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Sesión de las seis

en Lésbicos

Sesión de las seis

Lancé un ligero lamento nada más sentir la presión de aquel elemento abriéndose paso en el interior de mi culito. Gracias a lo muy mojado que estaba, el placentero dedo fue entrando con facilidad pasmosa consiguiendo que mi estrecho agujerillo se fuese dilatando hasta acabar permitiendo la total ocupación de mis entrañas…

 

We lay my love and I

beneath the weeping willow.

But now alone I lie

and weeps beside the tree.

Singing "Oh willow waly"

by the tree that weeps with me.

Singing "Oh willow waly"

till my lover returns to me.

We lay my love and I

beneath the weeping willow.

But now alone I lie.

Oh willow I die,

Oh willow I die…

O willow waly, GEORGES AURIC

 

Para empezar el relato en cuestión usaré una de las frecuentes fórmulas utilizadas, así que diré que me llamo Estela y que estoy separada desde hace ya casi tres años. A mis treinta y seis años y todavía de buen ver pese a sufrir algún que otro kilito de más, uno de esos típicos días fríos y ventosos de otoño en que los árboles inundan las aceras con sus hojas caídas, pensé escapar de entre las cuatro paredes solitarias de mi casa e irme a la Filmoteca a ver una buena película que me entretuviera durante dos largas horas.

Tras haber comido y descansado, me di una buena ducha de agua caliente y, ya mucho más relajada, me puse un suéter naranja de angora, unas medias negras tupidas y una falda verde militar. Con mis botas negras hasta la rodilla y mi capa de lana igualmente negra y anudada a la cintura recogí las llaves del cajón de la entrada donde siempre las guardo y luego las metí en el pequeño bolso tras cerrar convenientemente la puerta de mi domicilio.

Mientras el ascensor descendía camino de la calle miré fugazmente el reloj de pulsera viendo que aún quedaba una hora hasta el inicio de la película. No debía entretenerme mucho más si quería llegar puntual, reflexioné encaminando mis pasos hacia el metro como la forma más rápida de llegar a mi destino. El metro, como suele ser habitual a esas horas, iba abarrotado de gente así que entre movimientos bruscos del vagón y apretones del resto de viajeros pude alcanzar mi parada bajando en la misma.

Quedaba algo menos de media hora cuando llegué a la Filmoteca y no tuve que hacer mucha cola en la taquilla pues, un miércoles y a las seis de la tarde no suele ser una sesión muy concurrida que digamos. Ya en la sala busqué asiento en una de las últimas filas tal como suele ser mi costumbre y, mirando a mi alrededor, pude ver que prácticamente me encontraba sola. Apenas algún cuarentón de cabellos canosos, algún que otro espectador vestido con elegante americana y leyendo la reseña de la película mientras esperaba el inicio de la misma, un joven con pintas de intelectual desfasado y que se hallaba cercano a mí y dos parejas sentadas algo más adelante de la fila donde yo iba a sentarme. En fin, el típico ambiente que suelen formar los entendidos en cine de arte y ensayo frecuentes en esas desiertas sesiones de entre semana.

Al fin me despojé de la capa y, dejándola a un lado junto al bolso, elegí una de las butacas centrales para así poder disfrutar mejor de la película que en pocos minutos empezaría a proyectarse. Mientras esperaba que las luces se apagasen para dar comienzo a la película, me dediqué yo también a dar un pequeño vistazo al folleto que había cogido en la entrada. Durante tres meses la Filmoteca proyectaba un amplio e interesante ciclo sobre el cine británico de los años sesenta formado por películas de varios de los representantes del free cinema tales como Lindsay Anderson, Tony Richardson y Karel Reisz, algunas de las obras de terror de la Hammer, todos los films de James Bond producidos durante aquel período de tiempo así como películas de otros importantes directores como eran Richard Lester, Joseph Losey, David Lean, Michael Powell, Jack Clayton y Stanley Kubrick que, aunque estadounidense, podía incluirse sin el menor problema en el ciclo gracias a títulos como 2001: una odisea del espacio o Teléfono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?. Es decir y resumiendo, todo un auténtico placer para cualquier buen cinéfilo que se precie. Seguramente habría que sacarle buen jugo a todo aquel maravilloso universo cinematográfico, pensé mientras me acomodaba en mi butaca ricamente tapizada en un vivo tono escarlata.

En concreto, la película que me disponía a ver era The innocents de Jack Clayton. Hacía años que la había visto y recuerdo que, en aquellos tiempos de mi mocedad, fue una de las películas que mayor impresión dejaron en mí. Reconozco que ya de pequeña me sentí pronto inclinada hacia las historias de terror en aquellas enormes residencias de estilo victoriano tan llenas de fantasmas y misterios que encogían mi juvenil corazón hasta dejarlo hecho trizas. Aquellos relatos cargados de intriga, misterio y horror psicológico envueltos en una indispensable y densa atmósfera en blanco y negro de creciente desasosiego y temor. Aquella maravillosa Deborah Kerr convertida en una recatada, inexperta y puritana institutriz que entra al cuidado de dos hermanos huérfanos aparentemente inocentes y angelicales. Aquellas miradas y gestos de la protagonista moviéndose entre sombras y luces en busca de aquel par de niños de una crueldad latente, envuelto todo ello en una banda sonora inquietante con su reiterativo tema central, admito que dejaron en mi persona un recuerdo imborrable y maravilloso.

