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Visitando a mi tía Leire

en Amor filial

Visitando a mi tía Leire

Tras encontrar un anuncio como stripper en Barcelona por el que le pagaban tres veces más, su madre llamó a su tía a la que hacía varios años que no veía. Después de un viaje de varias horas llegó a Barcelona encontrándose con aquella hermosa mujer con la que no tardaron en sucederse los acontecimientos de forma muy agradable para ambos…

 

The last that ever she saw him

carried away by a moonlight shadow.

He passed on worried and warning

carried away by a moonlight shadow.

Lost in a river last Saturday night

far away on the other side.

He was caught in the middle of a desperate fight

and she couldn’t find how to push through.

The trees that whisper in the evening

carried away by a moonlight shadow.

Sing a song of sorrow and grieving

carried away by a moonlight shadow.

All she saw was a silhouette of a gun

far away on the other side.

He was shot six times by a man on the run

and she couldn’t find how to push through.

I stay, I pray, I see you in heaven far away

I stay, I pray, I see you in heaven one day…

Moonlight shadow, MIKE OLDFIELD

 

Como carta de presentación les diré que me llamo Iñigo, que tengo 22 años y que vivo en Vitoria con mi madre y mis dos hermanas pues mi padre murió hace cinco años de un galopante cáncer de páncreas que se lo llevó en apenas dos meses. Una vez murió papá mi pobre madre tuvo que hacer filigranas para sacarnos adelante, pues su sueldo trabajando en una empresa de limpieza no daba para grandes alegrías. Por suerte, mi hermana Arancha hacía alguna que otra cosa en una pequeña gestoría trabajando por las tardes tras salir de la academia donde estudiaba por las mañanas. Así pues en cuanto pude encontré un trabajo de noches poniendo copas en una discoteca del centro de la ciudad.

Mientras estudiaba mi primer año de Farmacia trabajaba por las noches de miércoles a sábado poniendo cervezas y cubatas sin parar. Lo cierto es que no pagaban mal y las propinas que nos sacábamos con mis compañeros y compañeras ayudaban a final de mes reuniendo una buena cantidad de dinero con la que pagarme mis estudios y mis caprichos y ayudar algo en casa. Al empezar mi segundo año de carrera decidí buscar otra cosa que me resultara más rentable así que aprovechando mi carácter extrovertido y mi buen físico encontré gracias a una compañera de la discoteca un trabajo en otro local trabajando como camarero y gogó.

Me conservo bastante bien gracias a mis horas en el gimnasio sin parar de curtir mi cuerpo fibrado y sin un gramo de grasa. Eso sí, nada de anabolizantes ni rollos de esos. No dejaba ni un solo día de seguir mi estricta tabla de series y ejercicios. Mucha bicicleta, remo, sesiones interminables de pesas y abdominales. Luego una buena ducha y a estudiar o bien al trabajo. Soy moreno, bastante alto pues mido metro ochenta largo y como les decía con un cuerpo que era muy deseado por mis compañeras de la discoteca y de la facultad. Sin embargo, por aquel entonces no buscaba ninguna relación para no empeorar la situación en casa pues todos debíamos arrimar el hombro todo lo posible y aún más.

Aquel mes de mayo, hacia finales, había acabado el curso con notas excelentes habiéndome dejado sólo una asignatura para el año siguiente pues preferí sacar mejores resultados en las restantes y ponerme con aquella otra más adelante. Buscando trabajo, una mañana encontré un anuncio en el que pedían chicos jóvenes y con buenos cuerpos para trabajar como stripper durante mínimo un año. El sueldo era tres veces lo que venía ganando hasta entonces con lo cual no me lo pensé dos veces y llamé informándome del tema. El único problema con aquel trabajo de stripper es que era en Barcelona de manera que debía trasladarme buscando algún sitio donde alojarme.

Hablando con mi madre le comenté el tema de aquel trabajo pero diciéndole sólo que era en Barcelona, que trabajaría como gogó y camarero y que me pagaban mucho más y que valía la pena aprovechar aquella oportunidad. Si la pobre hubiera sabido realmente de qué se trataba el tema estoy seguro que le daba un soponcio. Ella, dándome un abrazo, sólo me dijo que si creía que la cosa valía la pena que me lanzara a por ello. El siguiente paso fue pedir una beca en la facultad para poder estudiar en Barcelona cosa que, gracias a mi buen historial académico y a las buenas referencias por parte de mis profesores, conseguí sin problema alguno. Llegando a casa con tan buena noticia, mi madre me comentó que llamaría a su prima Leire "la catalana" a ver si me podía acoger al menos dos semanas en su casa mientras yo encontraba algún sitio donde meterme.

Al parecer Leire, aquella prima carnal de mi madre y a la que no veía desde hacía seis largos años, vivía en Barcelona en una casa con jardín y piscina. Estaba separada y trabajaba como directora de marketing en una conocida empresa internacional de diseño y moda gracias a sus carreras de Económicas y Derecho y a los varios másters que había cursado en Inglaterra y Estados Unidos. Mi madre no tardó en coger el teléfono y estuvieron hablando largo rato de diversas cosas, aceptando Leire al instante mi visita diciendo que las niñas estarían hasta el mes siguiente en Inglaterra y que la casa era demasiado grande para ella sola así que estaría encantada de poder alojarme. Hablando yo con ella le dije que no quería molestarla y que enseguida encontraría algún pequeño piso en el que vivir.

Oh Iñigo, no seas tonto que no serás ninguna molestia para mí. Puedes estar todo el tiempo que necesites –me dijo ella de manera dicharachera y alegre.

