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Deleites negros

en Interracial

Deleites negros

Ella, gimiendo nuevamente, atrapó la cabeza de su enamorado por la nuca para aproximarlo más a sus excitados pechos. Cerró los ojos y todo su cuerpo vibró de emoción mientras los pezones se encabritaban irremediablemente con el simple aliento masculino cayendo por encima de ellos…

 

In the shuffling madness

of the locomotive breath.

Runs the all time loser

headlong to his death.

Oh, he feels the piston scraping

steam breaking on his brow.

Old Charlie stole the handle

and the train won’t stop going

no way to slow down oh, oh.

He sees his children jumping off

at stations one by one.

His woman and his best friend

in bed and having fun.

Oh, he’s crawling down the corridor

on his hands and knees.

Old Charlie stole the handle

and the train won’t stop going

no way to slow down yeah, yeah…

Locomotive breath, JETHRO TULL

 

¡No me cuentes tus problemas, eso es trabajo tuyo! –respondió Carla con cierta acritud, consciente como era de estar completamente en lo cierto. Necesito urgentemente dos días de descanso así que hasta el lunes no pienso volver por la oficina. Marta, soluciona eso lo antes posible y disfruta del resto del tiempo.

Carla colgó, sin tan siquiera despedirse, el bonito teléfono móvil que Marcos, aquel guapo y eficiente comercial de la compañía de telefonía móvil le había conseguido una semana antes y que le ofrecía toda la cobertura que el trasto que antes tenía no le daba. Tras dejar el plateado aparato en su bolso de mano buscó un cigarrillo con el que calmar la ansiedad que la envolvía.

Marta, su joven secretaria, resultaba un encanto de persona eso no podía negarse pero, por otro lado, convenía aceptar el hecho de que se ahogaba en un vaso de agua ante el más mínimo problema que se le presentara. Llevaba unos seis meses trabajando con ella en la editorial y en alguna que otra ocasión había pensado en sustituirla por otra persona, viendo las dificultades que la muchacha mostraba en el día a día.

Echando una larga y profunda bocanada al aire viciado de la cafetería, Carla siguió golpeando repetidamente, con sus bien cuidadas uñas pintadas de un azul metálico, la base de su copa de Martini blanco mientras disfrutaba de la compañía de aquel músico callejero que solía tocar en aquella calle y que animaba con su guitarra las conversaciones de la gente con una versión áspera y aguardentosa de una conocida balada de origen celta acompañada, de tanto en tanto, con el sonido claro y potente de la armónica.

Carla se dejó llevar por la música que entraba a través de la puerta abierta del local y de vez en cuando llenaba sus pulmones con el humo del tabaco al tiempo que veía, por el cristal que daba a la calle, a la gente pasar y traspasar de un lado a otro de la acera, una turbamulta variada de personajes singulares y locuaces corriendo sin descanso camino de un destino desconocido en el tráfago ensordecedor de la ciudad.

Por fin ya es viernes. Toda la semana de puto culo y sin un segundo de respiro –se dijo a sí misma la bella mujer de luengos cabellos níveos y ensortijados mientras saboreaba el amargo sabor de la aceituna procurando olvidar toda la caterva de preocupaciones que le rondaban la cabeza pese a sus muchos esfuerzos por tratar de hacer que fueran paso a paso desapareciendo.

Un rayo de luz penetró a través del ventanal haciendo que el sombrío ambiente fuese adquiriendo un tono ligeramente amarillento gracias al rebotar furioso de aquel alud radiante por encima del limpio cristal. Los mechones de sus cabellos brillaban bajo el efecto de los rayos del sol haciéndola parecer mucho más joven y hermosa. Carla se vio obligada a entornar sus bonitos ojos abriéndolos despacio e intentando acostumbrarlos a la fuerza incontenible de semejante luminosidad. En esos momentos es cuando más echó en falta las gafas de sol, pero esas cosas suelen ocurrir. Cuando más las necesitas es cuando te das cuenta que no dispones de ellas.

A sus treinta y tres años se encontraba en la flor de la vida y ella lo sabía. Todavía soltera y sin compromiso alguno, era plenamente consciente de disfrutar de cada segundo siempre que podía. Aquel día vestía un conjunto de entretiempo en tonos pasteles formado por una blusa de un suave color naranja y una falda blanca y larga cubriendo buena parte de las botas vaqueras que calzaba. La americana de lino azul celeste descansaba sobre el asiento junto a ella. Con los dedos se atusó mínimamente el pronunciado flequillo que le daba un aspecto juvenil, cosmopolita y desenfadado y que otorgaba todo el protagonismo a sus bonitos ojos almendrados, tremendamente seductores y de un azul intensísimo.

Tras llamar al camarero y pagar la cuenta dejando algo de propina que fue aceptada con amplias señales de agradecimiento por parte del hombre, Carla se levantó cogiendo el bolso, se puso la americana con la mayor corrección y abandonó la cafetería echando una rápida ojeada y haciéndose una imagen fotográfica de la gente que la rodeaba. Buscando espacio entre las mesas para poder salir, observó alguna que otra pareja hablando animadamente y pronto su mirada se centró con el mayor de los descaros en la entrepierna de un atractivo muchacho al que no echó más de veinte años. De manera indisimulada y sin vergüenza alguna pasó la lengua por encima de sus labios imaginando toda una larga serie de posibilidades en compañía de aquel joven animal.

Pese a su embobamiento, enseguida adivinó que aquel no era el hombre con el que poder disfrutar de un buen rato de sexo salvaje y sin preguntas que responder. Mostrándose indiferente, sintió sobre ella los ojos escrutadores y aniquilantes de un bello ejemplar de piel oscura que no dejaba un segundo, bajo sus lentes de elegante diseño italiano, de devorar las sinuosas formas de su cuerpo. Uff, está para comérselo –pensó al saberse segura de haber despertado el interés de aquel tipo.

De súbito un repentino temblor, un chispazo electrizante la invadió subiéndole por toda la espalda hasta alcanzar lo más profundo de su cerebro. Notó sus pómulos acalorarse y su sexo mojarse sin remedio bajo la tela de la braguita y no pudo hacer otra cosa que contonear sus caderas, restregando una pierna contra la otra bajo el efecto de sus pasos, como si con ello quisiera llamar aún más la atención de aquel hombre.

La mujer era pizpireta y menuda, pero a la vez muy sexy. Fácilmente podría pasar por una chica de veintitantos años. La tenue brisilla del mediodía le fijaba el algodón de la falda a los muslos y hacía remover el cuello de su blusa entreabierta. Sabiéndose observada y a unos cuatro metros de donde el hombre se encontraba, se agachó arreglando coquetamente el dobladillo de la falda para después acariciarse las pantorrillas con calculada lentitud, pasando sensualmente los dedos por encima de las finas medias. Al doblarse para colocarla, sus turgentes pechos se remarcaron con nitidez bajo la ligereza de la blusa que los cubría.

