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Juventud negra

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Juventud negra

La visita de aquel joven muchacho de color hizo que florecieran en ella unas ganas horribles de que la hiciera suya. Después de ir a la playa ella se encargó de animarlo convenientemente hasta acabar uno en brazos del otro…

 

Here comes Johnny singing oldies, goldies

be-bop-a-lula, baby what I say.

Here comes Johnny singing I gotta woman

down in the tunnels, trying to make it pay.

He got the action, he got the motion

oh yeah, the boy can play

dedication, devotion

turning all the night time into the day.

He do the song about the sweet lovin’ woman

he do the song about the knife

he do the walk, he do the walk of life, yeah he do the walk of life.

Here comes Johnny and he’ll tell you the story

hand me down my walkin’ shoes.

Here comes Johnny with the power and the glory

backbeat the talkin’ blues.

He got the action, he got the motion

oh yeah, the boy can play

dedication, devotion

turning all the night time into the day.

He do the song about the sweet lovin’ woman

he do the song about the knife

he do the walk, he do the walk of life, yeah he do the walk of life…

Walk of life, DIRE STRAITS

 

La aventura que paso a relatar tuvo lugar hace apenas tres semanas así que podéis imaginar lo fresca y metida en mi cabeza que aún se mantiene haciendo que, cada vez que la recuerdo, mi coñito se moje como una fuente y tenga que acabar masturbándome sin remedio como una loca. Tal como os digo todo esto sucedió sobre finales del mes pasado, mes de julio caluroso pues es cuando el sol veraniego más pega en la zona de Almería donde solemos veranear con nuestros hijos escapando de todo el año metidos en la locura que supone Madrid.

Lo mejor será que me dé a conocer antes de pasar al meollo de la cuestión. Soy una mujer de cuarenta y dos años muy bien conservados por cierto y estoy casada hace casi quince años con un hombre tres años mayor que yo. Tenemos tres hijos, los niños, los mayores, de diecinueve y dieciséis años y la niña, la benjamina, de catorce añitos. Por cierto, antes de continuar con la historia os diré que mi marido se llama Fidel y yo Virginia.

La historia que voy a contaros no trata de las típicas infidelidades entre marido y mujer en las que ella se sumerge en una profunda depresión o bien se busca un amante con el que pagar con la misma moneda al esposo libertino y deseoso de aventuras fuera del matrimonio. Nada más lejos de la realidad. Esta es una historia puramente de lujuria y depravación en la que los sentidos dejan a un lado a la razón haciéndote sumergir en una espiral de vicio y pasiones sin fin.

Fidel, a sus cuarenta y tantos años, se mantiene aún en forma y en la cama me ofrece todo lo que un hombre puede ofrecer a su mujer o al menos eso creía yo. Me proporciona los mismos orgasmos que me daba cuando iniciamos nuestra relación hace ya tantos y tantos años. Ambos continuamos igual de enamorados que el primer día y hacemos el amor de manera regular y a un ritmo más que aceptable para dos cuarentones como nosotros somos. Al menos, puedo decir que mis amigas tienen buena envidia de mis tres o cuatro polvos semanales pues, según ellas, con sus maridos apenas lo hacen una vez a la semana y eso con una buena dosis de trabajo y suerte.

Nunca he sido de ir por ahí tratando de hacer ostentación de las dotes de semental de mi esposo pero ciertamente a quién no le supone una alegría saber que a tu lado tienes un macho siempre dispuesto a darte aquello que necesitas. Además, tengo que decir que con el tiempo hemos ido mejorando nuestras iniciales relaciones llenas de miedos e inexperiencias por ambas partes, convirtiéndonos en la actualidad en dos amantes conocedores de todos aquellos placeres que el sexo puede proporcionarnos. Hemos hecho el amor en prácticamente cualquier rincón posible de nuestra casa y hemos probado buena parte de las posturas y posiciones de las que los libros antiguos tanto hablan. Podéis imaginaros que con todo esto que os cuento me siento más que satisfecha y sin tener que buscar fuera de casa lo que mi marido me da.

Me considero una mujer de mi tiempo, exteriormente fuerte y trabajadora aunque en mi fuero interno soy una criatura necesitada de afecto y aprecio como la mayoría de las mujeres. Aunque tengo el pelo castaño y algo canoso, mi carácter es activo y joven y puedo pasarme con poco sueño y menos comida bailando y formando parte de cualquier fiesta hasta las tantas. A pesar de mis cuarenta y dos años me conservo aún bien y bastante apetecible pues, sin querer resultar presuntuosa, todavía levanto algún que otro suspiro de admiración entre algunos de los compañeros del trabajo o algún que otro amigo de Fidel.

De rostro ovalado, sonrisa agradable y fresca y facciones bonitas, mis ojos son azules con un leve tono grisáceo propio de la familia de mi padre. De pelo largo castaño y algo canoso como dije, mis labios son carnosos y muy apetecibles para besar según me dice mi esposo cada vez que lo hace. Alta de estatura pues estoy cerca del metro setenta, mis senos son bastante grandes, quizá demasiado, por lo que se me caen debido a las inevitables leyes de la gravedad pese a mis muchos esfuerzos por mantenerlos en su sitio. Con algo de barriguilla y ancheta de caderas, mi trasero es gordito y mis muslos bien rotundos y poderosos. Vamos, como dice mi marido una jaca de armas tomar, lo cual me hace reír divertida cada vez que hace el comentario sobre mis voluptuosas formas femeninas.

