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Laura V

en Sexo Virtual

Aquel septiembre se marchó a estudiar a París. Tenía una beca durante ocho meses, ocho largos meses chapurreando extranjero, conociendo gente y chateando por las noches con sus amigos de siempre.

Recordaba, sobre todo, el frío. El frío, las juergas y a Loui, un chico alto, con la piel de caoba y el pelo muy liso y muy negro que siempre llevaba ropa demasiado pequeña. Era su compañero de piso y era muy divertido, aunque era incapaz de coger la mitad de los chistes que le contaba se reía mucho con él. Tenía una colección de películas porno en las que sólo salían hombres escondidas en lo más alto de una estantería, detrás de unos jarrones horrorosos que le traía su madre de la Provenza. Las ponía todos los jueves y días de librar, sin sonido y con música cubana de fondo mientras tomaba combinados con sus amigos.

-Femmes non.- le decía siempre medio en broma, medio en serio.- Tout l’hommes que tu voirai mais pas des femmes. Tu sais que je soulement t’ aime a toi.

Pablo entraba en internet de vez en cuando, nunca hablaron tanto como durante aquellos meses. A pesar de todo nunca mantuvieron sexo a distancia, a él no le gustaba, decía que le dejaba con las ganas.

-Piensa en mí todas las veces que quieras, pero no me lo cuentes. –Bromeó.

Al principio creyó que durante ese viaje se acabaría su relación. El primer mes le echó muchísimo de menos pero durante el tiempo que le siguió apenas le recordó un par de veces. No se vieron durante todo aquel tiempo y llegó un momento en el que creyó que le había olvidado.

Aún así cuando se acercó la fecha de regreso comenzó a recordarle otra vez. Tenía ganas de verle, de olerle la curva del cuello y de dejarse arrullar por sus frases tópicas. Y entonces, como si él lo hubiera adivinado un tiempo antes, volvió a pensar en él. En su honor, se decía antes de acariciarse.

Imaginaba que él iba a París a una convención pero en vez de quedarse en uno de esos hoteles de las afueras se hospedaba en su casa. Ella se ponía muy contenta, por supuesto, y Loui también, al fin y al cabo Pablo era "tout un homme", ni siquiera le cobraba el alojamiento.

-No has cambiado nada.- Le decía Pablo después de mirarla. –Ven, déjame que te ponga las braguitas que te he comprado.

La desnudaba y le ataba una cinta de raso, larguísima, encima de las caderas, apretándola hasta que dejaba de deslizarse hacia el suelo, y hacía una lazada con ella, tapando apenas su coñito.

Entonces salían a dar un paseo por la calle. Ella caminaba a su lado, feliz y orgullosa, y todo el mundo les miraba, les parecía completamente normal que ella fuera casi desnuda, pero querían ver a aquella pareja de extranjeros tan guapos que paseaban con una sonrisa de oreja a oreja.

-Qué bonita pareja.- Decían las mujeres volviéndose.- ¡Qué pibón!- decían los chicos.

La llevaba a la conferencia, y allí ella se encargaba de llevarle el café y de sujetarle el portapapeles mientras escribía. Era una reunión muy delicada, había que tomar decisiones difíciles.

-Necesito pensar.- anunciaba él. Y todos coincidían en que lo ideal era tomar un descanso.

Entonces Pablo le agarraba del pelo y le decía "Marla, sobre la mesa" Ella subía de un saltito, muy obediente, aún con su lazo rojo sobre las caderas blancas. Él seguía sentado en su silla y Marla, a cuatro patas, tenía que agarrarse a los bordes del escritorio para agacharse y hacerle una mamada delante de todos aquellos ejecutivos tan bien vestidos.

-Está húmeda- Se chivaba uno.

-No tienes remedio, Marlita.- Decía él.

Y entonces el delator le pedía que le dejara poseerla. La penetraban todos, por turnos y Pablo miraba, decidiendo qué y qué no podían hacer con ella. Salían todos muy satisfechos de allí y Pablo conseguía su contrato.

-Te quiero, pelirroja. – Le decía mientras la penetraba. Y ambos volvían paseando, muy contentos hasta el piso de Loui. Te quiero, le decía.