Experta como era, sabía que aquella especie de ritual nunca le fallaba y en aquella ocasión no fue menos. Todo aquello no perseguía más que animar a su masculino público, formado en esos momentos por aquel macho de piel finísima y negra como el carbón. El hombre se veía derrotado, con la boca abierta y sin apartar un segundo la mirada de la delicia de sus piernas.

Buscando provocar el encuentro entre ambos, Carla se encaminó hacia él tropezando tontamente con el pie contra la pata de la silla al llegar a la altura donde el hombre se hallaba.

¡Oh, pero qué torpe que soy! –exclamó viéndose perder el equilibrio y caer del bolso abierto parte de sus cosas las cuales fueron a dar al suelo desparramándose por el mismo.

Déjeme ayudarla, señorita –se ofreció él galantemente al tiempo que acogía las redondeces del cuerpo femenino entre sus fornidos brazos.

Reponiéndose del susto inicial y separándose con prontitud del hombre, ambos se acuclillaron frente a frente sin dejar un solo segundo él de mostrar su larga hilera de blanquísimos y bien cuidados dientes. Así fueron recogiendo paso a paso la pitillera, la pluma estilográfica, las llaves de casa, el cepillo y el paquete de pañuelos que siempre la acompañaba, rozándose los dedos de vez en cuando y de forma fingidamente distraída. Los dos eran plenamente conscientes del deseo que en ellos anidaba por llevar más allá aquel simple roce.

Finalmente ambos acabaron puestos en pie entre las disculpas y muestras de gratitud por parte de ella. Visto de cerca resultaba aún mucho más atractivo a los ojos de la mujer, con aquella mirada tan oscura y profunda y el rictus de seguridad en sí mismo que demostraba. Mucho más alto que ella, de cerca de 1,90 lo imaginó pues ella era alta y le sacaba casi toda la cabeza, no pudo más que sentirse temblar en compañía de aquel enorme macho allí en medio de la concurrida terraza de aquella cafetería y gracias a aquel feliz y aparentemente casual encuentro.

¡Dios mío, qué pedazo de hombre! ¡Como todo lo tenga igual de grande! –se dijo notando crecerle unas terribles ganas por averiguarlo y sintiendo sus piernas desfallecer por momentos.

Fue entonces cuando sus ojos tomaron contacto una vez más descubriendo la mujer un irrefrenable deseo en la mirada del hombre. El mismo arrebato de pasión que ella notaba imposible de parar dentro de ella.

¿Me permite que la invite a tomar una copa? –le escuchó preguntar con aquella voz ronca y varonil que tanto le había gustado la primera vez que la oyó.

Oh, es usted muy amable pero acabo de tomar un Martini en una de las mesas de la cafetería –respondió mirando hacia el interior del local como buscando confirmación a sus palabras.

¿Me permitirá entonces que la invite a sentarse un rato conmigo para poder conocernos mejor? –volvió a preguntarle con la mejor de sus sonrisas.

Carla lo deseaba tanto como él y, mientras permanecía callada un breve instante, pensó que no podía negarse a aquella invitación tan bien formulada considerando el hecho que no tenía nada mejor que hacer que gozar de la compañía de aquel guapo y educado espécimen de piel oscura. Al parecer el fin de semana se presentaba mejor de lo que en un principio había podido imaginar…

Estaré encantada –aprobó sonriendo a su vez mientras tomaba asiento dejando el bolso colgado en el respaldo de su silla.

Un brillo inconfundible apareció en los negros ojos del hombre ante la rápida aceptación por parte de ella. De unos treinta años y con la cabeza completamente afeitada, pronto reclinó la espalda en la silla sonriéndole esta vez de manera mucho más cómplice. Era como si entre ambos ya hubiera empezado a nacer una relación mucho más estrecha y quizá así fuera, quiso fantasear la mujer al mismo tiempo que iniciaban una conversación sin la mayor transcendencia.

Con sus manos un tanto rudas y de anchas espaldas, el atractivo muchacho vestía de manera informal con su camisa verde oscuro de algodón, con las mangas ligeramente subidas dejando parte de los brillantes antebrazos al aire, unos pantalones negros de vestir y mocasines igualmente negros.

Casi sin darse cuenta estuvieron hablando un largo rato de diferentes cosas, conociendo Carla que su acompañante se llamaba Ernesto, que era de origen cubano y trabajaba en el departamento de ventas de una multinacional de componentes electrónicos para ordenadores. Ella comentó sus últimos problemas en el trabajo, notando permanentemente clavados los ojos de aquel hombre sobre su cuerpo mientras hablaba. Una mirada intensa que la hacía sentir excitada e inquieta a partes iguales. No pensaba más que hacer el contacto entre ambos más próximo pero no sabía cómo provocarlo. Por suerte él se la adelantó invitándola a comer en su casa.

Se está haciendo tarde… ¿qué te parece si comemos en mi casa? Preparo unos platos de pasta y tengo algo de carne guisada acompañada de patatas, guisantes y zanahoria. Vivo frente a la playa, en una media hora estamos allí. Vamos tengo el coche cerca –dijo tomándose la libertad de tutearla y echando el último trago a su refrescante cerveza antes de ponerse en pie, dejando unas monedas en el platillo que reposaba sobre la mesa, sin tan siquiera dejarla responder.

La naturalidad de aquella invitación fascinó a Carla haciéndola sentir completamente atraída por aquel hombre, al tiempo que pensaba una y otra vez en otro tipo de comida mucho más suculenta para sus intereses. El fuerte olor a macho actuó en ella como el mejor de los afrodisíacos haciéndola sentir impaciente por llegar lo antes posible al domicilio de Ernesto. Sabía lo que iba a ocurrir entre ellos y estaba totalmente dispuesta a dejarse envolver por aquellos poderosos brazos.

De pie junto a ella, él le cogió amablemente el bolso ayudándola a levantarse para seguidamente dirigirse los dos en busca del coche, dejándose llevar la mujer notando la mano masculina apoyada suavemente sobre su espalda al tiempo que Carla aprovechaba para llenar sus pulmones de aire, lo cual produjo que sus pechos se marcaran tentadores por debajo de la tela de la americana. Pronto encontraron el vehículo el cual se encontraba estacionado justo al dar la esquina. La cercanía del cuerpo de Ernesto hizo que el chispazo electrizante que había percibido minutos antes volviera a presentarse en ella, notando un ligero calorcillo entre las piernas implorando unas caricias que lo calmaran. En un instante de lucidez pensó si estaba loca viéndose acompañada por aquel tipo de piel de ébano del que, a fuer de ser sincera, nada sabía. Mientras subía al coche no pensó en nada más, sólo en disfrutar de la compañía de aquel hombre de presencia perturbadora y voz tan seductora.