Cada mes de julio o de agosto, según como le caigan las vacaciones a mi esposo, marchamos unos días a la pequeña aldea marinera almeriense de Agua Amarga debido a su escasa masificación y a la impresionante belleza y sensación de tranquilidad que depara el lugar. Este pequeño paraje se oculta en medio de un paisaje de escarpados acantilados y con una playa de fina y oscura arena que ofrece tanto tramos aptos para el baño como otros mucho más abruptos e inaccesibles y perfectamente ideales para la práctica del submarinismo. Esta localidad almeriense conserva aún su arquitectura más típica de limpias fachadas, tan inmaculadas como la claridad de sus aguas. Cercano al Parque Natural de la Sierra de Gata y a pueblos como Níjar, lo cierto es que este territorio combina a la perfección los paisajes desérticos, donde en otro tiempo se filmaron importantes películas del cine europeo, con los paisajes marinos de sus playas y de sus recónditas calas de aguas tranquilas y cristalinas.

Mis hijos, nada más llegar, desaparecen de nuestra vista quedando cada uno de ellos con su grupo de amigos así que Fidel y yo aprovechamos para descansar todo lo posible yendo a la playa o echando largas siestas en el apartamento. De vez en cuando gastamos calorías con un buen revolcón en cualquier parte del apartamento donde mi marido me pille desprevenida y con ganas de pasar un buen rato.

Hará un mes más o menos cuando, antes de ir a la playa, recibimos una noche la llamada de mi hermana menor diciéndonos si podíamos alojar unos días al amigo de su hija. Serían dos semanas apenas y les haríamos un favor enorme pues la suegra de mi hermana se había puesto mala y no iban a poder estar por él. Sin pensarlo mucho y sin comentárselo siquiera a Fidel acepté gustosa diciéndole que teníamos habitaciones libres pues mis hijos estarían unos días fuera con sus amigos.

Así pues quedamos en que le esperaríamos las dos primeras semanas de julio respondiéndome mi hermana que vendría Germán en el primer tren que pudiera. Una vez colgué el teléfono me olvidé por completo de aquella visita dedicándome los días siguientes a preparar las cosas del viaje. En cuanto a mi marido y a mí nos dieron las vacaciones en el trabajo cogimos el coche y marchamos para el apartamento llegando al mediodía de un caluroso día de julio. Los dos primeros días los aprovechamos para irnos amoldando y para descansar lo máximo posible aunque algún polvete que otro cayó en el baño y en la cocina aprovechando que mis hijos estaban en la playa.

La noche del tercer día de estar allí, recibimos en el móvil de Fidel una llamada. Era Germán diciéndole a mi esposo que llegaría al día siguiente sobre las diez de la mañana. Mi esposo, muy amable como siempre es, se excusó comentando que no podría ir a buscarle a la estación pero que ya iría yo en su lugar. Al momento me pasó el móvil y pude escuchar a través del auricular una voz joven pero masculina y varonil presentándose como Germán y diciéndome lo mismo que le había dicho a mi marido, esto es que llegaría al día siguiente sobre las diez de la mañana y que cómo hacíamos para quedar.

Yo, un tanto turbada ante aquella voz tan profunda, le contesté que estaría puntual en el andén esperando la llegada del tren y que me vería pronto pues llevaría un vestido rojo de tirantes fácil de reconocer. De todos modos le di mi número de móvil por si había cualquier tipo de problema y no nos encontrábamos. Toda la noche estuve nerviosa, dando vueltas en la cama y sin poder pegar ojo, cosa rara en mí pues suelo ser de bastante buen dormir. Sin embargo, aquella noche estuve pensando e imaginando cómo sería aquel jovencito de aquella voz que tanto me había hecho pensar. Su voz cálida y ronca y de tono fuertemente grave me tenía un tanto alerta en espera del día siguiente en que conocería a aquel muchacho.

La mañana del día siguiente me levanté pronto y, tras ducharme y arreglarme, desayuné tranquilamente leyendo el periódico pues aún quedaba algo más de una hora hasta que el tren de Germán llegase. Fidel se despidió de mí dándome un beso cálido en los labios y marchó, antes de ir a comprar al centro comercial, a dar su típico paseo de todas las mañanas mientras yo me acababa el zumo de naranja y el vaso de leche con cereales que solía ser mi desayuno habitual.

Sin saber cuál podía ser exactamente la razón para ello me encontraba un tanto turbada e intranquila imaginando que sería por la pronta llegada de aquel muchacho a pasar unos días junto a nosotros. Sin embargo pronto abandoné dicho pensamiento recogiendo las cosas del desayuno y preparándome para ir a coger el coche pues ya tenía el tiempo encima si no quería llegar tarde a la estación. Unos últimos toques de perfume en el cuello y cogí las llaves del coche poniéndome al instante en marcha camino de la estación.

Llegué diez minutos antes de la hora dejando aparcado el coche en el parking del que dispone la estación y me dirigí al andén en espera de que el tren que debía traer a nuestro joven visitante llegase finalmente. El tren vino con retraso viéndolo aparecer a lo lejos un cuarto de hora más tarde de la hora inicialmente prevista. No fue difícil reconocernos pues poca fue la gente que bajó en una estación pequeña y solitaria como era aquella. Sin embargo el esperado encuentro con Germán resultó mucho más sorpresivo de lo que yo esperaba pues pronto vi a un chico de piel negra y de unos veinte años sonriéndome con aquella perfecta dentadura blanca, blanquísima y cargado con una bolsa de mano en una de las manos y con una mochila a la espalda.

Hola, usted debe ser Virginia –dijo sin dejar de sonreír y con aquella voz grave y profunda que tanto me había confundido la primera vez que la escuché por teléfono.

Y tú debes de ser Germán. Encantada de conocerte y bienvenido… Y por favor, tutéame que me harás sentir mucho mejor si lo haces –exclamé devolviéndole la sonrisa y acercándome a él para que me diese dos besos en las mejillas.

Tras las pertinentes presentaciones aquel joven agarró de nuevo su bolsa de mano y sin más espera me siguió hasta el parking en busca del coche que debía trasladarnos hasta casa. La cercanía de aquel muchacho provocó en mí una sensación más que agradable con aquella sonrisa fresca y simpática que poseía y en la que destacaba aquella fila de dientes de un blanco inmaculado.