De ese modo un miércoles por la tarde llegamos a la estación y cogí el tren tras despedirme de mis hermanas y tras los inevitables lloros de mi madre a la cual traté de tranquilizar diciéndole que las llamaría siempre que pudiera. Con mis dos bolsas al hombro busqué mi asiento y, asomándome a la ventanilla, me despedí de ellas y de mi ciudad camino de un nuevo mundo que se presentaba lleno de grandes posibilidades para un joven aventurero como yo lo era. El viaje la verdad es que resultó entretenido acompañado como iba de una señora mayor pero que no paró de hablar durante todo el tiempo que duró el trayecto. La señora iba a Barcelona a ver a su hija y a sus nietos los cuales vivían en un pueblo cercano a la ciudad. La conversación con ella sólo se interrumpió durante no más de media hora cuando ella fue a la cafetería, momento que yo aproveché para echar una pequeña cabezada.

Tras seis largas horas de camino, anunciaron por la megafonía la llegada a Barcelona levantándonos los dos y ayudando amablemente a mi compañera de asiento a bajar sus cosas. Al fin estaba en Barcelona, ahora sólo me quedaba buscar a mi tía Leire la cual me había dicho por teléfono que vendría a recogerme a la estación para luego ir a casa. No me costó mucho reconocerla pese al tiempo que hacía que no nos veíamos y al cambio radical de imagen que se había hecho. Tras salir de la escalera mecánica y mezclándome entre el gentío que llenaba el vestíbulo de la estación en espera de sus seres queridos, la vi allí sonriéndome y con una de sus manos levantadas y haciéndome gestos para que me acercara.

¡Joder con mi tía Leire! Hacía tanto tiempo que no la veía que ya no me acordaba de ella y menos con aquel cabello teñido de un azul intenso y que llevaba recogido en una larga cola de caballo que le caía por encima del hombro. Iba sin maquillar y molaba mucho como iba vestida con aquel minivestido amplio y fluido en color blanco que acompañaba con medias tupidas y botines de altísimo tacón igualmente en tono blanco. Por encima se cubría con una cazadora negra de piel y llevaba un maxi bolso tipo bandolera en color negro.

¡Iñigo, qué cambiado estás, casi no te he reconocido! ¿has tenido buen viaje? –dijo dándome dos besos después de haber dejado caer yo mis bolsas en el suelo.

Oh, el viaje ha resultado muy entretenido pues he ido todo el viaje hablando sin parar con la señora que me acompañaba. Pero, tú sí que estás cambiada. Estás realmente guapísima, tía Leire.

Gracias por el piropo pero no es para tanto –sonrió ella agradeciendo mis palabras y sabedora seguramente de sus muchos encantos. Y por cierto, mientras estés en mi casa llámame Leire. Me gusta que me tuteen, me hace sentir mucho más joven. Por cierto, llama a tu madre y dile que ya llegaste. Así se quedará tranquila.

Tras hablar con mi madre y mis hermanas diciéndoles que ya estaba en Barcelona prometí llamarlas al día siguiente sin falta. Mi tía también se puso al móvil comentándole a mi madre que no se preocupara y que ella se encargaba de todo. Una vez colgó, Leire agarró una de mis bolsas por las asas y me dijo que tenía el coche en el parking de la estación de manera que, charlando amigablemente, nos fuimos para allá. Lo cierto es que mi querida tía Leire estaba muy buena pese a sus treinta y tantos largos años. Lucía un bronceado perfecto que la hacía parecer irresistiblemente atractiva a los ojos de cualquier hombre. Me pareció de aquellas mujeres que, como los buenos vinos, ganan con el paso del tiempo. Alta y de formas rotundas, la verdad es que no pasaba desapercibida para el género masculino haciendo volver a más de uno con el que nos cruzábamos. Nada más salir de la estación camino del coche, un grupo de chicos de color de más o menos mi edad se la quedaron mirando de arriba abajo para después mirarme a mí seguramente envidiándome el ir tan bien acompañado por semejante mujer.

Al fin llegamos junto a un Volkswagen Golf cabriolet en color negro brillante el cual abrió mi tía Leire tras sacar el mando a distancia de aquel maxi bolso que llevaba colgado al hombro. Abrió el maletero y allí metimos mis dos bolsas para luego entrar dentro del coche. Poniendo el motor en marcha pisó el acelerador y salimos del parking tras pagar al cuarentón cobrador de la salida.

Fuimos cruzando calles y más calles y semáforos y más semáforos hasta que acabamos frente a una enorme casa de tejado de pizarra y estilo mediterráneo, dentro de una zona de frondoso bosque, y desde cuya terraza podía verse una magnífica panorámica de Barcelona por la noche.

¿Te gustan las vistas? Yo me paso las horas perdidas y no me canso de ver el espectáculo que me ofrece la ciudad. Ven, vamos dentro que hace algo de frío.

La acompañé dentro de la casa la cual constaba de dos plantas que se unían a través de una gran escalera de madera de roble. Mi tía Leire, después de dar la luz, se descalzó nada más entrar en casa pues según dijo tenía los pies molidos de ir todo el día con aquellos terribles tacones. Luego dejó la cazadora y el bolso colgados en el respaldo de una de las sillas de aquel enorme salón comedor al fondo del cual había una mesa de forma rectangular con ocho sillas alrededor y tapizadas en un suave tono verdoso. A la derecha del salón se veía un sofá de cuero de tres plazas acompañado por otro de dos plazas y por un pequeño sillón, todo ello alrededor de una pequeña mesa rectangular de cristal negro y de estructura metálica sobre la que reposaban diversas revistas de decoración y moda.

La gran lámpara que caía sobre la mesa principal combinada con las dos grandes lámparas de pie y con el gran ficus que descansaba en uno de los rincones, otorgaba a la estancia un ambiente agradable y cálido. Mi tía corrió las cortinas a los lados dejando a mi vista el jardín que podía contemplarse a través del amplio ventanal. En la terraza había una mesa de madera rústica con cuatro sillas del mismo material y un balancín de tres piezas en uno de los lados y en el que debían poder echarse unas siestas de lujo.