Ernesto encendió el aire acondicionado mientras pisaba el acelerador camino de casa. Pronto un frescor agradable se apoderó del habitáculo del coche. Carla apreció el roce de la mano del hombre contra su rodilla cada vez que cambiaba de marcha, y en lugar de separarse, la mantuvo allí quieta ayudando a que el contacto entre los dos se fuera acentuando. Así estuvieron unos minutos sin decir nada, sólo gozando de aquel continuo rozamiento que parecía unirles más y más a cada momento que pasaba. De esa manera, pasando toda una larga sucesión de acacias y palmeras, dejando edificios y semáforos atrás y una media hora después como él había indicado, acabaron al fin frente a la puerta del parking la cual se abrió obediente bajo el toque de los gruesos dedos encima del botón del mando a distancia.

Él la ayudó a salir del coche tendiéndole cortésmente la mano y de ahí fueron al ascensor. Nuevamente el silencio se apoderó de ellos mientras el ascensor recorría el trayecto hasta la planta donde vivía el hombre que, según comprobó Carla, era el último piso. Sacando la llave del bolsillo del pantalón abrió la puerta, incitándola con un leve movimiento de su mano a que cruzase el umbral. La mujer se encontró cara a cara con un reducido espacio en penumbra, tan solo iluminado tímidamente por la luz que entraba a través de las pocas rendijas abiertas de las persianas bajadas.

Permíteme, voy a levantar las persianas –exclamó su anfitrión mientras se encaminaba hacia el amplio ventanal abriendo la persiana con unos decididos golpes de brazos. Luego abrió las puertas en par en par dejando que una agradable corriente de aire llenase la habitación.

Los ojos de Carla se fueron haciendo poco a poco al torrente luminoso que ocupó con celeridad la estancia.

Pasa mujer, no te quedes en la puerta. Espero que te guste, no es muy grande pero para mí resulta suficiente. Dame la americana y el bolso, los colgaré en la percha –le pidió sonriéndole una vez se halló junto a ella.

Sí claro –le entregó la prenda y el bolso como si de un autómata se tratara. Resulta agradable y acogedor –fue lo único que se le ocurrió decir, allí parada en medio del salón.

¿Te apetece un Martini? Ponte cómoda y siéntete como en casa. Pondré algo de música. ¿qué tal algo de pop?

Un Martini blanco con algo de soda estará perfecto, gracias –respondió dejándose caer en aquel sofá de piel en color crema que tan bien combinaba con el blanco de las paredes y frente al que se encontraba una mesa rectangular lacada en negro sobre la que podía verse una lámpara de diseño moderno, un cenicero, algunas revistas desparramadas y de temática diversa y por último un retrato de Ernesto en el que aparecía acompañado por una guapa muchacha de color de rostro ovalado y amplia sonrisa, rodeándole el cuello en actitud familiarmente cariñosa.

El hombre, dándole la espalda, puso en marcha el equipo de música e invitándola a curiosear un poco la dejó allí sentada mientras se dirigía a la cocina.

Red rain is coming down

red rain

red rain is pouring down

pouring down all over me…

La personal y desgarrada voz de Peter Gabriel se empezó a escuchar a través de los altavoces del equipo de música. Envuelta por la melodía, Carla se incorporó poniéndose en pie y entretuvo el tiempo mirando las reproducciones que decoraban la pared izquierda. Una de ellas era del "Imperio de las luces" de Magritte mientras que la otra era de "Día de lentitud" del también pintor surrealista Yves Tanguy.

La pared de enfrente, en la que se hallaba a un lado la percha, se presentaba repleta de arriba abajo de libros y discos, apareciendo en la parte izquierda de la misma un ficus de buen tamaño y abundante ramaje. Una escalera de caracol llevaba al piso superior donde supuso se encontrarían el baño y el dormitorio.

…putting the pressure on

much harder now

to return again and again…

La música seguía sonando sin que ella le prestara atención.

Ya estoy aquí- oyó la voz de Ernesto acercándose a ella con dos copas en la mano. Perdona por haberte hecho esperar –dijo ofreciéndole su copa la cual recogió ella entre sus dedos.

Gracias, no te preocupes. Estuve cotilleando un poco mientras venías. Por cierto, ¿quién es ella? Es muy guapa –aseguró mirando el retrato de la mesa mientras llevaba la copa a su boca tras haber aceptado el brindis que él le ofreció.

Somos Mariana y yo durante unas vacaciones. Mariana es mi hermana –respondió el muchacho antes de darle un pequeño sorbo a su Martini. Ven, salgamos a la terraza.

Carla pudo sentir los dedos de su apuesto acompañante posarse nuevamente sobre su espalda y, sin decir nada, le acompañó a la terraza en la que no había reparado hasta entonces. La terraza daba directamente a la playa con una vista fantástica, era rectangular y de amplias dimensiones, como de unos treinta y cinco metros y nada más verla, la mujer fantaseó con la idea de poder relajarse viendo desde allí los amaneceres y las magníficas puestas de sol. En la parte central se veía una mesa de madera con sus correspondientes sillas alrededor y una gran sombrilla de forma circular de una conocida marca de bebida refrescante. Una tumbona y una hamaca de lona azul colocadas estratégicamente en cada uno de los rincones completaban el mobiliario.

Y dime, ¿qué te parece mi pequeño reducto?

Me gusta, resulta agradable y acogedor como te dije antes. Realmente tienes buen gusto –contestó preguntándose cuánto podría costarle la empleada del hogar que se encargara de la limpieza de todo aquello.

Es mi pequeño gran paraíso. Aquí es donde vengo siempre que necesito relajarme y olvidarme de todo. En el piso de arriba tengo el baño y el dormitorio, luego lo vemos –confirmó con sus palabras el pensamiento que anteriormente había tenido ella.

Los dos acabaron sus copas y apoyados en la barandilla estuvieron observando, desde la atalaya que les ofrecía la privilegiada posición en que se encontraban, el horizonte lejano y a una pareja junto a su perro paseando a la orilla del mar cuyas olas terminaban derramando su espuma blanca y rompiendo con tenues impactos, muriendo irremediablemente a sus pies.

Ernesto era bastante más alto que ella, y la mujer se veía obligada a echar la cabeza completamente hacia atrás si quería verle la cara. La miró desde su altura al mismo tiempo que ella elevaba su mirada suplicándole silenciosamente que la abrazara y la besara apasionadamente. Repentinamente, se apretó con fuerza a su cuerpo, temblando como una jovencita. Él notó gratamente sorprendido el roce insistente de sus muslos y su vientre. Una sensación de abandono y desamparo se adueñó de ella mientras se aferraba desesperada al cuello del hombre. Necesitaba urgentemente sentir aquellos brazos rodeándola y apretándola contra él. Y él, sin decir palabra, así lo hizo lanzándose sobre ella y uniendo sus labios a los de Carla, besándola de manera furiosa entre los gemidos entrecortados de ella. La mujer pudo notar el aliento ligeramente amargo a cerveza que la boca masculina despedía, mientras sus manos se agarraban con fuerza a su cintura y él la estrechaba entre sus poderosos brazos.

Bésame… bésame, por favor… hacía tanto rato que lo deseaba –susurró en voz baja mientras percibía el enorme y varonil cuerpo envolverla por completo.

