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La boda de mi prima (2)

en Hetero: General

La boda de mi prima

La boda de su prima supuso la excusa perfecta para que todos ellos expresasen sus deseos disfrutando de grandes momentos de placer en la oscuridad del baile junto a su esposa y en el baño de mujeres en compañía de su querida tía y de la joven y hermosa hija de la misma…

 

I got my mind set on you

I got my mind set on you

I got my mind set on you

I got my mind set on you.

But it’s gonna take money

a whole lotta spending money

It’s gonna take plenty of money

to do it right child.

It’s gonna take time

a whole lot of precious time

It’s gonna take patience and time, ummm

to do it, to do it, to do it, to do it, to do it,

to do it right child.

I got my mind set on you

I got my mind set on you

I got my mind set on you

I got my mind set on you.

And this time I know it’s for real

the feelings that I feel

I know if I put my mind to it

I know that I really can do it.

I got my mind set on you

set on you

I got my mind set on you

set on you…

I got my mind set on you, GEORGE HARRISON

 

CAPÍTULO II

 

Una vez me hube limpiado y arreglado en el baño, volví a la mesa dándole un beso a mi esposa para luego continuar con el resto de la cena notando nuevamente bajo la mesa la mano inquieta de Eloísa dándome unos pequeños golpes sobre mi muslo recordándome el feliz tratamiento con el que me había obsequiado. Con el paso del tiempo y según la bebida iba visitando los estómagos, la cena se fue animando haciéndose más y más habituales las bromas hacia los novios las cuales arrancaban las risas divertidas de los allí congregados. Así fueron pasando las horas acabando con la cena y la posterior tarta nupcial que cortaron los novios bajo la atenta mirada de todos.

Tras finalizar la cena anunciaron que habría baile hasta las tantas y todos nos dirigimos hacia el salón contiguo donde había preparada una larga mesa con diversas bebidas y un enorme espacio donde poder seguir la fiesta. El salón se hallaba muy ligeramente iluminado y pasados unos cinco minutos la orquesta empezó a tocar la "Marcha Nupcial" de Mendelssohn animando a los novios a que se lanzasen a bailar. Llevando a mi mujer cogida por el talle nos colocamos junto a la mesa pidiendo yo al instante un Martini blanco para Graciela y una copa de brandy de cereza con dos hielos para mí. De ese modo estuvimos degustando nuestras copas y hablando y haciéndonos confidencias al oído un buen rato hasta que finalmente mi mujer, quitándome la copa de las manos, juntó sus labios a los míos besándonos primero de manera suave para, poco a poco, irse haciendo aquel beso mucho más profundo e intenso.

¿Por qué no me sacas a bailar? La verdad es que me apetece mover un rato el esqueleto –me confesó ofreciéndome la mano y dejándose llevar por la cintura hasta acabar mezclados entre la gente.

El movimiento continuo de aquellas canciones de ritmo rápido acompañado de otras más lentas que favorecían el roce de los cuerpos, hizo que nos fuéramos juntando haciendo el contacto mucho más cercano e íntimo. Podía notar los pechos duros y prominentes de mi mujer pegados a mi pecho mientras escuchaba sonar la inolvidable melodía de Michel Legrand de la película Verano del 42. Graciela dejó reposar delicadamente su cabeza sobre mi hombro dejándose llevar por el delicioso martilleo del teclado del piano, acompañado del rasgueo inconfundible y principal de la guitarra y el constante ritmo sincopado del bajo y la batería al fondo.

Al acabar el tema de Verano del 42, el piano inició las primeras notas de "New York, New York" para dar paso a continuación a la presencia deslumbrante de un hombre de color y cabeza completamente rapada vestido con traje color carmesí el cual apareció acompañado por una hermosa mujer de cabellos morenos envuelta en un precioso vestido entallado, de tejido satinado y corte clásico y del mismo tono que el de su acompañante. Las voces de ambos rezumaban frescura y una fuerza irresistible destacando, por encima del resto de instrumentos, poderosas y cargadas de sentimiento con un timbre y registro cautivante. A continuación y una vez acabada la salva de aplausos de los que allí estábamos reunidos, continuó el hombre con una excelente versión a ritmo de bossa nova del "Something" de George Harrison acompañado por la voz sensual y aterciopelada de su compañera. Luego la voz a capella del hombre dio paso a una magistral versión acústica del "Angie" de los Stones convertida después en una bossa nova que hizo las delicias de todos los asistentes. El repertorio continuó con toda una serie de improvisaciones llenas de inventiva y complejidad rítmica. Especialmente gustó una versión de "Mack the knife" bastante alejada de los más que habituales patrones de la ortodoxia del jazz.

