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Reunión de trabajo y placer

en Sexo con maduras

Reunión de trabajo y placer

Tenía que resolver unas cosas pendientes en el trabajo para el lunes siguiente así que se levantó temprano pese al mal día que hacía. No podía esperar la sorpresa que su encantadora jefa le iba a dar haciéndole dejar todo aquello para más tarde entregándose ambos a la sensualidad de sus cuerpos…

 

Ayer tarde al lago fui

con la intención de conocer

algo nuevo.

Nos reunimos allí

y todo comenzó a surgir

como un sueño.

Creo recordar que por la noche

el pájaro blanco echó a volar

en nuestros corazones

en busca de una estrella fugaz.

Vimos juntos el amanecer

y el lago reflejó nuestros sueños.

En silencio fuimos a caer

junto al gran monte aquel

que nos dio el amor.

No puedo negar que me hizo daño

que mi corazón huye de ti.

Has de ser como la mañana

del día que te conocí…

En el lago, TRIANA

 

Aquel sábado por la mañana me levanté a las ocho y media pues tenía unas cosas pendientes en el trabajo y quería tenerlas listas para el lunes siguiente sin falta. Una vez levantado de la cama y tras subir la persiana, me asomé a la ventana que daba al gran patio interior de la parte trasera de mi pequeño apartamento encontrándome con la desagradable sorpresa de que continuaba lloviendo tal como había estado haciendo durante toda la noche. El agua sobre el suelo brillaba bajo las luces que ofrecían algo de claridad envueltas en aquel cielo plomizo y nublado de aquellas horas de la mañana.

Ya en el baño, me di una relajante y cálida ducha de agua bien caliente para combatir aquella maldita humedad que se había instalado entre nosotros desde la tarde del día anterior. Tras llenar mi mano con un buen chorro de champú y después de hacer una gran cantidad de espuma con el mismo, me lavé a conciencia mis oscuros cabellos acariciándolos con suaves movimientos circulares de mis dedos.

Después eché gel sobre la esponja y empecé a enjabonar mi cuerpo con la espuma densa y cremosa recorriéndolo arriba y abajo hasta notar mis miembros relajados por la acción tonificante de la abundante espuma y del agua templada. Enjaboné mi velludo pecho, mis caderas y mis muslos, mi vientre y mis piernas cansadas para volver a subir hacia mi vientre acariciando de forma lenta mi sexo el cual llené de jabón por entero hasta que, sin tardanza, empezó a mostrarse receptivo al suave masajeo que tan agradablemente le proporcionaba el movimiento lento de la esponja.

Tranquila pequeña, aún no es tu turno –pensé sonriendo mientras el agua de la ducha caía por encima de mi cabeza y de mi rostro cerrándola finalmente una vez quedé libre de todo el jabón que cubría mi cuerpo.

Ya frente al espejo y dejando a un lado mi encabritada entrepierna, me afeité en apenas cinco minutos y una vez listo me peiné, me perfumé y tras ponerme mis pantalones gris piedra, mi camisa azul cielo y mi corbata negra de seda italiana, desayuné cualquier cosa y poniéndome la chaqueta del traje, cogí las llaves y el paraguas y me dirigí al parking en busca de mi coche.

Candela, mi jefa desde hacía ya tres años, me había dicho que tuviera aquellos papeles listos para primera hora de la mañana del lunes pues de ello dependía un importante contrato que podía reportar suculentos beneficios a la empresa. Sabía lo importante que podía resultar aquel contrato pues la empresa francesa con la que trabajábamos no se andaba con tonterías con el tema de los posibles retrasos y siempre había que tener las cosas solucionadas a tiempo.

Así pues, nada más llegar a la oficina pulsé el botón de encendido del aire acondicionado poniendo en marcha el ordenador a continuación. Mientras se iba cargando, llevé el paraguas al baño dejándolo que se secara, dejé la chaqueta sobre el respaldo de mi butaca y miré el reloj que colgaba en la pared el cual marcaba unos minutos antes de las diez de la mañana. Me preparé un café bien cargado en la máquina de café que tenemos y ya con todo listo me senté dispuesto a hincarles el diente a aquellos malditos papelotes. De ese modo estuve una hora y media larga entre archivos y papeles tratando de solucionar los muchos puntos delicados que aquel tema presentaba.

Me levanté en busca de algo de descanso pues parecía que la cosa iba para largo, la verdad es que no pensaba que aquello fuera a complicarse tanto. Antes de volver a sentarme, descorrí ligeramente la cortina a un lado y me quedé un rato mirando a través del amplio ventanal que daba a la calle. La molesta lluvia parecía que comenzaba a amainar viéndose caer pequeñas gotas de agua a través de los cristales. A aquellas horas de la mañana y con aquel tiempo tan desapacible, la ciudad parecía dormir por completo viéndose sólo algún coche llevando de vuelta a algún grupo de amigos después de la noche del viernes o bien, la presencia silenciosa de algún taxi camino del aeropuerto buscando conseguir una buena carrera que pudiera solucionarle parte de aquel sábado.

