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De vacaciones por Mallorca

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De vacaciones por Mallorca

En sus vacaciones en la isla de Mallorca y tras visitar la ciudad durante dos días, decidieron pasar el día en Sóller tal como les había recomendado la recepcionista del hotel. Tras el viaje en tren y después en tranvía llegaron al fin al puerto de Sóller donde coincidieron con una pareja muy hospitalaria e interesante…

 

No subestimes a esta bicha

aunque tenga poca chicha en la cintura.

Anda, quítame la envoltura

y ya verás… ya verás.

No, no…

No subestimes a esta bicha

aunque tenga poca chicha en la cintura.

Anda, quítame la envoltura

y ya verás… ya verás.

Que por delante y detrás soy un animal

no una musa celestial

y a mi salvaje me gusta sacar a pasear

a subirse por los pinos, a jugar con la rueda de los molinos.

Yo monté en mi columpio de cuerdas

y liarme alguna que otra juerga

bajo las estrellas, en el mar y en el campo

y que el sol nos descubra bailando

y el viento que nos refresca to el mambo.

Mis pies descalzos en el fango chapotean,

se balancean, mírame bien.

Soy una princesa, guerrera, campera,

oceánica, volcánica, eléctrica y muy suavecita

que cuando quiero soy una gatita… y ronroneo…

La bicha, BEBE

 

Hola amigos, para empezar la historia diré que somos un matrimonio joven de veintiséis años mi mujer y treinta y uno yo, aún sin hijos pues queremos disfrutar a tope estos primeros años de casados. Vivimos en Cádiz, la famosa "tacita de plata", ciudad hermosa donde las haya por sus bonitas playas y bien conocida por sus carnavales y por sus coros, comparsas y chirigotas. Estamos casados desde hace tres años y aprovechamos cada cosa buena que nos ofrece la vida sin buscar más allá. Con esto quiero decir que en cuanto al tema del sexo somos bastante liberales lanzándonos a cada aventura que se nos presenta gozando de nuestros jóvenes cuerpos incluso en compañía de otras personas. Hemos practicado tríos junto a algún hombre o bien en compañía de alguna amiga de ella pues a mi mujer le encanta hacérselo también con chicas.

Mi mujer Silvia es a sus veintiséis años una hembra hermosa que levanta pasiones allá donde va. Sin querer ser presuntuoso ni pecar de falsa modestia tratándose de mi mujer debo reconocer que más de un hombre le echa algún que otro piropo cuando se cruza con ella por la calle sobre todo a causa de su culete levantadito y que ella suele remarcar con pequeñas faldas o tejanos bien ceñidos. Tiene una larga cabellera rubia, ondulada y con un gracioso flequillo que le tapa el lado derecho de la frente de aquel rostro de niña mala que tanto me pone cada vez que la veo. El pecho es de tamaño mediano pero duro y bien subido, de esos que parecen querer romper las leyes de la gravedad. En cuanto a sus piernas diré que son esbeltas, de muslos rollizos y firmes glúteos. Por mi parte comentaré que me llamo Fernando y que me conservo bien pese a mi pequeña barriguilla debido a mis habituales pecados con la cerveza. Algo más alto que Silvia soy de cabellos castaños y de complexión fuerte y robusta.

La aventura que paso a contaros tuvo lugar en la isla de Mallorca pues, gracias al trabajo de Silvia en una agencia de viajes, aprovechamos una buena oportunidad que le salió para recorrer la isla durante dos semanas. También estuvimos algún día visitando por nuestra cuenta Menorca y Formentera y disfrutando de alguna de sus maravillosas calas. Nada más llegar al hotel de Mallorca la joven recepcionista hablando con mi esposa le comentó, entre las diferentes visitas de la isla, que visitáramos la zona del valle de Sóller pues no nos podíamos perder el agradable viaje en tren a través de las montañas hasta Palma.

Los dos primeros días aprovechamos para visitar Palma de Mallorca la cual nos gustó mucho por su tranquilidad pese a su sometimiento a la industria del turismo. Estuvimos visitando la catedral gótica, famosa por sus vistas al mar. Recorrimos toda la ciudad desde el puerto hasta la plaza Mayor y la plaza de España a través de la zona comercial con todas sus calles adyacentes a la calle San Miguel. Paseábamos cogidos de la mano como dos enamorados sin prisa alguna, disfrutando de los bonitos patios de estilo renacentista que tanto abundan en la ciudad así como de alguno de sus museos como el de la Fundación March con su colección de obras de Miró, Picasso y Dalí. A Silvia se la veía alegre y feliz gozando de todo aquello sin pensar en nada más.

Ya cerca de las ocho cogimos en la plaza de España el autobús de vuelta al hotel. Ambos estábamos cansados y hambrientos de todo el día caminando, así que lo que más nos apetecía era darnos una buena ducha y cenar algo antes de ir a dormir. Una vez llegados a nuestra habitación, Silvia se quitó las sandalias y empezó a deshacerse de la ropa con ganas de ducharse y así refrescarse bien el cuerpo. La imagen del cuerpo desnudo de mi mujer produjo en mí la respuesta habitual siempre que la veía de ese modo. Esto es, una más que prometedora hinchazón que mis cortos pantalones apenas podían ocultar.

Vaya, ¿ya estás cachondón, cariño? –exclamó Silvia viéndome en aquel estado de fuerte excitación.

Ya sabes que no puedo resistirme a tus encantos –respondí sonriéndola al tiempo que me desprendía de mi camiseta blanca de algodón.

¿Acaso estás pensando en algo? –me preguntó ella sin apartar sus brillantes ojos un solo segundo de mi entrepierna.

Pues no sé, pero una buena ducha que nos descargue del cansancio de todo el día no estaría nada mal. Además aún es pronto y podemos aprovechar antes de bajar a cenar.

Me parece buena idea, Fernando. Venga no tardes, te espero en la ducha –exclamó mi mujer caminando descalza y metiéndose en el baño cerrando la puerta tras ella.

Pronto escuché el grifo de la ducha abrirse y empezar el agua a correr así que, sin pensármelo mucho más me dirigí al cuarto de baño camino de esa reparadora ducha y de otras muchas cosas que estaba bien seguro que me quitarían el cansancio que llevaba encima.

Nada más entrar al baño me encontré con el vapor de agua empezando a invadir el cuarto de baño con su presencia benefactora. Sabía que a Silvia le gustaba ducharse con agua bien caliente al principio para luego irla mezclando con agua más tibia pues decía que de ese modo conseguía hacer que sus poros se abriesen más.