Era fuerte y robusto, muy guapo y atractivo y mucho más alto que yo pues me sacaba prácticamente toda la cabeza pese a mi casi metro setenta. Aprovechándose de su mayor estatura pude ver cómo fijaba su atención más de lo conveniente en el escote que formaba mi vestido. Debo reconocer que aquella mirada nada inocente produjo en mí una especie de reacción placentera al sentirme observada de aquel modo por un muchacho que tan solo debía ser algo mayor que el primero de mis hijos.

Jamás me había sentido antes el centro de atención de un jovencito como aquel; más bien el interés hacia mí había venido por parte de hombres mayores que yo o de algún compañero cuarentón de la oficina. El sentir los ojos tan oscuros y de mirada tan intensa de Germán fijos en mis muslos una vez montamos en el coche me hizo estremecer de emoción sin poder remediarlo. Nunca antes mis pensamientos habían corrido como con aquel veinteañero que tan interesado parecía mostrarse por todos los encantos de una mujer madura y mucho mayor que él como yo lo era.

La mirada de Germán brillaba de un modo especial cada vez que me observaba, una mirada mitad burlona y mitad de un deseo irrefrenable que no sabía hasta donde podía llevarle. Conduje todo el camino que llevaba hasta casa sin apartar un solo segundo la vista de la carretera al tiempo que notaba clavados sobre mi cuerpo los ojos deseosos de aquel joven animal de piel oscura.

Al llegar a casa metí el coche en el parking y según comprobé mi esposo aún no había llegado. Tras abrir el maletero del coche, Germán cogió sus bolsas y le llevé a su habitación donde dormiría los pocos días que iba a estar junto a nosotros. Al fin me despedí diciéndole que se pusiera cómodo y que se duchara si lo deseaba mientras yo iba a cambiarme de ropa. Acompañándole al baño le enseñé el juego de toallas que tenía para secarse una vez acabara con la refrescante ducha.

Finalmente me despedí de él comentándole que pronto vendría mi marido y que si le apetecía podíamos ir a tomar un baño a la playa que se encontraba cerca de casa. Con la mejor de sus sonrisas el muchacho me dijo que se daba una ducha rápida y que enseguida se cambiaba de ropa pues le apetecía horrores refrescarse en el agua de la playa. Cerrando la puerta de su habitación me encaminé a mi cuarto a darme también una buena ducha que me calmara los ardores que notaba correrme entre las piernas gracias a la presencia perturbadora de aquel formidable macho.

Ya en la ducha no pude evitar recorrer con mis manos mi cuerpo húmedo y completamente enjabonado y, sin esperar más, comencé a acariciarme los pechos con mis dedos logrando que se pusieran mis pezones duros al instante. Me notaba cachonda pérdida y deseosa de unas manos masculinas que me acariciaran. De los pechos bajé a mi barriguilla masajeándola una y otra vez hasta llenarla totalmente de espuma y luego mis manos se apoderaron de mis muslos recorriéndolos de arriba abajo para finalmente llevar una de mis manos hasta mi sexo lo cual me hizo morderme mi labio inferior con fuerza para así poder ahogar el profundo gemido que trataba de escapar de entre mis labios.

Poniendo la ducha en marcha dirigí el agua cálida entre mis piernas notando una agradable sensación de placer con cada golpe que el agua ejercía sobre mi estrecha rajilla. Me imaginé en brazos de Fidel como tantas otras veces había estado haciendo el amor allí mismo en la ducha mientras el agua resbalaba sobre nuestras cabezas. Sin embargo, no pude evitar que las imágenes de mi marido se mezclaran con las de aquel apuesto muchacho que tanto me había hecho estremecer desde el primer momento en que le vi. Por un momento fantaseé con la imagen de aquel duro aparato que debía guardar entre las piernas; al menos esa fue la idea que me llevé en los breves segundos que mis ojos se habían posado sobre sus tejanos mientras volvíamos a casa.

Fantaseando con aquella idea mis dedos se fueron adentrando entre mis piernas en busca de mi más que mojado sexo. Mientras me sentía besada mis manos se transformaban en las manos negras y bien cuidadas de Germán el cual acariciaba mi cuerpo de arriba abajo haciéndose con mis muslos al tiempo que me hacía notar su más que considerable humanidad pegada a mis nalgas. Empecé a gemir bajo el chorro de la ducha y notando cómo el agua caliente caía sobre mí ayudándome en el maltrato que mis manos me prodigaban.

Dos de mis dedos iniciaron un lento juego sobre mi pequeño botón el cual se endureció al instante provocando en mí un profundo grito que traté de acallar a duras penas mordiéndome los labios con fuerza al mismo tiempo que notaba escapar de mi sexo los primeros jugos de mi total placer. Me masturbé con mayor fuerza y rapidez trabajando mi clítoris cada vez a mayor velocidad y sin dejar de sentir la proximidad de mi tan deseado orgasmo. Metí uno de los dedos de la mano que quedaba libre en mi boca chupándolo con lascivia e imaginando que era el pene salvaje y formidable de aquel muchacho que podía ser mi hijo si nos atenemos a la diferencia de edad entre ambos. Al fin acabé alcanzando un explosivo orgasmo que me obligó a apoyarme en la pared mientras millones de emociones se juntaban en mi cerebro sintiéndome cansada y aturdida por aquel placer disfrutado en la soledad de aquella ducha y teniendo al objeto de mi deseo a tan solo unos metros de donde me hallaba.

Tras recobrarme de aquel orgasmo puse en marcha la ducha y me refresqué el cuerpo esta vez con agua fría en busca de la tan necesaria relajación. Una vez acabé salí y me vestí con una larga camisola de color fucsia y unos cortos tejanos que dejaban mis muslos completamente al aire.