De pronto, el ruido de la puerta de la oficina al cerrarse me sacó de mi descanso. Al volverme me encontré con la presencia de Candela la cual me sonreía alegremente dándome los buenos días mientras se quitaba su bonita boina y su gabardina color avellana y los colgaba junto al paraguas en el perchero que descansaba al lado de la puerta de entrada. Dejó caer el bolso sobre una de las sillas y cruzando el pequeño despacho la vi acercarse a mi mesa.

¡Roberto, tú siempre tan eficiente! Sabía que vendrías esta mañana pese al mal tiempo que hace –dijo Candela mientras se atusaba sus largos y sedosos cabellos de un brillante e intenso tono caoba.

Mientras la veía avanzar hacia mí con paso firme taconeando sobre aquel par de botas, me quedé embobado mirando el cuerpo maduro y todavía apetecible de aquella hermosa mujer. Lo cierto es que era difícil no prestar la debida atención a aquel cuerpo bien cuidado y de bellas formas que hacían pensar a uno las más excitantes locuras en compañía de aquella mujer.

De cerca de cuarenta años y casada con un hombre mucho mayor que ella y que al parecer no le hacía el menor caso pues según se comentaba había puesto sus ojos en una jovencita de no más de veinte años, más de una vez me había cogido en falta tratando de ver mucho más allá entre aquellos sugerentes escotes que llevaba de forma tan natural y elegante o entre la tela de su falda o de sus cortos vestidos cada vez que se sentaba en la cómoda silla de su despacho. Sin embargo, Candela nunca dijo nada sobre mis miradas, ni pareció sentirse molesta por ello. Tan sólo sonreía con aquella sonrisa de hembra curtida en mil batallas y perfectamente conocedora de las muchas debilidades masculinas.

Hola Candela, ¿qué haces por aquí? No esperaba que vinieras a la oficina en sábado y con el mal día que hace.

Al parecer ambos hemos tenido la misma idea –dijo inclinándose detrás de mí mientras observaba con detenimiento la hoja de Excel donde aparecían los movimientos financieros del último trimestre.

Llevo una hora y media buscando y rebuscando y no encuentro el problema por ningún lado –dije notando sobre mí el perfume fresco y delicado de mi atractiva jefa.

Bien, deja eso un momento y tomemos un café juntos –exclamó ella separándose de mí y volviendo hacia su bolso del que extrajo el monedero en busca de unas monedas.

De nuevo mis ojos quedaron prendados unos segundos de aquellas bellas formas femeninas completamente hechas para el pecado y que podían imaginarse con facilidad bajo sus ropas. Cogiendo entre sus dedos sus largos cabellos se los recogió en una graciosa coleta que la hacía parecer mucho más joven. Las arrugas sobre su bello rostro quedaban sabiamente difuminadas bajo el efecto casi imperceptible del maquillaje que se había puesto. Mi jefa tenía unos bonitos ojos almendrados y unos labios grandes y carnosos que suponían, cada vez que la veía, una auténtica tentación para el deseo.

Aquella mañana, Candela vestía una elegante chaqueta de punto en tono ocre que se ceñía a su cuerpo como un guante y en la que destacaba el profundo escote bajo el que se insinuaban sus voluminosos pechos de gruesos pezones. La falda color chocolate le llegaba a medio muslo mostrando buena parte de sus piernas las cuales llevaba cubiertas hasta las rodillas con unas interminables botas de altísimo tacón de aguja. Lo cierto es que estaba verdaderamente preciosa y que ningún hombre en su sano juicio sería capaz de apartar sus ojos de semejante belleza.

La seguí hasta la máquina de café como si de un manso cordero al que están a punto de degollar se tratara y sin dejar de devorar aquel redondo trasero que se marcaba orgulloso bajo la ligera tela de su falda. No podía evitar sentirme atraído por aquella hembra de la que me resultaba imposible quitar mis ojos de su pompis tan levantado, de su cintura con algún que otro kilito de más y de sus rotundas piernas. En esos momentos, un bulto de notables dimensiones aparecía bajo mis pantalones tratando de buscar un mejor acomodo entre las piernas de Candela la cual, de forma aparentemente inocente, al caminar movía y removía su culito una y otra vez.

¿Eran sólo imaginaciones de mi mente calenturienta o realmente me estaba provocando mi propia jefa a la que tanto tiempo llevaba deseando en silencio? –pensé viéndola remover su culito de aquel modo.

Llegados a la máquina del café, Candela se volvió hacia mí justo antes de que yo apartarse mi mirada de sus sensuales caderas.

Dime Roberto, ¿qué te apetece tomar? –preguntó mientras jugaba con las monedas entre sus dedos.

Un café solo estará bien, gracias. Con algo de azúcar –respondí amablemente a su invitación.

Un poco de azúcar. Ya sé que no te gusta muy dulce –dijo ella como pensando en otra cosa al mismo tiempo que me daba la espalda enfrentando directamente la máquina de café donde echó las correspondientes monedas.