Yo también deseaba besarte, lo deseé desde el primer momento en que te vi en la cafetería –exclamó el hombre arrinconándola contra la barandilla sin ofrecerle la más mínima posibilidad de escape, al tiempo que con las manos empezaba a reconocer sus formas por encima de la falda teniéndola bien enlazada por la cintura mientras la mano que quedaba libre bajaba por la cadera hasta alcanzar el muslo el cual acarició arriba y abajo.

Al mismo tiempo, aquel beso mantuvo la misma intensidad del principio, ofreciéndole Ernesto la lengua la cual juntó a la suya enlazando ambas en el interior de la boca de la muchacha.

Ella no tardó en provocarle golpeando el apéndice del hombre con la punta de su húmeda lengüecilla, la cual tintineó con rapidez haciendo el contacto mucho más voluptuoso y sensual. Carla creyó derretirse como un azucarillo sintiéndose abrazada a aquel inmenso macho que la hacía vibrar de aquel modo.

Los labios sonrosados y carnosos del hombre cubrían los suyos por entero besándola como pocas veces la habían besado antes, haciendo aquel beso mucho más apasionado y urgente. Con sus manos apoyadas sobre los brazos de él, la mujer se agarró con fuerza dejándose llevar por los inescrutables caminos que le marcaban la pasión y el deseo. Los dedos masculinos buscaron ir más allá y, subiendo la falda hacia arriba, se internaron bajo la tela apoderándose de la piel femenina la cual notó erizarse nada más sentir aquel cálido contacto recorriéndola con desesperante lentitud.

Por su parte, ella agarró la camisa del hombre y, ayudada por él, la fue subiendo hasta acabar haciéndola desaparecer por encima de su cabeza. El rocoso torso masculino se presentó frente a ella brillante y desnudo haciéndola sentir completamente fascinada por aquella formidable imagen.

Te deseo… te deseo… no sabes cómo te deseo –confesó inclinándose hacia él y adueñándose de uno de los pezones, caricia que provocó el lamento satisfecho de su amante.

Porque, en verdad, así lo consideraba ya. En su fuero interno sabía que todo aquello resultaba ya de todo punto imposible de frenar y así se entregó al apuesto moreno deseando llevar la relación hasta sus últimas consecuencias.

Carla tiró la cabeza hacia atrás jadeando de forma sonora, hecho que fue aprovechado por su compañero para lamerle y besarle el cuello logrando que la atractiva mujer exhalase un leve suspiro demostrando el profundo placer que sentía. Todo su cuerpo experimentó un fuerte escalofrío que la llenó de pies a cabeza. Haciéndose con sus rotundos pechos, Ernesto los acarició moldeándolos con las manos con firmeza y, al momento, los pezones se endurecieron mostrándose bien visibles bajo la delicada tela de la blusa.

Ernesto volvió a besarla despacio, sin prisa alguna y ella pudo notar el olor a lavanda que el cuerpo del hombre desprendía. La llevó contra él presionando firmemente las montañas traseras de la hermosa hembra y haciéndola sentir la dureza del miembro viril, miembro que ella notó de un tamaño más que prometedor. La joven de dorados cabellos se abandonó a aquel húmedo beso rodeando el cuello de su amante con los brazos mientras exploraba el interior de la boca con su lengua.

La mujer, bajo la falda ajustada, tenía un traserito más redondo que una manzana, uno de aquellos traseros que quitaban el hipo a cualquier hombre que se encontrara en su sano juicio. Ernesto se juró a sí mismo que aquel lindo y apetitoso culito tenía que ser suyo. Debía lograr a toda costa que ella se lo entregara sin concesiones, que le dejara sodomizarla hasta acabar los dos rendidos por completo.

El muchacho de piel de ébano la abrazó con más fuerza aún y la respiración de ambos se aceleró hasta límites totalmente insoportables. Aquella extraña sensación en el vientre que llevaba rato visitándola, se fue haciendo a cada instante más y más intensa. Se sentía cachonda perdida, ardiéndole cada poro de su ser y con su sexo palpitándole de manera incontrolable deseando que todo aquello no acabara nunca.

Carla, separándose un poco de aquel espléndido mandinga, se deshizo de la blusa haciendo saltar los botones al aire y mostrándose desnuda ante él, el cual se quedó observando los erguidos pechos, devorándolos con la mirada mientras se mojaba los labios despacio, recorriéndolos con la punta de la lengua como si estuviera pensando en el festín del que iba a poder disfrutar en pocos segundos.

Él la atrajo para así poder gozar del cuerpo desnudo de su amiga, rozando con sus dedos la ardiente espalda, recorriendo el breve hueco de la columna vertebral desde la nuca hasta el inicio del redondo trasero. Carla gimió desconsoladamente al mismo tiempo que la respiración del hombre envolvía su oreja. Dejando caer las manos sobre su cintura, los labios masculinos empezaron a lamer el pequeño lóbulo para después hacerse con la totalidad de la oreja la cual impregnaron con el calor de su saliva.

Eres muy hermosa… una hembra muy bella y hermosa –exclamó el hombre cogiéndola suavemente por el mentón y haciéndola ladear levemente la cabeza para, una vez más volver a besarla presionando con su lengua y consiguiendo que los labios de ella se abrieran dejándole traspasar el umbral de su boca.

Bajando el rostro, se dirigió en busca de sus pechos los cuales empezó a chupar haciendo pequeños circulillos por encima de la rosada aureola. Ella, gimiendo nuevamente, atrapó la cabeza de su enamorado por la nuca para aproximarlo más a sus excitados pechos. Cerró los ojos y todo su cuerpo vibró de emoción mientras los pezones se encabritaban irremediablemente con el simple aliento masculino cayendo por encima de ellos. Esa caricia se vio acompañada por la mano del hombre la cual acariciaba suavemente la barriguilla de un lado a otro.

Ven, querida. Déjame que te dé placer –musitó de manera autoritaria ofreciéndole su mano e invitándola a acompañarle hasta una de las sillas donde la hizo sentar tras haber dejado caer la falda al suelo.

Sentada ante el hombre, su macizo cuerpo se mostraba ante él desnudo y sin el menor recato. Carla se sabía hermosa y disfrutó viendo al joven animal babear ante el magnífico espectáculo que se le ofrecía. Los rayos solares rebotaban contra la piel de la mujer como si de puñales se trataran. Tan solo cubierta por la minúscula braga de fino encaje y las finas medias que le llegaban hasta medio muslo, el cuerpo de ella invitaba al pecado, a un pecado lleno de torbellinos pasionales y reconcentrada lujuria. Acercando su boca a la de ella, Ernesto la llenó de besos ahogando de ese modo los gemidos entrecortados que trataban de escabullirse entre los temblorosos labios.