Al abandonar el baño me encontré con Fidel el cual volvía de la cocina con dos botes de cerveza en la mano. Sin que su voz se hiciera notar me dijo que ya había conocido a nuestro joven huésped y que se había llevado una grata sorpresa al conocerlo pues no imaginaba para nada el color de su piel. Salimos al salón los dos y allí nos encontramos con Germán el cual estaba sentado en el amplio sofá mirando la televisión. Mi esposo le ofreció una de las latas de cerveza y el muchacho agradeció a Fidel aquella entrega diciendo que estaba sediento. Estaba sentado en uno de los lados del sofá y allí estaba con el cabello aún mojado y vestido con una camiseta blanca ceñida al cuerpo y unos tejanos negros desteñidos.

Virginia, como ves ya nos hemos conocido Germán y yo mientras estabas en la ducha –me dijo mi esposo de forma alegre y sentándose junto al joven frente al televisor.

Muy bien, veo que habéis hecho amistad con facilidad. Le dije a Germán que cuando vinieras podíamos ir a la playa a tomar un rato el sol antes de comer.

Por mi perfecto. Ya compré todo lo que hacía falta así que podemos marchar cuando queráis –respondió Fidel poniéndose en pie y cogiéndome por la cintura me estampó un beso en la boca sin importarle para nada la presencia de nuestro joven visitante.

Mi marido agarró las llaves del coche y los tres fuimos al parking montando Germán en la parte trasera y poniendo Fidel el coche en marcha al instante. Pronto llegamos a la playa consiguiendo un rincón apartado de la gente junto a las rocas y que ya conocíamos bien de otras veces. No tardó mucho el muchacho en desprenderse de la camiseta y los tejanos y dejándonos a los dos allí se dirigió corriendo al agua acabando finalmente zambulléndose en la misma tirándose de cabeza. Pese a la presencia de mi esposo no pude evitar fijar mi atención en la espalda de Germán y en su culo de nalgas redondas y bien marcadas bajo la tela del negro slip.

Nos desnudamos nosotros igualmente quedándome yo cubierta con el bikini estampado que había elegido y, después de sentarme en la toalla, aproveché para ponerme las gafas de sol y empezar a embadurnarme el cuerpo de crema diciéndole a mi esposo tras tumbarme boca abajo que me diera crema por la espalda cosa que hizo con la habitual habilidad que le caracteriza. Lo cierto es que Fidel siempre sabía los puntos que tocar de mi cuerpo para hacer que me relajase y disfrutase de sus manos recorriéndome la espalda y las piernas. Aprovechando que el muchacho se encontraba aún dentro del agua mi esposo, sin dejar de masajearme el cuerpo con sus manos untadas en crema, me comentó en voz baja:

¿Has visto el bulto que se le marca? Debe guardar un miembro de grandes dimensiones, tal como lo suelen tener los machos de su especie –dijo mientras apartaba a un lado la tela del bikini para así acariciar parte de mis nalgas haciéndome gemir débilmente agradeciéndole de aquel modo el roce que sus dedos producían sobre mi piel.

¡Pero qué cosas piensas! –respondí sin abrir los ojos y con la cabeza apoyada sobre uno de mis brazos. Sin embargo, sabía perfectamente el interés que mi esposo tenía por verme junto a otro hombre disfrutando sobre mi cuerpo de las caricias de otras manos que no fueran las suyas.

¿No me dirás que no te has fijado en él? –preguntó sin dejar de masajearme el cuerpo ahora de un modo mucho más intenso acariciándome los costados con sus manos bien embardunadas y que se deslizaban sobre mi piel de manera lenta y maravillosa.

Por supuesto que me había fijado en aquel animal de piel oscura y de cuerpo joven y musculoso. ¡Resultaba imposible no fijarse en él con aquellos brazos tan fornidos y aquellas piernas de muslos poderosos y anchos que terminaban en un culo redondo y perfecto y en el que mis ojos no podían dejar de centrar su atención! Callé mis ganas frente a mi esposo cambiando de conversación pero deseando aquello que tantas veces Fidel me había insinuado esto es, dejarme caer en brazos de otro hombre y con el consentimiento total por su parte.

¿Quién mejor que aquel muchacho desconocido y tan joven para desahogar mis ganas de hembra todavía de buen ver y sedienta de sexo? Además yo sabía que tampoco le era indiferente según había podido comprobar gracias a las miradas que había sorprendido en Germán, mirándome con ojos de verdadero deseo. Al fin había decidido dar el paso y lanzarme a por él aprovechando los pocos días que iba a pasar junto a nosotros. A mi edad no podía permitirme el lujo de dejar pasar por delante de mis morros a un hombre como aquel.

Me giré boca arriba en el momento en que vi a Germán saliendo del agua en busca de su toalla. La imagen del cuerpo brillante de aquel muchacho bajo el efecto de los rayos solares hizo que mi entrepierna se mojara sin remedio bajo la tela de la diminuta braguilla. El pequeño y húmedo slip se fijaba amenazante a la forma de su pene haciéndome imaginar escenas de sexo salvaje junto a aquel jovencito de tan magníficas formas.

Virginia, ¿no te apetece darte un baño? –me preguntó de repente mi marido. ¿Qué te parece si te das un baño con Germán mientras yo voy a buscar unas latas para refrescarnos? ¿Traigo unas cervezas para nosotros y una coca cola para ti? –dijo sonriéndome mientras se doblaba sobre la bolsa en busca del billete que descansaba en su cartera.

