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Pasión desmedida

en Interracial

Pasión desmedida

Buscando escapar de un desengaño amoroso pensó que lo mejor sería gozar de un crucero por las islas griegas. Su tristeza y los recuerdos la hicieron pensar que quizá aquella no había sido una buena idea. La presencia de aquel joven y guapo muchacho de color solucionó de un plumazo todos sus problemas convirtiéndose para ella en el mejor de los antídotos…

 

Oh, a stitch in time, just about saved me

from going through the same old moves

and this cat has nine, he still suffers

he’s going through the same old grooves

but that stone just keeps on rolling

bringing me some real bad news

the takers get the honey

givers sing the blues.

Too many cooks yeah, spoil such a good thing

I know I laughed out loud but that was then

ain’t it funny, a fool and his money

always seemed to find was those real good friends

but that stone just keeps on rolling

bringing me some real bad news

the takers get the honey

givers sing the blues…

Too rolling stoned, ROBIN TROWER

 

Como presentación a mi historia les diré que me llamo Ángeles y que soy una chica de veinticinco años que hace unos tres meses y aprovechando unos días de vacaciones que tenía en el trabajo, pensé en embarcarme en un viaje por Cerdeña, Malta y las islas griegas buscando escapar de mi último desengaño amoroso. Las cosas con Mario no habían ido como esperábamos, bueno más bien como esperaba yo. Las discusiones eran continuas entre los dos y además aquel mensaje en su móvil fue la gota que colmó el vaso haciéndome ver claramente que en la cabeza de Mario había otra mujer que no era yo. Los primeros días lloré y lloré amargamente pues seguía locamente enamorada de Mario y pensaba que mi vida sin él no tendría sentido alguno y todas esas tonterías que imaginamos cuando estamos enamoradas de alguien.

Al fin y viendo que las cosas no parecían tener arreglo, decidí echarme la manta a la cabeza y disfrutar de unos días de descanso que me hicieran ver las cosas de diferente modo a mi vuelta. Un viaje de varios días y lo más lejos posible estimé que sería la mejor solución al estado de ánimo en el que me encontraba. Así pues, saqué el billete en la agencia de viajes cercana a mi trabajo donde nos hacían algo de descuento pues tenían un acuerdo con mi empresa.

A mis veinticinco años puedo decir sin querer resultar pretenciosa que tengo un tipito más que aceptable. Tengo una larga melena castaña con mechas rubias y mis ojos son grandes y de un tono ligeramente verdoso. Una naricilla graciosa y respingona y unos labios bien carnosos y rosados. Soy de estatura mediana y algo rellenita aunque no demasiado. De curvas pronunciadas, mis pechos de tamaño mediano se mantienen erguidos, duros y firmes y mi culete levantadito y apetitoso sé que levanta pasiones allá donde voy.

Tal como indicaba en la reserva de billetes el barco zarpaba aquel miércoles a las nueve de la noche así que estuve todo el día dejando pasar el tiempo miserablemente hasta la hora de salida. Preparé mi bolsa de viaje llenándola hasta los topes de bikinis, bañadores y de ropa veraniega. Sin despedirme de nadie cogí un taxi camino al puerto donde me esperaba aquel crucero que imaginaba lleno de matrimonios aburridos y de solteros empedernidos en busca de una buena aventura que contar a los amigos. Tras bajar del taxi pagué a aquel cuarentón conductor de aspecto desaliñado, y que no dejó ni un solo segundo de mirarme los pechos que realzaba el sujetador bajo la fina tela de la camiseta, y dándole la espalda me dirigí al muelle donde se encontraba el barco.

Nada más subir a cubierta me recibió el capitán dándome la bienvenida y una azafata a la cual entregué mi billete para que lo revisara. Aquella mujer de unos treinta años y vestida con aquel elegante y discreto traje chaqueta color verde oliva de pantalones rectos y zapatos negros con algo de tacón, me indicó amablemente el camarote que me correspondía diciéndome que se encontraba en el piso superior y que era el más cercano a la cubierta. Les di las gracias a ambos y antes de encaminar mis pasos hacia el camarote estuve dando una vuelta por cubierta hasta acabar apoyada en la barandilla mirando el espectáculo que ofrecían las luces de la ciudad.

Al llegar al camarote me tumbé un buen rato esperando la hora de la cena y pensando si aquella habría sido una buena idea que me hiciera quitar de la cabeza mis penas. Una y otra vez no hacía más que pensar en Mario, su recuerdo me torturaba pese a saber que su compañía no me convenía y que ambos teníamos la partida perdida hacía ya tiempo. De nuevo lloré como una tonta allí tumbada en la cama mirando al techo de mi camarote.

Cerca de las diez y media y cuando ya llevaríamos algo más de una hora de viaje, me levanté de la cama y marché a cenar aunque la verdad es que no tenía mucho apetito. Ya en aquel gran salón apenas estuve un cuarto de hora tomando medio sándwich y un zumo de naranja. De ahí de nuevo me metí en el camarote a llorar mis penas hasta que finalmente me quedé dormida al poco rato leyendo una revista que había comprado en la ciudad antes de salir.

Ya por la mañana me levanté temprano apenas noté los primeros rayos del sol a través de la pequeña ventana del camarote. Parecía que iba a hacer un buen día, justo lo que yo necesitaba para que mi estado de ánimo mejorase aunque sólo fuera mínimamente. Salí a cubierta a disfrutar del amanecer viendo a las gaviotas con su ruido ensordecedor, chillando sin parar de revolotear por encima de mi cabeza. Me metí de nuevo remojando mi cuerpo bajo la ducha con rapidez para, tras abrir la bolsa y colocar la ropa en el armario, enseguida salir a desayunar. Luego ya bien preparada para el resto del día, me dediqué a dar una vuelta por el barco el cual disponía de todas las comodidades que estos cruceros suelen tener a disposición de los clientes.