Pronto las luces de la sala se apagaron dando inicio a las espléndidas primeras frases del "sauce llorón", antes de dar paso a los títulos de crédito y finalmente a la película. Habrían pasado unos diez minutos cuando, sin ser plenamente consciente de ello, empecé a subir y bajar mis manos recorriendo lentamente mi cuerpo. Abandonando mi interés por la película y con los ojos entrecerrándose, llevé mis dedos por encima de mis ropas acariciándome los muslos y los pechos aprovechando las sombras que producía la oscuridad de la sala de proyección. Hacía días que me hallaba en un estado de cachondez que reclamaba la necesidad imperiosa de entregarme a alguien pero, hasta entonces, no había encontrado al compañero ideal pues, pese a la aparente facilidad que tenemos las mujeres para ello, no encontraba en ese momento algún amigo o conocido que estuviese dispuesto a pasar un buen rato en compañía de una mujer madura como yo lo era.

Sé que cualquier persona que me hubiera descubierto me habría tomado por una perturbada o incluso por cosas peores, viéndome en un lugar público acariciando mis formas como una cualquiera. Que un hombre haga esas cosas es visto como algo más normal, dentro de la evidente anormalidad que un hecho como ese encierra. Pero que una mujer como yo me encontrara en aquella situación, seguro que no parecería algo tan normal a los ojos hipócritas de mucha gente. Así pues allí me hallaba en aquella sala de cine empezando a subir mi falda tratando de dejar mis muslos al aire para así avanzar mucho más en busca de mi entrepierna la cual notaba excitada y bien húmeda de mis fluidos. Mientras las yemas de mis dedos tomaban al fin posesión de mi muslo apretándolo una y otra vez con creciente interés, me sentía nerviosa y con ganas de acariciar mi sexo por debajo de la diminuta pieza que lo cubría. Imaginando poder ser vista por alguien, pensando en la imagen de unos ojos depositados en aquello que hacía, me estremecí sintiendo mi piel erizarse ante el cálido roce que mis dedos ejercían sobre la misma.

Con mis ojos todavía cerrados y la otra mano sobre mi vientre, pronto elevé mi cuerpo subiéndola en busca de mi pecho el cual apreté con fuerza a través del jersey notándolo bien duro e impaciente por unas caricias que lo calmasen mínimamente. Así lo estuve acariciando un rato, sintiendo aumentar mi placer cada vez que mi mano lo acogía, haciendo que mi respiración fuese acelerándose más y más a cada momento que pasaba. Haciéndose mi excitación cada vez mayor, mis piernas se fueron abriendo apoyando uno de mis pies en el respaldo de la butaca de delante tratando de conseguir una mejor postura que facilitase mi lento avanzar. Abrí unos instantes mis ojos observando en la pantalla toda una serie de imágenes que para mí nada querían decir en ese instante, disfrutando como estaba de aquel momento de intimidad.

Con ligereza fui dejando resbalar mis manos deteniéndome en mis pechos, en mi barriguilla, en mis caderas, en mis muslos, en cada rincón de mi ser y, de ese modo tan estupendo, seguí procurándome un gran deleite cada vez que mis dedos y mis manos se iban apoderando de mis formas. Metiendo mi mano por debajo del jersey me hice con uno de mis pechos sintiendo el pezón endurecerse sin remedio bajo mis dedos y entonces necesité apretarme los labios para que ningún sonido brotara de mi garganta.

Mientras hacía eso, empecé a pasar la otra mano casi sin darme cuenta por encima del pubis acariciándolo y buscando mi sexo a través de la fina braguita. Luego, y como si tuviera vida propia, se introdujo vivaracha y rauda bajo la minúscula prenda notando mis labios abrirse y humedecerse aún mucho más con el roce que mis dedos empezaban a procurarles moviéndose arriba y abajo. Como digo alcancé con mis dedos los labios que se estaban abriendo y mojando cada vez más y más. Buscando un mejor acomodo y haciendo caer un poco las braguitas, dejé mi frondoso pubis a la vista de cualquiera que pudiera verme.

Llevándolo a mi boca bañé uno de mis dedos con mi saliva y lo bajé recorriendo lentamente la rajilla para, iniciando el camino contrario, acabar metiéndolo dentro de ella con gran placer. Tocándola de manera nada descuidada con mi dedo corazón, noté mi entrepierna empapada por mis jugos y, hurgando en ella, sentí la creciente dureza e hinchazón del clítoris respondiendo inquieto al dulce tormento que mi pasión le proporcionaba. Un rápido escalofrío invadió mi cuerpo obligándome a agitarme en una fuerte sacudida mientras la incesante humedad continuaba ocupando mi vulva. Dirigí ahora la palma de mi mano hacia el palpitante clítoris estimulándolo muy lentamente con mis dedos. Disfrutando como una loca, mordí mi mano intentando acallar los gemidos que trataban furiosos de escapar de entre mis labios.

Sobé complacida mis pechos, resultaba grato sentir el suave roce de mis dedos acariciando los duros pezones. Pasé los dedos por encima de la almeja llenándolos con mis fluidos y de allí los llevé a la nariz oliéndolos y disfrutando completamente enloquecida de la calidez de los mismos. Con los ojos cerrados abandoné todo aquello que me rodeaba gozando únicamente de las agradables sensaciones que mis manos me regalaban. Poco a poco inicié aquel suave movimiento de vaivén tan apreciado por mí, en pequeños circulillos y de arriba hacia abajo. Haciendo el ritmo de mis caricias cada vez más constante, metí el dedo corazón y luego el índice en mi vagina y así los estuve metiendo y sacando cada vez más rápido al tiempo que aquellas entradas y salidas repercutían en mi sensible botoncillo rozándolo una y otra vez.

Cada vez me frotaba más fuerte logrando que aquel placer se fuera haciendo completamente insoportable para mí. También las caricias en mis pechos ganaron en intensidad, pellizcándome incluso los pezones de tan caliente como estaba. Sin cesar un segundo en lo que estaba haciendo, noté mi orgasmo aproximarse a marchas forzadas. Sentí la irrefrenable llegada de mi placer y cómo mis dedos se mojaban por entero mientras me agitaba sobre aquella butaca ahogando como pude el grito que pretendía llenar el silencio de aquella oscura sala. Y así me corrí alcanzando el mejor de los orgasmos, un maravilloso e intenso orgasmo que me hizo estirarme golpeando con fuerza la butaca de delante.