Asentí a su invitación al tiempo que, bajo los cristales oscuros de mis gafas, me resultaba imposible desviar la mirada del abrumador bulto que la entrepierna de aquel chico presentaba. Enseguida Fidel marchó no sin antes volver a animarnos a meternos en el agua mientras él iba en busca de las latas de bebida. Nada más marchar mi esposo, Germán y yo nos pusimos a hablar de cosas sin sustancia alguna, sabiendo los dos el deseo que a ambos nos embargaba por el otro. Mientras hablábamos me di cuenta de cómo me miraba de arriba abajo, comiéndome con los ojos no sólo los pechos sino también el triangulillo que quedaba mínimamente escondido entre mis piernas.

El deseo por aquel joven compañero iba creciendo en mí de manera desesperada al igual que la necesidad por besar aquellos labios gruesos y carnosos y por sentir sobre mi cuerpo las caricias de aquellas manos de grandes dedos. Tanto era mi interés por él que llegó un momento en que, pese a mirarle, no prestaba la más mínima atención a sus palabras. Mi atención tan solo se fijaba en su rostro simétrico, de piel de buena textura y en aquellos rasgos juveniles que tanto me gustaban. Germán, por su parte, no dejaba de mirarme centrando sus ojos en mí con tanta fijeza que no pude menos que bajar la mirada tímidamente sintiéndome un tanto intimidada por aquellos ojos tan negros y oscuros.

Finalmente me puse en pie sobre la toalla y dándole la espalda encaminé mis pasos hacia el agua espumosa en la cual me metí sintiéndola cálida y agradable sobre mi cuerpo. Una vez saqué la cabeza del agua y tras nadar unos segundos, observé que no había cerca de mí mucha gente. Mirando hacia la playa vi a Germán sentado con las piernas cruzadas sobre la toalla y sin apartar sus ojos de donde yo me hallaba así que, sabiendo de su deseo hacia mí, levanté mi mano haciéndole gestos claros para que se metiera al agua y me acompañara. Ya no podía aguantar más aquello. Deseaba sentir la cercanía de aquel muchacho que tantas y tantas cosas me hacía sentir cada vez que lo miraba y cada vez que me miraba, cada vez que lo tenía cerca de mí.

Germán, sin pensárselo dos veces, se levantó y corriendo hacia el agua se lanzó de cabeza para después empezar a nadar hasta que finalmente llegó donde yo me encontraba. Estaba realmente guapo y hermoso allí cerca de mí y con sus cabellos ensortijados y húmedos. Nos quedamos unos segundos frente a frente sin pronunciar palabra pero sabedores ambos de la necesidad que el uno sentía por el otro. Y fue entonces cuando chapoteando el agua con sus manos me hizo gritar al notar el líquido marino sobre mi rostro. Me quejé como una colegiala y antes de que me quitara las gotas que cubrían mis ojos, sentí la presencia amenazante de aquel muchacho junto a mí. Su mano me cogió del cabello con fuerza y, sin que pudiera hacer nada por remediarlo, me hundió unos segundos en el agua dejándome finalmente salir al exterior entre gritos y protestas de falso disgusto.

Al fin el primer paso estaba ya dado, el tan deseado acercamiento había sido facilitado por aquel apuesto veinteañero al que podía notar a escasos centímetros de donde yo estaba. Gritándole entre sonrisas me acerqué a él y pasándole uno de los brazos por encima de los hombros me pegué con fuerza a su poderoso cuerpo sintiéndolo fuerte y mojado bajo mis brazos. Los dos reíamos con ganas notándonos mecidos bajo las olas del mar que nos llevaban libremente según el movimiento de las mismas. Pero pronto dejé de reír al sentir sobre mi vientre una presencia bien conocida por mí y que, sin que Germán hiciera nada por evitarlo, se apretaba una y otra vez contra mí.

Los ojos del muchacho se clavaron en los míos haciéndome notar el profundo deseo que le embargaba. No tardé en que una corriente eléctrica recorriese mi columna vertebral sintiéndome excitada y atraída por aquel joven que podía ser mi hijo. Le deseaba tanto que no pude menos que abrazarme a él notando pegada sobre mi muslo su dura herramienta la cual trataba de salir del escondite en el que se hallaba guardada.

¡Te deseo Germán, te deseo! –exclamé sobre su rostro tan masculino y cuyos ojos parecían querer poseerme allí mismo.

Mientras el muchacho me agarraba por la cintura acercándome aún más a él, mi vista se dirigió a la playa en busca de mi marido o en busca de alguien cercano a nosotros. Por suerte nadie había cerca en esos momentos con lo que, abriendo mis labios y ladeando levemente mi cabeza, le invité a juntar sus labios a los míos cosa que no tardó mucho en hacer sintiendo aquellos labios tan carnosos apretarse con fuerza contra los míos en un beso rápido y fugaz pero que me hizo sentir en la gloria.

Cogiéndome mis cabellos mojados con su mano, Germán apretó con su lengua mis labios haciéndomelos abrir ligeramente con lo cual pudo entrar aquel apéndice dentro de mi boca hasta acabar mezclado con mi lengua en un beso mucho más apasionado, casi salvaje. Así estuvimos unos eternos segundos besándonos en medio del mar y sin importarnos la posible presencia de alguien cercano a nosotros. En esos momentos tan solo nos importaba saborearnos y besarnos hasta morir de puro deseo.

Sin soltarme el cabello, el muchacho introdujo su otra mano bajo el agua empezando a recorrer mi cuerpo con total descaro y sin que yo tuviera fuerza alguna para frenar aquel irrefrenable ataque. Muy al contrario, aquellas caricias no hacían más que hacerme derretir obligándome a gemir débilmente al sentir el roce de aquellos dedos sobre mis redondas formas. Su mano acarició mi muslo arriba y abajo para subir con rapidez hacia mi tripilla y luego mucho más allá hasta acabar apoderándose de uno de mis pechos el cual cubría la fina tela del bikini.