Volvió a España en tren, en el TGV. Era de noche y apenas había cinco personas más en el vagón. Uno de ellos roncaba como si el sencillo hecho de respirar fuera una labor atroz. Los demás se revolvían en los asientos, entre susurros de ropa y suspiros.

Y el tren traqueteaba sobre las vías, monótono, con las luces confusas de los pueblos sucediéndose tras los cristales.

Laura no podía dormir a pesar de que se había concedido el lujo de ocupar dos asientos, siempre le había sido imposible dormir cuando estaba de viaje. Y aún así tampoco estaba despierta. Su cabeza se balanceaba cada cierto tiempo, tratando de caer en un sueño que no llegaba.

El móvil brilló, sacándola de sus ensoñaciones.

Sintió un vuelco en el estómago.

Pablo =), parpadeaba en la pantalla. Una carita sonriente había sustituido hacía tiempo el "(papá)" que seguía los nombres de los amigos de su padre.

Pablo =)

Miró el teléfono, dudando unos segundos si descolgar o no. Le daba remordimientos usarlo por aquel entonces, prácticamente no lo tenía para nada más que para jugar al gusanito, y no quería imaginar lo que podrían cobrarle por esa llamada.

Finalmente pulsó el botón verde.

-Hola.- Murmuró con un hilo de voz.

-Buenas noches, Marla. ¿Por dónde andas? –Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando escuchó su voz grave, como cascada. Aguardentosa.

-No lo sé.- Ahogó una risita con el fular que la cubría.

-Ese es buen sitio.

-El mejor.

Hablaron durante minutos sobre trivialidades. En realidad hacía sólo dos días desde la última vez que supo algo de él, pero hacía tanto que no escuchaba su voz…

-¿Hay mucha gente en el vagón?

-Cinco o seis personas a parte de mí.

Y sus susurros se deslizaron a través de la noche. Susurros febriles de soledades.

-¿Qué llevas puesto?

-Un pantalón ancho, gris, un jersey de lana blanca, y un pañuelo azul.

-¿Y debajo?

-Un sujetador de encaje blanco y… - movió la cintura de sus pantalones con disimulo.- Unas braguitas blancas, esas con el lacito rojo. –No se había dado cuenta, pero se había puesto la ropa interior que más le gustaba a él.

-Has tenido que mirarlo, ¿eh? – Escuchó su risa queda casi sin respirar. – Escúchame, quiero que te quites el sujetador.

-¿Aquí?

-Sí.

-Dame un segundo.

Dejó el móvil a un lado y se desabrochó cuidadosamente el corchete del sostén, sacando los tirantes por debajo de las mangas sin hacer demasiados aspavientos, hacía tiempo que había descubierto que lo mejor era actuar con naturalidad. Lo guardó de cualquier forma en su bolsa.

-Ya está.

-Perfecto.- Su voz empezaba a tomar un timbre más bajo, más áspero. El saber que comenzaba a excitarse hizo que un calambre le llenara el vientre.- ¿Hay alguien que pueda verte donde estás?

-Hay un hombre de unos 30 años dos asientos por detrás, al otro lado del pasillo. –susurró muy bajito.- No sé si está dormido o no, está escuchando música.

-Entonces tendrás que tener cuidado si no quieres que te vea. –Marla sentía pinchazos en su sexo hinchado. Añoró a Pablo, le habría encantado que estuviera en el tren con ella. Seguro que lo harían en uno de los asientos, en silencio y escondidos debajo de su pañuelo.

-¿Estás mojada?

-Sí, de hecho creo que he manchado las bragas.

-Compruébalo.

Marla desabrochó el botón de su pantalón y deslizo la mano bajo sus braguitas. Acarició con los dedos la línea que formaban sus labios menores y volvió a alzar la mano.

-¿Y bien?

El flujo se le pegaba entre los dedos formando una redecilla blanquecina.

-Estoy empapada.

-¿Del uno al diez?

-Siete y medio.

-Mmm, Marlita. Eso me ha gustado, se me está poniendo dura.

-¿Sabes qué?

-¿Qué?