Tras sacar mi café lo recogí haciendo que nuestros dedos se rozaran mínimamente y luego Candela echó más monedas pidiéndose un café solo como yo pero con más azúcar. Ya con su café en la mano, apoyó su espalda en la pared y mientras revolvía el azúcar con la pequeña cucharilla reanudó nuevamente la conversación diciéndome:

Roberto, ¿qué te pasa estos últimos días? Se te ve un poco preocupado.

Supongo que es por el tema de los franceses –dije después de dar un pequeño sorbo a mi café el cual quemaba horrores. Por eso quise venir esta mañana para tenerlo acabado para el lunes pues sé lo importante que puede resultar para la empresa.

Tranquilo, que todo se acabará arreglando –comentó ella apoyando su mano sobre mi brazo como si buscase darme confianza.

El simple roce de aquellos delicados dedos de uñas tan bien cuidadas sobre mi brazo hizo que un escalofrío me corriera por todo el cuerpo, lo cual fue notado por aquella experta mujer sonriéndome con picardía al tiempo que hacía aquel contacto mucho más intenso. Mi polla a duras penas podía mantener la compostura bajo mi pantalón. Mi cabeza trabajaba a mil por hora pensando en si lanzarme sobre mi jefa o esperar que fuera ella quien se acabara insinuando de forma total. Tal como dije anteriormente, sabía que su marido no le hacía mucho caso desde hacía un buen tiempo así que seguro que también tendría sus necesidades. Mi experiencia en temas amorosos me hacía pensar que algo iba a ocurrir allí aquella mañana con aquella hermosa mujer, sólo había que ser paciente y dejar que los acontecimientos se desarrollasen por sí solos.

¿Y qué tal te va con la chica con la que sales? Se llama Gloria si no me equivoco, ¿verdad? –preguntó cambiando inesperadamente de conversación.

Hace ya tres semanas que no salimos. Me dejó liándose con otro –confesé pensando dónde podría llevarnos aquel brusco cambio de tema.

Vaya, lo siento mucho –dijo Candela acercándose mucho más a mí lo cual hizo que la presión de sus dedos sobre mi brazo ganase en importancia y que volviese a sentir la proximidad del frescor de aquella fragancia con que se había perfumado aquella mañana.

Me sentía aturdido y con la boca seca estando allí solos los dos hablando de mis problemas que aparentemente debían importarle a ella un bledo.

¿Qué te parece si miramos de arreglar eso? –la escuché susurrar apenas en voz baja.

¿Qué quieres decir? –balbuceé notándome ahora sí nervioso perdido y sin saber cómo parar todo aquello.

Roberto, dejémonos de tonterías. Sé cómo me miras desde hace tiempo con el mayor descaro. Y no me digas ahora que no es verdad. Los hombres no sabéis disimular cuando una mujer os gusta.

Candela, por favor… -exclamé sin saber dónde meterme.

¿No te irás a echar atrás ahora? –pronunció como en un susurro al mismo tiempo que se juntaba a mí hasta hacer aquella proximidad insoportable para mí.

Noté la mano de aquella hembra tanto tiempo deseada y fue en esos momentos cuando sentí abrirse el cielo de par en par ante mí. Candela apoyó totalmente su mano sobre mi bulto el cual se encontraba durísimo y deseoso por sentir unas manos amigas que lo acariciaran.

¿Pero qué es esto que tienes aquí, muchacho? ¡Dios mío, es enorme! –exclamó abriendo los ojos como platos y sin apartarlos de los míos mientras su mano seguía palpando mi dura herramienta.

Sin soportar por más tiempo aquel suave masajeo que me tenía tan fuera de mí, me lancé sobre ella llevándola contra la pared y empecé a besarla con insana urgencia recibiendo ella mi ataque con evidente placer. Al fin se había cumplido mi deseo inconfesado por aquella mujer a la que llevaba tanto tiempo deseando. Cruzando ella sus manos por detrás de mi cuello abrió su boca dándome a degustar su jugosa lengua la cual se juntó con la mía en un beso lleno de morbo y lujuria incontrolada.

Te deseo… te deseo desde hace tanto tiempo –dije separándome de ella y viéndola respirar de forma acelerada envuelta como yo en aquella profunda pasión que a ambos nos consumía.

Yo también te deseo desde hace tiempo, cariño. Bésame Roberto… anda bésame –me pidió Candela mientras apoyaba su mano en mi pecho y con la otra abrazaba mi cuello masajeando mis cabellos entre sus dedos.

Al mismo tiempo que nos besábamos mezclando nuestras húmedas lenguas en el interior de mi boca, no paraba de rozar mi entrepierna contra su pubis haciéndola sentir una y otra vez mi horrible instrumento pegado a ella. Candela cerró sus ojos completamente entregada a mí mientras con sus manos me abrazaba de manera furiosa pudiendo notar de ese modo aquel enorme par de melones que parecían querer romper la tela que los cubría. Uniendo nuestras lenguas una y otra vez, aproveché la situación de indefensión en que se encontraba aquella hermosa mujer para llevar mis manos hacia sus muslos los cuales acaricié por encima de su falda, subiendo y bajando hasta que conseguí al fin llevarlas por debajo sintiendo la suavidad de la fina tela de sus braguitas cubriendo sus cálidas nalgas tan ávidas por sentir el roce de mis jóvenes manos sobre ellas.

