños clásicos americanos de los cuarenta.

Un leve carraspeo detrás de mí me hizo volverme encontrándome con el hombre que imaginé que sería el dueño de aquella espléndida casa. Estrechándome la mano de forma cortés, se presentó como Javier diciéndome a continuación que todo estaba preparado y que su mujer se reuniría con nosotros en pocos minutos. Me invitó a sentarme en aquel gran sofá de tapicería color ocre a juego con el resto de la decoración del salón y volviéndose de espaldas me preguntó qué deseaba beber.

Dos dedos de cognac mezclados con tres hielos estará bien –agradecí mientras me acomodaba en el amplio sofá.

Yo prefiero el whisky. Hace unos años me acostumbré a él y desde entonces no he vuelto a cambiar de bebida –escuché decir a aquel hombre de cabellos morenos sobre los cuales destacaba alguna que otra cana que le confería un aire maduro, interesante y distinguido.

De anchas espaldas y complexión fuerte y robusta, aquel hombre rondaría el metro ochenta y tres y con aquel cuerpo poderoso y bien cuidado parecía más joven de la edad que me había dicho por teléfono. De sonrisa de hombre de negocios y ojos oscuros y profundos me alargó el vaso con el cognac en el momento que entraba su mujer por la puerta del salón.

Aquella mujer era realmente preciosa, con su carita redonda de niña mala enmarcada en aquellos cabellos de un intenso rubio platino, cortos y remojados por la reciente ducha. Sus ojos grandes y expresivos de un bello color marrón claro destacaban sobre aquel rostro de piel oscura y aceitunada, seguramente por las muchas horas que debía permanecer al sol junto a aquella piscina. Se la notaba un tanto nerviosa y tal como me dijo su marido tenía un bonito cuerpo, bien torneado, en el que resaltaban especialmente aquel par de pechos cuya forma redondeada podía vislumbrarse bajo el albornoz azul celeste bajo el que quedaban escondidas sus femeninas formas.

Querida, este es Adriano, el hombre del que te hablé –dijo Javier mientras ella me ofrecía amablemente su mano de dedos pequeños y delgados.

Encantado señora -dije reteniendo su mano entre la mía unos segundos mientras sonreía de manera galante.

Mi nombre es Paula. Mi marido me dijo que da los mejores masajes de toda la ciudad –exclamó notando en ella un ligero temblor en su labio inferior al pronunciar aquellas palabras.

Me excusé amablemente diciendo que generalmente no solía ser verdad todo aquello que se oía. Aquella mujer tan bella y encantadora me miraba fijamente con aquellos ojos brillantes y rebosantes de sinceridad. ¿Cuántas mujeres como aquella habría en el mundo? Mujeres casadas con hombres mucho mayores que ellas y sin posibilidad ya de ofrecerles las caricias que tanto necesitaban. Sus bonitos ojos mostraban el paso inevitable del tiempo con aquellas tímidas arrugas que estaba seguro que trataba de disimular con cantidades ingentes de cremas que debían salirle por un riñón.

La ducha me ha sentado de maravilla –dijo mientras se acariciaba con los dedos sus bonitos cabellos mojados.

Salgamos al jardín –invitó Javier cogiendo cada uno de nosotros su respectiva copa.

Una vez fuera nos tumbamos en unas tumbonas que tenían junto a la piscina y nos pusimos a charlar amigablemente de diferentes cosas para así ir tomando confianza. Mientras hablaba con Javier, podía ver cómo su mujer no me quitaba ojo de encima. De vez en cuando alargaba la vista hacia ella de forma disimulada, sin poder dejar de mirar un solo momento sus bonitas piernas. Pese a su edad debo reconocer que aquella mujer se conservaba realmente bien.

Al fin acabamos nuestras copas y nos levantamos los tres, preguntándoles yo cuándo deseaban que les diera el masaje. Ambos se sonrieron entre ellos de forma cómplice.

Si lo deseas podemos empezar ahora mismo –respondió Javier a mi pregunta ya de nuevo dentro del salón. Tenemos la camilla preparada en el piso de arriba.

