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Helena y su miedo a volar

en Autosatisfacción

Miedo a Volar

Helena observó la grandiosa amplitud del aeropuerto en el que estaba y se encogió de miedo. La gente deambulaba de un sitio a otro; buscando paneles, puntos de recogida de billetes o cosas por el estilo. Ella solo sentía como la bola de hielo que tenía en el estómago se hacía más y más grande.

-"¡No! ¡No voy a huir! ¡No huiré!" –Mientras se repetía una y otra vez las mismas palabras, se increpó a seguir adelante.-

Por las grandes cristaleras de la terminal pudo observar como una de aquellas enormes moles de acero iniciaba el torpe paseo que la llevaría hacia la pista. "No lo conseguirá", "Es demasiado grande para volar", "¡Toda esa gente va a morir!". Al tiempo que la demencia sicótica bailaba en los recovecos de su mente, se obligó una vez más a seguir hacia delante. Su jefe se lo había dejado claro el día anterior:

-"Necesito un equipo de trabajadores que puedan trasladarse rápidamente a cualquiera de nuestras sedes. Si no puedo contar contigo para eso, entonces tendré que darle el puesto a otro."

Pero no, de eso ni hablar. Helena llevaba dos años luchando, dejándose sangre, sudor y lágrimas para conseguir "El Puesto", así, en mayúsculas. Era una vía de acceso a la plana mayor de la empresa, donde se tomaban realmente las decisiones. Además, tampoco se quejaría del sustancioso aumento de sueldo...

Suspiró.

Cualquiera que la viera ahí, con su traje gris de ejecutiva y su neceser de viaje –sobre cuya tapa había un libro-, pensaría en ella como una Yupi acostumbrada a los grandes viajes de negocios. Oh, sí, había viajado a Londres anteriormente, como también a Lyon, Paris, Marsella, e incluso a Berlín. Pero siempre había conseguido evitar el avión, foco de todas sus fobias. ¿Y qué si el tren de alta velocidad era más lento que los aviones? ¡Al menos seguía el suelo! ¡Volar era antinatural! ¿Es que ella tenía pinta de pájaro? ¡No!

Agraciada con su metro setenta de altura y una suave melena castaña que le tocaba los hombros; Helena llamaba la atención del público masculino que la rodeaba. La mayoría observaba su figura curvilínea de pechos amplios y caderas sinuosas para adoptar una sonrisilla cargada de erótico interés. La misma sonrisa que el Lobo debió poner al ver como Caperucita Roja se acercaba a la cama...

Helena no tenía tiempo para fijarse en ellos, últimamente no tenía tiempo para nada, pero menos para los hombres. Su amiga Pilar siempre le decía lo mismo "Para cuando te pongas a buscar a un hombre, estarás vieja, gorda, y serás una amargada." Oh, sí, Pili sabía como animarla. Por favor, ¡Tenía 31 años! Estaba en la flor de la juventud, apenas podía considerarse como una mujer madura, y...

La megafonía anunciando su vuelo hizo que sus pensamientos estallaran como una pompa de jabón.

-"Oh, Dios, por favor, que no me desmaye, que no..." –Sintió un leve vahído y tuvo que apoyarse contra una de las columnas de la terminal.-

Aunque su jefe no lo entendiera, así como tampoco el especialista al que había acudido para que la curara –y que había resultado en una pérdida de tiempo y dinero-, su miedo a volar estaba completamente justificado. Aún lo recordaba; tenía siete añitos, casi ocho, y había tomado un vuelo Sevilla-Madrid para volver de sus vacaciones de verano. Todo había ido bien, era su primera vez en un avión y le había encantado.

Hasta que llegó la hora de aterrizar en Madrid.

El temporal de viento que azotaba la capital de España no creaba las mejores circunstancias posibles para un aterrizaje suave. Al final consiguieron aterrizar por los pelos; Pero solo después de terroríficos temblores, mensajes del piloto de que todos mantuvieran la calma, gritos de los pasajeros y mil cosas más. El cenit de esa experiencia terrorífica fue el tren de aterrizaje derrapando en la pista mientras el avión, levemente ladeado a causa del viento, tomaba tierra.

Helena recordaría ese chirrido infernal durante el resto de su vida...

Desde ese mismo instante, naturalmente, para ella se habían acabado los aviones. ¿Quién en su misma situación podría haber vuelto a volar? Un loco temerario, por supuesto, pero ella se tenía por una mujer razonable.