Teniéndola bien agarrada por la cintura, la hice ladear levemente el cuello sobre el cual me incliné comenzando a chupárselo y lamérselo de forma frenética. Candela, gemía y gemía reclamando que continuara besándola demostrando así lo muy excitada que se encontraba. No dejaba de suspirar al tiempo que notaba su cuerpo estremecerse con cada una de las caricias que, de modo tan amable, le prodigaba.

Separándola de mí, pude disfrutar unos breves momentos de su rostro congestionado y de sus ojos de viciosa antes de volverla de espaldas a mí. Me apreté contra ella estrechándola por la cintura de forma salvaje mientras me hacía con uno de aquellos grandes pechos que tan loco me tenían.

¡Sigue… sigue… qué cachonda me tienes, muchacho! –dijo casi gritando al tiempo que removía su redondo trasero sobre mi abultada entrepierna la cual no dejaba de pegar bandazos por debajo del pantalón.

En una de éstas, Candela se agachó poniéndose en cuclillas frente a mí y me desabrochó el botón con rapidez, para después bajar la bragueta dejando deslizar al fin mis pantalones a través de mis muslos y mis piernas hasta que cayeron al suelo. Mi pobre slip apenas podía mantener a raya mi tremenda erección y ella lo notaba, claro que lo notaba. Cerré unos segundos mis ojos, disfrutando de aquel enorme morbo que me producía todo aquello y pensando que no podría soportarlo mucho más rato y que mi polla acabaría estallando sin remedio si aquello seguía así. Bajé mis ojos hacia mi jefa y me encontré con los de ella mirándome con cara de vicio y dándome a entender lo muy excitada que estaba y que deseaba lo mismo que yo quería.

Loca de deseo, empezó a darme pequeños besos en los muslos antes de decidirse por fin a bajarme el slip con su boca saltando mi grueso ariete al aire apuntando orgulloso hacia arriba.

¡Madre de Dios… menudo tamaño te gastas, muchacho!

Y sin decir más, mi hermosa jefa se metió mi grueso aparato completamente en la boca dándole fuertes lametones con su lengua arriba y abajo y sin dejar de mirarme a los ojos mientras lo hacía. Sentí el roce de su lengua sobre mi capullo acariciándolo como nunca me lo habían hecho. Lo primero que hizo fue lamer su borde para después, poco a poco y haciéndome enloquecer de placer, irlo recorriendo todo con la punta de su lengua. Al tiempo que lamía mi capullo una y otra vez, Candela acompañó aquella delicada sensación con la lenta masturbación de su mano.

Con los ojos entrecerrados y mis manos agarradas a sus cabellos, podía ver a aquella mujer relamiéndose de gusto cada vez que mi polla entraba y salía de su boquita. Mi excitado miembro se hallaba ya duro como el granito cuando ella aprisionó mi redondo glande con su boca y empezó a mover su cabeza adelante y atrás, una y otra vez y cada vez más rápido hasta hacer aquella caricia totalmente insoportable para mí. Yo no podía dar crédito a todo aquel placer que me estaba dando aquella mujer. No hacía más que gemir y jadear sintiéndome en la gloria con cada lametón que me daba aquella experta lengua.

Jugaba con mis huevos para luego subir por todo el largo tallo ensalivándolo por entero. Era más que evidente que le encantaba comerse mi polla mostrándose en ello como una auténtica maestra. Estaba a punto de reventar sobre ella y ambos lo sabíamos dejando que mi tensión fuera incrementándose más y más hasta llegar a hacerse inaguantable para mi cansado miembro el cual se hinchaba cada vez más en el interior de su boca y encerrado entre sus manos. Finalmente, mi capacidad de aguante dijo basta y apartándola de mí, me corrí llenándole la boca, la barbilla y las mejillas hasta acabar descargando al fin todo mi preciado esperma. Aquella putita se relamió cogiendo mi semen con sus dedos y llevándolos a su boca para saborear mi blanquecino líquido. Después de eso, me la volvió a chupar metiéndosela toda en la boca hasta dejármela bien limpia de restos de leche.

¡Joder Roberto, menuda corrida te has pegado! ¡Realmente estabas bien cargado! –exclamó mientras acababa de degustar las últimas gotas de semen.

Pese a mi tan reciente eyaculación continuaba estando muy caliente así que me lancé sobre mi hermosa madurita la cual me recibió con un suspiro de satisfacción. Nos tumbamos en el frío suelo abrazándonos locos de pasión y, sacándole los senos al aire tras romperle los botones de su sugestiva chaqueta, se los empecé a chupar y lamer de forma furiosa. Tanta era la emoción que me embargaba que se los llegué a morder levemente haciéndola arrancar un grito ahogado.