Perfecto, si me lo permiten iré preparando primero mis cosas mientras su mujer se va poniendo cómoda –exclamé cogiendo mi bolsa de encima del sofá. ¿El masaje lo quieren para los dos? –pregunté haciéndome el tonto como si realmente no lo supiera.

No, sólo para mí –contestó Paula sonriéndome de forma maliciosa. A mi marido le gusta verme relajada y feliz después de un buen masaje.

Mientras subíamos las escaleras y fijándome en el trasero puntiagudo que se marcaba bajo el albornoz, me pregunté qué necesidad tenía una hembra bella y hermosa como aquella de hacer aquello pudiendo tener a sus pies a todos los hombres que quisiera. Debo reconocer que la sola visión del cuerpo de aquella mujer envuelto en aquel grueso albornoz, me hizo sentir nervioso haciendo que mi polla empezara a responder sin remedio bajo mis pantalones.

¿Qué tipo de masaje desean que le haga a la señora? –pregunté sin apartar la vista ni un solo segundo del movimiento tentador de aquel culito.

Por favor, eso lo dejamos totalmente en tus manos que para eso eres el profesional. Me conformo con un buen masaje que me deje relajada y como nueva. Y, por cierto…nada de señora. Puedes llamarme Paula, me harás sentir mucho más cómoda –comentó ella en voz baja mientras se acariciaba coquetamente los cabellos con una de las manos.

Mejor improvisemos. ¿No os parece? –preguntó Javier llegando ya al piso superior.

Perfecto –pensé para mí mismo. Un matrimonio en el que la tía está buenísima y donde el cornudo de su marido me daba manga ancha para hacer con ella lo que quisiera. La verdad es que se me ocurrían un montón de cosas que hacerle pero todo llegaría finalmente, sólo había que tener un poco de paciencia.

Ya en el piso superior llegamos a un largo pasillo en el que se veían dos habitaciones a cada lado. En la primera de ellas pude ver a la joven muchacha que me recibió nada más llegar, haciendo la cama del que parecía ser el dormitorio de los señores. Al llegar a la siguiente habitación, Javier abrió la puerta encontrándome con un amplio ventanal que daba a una enorme terraza en la que descansaba una camilla de buen tamaño y perfecta para un buen masaje. Pasamos los tres al interior cerrando el hombre la puerta tras él nada más entrar.

Mi indumentaria consistía en una fina camiseta blanca, unos pantalones largos azul marino y unos mocasines haciendo juego con los pantalones. Empezando a preparar mis cosas, le comenté a Paula que se quitara la ropa, que se cubriera solamente sus bonitas posaderas con una toalla y que se acostara boca abajo en la camilla.

Enseguida estoy contigo y empezamos –dije abriendo el tapón del bote de aceite.

Estoy ansiosa porque empecemos –dijo ella volviendo a mirarme con aquellos ojos maliciosos que le había visto un rato antes.

Una vez hube acabado con mis cosas me dirigí a la terraza con dos botes de aceite en las manos. Allí me los encontré a los dos un tanto nerviosos ante lo que iba a ocurrir. Javier se había despojado de su elegante batín y había tomado asiento en un sillón desde el que iba a tener una perfecta visión del masaje que su esposa iba a recibir. Mirándole brevemente como por descuido observé el grado de excitación en el que se encontraba pues el empalme que llevaba resultaba más que evidente bajo el pantalón corto de deporte con el que se tapaba.

No tardaron mis ojos en cambiar de objeto de interés pasando al cuerpo bello y sensual de su esposa. Se encontraba tumbada cuán larga era sobre la camilla y con la cabeza echada a un lado sobre el reposacabezas. No pude evitar quedar prendado frente a su cuello el cual aparecía ante mí desnudo y abandonado. Paula resultaba aún mucho más bella desnuda que vestida con su espléndido cuerpo completamente bronceado de arriba abajo. La imagen de sus piernas largas y estilizadas, junto a sus pechos que podía imaginar a través del lateral de su cuerpo hizo que mi entrepierna respondiera al momento notándola dura bajo mi pantalón.

Armándome de valor y tratando de adoptar la postura más profesional posible, cogí el bote de aceite y llené mis manos con una buena cantidad de aceite el cual restregué por ellas con fuerza. Me dirigí a uno de sus pies y empecé a acariciárselo de forma lenta y precisa consiguiendo arrancarle con esa sola caricia un pequeño suspiro de satisfacción.