Y ahí estaba, a punto de subir en uno de los vuelos a Londres con su vida profesional en juego; no habría segundas oportunidades. O subía a ese trozo de metal nacido de las entrañas del infierno o "El Ascenso" iría a otro. Otro menos preparado. Otro que no haría las cosas bien. Se encorajinó. ¡Ese puesto era suyo! ¡Le pertenecía!

Armada con una frágil determinación, cumplió los trámites para facturar su maleta. La simpática trabajadora del aeropuerto observó su rostro pálido como la tiza y le preguntó suavemente si estaba bien. Ella respondió que sí; una buena profesional nunca reconocía sus debilidades.

Con su neceser en la mano, y después de otra maratón por la terminal, Helena se sentó a esperar. Agradeció la existencia de las incómodas butacas del aeropuerto; sus rodillas temblorosas no parecían dispuestas a sostenerla mucho tiempo más.

Respiró hondo mientras recordaba por qué estaba ahí, cual era su plan. Oh, en realidad podría decirse que el plan era de Pilar, su amiga reconvertida en sicoanalista de andar por casa, pero... ¿Funcionaría?

Rememoró la escena que se había producido días antes, ella, en la casa de Pilar, llorando a lágrima viva. Pili le acariciaba el pelo mientras intentaba calmarla.

-Seguro que hay una solución para tu problema. –Argumentó su amiga con suavidad-

-¡No! ¡Odio los aviones! ¡Detesto incluso pensar en volar! –Sus palabras se interrumpieron por un hipido.- No puedo, Pili, no puedo...

-Acuérdate del especialista al que fuiste, me dijiste que al principio te fue bien...

-Sí, al menos hasta que intentó subirme en un avión. –Se enjuagó las lágrimas con furia.- Conseguí entrar, pero salí corriendo cuando encendían los motores, ya sabes la que se organizó y...

Pilar suspiró suavemente mientras observaba a su amiga. Ver a Helena en ese estado la encrespaba, pero había poco que ella pudiera hacer para que superara su miedo a volar, era algo que tenía bien enterrado en su subconsciente, era solo ponerse a pensar en aviones y...

Un pensamiento atravesó su mente de repente.

-"Si el miedo le viene de no poder dejar de pensar en volar, lo único que hay que hacer es que deje de pensar... O que piense en otra cosa..." –Se dio una palmada en la frente.- "¡Ya está!"

Helena se sobresaltó cuando Pilar estalló en un ataque de sonoras carcajadas. Su amiga tenía la misma cara que el día que, durante su agitada juventud, la había convencido de que hacer la Confirmación sin llevar ropa interior sería muy divertido. Fue la primera vez que se dejaba arrastrar en una de las "travesuras eróticas" de su amiga, y el resultado... En fin, en la Iglesia hacía frío, ¿Qué culpa tenía ella si la tela del vestido era fina y había estado marcando los pezones durante toda la ceremonia? Aún a día de hoy Pili sacaba a colación ese momento, argumentando entre carcajadas que el cura había estado mirándola a hurtadillas cada dos por tres. Helena había llegado a desear que se la tragara la tierra; especialmente cuando vio las fotos de la ceremonia y sus duras puntas marcándose en su virginal vestido...

-Estas pensando en algo... –Masculló mientras se limpiaba con un pañuelo.- Algo que no me va a gustar...

-Oh, sí, te va a gustar mucho. –Le dedicó una sonrisa perversa- De hecho, yo diría que te vas a "correr" de gusto.

-Pili... –Se alejó de ella con precaución.-

-Oh, vamos, creo que he encontrado la forma de que puedas volar... Al menos es una idea... –Le puso las manos en los hombros y la miró intensamente.- Mientras que pienses con la cabeza, seguirás perdiendo el control cada vez que te montes en un avión. La solución es pensar con el clítoris.

Cuando ella la miró estupefacta, como si se hubiera vuelto loca, la mujer siguió con su explicación.

-Si es tu clítoris el que decide, entonces no te dará un ataque de pánico y tendrás que bajar del avión a toda prisa como la última vez. A los hombres les funciona todo el tiempo, piensan con la entrepierna y dejan que esta decida sus acciones, ¿Por qué no nos iba a funciona a nosotras? ¡Pues tu tienes que hacer lo mismo!

Helena había pensado que su amiga estaba loca, que su idea no tenía ni pies ni cabeza, que era una soberana estupidez... Y sin embargo se había dejado engatusar. Otra vez. A fin de cuentas, ¿Qué tenía que perder? Aparte de su dignidad y sentido de la vergüenza, por supuesto.

Y así había llegado a la situación en la que se encontraba, después de ir a un sexshop a buscar algo que la "ayudara a pensar con el clítoris". Pili había sido especialmente selectiva a la hora de encontrar esa ayuda.