Tía, esto es realmente precioso –aseguré observando la piscina de diseño sumamente irregular y en la que destacaba aquel fondo azul resaltando sobre la oscuridad de la noche.

Este es mi pequeño paraíso. Sobre todo en primavera, verano y otoño aquí puedo estudiar, escuchar música o leer un buen libro sin nadie que me moleste –comentó ella apoyada en el marco de la puerta.

Lo que más me gusta es el balancín. Debe de ser una pasada echar un buen sueño ahí –reí alegre acompañándome ella en mis risas.

Bien, ahora vamos arriba. Voy a enseñarte tu dormitorio y así vas acomodando tus cosas. Si quieres puedes darte una buena ducha antes de cenar. Prepararé una pizza, ¿Te parece bien?

Por mí perfecto. No tengo muchas manías a la hora de comer.

Subimos a la segunda planta en la que se encontraban los dormitorios a los lados de un largo pasillo que daba a parar al despacho de mi tía el cual estaba todo lleno de libros de arriba abajo.

Aquí tienes el baño. Si quieres hay otro más pequeño en la planta de abajo cerca de la cocina. Tienes toallas y un albornoz para que te seques después de la ducha. Yo estaré en la cocina preparando la pizza o sino en el salón o en la terraza tomando algo mientras bajas. Y recuerda lo que te dije, considérate como en tu casa y no te preocupes que no eres ninguna molestia para mí –dijo antes de cerrar la puerta de mi dormitorio dejándome allí solo con mis dos bolsas de viaje.

Tras cerrar la puerta me senté en la cama pensando en aquel paraíso en el que vivía mi querida tía. Aquello debía costarle un pastón y, para un muchacho como yo habituado a mi pequeño piso de una ciudad de provincias como es Vitoria, me parecía estar viviendo un sueño con todo aquello. Después de guardar cuidadosamente mis ropas en los cajones y de dejarlas colgadas en los muchos colgadores que allí había, me dispuse a darme una buena ducha pues realmente estaba cansado de todo el viaje y además me ayudaría a dormir como un lirón.

Tras la ducha de agua fría que me sentó como un auténtico bálsamo, me vestí y bajé al salón encontrándome a mi tía escuchando una relajante canción de música Chill Out interpretada por un piano en su voz principal.

¿Te gusta el Chill Out? –pregunté sentándome junto a ella frente al televisor.

Me relaja, sobre todo a estas horas antes de ir a dormir. Aunque debo reconocer que algo de jazz por la noche tampoco está nada mal.

Leire se levantó camino de la cocina y trajo la pizza en dos platos la cual devoramos en un santiamén.

Estaba realmente hambriento. La ducha me ha abierto el apetito –dije bebiendo de mi vaso hasta dejarlo totalmente vacío.

Yo también tenía un hambre de mil demonios. Casi no he podido comer nada al mediodía pues teníamos una reunión urgente y se nos retrasó. Y ahora vamos a dormir, ya recojo yo todo esto. Mañana levántate cuando quieras y disfruta de la casa. Yo vendré sobre la una y media y después de comer iremos a Barcelona a que te vayas acostumbrando a esa monstruosa ciudad –me informó mientras se ponía en pie.

Tía, sólo quiero darte las gracias otra vez por acogerme en tu casa. Prometo buscar algún sitio lo antes posible para causarte las menos molestias posibles.

Oh, calla ya con eso y no seas pesado –dijo removiendo mis cabellos mojados entre sus dedos antes de ponerse a recoger los platos y los vasos.

Ya camino del segundo piso mi tía me preguntó cuándo empezaba a trabajar comentándole yo, como sin darle importancia, que me esperaban para el viernes siguiente por la tarde. Ella me preguntó cuál era la discoteca donde iba a trabajar diciéndoselo yo de un tirón pues no quería empezar con mal pie con ella.

¿Y qué vas a hacer ahí? –me preguntó ya casi llegando a mi dormitorio.

Voy a trabajar como camarero y gogó durante un año que es lo que últimamente estaba haciendo en Vitoria. Me pagan mucho más que allí y por eso me vine.

Pero yo había oído que eso era un local de boys. Al menos eso tenía entendido.

Sin pensármelo más le dije que así era pero que me guardara el secreto pues mi madre no sabía nada y no quería que se enterara.

Tranquilo Iñigo que yo para esas cosas soy una tumba. Ya somos mayorcitos para saber lo que hacemos, ¿no crees? Pero con lo blanco que estás será mejor que aproveches la piscina y te pongas bien moreno para tu nuevo trabajo. Si te apetece te invito el domingo a ir a comer a la playa, ¿qué me dices?

Me parece perfecto tía, te tomo la palabra –contesté a su invitación riendo de buena gana.

Nos despedimos en la puerta de mi habitación dándonos dos besos y abrazándome mi tía de modo efusivo al decirme que me agradecía mucho mi compañía ya que aquella casa estaba muy solitaria desde su separación. Ya solo en el baño, me cambié de ropa poniéndome el pantalón corto de dormir y tras lavarme los dientes me metí en la cama donde me dormí a los pocos segundos sin extrañar la cama ni esas cosas que se suelen decir. Estaba tan cansado que estuve durmiendo hasta las once y media de un tirón.

Estuve holgazaneando durante unos veinte minutos nada más levantarme, aprovechando para desayunar e irme haciendo a aquella enorme casa. Debo reconocer que se me pasó por la cabeza la idea de cotillear en el cuarto de mi tía pero no me pareció oportuno después del recibimiento que me había dado así que desnudándome por entero pensé que sería mejor darme un remojón en la piscina y después tumbarme a tomar el sol un buen rato hasta que llegase mi tía. Aquella mañana daba el sol de lleno sobre la terraza y la piscina y además debía coger un buen bronceado para causar buena impresión en mi entrevista. Primero hice una media hora de ejercicio y cuando ya estuve bien sudoroso me duché, me di un buen baño y luego me tumbé en una de aquellas tumbonas con las gafas de sol puestas y completamente desnudo encima de la toalla bien estirada.