Está frío –musitó ella en voz baja mientras yo continuaba frotando aquel pequeño pie de uñas perfectamente pintadas.

Me dediqué a cada una de las partes de su pie, tomándome el tiempo necesario en cada una de ellas. Sabía por experiencia que el masaje es la parte más importante de la relación y que si consigues hacer que la mujer quede bien relajada y satisfecha, el resto es coser y cantar. Así que estuve un buen rato acariciándole los pequeños dedillos, el empeine, el talón y el tobillo haciendo aquel roce agradable y delicado. Mientras estaba allí jugando con el pie de Paula, su marido me miraba como animándome a continuar mucho más allá. Mirándole yo ahora a él, le hice un gesto para que se tranquilizara y disfrutara de todo aquello.

Abandonando su piececillo mis manos ascendieron lenta, muy lentamente por la pierna hasta encontrarme con el gemelo el cual noté tirante y duro como una piedra así que empecé a masajearlo con fuerza una y otra vez hasta que conseguí relajarlo mínimamente. De ahí pasé a través de la parte posterior de la rodilla a su muslo el cual se veía fuerte y rotundo. Puse especial atención en el mismo trabajándoselo durante unos minutos hasta acabar disfrutándolo por entero. Paula, con los ojos cerrados y todavía en la posición inicial, gemía de vez en cuando con cada uno de los roces que le iba propinando.

Volví a llenar las manos de aceite y empecé a subir y bajar por todo el muslo manoseándoselo con la palma de la mano hasta alcanzar la diminuta toalla bajo la que quedaba oculto su trasero el cual tuve que hacer un gran esfuerzo para no dejarlo todavía al descubierto.

Continúa con la otra pierna, por favor. Me encanta como lo haces –exclamó Paula débilmente antes de emitir un nuevo gemido de profundo placer.

Me fui para el otro lado de la camilla y empezando con el pie volví a repetir la misma operación que había llevado a cabo con la otra pierna. Nuevamente volví a masajearle con especial cuidado el gemelo y el muslo restregándoselos con enérgicas fricciones de mis manos. Totalmente olvidada la presencia de su marido, el simple roce con aquella piel morena y tersa como la seda me provocaba una creciente excitación imaginando las miles de cosas que podía hacer con aquel cuerpo desnudo y totalmente entregado a mí.

Tratando de tranquilizar el deseo que me consumía por dentro, alcancé su espalda la cual froté y froté desde su cuello hasta los riñones subiendo y bajando alternativamente con mis manos al tiempo que iba aumentando mis rozamientos hasta empezar a presionar con fuerza con mis dedos sus costados subiendo hasta el borde de sus senos los cuales acaricié levemente haciéndola gemir de profunda impaciencia porque continuara con todo aquello. Dejé caer unas pocas gotas de aceite sobre su espalda lo cual la hizo gritar de emoción al notar aquel líquido frío en contacto con su cuerpo cálido y ardiente.

¡Dios, qué gusto más grande siento! ¡Es tan relajante! –dijo levantando la cabeza mínimamente y sin dejar de mirarme a los ojos como agradeciéndome el enorme placer que le hacía sentir.

Obligándola a tumbarse de nuevo en la camilla, me puse a acariciar aquella desnuda espalda frotándole los hombros por entero y luego bajando por todo el largo recorrido de su columna vertebral hasta llegar al inicio de sus bonitas posaderas pero sin querer todavía ir más allá. Eso hizo que Paula emitiera un gruñido de queja al imaginar mi siguiente paso en busca de tan bello trasero. Sin embargo, reprimiendo a duras penas mis muchas ganas, volví a subir notando su piel erizada bajo el contacto de mis dedos. Volví mi atención hacia su esposo y allí estaba con el pantalón bajado hasta los pies y acariciándose su pene aún a medio enderezar. Con un movimiento de cabeza me indicó que siguiera demostrándome, al mismo tiempo, lo mucho que le estaba gustando lo que le hacía a su querida mujercita.