Mientras bailábamos el roce continuo del cuerpo de mi mujer por encima del mío hizo que mis sentidos más primitivos y animales volviesen a empezar a responder haciéndose claramente notorios y visibles por encima de la tela del vestido de Graciela. Separándose levemente de mi lado la vi clavar fijamente su mirada en la mía al tiempo que una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro. Humedeciéndose mínimamente los labios con su lengua, observé cómo me seguía el juego apretándose aún más contra mí para sentir entre sus piernas aquella presencia perturbadora que yo sabía que tanto la hacía enloquecer. Viéndola así de receptiva inicié un lento movimiento haciendo rotar mi entrepierna de forma ligeramente circular por encima del vientre de mi esposa la cual acercó tímidamente su boca a la mía mientras escuchaba escapar, de entre sus labios, un pequeño gemido placentero. Rodeados, sacudidos y empujados por el resto de invitados ambos nos dejamos llevar por la profundidad de nuestras miradas, comiéndonos con los ojos sin prestar atención a ninguna otra cosa. El sonido de la orquesta se hizo débil en mis oídos, atento sólo a la fascinante presencia de mi esposa la cual me tenía totalmente obnubilado.

Sin esperar más posé mis labios encima de los de Graciela y entonces ella me agarró por la nuca besándome de forma mucho más profunda y sensual ofreciéndome su lengua juguetona por entre sus ardientes labios. La dulce caricia de sus dedos rozándome la nuca para luego hundirlos entre mis cabellos hizo que respondiera a su propuesta devolviéndole aquel beso mezclando mi lengua con la suya en el interior de mi boca mientras ahora ella era la que se movía rozándose contra mi entrepierna hasta hacer aquella caricia absolutamente insoportable para los dos. Mis manos recorrían su espalda arriba y abajo abrazándola con fuerza y llevándola contra mí. Mi miembro excitado bajo el pantalón buscaba el continuo restregar del cuerpo de mi esposa sin dejar de crecer y crecer ni un solo momento. La oscuridad del salón favorecía los movimientos de nuestros cuerpos permitiéndonos sentirnos mucho más libres y desinhibidos.

Cariño, ¿sabes que me estás poniendo enferma perdida? –escuché a mi esposa decirme junto al oído con su voz claramente entrecortada por el deseo.

Tú también me estás poniendo totalmente cachondo a mí –le respondí sin dejar un solo segundo de hacer presente aquella figura tan perturbadora por encima del vientre de Graciela.

¿Por qué no me llevas a otro sitio? Necesito que me folles, mi amor… -me confesó ella apretándome el pene entre sus dedos antes de darme a degustar una vez más el calor de sus labios.

Cogiéndola de la mano y escapando del salón sin que nadie notara nuestra falta nos dirigimos hacia el aparcamiento donde había dejado el coche. El coche sería un buen lugar donde dar rienda suelta a nuestros más pérfidos deseos. A Graciela se la veía excitada y necesitada de caricias y en su rostro pude observar las ganas que tenía porque la hiciera mía. Nos conocíamos demasiado bien como para no saber lo que ambos deseábamos en esos momentos. Aprovechando que había aparcado el coche al fondo del aparcamiento nos metimos en la parte de atrás del mismo empezando a besarnos y abrazarnos con desesperación tan pronto cerré la puerta detrás de mí. Retorciéndose entre mis manos pronto mi mujer se apoderó de mi cuello empezando a lamerlo con decisión para luego hacerse con mi oreja la cual chupó y lamió llenándola con su saliva para finalmente mordisquear el pequeño lóbulo de la oreja haciéndome estremecer de puro placer. Mi querida esposa sabía perfectamente lo mucho que aquella caricia me gustaba y a ella se aplicó arrancándome fuertes suspiros cada vez que sus labios envolvían la oreja.

¿Te gusta esto, verdad? ¿Te gusta, verdad? –exclamó entre sus entrecortados jadeos mientras trataba de meter la mano bajo mi camisa al tiempo que me ayudaba a quitarme la americana del traje.