Con cuidado, loco –dijo apartándome de ella pero sonriéndome complacida y gozando seguramente con mis jóvenes impulsos.

Descansando unos segundos, me separé de ella observando sus grandes y abultados senos de oscuros pezones que parecían querer hipnotizarme llamándome a saborearlos una y otra vez. Así lo hice arremetiendo contra uno de ellos el cual noté endurecerse nada más notar mi ansiada caricia. De ahí pasé al otro ensalivándolo y dejándolo igualmente duro y alzado. Candela agradecía aquel agradable tratamiento llevándome contra ella y sin parar de emitir pequeños gemidos y lamentos de inmenso placer.

Una vez dejé sus sensibles pitones bien elevados, subí hacia arriba de forma lenta pero sin darle un segundo de relajo y, sujetándola con fuerza, volví a apoderarme de su desnudo cuello besándolo y chupándolo y disfrutando al notar cómo la piel de aquella madurita se erizaba bajo el roce incesante de mis labios y mi lengua. Echándole la falda hacia arriba me encontré con aquellas braguitas, de un encantador rosa pálido, completamente empapadas. Jugueteando con ella hasta hacerla estremecer, me dediqué a rozarla con las yemas de mis dedos por encima de la fina tela masajeándole sus muslos y parte de aquellas montañas viendo cómo ella las movía de manera provocativa animándome a continuar. Con decisión rompí aquella prenda femenina encontrándome con su peludo y mojado coñito el cual palpitaba de puro deseo invitándome a devorarlo.

Acaríciamelo… vamos acarícialo, cariño. Dame mucho placer, lo necesito –reclamó mirándome con la respiración desbocada y con sus ojos vidriosos.

Siguiendo sus amables recomendaciones, me introduje entre sus piernas y separándole con cuidado los labios vaginales empecé a comerle la vulva con suma delicadeza y dedicación. Candela, doblando ligeramente las piernas, se entregó por entero a mí acariciándome el pelo mientras emitía sus primeros lamentos desconsolados. Ahondé en su placer, metiendo mis dedos en su cueva tras humedecerlos unos instantes entre mis labios. De ese modo, mientras me hacía con su clítoris aprovechaba al mismo tiempo para follarla su sexo primero lentamente y luego con un ritmo mucho más vivo y resuelto. Mi amante se retorcía entre mis brazos con cada golpe de lengua que le daba y con cada entrada y salida de mis dedos en su bella flor. Jamás en mi vida había visto a una mujer gozar de aquel modo, parecía enteramente que se estuviera meando de gusto. Y realmente así era, chillando y estremeciéndose cada vez que la atacaba hasta que alcanzó su orgasmo agitándose sobre las baldosas como un pelele y llenándome la boca con sus jugos que parecían no tener fin. El primer orgasmo de aquella mujer se unió a otro mucho más salvaje y profundo haciéndola prorrumpir en sonoros aullidos y berridos de inmenso placer que me dejó verdaderamente satisfecho viéndola gozar de aquel modo.

¡Gracias, muchas gracias Roberto! ¡Ha sido realmente estupendo! –apenas pudo pronunciar mientras se recuperaba con dificultad de tan formidable éxtasis.

Así estuvimos dos largos minutos, sintiendo nuestros cuerpos sudorosos y cansados y besándonos y abrazándonos sin descanso tras ponerme sobre ella ayudándola a reponerse para continuar de nuevo. Sin embargo, el golpe en la puerta de la oficina nos hizo separarnos escuchando la voz de Ramiro preguntando si había alguien. No sé de donde sacó las fuerzas pero Candela contestó del modo más tranquilo que pudo encontrar y sin que se notara lo que allí ocurría. En voz alta y con voz segura respondió que estaba ella y que había ido a trabajar un rato pues tenía que tener listas unas cosas para el lunes. Mientras, yo no paraba de atacarla haciendo aquello todavía mucho más morboso y excitante. Ramiro, era el hombre de seguridad que las oficinas tenían contratado para la vigilancia de los fines de semana. De cincuenta años largos y ya próximo a la tan temida jubilación, al parecer se hallaba haciendo la habitual ronda y debió oír parte de los ruidos que los dos hacíamos.

Si necesita cualquier cosa ya sabe dónde encontrarme. Pulse el botón de llamada y acudiré a su llamada lo antes posible.

No se preocupe, no se preocupe. Cerraré bien la puerta cuando me marche, no creo que esté mucho más rato –indicó ella mientras me daba un fuerte codazo para que no la siguiese provocando.

Al fin escuchamos los pasos lentos del guardia de seguridad continuar su ronda y cerrar la puerta del largo pasillo a su espalda. Lanzando un suspiro de tranquilidad volví a la carga atacando a mi pareja de nuevo.

¿Estás loco? ¿Casi nos pillan y aún quieres seguir? –exclamó tratando de separarse de mi cálido abrazo.

¿No pensarás dejarme así, verdad cariño? Tranquila que no va a volver en mucho rato –la tranquilicé echándole a un lado el mechón de cabello que le caía sobre su frente sudorosa.