En el piso inferior al de mi camarote, había un enorme gimnasio con jacuzzi, sauna y todo tipo de aparatos para poder ejercitar los músculos y mantener la forma. Tal como había visto la noche anterior al cenar, mirando el folleto de la agencia, había un salón de baile para según me informaron en la agencia de viajes poderse uno relacionar con el resto de la gente, cosa a la que no hice mucho caso estando como estaba. Tres grandes piscinas se anunciaban en el folleto, una de ellas cubierta en el piso de abajo. En fin, toda una auténtica ciudad flotante y un lujo para los sentidos. Pensando en cómo me encontraba creí conveniente disfrutar de aquellos días si no quería amargarme la existencia con el maldito Mario.

El camarote era de paredes de un suave azul celeste cubiertas con motivos marinos y disponía de una cama de buenas dimensiones. El baño, grande y confortable, con bidé y una ducha de pie bastante amplia. Busqué en el cajón del armario mi pequeño bikini rojo y echándome la toalla al hombro cogí el bote de crema solar y me dirigí a la piscina que había cercana a mi camarote y en la cual, a esas horas de la mañana, poca gente había tomando el sol de la mañana. Apenas dos parejas y tres o cuatro hombres y mujeres solos era el personal que por allí había disfrutando del calor mediterráneo. Tras pegarme un buen chapuzón salí y me eché en una de las tumbonas con las gafas de sol puestas tras embardunarme bien el cuerpo con el protector solar. Así estuve poco rato hasta que me quedé dormida con el arrullo de las olas y de la suave brisa marina.

Cerca de una hora más tarde me desperté incorporándome sobre mis codos mientras doblaba ligeramente las piernas. Bajo los cristales oscuros de mis gafas de sol estuve observando unos segundos el panorama de la piscina viendo que mucha más gente había acudido en busca de un rato de descanso. Un grupo amplio de gente disfrutaba de un refrescante baño al tiempo que otros muchos simplemente descansaban o leían un libro o el diario. Ciertamente se estaba bien allí dejando pasar los minutos y disfrutando de la naturaleza en aquel verdadero paraíso flotante. Poco a poco parecía que me iba olvidando de Mario lo cual agradecí apareciendo en mi rostro una pequeña sonrisa de satisfacción.

Media hora más tarde vi tumbarse en la tumbona junto a la mía a un atractivo hombre de color de unos treinta años. Era un hombre realmente guapo y muy masculino con aquel cuerpo bien cuidado que cubría tan solo con aquel diminuto tanga de color blanco que tan bien resaltaba sobre su piel oscura. Me saludó amablemente al llegar sonriéndome y mostrando aquella blanca hilera de dientes y a los pocos minutos estábamos charlando de cosas sin importancia entre risas y comentarios alegres por su parte. En verdad era un tipo simpático y divertido así que su compañía me sirvió para estar entretenida hasta la hora de comer. Me enteré sin prestar mucha atención que se llamaba Bruce, que era inglés y que trabajaba como ingeniero en una importante empresa petrolífera presentándome yo diciéndole mi nombre y que vivía en Valencia donde trabajaba como comercial en una compañía de ropa deportiva.

¿Te apetece que comamos juntos? –me preguntó directamente mientras nos levantábamos camino del comedor.

Lo siento pero acabo de salir de una relación y la verdad es que necesito algo de tiempo para poner mi mente en claro –le contesté de forma un tanto cortante pues no me esperaba aquella invitación tan directa.

Perdona Ángeles, no era mi intención molestarte sino solo entablar una amistad contigo en este barco donde no conozco a nadie.

No, perdóname tú por haber sido tan maleducada contigo. Es solo que estoy pasando por un mal momento y pensé que unos días de descanso olvidándome del trabajo y de todo lo demás me vendrían bien.

Como quieras pero si deseas la compañía de alguien durante los días de viaje ya sabes donde estoy –dijo antes de despedirse de mí dándome dos besos en las mejillas.

Asentí con la cabeza sin decir nada y separándome de su lado marché camino de mi camarote para cambiarme antes de ir a comer. Por el camino estuve pensando en lo estúpida que había sido comportándome de aquel modo con aquel guapo muchacho que tan solo me había invitado a comer con él. Realmente debía divertirme y quitarme de la cabeza la tontería de Mario o lo iba a seguir pasando muy mal.

Tras cambiarme y ponerme una camiseta marrón oscuro y unos tejanos blancos escapé hacia el comedor a ver si tenía suerte de encontrarme con Bruce y poder disculparme de nuevo con él. No apareció por allí y tampoco pude verlo durante toda la tarde así que poco a poco aquella imagen fue abandonando mi loca cabecita volviendo a instalarme en mi estado melancólico y decaído y acabando en mi camarote aletargada en mi apatía y sin parar de llorar.

Dormí toda la noche de un tirón despertándome tarde pues, mirando el reloj de pulsera, vi que eran ya las diez de la mañana. Me di una buena ducha y después de desayunar me fui al gimnasio a hacer algo de ejercicio. Allí me encontré con varias personas y entre ellas se encontraba Bruce en la máquina de remo sin parar de hacer abdominales. Me saludó con una sonrisa respondiéndole yo con un movimiento leve de mi mano. Aquella mañana me pareció guapísimo con aquella camiseta gris de tirantes sobre su cuerpo sudado. Viendo que no se acercaba a mí, tomé yo la iniciativa yendo donde se encontraba y empezando a charlar los dos mientras él continuaba con su ejercicio.