Yo no hacía más que gemir y suspirar con cada uno de los roces de aquella boca. Haciéndome yo con el mando de las operaciones la empujé contra el respaldo del asiento lanzándome ahora yo sobre su cuello chupándolo y mordiéndolo hasta conseguir que fuera ahora Graciela la que me pidiera continuar con todo aquello. Al mismo tiempo que mi boca resbalaba degustando su desnudo cuello, mis manos subían y bajaban recorriendo y devorando todo su cuerpo por encima de la tela del vestido.

Ámame, cariño… ámame… -me pidió con su voz ronca y en la que se podía ver el enorme deseo que la envolvía.

Bajando mi mano con rapidez sin decirle palabra, empecé a acariciarle la pierna subiendo y bajando por el poderoso muslo haciendo desaparecer la mano por debajo del vestido. Con la otra mano me dediqué a apretarle uno de sus pechos con fuerza consiguiendo que de su boca surgiera un gemido placentero. Acercando mi boca a la suya la hice callar besándonos de manera delicada mientras notaba cómo Graciela estrujaba mi brazo entre sus dedos.

Con cierta dificultad logré subirle el vestido hasta la cintura apareciendo ante mí las diminutas braguitas rojas que mi mujer había elegido para aquella ocasión. Fijándome en ellas pude ver que andaban ya muy húmedas mostrándose la tela empapada de sus jugos. Mi mano derecha se atrevió a ir mucho más allá adentrándose por debajo de la braga hasta lograr alcanzar la suavidad de su nalga. Este roce tan inesperado para Graciela la hizo dar un respingo satisfecho echándose hacia atrás para así permitirme un mejor acceso a la tersura de su piel. Con gran placer por mi parte pude ver cómo su piel se erizaba frente al simple contacto al que mis dedos la sometían. La miré a los ojos y volví a buscar sus labios una vez más mientras notaba la mano de mi esposa sobre la mía animándome a seguir. Ahora con las dos manos avancé masajeándole en forma circular su delicioso trasero. Enloqueciendo de deseo mis dedos manosearon la dureza de sus glúteos y de sus muslos para volver a subir a sus nalgas acariciándolas de manera grosera y con total descaro.

Sigue, mi amor, sigue… cómo me estás poniendo –exclamó con voz entrecortada mientras se retorcía bajo la encantadora caricia que mis dedos le propinaban.

Llevando una de mis manos hacia arriba conseguí soltarle con algo de dificultad el tirante que le abrazaba el hombro lo cual me facilitó el despojarla del vestido dejando sus pechos al aire. Un fuerte gemido de placer salió de su boca al tiempo que ella misma me ayudaba a bajarle su bonito vestido. Apoderándome de uno de sus redondos pechos lo apreté entre mis dedos haciendo que ella lanzase un lastimero grito de dolor para al momento pedirme que se lo chupara. Así lo hice abalanzándome sobre el mismo empezando a mordérselo para después apoderarme del rosado pezón el cual chupé y lamí con la lengua y los labios notándolo crecer al instante de manera irremediable. De ese modo estuve saboreando ambos pezones puntiagudos pasando del uno al otro ante la mirada dichosa de mi esposa.

Su vientre no hacía más que removerse frotándose contra mí una y otra vez sintiendo la dureza de mi pierna con cada uno de sus roces. Las braguillas, aprovechando la locura del momento, buscó enrollarse en la mojada entrepierna de mi esposa lo cual me posibilitó poder acceder a la visión de su encantadora rajilla que se mostraba palpitante y deseosa de unos dedos y una boca que la acariciasen. El deseo y la pasión más febriles y alocados me animaron a continuar indagando entre sus labios en busca del tan deseado botoncillo. Graciela no hacía más que gemir y gemir sin parar de hacer cabriolas mientras trataba de buscar la posición más cómoda. Al fin echando la fina tela a un lado logré llegar a su clítoris el cual empecé a acariciar haciendo que mi mujer alcanzara el primero de sus orgasmos cayendo rendida entre profundos suspiros de satisfacción.

¡Me corro… dios, me corro! ¡Qué bueno es esto, vamos cómemelo cariño… me estoy meando de gusto!

Y era cierto pues de su coñito empezaron a brotar toda una serie de jugos los cuales saboreé con enorme deleite hundiéndome entre sus piernas las cuales se cruzaron tras mi cabeza apretándome contra su sexo. Disfrutando del cálido néctar que me ofrecía no permanecí quieto un segundo, aprovechando su total entrega para manosearle su blando cachete con la mayor desvergüenza.