Gemí con fuerza mientras echaba mi cabeza hacia atrás mostrándole de aquel modo lo mucho que aquellas jóvenes caricias me gustaban. Hablándole en voz baja le animé a seguir con su ataque, cosa que hizo agarrándome el pecho entre sus dedos para, al instante, apretarlo de forma desconsiderada como si con su caricia quisiera hacerme daño. Bajo los rayos solares volvimos a besarnos y pronto sentí su horrible humanidad empujando sobre mi vientre. ¡Dios, se sentía tan enorme y maravillosa! Ahora fue mi mano la que se ocultó bajo el movimiento de las olas en busca de tan preciado trofeo.

Tanteando entre el agua no tardé mucho en encontrar su miembro el cual masajeé por encima de la tela del slip la cual parecía incapaz de mantener a raya a tan tremendo ocupante. Sin dejar de besar a mi joven amante estuve acariciándole una y otra vez notando cómo aquel animal no paraba de crecer bajo la palma de mi mano la cual no hacía otra cosa más que moverse abarcando en su totalidad aquella culebra que cabeceaba bajo el agua del mar.

¡Menuda polla tienes muchacho… es enorme! –le dije junto a su oído mientras mis dedos no paraban de masturbarle tratando de hacerse al tamaño de aquel enorme aparato.

¿Te gusta putita? –me preguntó con la voz levemente entrecortada, sin duda gracias al suave masaje que mis dedos le propinaban.

Me encanta. Jamás había tenido algo así entre mis dedos –le aseguré antes de volver a pegarme a él besándole de forma desesperada.

Mis palabras eran completamente ciertas. Nunca en mi vida había acariciado un sexo masculino de semejante calibre. Al menos sería siete u ocho centímetros más largo que el de mi esposo y, por supuesto, mucho más grueso y desarrollado.

¿Qué te parece si volvemos al apartamento? Deseo que me hagas tuya y entregarme a ti por entero –le confesé mientras me mordisqueaba suavemente la orejilla atrapándola entre sus dientes hasta hacerme estremecer.

¿Y qué pasa con tu marido? –me preguntó separándose de mí y mirándome a los ojos con aquella mirada de deseo que tan bien conocía.

¡Oh, no te preocupes por eso! Fidel sólo desea verme feliz y que otro hombre me haga suya hasta enloquecer –le respondí temblando y notando los dedos de mi acompañante clavados en mis nalgas.

Apartándome de él le dije que iba a hablar con mi esposo y que me siguiese en cinco minutos que enseguida marcharíamos a casa. Allí le dejé no sin antes acariciar por última vez aquel horrible monstruo que le colgaba entre las piernas. Al salir del agua fui andando hasta donde mi marido estaba tumbado en la toalla y sonriéndole de forma pícara le dije que en cuanto saliese Germán del agua nos marchábamos. Fidel nada dijo pero por su mirada comprendí que imaginaba lo que había podido pasar entre aquel guapo muchacho y su bella y querida esposa.

Al salir del agua nuevamente mis ojos quedaron fijos en el bulto que descansaba en la entrepierna de aquel joven macho. Parecía aún mucho mayor que la primera vez que mis ojos lo habían contemplado. Mi mirada recorrió con vivo interés cada uno de los rincones del cuerpo de Germán viéndolo acercarse hasta que finalmente alcanzó la toalla secándose con la misma.

Tras secarnos nos dirigimos al coche arrancándolo mi marido al momento camino de casa. Llegamos pronto dirigiéndonos mi marido y yo a nuestro dormitorio mientras Germán iba al suyo. Nada más cerrar la puerta del cuarto me abracé con fuerza a mi esposo besándolo con ganas hasta que separándome de él me preguntó qué me ocurría.

¡Estoy como una moto! ¡Me ha puesto cachonda pérdida en la playa! –exclamé llevándolo contra mí y notando mi sexo bien mojado bajo las bragas.

¿Te gustaría que te follara? –me preguntó Fidel en voz baja, casi susurrándome aquellas mágicas palabras al oído.

Me encantaría… tiene una polla enorme, mucho más grande que la tuya –dije apretándole los brazos entre mis dedos.

Dándome un profundo beso mi esposo me dijo que le gustaría que aquel muchacho me hiciera suya para poder al fin cumplir una de sus mayores fantasías como era verme follada por otro hombre. Me separé de él diciéndole que ya veríamos, que iba a ducharme que me encontraba un poco cansada de la playa. Fidel me dijo que me esperaba en el salón y que no tardara mucho.

Una vez me quedé sola en mi dormitorio no pensé en otra cosa que en ver cómo hacérmelo con aquel muchacho. Mi libido se encontraba a mil por hora y por mi cabeza no pasaba otra cosa que el entregarme a Germán como una loca. Necesitaba salir a por una toalla así que lo hice encontrándome en el pasillo con aquel adonis de piel morena el cual se dirigía a su cuarto a refrescarse como yo quería hacer. Sin darle tiempo a decir nada le cogí de la mano y me lo llevé a mi cuarto diciéndole que me esperase que enseguida me reunía con él. Sonrió de forma maliciosa y llevándome hacia él me besó del mismo modo que lo había hecho en la playa unos minutos antes. Nuevamente volví a derretirme entre sus brazos gimiendo levemente y consiguiendo a duras penas alejarme de su lado.

Recogí la toalla sin más demora y antes de meterme en mi dormitorio pasé por el salón viendo a mi esposo frente al televisor y con una cerveza en la mano. Todo parecía ir bien para lograr que mi deseo se viese cumplido. Metiéndome al cuarto me encontré a Germán con el torso ya desnudo y agarrándole de la mano le hice acompañarme hasta el baño donde dejé la toalla a un lado antes de dejarme acariciar por las manos de aquel bello animal de piel oscura.