No sé cuánto rato estuve ahí pero debió ser mucho pues me dormí profundamente despertándome al notar una sombra encima de mí. Abrí los ojos y allí me encontré con mi tía mirándome con los ojos saltones. Juro que pegué un salto levantándome al instante y buscando la toalla para cubrirme.

Tranquilo Iñigo que no eres el primer hombre al que veo desnudo –dijo pero sin apartar un solo segundo su vista de mi entrepierna desnuda.

Perdona pero me quedé totalmente dormido tomando el sol –exclamé consiguiendo finalmente taparme con la toalla.

Perdóname tú por no haberte llamado. Salí pronto de trabajar y por eso he llegado antes. ¿Qué te parece si me cambio y vamos a Barcelona a dar una vuelta? –dijo ella como sin dar importancia al acontecimiento de mi desnudez pero sin que pareciera haberle molestado lo más mínimo lo que había visto.

Debido al susto que me había pegado no había reparado en lo guapa y elegante que estaba mi tía. Estaba realmente buenísima con aquel jersey azul celeste de punto bajo el que se marcaban sus pechos redondos y de mediano tamaño. Debajo llevaba una falda negra hasta la rodilla y las piernas cubiertas con unas medias finas de color negro. Todo esto lo complementaba con unas sandalias de alto tacón que la hacían parecer realmente espectacular. No pude evitar empalmarme bajo la toalla que me cubría de sus miradas.

Venga ponte algo cómodo que voy a enseñarte la ciudad. Si vas a estar un año aquí deberás irte acostumbrándote. Ya verás como te gustará –comentó entrando a la casa seguida por mí.

Nos metimos cada uno en su habitación y buscando en mi armario cogí unos tejanos desgastados y un polo morado y bajé al salón tras peinarme, perfumarme y haberme puesto mis mocasines de ante. A los cinco minutos bajó ella vestida con un conjunto mucho más deportivo e informal que el que llevaba al llegar. Ahora vestía una camiseta blanca de manga corta y unos tejanos grises muy ceñidos con los que no dejaba mucho a la imaginación. Mi queridísima tía iba a provocar en mí un deseo irrefrenable si seguía vistiendo de aquel modo tan sugerente.

¡Al fin me pude poner mis queridas John Smith! No sabes la suerte que tenéis los hombres al no tener que llevar esos tacones infernales –exclamó de pie junto a mí y sonriéndome con las llaves del coche en la mano.

Nos dirigimos al parking a por el coche y en apenas quince minutos estuvimos enfrascados en el tráfico de la gran ciudad. Primero fuimos a comer a un pequeño restaurante en el que mi tía conocía al dueño desde hacía muchos años. La comida resultó agradable hablando de distintas cosas y preguntándome ella a qué hora tenía la entrevista al día siguiente. Le dije que me esperaban a las siete de la tarde contestándome ella si quería que me acompañara o si prefería ir solo. Agradecí su oferta pero creí mejor ir solo para empezar a moverme por mi cuenta en aquella ciudad en la que iba a vivir durante los próximos meses.

Después de comer estuvimos toda la tarde visitando Barcelona. Para empezar me enseñó la zona del puerto y luego subimos por las famosas Ramblas hasta llegar a la plaza Cataluña tomando un helado al que la invité amablemente. El tiempo se me pasó volando en compañía de Leire la cual debo reconocer que era una magnífica anfitriona. Me llevó a un pequeño local que, según me dijo, poca gente conocía y donde se tomaban los mejores cócteles de toda Barcelona. Hablando y hablando vimos que ya empezaba a anochecer así que fuimos a recoger el coche volviendo a casa en pocos minutos.

Cena tú algo si quieres. Yo no tengo hambre –dijo abriendo la puerta y encaminándose al salón en busca del equipo de música el cual encendió empezando a escucharse un canal extranjero de radio.

¿Qué es eso que escuchas? –le pregunté desde la cocina mientras abría la nevera en busca de un sándwich y dos piezas de fruta.

Oh, es un canal extranjero en el que ponen todo tipo de música. Cena tú que yo voy a darme un baño en la piscina. Si te apetece puedes acompañarme, voy a cambiarme –la escuché subiendo las escaleras.

En diez minutos estoy contigo –respondí en voz alta para que pudiera oírme.

Cené con rapidez y luego subí a mi cuarto en busca de un slip y una toalla con la que secarme. Bajé las escaleras con rapidez y la sorpresa que me llevé me dejó con la boca abierta y totalmente quieto junto a la piscina observando el cuerpo desnudo de mi tía mientras nadaba relajadamente. ¡Joder, menudo culo que tenía! Al fin apareció su cabeza de debajo del agua y se volvió hacia mí al percibir mi presencia tras ella. Allí estaba yo con mi toalla al hombro y sin decir ni hacer nada, tan sólo disfrutando de la desnudez de aquella diosa.

¿Qué haces ahí parado? ¿Nunca has visto a una mujer desnuda? –me preguntó sonriéndome de forma pícara. Si yo te he visto esta mañana desnudo, justo es que tú recibas el mismo premio –dijo al tiempo que chapoteaba bajo el agua animándome a meterme junto a ella.

Me tiré a la piscina de cabeza uniéndome a ella que me estaba esperando cogida al borde de la piscina. Sin avisarla le hice una buena aguadilla saliendo mi tía al poco del agua entre quejas y gritos divertidos. Luego se pegó a mí como una lapa abrazándome y sin parar de reír mientras nos movíamos por el agua que a aquellas horas se sentía agradable y fresca. El roce continuo con el cuerpo desnudo de mi tía hizo que me excitara sin remedio y sin saber cómo ni de qué forma me arrinconó contra la pared de espaldas a ella y sin posibilidad de poder escapar.