Removiéndome aún en mi asiento de pronto noté una presencia extraña a mi izquierda, una mano que no era la mía apoyarse en mi brazo y, abriendo los ojos de golpe, me incorporé sentándome en la butaca. Junto a mí se encontraba una bonita muchacha mirándome divertida y a la que eché unos veinticuatro o veinticinco años. No había reparado en ella al entrar, tal vez llegó más tarde. Media melena castaña, la nariz graciosamente respingona, unos labios gruesos y con el contorno muy marcado y unos ojos grandes de los que no pude percibir bien su tono, allí ocultos entre las sombras que nos rodeaban. No tenía la frescura de la primera juventud, en su rostro se reflejaba una ligera marchitez aunque quizá precisamente aquello era lo que le otorgaba mayor belleza. Con su sonrisa llena de encanto, de tanto en tanto mostraba una risa silenciosa, llena de malicia. Llevaba un bonito vestido de cuello en pico y que apenas le tapaba hasta medio muslo. Sonriéndome siguió sin apartar su mano de mi brazo, más bien todo lo contrario pues lo que hizo fue acariciarlo pasando sus dedos arriba y abajo de manera premiosa. Traté de separarme de su lado buscando taparme como pude, pero ella siguió recorriendo mi piel pasando sus uñas por encima y apoyando las yemas de sus dedos mucho más profundamente como si con ese gesto pretendiese tranquilizarme.

Nunca antes había estado con una mujer y debo decir que me sentí ciertamente extraña, allí con aquella chica mucho más joven que yo acariciándome y observándome mientras me recuperaba de aquel orgasmo vivido en aquella solitaria sesión de cine. Echándome hacia delante busqué escapar pero ella no me dejó manteniéndome bien pegada a la butaca mientras se acercaba más a mí embriagándome con la frescura del perfume que llevaba. Aquella chiquita estaba tratando de provocarme, de seducirme… O tal vez no pero la verdad es que poco a poco la distancia entre ambas se fue haciendo más y más corta sintiendo su rostro casi pegado al mío. Ahora sí pude adivinar levemente el tono grisáceo de sus ojos, unos ojos que parecían querer hipnotizarme por completo.

Déjame, por favor… déjame –supliqué intentando levantarme de nuevo buscando salir de allí.

Tranquila mujer, relájate… no te preocupes por nada –dijo con voz opaca mientras sonreía tratando de hacer que me calmara.

Aquel tono grave de voz y la seguridad en sí misma que desprendía, me hizo empequeñecerme frente a ella quedándome echada en mi asiento con la voluntad totalmente perdida.

Déjame… nunca he estado con otra mujer –confesé sin tapujos mientras seguía tapando mi desnudez como podía.

Lo sé… lo supe desde el momento en que vi cómo me mirabas –exclamó echando su cálido aliento sobre mi mejilla.

Ahora sí estaba completamente segura de que aquella hermosa joven trataba de hacer el contacto entre ambas mucho más íntimo, intentando seducirme como fuera. Al parecer me había tomado por una presa admirable, bonita y amable a la que debía intentar conquistar fuese como fuese. Son los peligros que se corren estando en el estado en que yo estaba y haciendo lo que yo estaba haciendo. Podía haber sido un hombre joven y bien parecido o uno mucho más maduro y seboso pero, sin embargo, quien estaba a mi lado era una bella muchacha de formas sinuosas y mirada profunda con la que parecía querer traspasarme.

Sorprendiéndome de mí misma, empecé a excitarme nuevamente sin poder evitarlo. Fijando mi atención en ella observé su joven rostro de bellas facciones para, de ahí, bajar luego la vista hacia sus muslos los cuales se veían rotundos y firmes bajo las gruesas medias. La tela del vestido se ceñía a su figura insinuando provocativa la forma de aquel par de pequeños y redonditos senos. Como una forma más de seducirme, la muchacha acarició sus cabellos enredando los dedos en los mismos para después pasar sutilmente la mano cerca de sus hinchados pechos los cuales echó hacia delante con intención clara de mostrarlos. No pude dejar de centrar mi mirada en el favorecedor cruzado mágico que tan bien realzaba la silueta de aquella muchachita. Deseaba dar aquel paso que no sabía bien dónde podía llevarme, pasar mis manos por encima de aquella redondez y acariciarla hasta morir.

Y dime cariño, ¿cómo te llamas? –me preguntó pegándose a mí y envolviéndome una vez más con la suavidad del sensual aroma a almizcle que desprendía.

Est… Estela –respondí casi temblando y sorprendida de la enorme seguridad que aquella jovencita demostraba.

Estela, me gusta… –pronunció muy lentamente como si se recreara en cada una de las letras de mi nombre. Encantada, yo me llamo Anabel –exclamó mordiéndose ligeramente el labio superior mostrando así el enorme deseo que la embargaba.

Levanté mi vista hacia ella encontrándome con su mirada fija en mí, en cada parte de mi cuerpo, desnudándome con aquella mirada tan autoritaria y confiada. Su sonrisa indicaba que conocía perfectamente los temores y las dudas que inundaban mi cabeza en esos momentos. Deseaba estar con ella, sentirme amada por aquella hermosa sílfide pero, por otro lado, algo en mi interior me llamaba a salir de allí, escapando de entre sus brazos.