Hola, buenos días. ¿Llevas mucho rato? –le pregunté sin saber qué decirle.

Buenos días. Hoy me levanté pronto pues quería estar un buen rato en el gimnasio y luego pasar por la piscina.

Yo también pensé lo mismo. ¿Quizá tengamos telepatía entre nosotros? –dije riendo como una tonta allí de pie delante de él.

Es posible –comentó lacónicamente como respuesta a mis palabras. Dicen que en ocasiones esas cosas pasan sin saber muy bien la razón.

Por cierto, ¿dónde te metiste ayer? No te vi por ningún lado. Quería disculparme de nuevo por lo que pasó en la piscina.

Ángeles, no te preocupes más por eso. No le des más vueltas. Tú tendrás tus razones y no soy quien para meterme en tus cosas. Como te dije solo pretendía tener alguien con quien hablar en este enorme barco –dijo volviendo a sonreírme.

Tienes razón. La verdad es que fui una estúpida y una grosera al contestarte del modo en que lo hice.

Bueno, olvídalo de una vez. Si te apetece podemos hacer algo de gimnasia y luego vamos a la piscina a nadar un rato.

Me parece buena idea –respondí riendo de nuevo como una tonta y notando mis mejillas ruborizarse ligeramente.

Estuvimos juntos haciendo gimnasia media hora más hasta que Bruce me dijo que tenía ganas de ir a la piscina a refrescarse. Enseguida acepté su propuesta y cogiendo ambos nuestras cosas nos dimos una ducha y luego pasamos cada uno por nuestro camarote antes de ir a la piscina. Me puse mi bañador blanco que tan bien realza mis pechos y salí corriendo hacia la piscina con grandes deseos de estar con aquel hombre. Ciertamente por mi cabeza no pasaba nada más que disfrutar de un rato agradable junto a él y así olvidarme de los turbios pensamientos que corrían por mi cabeza.

Al llegar a la piscina allí estaba ya Bruce nadando con bastante buen estilo por cierto. Llevaba un pequeño slip negro y fijándome más en él pude ver su enorme espalda y sus piernas de muslos fuertes y poderosos. Asomando la cabeza al llegar al borde de la piscina, al fin me vio y con un movimiento de la mano me animó a meterme en la piscina junto a él. Dejando la toalla y la crema solar sobre una tumbona me dirigí a la piscina lanzándome a ella con un perfecto salto de cabeza apareciendo a los pocos segundos fuera del agua. Mi acompañante se aproximó nadando hasta donde yo estaba y al momento nos pusimos a hablar de diferentes cosas. Poco a poco me fui sintiendo más y más a gusto en su compañía pues parecía un hombre con mucho mundo a sus espaldas y con el que podías hablar de cualquier cosa.

De ese modo estuvimos sin parar de hablar y tomando un refresco hasta que sin darnos cuenta vimos que era casi la hora de comer. Esperaba que me dijera si comíamos juntos pero en cambio, me sorprendió comentándome que tenía que hacer unas cosas y que mejor nos veíamos por la noche a la hora de cenar. Un poco desilusionada y confusa me volví al camarote donde no hice más que pensar en aquel atractivo hombre que paso a paso parecía ir creando en mí algo diferente a la simple amistad.

¿Realmente sería cierto aquello que se dice de que "un clavo saca a otro clavo"? –pensé para mí misma mientras me arreglaba el cabello frente al espejo del baño.

Sin dejar de pensar en ello me puse cómoda para ir a comer con aquel top blanco, aquellos pantalones pirata negros y mis sandalias y me fui al comedor tratando de dejar a un lado la imagen de Bruce que no hacía más que golpearme una y otra vez. Pasé toda la tarde en el camarote leyendo un libro de relatos de un autor bien conocido hasta que mirando por la ventanilla vi que la tarde ya empezaba a decaer. Miré el reloj que había dejado sobre la mesilla y vi que marcaba las ocho así que tenía un poco más de una hora para arreglarme y vestirme antes de acudir a la cita con Bruce.

Refresqué mi cuerpo con una ducha de agua bien calentita recorriendo todos y cada uno de mis rincones hasta quedar agradablemente abandonada y relajada bajo los efectos del agua cayendo sobre mis cabellos. ¡Dios, qué bien se estaba. Me hubiera quedado allí durante horas y horas! Salí de la ducha y me sequé el pelo con el secador hasta conseguir dejarlo con el volumen que a mí me gusta. Luego vino el problema de qué ponerme para la cena. Buscando y removiendo por el armario estuve mirando las camisetas, las pocas blusas que había llevado para el viaje y algún que otro vestido por si hacía falta vestir de manera más formal. No sabía cómo acertar, si vestir de un modo un poco serio y formal o de manera mucho más informal y desenfadada.

Finalmente opté por aquel mini-vestido sin mangas y en tono amarillo chillón que me quedaba como un guante y lo dejé caer sobre la cama junto al maxi-cinturón negro con el que resaltar mi silueta. Sabía que el tono fuertemente amarillo combinaría a la perfección con el suave bronceado de mi piel.