Abrazada a mí podía notar el roce de sus bellas formas contra mi espalda al tiempo que su pubis se movía de forma lenta contra mis nalgas las cuales apenas quedaban mínimamente cubiertas con la tela de aquel pequeño slip azul marino. Ella se agarraba con fuerza a mi pecho mientras continuaba moviéndose arriba y abajo haciendo aquel dulce restregar cada vez más ágil y veloz. Yo, clavado a la pared, no hacía más que sentir sus pechos pegados a mi espalda y cómo Leire gemía débilmente junto a mi oído.

Aquella cabrona se estaba pegando una buena paja a mi costa masturbándose contra mis nalgas a base de bien. En el silencio de la noche nada se oía, sólo el sonido del agua provocado por el movimiento de su cuerpo contra el mío. Mi hermosa tía apoyó levemente sus manos en mis muslos acariciándolos de forma suave y muy sensual gracias a lo cual yo ya me encontraba completamente inquieto y con la polla bien tiesa entre las piernas. Mi miembro estaba tan duro bajo mi slip que creía que iba a reventar de un momento a otro. De pronto noté la mano de mi querida tía apoyarse en mi entrepierna al mismo tiempo que un gemido ahogado escapaba de entre sus labios. ¡Se había corrido y sin que yo hiciera nada para conseguirlo!

Iñigo, me voy a dormir que mañana tengo que levantarme pronto –soltó con voz indudablemente inquieta mientras se separaba de mí y salía con rapidez de la piscina metiéndose corriendo en la casa.

Menuda hija de puta, me había puesto caliente como un mono y ahora se iba dejándome allí solo. Así pues recogí mi toalla y me fui a mi cuarto donde me masturbé furiosamente pensando en mi tía hasta que me corrí de forma brutal sobre mi vientre y mi pecho.

Al día siguiente me levanté temprano nada más irse mi tía a trabajar. Me había dejado una nota encima del mármol de la cocina deseándome que tuviera suerte con mi entrevista y diciéndome que no vendría a comer pues tenía unas cosas atrasadas en el trabajo y que se quedaría en la oficina toda la tarde. Encima de la nota me dejó las llaves de casa y del coche con un pequeño mapa indicándome cómo poder ir al lugar donde tenía la entrevista por la tarde. Por lo visto había cogido el otro coche para ir a trabajar. Sonreí amargamente agradeciendo aquel gesto y pensando si realmente mi tía tenía trabajo en la oficina o simplemente se trataba de una excusa para no vernos al mediodía.

Nuevamente estuve curioseando por la casa hasta que encontré un libro de arte que me resultó interesante y me lo llevé al jardín tumbándome a leerlo mientras me ponía boca abajo. Así me quedé pasando la mañana hasta que recibí la llamada de Leire excusándose por no venir a comer y preguntándome si tenía algún problema para ir a la entrevista. Tras agradecerle el gesto de las llaves del coche le dije que no se preocupara por mí que ya me las arreglaría para llegar al local.

Al fin colgué, tumbándome otra vez boca abajo y empezando a hojear de nuevo aquel libro hasta que a los cinco minutos me dormí bajo los rayos solares. Comí a las dos y después estuve escuchando algo de música hasta las cinco, momento en que cogí el coche para ir a Barcelona camino de mi nuevo posible trabajo. Llegué pronto y sin grandes problemas al lugar de mi cita gracias al mapa que me había dejado Leire y a mi facilidad para orientarme. A aquellas horas no había nadie en el local, sólo el jefe y la jefa que era una mujer de mediana edad y todavía de muy buen ver. Junto a mi había dos chicos más que iban a lo mismo que yo, un negro enorme de más de dos metros y un chico de unos veintitantos años, alto también y de cabellos rubios. Sin más preámbulos y tras darnos el jefe la mano y un par de besos la que parecía su mujer, nos pidieron que nos cambiásemos y les hiciéramos un pequeño número para vernos en acción.

Yo escogí primero un traje de policía con su gorra y todo y debajo un tanga blanco que me había llevado de casa. Para el segundo número me vestí de chico de la calle con unos pantalones negros de cuero y una camiseta blanca de tirantes marcando bien mis músculos. Una vez acabamos los tres nuestros respectivos pases, el hombre le preguntó a su compañera diciendo ella que los tres estábamos bien fuertes y que teníamos unos buenos rabos que harían las delicias de las mujeres que vinieran a vernos. En cuanto a mí comentó que mi moreno parecía natural diciéndole yo que me había costado unas pocas horas de sol.

Ya cambiados y en la barra, nos comentaron las condiciones del trabajo mientras tomábamos unas copas, y quienes parecían nuestros nuevos jefes nos dijeron que allí no querían nada de drogas ni malos rollos y que nos esperaban para la noche del sábado a las once en punto sin falta y que el espectáculo duraba unas tres horas. De vuelta a casa le envié un mensaje a mi tía indicándole que ya tenía trabajo y que el sábado empezaba. Luego llamé a mi madre y a mis hermanas las cuales se pusieron locas de contentas al contarles tan grata noticia. Nada más colgar me llamó Leire felicitándome por mi nuevo trabajo e invitándola yo a cenar en algún sitio chulo que ella conociese. Ella rehusó mi invitación pues dijo que estaba cansada de toda la semana y que ya se encargaba de traer comida preparada para que cenáramos en casa.

A las ocho y media en punto escuché el coche de mi tía parando frente al garaje y tocando el claxon me llamó para que fuera donde ella estaba. Venía cargada con unas cuantas bolsas de comida y dos botellas de vino rosado que parecían tener muy buena pinta. Mi tía Leire me dio dos besos nada más bajar del coche felicitándome otra vez por mi nuevo trabajo.