Está bien, pero vayamos con cuidado y no hagamos tanto ruido –contestó Candela como si quisiera creer ella misma en sus palabras mientras le brillaban los ojos de profundo deseo.

Lo cierto es que aún no la había follado y no quería dejar pasar aquella oportunidad, que quizá nunca más volviera a presentarse, de disfrutar del cuerpo sensual de aquella encantadora hembra.

Separándome de ella me incorporé sobre mi codo y alargándole la mano la ayudé con grandes dificultades a ponerse en pie. Empujándola con fuerza, la llevé contra la pared empezando a acariciar nuevamente sus pechos teniéndolos fuertemente atrapados entre mis dedos.

¡Qué loco eres! ¿Es que no tienes aún bastante? –exclamó entre ahogados gemidos y totalmente complacida por mi enfermiza pasión.

Me tienes completamente loco –aseguré presionando su boca con mi lengua tratando de conseguir que la abriese.

¡Loco, más que loco! ¡Qué fogoso e insaciable eres, cariño mío! ¡Dios mío, todavía la tienes dura y en forma… qué poderío! –ponderó Candela abrazándome y llevándome hacia ella notando entre sus piernas mi encandilada humanidad.

Mi ardiente jefa me ofreció ella misma sus voluminosos pechos los cuales me puse a devorar y a besar con gran apetito, dándoles suaves movimientos circulares con mi lengua sobre sus sonrosadas aureolas y acompañándolos de traviesos mordisquillos. Me embriagué con aquel par de poderosas razones hasta que me hice con sus pezones los cuales pellizqué y retorcí notándolos duros entre mis dedos. Ella no dejaba de jadear y quejarse entre mis brazos mientras se restregaba contra mi pelvis enloqueciendo a cada golpe que le daba. Al tiempo que mi inesperada amante de aquella lluviosa mañana me agarraba el culo con una mano y con la otra me acariciaba el pelo y la espalda por debajo de la camisa, mis manos respondían a sus caricias apoderándose de sus nalgas y recorriéndolas en toda su extensión como si pretendieran extasiarse con aquel solo contacto.

Besándonos con desenfreno, Candela buscó mi sexo de forma desesperada entre nuestras piernas hasta que al fin logró hacerse con él, poniéndose a manosearlo y a recorrerlo en toda su longitud con malsana intención. Sabía lo que aquella mujer deseaba igual que yo lo deseaba y que, conociéndola como la conocía, no pararía hasta conseguir hacer que la tuviera dentro de su coñito.

Cogiéndome de la corbata me hizo caer sobre ella besándonos una vez más de forma salvaje y obscena, dándome ella su lengua para que se la mordiese al tiempo que le ofrecía mi cálida saliva de manera impúdica y desconocida en mí.

¡Te deseo… cómo te deseo dentro de mí! –dijo mientras me desabrochaba los botones de la camisa uno a uno mirándome con aquella cara de profundo deseo.

Una vez la camisa cayó al suelo, se lanzó sobre mi velludo pecho jugando con mis pezones como antes había hecho yo con ella. Ahora fui yo quien gimió débilmente una y otra vez con los apenas perceptibles mordisquillos que aquella mujer me dio. Mis pezones se elevaron al notar el roce femenino de aquellos labios y aquella húmeda lengua sobre ellos. Sus manos no se mantenían quietas un solo segundo, recorriendo arriba y abajo mis brazos, mi espalda y mis caderas como si fuera la primera vez que reconocía un cuerpo masculino.

La notaba temblar entre mis brazos sin parar de pedir más y más al mismo tiempo que seguía embriagándose con el olor fuerte y masculino de mi piel sudorosa. Sin esperar más tiempo llevé mi mano entre sus piernas y empecé a maltratar su clítoris el cual respondió con prontitud a mi asalto endureciéndose y vibrando de pura emoción. La hice abrir las piernas para facilitarme el camino y separándole los labios le introduje dos de mis dedos en su vagina la cual estaba ardiendo y deseosa de ser satisfecha. Eso la enloqueció por entero y empezó a arquearse sin poder evitar soltar un gemido. Su sexo estaba chorreando gracias a la dulce ofensa que mis dedillos le prodigaban. Candela no dejaba de sollozar y gozar y eso me ponía realmente a cien pues no hay otra cosa que me excite más que ver disfrutar a la mujer que tengo entre mis brazos.

Sentía sus piernas temblorosas entre mis manos por la multitud de placeres que acudían a su cuerpo. Hundí mis dedos en su raja mojada y la estuve masturbando con frenesí haciendo que sus gemidos fueran aumentando de volumen a medida que mis caricias iban aumentando en profundidad. Sus fluidos brotaban de su coño al tiempo que sus piernas se cerraban alrededor de mis vivarachos dedos que no dejaban de jugar y jugar.

¡Sigue cariño… sigue… me estás volviendo completamente loca! ¡Qué maravilla! –suplicó entre sollozos admirativos y deseando continuar con todo aquello.