Las manos del hombre, de ancha palma y líneas bien marcadas, quedaron apoyadas sobre los glúteos haciéndola estremecer cada vez que pasaban por encima de sus robustos muslos. Los bellos rasgos de la encantadora mujer se contrajeron al notar el aumento irrefrenable de la libido que su cuerpo experimentaba mientras le resultaba absolutamente imposible reprimir toda la serie de jadeos que escapaban de su garganta. Con la respiración entrecortada y la tensión a flor de piel, apoyó la espalda sobre la silla permitiendo que aquellos gruesos labios se posaran sobre los suyos en un beso lleno de irresistible ternura. La oscura piel del hombre se pegó a la suya, formando un hermoso contraste bajo el cielo azul del mediodía.

Una vez más aquellos sensuales labios tan cargados de pasión volvieron a besarla, resbalando a través del cuello de Carla y electrizándola luego al escuchar las ardientes palabras de su compañero junto al oído. Los oscuros ojos de Ernesto brillaron intensamente debido a los pecaminosos pensamientos que le corrían por dentro.

Durante un rato que a ella le pareció eterno, estuvo lamiéndole y humedeciendo los gruesos pezones, llegando incluso a morderlos entre los gritos y suspiros agradecidos por parte de ella. Carla respiraba inquieta mientras su pecho parecía querer explotar cada vez que el hombre acariciaba y chupaba los apetecibles pechos que ella, llena de gozo, le entregaba. Unos pocos rizos del revuelto pelo aparecían pegados cayendo por encima de su sudoroso rostro mientras ella sonreía disfrutando de cada una de las caricias que su amigo le propinaba.

Él la hizo abrir las piernas y, sin decir nada, empezó a darle pequeños besitos por el interior del muslo para de ahí pasar seguidamente al otro. El roce de aquellos labios arrancó de la boca femenina un profundo suspiro de satisfacción. Con las manos le fue arrebatando poco a poco la delicada prenda interior, haciéndola deslizar a lo largo de sus bonitas piernas. Así, Carla se vio finalmente completamente desnuda ante aquel coloso de piel morena que no hacía más que emborracharse con la imagen de aquellas tentadoras formas que se le ofrecían de aquel modo tan confiado.

Temblando a causa del placer que la consumía, aceptó que fuera inclinándose hasta quedar frente a su empapada entrepierna. Ernesto jugó unos segundos con los pelillos que cubrían el pequeño promontorio que formaba el Monte de Venus de la mujer, lanzando sobre el mismo pequeños soplos de cálido aliento que hicieron que un rápido estremecimiento recorriese su cuerpo terminando en su boca con un grito desgarrado y feroz. Dirigiendo sus labios en busca de la tierna flor femenina empezó a recorrerla sutilmente hasta que, hundiendo la cabeza sin más demora, la ardiente lengua masculina inició un lento recorrido saboreando la rajilla y consiguiendo que ella respingara buscando un mejor acomodo. Un gemido desconsolado resonó en el silencio de la terraza y las manos de Carla se aferraron a su cabeza tratando de impedir que se separara de donde estaba. Con exquisita suavidad notó unos dedos echar el par de gruesos labios de su sexo a los lados y un decidido lametón recorrerle la vulva de arriba abajo. La experta lengua de aquel macho insistía moviéndose en su interior sin dejar de arrancarle un lamento tras otro cada vez que entraba dentro de su vagina. Con la nariz rozaba tímidamente su clítoris y percibía los aromas y efluvios que el sexo de la hermosa treintañera soltaba, mientras la pequeña mata de rizado vello hormigueaba contra su cara.

Oh dios, me encanta… es tan agradable… sigue así cariño… –murmuró abriéndose aún más a aquel desconocido placer que se intensificaba cada vez que la diabólica lengua del hombre pasaba y repasaba reconociendo cada uno de los rincones de su sexo.

La hermosa mujer gritó, lloró y gimió elevando las caderas todo lo posible mientras doblaba las piernas tirando los pies hacia delante. Tras humedecer la rajilla de forma conveniente, el siguiente paso fue apoderarse del diminuto botoncillo lo cual produjo la irresistible llegada del primero de los orgasmos por parte de Carla. Convulsionándose de puro placer, no pudo hacer otra cosa que agarrarse con fuerza a la rasurada cabeza para, de aquel modo, hacer que siguiera sacándole aquellos sonoros alaridos que llenaban el silencio de aquel hermoso día.

Rendida por el esfuerzo, cayó sobre el respaldo de la silla mientras su compañero continuaba lamiendo y masajeando el abultado clítoris de manera alternativa con la lengua y los dedos, introduciendo su lengua en el interior de la vagina y bebiendo el dulce néctar que su excitada flor producía. El bello cubano se hizo con la tierna y suave carne húmeda y la estuvo besando, lamiendo y mordisqueando levemente durante un largo minuto hasta que, sin pronunciar palabra, las piernas de ella se enlazaron entorno a su cuello. Creyó morir cada vez que el recorrido masculino se hacía presente por encima del erguido garbanzo. Estalló en un nuevo orgasmo, que la visitó furiosamente obligándola a gemir y a morderse los labios con desesperación, hasta acabar brotando un pequeño hilillo de sangre por encima de los mismos. Ernesto, enloquecía embriagándose con el fuerte aroma que el sexo femenino desprendía.

Ha sido fantástico… me has vuelto loca muchacho… -exclamó satisfecha mientras recuperaba lentamente el aliento perdido volviendo a la realidad que la rodeaba.

Era el momento de pasar ella a la acción, el momento de devolverle todo el placer que aquel hermoso animal le había hecho sentir. Incorporándose hacia delante le hizo poner en pie tras haberlo separado ligeramente de su lado. Se le veía excitado y deseoso por recibir las caricias que la mujer pudiera prodigarle. Acercándolo una vez más a ella, Carla fue recorriendo arriba y abajo con los dedos el musculoso tórax de su amigo, empezando a besarle los marcados pectorales para luego hacerlo en el liso vientre con desbordante lujuria. Sin parar de llenarle de besos, sus manos fueron bajando con parsimonia hasta alcanzar el centro de todos sus deseos.

Apoderándose de aquel bulto, lo fue acariciando por encima del pantalón tocándolo con toda la mano, cubriéndolo con la palma y masajeándolo por todos lados con exquisita delicadeza intentando, de aquel modo, irse adaptando al tamaño monstruoso que aquello mostraba. La virilidad se hizo aún más patente, imposible de ocultar y la mano siguió acariciándola de manera mucho más decidida. De la garganta del muchacho salió un gemido ahogado al notar la calidez de aquella mano a través de los pantalones. Ella entrecerró sus bonitos ojos mientras sus manos se deslizaban a lo largo de aquella barra de carne que parecía querer romper la tela que la ocultaba.

Juntando sus labios trató de imitar lo que pocos segundos más tarde haría con mayor profusión de caricias, esto es, el lento lengüeteo por encima de aquel músculo del placer. El hombre, de pie ante ella, respiraba a cada paso de manera más rápida. Carla, elevando la mirada hacia el rostro de su compañero, pudo ver el profundo deseo reflejado en los ojos del moreno semental. Sonriéndole de forma maliciosa buscó provocarle mientras observaba el aumento hasta el infinito de aquel fascinante monolito.