Una vez elegido el vestido el siguiente paso sería recogerme el cabello y escoger un maquillaje que fuera a tono así que me adentré en el baño y delante del espejo me maquillé los ojos con un ahumado en negro mientras que los labios los perfilé con unos tonos melocotón y rosados para que dieran un efecto natural y neutro. Mirándome al espejo el conjunto me pareció el adecuado para una cita con alguien al que conocía de apenas dos días.

Me vestí con rapidez subiendo la cremallera lateral del vestido y finalmente los pendientes, el discreto collar, las sandalias negras de altísimo tacón y el pequeño bolso pusieron el broche de oro a mi conjunto de aquella noche. Un poco de perfume en los lugares más estratégicos y un último vistazo al espejo me hizo ver radiante con aquel vestido ajustado a las caderas y que dejaba entrever cada curva de mi cuerpo. Un fuerte respiro de satisfacción me ayudó a abrir la puerta camino de mi cita con aquel apuesto moreno.

Llegué al salón diez minutos antes de la hora de nuestro encuentro pues no podía soportar más mi impaciencia por encontrarme con Bruce. Me dirigí a la barra y sentándome en un taburete pedí un Martini blanco al camarero el cual me lo sirvió al instante con una encantadora sonrisa. De pronto el salón se oscureció por completo dando inicio al fluir de las primeras notas de aquel conjunto de contrabajo, batería y trombón sonando como un susurro con su sonido sincopado para, a los pocos segundos, empezar a dar paso al piano y al clarinete los cuales tomaron la manija del grupo entrando en escena y haciendo sonar las notas del famoso tema de Henry Mancini de la película "Dos en la carretera". Me uní al aplauso animoso de la gente de las mesas incitando al grupo a continuar con aquella bella melodía.

A través de la cubierta vi acercarse a mi acompañante de aquella noche hasta que finalmente lo tuve junto a mí con aquella sonrisa fresca y sincera que tanto me atraía. Vestía de manera informal y moderna con aquel jersey fino de cuello pico en color verde botella y unos pantalones de lino de un tono marrón tostado. Por último unos mocasines en un tono verde algo más claro que el del jersey constituían el complemento perfecto a su conjunto.

Buenas noches Ángeles. No puedo aguantarme las ganas de decirte que esta noche estás realmente preciosa –dijo antes de darme un par de besos en las mejillas.

Muchas gracias. Tú tampoco estás nada mal –respondí sin poder evitar un leve sonrojo ante sus amables palabras.

¿Llevas mucho rato esperando? –me preguntó sentándose a mi lado y pidiendo al camarero una copa de vino blanco para, al momento, volverse de nuevo hacia mí volviendo a adularme mi belleza y mi vestuario haciéndome levantar y dar una vuelta sobre mí misma.

No seas tonto, me harás ruborizar –contesté tomando asiento de nuevo en mi taburete frente a él. No, acabo de llegar hace nada. Apenas el tiempo de pedir mi Martini y ponerme a escuchar la música –le informé antes de llevar mi copa a la boca.

Al acabar la canción, Bruce me consultó si me apetecía ir a cenar invitándome a levantar de mi asiento ofreciéndome amablemente una de sus manos. Solicitó al camarero una de las mesas cercanas al escenario y allí nos sentamos disfrutando del inicio de una preciosa versión de "Memory" mientras esperábamos la llegada del primer plato. Realmente aquel conjunto de jazz sonaba de maravilla y era un verdadero disfrute para los oídos. Bruce pidió una botella de vino rosado para la cena además de una botella de agua natural. Me sentía cómoda y feliz acompañada de aquel hombre y olvidado por completo el recuerdo de Mario.

Nos trajeron el primer plato al acabar "The lady is a tramp" y entonces apareció en el escenario una bellísima mujer de piel canela, enfundada en un ceñidísimo vestido negro que le llegaba hasta los pies, empezando a cantar "I’ve got you under my skin". Impetuoso y desasosegante, el sonido del trombón cabalgaba entre los estribillos con el empuje de un orgasmo sincopado y la sonoridad del berrido de un elefante. El instrumento se ajustaba como un guante a la irrefrenable pasión de la que hablaba la letra de la canción. Brindamos al llegar la botella de vino por unos magníficos días a bordo de aquel barco y sin dejar de mirarnos a los ojos bebimos un pequeño sorbo de nuestras respectivas copas. Los ojos de aquel hombre me miraban una y otra vez de forma aparentemente descuidada y yo me sentía volar en aquel perfecto paraíso de luces difusas y buena música de jazz. El repertorio de la cena se completó con "Fever", "Yesterday" y una soberbia versión de "Summertime" y al acabar el postre anunciaron que habría baile hasta que el cuerpo aguantara.

Nos alegramos por la noticia levantándonos de la mesa y dirigiéndonos al salón contiguo donde se celebraría el baile. Sentados en una mesa estuvimos charlando sin descanso notándome yo cada vez más y más cercana a aquel hombre que no dejaba un segundo de devorar mis bellas formas escondidas bajo la tela del vestido. Yo, por mi parte, no hacía otra cosa que sonreírle y dejarme llevar por aquel apuesto y caballeroso compañero que me había tocado aquella noche en suerte. Me invitó a bailar y de ese modo salimos a la pista de baile dándonos las manos mientras Bruce apoyaba delicadamente su otra mano sobre mi cintura. Estuvimos bailando un largo rato entre canciones de ritmo más rápido y otras mucho más lentas que ayudaban a la cercanía de nuestros cuerpos.