-"Tiene que ser pequeño y discreto, pero potente." –La había escuchado murmurar entre dientes mientras observaba estanterías llenas de penes fluorescentes y objetos similares.-

Afortunadamente, al final habían encontrado algo que cumplía esas características. Guardado en su neceser, y dentro de un estuche de terciopelo, iba su nueva y flamante bala vibradora. Por supuesto, Pili no se había conformado con comprarla, también había diseñado un plan de acción; plan que ella estaba siguiendo de forma mecánica.

Observó la portada del libro que había comprado en una de las tiendas del aeropuerto. La escena pasional de un hombre musculoso sin camiseta acompañado por una mujer de pechos firmes no era precisamente discreta, y una vez más se preguntó el por qué los vendedores de Novelas Románticas no se daban cuenta de que había gente decente que se avergonzaba de que les vieran leyendo libros con imágenes semejantes en portada. Al menos la mayoría de los hombres seguían pensando que las mujeres leían Novela Romántica por las historias de amor... Ignorantes... Si leyeran alguna, se darían cuenta de que el sexo era el ingrediente principal del género, sobretodo en las de publicación más reciente.

El título de la que había comprado, "Pura Tentación", tampoco era precisamente sutil, pero ella necesitaría mucha ayuda para seguir con esa locura de plan. Además, Pili le había recomendado varias veces a Vicki Lewis Thompson, la autora. Suspiró y empezó a leer, aislándose del barullo del aeropuerto. Oh, el argumento de lo más romántico: Una chica, Tess, que toma la decisión de perder la virginidad y su mejor amigo, Mac, que intenta por todos los medios de convencerla de que él es el único que merece el honor de guiarla por los caminos del placer... Tardó dos capítulos en convencerla, y pronto comenzaron a sucederse las escenas realmente "sugerentes"...

La tendió de espaldas con suavidad y le bajó el vestido hasta la cintura. Entonces lanzó un gemido y sacudió la cabeza.

-¿En qué estás pensando?

-En que eres más bonita que en mi sueño. Y has estado ahí todo el tiempo...

A ella se le secó la boca de deseo.

-Toda tapada.

-Sí. Maldición. Todos estos años...

-¿No vas a... tocarme?

-Estoy fascinado sólo con mirarte.

Pero por fin dibujó la aureola de su pezón haciendo que se erizara aún más antes de abarcarlo con tanta ternura y cuidado como si fuera una porcelana preciosa. A Tess le encantó que la tratara así, pero deseaba más. Quizá necesitara demostrárselo. Se arqueó hacia delante llenando su palma con el seno.

-¡Ah, Tess!

Inspirando jadeante, Mac bajó la cabeza y se metió el pezón en la boca.

Sí. Tess le atrajo la cabeza y se alzó hacia su caricia. Oh, sí. Aquella era la caricia por la que había estado esperando, el movimiento de su lengua, la punta de su lengua, la suave presión al chupar que le encendía aquel sensible punto entre las piernas. Sin ninguna vergüenza, le ofreció el otro pecho y él le dedicó la misma atención amorosa que al primero mientras seguía tocándolo...

Helena llegó a una parte que la hizo sonreír con nostalgia.

Cuando ella se retorció sobre la manta, la falda del vestido se deslizó hacia arriba. O quizá él la hubiera subido con aquella manera tan sutil que tenía de despojarle de la ropa. Entonces, deslizó la mano entre sus muslos apretándola contra la seda mojada de sus bragas. El dorso de su mano encontró el punto que palpitaba y apretó. Tess se estremeció y Mac volvió a besarla en la boca antes de apartarse un poco de sus labios.

-¿Quieres que pare?

-No -susurró ella jadeante-. Pero yo no... nunca...

-¿Ningún hombre te había puesto la mano ahí antes?

-No....

Mac frotó la frente contra la de ella.

-Pero debes haber hecho esto... tú misma.

-No, lo he leído.

-No es lo mismo.

-Ya lo sé, pero... Prométeme que no te reirás, pero no quería estar sola cuando sucediera la primera vez...

Oh, ella había sido igual de ingenua. Al principio había sentidos reparos hacía la masturbación; por pudor, por vergüenza, por un absurdo sentido romántico... Como muchas otras veces, tenía que agradecerle a Pili el haberla espabilado en el tema. Sus largas y escandalosas explicaciones sobre como, cuando, donde y de qué forma se masturbaba había provocado en ella que la curiosidad venciera a la vergüenza, y un día...