Acarició el pene por encima del pantalón una vez más, notándolo muy, muy duro y casi a punto de reventar. Por supuesto aquello era algo que la aviesa mujer no deseaba para nada que se produjera, al menos no por el momento. Había que mantener un razonable equilibrio entre el más extremo de los deseos y un ritmo aún no lo suficientemente intenso como para conseguir que el hombre mantuviera el mayor grado de potencia posible.

Aflojando el cinturón y bajando al instante la cremallera, Carla le despojó de los pantalones hasta hacerlos caer a la altura de las rodillas, y entonces se entretuvo pasándole las uñas por encima de aquellas piernas de muslos robustos y bien torneados y sin el más mínimo atisbo de pelo. Bajo la tela blanca del bóxer el enorme paquete se mostraba ufano y arrogante obligando a la mujer a cerrar brevemente los ojos imaginando lo que se le venía encima. Adoptando una actitud falsamente cohibida pegó sus labios para así acariciar y besar la larga barra de carne por encima del bóxer, mordisqueándola suavemente. El hombre solo suspiraba reclamando mayores atenciones y apareciendo feliz y satisfecho mientras todo su cuerpo se tensaba bajo los más íntimos deseos del poder carnal.

Tirando la prenda masculina hacia abajo, al fin saltó ante ella el tan esperado tesoro, la gratificación por la que todas mujeres suspiran y que tanto las hace enloquecer. Abriendo los ojos como platos pudo ver aquella enorme salchicha apareciendo orgullosa y palpitante ante su asombrada mirada. En su vida había visto algo tan grande, realmente era impresionante el rabo que tenía aquel negro. Desde luego no era el primer miembro viril que veía, pero aquello superaba en mucho todo lo probado hasta entonces. Allí estaba ante ella mostrándose grande, duro, con el grueso champiñón color burdeos, casi morado y apuntando hacia el cielo en todo su máximo esplendor.

¡Qué polla tan grande que tienes muchacho! –no pudo menos que exclamar al tiempo que lo devoraba con su felina mirada como si se tratase del mejor de los trofeos.

Ernesto se sacó los zapatos y dejó que ella le quitara los pantalones quedando totalmente desnudo ante la mujer de rubios cabellos. Toda la fuerza del sol cayó en bloque sobre aquella soberbia presencia, sobre aquel cuerpo majestuoso en el que empezaban a descubrirse las primeras gotas de sudor. La mujer aproximó sus labios al glande jugando con la boca y sin hacer uso todavía de sus manos. Comenzó acariciando suavemente la punta de la polla entre los continuos estremecimientos del hombre cada vez que lo hacía. Olió el grueso tallo y lo notó delicioso y agradable. De manera lenta recorrió el tronco, el glande y los testículos, disfrutando de aquel sabor a hombre que tanto le gustaba.

Poco a poco mientras el muchacho notaba los dedos de la mujer apoyados sobre sus muslos, ella fue haciendo presión y tomándolo de la parte de arriba primero como un masaje para empezar luego a moverlo más rápido viéndolo endurecerse a cada paso más y más. Pasó el pene entre los dedos de su mano acariciando la inflamada cabeza con las yemas de los dedos, caricia que repitió ahora sí sacando la lengua y empezando a lamerle sin dejar de mirarle directamente a los ojos. Lo llenó de saliva, lamidas y pequeños mordisquillos y el enorme miembro se removía inquieto para enseguida volver a enderezarse por entero debido a los deleites que soportaba. Carla besó pasajeramente las ingles sin olvidarse del altanero eje del amor el cual recorrió de arriba abajo hasta alcanzar los repletos testículos que humedeció igualmente chupándolos entre los continuos lamentos del fornido macho que parecía no poder aguantar más.

Pero la mujer, sonriendo de manera perversa, pensó que aún debía hacerle sufrir algo más. Tenía entre sus manos a un magnífico ejemplar del sexo masculino y no pretendía otra cosa que ofrecerle todo el placer que fuera capaz de darle. Ernesto temblaba gimiendo como un bebé y aquella respuesta a sus caricias complugo a la mujer viendo a aquel enorme coloso mostrarse en toda su sincera debilidad bajo el roce que sus manos y su lengua le regalaban.

¿Te gusta lo que te hago, cariño? –le interrogó con voz de gatita mimosa.

Me estás volviendo loco… me encanta como lo haces… vamos continúa haciéndolo nena –respondió de forma entrecortada y sin dejar de mirar todo el proceso lúdico que la mujer ejercía sobre su erecto aparato.

Me gusta –susurró Carla débilmente viéndolo gozar de aquel modo y, sin más espera, acabó engulléndolo completamente adaptando la garganta al enorme pollón de su compañero.

Allí y a plena luz del día empezó a comerle la polla, agarrándosela con decisión y saboreándola entre los gemidos placenteros del hombre. Paso a paso el miembro viril fue aumentando de tamaño hasta obligarla a sacarlo de la boca para así poder respirar. Succionó la hinchada cabezota de manera profunda y luego mucho más suave logrando que Ernesto alcanzase cotas insospechadas de placer. La mujer mantenía el venoso pene en la boca y con la lengua lo devoraba chupándolo y comiéndoselo enterito. Luego volvió a lamer los testículos subiendo a continuación lentamente a través del pene llegando al hechizante glande el cual saboreó como si de un helado se tratase. Era tan enorme que apenas podía abarcarlo entre sus labios.

El hercúleo negro enredó sus dedos acariciando dulcemente la larga cabellera rubia. Durante cinco largos minutos la hembra de rizados mechones estuvo sacando y metiendo la horrible humanidad hasta más de la mitad en su boca, disfrutando sin prisa alguna e intentando alargar todo aquello lo máximo posible. Era plenamente consciente que el joven muchacho no tardaría mucho en explotar, ofreciéndole todo el espeso manantial que estaba segura debía guardar en aquel par de encantadoras bolsas. Abarcando entre sus dedillos todo aquel grosor, lo masturbaba ligeramente en lentos movimientos circulares de su mano que pronto fueron ganando en velocidad obligando a que él arquease el cuerpo echándose levemente hacia atrás.

Ella agarró las bonitas nalgas del hombre y las apretó delicadamente hasta hacer que sus labios presionaran el espeso vello púbico que tanto la provocaba. Su cabeza se llenó de turbios pensamientos al disponer de todo aquel tesoro dentro de su boca. Durante un breve momento saboreó por completo aquella negra banana hasta verse forzada a sacarla de su boca por las inevitables arcadas que volvía a producirle. Arrodillada a los pies del hombre se notaba caliente y excitada y con su entrepierna empapada de jugos. En esos momentos deseó más que nada provocar el orgasmo de su amante y empezó a mover su mano arriba y abajo incrementando el ritmo, al mismo tiempo que los labios degustaban frenéticamente la dura herramienta terminando por provocar la tan deseada explosión.

