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Un refugio en la playa

en Hetero: Primera vez

7 de agosto de 2009

UN REFUGIO EN LA PLAYA

El día comienza ajetreado como de costumbre en casa de su madre, prisas para desayunar, vestirse y bajar a la playa tan pronto como fuese sea posible. Como cualquier hijo intenta pasar por alto ciertas manías o comentarios que toda madre tiene y más a esas edades. Dar crema a sus hijas pequeñas, coger las toallas, bolsa, silla, barca y cientos de cachivaches que se suelen llevar a la playa, además del almuerzo, agua y refrescos, total que aún levantándose más pronto de lo habitual para estar de vacaciones, salen todos en familia pasadas las once de la mañana en dirección a la mejor playa de la zona. Cargar todo en el coche y evitar las peleas matutinas entre las niñas cambian el buen humor con el que Robert pretende afrontar un días más de su nueva vida de separado.

¡Por fin! Después de colocar con piedrecitas para que el viento no se lleve las esterillas, de situar la silla por tercera vez en el sitio que a su querida madre le parece ya adecuado y de tener todo en orden, puede tumbarse y relajarse con el calor del sol, hasta que unas vocecillas atronan su cabeza; "Papá te bañas" "Papá no me deja el cubo" "¡Ahhhh! no me da el rastrillo, mira la tata….jooooo"

Una vez que juega a hacer castillos y se baña con ellas decide nadar en solitario a ver si así consigue algo de tranquilidad. Cuando llega a su toalla justo antes de tumbarse, vuelve a prestar atención a una chica que está tomando el sol a escasos metros de donde se encuentran. Al llegar por la mañana a la playa y ponerse a buscar un hueco entre la multitud que se agolpa en ellas en pleno mes de agosto, ya se había fijado en ella. Era una joven de pelo negro, con la piel tostada por largas horas de exposición al sol, con uno pecho terso y firme como es propio de su edad que lucia ya del mismo color de piel que el resto de su sinuoso cuerpo. Se hallaba sola, apartada de la multitud en un intento aparente de no querer mezclarse con el resto del mundo. No sé si fue la visión de sus pezones erectos o el juego que se inició en su cabeza lo que avivó el ánimo por conocerla y cuando ella se desperezó como si se hubiera quedado dormida, se colocó las chanclas y se tapó el pecho con un escueto bikini rojo, pensó en que no tendría la oportunidad de acercarse a intimar. Pero al ver que dejaba sus cosas y la toalla dirigiéndose al mar, una sonrisa apareció en los labios de Robert. Seguramente se bañaba con ellas para evitar el dolor que producen las miles de piedrecitas que se agolpan en la orilla. Con la excusa de nadar y esperando que ella ya estuviera en el agua, se zambulló en dirección hacia la joven. Al estar más cerca se dio cuenta de que era aún más joven de lo que había calculado. Como si fuera casualidad que se fijara en ella por primera vez le preguntó por esa "rara" costumbre de nadar con chanclas. Respondió con una sonrisa en los labios que acentuó su juventud lo que era ya obvio para Robert.

No hablaron más y despacio como arrastrados por corrientes opuestas se fueron alejando en el mar. Él la siguió con la vista, por ver si hacia el amago de mirar de nuevo buscando a su inesperado interlocutor, pero caminó despacio hacia la costa sin echar la vista atrás.

A través de los nuevos vecinos que como siempre llegan los últimos y se quieren poner a pie de playa aunque eso signifique acoplarse a escasos centímetros de otros bañistas, encima de esos que no vienen sólo con las toallas, sino que te plantan sombrilla, sillas y algunos hasta mesa incluida y por si fuera poco la disculpa de rigor cuando te llenan de tierra tu toalla en el mejor de los casos, vio como ella se despojaba de su prenda superior y se tumbaba exactamente en la misma posición que la había encontrado al llegar a la playa. No cejaría tan fácilmente, jugar era algo que siempre le atraía y el de la seducción le encantaba. Sin prisas, sin demostrar el interés que nos mueve cuando cortejamos, se agazapó como un felino escrutando a su presa y pensando en como atraparla.

Nueva idea, pasar a su lado de camino al coche, dedicarle unas palabras y según reaccione a ellas, invitarla a tomar algo en el chiringuito próximo a donde se encontraban. Con el calor que hacía no sería una mala proposición o eso pensó cuando inició su camino. De vuelta de su coche tuvo una pequeña duda menor que a la ida pero se dijo a si mismo, juguemos, a ver como sale la cosa.