Sin dejarme pensar más e irguiéndose sobre mí, acarició mis cabellos mezclando sus dedos entre ellos caricia que, debo reconocer, me gustó enormemente. Cada vez me sentía más y más entregada a sus miradas, a sus sonrisas, a sus gestos tan cargados de seducción…

¡Me gustas cariño! ¡Eres realmente preciosa! –exclamó de pronto con aquella voz ronca y sensual que tanto me fascinaba.

Y entonces ocurrió lo que tanto tiempo llevaba deseando y temiendo. Inclinándose sobre mí, recorriendo esos centímetros que nos separaban y sin dejar de mirarme de aquel modo tan intenso y perturbador, me hizo tirar la cabeza hacia atrás reclinándola sobre el respaldo de la butaca. Yo no sabía qué camino tomar, si protestar por su descaro o bien levantarme y escapar despavorida de allí. Aquella mirada tan profunda y fascinante me tenía embobada y con el juicio completamente perdido. Me sentía entregada a ella y sabía que no sería capaz de negarme al más mínimo de sus deseos. Traté de hablar pero ella me hizo callar, poniendo sus dedos sobre mi boca como si pretendiese decirme que no pensase en nada y que tan solo disfrutase de aquel mágico momento. Al fin se acercó a mí y, sin siquiera avisar, me ayudó a ladear la cabeza mientras acariciaba mi cara con la palma de su mano y, teniéndome así, me besó con encantadora dulzura, por largo rato, y yo no pude hacer otra cosa que recibir aquel beso tomando sus brazos entre mis dedos mientras cerraba los ojos en señal de total rendición. La sentía tan próxima a mí recibiendo en mi boca aquel cálido y húmedo beso…

Creí estar en la gloria en brazos de aquella hermosa muchacha de bonito cuerpo y cautivadora mirada. Respondiendo a su ataque la enganché por la cintura y esta vez fui yo quien juntó mis labios a los de ella agarrándola por el mentón y besándola de manera desesperada. Nuestras lenguas se unieron enredándose y enlazándose entre sí en el interior de nuestras bocas. Quise gritar pero ella no me dejó mezclando su saliva con la mía y haciéndome notar su respiración desbocada golpeando el aliento por encima de mi mejilla. Mi bella acompañante aprovechó mi total sumisión para acariciarme un pecho y el trasero por encima de la ropa.

Te deseo –susurró separándose ligeramente de mi lado sin dejar de comérseme con la mirada, devorando mi cuerpo, mis pechos que se alzaban prominentes con cada uno de los latidos de mi corazón.

Aquellas palabras provocaron que una leve risita abandonara mis labios sintiéndome temblar de puro deseo. Ahogué un sollozo intentando despegar la vista de ella pero sabiendo que algo me mantenía ahí pegada al asiento, mirándola pasmada y haciéndome sufrir a mí misma sin motivo aparente.

¿Por qué me haces esto? –pregunté con sonrisa nerviosa y notando un creciente sonrojo apoderarse de mi rostro.

Eres preciosa, querida. Ssshhh. Cállate, por favor, cállate y déjame que te bese –me pidió con su voz distorsionada sin dejarme decir nada y, acorralándome entre sus brazos, volvió a besarme apasionadamente.

Me sentía excitada, poniéndome más y más cachonda a cada segundo que pasaba abrazada a aquella hermosa muchacha que me sonreía de manera extraña e insinuante. Acerqué mi nariz a la piel de su cuello y la acaricié casi sin que lo notara. Mi lengua lo recorrió arriba y abajo dejándolo lleno de mi saliva. Anabel gimió débilmente y me permitió seguir, echando la cabeza hacia atrás. Mientras tanto su mano izquierda cayó sobre mi cadera, forzándome a unirme más a ella. Así estuve unos segundos besándole ferozmente el cuello, para luego bajar a su hombro que mordisqueé suavemente disfrutando al verla temblar gracias a aquella caricia que mis pequeños dientecillos le propinaban.

Así, Estela, así… me encanta lo que me haces… vamos sigue –reclamó retorciéndose de placer.

¿Te gusta? –pregunté sin dejar de besarla y acariciarla.

Me encanta… oh sí, me encanta… eres toda una brujilla…

¿Tú crees? –le dije de la forma más provocativa que pude encontrar.

Me tienes loca –confesó haciéndome sentir el calor de sus palabras junto a mi oído.

Cerrando mis ojos me estremecí notando su boca hacerse con mi oreja. Así estuvo unos eternos segundos envolviéndola deliciosamente con sus labios para lamerla y chuparla como nunca antes me lo habían hecho. Notaba sus labios llenarla con su saliva y su respiración acelerada mostrándome lo caliente que estaba. Y todo ello por culpa mía.

Nos miramos calladamente durante unos instantes, examinando cada centímetro del cuerpo de la otra y finalmente rompimos aquel silencio besándonos una vez más mientras nos recorríamos las nucas, las arqueadas espaldas, las nalgas. Ambas no buscábamos más que reconocer nuestros cuerpos, explorar nuestras bocas sedientas de besos, unir nuestras figuras en un sinfín de emociones, olores y sabores…

Nuestras bocas se fundieron en un húmedo beso, besándonos lascivamente, mezclando nuestras salivas, luchando con nuestras lenguas; de mi garganta sólo salían pequeños gemidos de satisfacción, quería más. Estrechándome con pasión, sus labios atraparon los míos mientras los míos buscaron los de ella, deseándola y jugando con nuestras lenguas en el interior de mi boca, apoderándose de ambas la creciente lujuria. La tenía tan cerca de mí que podía sentir su cálido cuerpo enganchado al mío, su corazón latiéndole desbocado, como tratando de escapar del encierro de su pecho.