Al fin le dije que saliéramos a tomar el aire pues estaba cansada de bailar y además los pies me dolían un montón con aquellos malditos tacones. Cogí mi pequeño bolso y Bruce apoyó su mano en mi espalda mientras nos ausentábamos del salón camino de la cubierta. Tomamos asiento en un banco mientras charlábamos de nuestras vidas tomando cada vez mayor confianza entre nosotros. Me dijo que llevaba un año viviendo en Barcelona donde lo habían destinado desde Londres para formar parte de la zona del mediterráneo de aquella compañía petrolífera en la que trabajaba. En cuanto a su vida amorosa comentó que estaba divorciado desde hacía tres años y que tenía una hija de cuatro años la cual vivía en Inglaterra con su madre. En cuanto a mí entré en detalles de mi relación rota con Mario diciéndole que todavía tenía muy reciente aquella ruptura y que por dicha razón me había embarcado en aquel viaje para poder pensar aprovechando unos días de vacaciones que tenía en el trabajo.

Allí sentados en aquel banco, disfrutando de la brisa de la noche, me moría de ganas porque me besara y poder sentir aquellos gruesos labios sobre los míos. La atracción era mutua pues sabía perfectamente que yo no le era indiferente sabiéndome deseada por aquel hombre tan fascinante y varonil. Al fin nuestro deseo venció a nuestro control y sin esperar más le vi acercarse a mí besándonos suavemente, despacio, entrelazando nuestros labios como si quisiéramos hacer aquel momento inolvidable. Me dejé llevar entre sus brazos sin pensar en nada más, allí nadie me conocía y éramos dos adultos con ganas de conocer el cuerpo del otro y los muchos placeres que podíamos ofrecernos mutuamente.

Bésame… por favor, bésame. Lo deseo tanto… -le pedí en voz baja tras separarme de él, apenas un susurro imperceptible en el silencio de la noche.

¿Estás completamente segura, cariño? –me preguntó como si tratara de confirmar mi total entrega.

Temblando de puro deseo le hice inclinar sobre mí y ofreciéndole de nuevo mis húmedos labios nos fundimos en un beso mucho más largo y jugoso, con un montón de lengua y saliva por ambas partes; mi mano en su nuca lo tenía firmemente cogido impidiéndole ni siquiera respirar. Sus manos recorrían mi cuerpo de arriba abajo y las mías se agarraban con fuerza a sus poderosos brazos como si temiera que fuera a escapar a mi dominio. Nos besamos de forma desesperada enlazando nuestras lenguas en el interior de mi boca al tiempo que sentía las manos de aquel hombre acariciando de forma cariñosa mi rostro para lentamente ir descendiendo por mi cuello en busca de mi palpitante pecho. Me atraía con fuerza hacia su cuerpo musculoso y yo me dejaba llevar por él gimiendo y pidiéndole mucho más. Me separé de él y notándome muy excitada le dije de una sola vez y sin pensar nada más:

¿Vamos a tu camarote o al mío? –le pregunté notándome terriblemente excitada.

¿Realmente estás segura de ello? ¿No te arrepentirás más tarde? –volvió a interrogarme mientras me echaba a un lado el pequeño mechón caído sobre mi frente.

Creo que nunca he estado más segura de algo. Te deseo Bruce… te deseo y sólo deseo que me hagas tuya –dije con voz temblorosa clavando mi mirada en sus profundos ojos negros mientras lo atraía hacia mí para que volviera a besarme.

Vayamos mejor a mi camarote –exclamó él al separarse de mí tras un nuevo beso cálido y delicado a partes iguales al tiempo que me ayudaba a levantar de aquel banco.

El camino hasta el camarote de Bruce resultó largo y difícil debido a la fuerte excitación que a los dos nos invadía. Llegamos frente a la puerta y sacando él la llave del bolsillo del pantalón consiguió al fin abrir la puerta del mismo entrando ambos dentro sin dejar de besarnos y acariciarnos como locos. Nada más cerrar la puerta aquel enorme macho me llevó hasta la pared y bajó sus manos hasta mi culo masajeándolo por encima de mi vestido al mismo tiempo que me besaba el cuello y los hombros haciéndome gemir con aquella dulce caricia. Pronto noté sobre mí aquella presencia tan deseada apretándose contra mi pubis dando fuertes golpes con su pelvis. Creí mearme de gusto al sentir aquel prometedor bulto pegarse contra mí, realmente parecía inmenso.

Yo también dejé caer mis manos sobre sus nalgas las cuales noté duras y apretadas bajo la tela del pantalón que las cubría. Nos mirábamos a los ojos devorándonos con nuestras miradas profundas y que desprendían un enorme deseo por el otro. Se acercó de nuevo a mí de forma lenta y agarrándome por la cintura me apretó aún más contra él mientras me besaba de forma apasionada. Yo metí mis manos escurridizas por debajo de su jersey notando su pecho varonil y velludo entre mis dedos. Lancé un profundo suspiro de emoción al sentir el roce de su piel tan masculina y viril. ¡Hacía tanto rato que deseaba hacer aquello!

Logré quitarle el jersey con rapidez sacándoselo por la cabeza y frente a mí apareció aquel pecho moreno, desnudo y tan masculino que me volvió completamente loca lanzándome sobre el mismo acariciándoselo con desenfreno y dándole pequeños besitos que le hicieron gemir débilmente. Recorrí con mis dedos de arriba abajo sus pectorales musculosos y su vientre liso evitando en todo momento bajar a su entrepierna para que así sufriera un poco más.