Al principio había sido torpe, después, se había dejado guiar por el instinto, y al final... El placer, puro y básico. Aún más importante, había aprendido algo de lo que toda mujer debería darse cuenta a lo largo de su vida; que su placer le pertenecía solo a ella. Podía compartirlo con otra persona de vez en cuando, sí, pero su dueña única y verdadera era ella misma.

Desde ese primer orgasmo que se robó a si misma, llevaba las uñas cortitas. Sonrió mientras observaba sus dedos, finos y delicados, que tanto placer le habían dado con el paso de los años.

La novela debía estar cumpliendo su función, puesto Helena notaba un leve hormiguero en los pechos y una incómoda necesidad de apretar los muslos, síntomas de que el libro estaba despertando su interés más carnal... Dejando momentáneamente de leer, miró la hora y se fijó en que el momento de embarcar estaba cerca. Sintiéndose un poco más decidida, se dirigió a cumplir todos los trámites del aeropuerto.

Especialmente comprometido fue el momento en que revisaron su neceser de viaje. Era algo en lo que ni ella ni Pili habían caído, en que revisaran su neceser también de forma manual. Afortunadamente, cuando llegó su turno, era una mujer la encargada de las inspecciones. La mujer abrió el estuche de terciopelo y observó la bala vibradora, la batería, el pequeño mandito... Mientras Helena sentía que se le subían los colores, la mujer cerró el estuche y siguió revisando el resto de sus pertenencias con indiferencia. Probablemente había encontrado cosas más extrañas a lo largo de los años...

-"Al menos no me han encontrado un consolador." –Pensó sarcásticamente mientras huía de los ojos curiosos de la mujer.- "No creo que hubiera podido soportarlo..."

Pasados los tramites oportunos, y después de hacer tiempo para echarle otro vistazo a su entretenida novela, llegó la hora que más temía. La puerta de embarque, la mujer de sonrisa falsa que examina tu billete, el estrecho pasillo y, finalmente...

Tragó saliva antes de entrar al avión.

La azafata –perdón, auxiliar de vuelo-, examinó de nuevo su billete y la condujo con una sonrisa hasta su asiento. Helena no era tonta, ya que tenía que volar en avión –o al menos intentarlo- había decidido poner algo de dinero de su bolsillo y viajar en lo que toda la vida se había llamado "primera clase". Incluso unos pocos centímetros de espacio a cada lado la ayudarían a no pensar en que estaban encerrándola en un trozo de metal de quien sabe cuantas toneladas. Una máquina que intentaría volar, que lucharía contra las corrientes de viento, que se agitaría y temblaría a su merced cuando...

Intentó pensar en la novela, aunque eso no sirvió para que sus rodillas dejaran de temblar; y no precisamente de excitación.

Su alegre escolta la abandonó a su suerte una vez aclaró que no quería tomar nada. Su asiento estaba en el lado derecho del avión, y el sillón reclinable parecía confortable.

-"Al menos estaré cómoda cuando nos estrellemos." –Pensó al borde de un ataque de pánico.- "No, no, calma, calma... Sigue con el plan, ahora, al baño."

Mientras el resto de pasajeros parloteaba en los recovecos de ese sarcófago metálico, Helena cogió su neceser y se dirigió al baño. El compartimiento era aún más pequeño de lo que ella había supuesto, cosa que le hizo plantearse seriamente como era posible que la gente alardeara de haber tenido relaciones sexuales en el baño de un avión.

Después de lavarse las manos, procedió a observar su reflejo en el espejo. Estaba pálida y tenía la misma cara que un conejo en la autopista.

-No puedo irme... –Musitó mientras sacaba el pequeño objeto de placer.- No puedo perder el trabajo...

Conectó la bala vibradora a la batería y la probó. Le sorprendió la potencia de esa cosa tan diminuta, que le hacía cosquillas en la yema del dedo.

-"Si en el dedo me hace cosquillas, como será en..." –Se lamió los labios, repentinamente curiosa por conocer la respuesta.-

Con movimientos mecánicos, bajó la cremallera de su falda y la dejó caer. Observó sus piernas, largas y bonitas, aderezadas en esa ocasión con un liguero de color negro. Eran su vicio secreto y los tenía por docenas. De todos los colores, materiales y modelos posibles... Pili siempre decía que su armario parecía una tienda de lencería, pero, aunque sonara estúpido, se sentía más segura de sí misma cuando llevaba lencería fina. Al liguero lo acompañaban unas pequeñas braguitas de encaje, también negras. Había elegido aposta las que más se ajustaban a su sexo. "No sea que a la maldita bala le de por salirse y..."

Con curiosidad morbosa, deslizó lentamente un dedo sobre el delicado tejido que cubría su intimidad, provocándose un leve estremecimiento de placer que erizó el vello de sus brazos. Oh, sí, la novela había hecho su trabajo... Estaba jugosa y receptiva...