A través de la mampara pude ver la imagen de mi mujer moviéndose sin dejar de tararear una conocida canción de los Dire Straits. Me encantaba verla así tan desnuda y mostrando a mis ojos la curva sensual de su espalda y de sus nalgas. El agua de la ducha no paraba de caer sobre sus rubios cabellos y su espléndido cuerpo el cual no cedía en su balanceo siguiendo el ritmo del canturreo lento de mi esposa. Descorrí ligeramente la mampara a un lado justo lo suficiente como para poder introducirme junto a ella en el interior de aquella pequeña ducha. Silvia no se percató de mi presencia pues en esos momentos tenía los ojos fuertemente cerrados mientras se enjabonaba la cabeza con movimientos rápidos.

Me acerqué a ella y pegándome a su espalda rodeé con mis manos su cintura y le besé con suma dulzura el cuello y el hombro lo cual tuvo la virtud de hacerla estremecer mínimamente. Con la cabeza metida bajo el chorro del agua, pronto la espuma que cubría sus cabellos empezó a deslizarse sobre sus hombros y sus bellas formas hasta acabar reposando en el suelo de la ducha para, al fin, ir desapareciendo de forma inexorable a través del hueco del desagüe. Silvia removió sus nalgas haciendo movimientos circulares disfrutando de mi creciente dureza mientras no dejaba de besarle y chuparle el cuello apresando y acariciándole con rapidez los pechos cuyos pezones se notaban bien excitados y sensibles.

¡Joder Fernando, cómo la tienes de dura! –susurró ella pegándose aún más a mí y sintiendo así mi grueso aparato empujando contra sus nalgas.

Tú tienes toda la culpa, cariño –dije notando caer el agua levemente tibia sobre nuestros cuerpos.

Me gustas mi amor pues siempre estás preparado para darme todo el cariño que necesito –dijo ella meneando de forma lenta su redondo culito provocándome de ese modo a ir avanzando en mi lento ataque.

Con el agua del grifo cayendo sobre nosotros, me agaché a coger el pequeño bote de champú y la esponja y echando un buen chorro de champú sobre la misma, empecé a restregar la esponja de forma lenta pero precisa por el cuerpo de mi mujer. Abrazado a su cintura, con la mano derecha enjaboné sus pechos haciendo grandes círculos sobre ellos para luego bajar a su vientre y a sus muslos con los cuales repetí la misma operación hasta dejarla bien llena de espuma. La otra mano resbaló por sus caderas y sus nalgas hasta alcanzar su entrepierna, iniciando un cálido recorrido a través de su vagina y su ano para de ahí volver nuevamente a su pubis empezando a jugar con sus rizados pelillos.

El agua tibia escurría por su piel mezclándose con la espuma de mis dedos mientras veía como Silvia respondía a aquella caricia suspirando levemente al tiempo que se agarraba con fuerza al grifo de la ducha. Enjaboné igualmente sus nalgas notándolas tersas y hermosas bajo mis dedos los cuales se movían arriba y abajo haciéndola arquear la espalda y disfrutar con aquello que le hacía.

Sigue mi amor… sigue… lo estás haciendo perfecto –comentó en voz baja sin parar de moverse y animándome a continuar.

Yo continué recorriendo su bello cuerpo subiendo y bajando por sus costados para volver a hacerme con sus pechos los cuales se mostraban ya duros y firmes como yo tan bien conocía. Tenía los pezones duros y empinados y hacia uno de ellos me dirigí cogiéndolo entre mis dedos y acariciándolo primero de manera apenas perceptible para, paso a paso, hacer aquella caricia mucho más intensa apretándolo con fuerza y retorciéndoselo hasta hacerla gritar de dolor. Sabía que aquello le gustaba pues para ella los pezones era una de las zonas más sensibles de su cuerpo y que, si sabías trabajárselos de forma conveniente, era capaz de alcanzar alguno de sus más escandalosos orgasmos. Así pues no tardó mucho en empezar a gemir cada vez de forma más ruidosa, respirando de forma entrecortada y sin dejar de pedirme que insistiera en mis caricias sobre sus bonitos pechos.

Mi mujer entreabría sus piernas incitándome a acompañar aquella caricia con la de mis dedos sobre su sexo el cual encontré bien abierto e irritado bajo mi desenfrenado avance. Moviendo las yemas de los dedos arriba y abajo fui recorriendo toda su raja hasta hacerme con su clítoris el cual maltraté una y otra vez produciéndole fuertes escalofríos de placer. Rodeando y jugando con su sexo, dos de mis dedos penetraron con facilidad en su húmeda intimidad iniciando un suave movimiento adentro y afuera que fue ganando en intensidad a cada segundo que pasaba.

Ella, gimiendo sin descanso, se derretía con aquel doble martirio que le propinaba sobre su oscuro pezón y su mojada rajita. Elevándome sobre ella agarré la ducha separándola de la pared y la remojé entera hasta hacer desaparecer todo resto de espuma que tuviera su cuerpo. Una vez estuvo bien mojada llevé la alcachofa a su entrepierna y apuntando a su almeja el agua empezó a golpear con fuerza su coñito. Silvia chilló sintiendo el calor del agua entre sus piernas y sin poder hacer nada por evitar tan dulce tormento. El chorro del agua se metía entre sus labios y se derramaba por las paredes de su vagina yendo a rebotar contra la pared de forma impetuosa. Mi esposa no hacía más que jadear y sollozar cada vez más y más fuerte gozando de la acometida salvaje del agua contra su sexo.

Las piernas, temblorosas, se le torcían y le flaqueaban negándose a sostenerla en pie. Estaba bien seguro que no tardaría mucho en correrse así que, colgando de nuevo la ducha, recorrí su coñito con rapidez con la esponja al tiempo que agarraba de nuevo su endurecido pezón retorciéndoselo entre mis dedos hasta acabar pellizcándoselo de forma salvaje haciéndola chillar como loca al alcanzar su orgasmo entre gritos y berridos que me hablaban del inmenso placer que estaba sintiendo.

Volviéndola hacia mí ella abrió los ojos sonriéndome de manera forzada debido al cansancio que la dominaba. Inmóviles los dos dejábamos caer el agua tibia sobre nuestras cabezas hasta deshacerse en el suelo con su fuerte repiqueteo. Con un movimiento brusco la empujé contra la pared y llevé mi boca a la suya empezando a besarnos de forma delicada, casi imperceptible. Noté la curva de su pecho contra el mío y como su respiración acelerada parecía querer explotar bajo el influjo de mi cuerpo. Silvia suspiraba dejándose besar y entreabría mínimamente sus labios ante la agresión que mi lengua producía en ellos tratando de conseguir que se abriesen. Al fin lo hicieron sacando ella su lengua la cual recogí con la mía comenzando a jugar entre pequeños golpecillos que nos hacían estremecer. De pronto contraatacó mi mujer besándome con pasión y entrando su lengua de forma impulsiva entre mis labios en busca de mi lengua la cual alcanzó sin muchos problemas por mi parte.