Tras desnudarnos nos metimos a la ducha la cual puse en marcha dejando que el agua se fuese calentando hasta alcanzar un estado adecuado. Cogiéndome por la espalda noté las manos de Germán acariciándome el cuerpo desnudo hasta que acabó alcanzando mis pechos los cuales respondieron al momento a tan encantadora caricia. El agua del telefonillo caía sobre nuestras cabezas remojando los cuerpos ardientes de ambos. El deseo nos consumía por dentro y no deseaba otra cosa más que sentir la polla de aquel hombre dentro de mí. Las manos del experto muchacho se pasearon por mi cuerpo recorriéndomelo por entero hasta que el mismo quedó totalmente enjabonado con lo que aquellas manos fuertes y poderosas se movían a placer buscando cada una de mis curvas.

Yo, entregada a él, me eché hacia atrás hasta apoyar mi espalda sobre su musculoso pecho. Echando la cabeza a un lado le ofrecí mi cuello desnudo el cual empezó a lamer y chupar haciéndome jadear pidiéndole que siguiera adelante con lo que me hacía. Del cuello pasó a besar los hombros para nuevamente subir apoderándose de mis orejas las cuales comió y comió de manera desenfrenada hasta conseguir humedecerlas por completo. Echando el culillo hacia atrás noté sobre mis nalgas aquel aparato de grandes dimensiones y, sin poder aguantar mis ganas, empecé a moverme sintiendo el grosor más que apetecible de aquella culebra.

Volviéndome hacia el muchacho miré hacia abajo encontrándome con aquella polla que tanto deseaba ver. Aún no estaba en su máximo esplendor y pese a ello mostraba un aspecto tan desafiante que no pude menos que caer arrodillada a sus pies mientras el agua resbalaba sobre mi cabeza. Era larga y gruesa y se curvaba hacia arriba mostrándose orgullosa y amenazante frente a mí.

¡Menuda herramienta tienes muchacho! –exclamé un tanto asustada antes de agarrarla entre mis dedos y empezar a lamerla suavemente arriba y abajo con mi lengua.

Chúpela señora, ya verá que le gustará –dijo Germán en voz baja al tiempo que llevaba una de sus manos a mi cabeza enredando sus dedos en mi cabello.

Y lo hice, vaya si lo hice. Aquella polla negra como el carbón me tenía totalmente hipnotizada así que no pude menos que saborearla una y otra vez lamiéndola y chupándola en su totalidad. La humedecí con mi saliva desde la base hasta el capullo para después metérmela de una sola vez en mi boca hasta la mitad. Creí ahogarme con semejante pene dentro de mi boca. Con mis labios y mi lengua la fui chupando y poco a poco fui tomando mayor velocidad en mis lametones con lo cual logré que mi joven amante gimiera y gruñera a la vez que se agarraba a mi pelo ayudándome en la mamada que le hacía.

Sí señora, cómasela entera… lo hace muy bien –me dijo con voz entrecortada mientras mis lamidas y chupadas iban haciéndose más profundas a cada segundo que pasaba.

¿Te gusta lo que te hago, cariño? –le sonreí agradecida para después lanzarme sobre sus testículos los cuales lamí y comí de manera desenfrenada.

Ahora sí el miembro oscuro y palpitante de Germán había logrado su máximo tamaño haciéndoseme casi imposible el poderlo saborear en su totalidad. Mirándolo unos segundos con verdadera devoción comprobé que no me había equivocado en mis anteriores suposiciones pues mediría mucho más de veinte centímetros.

Vayamos a la cama… estaremos mucho más cómodos –le dije cerrando el grifo de la ducha y ayudándole a acompañarme sin soltarle un solo segundo su horrible instrumento el cual sujetaba firmemente entre mis dedos.

Llegados a la cama le hice tumbar boca arriba en el borde de la misma y arrodillándome entre sus piernas le agarré aquella gorda banana y me la tragué de una sola vez, lamiéndola y devorándola sin apartar un instante mi mirada de su rostro congestionado por el tremendo placer que estaba sintiendo. Una vez se la dejé bien dura y brillante la saqué de mi boquita y le invité a que me hiciera suya pues ya no podía soportar por más tiempo las ganas de que me follara hasta enloquecer.

Estirándose todo lo largo que era sobre la cama se cogió con la mano su larga y gruesa herramienta y animada por su mirada me coloqué sobre él acercando mi rajita a su rosado capullo el cual aparecía cubierto por los primeros líquidos pre-seminales. Yo observaba aquel negro instrumento con cierto temor debido a su enorme grosor. Sin embargo, mi deseo venció a mis miedos y dejándome caer sobre él fui notando cómo su glande se introducía en el interior de mi coñito hasta acabar bien sentada encima de él. Cerrando los ojos y apretando los labios con fuerza logré ahogar el grito que trataba de escapar de mi boca. Apoyando las manos en su pecho permanecí unos instantes quieta disfrutando de aquel miembro que me llenaba hasta el final.

¡Dios, qué grande que es! ¡Me llena entera! –pude decir sintiendo su polla que me llegaba hasta los huevos.

Pese a todo no tardé mucho en acostumbrarme a aquella aterradora presencia de manera que empecé a moverme con cierta dificultad sobre aquel joven animal que tan loca me ponía. Germán pronto comenzó a acompañarme en mis movimientos empujando con fuerza cada vez que yo le permitía hacerlo. Ambos nos movíamos de forma acompasada y yo no paraba de botar primero de forma lenta y luego ya mucho más rápido.

¡Me llena, me llena… vamos no pares muchacho… sigue, aprieta con fuerza… métemela entera, vamos sigue, sigue…!

Mis pechos se balanceaban a un lado y a otro con cada uno de los ataques que aquel experto jovencillo me propinaba. Me sentía llena pero quería más y más y se lo demostraba gimiendo y animándole a que continuara de aquel modo con cada una de mis palabras. Me empalé sobre aquel mástil y empecé a cabalgarle de manera salvaje, sollozando y jadeando y sin parar de pedirle que me follara sin descanso. No sé el rato que estuvimos así pero lo que sí sé es que finalmente no pude aguantar más tanto placer y gritando feliz acabé derrotada y cansada sobre él explotando en un orgasmo de grandes dimensiones que me hizo gruñir como un animal herido.