En ese momento, las manos de Anabel buscaron mi jersey el cual subió hacia arriba comenzando a magrearme los pechos por encima del sujetador mientras fijaba su perversa mirada en la mía disfrutando de mi respuesta a su ataque. Sus manos acariciaban mis senos a través de la tela que los cubría y, apoyando las mías por encima, se las cogí sintiendo su suave tacto recorriendo mi piel. Lentamente alcanzó mi estómago deteniéndose unos segundos, que a mí me parecieron estupendos, en el mismo. Poco a poco aquellas manos se fueron colando bajo el sujetador y haciéndose mucho más osadas, igual que yo que no apetecía otra cosa que no fuera gozar de aquel continuo roce.

Finalmente consiguió soltar el cierre delantero del sujetador dejando aparecer mis jugosos, descarados y turgentes pechos. Mi pulso alterado junto al frescor del aire acondicionado de la sala hicieron el resto. Lanzándose sobre mis senos, apretó sus manos notando yo cómo mis pezones se endurecían inevitablemente. Luego los pellizcó, estrujándolos y tirando de ellos con fuerza. La rudeza de aquella caricia me excitó igual que a ella. Su boca bajó hacia mis pechos empezando a chuparlos y lamerlos tan avezadamente que logró hacerme mojar una vez más al tiempo que un largo suspiro salía de mis labios. Bordeó la aureola del pezón dejando un rastro húmedo a su paso y así estuvo jugueteando y adueñándose de aquella pequeña protuberancia, succionándola sin descanso una y otra vez. De ahí pasó de uno al otro pecho repitiendo las caricias alternativamente entre mis ahogados lamentos de satisfacción.

Mis dedos se deslizaron entre sus cabellos forzándola a renunciar al calor de mis pechos. Mientras tanto mis manos aparecieron de debajo de sus ropas y pude escuchar, como respuesta a aquel abandono, el lamento quejicoso de mi joven compañera. Tomando yo entonces las riendas, la cogí de los brazos y la llevé contra la butaca. Me moría de ganas de besarla y así lo hice besándola con furor y permitiendo que su lengua penetrara en mi boca.

Mordiéndose el labio con cara de deseo, una de sus manos reemplazó a la que yo tenía sobre mi sexo y con una sonrisa de agradecimiento, dejé que me hiciera lo mismo que poco antes había estado haciendo yo. Muy lentamente bajó la otra mano por el torso para luego empezar a arañarme sin dejar de pasar las uñas por el interior del muslo. De ahí pasó a mi barriguilla recorriéndola por entero para, después, hacerse con mi ombligo el cual llenó de besitos haciéndome vibrar al contacto de aquella lengua por encima de mi piel. Mis caderas se removieron, abriéndose mis piernas sin remedio tratando de provocar el contacto con aquella diabólica lengua que tanto me hacía sentir.

Con mi mano apoyada sobre la suya sentí hacerse sus caricias más violentas, casi obscenas. Apartando la tela de la braga, fue introduciendo premiosamente un dedo en el interior de mi vagina y empezó a meterlo y sacarlo con facilidad gracias a lo mojada que me encontraba. Manteniendo mis ojos bien cerrados, abrí aún más las piernas gozando de las entradas de aquel dedo que pronto se vio acompañado por dos más con lo que mi humedad se hizo imparable.

Entre las sombras que nos rodeaban, pude ver la cabeza de la muchacha hundirse en busca de mi más íntimo tesoro. Sus manos acariciaron suavemente mis piernas subiendo y bajando por los glúteos. Un tímido murmullo brotó de mis labios notando mi entrepierna arder al tiempo que mi excitación aumentar más y más. Tratando de favorecer sus caricias doblé las piernas dejándolas descansar y de ese modo mi coñito quedó totalmente al descubierto frente a ella. Sentía mi vulva quemarme y palpitar deseando recibir el roce de aquella boca que imaginaba sutil y cariñosa.

Cariño, qué mojada que estás… me encanta –le escuché decir mientras la descubría humedeciéndose los labios.

Me tienes muy cachonda… cómemelo, no lo aguanto más… -respondí estirándome hacia atrás todo lo que pude.

Las caricias de sus dedos se hicieron maliciosas recorriéndome el vello púbico para luego bajar alrededor de la rajita. Un inesperado respingo me invadió al apoderarse con enorme dulzura de mis labios mayores. Gemí creyéndome morir de gusto ante aquel placer cada vez más y más intenso que me corría de pies a cabeza. Anabel pasó la palma de su mano arriba y abajo y aquel contacto logró que mi sexo se mostrara más lubricado haciéndose la sensación más placentera.

Yo empecé a acariciarme los pechos con decisión, apretándolos con fuerza hasta lograr una mezcla extraña, mitad profundo dolor mitad sensación agradable, al notar mis pezones duros y empitonados bajo las caricias que mis dedos les prodigaban. Los ojos de la muchacha permanecían fijos en mí observando mis movimientos al tiempo que meneaba su lengüecilla humedeciéndose los labios para provocarme de aquella manera haciéndome perder la razón.

Levantando las piernas, mis nalgas se elevaron buscando la caricia femenina, deseando el contacto con aquella boca y aquella lengua que tan loca me volvían. Removiéndome en la butaca, me excité, mi cuerpo se convulsionaba al notar un nuevo orgasmo llenarme por entero tan solo imaginando las miles de emociones que aquella boquita podía llegar a procurarme. Mientras mis músculos se contraían mordí mis labios evitando una vez más chillar la dicha que me envolvía. Saboreando mi total entrega, mi joven compañera extrajo los dedillos del interior de mi vagina para dármelos a probar al instante. Los estuve chupando un largo rato, primero uno y luego otro más, disfrutando del sabor de mis propios jugos los cuales descubrí deliciosos y sabrosos.

Es una mierda no poder gritar al mundo el mucho placer que me das.

Es cierto lo que dices pero, por otro lado, piensa en lo morboso que resulta hacerlo en un lugar público y con el temor de que alguien pueda vernos –exclamó devorándome con sus ojos de gata y consiguiendo con sus palabras tranquilizarme un tanto.