Pese a sus palabras, consiguió controlar su deseo sin permitirme aún que la penetrara. Agarró mi falo entre la palma de su mano y los dedos apoyándolo sobre mi vientre y luego acercó su sexo al mío pero sin buscar más de momento. De ese modo tan delicioso inició un lento movimiento adelante y atrás regocijándose con sus meneos. Al tiempo que se dedicaba a aquella tierna tarea me besaba de forma delicada disfrutando de mi boca envolviéndola entre sus grandes labios. El manantial de su vagina empapaba por completo mi sexo el cual palpitaba entre sus dedos. Ninguno de los dos pronunciamos palabra en esos tensos instantes pudiéndose oír tan sólo el leve jadear de ambos junto al ritmo desenfrenado de nuestros corazones.

Avancé en mi conquista hurgando más en sus paredes y sin que ella dejara de emitir hondos suspiros meneando su pelvis adelante y atrás en busca de que mis ataques crecieran en intensidad. Sin embargo, nada más lejos de mis reales intenciones; quería gozar de aquella madura hembra todo lo que pudiese y alargar aquel inmenso placer todo lo posible. No había prisa alguna así que enlacé sus labios mayores los cuales retiré a los lados permitiendo la feliz aparición de otros mucho más pequeños y rosaditos. Busqué su diminuto tesoro rascando sobre el mismo con mis uñas logrando con ello hacerla vibrar y delirar con mis escurridizas caricias. Candela me ayudó a subir una de sus piernas, la cual enganché con mi brazo, haciendo de esa manera mucho más fácil su tortura. Ella no reclamó nada, sólo se dejaba hacer mordiéndose el labio inferior y mirándome con su bello rostro descompuesto y cansado. El brillo de sus ojos me indicó lo mucho que lo estaba gozando.

Al fin aceleré su sufrimiento metiendo con mucha mayor velocidad mis dedos follándola a gran ritmo en busca de un nuevo orgasmo. Cerró los ojos con fuerza moviéndose de forma endiablada como si quisiese ser ella misma quien se procurase su propio placer. Aquella espléndida hembra empezó a vocear de forma desbocada haciéndome rezar porque Ramiro no se encontrara por allí cerca. Ahora sí noté ascender su imparable convulsión, contrayendo sus miembros y retorciéndose entre fuertes e incontrolables espasmos.

¿Lo sientes? –la interrogué disfrutando de su semblante desencajado y de sus lágrimas de descontrolado deleite.

¡Sí… me corro! ¡No te pares… fóllame más! Me corr… me corro, mi amor… -exclamó cayendo abrazada a mí sin que sus piernas pudieran sostenerla en pie.

Sin darle descanso alguno tras aquel magnífico orgasmo que le había hecho gozar, la arrinconé aún más contra la pared de suave tono celeste y le empecé a restregar mi polla contra su rajita con golpes suaves pero continuos. Notaba el vello húmedo de su frondoso pubis cada vez que la redonda cabeza arremetía contra ella. La delicada piel de mi glande acariciaba una y otra vez con su cándido vaivén la superficie del sexo de Candela, hundiéndome bajo sus glúteos y sintiendo cómo su vulva bañaba mi herramienta con su rico y agradable néctar… esencia contra esencia… piel contra piel…

Junto a mi oído la escuchaba gemir suavemente con las manos en alto buscando agarrarse a lo primero que tuviera a mano. Al fin entré dentro de ella empezando a follarla. Notaba mi grueso ariete y no dejaba de disfrutar metiéndoselo despacito, con suaves impulsos de mis caderas arriba y abajo, un poco a la derecha y luego un poco a la izquierda. Después continué haciendo pequeños círculos. Penetraba delicadamente entre sus labios verticales, introduciéndome entre las húmedas paredes de su sexo que me recibían encantadas. Aquella avezada y diestra madurita levantó una de sus piernas cruzándola por detrás de mí intentando con ello apretarme todavía más para así sentirme mucho más adentro. Yo hacía mi ritmo deliberadamente pausado logrando arrancarle sus primeros jadeos para, de vez en cuando y sin previo aviso, meterle un pequeño empujón apretándome todo lo que podía contra ese maravilloso chochito. Fue entonces cuando la escuché decirme vencida y derrotada:

Métemela cabrón… métemela hasta el fondo y no me hagas sufrir más…

Respondiendo a su solicitud le susurré obscenidades al oído, acciones que jamás creí poderle decir y que sonrojarían al más atrevido. Poco a poco y sin remedio, mi hermosa jefa fue rindiéndose y cediendo a mis embestidas. Mi glande acariciaba su abertura sonrosada, los pliegues rugosos de su sexo y cogiendo fuerzas la penetré hasta el final, de una sola estocada. Aprovechando mi fortaleza y sin miramiento alguno, conseguí hacerla levantar en el aire sujeto su cuerpo sobre mi enorme eje que la clavaba y la clavaba haciéndola gritar totalmente perdida la razón por culpa de aquel animal que la traspasaba llegándole hasta la matriz.