Noté sus músculos acalorados y tensos, sus brazos de piel suave y tersa tratando de retenerme con decisión mientras buscaba recorrer cada centímetro de mi cuerpo con sus manos. De forma decidida, que por un momento me dejó sin respiración, me hizo volver hasta conseguir que su pecho se apoyara sobre mi espalda. Sentí su aliento desbocado golpear una y otra vez sobre mi cuello y cómo un dulce calor bajaba desde mi oreja a través de mi cuello hasta finalizar en mi hombro, despojado de cualquier defensa, donde sus labios cayeron durante unos segundos que se hicieron interminables para mí. Vibré completamente abandonada a lo que aquel hombre quisiera hacer conmigo, disfrutando de todo aquello que tanto me estaba haciendo sentir.

Sus dedos temblorosos por la pasión, tocaban con cariño infinito cada poro de mi piel mientras se restregaba sobre mí haciéndome sentir su horrible humanidad por encima de mi trasero. Estaba muy caliente, casi diría cachonda perdida, tanto que no pude evitar girar la cabeza hacia él buscando sus besos con lujuria desmedida y sintiendo mi corazón acelerarse de forma desenfrenada.

Con sencillez pasmosa me quitó el cinturón que abrazaba mi talle y me bajó la cremallera del vestido que cayó al suelo alrededor de mis pies los cuales con dos coquetos golpes de los mismos hicieron que la tela amarilla se separara lo suficiente como para no resultar molesta. Una hábil maniobra por su parte, empleando una sola mano, para aflojarme el sostén hizo que mis pechos quedasen libres.

Son preciosos –exclamó Bruce mirándolos y sin poder evitar humedecer sus labios pasándose la lengua sobre ellos.

Girándome hacia él mis tetas quedaron tiesas, duras y excitadas delante de sus ojos. ¡Dios, deseaba tanto que me las acariciara y las besara! Sin dejar de achucharnos ni un segundo sentí el roce delicioso de su mano por encima de mi pecho izquierdo masajeándolo y frotándolo una y otra vez entre sus dedos; era tal su suavidad que no pude evitar temblar bajo la caricia de su mano. Bruce abrazó con la yema de su dedo la aureola y el pezón jugando con ellos de manera dulce y delicada. Aquellos avezados dedos buscaron mi rígido pezón y comenzaron a pellizcarlo haciéndome proferir un débil gemido satisfecho. De ahí pasó al otro pecho dedicándole las mismas atenciones. Era tanto mi ardor que no dejaba de agitarme entre sus brazos frotándome contra él pérdida totalmente la razón.

Chúpamelos… anda chúpamelos –le invité a hacerlo con la mejor de mis sonrisas mientras apoyaba mi mano sobre su nuca atrayéndolo hacia mí.

Mi apuesto compañero de aquella noche dobló la cabeza y abriendo la boca los lamió, besó y chupó finalmente de manera frenética para luego pasar a jugar con su lengua excitándome aún más. Atrapaba las rosadas aureolas, mordisqueando y succionando después los marrones pezones entre sus labios. Mis gemidos inundaban la habitación como muestra de lo mucho que lo estaba disfrutando. ¡Lo hacía tan bien que creí morir en brazos de aquel hombre tan maravilloso!

Pero ya era hora de ir mucho más allá. Necesitaba su cuerpo fibrado y varonil sobre mí mientras su hombría penetraba dentro de mi cuerpo haciéndome suspirar sintiendo aquella enorme polla que debía tener. No hacía más que pensar en ello, en el momento en que empezara a follarme sin compasión alguna, follándome primero de forma suave para después hacerlo con mucha mayor decisión. Este pensamiento hizo que me mojara por completo notando mis braguitas húmedas entre mis piernas. Iba a utilizar todas mis armas de mujer para lograr volverlo loco y comérmelo allí mismo. Lo deseaba de un modo animal e instintivo, sin pensar en nada más que en disfrutar de aquel cuerpo tan masculino.

Sofocada y con parte del cabello pegado a mi rostro sudoroso deseé sentir dentro de mi coñito aquella presencia inhumana que nuevamente sentía rozarse contra mi bajo vientre. Toda una serie de ideas contradictorias inundaron mi cabeza. Por una parte mi curiosidad malsana me hacía querer saber cómo debía ser aquello tan grande y por otro lado un sentimiento de culpa me reconcomía por dentro por pensar algo así.

Me besó una vez más mientras yo le apretaba la espalda con mis manos recorriendo su piel oscura hasta llegar a la cintura. Bajé hasta sus nalgas y con mis manos sobre su duro trasero le apreté aún más contra mi cuerpo. Dejándose caer, mi bello amante quedó frente a mis diminutas braguitas negras de encaje las cuales hizo descender, durante un tiempo que me pareció una eternidad, hasta mis tobillos teniéndolas bien atrapadas entre sus dientes. Un fuerte suspiro escapó de entre mis labios deseando que siguiera con aquel sufrimiento que me estaba haciendo sentir. Sus caricias se hicieron más intensas llegando a cada rincón de mi anatomía, de los pechos a mi vientre centrándose con especial mimo en los alrededores de mi sexo lo que me produjo un fuerte escalofrío. Al fin acercó su rostro mientras yo separaba mis piernas. Bruce agarró mis muslos con sus dedos y se puso a darles suaves besitos que me hicieron vibrar una vez más. Mi excitado coñito no hacía más que reclamar sus caricias y fue entonces cuando sus labios se apoderaron de mi pequeño botoncito haciendo que aquel simple roce provocara en mí todo un torbellino de sensaciones que me hizo alcanzar un tremendo orgasmo, chillando y aullando como loca.