Tras mi necesario descanso me agarró de los brazos y, sonriéndome, me levantó tomándome por la cintura para así ayudarme a volverme de espaldas a ella mostrándole mis redondas posaderas sin el menor recato. Sabía que eso le iba a gustar y a mí también, con lo que elevándolas hacia arriba las removí adelante y atrás tratando de incitarla ahora yo a ella.

Metiendo las manos bajo mis bragas, empezó a masajearme las nalgas con verdadera maestría haciéndome sentir el contacto de sus dedos por encima de ellas. Pronto hizo bajar la minúscula prenda dejándola resbalar por mis piernas hasta acabar quitándomelas con un coqueto movimiento del pie. En ese momento se lanzó sobre mis redondeces comenzando a chuparlas de manera golosa recorriendo cada uno de los contornos que tan amablemente se le ofrecían para su total deleite. Suspiré ante tan inesperado ataque y levanté mi culo lo más que pude contribuyendo de ese modo al avance de mi experta compañera.

En voz baja no hacía otra cosa que pedirle más y más mientras sus manos estrujaban mi cuerpo y yo introducía uno de mis dedos en la boca, lamiéndolo de manera impúdica y soez como nunca había hecho antes. Elevando mi cabeza y echando la vista atrás entre caricias a mi cabello y mi cuello, observé con agrado cómo Anabel golpeaba mis nalgas dándoles pequeños cachetes de manera alternativa. Abriéndome las piernas poco a poco, fue reconociendo cada una de mis partes echando los labios a los lados y empezando a meter el dedo escarbando en mi vagina para acabar sacándolo, encontrando entonces mi clítoris el cual martirizó con movimientos circulares. Notaba el clítoris excitadísimo y mis piernas temblar cada vez que las yemas de sus dedos acariciaban mi endurecido botoncillo. Mientras tanto con una de mis manos traté de calmar mi nerviosismo abarcando mi pecho con toda la amplitud que la palma me permitía.

Ella ahora sopló sobre mi vello púbico haciéndome sentir su cálido aliento a través de mis húmedos pelillos. Aquel agradable calorcillo tuvo el feliz resultado de hacer que me estremeciera por completo notando la delicadeza de aquella caricia por encima de mi piel. Enseguida gemí discretamente una vez gocé de la entrada de dos de sus dedos invadiendo las paredes de mi vagina y de sus sonrosados labios apoyados encima de mi vulva. Mis cansados párpados cayeron rendidos ante la enorme acumulación de sensaciones que mi joven compañera me hacía sentir. Besándome el pubis aprovechó para oler mi sexo apoderándose después de mi clítoris el cual lamió pasando la lengua arriba y abajo. Me encogí de gusto arqueando la espalda y echando las nalgas más hacia atrás en busca de toda una serie de nuevos placeres en manos de aquella encantadora brujilla.

Frotando mis glúteos con las manos y explorando mis labios con la lengua, me estremecí agitándome al notarla golpear mi sexo sin compasión alguna. Así estuvo envolviendo mi clítoris con los labios y lamiéndolo una y otra vez mientras me acariciaba con la mano la redondez de mi culo. El ritmo de mi pobre corazón aumentó con cada una de las caricias que aquella lengua me daba. A continuación y sin solución de continuidad, penetró suavemente mi conejito con el dedo hasta acabar metiéndolo por completo. Creí morirme de gusto notando aquel perverso dedo entrar y salir cada vez más rápido. Me sentía muy caliente y a cada paso deseaba que aquella hembra me diera más caña. De pronto paró iniciando un movimiento oscilante mucho más lento pese a mis quejas por conseguir que lo hiciera de forma más profunda. Nuevamente comenzó a empujar hábilmente las paredes interiores haciéndome perder el mundo de vista. Sus dedos hurgaban mi intimidad, estudiándola hasta el fondo, estimulándola y follándola con el mayor de los cuidados.

Jugando con mi entrepierna estuvo un largo minuto metiendo y sacando su dedo al tiempo que acariciaba los pocos pelillos que rodeaban mi rajilla. Abriéndome las nalgas y sin esperármelo, uno de aquellos dedillos buscó espacio en el interior de mi ano acariciando el anillo de mi entrada tratando de hacer que me fuera relajando poco a poco.

No, por ahí no… déjame, por favor –supliqué echando el cuerpo hacia atrás.

Tranquila, ya verás que te gustará… te haré correr como una loca –exclamó haciendo llegar su apacible voz a mi oído una vez me atrajo hacia ella tirando mis cabellos a un lado y dejando mi orejilla descubierta y desnuda.

Tras esto mi querida Anabel empezó a comerme el pequeño lóbulo percibiendo yo un escalofrío mayor que los anteriores recorrerme todo el cuerpo. Lancé un ligero lamento nada más sentir la presión de aquel elemento abriéndose paso en el interior de mi culito. Gracias a lo muy mojado que estaba, el placentero dedo fue entrando con facilidad pasmosa consiguiendo que mi estrecho agujerillo se fuese dilatando hasta acabar permitiendo la total ocupación de mis entrañas. Notándome llena, sonreí maliciosamente al gozar de los placeres de la sodomía apreciando el dedo empezar a deslizarse dentro y fuera obligándome a echar hacia delante para así disfrutarlo más.

Sigue cariño, sigue… qué maravilla, me vas a hacer enloquecer –susurré meneando mis caderas para lograr de esa manera hacer el placer mayor.

¿Te gusta verdad? –preguntó mientras hacía las entradas y salidas mucho más ágiles y veloces sodomizándome hasta acabar perdiendo el sentido de mis actos.