¿Qué te parece si cenamos y nos acostamos pronto y mañana vamos a la playa en vez del domingo? He pensado que mañana habrá menos gente pues los domingos se suele poner a petar.

Yo acepté aquel cambio de planes sin rechistar mientras íbamos preparando la mesa para cenar lo que ella había traído. Mi tía Leire subió a su dormitorio a cambiarse y a los pocos minutos bajó vestida de forma cómoda con una larga camiseta que le llegaba hasta medio muslo y el pelo recogido como la primera vez que la vi. Ninguno de los dos hizo mención de lo ocurrido la noche anterior, sólo riendo mi tía sin parar con cada cosa que yo le contaba de la entrevista que había tenido con los que parecían ser mis jefes.

Cenamos el salmón con guisantes y puré de patata que trajo, mientras lo acompañábamos con aquella ensalada fresca de maíz, bonito y pequeños trozos de pimientos de piquillo que estaba buenísima con aquella salsa de mostaza que llevaba por encima. Leire no paraba de beber vino mostrándose alegre y locuaz como ella solía ser siempre. Al acabar con todo aquello tomamos una naranja cada uno recogiendo después todo entre los dos en un momento.

Con la luz del salón en penumbra, mi tía se sentó en el sofá a ver la tele acompañándola yo tomando asiento junto a ella. Se la veía cansada de todo el día y con su cabeza apoyada en mi brazo, estuvimos un rato comentando la película que daban y cambiando de canal de vez en cuando. Leire cogió un cigarrillo y lo encendió dándole una fuerte calada empezando el humo a elevarse por encima de nuestras cabezas.

¿A qué hora empiezas mañana? –preguntó en voz baja mientras estaban dando los anuncios.

Nos han dicho que estemos a las once en punto sin falta, que improvisáramos nuestros números y que el espectáculo duraba unas tres horas.

Me gustaría ir a verte si no te importa –comentó apenas susurrando sus últimas palabras.

Quizá sería mejor hacerte un número sólo para ti –dije entre risas y de forma inocente.

¿De verdad me harías un striptease sólo para mí? –exclamó mirándome fijamente a los ojos de manera maliciosa.

¿Y por qué no? ¿Quién mejor que mi propia tía para verme desnudo? Además recuerda que no sería la primera vez que me ves desnudo –dije yo acercando mi cara a la suya.

Sin aguantar más mis muchas ganas, me incliné sobre ella buscando su boca con la mía para darle un beso corto pero lleno de pasión contenida. Ella se quedó completamente quieta sin decir nada, sólo devolviéndome aquel primer beso que para mí resultó de una sencillez deliciosa.

Tenía tantas ganas de hacer esto… –le confesé en voz baja mientras le apartaba a un lado el cabello que le caía sobre la frente.

Yo también tenía muchas ganas de que lo hicieras –susurró ella dejándose hacer por mí.

Me pusiste tan cachondo anoche que tuve que hacerme una paja al llegar a mi cuarto.

Yo también me puse muy cachonda corriéndome contigo en la piscina. Llevo todo el día pensando en ello –me confesó ahora ella al tiempo que acariciaba mi rostro con sus dedos.

Eres tan bonita. Eres verdaderamente preciosa –dije yo de forma mínimamente perceptible.

Anda bésame y cállate –me indicó ella acurrucada en el sofá abrazada a mí con fuerza mientras me ofrecía sus labios jugosos los cuales envolví entre los míos en un beso mucho más profundo tratando de presionar con mi lengua para que abriese su boca la cual notaba húmeda y deliciosamente trémula.

Apretándome con fuerza el brazo, Leire dejó paso a mi lengua la cual se unió a la suya encontrándola tímida y levemente vergonzosa. No tardó mucho en perder su vergüenza siendo ella quien sacaba su lengua jugando con mi boca dándole pequeños golpes. Teniéndola bien sujeta entre mis brazos llevé mi mano a uno de sus glúteos el cual encontré duro y poderoso igual que su muslo que recorrí en su totalidad hasta que tía Leire quizá encontrando aún un leve momento de sensatez atrapó mi mano con la suya y separándola de ella exclamó apenas sin fuerzas:

No, por favor… aún no… todavía no Iñigo, por favor…

Pese a mis muchos deseos por hacer mía a aquella mujer tan culta, refinada y elegante y al mismo tiempo tan débil y ardiente hice caso a sus súplicas cambiando de táctica de seducción en busca de grandes placeres junto a aquella hermosa hembra que tanto me hacía sentir. Sabía que ya no había marcha atrás posible y que tarde o temprano se entregaría a mí de un modo total sin reservarse apenas nada de ese torbellino de pasiones que tenía dentro de ella.

Dirigí mis pasos hacia su cuello chupándoselo y devorándoselo entre los jadeos entrecortados que huían de su boca temblorosa. Ladeando su cabeza fue ella misma quien favoreció mi ataque directo y desesperado sobre esa parte tan desnuda e indefensa de su cuerpo que notaba palpitar anhelante bajo las caricias de mis labios. Llevé mi mano a su vientre para ir subiendo lentamente hasta uno de sus pechos lo cual fue aceptado por ella con un gemido de profunda emoción. Lo noté terso e hinchado bajo la tela de su camiseta y sin darle un segundo de respiro se lo sobé con fuerza hasta casi hacerle daño.

¿Te gusta esto? –le pregunté al oído notando la calidez que desprendía todo su cuerpo.

Me encanta… es maravilloso… continúa vamos… -sólo pudo decir para después apretar sus labios con energía como si con ello pudiera frenar los suspiros que escapaban por sus labios.