Sin dejarme ni respirar cambiamos de posición poniéndose ahora él de pie mientras yo permanecía arrodillada en el suelo mirándole a los ojos en actitud sumisa. Llevándome hacia él mi cabeza quedó frente a su entrepierna acercando yo mi mano a su bragueta. Con lentitud hice caer la cremallera e introduje mi mano en ella y con habilidad conseguí que apareciera aquella hermosura tanto tiempo deseada por mí. Jamás había tenido entre mis dedos algo tan gordo y largo. Era ciertamente algo descomunal, mucho más larga y gruesa que la de Mario y que la de cualquier otro hombre que hubiera conocido. Había oído muchas veces aquello del mito del hombre negro y puedo asegurar que aquel hombre cumplía perfectamente con aquella idea. Estaba durísimo, caliente y su palpitar se correspondía con el que yo sentía entre mis piernas.

¡Dios mío, es enorme! –apenas pude pronunciar mientras me entregaba a la dulce tarea de masajear entre mis dedos aquel pedazo de carne.

Deshice el nudo que sujetaba sus pantalones y se los quité bajándolos con mis manos hasta hacerlos caer al suelo. El ajustado slip de licra recorrió el mismo camino dejándome vía libre para poder llevar a cabo mis más oscuros deseos. Con mi mano empecé a manosear aquel regalo de los dioses, acariciándolo con cuidado y dándole pequeños mordisquillos sobre la fina piel. Bruce cogió mis cabellos, soltándolos y dejándolos caer sobre mis hombros, para luego acercarme aún más a él. Mis pequeños dedillos acariciaron su grueso instrumento haciéndole proferir un leve gemido lastimero. Lo recorrí por entero, desde la base de sus testículos hasta el oscuro glande para bajar hasta sus cargadas pelotas empezando a lamérselas y chupárselas con fruición mientras continuaba masajeando el hinchado tronco a buen ritmo.

Sin esperar más incliné la cabeza y abriendo la boca introduje aquel negro músculo en mi boca y lo empecé a chupar y mamar, recorriéndolo con mi lengua una y otra vez hasta lograr ensalivarlo por completo. Lo notaba duro y jugoso dentro de mi boquita y con gran esfuerzo lo fui empujando poco a poco notándolo al fin golpear contra mi paladar con fuerza. No podía creer aquello pero mi pequeña boquita había logrado introducir aquel enorme dardo hasta la campanilla. Con las manos apoyadas en aquel par de columnas que eran sus muslos la saqué al fin de mi boca para no perecer ahogada. Frente a mí aquella perturbadora presencia cabeceó orgullosa apuntando hacia el techo. Jugando con aquella barra de carne la llevé nuevamente a mi boca envolviéndola con mis labios y haciendo uso de mis manos la masturbé acompañando el suave subir y bajar sobre ella. Con mis ojos fijos en los suyos mi lengua saboreó la totalidad del duro tallo humedeciéndolo sin descanso para, a continuación, meterlo y sacarlo por enésima vez de mi boca.

Apartando mi cabeza de su entrepierna me hizo levantar y cogiéndome del culo, me elevó con una fuerza que yo no sospechaba, y me sentó sobre la fría madera de la cómoda que había a un lado de la cama. Abriéndome bien las piernas se puso a lamer mi almeja empezando a darme con la punta de su lengua suaves golpes que me hicieron sollozar de placer. Lo hacía de maravilla, sin necesidad de valerse de los dedos que se hallaban muy ocupados en manosearme las tetas, el vientre o los muslos. La empapada vulva se abrió como una flor a sus caricias, los labios ofertándose ellos solos proporcionándole el botoncito de mi endurecido clítoris a la acción de la diabólica lengüecilla. Fui yo misma quien le facilité la tarea abriéndome los labios con mis dedos y permitiéndole el acceso al mayor de mis tesoros. Me corrí varias veces jadeando como una perra y perdiendo la cuenta y el control de mis actos con cada roce que su lengua ejercía sobre mi sexo.

Por fin tomó asiento en una silla cercana haciéndome montar sobre él. Nos besamos como al principio ofreciéndole yo el sabor de sus jugos dándole mis labios y mi lengua para que los recogiera. Separándome las piernas, de mi coño bien caliente no paraban de rezumar jugos. Su boca abandonó la mía y sus labios tomaron contacto con mi cuello lamiéndolo y mordiéndolo hasta subir a mi orejilla susurrándome ardientes palabras al oído. Gemí una y otra vez con cada una de sus palabras dejándome llevar por sus deseos sin poner límite alguno a su pasión. Una de sus manos se apoderó de mi coñito entrando uno, dos, tres de sus dedos en él sin consideración alguna y haciendo que se dilatara al máximo permitiendo la irrefrenable follada de sus largos dedos. Me corrí una vez más mordiendo mi labio inferior con furia desmedida para así poder aplacar mi tremendo placer.

Hazme el amor… por favor, hazme el amor. No aguanto más –susurré en voz baja, cachonda perdida y necesitada de sus cálidas caricias en el interior de mi empapada almejita.

¿De veras quieres que lo haga? –me preguntó con una ligera sonrisa maliciosa en los labios y sin dejar de mirarme a los ojos.

Sí, fóllame vamos… métemela de una vez en mi coñito y destrózamelo hasta decir basta –casi grité llevándolo con mis manos hasta mis pechos.