Gimiendo e intentando no hacer ruidos que pudieran provocar el escándalo, sentí la llegada de un nuevo orgasmo y tensándome me corrí ahogando un gruñido de satisfacción mientras caía derrotada bajo las caricias que mi joven y experta compañera me había procurado.

Incorporándome como pude la hice tomar asiento ahora a ella para devolverle todo aquello que me había hecho disfrutar con sus sabias caricias. La verdad es que no sabía por dónde empezar pero, por otro lado, imaginé que no me resultaría muy difícil dar con la tecla exacta para hacer que aquella gatita se retorciese entre mis manos. Como si hubiese leído mis pensamientos, inmediatamente Anabel se subió el dobladillo del vestido de un golpe mostrándome, sin la menor vergüenza, su frondosa mata de vello y su entrepierna desnuda.

¿No llevas bragas? –pregunté sin hacerme a la idea de verla sin nada que cubriera el más íntimo de sus secretos.

Oh, no te sorprendas por eso. Suelo hacerlo a menudo y además resulta mucho más cómodo y práctico en situaciones como esta –respondió disfrutando al verme tan extrañada y confundida.

Mi mirada vagó de la parte baja de su vestido a aquel par de hermosos y sonrientes ojos. Anabel era bella, de una belleza deslumbrante y sublime o al menos así me lo pareció en esos momentos viéndola allí tumbada y con una de sus manos apoyada levemente sobre su rodilla. Me acerqué a su rostro ovalado y con la punta del dedo acaricié su respingada naricilla, rociada de pecas, para luego bajar a su boca besándonos profundamente. Dirigiéndome a los pechitos, se los chupé notando sus erguidos pezones que parecían querer romper la fina tela del vestido. Estaba tan cachonda con aquello que allí estuve dedicándome un largo rato lamiéndole los pechos y pasando mis labios y mi lengua por ellos segundo a segundo.

Se la veía preciosa con aquellos pantis sujetos con liguero que tanto erotismo la hacían desprender. Allí estuve rozándole el borde del panty hasta que Anabel me animó a seguir investigando. Elevando mis ojos me la quedé mirando, embriagándome con el atractivo de su cara, con sus sugerentes gestos y con su modo de moverse tan provocativo y sensual. Verdaderamente era un sueño de mujer, la criatura más sensual que había visto nunca. Tenía los párpados caídos y dejando caer la melena hacia atrás atrapó sus labios, consiguiendo seguramente de ese modo poder acallar el enorme deseo que sentía.

Doblando las piernas y separando un poquito más los muslos, me mostró su oscuro y húmedo sexo al mismo tiempo que se mordía coquetamente uno de sus dedos provocándome con ello como pocas veces lo habían hecho antes. Evidentemente todo aquello para ella no era más que un juego, para ella provocar resultaba tan natural que se dedicaba a ello sin importarle nada más. Nunca con un hombre había podido disfrutar de la complicidad que aquella muchachita me ofrecía con su frescura y espontaneidad. Abrió los ojos y una sonrisa maliciosa curvó sus labios.

Bésame cariño, lo necesito –me pidió hablando en un ronco susurro.

La mirada de Anabel encerraba una invitación a la que era imposible resistirse. Respondí rauda a aquella petición tan bien formulada y, subiendo sobre ella, incliné mi cabeza y besé su boca mezclando las lenguas en un turbulento combate sin fin. Pronto retuve su mano, familiarizándome con ella, haciéndole sentir la pureza del roce de mis dedos recorriendo la palma de un lado a otro. Las yemas de mis dedos emprendieron camino a través de su cuello emborrachándose con la calidez de la muchacha. Ella se recostó sumisa, apoyándose sobre sus codos. Su cuerpo juvenil y elegante estaba totalmente a mi merced. Exploré lentamente sus bellas formas y un sentimiento lascivo bramó a través de ella nada más encontrar las zonas que la hicieron retorcerse. Aquellos labios trémulos de deseo, la piel sensible de la barbilla, la hermosa oquedad de su garganta. Yo devoraba cada parte de su cuerpo con gran audacia, saboreándola, degustando su piel, impregnándome con la frescura de su fragancia femenina. Anabel se movió junto a mí, situando levemente la mano sobre mi cadera desnuda. Yo me estremecí por completo pero no me separé, sintiendo una agradable sensación correrme hacia la ingle.

Tenía poco tiempo y debía darme prisa si quería arrancar de mi joven compañera un orgasmo que tranquilizara mínimamente la enorme cachondez que la envolvía. Colocándome ahora yo entre sus piernas, descubrí el río de jugos que brotaba de aquel sexo juvenil en el que destacaba la espesa mata de vello que cubría el palpitante pubis. Me dispuse a disfrutar de aquella empapada entrepierna que tan febrilmente se me ofrecía. Aquella iba a ser la primera vagina que me comiera, algo imaginado hasta entonces por mí como sucio y reservado sólo para mentes enfermas. Humedecí mis labios como preparación a todo aquello que estaba por venir, a mi estreno en el sexo oral con otra mujer.

Vamos, no me hagas esperar más. Me encanta ver cómo me miras y la cara de placer y de deseo que tienes.

Su mano resbaló por encima de su conejillo, acariciándose ella misma y rodeando con los dedos la humedad de sus labios. Era tremendo el grado de excitación que podía lograr en mí provocándome de aquel modo. La muchacha continuó con aquel espectáculo que me estaba dando, metiendo y sacando el dedillo buscándose lo más hondo de su vagina.

Dime cielo, ¿te gustaría probarlos, verdad? –me preguntó mientras se sacaba el dedo completamente húmedo de sus fluidos.