¡Qué cachonda que estoy mi amor… sigue, vamos sigue! –me pidió ella removiendo sus caderas al tiempo que apretaba su pubis con fuerza contra mí sintiendo mi flecha semi-flácida pero que no iba a tardar mucho en responder ante sus femeninas artes.

Abrazándome con fuerza acarició mi espalda lentamente hasta que sus manos bajaron a mi duro trasero el cual estrujó entre sus dedos como si quisiera devorarlo. Luego las llevó a mis muslos frotándolos hacia arriba y hacia abajo haciéndome temblar de deseo porque llevara su caricia mucho más allá. Ella lo sabía pero prefirió hacerme sufrir un poco más volviendo a subir sus manos a través de mis costados apoderándose finalmente de mis pezones los cuales lamió un buen rato obligándome a gemir de pura emoción.

¿Te gusta cariño? Ahora sabrás lo mucho que me haces sufrir y lo mucho que me gusta que me lo hagas… -susurró en voz baja mientras me sonreía de forma maliciosa bajando nuevamente sus manos para hacerse al fin con mi impaciente herramienta.

Silvia la acarició suave y lentamente con ambas manos, subiendo y bajando a través de aquel grueso tallo como si quisiera disfrutar cada segundo de aquella caricia. Me agaché buscando sus pechos que, como un loco, empecé a chupar y mordisquear mientras ella masturbaba mi polla acariciándola con enorme sutileza entre sus dedos mientras yo no dejaba de gemir. A los pocos segundos mi pene se enderezó curvándose hacia arriba gracias al roce incesante que los dedos de mi esposa le procuraban. Teniéndola bien parada y aprisionada entre sus dedillos Silvia fijó la mirada entre nuestros cuerpos en busca de aquel tesoro que tanto le gustaba. Sin apartar sus ojos de aquel largo instrumento se humedeció el labio inferior pasándose la lengua de forma lasciva.

Chúpamela anda, no me hagas sufrir más… -le supliqué ayudándola a arrodillarse entre mis piernas.

Sin esperar a más agarró mi polla y abriendo la boca engulló buena parte de ella para, en un segundo intento, metérsela prácticamente entera sin la menor dificultad. Con cara de viciosa sacó la lengua y empezó a lamer el duro tronco hasta conseguir ensalivarlo por completo. Ciertamente se veía reluciente y poderoso apuntando amenazante hacia su boquita la cual se lo tragaba una y otra vez sin el más mínimo problema. Cogiéndola del cabello la acompañé en el movimiento de su cabeza, adelante y atrás, adelante y atrás. Silvia era una gran experta en ese cometido de chupar y comer pollas así que, dejándome llevar por ella, empecé a gemir ahora de forma más ruidosa demostrándole así lo mucho que me gustaba aquello.

La chupaba de maravilla metiéndola y sacándola hasta hacerse con mis huevos los cuales devoró de manera furiosa haciéndome gritar ante semejante frenesí. Mi hinchado miembro se clavaba en su boca de forma casi milagrosa hasta golpear contra su garganta provocándole fuertes arcadas buscando el aire que le faltaba. Silvia mientras me la mamaba de aquel modo se masturbaba por su parte tocándose frenéticamente su húmeda rajita sin darse un solo segundo de respiro. Estaba bien seguro que no tardaría en correrme si aquello seguía de aquel modo así que separándola de mi pene la hice levantar y apoyándola en la pared empecé a penetrarla con facilidad pasmosa notando como sus labios se abrían permitiendo la entrada de mi polla dura como el granito.

Silvia gemía y gritaba débilmente con cada uno de los golpes que le daba, iniciando ella un movimiento rotatorio acompañándome de ese modo en mis lentos empujones. Poco a poco mis entradas y salidas fueron ganando en ritmo haciéndose más y más habituales. Notaba sus paredes irse cerrando alrededor del músculo diabólico que la follaba sin descanso una y otra vez y cómo ella disfrutaba sellando con fuerza los ojos y poniendo una cara de inmenso placer que me hizo moverme dándole fuertes empellones que la hacían levantar en el aire volviendo a clavarse ella misma al caer sobre mi grueso miembro.

Fóllame Fernando… fóllame fuerte, mi amor –me pedía abriendo su boca con desesperación la cual recogí yo besándola y sintiendo su lengua cálida y húmeda entre mis labios.

Con la mano con que la tenía sujeta, acaricié su culo con desenfreno notando su piel ardiendo bajo el agua que nos envolvía. Empecé a follarla con mayor saña haciéndola poner los ojos en blanco al sentir la redonda cabezota penetrarla hasta lo más hondo para, de pronto, quedarme parado unos segundos volviendo al instante a golpear sus entrañas logrando hacer que sus quejidos se convirtieran en una sinfonía de gemidos, lamentos y gritos desgarrados precursores del placer que estaba a punto de llegarle. El cuerpo de Silvia empezó a temblar entre mis brazos sin poder reprimir por más tiempo la cercanía de un nuevo orgasmo, así que penetrándola con mis últimas fuerzas me moví dentro de ella hasta acabar eyaculando como un animal herido entre profundos bufidos de placer.

Entre gruñidos satisfechos saqué mi miembro de su vagina y entonces mi mujer se agachó de nuevo entre mis piernas y con su lengua empezó a lamer todo el tronco y la cabeza hasta dejarlos bien limpios de cualquier resto de semen. Yo suspiré exhausto y agradecido por el tremendo placer recibido.

Cariño, ha sido estupendo… me has vuelto completamente loca –exclamó en voz baja mientras se limpiaba con uno de sus dedos un pequeño goterón de líquido blanquecino que había caído sobre su barbilla.

Levantándola dejamos caer el agua sobre nuestros cuerpos cansados para, una vez frescos, salir de la ducha vistiéndonos para bajar al comedor a cenar mostrándonos hambrientos y alegres. Aquella noche dormimos de un tirón entre las sábanas de aquella cama desconocida pues al día siguiente debíamos madrugar pronto para ir a Sóller.