Ayudándola a quitarse la camiseta, me hice con aquel par de redondos pechos sobre los cuales cayeron mis ansias de placer lamiéndolos y mordisqueándolos hasta hacerla gritar de pura emoción. Sus rosados pezones se endurecieron como si de un pequeño pene se tratase dándome las gracias de ese modo al conato de agresión al que la sometía. Junto a su oreja no paraba de decirle frases calientes para que la excitación que la embargaba no perdiera un ápice de su magia. Mi tía, estirada en el sofá y entregada a mi por entero, aún tuvo fuerzas suficientes para llevar su mano entre mis piernas en busca de mi pene el cual masajeó entre sus dedos con parsimonia disfrutando de aquel encantador instante seguramente tan deseado por ella.

¡Qué grande que es! ¡Qué polla tan larga y dura que tienes! –dijo entre susurros mientras su mano se removía buscando la complicidad de aquel instrumento inquieto y enjaulado.

Apartándose de mi lado, se colocó entre mis piernas buscando con sus manos deshacerme de mi corto pantalón, cosa que consiguió a los pocos momentos quedando mi polla frente a ella. Un grito de júbilo salió de su boca al tiempo que la sujetaba con determinación entre sus dedos observándola unos segundos con detenimiento como si se tratara del mejor de los regalos. Abriendo su boca recorrió mi sexo con glotonería, explorando con su lengua ansiosa cada milímetro de mi piel. Con exagerada lentitud la fue recorriendo de forma completa bajando hasta mis huevos para, en un movimiento inevitable, subir a lo largo del tallo hasta alcanzar la rosada cabezota la cual chupó y chupó envolviéndola entre sus labios una y otra vez. Yo, agarrado a sus cabellos, no pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y dejarme llevar por el placer y la lujuria de aquella hembra formidable.

Despacio, despacio… tranquila… lo estás haciendo muy bien –le dije balbuceando débilmente al tiempo que disfrutaba de lo mucho que aquella mujer podía ofrecerme.

Volviendo a chuparme los huevos y masturbándome con mucha mayor decisión, creí perder la razón notándome temblar al sentir la cercanía de mi orgasmo. Ella, ahora, no hacía más que comérmela y masturbarme como si estuviera enloquecida. De pronto paró en su rápido meneo para, al momento, retomarlo haciéndome sentir en el cielo con el roce feroz de sus dedos y de su boca sobre mi pene. Por unos momentos me sentí como una parte de ella, como si ambos nos fundiéramos en uno solo durante un fugaz instante. Sin poder soportar por más tiempo tanto placer, me corrí en su boca llenándosela entre sus gruñidos de queja intentando sacarla de su boquita sin conseguirlo al tenerla yo fuertemente agarrada del pelo. Con la mirada extraviada pude observar caer parte de mi leche por las comisuras de sus labios como un largo reguero que acababa su discurrir sobre aquellos pechos tan tiesos y turgentes. La leche le desbordaba por los labios y ella, frenética, se afanaba por no dejarla caer sin poder lograrlo pese a sus muchos esfuerzos. Al fin me derrumbé en el sofá jadeando mi enorme satisfacción e intentando recuperarme para un nuevo asalto que estaba seguro que ella me iba a reclamar.

Leire, mirándome excitadísima y suplicante, me pedía sin descanso y sin dejar de gemir sus ganas de que la hiciera mía:

¡Hazme el amor, hazme el amor, cariño! ¡Por favor, no me hagas esperar más!

Ahora sí permitió que mi mano se internara en su entrepierna, rastreando su creciente deseo y abriendo ella misma sus piernas para dejar que mis dedos buscaran entre ellas acariciando su sexo caliente tras apartar a un lado su diminuta braguita de encaje y de un blanco radiante, casi virginal. Atrapada entre mis manos se retorció estremeciéndose al sentirse amada de aquel modo tan dulce y delicado. Metí uno de mis dedos de una sola vez entre sus labios emitiendo mi querida tía un profundo gemido al notar mi dedito dentro de ella. Con mi lengua me lancé sobre aquel oscuro vello empezando a lamer su rajita para así unir aquella tierna caricia a la que mi dedo le producía entrando y saliendo de su coñito sin cesar. Estaba tan mojada y excitada que mis movimientos dentro de ella resultaban de una facilidad pasmosa.

¡Vamos… sigue, sigue muchacho… me vas a volver loca si sigues así! ¡Dios, qué gusto más bueno me estás dando!

Recogiendo aquella invitación, chupé su coñito una y otra vez haciéndola sollozar y lamentarse entre fuertes movimientos espasmódicos que me hablaban bien a las claras de su cercano orgasmo. Desde mi posición privilegiada la veía jugar con sus pezones pasando alternativamente de un pecho a otro. El charco en el que se había convertido su sexo tenía un sabor dulzón y algo amargo al mismo tiempo, pero me encantaba saborearlo sin descanso metiendo y sacando la punta de mi lengua y follándola entre sus grititos que llenaban la estancia del deseo irrefrenable de aquella bella mujer.

Retiré mis manos de sus muslos quedándose su calor enganchado al mismo. Las subí a sus pechos relevando la caricia que sus labios les proporcionaban. Entonces ataqué y ataqué el duro botón de su clítoris haciéndola gozar una y mil veces hasta que aquella hermosa hembra acabó muerta de gusto brotando de su entrepierna grandes cantidades de jugos que bebí y degusté deleitándome con ellos.

Gracias, cariño… muchas gracias… me has hecho tan feliz –pudo pronunciar con evidente dificultad tras aquel escandaloso orgasmo que logré sacarle.

Pero ahí no acababa todo. Faltaba el plato fuerte. No quería acabar sin saborear aquel encantador agujero envuelto por aquel oscuro vello púbico que tanto me gustaba. Así pues me incorporé y, en la misma posición en la que ella estaba, apunté mi dardo erecto empujando con fuerza y viendo cómo aquella húmeda flor se abría a mis requerimientos envolviéndome dentro de ella. Noté su coñito cálido y ardiente recogiendo la carne de mi sexo el cual inició unos lentos balanceos hasta que poco a poco fue ganando en velocidad de forma progresiva. Los dos empezamos a gemir disfrutando de los placeres que nuestros sexos nos ofrecían, placeres delicados o potentes según fuesen los golpes que le daba. Leire cruzó sus piernas por detrás de mis nalgas acompañándome en los movimientos de la copula, moviéndonos adelante y atrás, dentro y fuera y así hasta el infinito.

