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Alma mía

en Autosatisfacción

Ahora me río al acordarme. Pero eso no ha sido hasta ahora, hasta este mismo momento en que decido, por fin, vaciar mi pozo de desesperación. Al desnudar mi alma, ¡desnudar!. Sí, totalmente desnudita… Si, sin nada de ropa. Totalmente desnudita desde la cabeza a los pies. Esa alma mía, tan provocativa, tan excitante, tan exuberante, tan llena de vitalidad. Debe ser una fiera en la cama, y más conociéndome como me conoce, dedicándose con toda su vocación a satisfacer mis deseos, todos mis deseos, hasta aquellos que incluso son desconocidos para mi, pero transparentes como el agua pura para ella, para mi alma.

Un día de agosto me pareció verla, de reojo, junto a mi, mientras me duchaba. Mis manos mecánicamente bajaron hasta mi miembro pulsátil y comenzaron sus movimientos automáticos. Me parecía verla a ella sonriendo, tapándose falsamente la boca mitad casta y mitad pícara. Mis manos perdieron el control y dejaron de ser mis manos. Eran las de ella, las de mi amada alma. Suaves y ligeras, expertas manipuladoras de mi placer. El agua de la ducha me recorría envolviéndome en una atmósfera misteriosa, y mi mente exploraba los misterios de mi intensa relación con ella, mientras sentía a su boca juguetear con mi miembro, sorberlo, lamerlo… esperando su copiosa descarga que no tardó en llegar demasiado. Mi relajación fue compartida con ella. Me la imaginaba exhausta, descansando en su trajinar diario, hablando con mi conciencia para convencerla de que todo está bien, que enamorarse perdidamente de un alma no es más locura en si mismo que enamorarse del alma de otra persona. Solo conseguí verla de reojo en un fugaz momento, pero en mi imaginación aparecía morena, pequeña, exótica, delicada, con un cuerpo tiznado y sin excesos, piel suave y labios complacientes, quizá con rasgos hawaianos. Aunque si ella no tiene nada que ver con mi mente, seguro que su imagen es producto de mi imaginación.

Nuestros encuentros fueron haciéndose más y más frecuentes: en el baño de la oficina, en el despacho, en mi cama… y cada vez más arriesgados: en el baño del museo de mi ciudad, en el asiento del tren, en el teatro… en fin, en todos aquellos lugares en los que asisten una pareja normal de enamorados.

Una vez me creí ver un culo redondeado perfectamente embutido en unos pantalones vaqueros, pero fue demasiado poco tiempo como para confirmarlo. Y sin embargo fue suficiente. Mis manos exploraron la cremallera de mi mono de trabajo y descubrieron la dura realidad. Rebuscaron un poco más, pero no llegaba. Notaba mi miembro lejano, huidizo, como en esos sueños en que parece que se terminará por alcanzar al la modelo del anuncio ese y poco a poco se va escapando, huyendo con el locutor de programa concurso que interrumpió sin recato. Ofuscado y confundido bajé la mirada… para asustarme terriblemente.¡No veía nada! Debía ser verdad que la masturbación provoca ceguera, pero demasiado tiempo había tardado en llegar y con una llegada demasiado brusca. A pesar de mi estado, ella se aparecía en mi miente con una faldita corta de paja, con sus dos preciosas tetas bailando quedamente, con su sonrisa más franca y un sensual vaivén. Busqué con más ahínco con una mano y con la otra, instintivamente, sin pensar, me quité las gafas de protección. La luz entró de nuevo en mi retina para descubrirme otro error. Me la estaba meneando con los guantes. Tenía el traje completo de electricista: el mono, los guantes de esparto y las gafas de seguridad ante descargas de alta tensión. Y la polla por fuera.

Lo hubiera dejado si su culito perfecto no hubiera vuelto a aparecer por aquella rendija, tan estrecha, tan cálida. Y volvió a desaparecer. Busqué en mi interior a mi querida alma y no faltó a la cita. Sus tetas acariciaban la punta de mi dolorida polla en una competición de dureza. Gané yo, pero por poco, pues sus pezones empitonaban mi glande. Yo los notaba ásperos y eso me excitaba. Ya había decidido quitarme los guantes, de forma que la aspereza debía ser cosa de mi mente. Ella seguía con sus juegos, hasta que por primera se puso a cuatro patas, mostrándome provocativa su pequeño agujero. Un culo tierno y todo para mí. Yo soy más dado al sexo oral, y jamás pensé en oradar oquedades diferentes a la boca, pero ante esa visión no pude retenerme y envestí. Mis manos se agarraron a sus flancos y la envestí. Me veía penetrando en lo más profundo de mi alma, y ella miraba hacia atrás con sonrisa picarona, impaciente por alguna razón que yo desconocía. Envestía una y otra vez como un toro bravío. La veía mojada, preparada para recibir mi descarga, que no tardaría en llegar. Un par de envestidas más y extendí los brazos para hinchar mis pulmones antes de la descarga, y la recibió…. Y la recibí. Mis brazo extendido se introdujo por el cuado de mando defectuoso del cuarto de luces que había bajado a reparar. El cable rozó simplemente la punta de mi dedo y 500 voltios recorrieron mi cuerpo al que hicieron saltar para atrás y desplomarme sobre la caja de herramientas había dejado abierta detrás de mi. El golpe fue tan desafortunado que hizo tambalearse una estantería carcomida que se desplomó sobre el brazo contrario al que originó la descarga.

Omitiré la guasa de mis compañeros al enterarse de que la ambulancia me encontró casi sepultado, con la polla fuera y el mono de trabajo perdido de semen. Creo que al hospital le van a cambiar el nombre por el mío, porque durante mucho tiempo será mi nombre el más pronunciado en todo el edificio.

Y ahora he vuelto. A la misma consulta en la que estuve aquel día. Exactamente ocho meses y veinte días después. Tiempo invertido en perder mi alma. Por fin se acabaron mis tormentos, mi terrible soledad, mi angustia y mi frustración. Más de ocho meses de locura, de enajenación, de espera incontrolada. Hasta este mismo momento. El medico intenta disimular una sonrisa a mi costa, pero no me preocupa. Yo estoy feliz. Más de ocho meses viendo a mi alma al todas horas, de todas formas, invitándome con picardía, otras veces con timidez, otras sensual, otras casta, otras…. Miles de otras. Más de ocho meses rechazando sus insinuaciones, sus invitaciones. Hasta este preciso momento. Más de ocho meses buscando prostitutas con las que perder mi alma en cuyas caras únicamente veía sonrisas torcidas para no estallar en carcajadas a mi costa justo ante mi cara. Y mi alma cada vez más desafiante, más provocativa. Hasta ahora. Vero como el médico saca las tijeras, esas grandes con forma extraña. Y la está… veo la luz. Por fin me han quitado la escayola de los dos brazos. Tengo unas ganas locas de comprobar que siguen llegando hasta mi polla. Más de ocho meses pidiendo a mi madre que me la sostuviera para mear. Creo que ante los ojos estupefactos del médico, mi alma comprueba que mis brazos soldaron perfectamente