Mientras dibujaba los contornos de su sexo con el dedo, pensaba en la protagonista, tan ingenua y a la vez tan sensual... Ella probablemente acabaría echando un buen polvo en el baño del avión en el protagonista, y luego lo contaría; narraría con todo lujo de detalles como se había corrido justo cuando empezaba el descenso, como el semen caliente de "Mac" había llenado su cuerpo al mismo tiempo que el avión temblaba, fruto de las turbulencias o de su agitado encuentro. Estarían tan juntos en el apretado cubículo que por fuerza sus cuerpos deberían estar comprimidos. Sus caderas, anhelantes, buscarían que la dureza masculina apuñalara su carne blanda con fuerza y pasión. Sus puntas anhelantes se frotarían contra torso masculino, encontrando una fricción deliciosa, suficiente para hacerla jadear de placer, ¡suficiente para hacerla gemir con fuerza!

Y así, mientras las acometidas del poderoso cuerpo viril de su hombre consiguieran arrastrarla al clímax, ella podría morderle en el hombro para ahogar sus gemidos de deleite al mismo tiempo que sus uñas se hundirían en su espalda, dejándole marcado para siempre. Él era suyo. Su amante, su conquistador, su...

Unas risas ahogadas en la lejanía sacaron a Helena de la ensoñación erótica en la que estaba metida y la hicieron volver a la realidad. Sorprendida, advirtió que sentía humedad bajo la yema del dedo, al parecer había estado acariciándose mientras fantaseaba, mojando sus braguitas con el intenso cóctel de su pasión.

Apremiada por los sonidos que percibía fuera, se bajó las braguitas hasta las rodillas, dejando a la vista su sexo rasurado por completo salvo en una fina línea de vello que lo hacía más bonito. Fruto de su reciente exploración, podía observarse como sus labios mayores estaban hinchados y levemente abiertos, perlados con señales claras de su excitación.

Llevada por la osadía, presionó con la punta del dedo índice entre los pliegues más tiernos de su Secreto. Sus jugos permitieron que este se hundiera hasta la falange, que instintivamente curvó buscando más de ese maravilloso gozo...

Un suspiro de placer escapó de sus labios.

-"No, no... Haz lo que tienes que hacer y vuelve a tu asiento... Solo te faltaría que te encontraran así..." –Se reprendió mentalmente mientras lamía el dedo invasor y saboreaba su placer.-

Colocó la pequeña batería, similar a la un móvil, bajo la goma de una de sus ligas, asegurándose de que quedara bien sujeta contra su muslo. Condujo la bala vibradora, aún apagada, hacia la puerta exterior de su sexo; el cuerpo extraño le produjo un escalofrío al penetrar en su carne más tierna. Sus rosados pliegues dieron buena acogida del invasor, y su dedo lo empujó hacía las oscuras profundidades del abismo.

Si dedicó más tiempo del necesario en colocar la bala vibradora no fue porque le causara un enorme placer el acariciarse mientras escuchaba a la gente hablar a los lejos, separados tan solo por unas cuantas paredes finas, ignorantes de lo que hacía... No, si se demoró más de la cuenta no fue por eso, sino porque era una chica aplicada y le gustaba que todo estuviera en su sitio.

Se subió las braguitas una vez terminado el proceso, tras colocarse la falda y lavarse las manos otra vez, se miró en el espejito del aseo y comprobó que su palidez era menos acentuada. De hecho, había un poco de rubor en sus mejillas, fruto de sus coqueteos con el placer solitario.

Se dio cuenta de que mientras duraba su pequeño "rato alegre", efectivamente, había olvidado su miedo a los aviones. Le causó una pequeña conmoción, y mucha alegría, darse cuenta de que la teoría de su amiga de "pensar con el clítoris" era auténtica. Claro que era verdad que a los hombres les funcionaba, ¿Por qué ella no iba a poder dejar que su entrepierna tomara el control?

El mando a distancia era simple, apropiado para un juguete erótico. Aparte del botón de encendido, tenía dos flechas, una hacía arriba y otra hacía abajo, así como tres lucecitas rojas, en ese momento apagadas. En las instrucciones, que había leído después de comprarlo, se especificaba que el rango de acción del mando era de unos cinco metros. Un juguete muy útil para usarlo en pareja, sin saber nunca cuando se activaría la pequeña bomba, estando a merced del otro... Tal vez lo usara de ese modo alguna vez, pero ese día tenía otra función que cumplir. Con expectación, encendió la bala vibradora.