No quería precipitarme y además era plenamente consciente que cuanto más le hiciera desearlo a aquella mujer, mucho mayor sería la posterior recompensa. La hembra que tenía entre mis manos era bella, bellísima y quería disfrutar de ella todo lo que pudiese. Apartando a un lado la toalla bajo la que se escondía su bonito pompis respingón, me encontré con la agradable sorpresa de que en una de aquellas redondas montañas aparecía un tatuaje representando la figura de un hipogrifo, el animal mitológico cruce entre un grifo y una yegua. Aquel cuerpo armónico de cabeza, alas, pecho y patas delanteras como las de un águila y el resto del cuerpo como el de un caballo presentaba un detalle prodigioso producto del gran trabajo realizado por el artista que debió crearlo.

¿Te gusta? –escuché la voz suave de Paula sacándome del ensimismamiento que aquel tatuaje había provocado en mí. Los hipogrifos se decía que representaban lo imposible, la lealtad y la honorabilidad –me informó con su voz suave y agradable.

Es realmente bonito –dije inclinándome sobre ella y dándole un pequeño mordisco sobre la nalga lo cual consiguió arrancarle un pequeño grito de agradecimiento.

Levantándome nuevamente, me hice con aquel par de ancas que tan sorbido me tenían el seso. Sólo cubierta con aquel pequeño tanga de color pistacho eléctrico que tan bien resaltaba sobre su piel bronceada, mis ojos no podían dejar de disfrutar la imagen de aquel par de nalgas que se mostraban ante mí en todo su esplendor. Se las llené con dos grandes chorros de aceite que empecé a extenderle por toda la superficie de aquel provocativo culito masajeándoselo fuertemente con las palmas de mis manos. Los gemidos de Paula se hicieron más habituales según el ritmo de mis manos iba subiendo de intensidad. Aquel duro trasero era una tentación para cualquier hombre que estuviera en su sano juicio. Mis pobres pantalones ya no daban abasto para poder mantener en su sitio la tremenda erección que se había apoderado de mí.

Acompañando el suave roce con el que la obsequiaba sobre tan tentadora zona de su cuerpo, de tanto en tanto y como por descuido, llevé mis dedos llenos de aceite entre aquellas montañas de carne buscando y rebuscando entre la fina telilla de su diminuta prenda hasta que al fin alcancé los alrededores de su estrecho agujero posterior.

Eres un chico muy malo…eres realmente perverso –dijo Paula dando un fuerte respingo de satisfacción para después remover su precioso culito animándome a continuar mucho más allá.

Tienes un culo muy, muy excitante y la verdad es que se me ocurren muchas cosas que hacer con él –le dije con voz grave junto al oído a lo cual respondió ella ronroneando como una gatita y removiéndose aún más.

Javier, por su parte, no perdía detalle alguno de lo que los dos hacíamos y ahora sí pude ver que presentaba una gran erección entre sus dedos. Avancé en mi lento ataque sobre tan hermosa hembra y me hundí entre sus nalgas empezando a explorar con mi lengua el oscuro agujero de su ano. Allí estuve un buen rato lamiéndole y chupándole la excitante entrada de su culito hasta conseguir dejársela bien húmeda. Paula se estremecía y retorcía como una fiera herida con cada lamida que le propinaba, al tiempo que de sus labios salían pequeños grititos ahogados.

¡Perfecto…aquello iba perfecto! –pensé para mí mismo sin dejar de maltratarla con mis caricias.

La punta mojada de mi lengua luchaba con su esfínter tratando de escabullirse en tan excitante agujerito. Agarrándose a los lados de la camilla, Paula no paraba de gritar de placer reclamando mayores atenciones por mi parte. Tras gozar de aquel tenebroso primer plato mi siguiente paso fue empezar a presionar sobre su anillo anal con uno de mis dedos. De los labios de aquella bella mujer escaparon leves sollozos demostrando el intenso deleite que aquellos roces le producían. Abriendo las piernas permitió el lento pero seguro avance de mi pequeño amigo investigando en el interior de su estrecho canal.