Ya por la mañana nos levantamos a las ocho gracias al despertador de mi móvil que no dejaba de sonar sobre la mesilla. Estirándonos abrazados en la cama nos desperezamos y pude ver a Silvia salir de la cama desnuda mostrándome la curva de su espalda y sus nalgas de las que tan bien había gozado la noche anterior. Me levanté preparando las cosas del viaje mientras escuchaba correr el agua de la ducha. Como pude aguanté mis ganas de unirme a mi mujer pero pensándolo mejor imaginé que ya habría tiempo para todo así que cogí la pequeña mochila y en ella metí dos toallas, mis gafas de sol, el pañuelo estampado de Silvia para sujetarse el pelo si hacía aire y el mp3 para escuchar música por el camino. Enseguida salió mi esposa de la ducha con su pequeño bikini color pistacho puesto y preguntándome si ya tenía todo listo. Respondí que ya estaba todo y que me duchaba en un momento. Tras vestirme con mi polo morado y mis pantalones cortos, cogí mi sombrero Panamá y la guía de viaje y bajamos al comedor donde desayunamos con rapidez saliendo del hotel en busca del autobús que nos llevaría camino a Palma.

Llegamos a la ciudad sobre las nueve y media pues tuvimos suerte y atrapamos el autobús a la carrera y ya a punto de marcharse. Veía a mi esposa radiante y feliz con el pañuelo recogiéndole su bonito cabello y con aquella camiseta blanca y aquellos cortos tejanos que dejaban sus piernas al descubierto. Ya en Mallorca cogimos el autobús para la plaza de España y allí agarramos el coqueto ferrocarril que debía llevarnos a Sóller. Aquel viejo tren resultaba encantador con sus pequeños vagones y sus asientos de madera así que tomando asiento nos acomodamos para disfrutar de aquel verdadero placer para los sentidos. El viaje resultó una maravilla con su combinación perfecta de costa, valle y montaña. Entre bosques de pinos mediterráneos llegamos a Sóller sin apenas darnos cuenta.

El pueblo de Sóller nos recibió con el tradicional mercado que se pone en los diferentes pueblos y en el que se pueden encontrar diversos productos artesanos tales como productos de herbolario y el conocido embutido mallorquín junto con puestos donde se vendían bonitos objetos de bisutería. Paramos en un puesto de objetos de cristal de Murano donde Silvia se enamoró de un conjunto precioso de collar, pendientes y anillo. Hacía una mañana encantadora y soleada y tras comprarlo y estrenarlo ella al momento, nos mezclamos entre el gentío que abarrotaba la fresca plaza bajo las sombras de los árboles mientras hacíamos tiempo hasta la salida del tranvía que nos trasladaría al puerto de Sóller.

El viaje en el tranvía nos gustó muchísimo pese a la estrechez de los vagones y al calor humano que nos rodeaba. Nuevamente aquel paisaje mediterráneo montañoso fue el anfitrión perfecto que nos llevó durante todo el corto trayecto hasta acabar desembocando en la bahía del puerto de Sóller. Aquel pequeño rincón era todo un paraíso con su paseo lleno de embarcaciones y su playa de arena.

Tras bajar del tranvía estuvimos recorriendo las tiendas y las estrechas callejuelas cogidos de la mano y disfrutando del tiempo caluroso de aquel día. Después de pasear un rato y de comprar algún recuerdo de nuestra visita y un bote de protector solar, comimos en una terraza de uno de aquellos restaurantes con vistas al mar. La brisa marina era el ambiente oportuno para gozar de una buena comida regada con un excelente vino rosado que la acompañara.

Una vez acabada la comida nos dirigimos a la playa a descansar un rato después de la comida. Nos descalzamos y nos fuimos quitando la ropa para luego estirar las toallas sobre la arena. Ni corta ni perezosa, mi esposa se deshizo del pequeño sujetador del bikini dejando sus bonitos pechos al aire que pronto fueron el foco de atención de más de un hombre de los que corrían por allí. Sentada en la toalla empezó a darse crema por todo el cuerpo poniendo especial interés en la zona de su entrepierna recogiendo lo máximo posible la pequeña prenda para que de ese modo los rayos solares cayeran sobre la mayor superficie de su cuerpo. Acabada esta operación se estiró boca arriba tras ponerse las gafas de sol. Yo tumbado junto a ella me dispuse a gozar del auténtico paraíso que era aquella playa.

Así estuvimos unos tres cuartos de hora descansando bajo el calor del sol hasta que incorporándonos sobre los codos nos pusimos a deleitarnos con las vistas que la naturaleza nos ofrecía. Apenas habían pasado diez minutos cuando vi una pareja enlazados por la cintura y paseando junto a la orilla del mar. Una fuerte impresión me produjeron pues sin poder evitarlo avisé a mi mujer dándole un fuerte golpe en el brazo.

¿Mira allí? –dije excitado sin apartar los ojos de la imagen que aquella pareja producía en mí.

Ciertamente los cuerpos de aquel hombre y aquella mujer resultaban sensuales y fuertemente tentadores para cualquiera que les mirara. El hombre tendría sobre los cincuenta años y parecía un auténtico dios de ébano con su metro noventa de altura o quizá algo más. Negro como el carbón, su piel brillaba bajo los efectos de los rayos del sol que caían a plomo sobre aquel cuerpo hercúleo, musculoso y sin un gramo de grasa. La mujer, por su parte, podría decir sin la más mínima duda que era una de las mujeres más bellas que jamás había visto. De piel mucho más clara que la del hombre parecía más joven que su compañero pues me pareció de unos treinta y cinco años más o menos. Su vientre liso y sus pechos pequeños pero redonditos destacaban bajo aquel diminuto bikini blanco que apenas podía cubrir todos los muchos encantos que aquella hembra debía guardar. Quedé boquiabierto viéndoles acercarse caminando lentamente y sin parar de hablar y reírse. Pasaron por delante de nosotros observando cómo aquel enorme negro posaba sus ojos sobre mi mujer como por descuido y sin aparentemente prestarle mucha atención.

Realmente forman un hermoso espectáculo –apenas susurró mi mujer en voz baja echando sus gafas hacia delante y sin apartar sus ojos de aquella pareja, prestando especial atención a aquel bello animal de piel de ébano y andares de atleta.

Poco a poco vimos alejarse las huellas de sus pies desapareciendo bajo el paso incesante de la espuma de las olas del mar. Subiéndose Silvia sus gafas nuevamente se puso a mirar a otro lado pero yo sabía perfectamente el interés que aquella pareja había hecho nacer en ambos.

No tardé en volverlos a ver pues cinco minutos más tarde volvían llevándola él con su musculoso brazo apoyado sobre el hombro de ella y charlando amigablemente tal como les había visto hacer anteriormente. La diferencia estaba en que mientras hablaban, el hombre daba la sensación de fijar su mirada en el cuerpo de mi esposa para después hacerle algún comentario a su pareja la cual reía de buena gana con cada una de sus palabras.

Ciertamente pensé que hablaban de nosotros pues al pasar se plantaron ante nosotros para finalmente acercarse donde estábamos.