Un sonido estridente brotó de su garganta mientras todo su cuerpo se tensaba de repente. Al parecer la bala vibradora era realmente más potente de lo que parecía, ¡Y pensar que una cosa tan pequeña pudiera producir semejante efecto! ¡Estando solo en el primer nivel!

Tras recuperare del sobresalto inicial y calmar su respiración, salió del baño. Llevaba el pequeño mando escondido en la palma de la mano, y por un instante se le ocurrió que cualquiera que la viera podría pensar que ocultaba una bomba en su cuerpo, con detonador en la mano y todo. Claro que, mirándolo por otro lado, realmente era una pequeña bomba la que en ese momento estaba provocando una devastación en el interior de su sexo. Sus pasos eran vacilantes, todo su cuerpo parecía confuso por el efecto que provocaba el pequeño vibrador...

Consiguió llegar a su asiento sujetándose discretamente al resto de los asientos. Esa maldita cosa le provocaba unas ganas tremendas de ronronear, como si fuera una gatita a la que acariciaran detrás de las orejas.

Una vez sentada, observó que había poca gente en primera clase. Ella estaba en la primera fila después del compartimiento de las azafatas –que también los separaba del resto del avión.- Esa parte estaba cerrada por unas cortinas, por lo que no tendría que preocuparse de que nadie a sus espaldas se diera cuenta de sus "actividades lúdicas". Por lo demás, no había gente en su misma fila y tampoco en la butaca de delante, de hecho, salvo unos cuantos viajeros desperdigados y un grupo de hombres trajeados que hablaba en inglés en la parte delantera del avión, se podía decir que estaba sola.

Sintiendo como la ansiedad volvía poco a poco a su cabeza, corrió a guardar su bolsa de mano y a coger el libro. Al subir la intensidad del juguete erótico hasta el nivel dos tuvo que morderse el labio inferior para no emitir ningún sonido comprometedor, tal era su efecto devastador. Aún así, tenía que mantener la mente ocupada para que la bala vibradora hiciera su magia...

-¿Sabes lo que quiero ahora? –susurró Mac contra su piel.

-Creo... que sí.

-¿Estás preparada, para eso?

La respiración se le agitó más a Tess.

-Si lo estás tú...

-Quiero devorarte. Entera.

-Pero... puede que me vuelva loca.

-Eso es lo que pretendo.

Con el corazón desbocado, Mac empezó su viaje besándole la suave piel hasta llegar a su ombligo. El aroma a colonia se mezcló con el embriagador aroma de su excitación y el de las flores aplastadas cuando enterró la lengua en la suave depresión. Tess gimió y se retorció bajo él.

Mac descendió más abajo. La seda de sus medias y los tacones altos lo excitaron más de lo que hubiera admitido y decidió no quitarle todavía nada. El trozo mojado de tela que cubría el objeto de su deseo fue apartado con facilidad. ¡Estaba tan bonita! Y tan saturada de deseo...

La tocó con suavidad con un dedo y ella gimió. Mantuvo la caricia sutil mientras le daba besos como plumas en la parte interior de sus muslos y deslizaba la lengua por el encaje de sus medias, acercándose más a su objetivo.

Por fin, la besó en los rizos oscuros y ella gimió. Cuando por fin deslizó la lengua por la delicada perla allí albergada que esperaba por él Tess gritó y se retorció.

Deslizando los hombros entre sus muslos vestidos de seda, buscó su recompensa. El sabor de ella le hizo gemir de delicia. Mientras sus femeninos gritos de placer llenaban la habitación, Mac se sumergió en la sensualidad de sus medias, sus sandalias, las sábanas de satén, la música erótica y, sobre todo, en la apasionada mujer que se estaba abriendo entre sus brazos.

El clímax le llegó con rapidez, demasiado rápido para él. Tess alzó las caderas y él tomó todo lo que le ofreció hasta que ella se desplomó, temblando y gimiendo, y él se preparó para hacer una exploración más paciente. Ella intentó apartarse de sus manos, pero estaba débil del alivio. Mac la sujetó con facilidad y siguió el camino elegido. Al cabo de poco tiempo su ligera resistencia se desvaneció con un gesto de deseo que casi lo llevó al limite.

Mientras la llevaba al precipicio por segunda vez, sintió una fiera oleada de posesión. Los pensamientos racionales se borraron cuando consiguió extraer de ella aquellos íntimos jadeos mientras se iba oleada a oleada en explosivas convulsiones...