Una vez la noté bien relajada, mis caricias se hicieron mucho más audaces y descaradas al unirse un segundo dedo a su amable compañero que no cejaba en su empeño de forcejear y forcejear en la entrada de aquel oscuro túnel. Los sollozos de Paula aumentaron de volumen pidiéndome que continuara de aquel modo al mismo tiempo que se removía entre mis manos anunciando la cercanía del primer orgasmo de aquella calurosa mañana. Presionando con mis dedos, y gracias al aceite corporal que los cubría por entero, al fin logré meterlos mínimamente en el interior de aquel turbio canal para, a continuación, empezar a sodomizarla de forma decidida haciéndola emitir un escandaloso gemido.

Sigue cabrón…sigue…me estás volviendo loca con tus maravillosos dedos. ¡Sigue follándome el culo, vamos…oh Dios, me corro…me corro…! –dijo moviendo la cabeza de un lado a otro y jadeando de forma entrecortada hasta caer finalmente agotada sobre la camilla.

Aquella putita no hacía más que temblar y gritar disfrutando de su escandaloso orgasmo con aquella cara de viciosilla que me hizo sentir un leve cosquilleo entre mis piernas.

Ahora relájate unos segundos y date la vuelta que enseguida continuamos con la parte de arriba –dije dándole la espalda y sin poder evitar mostrar el profundo nerviosismo que me hacía desesperar por completo.

Volviéndome hacia la camilla me la encontré ya boca arriba y con aquellos bonitos pechos totalmente desnudos para mi total disfrute. Sus ojos cerrados y su sonrisa beatífica fueron el marco perfecto bajo el que observé su pecho palpitar de forma acelerada por el reciente orgasmo obtenido. No pude evitar quedar parado frente a aquella bella mujer cuyo cuerpo desprendía en esos momentos paz y sosiego como si de una virgen del Quattrocento se tratara.

Me entretuve unos pocos segundos contemplándola de arriba abajo y disfrutando de las voluptuosas formas de aquella hermosa hembra. Tenía el cuerpo perfectamente bronceado de la cabeza a los pies y mis ojos lo devoraron fijando especialmente mi atención en sus rotundos pechos donde destacaban aquel par de oscuros pitones rodeados por aquella aureola suavemente rosada. Mirando a Javier le pedí permiso con mi mirada para empezar a disfrutar de aquel cuerpo de diosa, aceptando él con su mirada vidriosa y complaciente.

Así pues y sin más demora, me agaché sobre Paula haciéndome con uno de sus pezones el cual se endureció al solo contacto con mis labios. Ella, sorprendida por mi inesperado ataque, lanzó un pequeño gemido de profundo placer al tiempo que con sus manos me agarraba la cabeza por detrás de la nuca llevándome hacia su redondo pecho. Mientras, mis dedos recorrieron su vientre levemente abultado en el que se dibujaba la forma de sus abdominales. Abandonando su pezón entre las protestas de aquella formidable hembra, bajé a su ombligo en el que resaltaba la presencia de un pequeño piercing metálico haciendo aquella visión aún más encantadora para mis sentidos. De ese modo estuve recorriendo una y otra vez su torso desde los pechos hasta su vientre para nuevamente subir hacia sus pezones saciando mi creciente apetito por disfrutar de una mujer como aquella.

Paula gruñía y vibraba con cada una de las caricias con que mis labios y mi boca la obsequiaban.

¡Cómemelo, Adriano…vamos cómemelo, cariño! –me pidió entre débiles sollozos que salían de su boca como un leve murmullo apenas perceptible.

Con las piernas semiabiertas, se las hice abrir totalmente para luego dejarle una de ellas ligeramente doblada y apoyada sobre la fría camilla. Tenía la fina tela del tanga escandalosamente húmeda producto del orgasmo pleno de tensión que le había conseguido arrancar instantes antes. De todos modos, sabía que aquella putita tenía muchos más placeres guardados y dispuestos a dármelos a la menor ocasión que se le presentase. Apartando aquella delicada prenda a un lado, me enfrenté a su coñito el cual se veía hermoso con su bien cuidado triangulito de vello que cubría su oscuro pubis empapado de jugos y deseoso de recibir tiernas caricias que lo atormentasen.

No me hice de rogar y hundiéndome entre sus piernas me abalancé directamente sobre ella, penetrándola con dos de mis dedos los cuales corrían sin dificultad alguna dentro de su sexo y jugando con mi lengua sobre la entrada de aquella exquisita flor una vez le hube apartado los húmedos pliegues que la envolvían.