Hola, ¿qué tal estáis? ¿no sois de aquí, verdad? –preguntó el hombre con aquel acento fuertemente americano y sin dejar de sonreír abiertamente mostrando aquella blanca hilera de dientes perfectamente cuidada.

La verdad es que no –respondió mi esposa adelantándose a mi respuesta. Somos de Cádiz y llevamos unos días en Palma disfrutando del sol y la isla.

¿Y os gusta Mallorca? ¿Habéis visto muchas cosas? –volvió a preguntar sin dejar de mirar un instante los pechos de Silvia.

Nos encanta, sí. La isla es preciosa aunque sólo hemos visto dos días la ciudad y hoy que hemos venido a visitar Sóller.

Sóller es realmente precioso. Un pequeño paraíso que conocí hace años y me enamoró desde la primera vez que vine. Por cierto, aún no nos hemos presentado. Mi mujer se llama Vivian y yo soy Charlie –dijo inclinándose para darle dos besos a Silvia para después ofrecerme su mano estrechándola con fuerza contra la mía.

Nos levantamos de las toallas y besamos a aquella especie de pantera mulata de piel canela y ojos brillantes y no pude evitar sentir un leve cosquilleo en el cuerpo al rozar las mejillas de aquella tremenda hembra. Les invitamos a sentarse con nosotros accediendo ellos al momento con lo que empezamos a charlar los cuatro amigablemente. Con el nivel de inglés de Silvia y mi gracioso chapurreo les dijimos que habíamos ido a pasar el día en Sóller pues en el hotel nos habían comentado que era un lugar paradisíaco y bien conservado pese al crecimiento turístico de la isla.

Charlie nos preguntó cuántos días íbamos a pasar en la isla, diciéndole nosotros que el viaje era por dos semanas y que nos quedaban aún unos cuantos para poder ver cosas. Yo, estando sentado junto a Silvia, no paraba de mirar el cuerpo de la mujer de Charlie percatándome igualmente de las miradas fugaces que este le echaba a mi mujer. Vivian, poniéndose en pie de repente, comentó divertida que nos diésemos un baño pues el agua estaría fresquita a aquella hora de la tarde. ¡Dios, qué pedazo de mujer! –pensé viéndola allí plantada delante de nosotros para, sin esperar más, darnos la espalda corriendo camino del agua. Mis ojos se quedaron clavados en aquel par de montañas moviéndose bajo los efectos de su correr y saltando al llegar a las olas gritando al notar el contacto del agua sobre su cuerpo. Así nos levantamos todos secundándola y en pocos segundos estuvimos todos entre las olas lanzándonos agua y riendo sin cesar. Separados unos metros de ellos, Silvia se abrazó a mí notando el fuerte nerviosismo que me corría entre las piernas.

¿Qué te ocurre, cariño? ¿Otra vez estás malito? –me preguntó Silvia de forma mimosa mientras se refregaba contra mí al tiempo que me besaba suavemente.

¿Qué te parecen? –le pregunté directamente al tiempo que la tenía bien agarrada de la cintura.

¿Te gusta Vivian, eh maldito cabrón? –me dijo abrazándose aún más haciéndome sentir la dureza de sus desnudos senos sobre mi pecho. Ya he visto que no le quitas el ojo y cómo te ha puesto de duro. Te confesaré que a mí ese madurito también me ha hecho mojar las braguitas.

¿Te gustaría hacértelo con ellos? –le pregunté en voz baja junto al oído mientras mis manos acariciaban sus nalgas por debajo del agua.

Claro que me gustaría. Están para comérselos y no creo equivocarme al pensar que a ellos también les gustaría nuestra compañía.

Bien, tiempo al tiempo. Dejemos que las cosas caigan por su propio peso –dije dándole un pequeño beso en su labio inferior.

Acercándose a nosotros nos juntamos los cuatro empezando a chapotear y a jugar entre todos lo cual hizo inevitables los roces entre nuestros húmedos cuerpos. Mezclándonos entre nosotros, Vivian se unió a mí mientras Charlie aprovechaba para hacerle una buena aguadilla a mi esposa la cual salió del agua gritando y manoteando y sin parar de chillarle a su agresor aunque más como un juego que como otra cosa. Aquel hombre era demasiado grande para ella así que cualquier tipo de lucha hubiese resultado inútil. Yo, como por descuido, me pegué a aquella belleza haciendo que mi pene rozara ligeramente el muslo de ella con lo cual pude ver como Vivian se apartaba de mí nadando unos metros para enseguida volverse a mí sonriéndome de un modo provocativo. Al parecer lo que había notado sobre su muslo le había gustado. Así estuvimos un buen rato jugando y provocándonos los cuatro hasta que todo aquello acabó saliendo todos del agua. Mirando a ambas mujeres pude ver los pezones de aquella hermosa mulata marcarse como pitones bajo la tela de su bikini. Era más que evidente que se encontraba bien excitada con el aparentemente inocente juego que habíamos practicado bajo el agua.

Una vez fuera del agua, Charlie nos invitó a pasar dos días en su casa que, según dijo, se encontraba cerca de la playa. Mirándonos mi mujer y yo estuvimos unos segundos indecisos hasta que finalmente accedimos a su invitación pensando que sería agradable pasar unos días en compañía de aquella pareja. Pensé que la atracción entre los cuatro parecía más que clara y que resultaría interesante gozar de ello sin pensar en nada más. Ya todos de acuerdo y tras recoger nuestras cosas nos dirigimos al coche que tenían aparcado en el parking del puerto. De ese modo subimos los cuatro a aquel todoterreno poniéndonos Silvia y yo atrás mientras ellos ocupaban los asientos de delante.

Si os parece bien mañana podríamos ir a Deià y a la famosa cartuja de Valldemossa donde estuvieron Chopin y George Sand y otros muchos famosos –dijo Charlie mirándonos a través del retrovisor.

No queremos resultar molestos –respondí a su invitación tratando de ser cortés.

Oh, no es ninguna molestia, de verdad que no –aseguraron ambos al unísono. Además en el coche vamos en un momento pues está muy cerca de Sóller –dijo Charlie mientras tomaba una curva de la carretera que debía llevarnos a su casa.

De acuerdo. Pero pagamos los gastos a medias –contestamos mi mujer y yo.

No os preocupéis por eso que ya nos apañaremos. Vosotros podéis pagar la comida y ya está.

Puestos de acuerdo llegamos a su casa en pocos minutos en medio de una agradable conversación. La casa de Charlie y Vivian era la típica casa mediterránea de paredes encaladas en medio de un jardín de grandes dimensiones en el que destacaba una amplia piscina. Constaba de dos plantas con el parking, el salón, la cocina y un baño abajo mientras en la planta de arriba había otro baño más y las habitaciones las cuales eran tipo buhardilla. Bajamos a la cocina donde Vivian nos esperaba con aquel fino vestido color celeste que se pegaba mojado y lascivo a sus fríos pezones, a su vientre y a sus muslos.