Te estás torrando al sol.

Ya ves. Contestó ella con la misma sonrisa de antes.

¿Quieres tomar algo?

No, muchas gracias.

Su declinación la encajó sin más, tal y como fue, unas calabazas sin importancia, prosiguió su camino hacia el chiringo dónde se tomó una cerveza helada que le sentó a gloria y posó sus ojos en las dos camareras que servían a la cantidad de veraneantes que se agolpaban alrededor de la cabaña de madera, la mayoría de edades avanzadas que babean por las dos jóvenes que les servían una consumición tras otra con tal de estar cerca de ellas y olvido con cada trago a la chica del bikini rojo.

Ya era mediodía, así que acabó aquél bendito brebaje que refrescó su garganta y volvió con su familia. No pudo evitar escudriñar si seguía o no aquella chica en la playa, y allí estaba ella, ahora tumbada boca abajo y metiéndose su minúscula parte de abajo del bikini en la raja del culo dejando su casta terminación de espalda al aire, como si hubiera esperado el momento justo de su regreso para hacerlo.

No fue una sorpresa verla al día siguiente en el mismo sitio al lado de un chico que Robert consideró que era su novio, sólo había que fijarse un poco, no es que nuestro protagonista fuese un lince. Sonrió divertido, al menos eran calabazas fundadas en algo ajeno a él y su orgullo quedó intacto de nuevo.

Pasaron tres días desde el "juego" con aquella chica y se encontraba tomando una cerveza en lo que se había convertido en su refugio particular, unos minutos de relax fuera de alcance familiar, aquella cabaña era el oasis en los días de estrés.

Hola.

Busco la persona que emitía ese saludo y la encontró justo detrás de él, era la joven que hace unos días le dio plantón.

Me llamo Irene.

- Encantado, soy Robert. A lo que siguió un par de besos.

¿Sigue en pie esa invitación?

Sí, claro, ¿Qué quieres tomar? Contestó tratando de disimular su asombro.

Me parece bien lo mismo que tú, una con limón, ¿Verdad?

Sí.

Mientras conversaban, se preguntó cual sería el motivo de aquél cambio de actitud, quizá una disputa o una ruptura con su novio. Pero sólo le duro el instante entre estar a la defensiva y pasar al ataque.

¿Quieres que salgamos a tomar algo esta noche? Preguntó Robert decidido.

Sí, me gustaría, puede estar bien, me pasas a recoger sobre las 22, ¿Conoces el cine de verano?

Sí claro.

Pues quedamos allí, estoy muy cerca de él.

Vale, a las 22.

Terminaron lo poco que quedaba de sus consumiciones y se despidieron nuevamente con dos besos, pero esta vez sus manos tocaron sutilmente la cintura de la joven sin retenerla, pero con el suficiente intervalo de tiempo para que imitara el gesto que se hace cuando se besa en la boca. Ella sonrió divertida al despedirse y se alejó mientras Robert la observaba y dejó correr el momento sin forzar la situación. Estaba claro que ella no quería iniciar nada más allí, ¿Prudencia o coqueteo? Daba igual, sabía esperar.

Le gustó mucho verla vestida para la ocasión con un vestido ceñido del mismo color que la prenda de baño cuando la conoció, también las sandalias de tacón y los dedos de sus pies asomando con las uñas pintadas de un rojo oscuro le llamaron la atención. No tardó en halagar lo guapa que iba y en seguir con el juego de cortejarla, para lo joven que era la chica parecía desenvolverse bien en estos terrenos o tal vez era porque él al menos le sacaba 12 ó 14 años y se iba a dejar llevar.

Fue ella la que en el bar de copas donde hicieron la primera parada tomó la iniciativa. Le encantaba ir despacio en el juego y solía dar buenos resultados como de nuevo estaba ocurriendo con Irene.

Le rodeó con sus brazos, primero fue un beso lento, casi tímido, hasta que las lenguas tomaron las riendas y se convirtió en uno cálido, húmedo y lascivo, pero aún así, siguió conteniendo su ardor y cuando ella bajo su mano y tocó su paquete, respondió con calma con un tocamiento de culo. Estaban tan pegados que notó como los pezones se ponían duros y erectos cuando dejó la boca de la chica y empezó a recorrer su cuello, la saliva humedeció la zona y luego la oreja y parte del hombro para deleite de aquella muchacha. Agarró su melena e hincó más y más la boca y los dientes en aquél oscuro y seductor cuello. Los gemidos acompañados de movimientos del cuerpo en un vago intento de separarse se incrementaron, pero él no estaba dispuesto ya a soltar a su víctima, la sed de sexo corría por sus venas. Sin darse cuenta la joven acabó en una oscura esquina del local, atrapada entre la pared y los brazos, boca y piernas que se enlazaban entre las de ella como si de una enredadera se tratara.