-Había pensado que lo primero que iba a hacer al verte iba a ser tomar uno de esos cafés tan cargados que bebes tú. Pero no, lo primero que voy a hacer cuando te vea es hacerte la mamada de tu vida.

-Joder, nena.

Sonrió. Le gustaba tener el poder de excitarle sólo con palabras.

-Bien, quiero que te chupes los dedos. Después vas a pellizcarte los pezones hasta que estén en punta. Cuéntame cómo lo haces.

Marla estiró del pañuelo hacia arriba, dejando sus pies al descubierto para tratar de ahogar su voz. Y comenzó a susurrar, tan bajito que parecía imposible que él le entendiera al otro lado del teléfono.

Empezó a acariciarse por encima del jersey, sopesando la redondez de sus pechos por encima de la tela, la curva suave de su vientre, ribeteando sus pezones cuando empezaron a marcarse a través de la ropa.

Volvió a lamer sus dedos, sin dejar de describir su postura, cada una de las oleadas de placer y sus movimientos. Deslizó la mano bajo la camiseta, humedeciendo sus pezones mientras imaginaba que era la lengua de Pablo lo que sentía.

-Empieza a acariciarte el culo.

Se reacomodó sobre los asientos, alzando ligeramente las caderas y echó un vistazo fugaz al resto de pasajeros antes de proseguir. Escuchaba el golpear de la sangre en sus oídos cuando sus dedos recorrieron la curva de su espalda, bordeando ese agujerito medio olvidado.

-¿Cómo estás tú?- Preguntó de repente.- Me encantaría que pusieras el teléfono en manos libres, y que te acariciaras con las dos manos, agarrándote las pelotas y balanceándolas de un lado a otro. Como aquella vez, cuando compraste el sillón. ¿Te acuerdas?

Le oyó gemir.

Lo del sillón fue poco después de que se mudara a su piso. Lo estrenaron juntos. Se masturbaron, ella en el sillón y él en el sofá, mirándose el uno al otro y sin tocarse mientras hablaban de todo lo que les gustaría hacerse el uno al otro.

-Pídemelo. El primer dedo. Como el día del sillón.

-Déjame meterme un dedo, Pablo, por favor.

- Muy bien, Marla.

Cambió de mano e introdujo el dedo corazón en su vagina. Se deslizó sin esfuerzo hacia las paredes rugosas de su interior. Mientras, masajeó su clítoris con el pulgar. Solía excitarle más cuando la penetraban con algo que cuando le acariciaran el clítoris, de aquella manera tenía orgasmos infinitamente mejores. A los quince tuvo una temporada en la que intentaba masturbarse sin meterse los dedos, pensaba que no debía de hacerlo bien si sólo con eso no era suficiente. Después cejó en sus intentos, le gustaba más así, y punto.

-El segundo dedo, por favor.

-Adelante.

Introdujo el índice. Tuvo que morder el pañuelo para evitar gemir. Tenía la respiración tan agitada que estaba convencida de que era imposible que la gente del tren no se hubiera percatado de lo que estaba haciendo.

-Para.- Ordenó él. – Saca la mano de ahí.

-Pablo…

-¡Ya!

Marla obedeció.

-Quiero que te acaricies los labios con los dedos, como si te estuviera besando. Lámelos y dime si sigues sabiendo tan bien como antes.

Lo hizo a regañadiente y balanceó las caderas en busca del roce efímero del asiento o del pantalón o de algo.

-¿Te gusta? –Preguntó él.

-¿El qué? ¿Mis dedos?, ¿tu boca?, ¿tu voz?, ¿O el incordio que eres a veces?

-No te pases. Todo. Dime, ¿Te gusta?

-Bueno, en realidad… Sí, ¡ya sabes que sí! –hizo una pausa.- Pablo… quiero correrme.

-Pídemelo bien.

-¿Me dejas correrme?

-Te dejo. Ve por el tercer dedo.

Se introdujo los tres dedos a un tiempo, escondiendo la cara en el respaldo del asiento.

-¿Y el cuarto?

-El cuarto.

Se sentía al borde de la "petit mort"

-¿Estas a punto?

- Sí.

-Déjate ir, vamos, nena. A la vez que yo. A la vez que yo.