Una vez me bebí sus deliciosos aromas, subí hacia arriba en busca de sus labios que encontré trémulos y jugosos entregándole aquel sabroso elixir que a mi tanto me gustaba. Unimos nuestros labios besándonos con ganas hasta que noté los blancos dientecillos de Graciela mordiéndome con delicadeza el labio inferior para de ahí subir a mi nariz dándome un fuerte lengüetazo que me hizo estremecer de emoción.

¡Fóllame… vamos fóllame, no aguanto más!. ¡Dame tu polla vamos! –me dijo casi gritando al tiempo que se removía sobre el asiento.

No todavía no. Espera un poco más… no tengas prisa –le respondí lamiéndole con suavidad su pequeña orejilla, caricia que la volvió completamente loca.

Apoyando mis manos sobre sus senos se los volví a apretar jugando con sus pezones que una vez más respondieron a mis estímulos elevándose en busca de nuevos placeres. Mis dedos se perdían entre las curvas de su cuerpo deslizándose por cada centímetro de su piel ardiente mientras la escuchaba suspirar y jadear abandonándose sin oponer la menor resistencia. Incorporándome mínimamente crucé mi mirada con la suya dándole a conocer mi deseo antes de meterme nuevamente entre sus piernas besuqueándole suavemente el interior de sus muslos.

Para ya… ¿qué pretendes hacerme, maldito? –apenas pudo decir temblando todo su cuerpo de gusto.

Calla y no digas nada… tú sólo disfrútalo –susurré en voz baja separándole de nuevo los labios vaginales y notando sobre mi nariz aquel olorcillo a hembra cachonda.

Me vas a matar pero me encanta –aseguró cerrando los ojos para, al momento, llevarme contra ella apretándome con sus manos con desesperación.

Haciendo aparecer una vez más mi húmeda lengua, golpeé su clítoris lamiéndolo y besándolo con mayor rapidez mientras Graciela sollozaba y gemía entrecortadamente implorándome que no lo dejase de hacer. Introduje mi lengua vivaracha hasta lo más profundo de su ser buscando un nuevo orgasmo en ella y acompañé la caricia de mi lengua con la de mis dedos tratando de hacerla mucho más intensa. Metí un dedo y luego otro más escarbando entre las paredes de su vagina más y más adentro. Estaba tan mojada que no me resultaba nada difícil hacer entrar y salir mis dedos de su coñito.

Subiendo a su barriguilla rodeé el ombligo haciendo pequeños círculos lo cual fue agradecido por ella arqueándose entre sus continuos grititos. Removí mi lengüecilla por sus muslos besándoselos y acariciándolos con infinita delicadeza. Un escalofrío recorrió sus formas al escuchar mis palabras tratando de excitarla aún más si es que eso era ya posible. Con mi nariz rocé su diminuto garbanzo arrancándole un último lamento antes de envolverlo entre mis labios devorándolo con fruición. Siempre me ha gustado hacer aquello, sentir el tremendo placer que una mujer puede disfrutar ante esa caricia es una sensación realmente abrumadora y gratificante para los dos miembros de la pareja. Las palabras entrecortadas de mi esposa dieron paso a simples gruñidos, incapaz como era de articular palabra sintiendo aquel insoportable placer que le llenaba el vientre de un creciente calor precursor de un nuevo orgasmo.

¡Me vas a hacer correr otra vez, cariño!… ¡me estás volviendo loquita!… ¡pero qué cabronazo estás hecho!… ¡vamos fóllame de una puta vez! -pudo articular al fin entre berridos separándose de mí buscando mi polla como una desesperada por encima del pantalón.

Deshaciéndose con rapidez del pantalón sacó mi pene totalmente duro y excitado al exterior y se lo quedó mirando unos segundos relamiéndose al tiempo los labios imaginando seguramente el tremendo placer que le haría sentir.

Dios, qué grande que es… me encanta… Vamos métemela de una buena vez –reclamó teniéndola bien cogida entre sus dedos.

¿Por qué no te la metes tú misma, querida? –la animé a hacerlo sonriéndole sin apartar mis ojos de los de ella para provocarla aún más.

Manteniéndola bien agarrada entre sus dedos se subió sobre mí para, echando las piernas a cada lado, dejarse caer enterrándose mi polla hasta la mitad. Gracias a la poca luz que entraba por las ventanillas pude ver su rostro descompuesto por el placer y cómo ponía los ojos totalmente en blanco en el momento en que se sentaba clavándose mi polla por entero.