La voz de una de las azafatas a través de la megafonía dándoles el discursito sobre seguridad aérea previo a la maniobra de despegue sacó a Helena de sus ensoñaciones sobre sexo oral de otro mundo. Reparó en que apretaba los muslos del mismo modo en que lo haría una muchachita virginal que no supiera como aliviar su propia excitación. Su sexo le ardía entre las piernas, y era más que previsible que la humedad hubiera encharcado su delicada prenda íntima.

Percibió, así mismo, como la bala vibradora se había movido en su interior, apretada por su lujuriosa carne de forma que, poco a poco, contracción vaginal tras contracción vaginal, se había ido aproximando a la salida... Sin embargo, el efecto era si cabe más devastador. La vibración afectaba ahora a las zonas más erógenas de su anatomía y, dado que su ropa interior impedía que el vibrador continuara saliendo, el efecto hizo que empezara a perder la cordura.

Cuando la azafata volvió a pasearse entre los pocos pasajeros de primera, advirtiéndoles sobre los cinturones de seguridad, Helena aprovechó para pedirle una manta.

-El aire acondicionado me ha dado frío... –Intentó dibujar una sonrisa en su cara mientras rezaba para que la mujer asociara sus temblores con la refrigeración del avión.- Y además, tal vez eche una pequeña siesta cuando estemos en el aire...

La mujer, muy atenta ella, le proveyó también de una pequeña almohada, aunque la avisó de que debía mantener el asiento en vertical hasta que hubieran concluido con el despegue.

De nuevo sola, Helena fue consciente de lo que sucedía a su alrededor. La lucecita de "abróchense los cinturones" estaba encendida. El avión iba a despegar. Los nervios y el miedo volvieron, pero esta vez era una sensación lejana, relegada por la excitación, la lujuria y la pura necesidad de correrse que tenía...

El sonido de los motores hizo que sujetara con fuerzas los reposabrazos de su asiento, clavando las uñas en ellos. Mientras el avión comenzaba a moverse notó como el pánico se adueñaba de ella, el puro y visceral miedo de que el avión se estrellara, de caer a plomo desde miles de metros de altura y...

Frenéticamente, puso el vibrador en su tercer nivel de intensidad. La máxima potencia del objeto invasor hizo que los espasmos de su sexo aumentaran, su cuerpo quería ser penetrado, ¡Exigía ese tributo! El orgasmo estaba próximo, podía notar gotitas de sudor perlando su nuca, y sintió verdadero alivio de que los motores hicieran ruido, puesto que su respiración era pesada y profunda, evidenciando que estaba o bien sufriendo un ataque de ansiedad o bien apunto de llegar al orgasmo.

Ni siquiera ella estaba segura de qué era lo que le sucedería primero.

Cerró los ojos con fuerza mientras el avión se inclinaba y el estómago se le subía a la boca. Curiosamente, esto le ocasionó una sensación muy placentera entre las piernas. Casi podía visualizar su clítoris, hinchado y fuera de "casa", anhelante de atenciones... Una caricia, un beso, un mordisquito... Volvió a apretar sus muslos, frotándolos entre sí, anhelando hasta la más mínima fricción que podía proporcionarse, tan cerca pero a su vez tan lejos de la ansiada liberación...

Lo que le pareció una eternidad después, el avión volvió a estar horizontal y la lucecita de los cinturones se apagó. No perdió tiempo en cubrirse las temblorosas piernas con la mantita y en reclinar su asiento para quedar medio tumbada. Oh, sí, mejor, mucho mejor... Solo se le ocurría algo mejor... Desnudarse por completo, tal vez, y abrir las piernas mientras se acariciaba con dureza, mientras le daba a su clítoris el alimento de sus dedos, mientras...

Cuando la azafata pasó a su lado Helena rezó para que pensara que la pesadez de sus párpados se debía al sueño; que su rostro enrojecido era fruto de la fiebre, de un resfriado tal vez. Sin embargo, cerró los ojos; nada podía disimular el brillo lujurioso que debían tener en ese momento...

Con manos torpes, buscó el libro, quería saber más de la pareja, quería sumergirse más en la fantasía...

Mac cogió en el aire la prenda que ella le había lanzado. Su camiseta estaba impregnada del olor de su colonia y de algo aún más erótico, el aroma de Tess excitada y lista para el amor. La apretó en un puño y se la llevó a la nariz. Oh, Dios... aquel aroma..., el recuerdo de estar echado entre sus muslos saboreándola lo asaltó de forma febril.

-¿Por qué huele tu camiseta tan... bien?

-Un pequeño truco que he leído en uno de los libros.

-¿Qué truco?

-Oh, se trata de buscar una forma de mandarle tu... propio perfume especial a tu amante. Dicen que funciona mejor que el aroma de cualquier colonia.

Él la miró encendido de deseo.