Acercándolo a mi boca me lo dio a probar, saboreándolo yo arriba y abajo deleitándome con el regusto levemente dulzón de sus secreciones. Luego pude ver cómo lo llevaba hacia la vulva acariciándola haciendo pequeños circulillos con las yemas de los dedos para, repentinamente, retirarlo como si la hubiera pillado en falta. Aquella actitud falsamente vergonzosa me encantó, aquella gatita sabía en cada momento cómo actuar para conseguir hacerme enloquecer con cada uno de sus gestos.

Apoderándome de su entrepierna, deslicé mi mano recreándome en aquella caricia y sintiendo el enorme calor que aquella muchachita desprendía. Al fin introduje mis dedos en su coñito sin que Anabel nada dijera, tan solo elevando su pelvis hacia mí mientras se acariciaba los senos con las manos. Mis ojos quedaron fijos en el rosáceo de su brillante coño y decidí entonces que era hora de encaminar mis pasos hacia el mismo, ahogándome entre sus piernas hasta acabar con mi lengua pegada a aquella flor tan húmeda y abierta.

Uff… así mi amor, así… verás que bien lo haces, lámelo cariño –dijo con una pícara sonrisa.

Estoy hambrienta, ¿sabes? –confesé antes de volver a enterrar mi cabeza entre aquellos líquidos tan viscosos.

Mis dedos quedaron enredados en los crespos y desordenados pelos de su vello púbico y mi nariz aspiró el fuerte aroma de su sexo. Olía a hembra excitada y deseosa por sentir unas caricias que la calmasen. Con la lengua indagué por encima de su empapada vagina y pronto el ataque se hizo más intenso disfrutándola y empujando dentro de ella. Aquello no fue para mí nada molesto sino, muy al contrario, una experiencia agradable y fascinante a la que me entregué con la mayor de mis pasiones. Acariciándome el cuello y cogiéndome de la cabeza, mi joven amante me apretó con fuerza contra ella reclamando mayor velocidad por mi parte. Su respiración se hacía más y más vertiginosa.

No vacilé más. Acerqué mi boca a su vulva y empecé a lamer con mi lengua el ardor de sus labios vaginales, llenándolos con mi saliva y humedeciéndolos aún más si es que aquello era posible. Busqué apoyo en los dos pilares de sus piernas y con los pulgares abrí más su vagina dejándola totalmente expuesta. Relamiéndome de gusto traté de meter la punta de la lengua dentro de ella. Anabel suspiró tímidamente mientras su cuerpo temblaba de placer. Con los dedos alcancé su ano, masajeándolo lentamente mientras mis labios envolvían el clítoris notándolo crecer y enderezarse bajo el roce que mi lengua le daba. Lamí y chupé su botoncillo de manera enloquecida demostrándole así lo mucho que me gustaba aquello. Bebí sus jugos mezclándolos con mi saliva y volví a adueñarme del diminuto órgano devorándolo y dándole pequeños mordisquillos que encantaron a mi joven compañera.

No tardaría mucho en correrse, estaba bien segura de ello.

Rodeándome con sus piernas. me apretó más a ella sin darme oportunidad de escapar y obligándome a seguir con lo que estaba haciendo. Separándome de ella como pude me quedé unos segundos disfrutando de la imagen de su sexo para rápidamente martirizarla nuevamente dándole fuertes lametones que la hicieron vibrar. Su desasosiego e inquietud no hacían más que crecer.

Sigue, sigue… cielo, no lo soporto más, creo que voy a terminar –anunció removiéndose como una culebra, perdido totalmente el control.

Mmmmm –fue la única réplica que le di, tan concentrada estaba en mi dulce tarea.

Una vez más intensifiqué el ritmo de mis caricias, haciéndolas más violentas, más acentuadas y respondiendo ella clavando sus uñas en mis brazos como si fuera su única tabla de salvación. El orgasmo tan esperado la invadía, sus manos se crispaban sobre mi cabeza aplastándome hasta morir. Tensándose por completo se corrió sin que yo dejara de chupar su rajilla tratando de sacar todos los jugos que aquella hermosa hembra pudiera regalarme. Entre temblores y espasmos de su cuerpo, un orgasmo mucho más intenso se unió al primero haciéndola gruñir mientras mis manos sorprendían el irrefrenable hormigueo que le corría por cada una de sus voluptuosas formas. Comprendí entonces la sensación avasalladora que la naturaleza nos ofrece cuando el orgasmo múltiple nos visita. Pocas veces había vivido tan explosiva respuesta por mi parte y debo reconocer que el hecho de habérselo hecho sentir a tan bella hembra, hizo que mi autoestima se elevara por las nubes.

Mientras Anabel se relajaba, mis labios volvieron a apoderarse del clítoris saboreando y bebiendo las últimas esencias de su entrepierna derrotada y cansada. Incorporándome sobre mis pies me levanté envolviendo su figura y, acariciándola tiernamente, mi lengua penetró en su boca confundiéndose con la suya.

Uff, ha sido maravilloso –declaró una vez nos separamos al mismo tiempo que procuraba recuperar el aliento.

¿De veras te ha gustado? ¿lo dices en serio?

¿Bromeas, cariño? Me has vuelto completamente loca –reconoció mientras se abrazaba entregándose a mí haciéndome notar la calidez de sus sensuales curvas.

Una vez la gente fue abandonando el cine recogimos los olvidados bolsos y, tras ponernos las prendas de abrigo, me levanté siguiendo el hipnótico contoneo de caderas de tan espléndida mujer. Al salir a la calle la oscuridad nos saludó y, sin querer finalizar todavía tan agradable encuentro, invité a Anabel a tomar un café asintiendo ella al instante. Nos metimos en un concurrido local encontrando una mesa desocupada en un rincón escondido. Allí estuvimos hablando de diferentes cosas, la mayoría sin el más mínimo interés. Lo único que nos importaba era disfrutar de la compañía de la otra, devorarnos sin decir nada, solo deseando una próxima cita que nos permitiese descubrir nuevas sensaciones...

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