Nada más verla mi polla respondió ante aquel bombón enderezándose entre mis piernas sin remedio. Todos sabíamos a qué habíamos ido allí, sin embargo nadie parecía querer dar el primer paso en aquella relación a cuatro. Cenamos una saludable ensalada de pasta que prepararon entre Vivian y mi mujer y luego comimos algo de embutido y queso entre copas y copas de un estupendo vino blanco de la bodega de Charlie el cual era un gran entendido en vinos de todo tipo. Charlie nos comentó que trabajaba en el cuerpo diplomático de su país y que conocía la isla desde muchos años atrás cuando vino por primera vez enviado a España por su país. Con Vivian, que era de origen canadiense, se había conocido hacía cinco años pues ella trabajaba como secretaria en la embajada de Estados Unidos.

Bajo el mantel de la mesa empecé a notar la caricia de un pie subiendo a través de mi rodilla en busca de mi entrepierna. Evidentemente se trataba del pie de Vivian la cual parecía excitada a causa del vino y de otras muchas cosas. Con disimulo intenté esconder el ataque de aquella hermosa mujer tapándome con el mantel lo más que pude mientras los cuatro hablábamos y hablábamos como si nada pasara. Mi miembro parecía querer explotar bajo mis pantalones aguantando a duras penas la ofensiva de la hembra que tenía frente a mí. Aquel bellezón de piel canela me sonreía cada vez que me dirigía a ella al tiempo que llevaba la copa a sus labios dándole un pequeño sorbo.

Al fin acabamos la cena pidiéndome Vivian que me quedara con ella a recoger las cosas mientras Silvia y su marido nos esperaban en el jardín tomando una copa. Ninguno dijimos nada saliendo al instante mi mujer y Charlie camino del salón. Sabía perfectamente lo que aquella mujer deseaba y por supuesto estaba dispuesto a dárselo aunque me fuera la vida en ello. La deseaba… la deseaba tanto que hubiese cometido cualquier locura por conseguir hacer mía a aquella putita de piel oscura y mirada de niña buena. Era tan diferente a mi mujer con sus andares felinos y sus labios tan bien perfilados que me tenían completamente loco. Sin embargo, quería que fuera ella quien diera el primer paso, que fuera ella quien tomara las riendas de aquello que tanto deseaba que se produjese.

¿Qué te parece si friegas los platos mientras voy recogiendo las cosas? Así acabaremos antes, ¿te parece?

Lo que tú digas, Vivian. Aquí la que mandas eres tú –dije guardando mis palabras un claro doble sentido.

Pronto se puso a recoger los platos y los vasos trayéndolos en varios viajes hasta acabar al fin con todo. Yo según me iba pasando cosas las limpiaba sin apenas hacerle caso lo cual estaba bien seguro que debía molestarla en su fuero interno de mujer sabedora de sus muchos atractivos.

Todo marcha bien –pensé para mí continuando con mi labor de rey de la cocina fregando y fregando los pocos platos que allí había.

Aquella táctica corría el peligro de hacer que aquella pantera se enfadara conmigo y me dejara allí tirado con todo aquello para irse con su marido y mi mujer. Sin embargo, sabía que no respondería de aquel modo pues bien me lo había demostrado durante la cena. Su deseo fue mayor que su paciencia y finalmente se lanzó sobre mí abrazándome entre sus brazos para empezar luego a acariciarme el pecho por encima de la camiseta.

Te deseo, Fernando… te deseo desde el primer momento en que te vi –me confesó al oído mientras se restregaba sobre mi cuerpo haciéndome sentir sus bellas formas.

No aguanté más tiempo mi necesidad de ella y volviéndome le cogí la cabeza y empecé a besarla de forma desenfrenada sin querer mantener por más tiempo la irrefrenable pasión que me consumía por dentro. Acaricié su cuerpo por encima de la tela de aquel fino vestido que se pegaba a su cuerpo sudoroso como una segunda piel bajo el calor sofocante de la noche. Corríamos el riesgo de poder ser descubiertos por Charlie allí en su propia casa pero aquel pensamiento no me preocupó demasiado pues estaba seguro que a esas horas estaría bien ocupado con Silvia. Del salón llegaban unas risas de mi mujer y de aquel hombre que sabía que a ella tanto le gustaba así que todo marchaba sobre ruedas.

Me dediqué a hacer gozar a mi compañera recorriendo con mis manos sus muchas curvas arriba y abajo, subiendo y bajando por sus muslos y su espalda para terminar apoderándome de sus pechos que parecían querer romper el tejido suave de su vestido. Ella no hacía más que apretarse contra mí empezando a gemir de manera leve con cada uno de mis empujones. Aparté sus cabellos a un lado para iniciar un lento pero irreprimible ataque sobre su cuello el cual empecé a chupar y lamer entre grandes muestras de placer por parte de aquella gatita de piel morena. Notaba su piel tersa y delicada bajo mis labios y a ella me entregué besándola y chupándola como un auténtico poseso al tiempo que mis manos subían el vestido hacia arriba buscando hacerme con su apetecible trasero.

Vivian, mientras tanto, no se mantenía quieta consiguiendo despojarme de la camiseta con rapidez para, a continuación hundirse entre el vello de mi pecho lamiéndolo, chupándolo y dándole pequeños mordisquillos que me hicieron gemir de forma apasionada. Cogiéndola de la cintura cambiamos de postura y la subí a la encimera de la cocina ofreciéndole al tiempo mi lengua que ella atrapó entre sus labios con gula mezclándola con la suya en una lucha feroz que nos hizo estremecer. Atrapando mi nuca entre sus dedos noté como su boca temblorosa cubría la mía dándome besos suaves y cortos que fueron tomando, paso a paso, un cariz mucho más intenso. Con mi boca abierta tomé la suya haciéndome ahora yo con su lengua la cual sentí recorrer el interior de mi boca volviéndose a mezclar con la mía en una lucha que ya habíamos iniciado segundos antes. Ella abrió sus labios sacando su lengua la cual empezó a juguetear con la mía para luego hacerse con mi labio inferior para morderlo con cariño infinito consiguiendo que vibrase emocionado frente a tan delicada y tierna caricia. Con sus piernas cruzadas tras mi trasero me llevaba contra ella una y otra vez haciéndome disfrutar como un lobo hambriento de aquella hermosa mujer.