-Puede que tengan razón... No llevas bragas debajo de los pantalones, ¿verdad?

-No.

-Entonces te has quitado la camiseta y la has puesto...

-En un sitio muy especial, y después te la he tirado. ¿Te gusta?

Mac lanzó un gemido.

-Ten piedad de mí, Tess. Soy un hombre desesperado...

¿Desesperado? Helena si que estaba desesperada. Bajo la manta sus piernas se frotaban en una especie de danza horizontal. Tenía un volcán entre los muslos, tanto que temió estar manchando el asiento con su humedad más íntima. Como en el libro, impregnándolo con su fragancia femenina... El único motivo por el que la cabina de vuelo no se llenaba de un penetrante olor a sexo era la ropa y la manta que la cubrían, y aún así, deseó quitárselo todo, dejar que el perfume dulzón de su éxtasis llegara a los demás...

Contuvo a duras penas su movimiento zigzagueante mientras una de las azafatas paseaba de nuevo. Tenía miedo de que descubriera lo que tenía entre manos, o mejor dicho, entre las piernas; pero, a su vez, le daba un morbo increíble el estar haciéndolo todo prácticamente a su lado y sin que se dieran cuenta. Casi estuvo a punto de parar a una de esas mujeres para pedirle una botella de agua.

-"Tengo la garganta seca." –Le diría, con una sonrisa lujuriosa cruzando su rostro.- "Pero en otras partes estoy muy mojada..."

Fue un suplicio tener que fingir normalidad mientras la mujer correteaba de aquí para allá; para cuando finalmente el camino estuvo despejado, la necesidad de llegar al orgasmo era hasta dolorosa. Pero la vibración no era suficiente, le faltaba algo; una pizca de contacto con su botoncito de placer, que en esos momentos debía estar hinchado y suave, anhelante de atenciones...

Observando atentamente donde estaba cada persona, Helena introdujo su mano bajo la manta y, después de una nueva inspección, la hundió en las profundidades de su falda. Levantar el elástico de sus encharcadas braguitas le supuso un estremecimiento de los pies a la cabeza; notar como la bala vibradora hacía su magia al tiempo que sus dedos acertaban, cual flecha certera, a acariciar su ardiente clítoris, la hizo entrechocar los dientes con fuerza para no empezar a gemir.

No fue necesario mucho por su parte. Tan pronto como sus dedos encontraron su botoncito del placer y comenzaron a acariciarlo, todo su cuerpo entró en la fase terminal del orgasmo.

Si cualquiera la hubiera estado mirando en ese momento, habría sabido perfectamente lo que estaba ocurriendo. Todo su cuerpo se tensó como la cuerda de un violín; sus caderas se irguieron, alzando el centro de su cuerpo, mientras su sexo enviaba descargas eléctricas que amenazaban con hacerla gritar a pleno pulmón.

Un pequeño gemido escapó de su garganta, pero los ángeles de la guardia debían estar observando el espectáculo que surcaba sus cielos, puesto que en ese mismo instante uno de los pasajeros se rió escandalosamente de algo que le había dicho su acompañante, ahogando los sonidos de su éxtasis.

Helena sintió como un mar de flujo vaginal manchaba sus braguitas; lo que sucedió justo después de que las fuertes contracciones provocadas por su clímax hubieran conseguido expulsar por fin al bendito invasor. La bala quedó pegada a sus dedos, vibrando todavía, pero con menos potencia, como si la batería hubiera dado todo de sí, especialmente ahora que había cumplido su cometido.

Pasado el punto álgido de su orgasmo, se quedó tendida en su asiento, exhausta, felicitándose por haber reclinado la butaca, puesto que no le quedaban fuerzas ni para sostener su cabeza, que caía pesadamente en la almohada.

Los pequeños espasmos de su placer no se apagaron hasta largo rato después. Helena pensó perezosamente en que debería levantarse, ir al aseo y limpiarse, pero estaba demasiado satisfecha como para pensar en moverse. Por lo que acertaba a recordar, el vuelo Madrid – Londres duraba algo más de dos horas, así que se acomodó en el asiento y pensó ociosamente que si todos sus viajes en avión acababan con un "vuelo" así, ella se convertiría en una pasajera modelo...

¿Miedo a volar? No, gracias. ¿Visitar el séptimo cielo? Sí, por favor.

PD. Tal y como se indica en la historia, los pasajes de utilizados pertenecen a "Puta Tentación" de Vicki Lewis Thompson, una de tantas autoras que han conseguido convertir la Novela Romántica moderna en una fuente de placer sensual. Un aplauso –y un orgasmo aéreo- para todas ellas.