¡Vamos cabrón, vamos! –dijo ella antes de prorrumpir en un salvaje grito de placer al recibir mis primeras caricias en tan dulce tesoro.

Mi lengua empezó a prodigarle lentos golpes sobre su pequeño botoncito el cual se elevó hasta límites insospechados en busca de los roces que yo le daba. Acompañé aquella caricia con mis labios dedicándome a succionar de aquel duro garbanzo sujeto como estaba por las manos de mi cachonda compañera pidiéndome más y más entre gritos desgarrados de inmenso placer, hasta que finalmente la piel se le puso de gallina, empezó a temblar diciéndome toda una serie de palabras sucias y tras unos dos minutos de propinarle aquel tormentoso suplicio, terminó alcanzando una de sus mejores corridas según sus propias palabras.

¡Me corro…me corro…Dios mío, qué bueno es esto, cariño! ¡Me vuelves loquita con tus labios y tu lengua! –prorrumpió entre berridos animalescos y espasmódicos movimientos de su pelvis.

Al tiempo que la veía liberar de aquel modo tan salvaje toda aquella tensión acumulada, saboreando y ahogándome con todo aquel largo manantial con el que tuvo a bien obsequiarme, su marido se corría igualmente llenando sus manos y sus dedos con aquel líquido viscoso y blanquecino, parte del cual fue a parar sobre su vientre y sobre el sillón donde estaba sentado gozando del espectáculo que su mujer le estaba dando.

Perfecto, así tendré el terreno libre para poder disfrutar del bello cuerpo de esta mujer –pensé para mí mismo de forma egoísta mientras veía a Javier con la mirada perdida al mismo tiempo que de su flácida polla escapaban los últimos líquidos de su placer.

Tras el orgasmo de aquella mujer, me acerqué a ella ofreciéndole mi entrepierna la cual dejé justo a la altura de su boquita. Sonriéndome con cara de morbosa, Paula alargó su mano hacia el nudo que sujetaba mis pantalones soltándolo con gran habilidad antes de dejarlos caer al suelo alrededor de mis pies. Me dio un ligero lametón acariciando por encima del bóxer mi dura herramienta la cual mostraba un buen aspecto pese a no encontrarse todavía totalmente erecta.

¡Buena polla, sí señor! –exclamó ella mientras humedecía sus labios pasándose por encima de ellos su rosada lengua. ¿Me dejas que le dé unos besitos, por favor? –me preguntó con aquella cara de viciosa que tanto me gustaba.

Sin decir nada, sólo asintiendo con un leve movimiento de cabeza, la dejé hacer cogiéndome ella el bóxer por ambos lados y deslizándolo por mis muslos de forma lenta hasta que al fin apareció mi sexo frente a ella. Al verlo, Paula lanzó un ligero gruñido de satisfacción antes de cerrar los ojos y llevar mi polla a su boca la cual la atrapó de una sola vez empezando a chupar a buen ritmo. Dejándome hacer por aquella hembra empecé a disfrutar del movimiento, a ratos lento y a ratos mucho más rápido, que me prodigaba la boca experta de aquella mujer. Sus labios envolvían mi dardo metiéndolo y sacándolo del interior de su cálida boca donde su lengua lo recogía ensalivándolo por entero, para después sacarlo quedándoselo mirando como si del mejor de los regalos se tratase.

En varias ocasiones la vi atragantarse, viéndose obligada a sacarlo de su boca al sentir fuertes arcadas debido al fuerte interés que ponía en su dulce tarea. Paula, mientras se comía mi miembro con gran placer por su parte, se masturbaba con sus dedos prodigándose ella misma su propio goce. A cada momento, los lametazos de aquella mujer ganaban en intensidad hasta hacerme todo aquello insoportable, notando la cercanía de mi propio orgasmo si no paraba todo aquello. No quería correrme todavía sin disfrutar del coñito de mi compañera así que, apartándola de mí, la hice bajar de la camilla poniéndola apoyada en la misma con su redondo trasero en pompa el cual resultaba toda una tentación en aquellas circunstancias.