¡Dios mío, qué gusto más rico! ¡Fóllame, fóllame mucho más fuerte! ¡Clávamela hasta el fondo, querido sobrino!

¿La sientes… dime, la sientes? –pregunté empujando de manera salvaje hasta arrancarle pequeños ayes lastimeros que me hablaban de lo mucho que lo estaba gozando.

Sí, es estupendo. La siento toda dentro de mí… me llena hasta el fondo, muchacho…

Saliendo de ella cambiamos de posición, tomando ahora Leire asiento sobre mí una vez tuvo bien agarrado mi ariete el cual introdujo en su vagina de un solo golpe. Leire prorrumpió en un sonoro berrido al sentirse empalada de aquel modo que ella misma se había provocado. Se quedó unos segundos parada gozando de aquel dulce martirio que mi polla dentro de ella le provocaba. Arqueó su cuerpo como un felino estirándose hacia atrás y a partir de ahí, teniendo sus manos bien apoyadas en mi pecho, comenzó a menearse de forma lenta pero que para mí me pareció verdaderamente deliciosa. Mi miembro no hacía más que entrar dentro de ella como el cuchillo en la mantequilla, estaba tan empapada con sus abundantes jugos que los empujones de ambos se hacían fáciles y sencillos.

Ella se soltó los cabellos los cuales cayeron sobre su rostro sudoroso y sus hombros en grandes oleadas ensortijadas. Poniéndose en cuclillas sobre mí, tenía de ese modo la ventaja de poder hacer mayor fuerza sobre mi eje erecto mientras yo la tenía firmemente sujeta por las caderas follándola y follándola con grandes envites que la hacían por momentos tocar el cielo. De ese modo conseguí que se corriera dos veces más cayendo finalmente agotada y feliz sobre mi pecho el cual besó tímidamente tomándolo entre sus labios y jugando con mi vello entre sus dedillos.

Haciéndola levantar la llevé hasta la gran mesa donde la dejé apoyada dándome la espalda. Le abrí las piernas y empecé a jugar con las yemas de mis dedos con su clítoris el cual sentí ardiendo. Mi tía no pudo evitar estremecerse de nuevo al disfrutar tan tierna caricia en uno de los puntos más sensibles de su anatomía.

¡Métemela otra vez! ¡Venga, métemela y fóllame hasta que me llenes con tu leche! ¡Tengo tantas ganas de que me la des!

¿Puedo correrme dentro? –le pregunté con voz entrecortada por la emoción que me embargaba.

Sí, no te preocupes por eso que tomo la píldora así que fóllame vamos.

Entré en su coñito abriéndome paso a empujones y obligándola a morder sus labios para no gritar. Con apenas dos golpes de caderas me encontré dentro de ella volviendo otra vez a empujar a buen ritmo tan pronto adelante y atrás como luego haciendo pequeños círculos que me hacían sentir aún mucho más. Despojados ya del miedo de aquella relación incestuosa, se desataron definitivamente nuestros instintos sin que hubiera normas ni leyes que nos fueran marcando el camino a seguir. En esos momentos sólo había pasión, sensaciones compartidas, complicidad y sexo en aquel salón que presenciaba como espectador mudo nuestro desenfrenado amor. Saciábamos nuestros deseos como si no hubiera nada más, como si tal vez se tratara del último día de nuestras vidas. Hacíamos el amor una y otra vez, lo necesitábamos como una droga de la que no pudiéramos prescindir. Mi grueso ariete empujaba contra ella con fuerza desatada, levantándola en el aire con cada golpe que le daba entrando hasta lo más profundo de su ser. Echándome sobre ella no paré de decirle cosas que nos calentaran más y más, diciéndole todo aquello que le haría. Ella, ante mis palabras, sólo sonreía animándome a continuar con el rostro descompuesto y completamente complacida.

Córrete, muchacho… dámela toda… muévete fuerte… vamos más fuerte –gritaba como desesperada moviendo sus caderas a una velocidad endiablada follándose ella misma y clavándosela hasta el final.

El placer más intenso que había sentido nunca me sobrevino de pronto sintiendo escapar de mí grandes oleadas de semen que fueron a dar sobre las paredes de su vagina mientras los dos no hacíamos más que berrear como final de aquel salvaje encuentro que habíamos mantenido en la soledad de su casa. Ella también se corrió por última vez cayendo derrumbada sobre la mesa para, al instante, acompañarla yo respirando con dificultad con mi pecho sudoroso caído sobre su espalda.

Tras recoger las cosas subimos a su dormitorio donde dormidos abrazados hasta por la mañana en que me despertó con una maravillosa mamada, para luego volver a follar en la playa como descosidos entregándome en esta ocasión el estrecho agujero de su culo. Aquella locura se alargó durante dos semanas follando como animales cada vez que podíamos. Recorrimos todos los rincones de aquella enorme casa, amándonos con desenfreno en la ducha, sobre el capó del coche, en la piscina… incluso en una ocasión me llevó a su trabajo donde nos entregamos a la pasión de nuestros sentidos en la misma mesa de su despacho.

Por suerte mi trabajo y el inicio del curso en la facultad vinieron en mi ayuda escapando de aquella casa y yéndome a vivir con una compañera de piso con la que empezamos a salir al poco tiempo. Lo cierto es que a mi tía Leire le costó aceptar aquel alejamiento y durante un largo tiempo no hizo más que enviarme mensajes al móvil que poco a poco se fueron espaciando en el tiempo hasta finalmente hacerse totalmente inexistentes.

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