De pronto y a través de la ventana abierta escuchamos un fuerte gemido procedente del jardín. Vivian se separó unos segundos de mi lado fijando su ardiente mirada en la mía para al momento decirme con voz entrecortada por la pasión:

Al parecer lo están pasando muy bien. Fernando, unámonos a ellos –susurró junto a mi mejilla notando yo su aliento cálido y sensual rozando la piel de mi rostro.

Poniéndose en pie atrapó mi mano con la suya y me hizo acompañarla hasta el jardín donde nos encontramos con el espectáculo que formaban Charlie y mi mujer tumbados medio desnudos en una de las tumbonas. La imagen de mi esposa en brazos de aquella especie de King Kong de torso potente y atlético produjo en mí un sentimiento de morbo desconocido más que de celos. Debo reconocer que me sentí halagado por el hecho de que Silvia se mostrara así de cariñosa con aquel hombre que no era yo. Nunca habíamos hecho un intercambio de parejas y la verdad es que la cosa prometía emociones fuertes para ambos.

Abrazada a Charlie podía escuchar los pequeños gemidos y grititos que salían de la boca de mi mujer cada vez que aquel hombre atrapaba uno de sus pezones entre sus labios gruesos y carnosos. Ella se abandonaba al roce de los labios húmedos de su pareja cerrando sus ojos con fuerza y disfrutando todo aquello con cara de infinito placer. Dejándome allí contemplando aquella escena, Vivian se acercó a ellos deslizando sus pies por encima del húmedo césped y arrodillándose entre las piernas de aquel enorme negro le fue bajando los pantalones y el slip de forma lenta, apareciendo al fin aquel mango de colosales dimensiones.

Sin esperar a más se lo llevó a la boca empezando a devorarlo de manera frenética metiéndolo y sacándolo sin descanso para finalmente, teniéndolo bien cogido entre sus dedos, lamerlo arriba y abajo con su lengua hasta dejarlo bien brillante bajo las luces del jardín. Silvia estaba tan ocupada que no se daba cuenta de lo que pasaba entre las piernas de Charlie. Entreabriendo los ojos después de recibir el beso apasionado de su amante en la pequeña orejilla, observó con sorpresa e inquietud lo que allí se cocía. Ante aquello no pudo menos que abrir sus ojos como platos viendo el tamaño descomunal de aquel espécimen que tenía apenas a unos metros de donde se encontraba.

¡Dios mío, pero que es eso! –exclamó con gesto asustado pero sin poder apartar sus ojos un solo segundo de aquel inmenso miembro de chocolate.

Ciertamente así era. El tamaño de aquel miembro era en verdad enorme y gracias a las cariñosas caricias de su esposa mostraba un aspecto amenazante y orgulloso. Mucho más grande que la mía pese al tamaño más que respetable de mi pene, pensé que aquello dentro de mi mujer podía destrozarla por entero. Aquel pene ciclópeo giraba a la izquierda su terrible humanidad y no dejaba de palpitar una y otra vez bajo los cuidados de aquella fiera que no lo dejaba tranquilo un solo momento.

Vivian invitó a mi mujer a unirse a aquel festín empezando así las dos a chuparle la polla a Charlie que no paraba de gemir y jadear animándolas a continuar con todo aquello. Desde mi posición veía pasar aquella banana negra, negrísima, de la boca de mi mujer a la de Vivian y así una y otra vez gozando sin cesar ambas mujeres de aquel pedazo de carne. Una vez el hombre mostró una buena erección, Vivian se separó de él invitando a Silvia a tumbarse con las piernas bien abiertas tras quitarle las braguitas con suavidad. Entonces comenzó a comerle el coñito a mi mujer con gran maestría mientras su marido empezaba a follarla a cuatro patas retirando la tirilla del tanga a un lado. Sin poder soportar por más tiempo aquel bello espectáculo y mi deseo, me bajé los pantalones comenzando a masturbarme de forma lenta. La lengua se metía de forma diabólica entre los pliegues de mi esposa buscando los rincones más escondidos de su sexo. Ella gemía y gemía cada vez de forma más vehemente demostrando así el placer que su compañera le provocaba. Los lamentos y gemidos fueron creciendo en intensidad a cada segundo que pasaba convirtiéndose finalmente aquel hermoso trío en gritos y palabras inconexas y sin sentido alguno. El hombre golpeaba de forma furiosa contra el coñito de su mujer haciendo que esta cayera sobre el sexo de Silvia acariciándolo con su lengua sin descanso. La gran polla de ébano entraba con fuerza tres, cuatro, cinco veces para quedarse unos segundos quieto dentro de ella empezando nuevamente a maltratar aquel coñito tres, cuatro, cinco veces más.

¡My God… oh, my God… harder… fuck me harder…! -no hacía más que pedirle meneando sus caderas de forma circular cada vez que su marido salía de su coñito.

Silvia se estremecía entre los brazos de su amiga y, con cada golpe que esta le prodigaba sobre su clítoris, un nuevo lamento de placer surgía de sus labios hasta que finalmente acabó corriéndose llenando la boca de Vivian con su descontrolada corrida.

Por suerte Silvia se fue recuperando de su orgasmo y, abriendo mínimamente sus ojillos, me vio contemplándoles y con la polla entre mis dedos de manera que, con la mirada perdida por el placer que había sentido, me invitó a unirme a la fiesta poniéndome frente a ella y empezando a comerme la polla con desesperación. Yo, echando la cabeza hacia atrás, agarré su cabello entre mis dedos empezando a dar fuertes golpes de riñones y follando su boquita llenándola con mi grueso mástil hasta casi hacerla ahogar. Ahora sí estábamos los cuatro juntos disfrutando de nuestros cuerpos calientes y deseosos de las caricias del otro.

Saliendo de su esposa, Charlie me pidió cambiar de pareja estirándome yo en la tumbona y tomando Vivian asiento sobre mí mientras el tremendo negro se hundía entre las piernas de mi mujer comiéndole su almejita que ya entonces se mostraba empapada con los muchos jugos que de ella fluían. Montada sobre mí, Vivian agarró mi duro miembro entre sus dedos y llevándolo a la entrada de su coñito se sentó ella misma con dos golpes que la hicieron emitir un fuerte grito animal. Con los ojos en blanco y apoyada en mi pecho inició un lento movimiento de caderas empezando a coger ritmo con el paso del tiempo. Ciertamente se movía bien con su lento cabalgar de amazona bien curtida en esas lides. Me agarré con fuerza a sus caderas ayudándola a moverse y golpeando yo también dentro de su vagina cada vez que ella se paraba buscando ahogar los gemidos que trataban de salir de su boca. Los gemidos de los cuatro invadieron la noche como testigo perfecto del feliz encuentro que manteníamos. Ya no oía disfrutar a mi esposa con lo que aquel hombre le hacía, tan ocupado estaba gozando del cuerpo felino de aquella hermosa mujer que no hacía más que cabalgar y cabalgar clavándose ella misma mi polla al tiempo que arqueaba su espalda echándose hacia atrás para de golpe caer encima de mí tras alcanzar ambos nuestro feliz orgasmo. Me corrí dentro de ella de manera salvaje entre fuertes berridos de ambos y haciéndola sentir el golpear de mi semen sobre las paredes de su vagina que no hacía más que atraparme entre ellas como si no deseara dejarme escapar. La respiración desbocada de Vivian sobre mi hombro me hizo volver a la realidad de aquel fantástico polvo que ambos habíamos disfrutado.