Te siento amor… cómo la siento… -exclamó tumbándose derrumbada sobre mí haciéndome notar el calor de su aliento sobre mis labios al mismo tiempo que un nuevo orgasmo la visitaba entre los movimientos convulsos de su cuerpo.

Todo su cuerpo temblaba haciéndola caer rendida apoyándose con fuerza en mis brazos y mostrando, en su mirada cansada y perdida, lo mucho que lo estaba disfrutando. El contacto firme de mi vientre en su pubis le hizo saber que todo mi pene se encontraba dentro de ella. Disfrutando yo también de aquello, sentí cómo empezaba a menearse retirándose lentamente del mismo modo como se la había clavado. Mi querida esposa se elevaba y volvía a caer moviéndose arriba y abajo y notando el miembro poderoso frotar continuamente las paredes de su vagina. Agarrando entre mis dedos sus pechos la acompañé en sus movimientos golpeándola con determinación mientras mis palabras se mezclaban con las de ella en una sinfonía plena de erotismo y sensualidad. Retorciéndose por completo, Graciela envolvía mi duro instrumento entre su pelvis abandonándose a la rítmica copula que mis tremendas sacudidas le imponían.

Sus senos tan rotundos y tersos se bamboleaban una y otra vez adelante y atrás con cada una de las acometidas que yo le proporcionaba. Cogiéndome la cabeza se echó ofreciéndome sus picudos pezones los cuales atrapé con mis labios chupándolos y mordiéndolos de manera frenética y delirante. Graciela nada decía pudiendo jadear tan solo y sus jadeos descompuestos se mezclaron con mis gemidos y mi respiración alterada que me encendía más y más. Mis manos resbalaban deslizándose por su cuello y sus hombros para avanzar por los costados apoderándose de sus caderas y sus glúteos. Mi polla entraba y salía cada vez más deprisa y mi glande abandonaba su vagina casi en su totalidad para, parándome en seco, volver a penetrarla empujando con fuerza arrancándole verdaderos berridos satisfechos. Atrapándole los pezones entre las yemas de mis dedos se los acaricié ligeramente para después pellizcarlos produciéndole un dolor intenso que sólo pudo aguantar mordiéndose los labios con energía.

Clávamela, vamos clávamela hasta el fondo –la escuché pedir perdida completamente la razón y sin dejar de botar y menearse sobre el eje enhiesto que la traspasaba.

Tragando mi miembro con apetito creciente aceleró el ritmo de sus caderas tratando de hacer la penetración mucho más profunda. Sabía que no íbamos a soportar mucho más ninguno de los dos aquel cabalgar tan salvaje y demoledor y que pronto acabaríamos alcanzando el tan deseado orgasmo que nos dejase relajados y felices abrazados el uno sobre el otro. El coñito de mi mujer no hacía otra cosa que absorber mi pene engulléndolo y expulsándolo a gran velocidad entre los movimientos convulsos de los músculos de su vagina.

Un escalofrío invadió todo mi cuerpo llegando hasta mi cerebro y, notando todos mis músculos tensarse, estallé berreando de placer y llenando la vagina de mi mujer con todo el semen que mis cansados testículos habían almacenado en su interior. Quedándome quieto dentro de ella disfrutando de mi placer, pude sentir cómo Graciela cabalgaba sobre mí en busca del último de sus orgasmos. Escapando un grito ahogado de su garganta la vi poner los ojos en blanco echando el cuerpo hacia atrás y cómo acababa explotando al fin encadenando un orgasmo con otro muy seguido para terminar cayendo exhausta y con la respiración totalmente desbocada por el tremendo esfuerzo realizado.

Te amo cariño, te amo… me has vuelto completamente loca –pudo pronunciar finalmente recuperando poco a poco el ritmo normal de su respiración.

Sin dejar de besarme descabalgó notando salir mi pene flácido del interior de su vagina y cómo de la misma se escabullían parte de los líquidos de ambos mojando el asiento del coche entre nuestras risas cómplices. Tras descansar unos segundos fuimos arreglando nuestras desastradas ropas colocándose mi mujer bien el vestido al mismo tiempo que se atusaba los cabellos alborotados. Por mi parte, me abotoné el pantalón con urgencia para, a continuación, cerrar la cremallera con un rápido movimiento de mis dedos. Permitiéndole salir primero a ella del coche nos encaminamos hacia el baile con la esperanza de que nuestra desaparición no hubiese sido echada en falta por nadie…

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