¡Me corro… me corro… joder, qué gusto me das cabrón! –chillé antes de caer rendida y abrazada a Germán el cual me acogió entre sus fuertes brazos haciéndome sentir satisfecha y complacida gracias al polvo que me había hecho gozar.

Tardé unos minutos en recuperarme, tiempo que aprovechó mi compañero para besarme y acariciarme con dulzura y pasión a partes iguales. A través de la rendija de la puerta del dormitorio pude ver la presencia de Fidel observando todo lo que hacíamos mi joven amante y yo en la cama que, por primera vez, había sido testigo de mi primer desliz fuera de mi matrimonio. Excitada por la cercanía de mi esposo viendo lo que aquel hermoso moreno y yo hacíamos enganché el pene del muchacho entre mis manos y lo llevé a mi boca devorándolo y saboreando mis propios jugos que habían quedado impregnados en aquel oscuro miembro.

¡Cómemela putita… cómetela a gusto que tengo ganas de correrme en tu boquita y en tu cara, puta más que puta!

Las palabras de Germán me sorprendieron pero al mismo tiempo sirvieron como estímulo para continuar con mi dura tarea. Nunca mi marido me había dicho aquellas cosas pero supongo que, por tener en mis manos una preciosidad como aquella, las palabras del muchacho funcionaron en mí como un elemento aleccionador que me hizo aplicarme aún mucho más. Deseaba gozar de aquella enorme polla y ofrecerle todo el cariño del que fuera capaz hasta que acabara reventando entre mis manos de manera que me puse a acariciarla con mis dedos disfrutando de la delicadeza de aquel músculo tan arrogante y viril. Las venas se le marcaban a lo largo del tronco el cual no hacía más que palpitar con cada una de las caricias que le ofrecía. Con las manos apoyadas sobre los muslos de Germán sentía como éste temblaba y se estremecía cada vez que disfrutaba de su bello instrumento. Sacando mi lengua de manera un tanto vulgar para provocarle aún más, recorrí aquella hermosura de abajo arriba hasta acabar golpeando el redondo glande con la puntita de la lengua lo cual hizo que mi amante suspirase de auténtico placer.

¡Chúpamela más deprisa que me muero de ganas de correrme… vamos putita que no eres más que una zorrita que sólo quieres que te llene con mi leche!

Engullí aquel regalo y volví a chupar al tiempo que le masturbaba a gran velocidad consiguiendo con ello que mi amigo gimiera de forma descontrolada. Noté la sangre bombear en el interior de aquel cilindro y cómo la inevitable explosión se aproximaba a marchas forzadas. Experta como yo era extraje el miembro de mi boca y seguí masturbándole hasta que al fin logré que Germán se corriese lanzando su abundante descarga sobre mi pelo, mi rostro y mi barbilla yendo a parar parte de ella sobre mis pechos.

¡Joder menuda corrida me has pegado… siempre me han gustado las maduritas como tú... estás hecha una auténtica puta! –le oí decir con voz ronca y cansada mientras yo saboreaba su semen con cara de verdadero placer.

Cogiéndole de las piernas le hice tumbar en la cama junto a mí y allí estuvimos un largo tiempo besándonos y acariciándonos tratando de excitarnos de nuevo en busca de un último encuentro. Deseaba que aquel poderoso moreno me follara una vez más y sentir ahora su cálido esperma en el interior de mis entrañas así que mientras nos besábamos llevé mi mano a su pene el cual noté levemente excitado. Pero no me dejó seguir mucho más con aquello pues apartándome de él me hizo poner de pie y agarrándome con fuerza me dio la vuelta poniéndome en posición inversa a la suya formando un magnífico sesenta y nueve que me hizo perder la razón.

Al tiempo que empezaba a notar cómo chupaba mi coñito con su lengua acerqué su polla a mi boca y empecé a lamérsela arriba y abajo mientras mis dedos apretaban delicadamente sus bolas. Sin dejar de acariciarle observé cómo respondía a mis manejos volviendo a endurecerse aquel aparato de forma casi prodigiosa. Sentí mi coño mojarse gracias a sus lametazos y sin poder evitarlo alcancé un nuevo orgasmo que me hizo abandonar lo que hacía para así poder gritar mi enorme placer.

Volvimos a la cama y poniéndome de espaldas abrí mis piernas todo lo que pude y le ofrecí mi agujero para que lo hiciera suyo. Sin decir una palabra le miré a los ojos demostrándole lo mucho que lo deseaba. Situándose detrás de mí se cogió la herramienta y apoyando la cabeza sobre mi empapada rajita me la metió de un solo golpe haciéndome gritar como había hecho momentos antes. Le costó menos que la vez anterior, al parecer mi coñito ya estaba acostumbrado a semejante intruso. Así estuvimos unos cinco minutos moviéndonos sin parar y descansando de vez en cuando para, de nuevo, volver a empezar con aquel dulce movimiento que nos hizo acabar en un último orgasmo aún más explosivo. El joven muchacho gruñó desesperado para, al instante, llenar mis paredes con su corrida cosa que me hizo a mí conseguir mi propio clímax.

Saliendo de mí nos tumbamos sobre las sábanas y nos besamos hasta quedar dormidos como dos benditos. Los días que pasó el muchacho con nosotros los pasé disfrutando de su juvenil potencia. Me folló sin descanso e incluso mi marido se unió a nosotros viéndonos copular en mi cama para, llegados al último día, dejarme penetrar por ambos quedando montada sobre mi esposo y siendo sodomizada por aquel inmenso falo que me llenó con su leche blanquecina y viscosa hasta acabar reventada en brazos de mis dos hombres.

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