La mano de Robert se deslizó por debajo del vestido tocando la braga humedecida por el flujo que emanaba del aquel coño ardiente y deseoso de ser follado. Las negativas penosas de no seguir con aquello por parte de Irene eran desaprobadas por sus jadeos y las manos perdidas en el pantalón de Robert.

Tenemos que irnos, ¿Nos vamos a la playa Irene? Además tengo que comprar condones.

Vale, me parece bien, conozco una playita solitaria, por los condones no te preocupes, yo tengo.

Como cambia la juventud o los tiempos pensó Robert y se rió por dentro y por fuera. Más se rió cuando de camino a la playa ella se agachó y empezó a comerle la polla con ahínco, tanto que le pidió que parase o se iba a correr o algo peor, se darían un golpe por aquella carretera llena de curvas.

Era una cala pequeñita y efectivamente estaba solitaria esa noche. Robert bajó por el camino que daba acceso a la playa pegado a ella, pecho contra espalda y con las manos frotando y pellizcando el coño de Irene. Seguía empapada y decidió meterle los dedos, en un santiamén tenía ya tres dedos dentro de aquella húmeda raja. Pensó en principio que se había tropezado, hasta que la ausencia de jadeos y el doblar las piernas sin poderse mover le indicaron que Irene estaba teniendo el primer orgasmo de aquella noche. Se puso tan cachondo que le abrió las piernas en medio del camino, se arrodilló y oliendo primero el coño limpió con la lengua su sexo. Las manos de Irene agarraron el pelo de su amante y obligaron a incrementar la presión de la cabeza contra su coño. Ahora si que estaba empalmado, tan bruto se puso que le gritó que sacara los condones y sin dar tiempo a nada la puso a cuatro patas contra una roca y clavó su polla enfundada en aquél coño. Cuanto más gritaba ella, más fuerte le follaba él, agarrado a las caderas de la joven, siguió y siguió con un ritmo frenético hasta oírla de nuevo gritar de placer justo cuando él empezaba a correrse ella se zafó de sus manos, se dio la vuelta en un instante y se metió la dura polla en la boca, chupó hasta que sacó la última gota que emanó de aquél miembro con ansia.

Se rieron con ganas, esas que entran cuando te quedas satisfecho después de una buena follada. Bajaron hasta la playa y se bañaron desnudos sobándose otra vez en el agua, comiéndose literalmente los cuerpos y explorando detenidamente sus anatomías. Boca contra boca y otra vez erectos los pezones y la polla, agarrada a su cintura con las piernas, los brazos en el cuello y sin dejar de jugar con la lengua, fue empalada entre las olas, sí, clavada hasta el fondo y fuertemente agarrada para que no se moviera más de lo que él deseaba, fueron llegando al orgasmo otra vez.

Fóllame el culo. Suplicó Irene, con tono cadencioso y zalamero.

Joder! Que puta eres.

Dicho y hecho, le dio la vuelta, se apretó contra ella pegando su pecho a la espalda de Irene y mientras le comía el cuello, le daba mordiscos en la nuca y le estrujaba los pezones y el pecho le penetró el culo. Ahora si que eran gritos, tantos que le tapó la boca con sus manos y se ayudó de ellas para clavársela más profundamente. Robert intentó que cada uno de sus envites finales fueran tan fuertes como si deseara partirla por la mitad y es que; ¡Se estaba corriendo ella también! Y eso desencadenó el orgasmo de él. Una vez terminado ambos notaba en su polla las palpitaciones del ano de Irene y los besos lentos pero apasionados como queriendo dar las gracias por aquellos momentos supieron a gloria.

Después de pasar unas horas en aquella cala la despedida fue intensa pero definitiva, ambos ponías punto y final a aquél enlace y ninguno preguntó nada. Con un par de besos al llegar al cine dijeron adiós a una noche apasionada y cada uno se fue con lo que había venido a buscar unas horas antes en aquella cabaña.

Ella con una venganza que culminó mucho mejor de lo que esperaba. Y él con la resurrección de su libertad sexual como separado con un resultado mucho mejor de lo que había pensado que conseguiría.

Madrid.