Haciéndola levantar giré la cabeza hacia los chillidos que provenían de donde Charlie y mi mujer se encontraban. El hombre la cubría por entero con su enorme humanidad y, teniéndola bien enlazada por la cintura, no hacía más que entrar y salir de ella su larga polla de forma que a mi me pareció casi milagrosa por su grosor. Silvia, con el rostro descompuesto por el placer, no hacía más que balancearse pidiendo a su amante que le diera más y más como antes había hecho Vivian conmigo. Al fin escuché a Charlie correrse dentro de ella dando fuertes golpes de riñones para finalmente quedarse parado dentro de ella llenándola con su líquido seminal, parte del cual escapó de su vagina al salir de ella.

Realmente había disfrutado viendo a mi esposa gozando del cuerpo musculoso de aquel hombre que tanto la había hecho sentir. Ya más descansados decidimos meternos a la piscina para que nuestros cansados músculos se relajasen del esfuerzo realizado. En la piscina estuvimos jugando los cuatro y metiéndonos mano por todos lados hasta que una hora más tarde volvimos a estar bien excitados de nuevo.

Saliendo de la piscina chorreándonos el agua por encima de nuestros cuerpos, vimos como Vivian y Silvia se juntaban ofreciéndose mutuamente sus lenguas iniciando de ese modo un numerito lésbico que tanto a Charlie como a mí nos encantó. Silvia, tomando ella la iniciativa, acarició y besó a aquella preciosidad de mujer recorriendo la piel húmeda de su compañera y haciendo que Vivian se retorciera con el simple roce de sus dedos sobre su cuerpo. Paso a paso le fue comiendo un pezón hasta ponérselo bien duro para pasar luego al otro dedicándole la misma atención. Vivian no hacía más que producir lamentos de profunda pasión mientras mi mujer iba bajando por su vientre hasta alcanzar su pubis el cual mostraba el vello oscuro ensortijado y perfectamente recortado que lo cubría. Al fin se instaló entre las piernas de su amiga empezando a jugar con su sexo el cual aparecía húmedo por el agua de la piscina.

Cómemelo… cómemelo cariño… -le pidió ahora en perfecto castellano a mi mujer tumbándose sobre el frío césped cuán larga era.

Me encanta tu coñito –exclamó Silvia antes de hundirse entre los muslos de aquella gatita que tan nerviosa se mostraba en esos momentos.

Así estuvo mi esposa un largo rato lamiendo una y otra vez el sexo de aquella exquisita mujer hasta que la hizo estallar en un nuevo orgasmo que la dejó exhausta y satisfecha. Ahí entramos los dos hombres en acción cogiendo a Vivian en brazos y llevándola de nuevo a la tumbona donde volví a echarme obligándola su marido a montarse de nuevo sobre mi polla que ya mostraba una enorme erección.

Fóllala… vamos fóllala… a esta putita le encanta que la follen sin descanso –me dijo Charlie mientras ayudaba a su mujer a clavarse mi polla en su irritado conejito.

Mi polla se deslizaba con facilidad dentro del coñito de aquella hembra debido al mucho trabajo que entre todos le habíamos dado. Mi mujer aprovechó para acercarse y darle la lengua a Vivian la cual la recogió entre muestras de placer. Aquella mujer botaba y botaba sobre mí como si fuera la última cosa que hiciera en su vida, moviéndose como un animal herido y sin dejar de aullar cada vez que mi polla entraba en su estrecho agujero. Sin embargo, no acababan ahí sus muchos placeres pues, en un momento en que ambos nos quedamos quietos, su marido aprovechó para ponerse tras ella clavándole su enorme rabo de una sola vez lo cual la hizo caer sobre mí llorando y gritando como una bestia torturada. Aquel animal se la había metido hasta el fondo y sin la menor compasión para, sin más esperas, empezar a sodomizarla con rapidez aprovechando mi quietud bajo ella. Así estuvimos follándola y follándola, ahora el uno ahora el otro, entrando yo en su coñito mientras Charlie estaba parado para, al poco rato, relevarnos empezando a entrar él en el culo de su esposa manteniéndome yo entonces parado notando las embestidas de aquel hombre follándola como un animal. Aquella mujer se había convertido en el juguete de los tres recibiendo las caricias de cada uno de nosotros sin parar de pedir más y más.

Cambiamos de posiciones empezando Vivian a mover sus caderas notándome tras ella acariciándole las nalgas y la entrada de su ano el cual lubriqué después de chuparme los dedos con fruición. Se abandonó al placer sintiendo el pene de su marido y la caricia de mis dedos en su ano. Noté cómo se le erizaba la piel al soplarle sobre la nuca y sin parar de decirle un montón de palabras sucias y obscenas.

Apoyé mi pene en la entrada de su ano y empecé ahora yo a sodomizarle el culito, el cual me recibió bien abierto, tanta era la dilatación que el miembro de su marido la había procurado. Resultaba fácil moverse dentro de aquel agujero al parecer tan acostumbrado a ser sodomizado. Mi esposa, mientras aquella gatita disfrutaba de nuestras dos pollas, trataba de tranquilizarla dándole suaves besitos por todo el cuerpo. No sé cuantas veces pudo correrse pero sí sé que fueron muchas enganchando incluso un orgasmo con otro que le vino a continuación del primero cayendo agotada sobre su esposo.

No tardamos nosotros en corrernos haciéndolo primero Charlie llenando la vagina de su esposa con su cálido esperma el cual parecía querer rebosar entre las paredes de aquel oscuro coñito. Pronto me corrí yo también agarrándola fuertemente de las caderas y entregándole los últimos jugos de aquella formidable noche en que los cuatro habíamos disfrutado como locos del cuerpo de los demás.

Dormimos toda la noche como lirones cada uno con su pareja, hasta que por la mañana recibimos la visita de Charlie haciendo que mi esposa gozara esta vez ella de los placeres de una magnífica doble penetración que la hizo ver las estrellas en brazos de sus dos machos…

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