Para favorecer el desarrollo de los siguientes pasos que pretendía llevar a cabo, le quité el tanga dejándolo caer por sus muslos y sus piernas ayudándome ella a despojarla del mismo con un coqueto movimiento del pie. Me coloqué tras ella y cogiéndola firmemente por las caderas llevé mi grueso instrumento, el cual se hallaba en su máximo apogeo, hasta la entrada de su coñito donde entró sin mayores problemas. Paula gimió de forma ahogada al sentirse traspasada por mi dura herramienta al mismo tiempo que se removía entre fuertes escalofríos de placer.

Así, así…vamos fóllame…métemela hasta el fondo, cariño –volvió a gemir haciéndose al tamaño de mi polla meneando sus caderas de forma insinuante.

¿La sientes, mi amor? –pregunté con la voz entrecortada por la pasión y el deseo que me embargaban en esos momentos.

Te siento…te siento. Tenía tantas ganas de sentirte dentro de mí –confesó entre tímidos espasmos de su cuerpo sin preocuparse por la presencia de su esposo junto a nosotros.

Empujando con fuerza entré hasta el fondo de aquel empapado coñito deslizándome con facilidad entre aquellas paredes. Ella gritó al sentirme totalmente clavado dentro de su encantador canal en el cual no tardé mucho en arrearle profundos movimientos de caderas follándola primero de forma lenta para, poco después, tomar un ritmo mucho más vivo y despiadado. Los dos iniciamos un rápido folleteo uniendo nuestros cuerpos sin parar un solo segundo y gozando del placer que nuestros sexos nos hacían sentir.

Sin dejar de follarla cogí sus blancos cabellos entre mis dedos y, tirando su cabeza hacia atrás, la hice gritar al mismo tiempo que continuaba con mi rápido mete y saca en tan delicado agujero. Paula, a punto de perder la razón, se agitaba como una culebra ayudándome en mi follada con un suave balanceo de sus caderas. No tardó en correrse nuevamente entre lamentos y quejidos de rugiente pasión.

Javier, mientras tanto, no dejaba de acariciarse su flácido pene sin apartar un solo segundo sus ojos del polvo desenfrenado que su querida mujer estaba disfrutando. Retirando mi pene de aquel agradable agujero en el que tan fácil resultaba moverse, lo cogí unos segundos entre mis dedos acariciándolo arriba y abajo hasta que, apuntando ahora a su otro orificio ciertamente mucho más estrecho que el anterior, presioné con fuerza viendo a mi pareja mantener a duras penas la respiración.

¡Me quema…Dios, me quema…es demasiado grande! –apenas pudo pronunciar manteniéndose quieta mientras trataba de hacerse al tamaño más que respetable de aquella redonda cabezota que parecía irla a destrozar por dentro.

Acercándome a ella traté de tranquilizarla diciéndole suaves palabras junto al oído al mismo tiempo que mi polla buscaba acomodo dentro de aquel angosto canal. Una vez pareció su culito hacerse al tamaño de mi glande y, viendo el gesto de inmensa felicidad que Paula ponía, apreté con fuerza hasta introducirme por entero en su estrecho culito tornándose ahora su cara en una mueca de tremendo dolor empezando a deslizarse grandes lágrimas por su rostro.

Pese a todo, aquella mujer en ningún momento trató de apartarse de aquella desgarradora presión, continuando con su sufrimiento manteniéndose fuertemente agarrada a los lados de la camilla. Teniéndola sujeta por su hombro empecé a sodomizarla a buen ritmo haciendo que Paula sollozara y aullara cada vez que mi polla ingresaba dentro de su pequeño culito. Lo tenía realmente estrecho así que las primeras débiles embestidas que le di resultaron un tanto problemáticas hasta que, poco a poco, y gracias a las caricias que sus dedos prodigaban sobre su coñito, el oscuro canal de aquella formidable mujer se fue relajando y dilatando, facilitando de ese modo las entradas y salidas de mi largo instrumento.

¡Métemela…métemela, mi amor…me estás matando pero es sensacional! –aseguró volviendo la cabeza hacia mí antes de ofrecerme sus carnosos labios los cuales besé de forma apasionada y sensual uniendo mi lengua a la de ella.