Sin darle tiempo a sacarla de la boca, sintió el primer latigazo de ardiente y blanquecino semen alcanzarle directamente lo más hondo de su glotona garganta. Un segundo chorro escapó, con mayor poderío y vigor, del alborotado capuchón yendo a parar esta vez encima de uno de sus ojos obligándola a cerrarlo con rapidez. Ernesto jadeaba y gritaba su intenso placer bajo el cielo azulado que presenciaba, como espectador de lujo, el tórrido encuentro que ambos amantes desplegaban. Carla, gozando del tremendo orgasmo que el hombre experimentaba, no pudo menos que llevar los dedos hacia su vulva comenzando a tocarse de manera endiablada. Sin apartar su rostro del enhiesto falo y sin parar de masturbar a su amigo, una nueva explosión la sorprendió cayéndole por encima de los revueltos y bien cuidados cabellos. Un postrero trallazo mucho más débil acabó con las últimas fuerzas del hombre llenándole la barbilla de aquel viscoso líquido que tanto apetecía. Tras el último de los impactos, la recompensada hembra estuvo meneando el fatigado órgano hasta que finalizó de salir la totalidad del líquido que guardaba en su interior.

Adorándolo como si de un tótem se tratara, lo cubrió y besó limpiándolo por entero para después pasar dos de sus dedos por la cara para poder saborear el amargo líquido del que el hombre tan amablemente le había hecho entrega. Mientras tanto, el bello ejemplar de piel oscura se iba recuperando con evidente dificultad del enorme placer recibido.

Haciéndola levantar él posó los labios sobre su boca dándole un ligero beso en la comisura de los labios. De esa manera tan sutil quería darle a entender lo mucho que le había gustado lo que le había hecho sentir. Llevándola junto a él, la hizo tumbar en la silla abrazados los dos buscando una comunión perfecta entre los miembros cansados. El roce continuo de sus cuerpos hizo que pronto empezaran a recorrer sus cuerpos tratando de encontrar el último de los deleites que sus extenuadas figuras pudieran hacer brotar.

Pronto las caricias de la mujer lograron la tan necesaria respuesta por parte de su compañero. El marchito miembro empezó a desperezarse y cobrar energía paso a paso. Ella sonrió complacida y risueña ante el empuje que aquel bello músculo comenzaba a mostrar bajo los dedos que lo acariciaban. Ernesto estuvo un rato susurrando el nombre de la mujer con los labios pegados a su oído y sin parar de hacerle notar su cálido aliento cada vez que la nombraba. Gotas de sudor perlaban las frentes y recorrían las figuras de ambos amantes abrazados bajo el ardiente centelleo que los rayos de sol proyectaban. Él apartó a un lado los pocos cabellos dorados que caían abandonados en diagonal por encima del hermoso rostro de su amiga. Y cogiéndola de la barbilla la acercó a él sin decir palabra y la besó largamente sintiendo el deseo instalado en los trémulos labios de ella. Las rodillas brillantes de Carla se ceñían a las piernas del guapo moreno con un fervor despreocupado, mezclándose el tono de sus pieles en el lento discurrir del mediodía.

Ernesto yacía junto a ella, sinuoso y potente. No llevaba puestos más que aquellos horrendos calcetines con los que verdaderamente no aparecía nada sexy, pero eso ahora a ella poco le importaba. Los pechos de la atractiva rubia eran como dos pequeñas copas broncíneas, destacando en ellos aquel par de diminutas y duras cerezas de color violáceo. Él se llevó uno de los endurecidos pezones a la boca saboreando la calidez de su piel mientras las manos tomaban posesión de la cintura bajando lentamente hasta el inicio de sus delicadas redondeces traseras. La excitada hembra se apoderó del miembro disfrutando de la tersura de aquel horrendo aguijón por el que tanto se sentía atraída. Notó su dulce y tierna intimidad empapada y dispuesta para el tan esperado encuentro en el que los sudorosos cuerpos se mezclaran envueltos en una inacabable sinfonía de pasión y lujuria.

Fóllame… necesito que lo hagas… ámame hasta morir –pronunció emborrachándose bajo la cariñosa mirada que el hombre le dedicaba.

Ernesto la estrechó fuertemente entre sus brazos besándola con ardiente vehemencia, de una forma animal y apasionada a la que ella respondió completamente entregada. Siempre le había gustado notar su cuerpo envuelto en aquel sentimiento desenfrenado y cómo la adrenalina le corría de arriba abajo. El fuerte olor a macho la llenaba por entero haciéndola perder el control de sus actos. Se vio rodeada una vez más por aquellos fuertes brazos que la atrapaban en aquel cuerpo de infarto. El interesante bulto se pegó a su muslo y un ligerísimo gruñido de agradecimiento escapó de la boca de ambos.

Carla se quitó al moreno de encima y se levantó con rapidez abandonando la terraza en busca del bolso. Allí rebuscó durante unos pocos segundos con evidente urgencia encontrando al fin la tan necesaria caja de preservativos. Cogió tres de ellos pensando que sería más que suficiente y con ellos en la mano volvió junto al rocoso macho que la esperaba ansioso por volver a tenerla entre sus brazos. La mujer, sonriendo y mostrando sus bien cuidados dientes blancos entre sus entreabiertos labios, agarró el plateado plástico y lo rasgó haciéndose con el preservativo el cual introdujo en su boca para, a continuación, meterse el medio empinado miembro del hombre iniciando un lento masajeo con los labios moviéndose a lo largo del grueso pene que pronto alcanzó el tamaño que la hembra de resplandeciente cabellera tan bien conocía.

Sacando el largo instrumento de su boca, apareció el mismo envuelto por aquella fina y elástica funda y dispuesto ya a emprender la tan deseada copula. Ambos lo deseaban así que, sin esperar a más, la hembra de marfileños pechos dejó que el hombre se colocara sobre ella buscando que los sexos coincidieran de manera perfecta. Acarició suavemente la cabeceante entrepierna, notando la dureza y el impetuoso oscilar que manifestaba. Mirándolo fijamente disfrutó de la imagen de aquellos ojos tan negros y brillantes de pasión y lujuria. Con las manos descansando sobre la espalda masculina y abrazándolo por la cintura con sus piernas, la excitada mujer permitió que su amante se acoplara a ella rozando la candente vulva de manera desvergonzada.

Vamos hazlo, mi amor… no puedo esperar más… métemela vamos –reclamó con voz sincera aguardando el tan esperado momento.

El joven animal de piel oscura la cogió de las caderas y cayendo sobre ella entró de una sola vez sintiendo cómo el estrecho y húmedo coño estrujaba su polla dilatándose y haciéndose al tamaño considerable de aquel inflamado cilindro. El hombre y la mujer chocaron ferozmente, se acoplaron, vibraron como posesos notándose perder la razón, escapar el resuello por sus pulmones cansados. La hermosa Carla lanzó un sonido gutural e inarticulado desde lo más profundo de su ser y sus manos se afianzaron sobre las redondas nalgas para así sentirlo mucho más adentro. Algo en su interior pareció desgarrarse y no pudo más que sollozar y arquear la espalda para luego derrumbarse sobre la silla.