Levantándome en vilo llevó su polla a la entrada de mi chochito y apretó lentamente haciéndome notar cada centímetro de su carne que iba entrando dentro de mí. Aquella barra se introdujo en mi vagina con facilidad pasmosa y sin esfuerzo pese al mucho temor por mi parte. Sin embargo no pude evitar dar un pequeño respingo seguido de un gemido placentero que sonó con fuerza en todo el camarote.

¡Me quema… me quema! –exclamé poniendo los ojos en blanco y tratando de hacerme al tamaño de aquel descomunal torpedo.

Con un segundo golpe de riñones que me hizo elevar en el aire, quedó su polla completamente metida dentro de mí a lo cual respondí inclinándome hacia delante para que pudiera seguir chupando y mordisqueando mis pezones. Hundió su cara en mis pechos y se quedó quieto mientras yo le apretaba la espalda y le clavaba las uñas atrayéndole cada vez más contra mí.

Me dispuse a llevar yo misma el ritmo de la follada y así inicié un lento vaivén suave, rápido y suave de nuevo haciendo pequeños círculos que nos llevó a ambos hasta los más profundos límites del placer. Movía mi pelvis con movimientos circulares acompañándolos con lentos balanceos de mis caderas adelante y atrás gozando cada una de sus entradas con pequeños gemidos lastimeros que me hacían ver las estrellas. Poco a poco fui tomando mayor velocidad cabalgándole a buen ritmo y de forma casi desenfrenada, subiendo y bajando continuamente en busca de mi placer. Bruce cogiéndome de las caderas ayudó en la follada empezando ahora él a moverse con rapidez golpeando mis entrañas de manera salvaje y a un ritmo verdaderamente demoledor. Mis gemidos iniciales fueron dando paso a fuertes gritos y aullidos que llenaron el camarote a cada segundo que pasaba de unos gruñidos cansados recibiendo el duro tratamiento de aquel hombre que me tenía totalmente entregada. Notaba la cabeza de su polla golpear contra las paredes de mi vagina, desgarrándolas con cada uno de sus golpes haciéndome perder el mundo de vista. Grité de puro dolor sintiéndome abierta en canal por aquel animal que me follaba sin descanso una y otra vez.

Pese a todo, la naturaleza sabia hizo que mis gritos de dolor se fueran convirtiendo paso a paso en gritos de placer moviéndome a su mismo compás. Chillaba cada vez con más y más fuerza y mi amante se unía a mí gritando igualmente al tiempo que yo me masturbaba de manera desesperada con los dedos acariciándome el clítoris irritado. Estaba completamente loca, pasándomelo en grande y gozando como nunca lo había hecho hasta entonces.

¡Me corro… voy a correrme, cariño! –me avisó Bruce golpeándome con todas sus fuerzas mientras se agarraba a mis pechos apretándomelos con sus manos.

Con los ojos en blanco arqueé el cuerpo echándome hacia atrás sin dejar de apoyar mis manos en su pecho masculino y tan velludo el cual arañé haciendo brotar pequeños hilillos de sangre. Yo también estaba cercana a mi orgasmo, cercana a mi último orgasmo de aquel encuentro inolvidable en compañía de aquel hombre que tanto placer me daba. Presentía la llegada inexorable de su corrida notando sus músculos tensarse bajo mi cuerpo.

No aguanto más, Ángeles… ¿puedo correrme dentro de ti? –me preguntó en un leve momento de lucidez por su parte.

Sí, dámelo todo… quiero que me llenes con tu leche todo el coñito –grité botando y botando más deprisa y con el rostro desencajado por la tensión.

Estábamos llegando al clímax más absoluto y no podíamos parar. Nada podía ya pararnos más que el orgasmo tan deseado por ambos y que nos haría caer rendidos el uno en brazos del otro. Finalmente mi bello amante de aquella noche veraniega explotó dentro de mí lanzando varios trallazos que fueron a dar con fuerza contra las paredes de mi vagina. Sentí su semen ardiendo dentro de mí, quemándome las entrañas con aquel elixir tanto tiempo deseado y que al fin ya era mío. Temblando de emoción alcancé yo mi orgasmo cayendo sobre él derrengada y sin dejar de producir sonidos guturales que escapaban de mi boca sin remedio. Envolviendo mi boca con la suya nos besamos dándonos los labios y sin dejar de acariciarnos buscando la tan necesaria relajación de nuestros cuerpos.

Con los cabellos revueltos me sonrojé mínimamente cuando Bruce me acarició con exquisita suavidad la mejilla, pero esta vez no era de vergüenza sino de lascivia contenida e indicadora de futuros encuentros que estaba bien segura que no iban a tardar en producirse. Tras la tempestad llegó al fin la calma, cayendo en la cama acurrucada entre sus brazos y dejándome acoger por él sintiéndome deseada y amada por aquel hombre sobre el que tenía apoyada mi cabeza. Por mis piernas noté correr parte de su semen como prueba palpable de nuestra pasión. Nos quedamos dormidos y ya por la mañana volvimos a las andadas dándome esta vez su polla en mi culito el cual acogió su largo instrumento con gran sorpresa y tremendo placer por mi parte. Así estuvimos el resto de días que quedaban de crucero, buscándonos a cada momento y probando todos y cada uno de los rincones del otro.

En fin, había pensado que aquellos días de descanso me darían la tranquilidad que tanto necesitaba pero lo que realmente había encontrado había sido el amor de aquel hombre maravilloso y que tanto me hacía sentir. Una vez acabado el viaje le propuse vivir juntos y así lo hicimos yéndome a vivir con él a Barcelona dejando todo atrás y deseando disfrutar de aquello todo el tiempo que pudiera durar.

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