Tómala puta, tómala… ¿esto es lo que querías, verdad? –pregunté babeando de gusto con cada entrada que le hacía.

Sin dejarla responder enterré mi gran mazo en el mayúsculo charco en que se había convertido su vagina meándose ella de nuevo de gusto. De manera salvaje la golpeaba una y otra vez contra la pared mientras ella se resistía en vano; muy al contrario sus movimientos de cansancio lo que hacían era enardecer aún más mis sentidos. Sus fluidos que mojaban todo mi cilindro ayudaban como improvisado lubricante a la dolorosa incursión dentro de sus entrañas. Sus largas uñas arañaban el bajo de mi espalda bajando luego hacia mis nalgas las cuales agarró entre sus manos mientras sentía mi miembro quemarle las entrañas.

¡Muévete más deprisa…vamos más fuerte, más fuerte Roberto! –reclamaba ella temblando y arqueando su espalda.

Mis cargados testículos hacían tope en la curvatura de su culo, chocando contra sus rosadas carnes. Entonces fue cuando Candela empezó a cabalgar como una posesa encima de mí. Mordió con fuerza mi hombro hasta hacerme sangrar y saltaba arriba y abajo dejando salir casi toda la polla de su coño para, al instante volver a sentarse hasta el fondo. Dejándome hacer por ella me ahogaba con cada uno de los balanceos de sus grandes pechos cada vez que saltaba. La habitación se convirtió a partir de esos momentos en un eco de gemidos y gruñidos ahogados por parte de ambos gozando de aquel feliz y brutal acoplamiento. El sudor de nuestros cuerpos se había adueñado de la oficina pero aquello no era algo que nos importase lo más mínimo en esos instantes.

Candela gimió angustiada sintiendo no poder parar su tremenda excitación, aquella tremenda excitación que la hacía removerse una y otra vez sobre mi polla. Intentaba escapar sin conseguirlo y lo único que logró fue hacer que le diera un fuerte cachete en el culo.

Estate quieta putita y goza con lo que te hago. Llevas mucho tiempo calentándome y ya es hora de que recibas tu merecido –le dije sin control y con la voz entrecortada.

Seguramente lo que no podía esperar aquella mujer es que su propio cuerpo se volviese contra ella pidiéndole mucho más. Un nuevo ataque por mi parte la hizo elevarse en el aire aguantando el aliento mientras sentía mi rabo desgarrarla por dentro. A partir de ahí ya no pudo pensar, sentándose de nuevo ella misma contra esa polla, deseando que la perforara, suplicándome que la rompiera. Tirando con fuerza de su oscura cabellera se la dejé suelta al tiempo que la endiñaba buscando encontrar caminos todavía inexplorados en aquel estrecho agujero. Ahora sí sus movimientos me hacían sentir cómo sus jugos salían, atrapaban y quemaban mi falo.

Candela lanzó un grito desgarrado que fue acompañado al momento por pequeños quejidos de animal herido. Sus gemidos doloridos se mezclaron con los míos pero, a medida que nuestros cuerpos danzaban en una forma rítmica, esos gritos se fueron convirtiendo en sollozos de pasión y de gloria. Continué con mi ritmo de fuertes embestidas sorprendiéndome con el hecho de que cuanto más chillaba ella, yo más fuerte la golpeaba.

Sigue, dame más –pronunciaba ella continuamente aquellas palabras que me sonaban a música celestial.

Cayéndole los cabellos sobre su rostro desencajado, le di mi dedo corazón para que lo chupara buscando así acallar los lamentos que pretendían escapar de su boca. Ya no pude aguantar más avisándole que me corría lo cual fue respondido por ella llevando su mano hasta mis huevos los cuales apretó con fuerza haciéndome vaciarme dentro de ella entre fuertes berridos de profundo placer. Ella llegó segundos después a su último orgasmo de aquella mañana dejando caer su cabeza sobre mi hombro el cual besó con gran dulzura e intensa gratitud.

Extenuados por el esfuerzo realizado nos mantuvimos así un rato, abrazados, callados y sintiendo el uno los latidos del corazón del otro, sintiendo el ascenso y descenso de nuestros pechos cansados por la respiración agitada. Candela finalmente descabalgó liberando mi polla de tan placentero encierro y echándose a un lado tumbada sobre el suelo.

Entre abrazos, besos cómplices y pequeños arrumacos por parte de ambos, me confesó que ya casi no jodía con su marido así que, aprovechando la falta de su esposo y tratando de solucionar aquello, los siguientes dos meses la poseí cada vez que pude en la misma oficina cuando ya todo el mundo se había ido e incluso en alguna ocasión llegamos a follar en su propio dormitorio. Lo mejor de todo fue la vez que me entregó su trasero el cual debo reconocer que se había convertido en una auténtica obsesión para mí. Sin embargo, un día u otro todo acaba teniendo su final y aquella bonita historia de amor y sexo finalizó el día que Candela se cansó de mí buscándose un hombre de su edad.

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