Ernesto se mostraba ansioso y no paraba de respirar desacompasadamente, buscando hundirse en ella hasta el final. Ella sentía las paredes doloridas pero al mismo tiempo resultaba un dolor soportable, un dolor que unido al suave balanceo que el moreno imprimía, logró que enseguida sufriera una viva sensación dentro de su vagina, ofreciéndole un intenso placer. Reclinando la mano en el amplio pecho acompañó el fornicar del poderoso negro moviéndose en círculos y sin dejar de jadear y chirriar los dientes, dominando los ayes y suspiros que luchaban por salir de su garganta.

Besándose con desesperación, los cuerpos de los amantes se fueron uniendo más y más y el ritmo acelerándose hasta resultar casi imposible de mantener. Carla, gimiendo sin descanso, no hacía más que pedir mayor velocidad por parte de él y de ese modo las acometidas del miembro masculino se fueron haciendo cada vez más certeras, golpeándola sin compasión. La negra polla entraba y salía dentro y fuera, martilleándola una y otra vez y ella la acogía gozosa levantando la pelvis en busca de aquel incansable salvaje que no dejaba un segundo de bufar.

Clávamela hasta el fondo… mátame de gusto, vamos –gritó sintiendo la cercanía del orgasmo el cual se presentó en forma de escalofrío sorprendente recorriéndole como un relámpago toda su excitante figura.

El placer le subió en oleadas irrefrenables hasta acabar haciendo explosión en su cerebro cansado. Estirándose al máximo con una sacudida violenta, la mujer emitió un intenso y desesperado gemido mientras pedía a su poderoso compañero que no le sacara el excitado eje del interior de su vagina. Deteniéndose para poder disfrutar del prolongado clímax que su amiga sentía, se tumbó sobre ella apoderándose de sus labios los cuales mordió acallando así los ahogados gritos que pugnaban por escapar de aquella temblorosa boca.

Tras un breve intermedio que duró apenas un minuto, Ernesto la puso en pie llevándola en volandas hasta hacerla apoyar las manos sobre la barandilla. Teniéndola de espaldas a él le hizo sentir la hinchada herramienta pegada a sus nalgas. La mujer ronroneó como la gatita en celo en que se había convertido y, tirando la cabeza hacia atrás, pudo mirarle directamente a los ojos respondiendo a tan encantadora propuesta removiendo su sensual trasero por encima de la excitada entrepierna. Estirada hacia delante, él alargó sus manos y acarició los pechos, primero lentamente y luego mucho más fuerte retorciéndole incluso los pezones. Carla jadeaba moviendo su culo e implorando mayor entusiasmo por parte de aquel hombre al que había conocido apenas un rato antes. Se besaron violentamente, batallando con sus lenguas y sin dejar de producir vehementes sonidos de agitación.

Cogiéndola con fuerza, el enorme macho agarró una de sus piernas elevándola hasta lograr tenerla bien sujeta por el muslo. Nuevamente la penetró arrancando de ella un profundo y placentero gemido. La gran polla de ébano entraba y salía lentamente, presionando ligeramente mientras ella reclamaba mayor ritmo en las embestidas que le daba. No dejaba de pedirle que la follara más y más fuerte, esperando recibir la corrida del guapo muchacho que no podía tardar mucho en producirse. Sin embargo, los deseos del atractivo cubano se desarrollaban por otros derroteros que en esos momentos la bella rubia no podía ni tan siquiera imaginar. Sacando la polla de la lubricada vagina con un suspiro de desilusión por parte de ella, apuntó la cabeza y suavemente fue enterrándose consiguiendo que el estrecho anillo se fuera dilatando paso a paso entre los berridos que la dolorida hembra exhalaba.

Con cuidado… métela despacio cariño… -chilló con los ojos en blanco y perdida completamente la razón mientras la polla entraba centímetro a centímetro en el interior de su tierno culito.

El hombre, una vez la extrajo, volvió a introducirla haciendo mayor presión hasta acabar completamente metido en el angosto orificio. Carla mantuvo la respiración como pudo sintiendo sus carnes abrirse ante la tremenda clavada que su amante de aquella mañana le proporcionaba. Ella gemía, lloraba y gritaba sin poder creer el tener aquella terrible espada metida por entero en el interior de sus entrañas. El poderoso cubano sonrió de manera perversa y, tras unos segundos de reposo, empezó a moverse gozando con la imagen de ver aquel pobre culito tragarse toda su gruesa polla.

Me duele… dios, me duele… me vas a romper por dentro pero no la saques, mi amor –murmuró cayéndole lágrimas sin control por la cara cada vez que Ernesto empujaba y empujaba tras ella.

Sin embargo, aquel horrible dolor pronto dio paso a un placer inesperado, haciéndola abrirse aún más permitiendo que el miembro masculino volviese a sodomizarla con mayor facilidad. El ritmo de ambos amantes fue ganando en vigor, acoplándose el uno al otro de manera natural. Él arremetió hincándose en su compañera, aguantando a duras penas el aliento cansado. Estaba a punto de correrse y sabiéndolo, la cogió con fuerza del cabello echándola hacia atrás y empezó a bombear salvajemente entre los lamentos desesperados que ella emitía. Apenas tuvo tiempo de salir de aquel culo hambriento y quitarse el preservativo cuando, dando un grito desgarrado, empezó a soltar interminables chorros de semen que llenaron las nalgas y la espalda de la satisfecha mujer de aquel espeso líquido que tanto la hacía enloquecer.

¡Me corro… me corro! –exclamó el robusto macho notando todas sus fuerzas escapar entre sus piernas.

¡Sí, córrete… córrete vamos… dámelo todo, mi amor! –respondió la hermosa mujer gritando su placer al mundo sin importarle nada más que sentir el cuerpo de su compañero junto a ella.

Así cayeron finalmente abrazados al suelo sin dejar de besarse y acariciar los sudorosos cuerpos, mientras iban recuperándose lentamente del tremendo placer obtenido. Los sollozos y jadeos se fueron haciendo más y más leves según el ritmo cardíaco iba recobrando la cadencia habitual de latido.

Eres un amante excepcional –reconoció Carla apretándose más a él dejándose apartar el cabello a un lado mientras le secaba amablemente las lágrimas que aún corrían por su hermoso rostro. Y dime, ¿qué hay de esa comida que me prometiste? ¿Todavía sigue en pie la invitación? La verdad es que me siento hambrienta –declaró antes de entregarse a un último beso lleno de pasión y deseo.

Por supuesto que sigue en pie –contestó el bello animal de piel oscura ayudándola a levantarse para, a continuación, dirigirse ambos hacia el interior del apartamento entre divertidas risas prometedoras de futuros deleites.

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