Al mismo tiempo que la tenía bien enlazada por la cintura y sin parar de masajearle uno de sus bonitos senos, la hice levantar una de sus piernas pudiendo de ese modo observar perfectamente las brutales acometidas que le daba mientras ella, sin apartar su mirada de la mía, me incitaba a continuar con aquel salvaje tratamiento. Ahora sí mi erecto miembro podía moverse en el interior de ella con gran facilidad, sodomizándola por entero saliendo de su culito para al momento volver a introducirme hasta acabar haciendo tope con sus nalgas.

Dime cariño, ¿qué te parece el semental que te he traído? –le preguntó Javier mientras se hacía con su pequeña orejilla chupándosela y comiéndosela hasta hacerla estremecer de emoción.

Es realmente tremendo. Es un auténtico animal…gracias, muchas gracias, mi amor por este regalo que me has dado –respondió ella a su marido juntando su boca a la de él y besándose ambos de un modo delicado pero que contenía un profundo significado erótico.

Mientras se besaban, me quedé unos instantes quieto detrás de Paula pero sin sacar mi dura herramienta de tan agradable escondite. No sé las veces que aquella mujer pudo disfrutar de su inmenso placer pero sí que puedo asegurar que enganchó alguno de sus orgasmos con otro muy seguido y mucho más intenso. Tenía la polla irritada de tanto follar aquel bello cuerpo, sin embargo no quería acabar tan espléndido encuentro sin entregarle todo mi esperma que estaba bien seguro que sería mucho después de todo el rato que llevábamos haciéndonos arrumacos y caricias.

Así pues volví a la carga pero esta vez moviéndome a un ritmo endiablado y completamente enloquecedor para ambos. Los gritos de Paula resonaban en mis oídos cada vez que la golpeaba, follándola y sodomizándola como si en ello me fuera la vida. Me iba a correr y así se lo hice saber, gimiendo ella como una gatita y sin dejar de agitarse adelante y atrás ayudándome en mis movimientos de caderas. Mientras, ella no dejó de masturbarse como una posesa pasándose sus deditos por su entrepierna y sin parar de gritar.

Al fin, y sin poder aguantar por más tiempo todo aquello, salí de su ojete lo cual visto por ella hizo que se arrodillara frente a mí en espera de recibir mi descarga. Agarró mi fatigado pene con su mano y me estuvo masturbando no más de diez segundos hasta que, quedándome completamente inmóvil y sintiendo que las piernas se me aflojaban frente a mi peso, acabé reventando de puro placer eyaculando fuertes borbotones de semen que fueron recogidos por la boca hambrienta y golosa de aquella zorrita.

Con el rostro congestionado pude verla disfrutar de mi blanquecina catarata que cayó sobre su boca y su barbilla yendo a parar parte de ella sobre los pechos de Paula la cual no cejaba en su empeño de saborear toda mi corrida relamiéndose los labios de gusto.

¡Ha estado fantástico! ¡Menuda potencia te gastas! –dijo halagándome mientras recogía uno de los goterones de mi leche que buscaba escapar a través de la comisura de sus labios.

¡Realmente asombroso! –escuché decir a Javier el cual se había corrido una segunda vez ante el salvaje espectáculo que le habíamos ofrecido.

Vamos a darnos una ducha, cariño…estoy agotada –exclamó Paula alargándome su mano para que la acompañase. Pasa el resto del día con nosotros. Luego te pones de acuerdo con mi esposo sobre el precio, no te preocupes por eso –me dijo ya en el baño mientras me daba la espalda y se disponía a abrir el grifo para que el agua de la ducha se fuera calentando.

La ducha se prolongó durante un largo rato disfrutando ambos del calor del agua, bajo la cual nuestros cansados músculos se fueron recuperando como por ensalmo.

Adriano, mi amor. ¡Me gustaría que estos encuentros se hicieran más continuados! Hacía tiempo que no me corría de este modo y la verdad es que ha sido bestial. Sólo me gustaría que la próxima vez lo pasemos los dos a solas, ¿de acuerdo?

Eso lo dejo en tus manos, preciosa –respondí haciéndola ladear la cabeza, e inclinándome sobre ella volví a besarla mordiéndole levemente el labio inferior mientras el agua de la ducha resbalaba por encima de nuestros cabellos.

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