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Encanto de una noche de primavera

en Zoofilia

ENCANTO DE UNA NOCHE DE PRIMAVERA

Para Sandra.

Al llegar el avión al aeropuerto, empecé a escudriñar una a una a las pasajeras (ellos no me importaban en absoluto) buscándola, teniendo sólo en la mano la fotografía que me envió tiempo atrás. No sabía como era, si alta o baja, si gordita o flaca, y tampoco sabía como venía vestida, todo había sido tan repentino que se resumía a un mail que decía textual: "Llego el jueves en el vuelo de las 10.50 en Americana"

Y eso era todo.

Durante muchas semanas habíamos escrito contándonos nuestras inquietudes, deseos, aficiones y en fin, haciéndonos buenas amigas hasta que surgió la idea de conocerse. Primero fue por fotografía, yo le envié la mía y ella la suya, Susy era muy bonita y el conocernos acrecentó nuestra amistad y el deseo de reunirnos en persona, pero se estaba tardando mucho ese encuentro, siempre había algo que lo postergara, hasta que llegó el gran día y yo me encontraba sola en el aeropuerto esperando a alguien a quien no conocía, pero que sentía muy ligada a mi.

Hasta que la vi, era de estatura mediana, espigada, con unos senos que parecían querer salirse del escote, una coqueta faldita dejaba visibles unas bien torneadas piernas de muslos suaves y cadera rotunda, de complemento traía un pequeño bolso de mano y una maleta mediana, como para una estadía corta aunque según sus palabras en uno de sus correos "excitante y maravillosa"; me acerqué a ella y le pregunté un poco tímida:

  • ¿Susy? Hola, soy Isabel.
  • ¿Tú eres Isa? ¡Que gusto! -y se prendió a mi cuello llenándome de besos- no te imaginaba tan bonita.
  • Me da muchísimo gusto que por fin nos podamos conocer, ven nos espera un taxi, iremos a mi departamento, tengo todo listo.
  • ¿Compartiremos cama?
  • Pues…
  • Si no es así, mejor me voy a un hotel –y soltó una carcajada-
  • No, dormiremos juntas.

Durante el trayecto a casa, no dejaba de contarme lo animada que estaba en las ultimas semanas por ese encuentro, todo eran preguntas y sonrisitas tiernas mientras me tenía cogida de la mano. Llegamos y al entrar el primero que nos dio la bienvenida fue mi perro.

  • Con que éste es tu maridito ¿no?
  • Si, te lo presento con un inmenso placer.
  • El placer me lo va a dar después –y poniéndose en cuclillas le acarició la cabeza mientras se dejaba lamer- ¡eres muy bonito y me gustas!

Sus manos se dirigieron directamente a la verga de mi perro quien ya por la costumbre desenfundó la rojiza punta.

  • ¡Guau! ¡Anda amiga, dime que si, dime que puedo!
  • ¿No sería mejor que descansaras del viaje y te cambiaras?, voy a preparar algo de comer.
  • ¿Preparar? Si ya está servido.

Y antes de que pudiera objetar algo, tenía la palpitante verga metida en su boca y la chupaba golosamente. Estaba confundida, una mujer a la cual solo conocía por carta se estaba dando un banquete con la verga de mi macho, sin embargo me estaba poniendo muy caliente y acercándomele la retiré suavemente, ella protestó:

  • ¡Oye, no seas egoísta! Recuerda que te dije que lo primero que haría al venir a visitarte era probar a tu maridito.
  • Si, pero... ¿así, tan de pronto?
  • ¡Vamos, démonos un banquete y que empiece la orgía!

Y acto seguido, se levantó la falda, se sacó la truza y se colocó en posición de ser cogida.

Dos lengüetazos en su humedecida vulva precedieron a la monta, mi macho ya estaba acostumbrado a esos trajines, y aunque se le ofrecía una nueva hembra, el no desdeñaba a su instinto, un par de empujones y ya estaba con media verga adentro.

  • ¡Eso cariño, dámela toda, métemela hasta el fondo, quiero sentir esa fuerza que me ha contado tu hembra en sus cartas, vamos, empuja, empuja fuerte!

Y como si le entendiera –aunque creo que si lo hacía- empujó fuerte, abotonándola, provocando en Susy un largo gemido mientras cerraba los ojos y se dejaba hacer.

Yo mientras tanto miraba como mi macho se deleitaba con esa nueva hembra que no cesaba de gemir y pedir casi a gritos más y más verga. Hasta que explotó en un intenso orgasmo mientras que mi macho bien sujeto a ella jadeaba al tiempo que vertía toda su savia en el interior de su distendida vagina. Mis manos ya no podían quedarse quietas y empezaron a acariciar mi clítoris, el mismo que acerqué al hocico de mi macho que ávidamente comenzó a lamer. Pronto yo también estallaba en un interminable orgasmo casi al momento en que mi huésped se desabotonaba y caía rendida en el piso. La cogí del rostro y le estampé un largo y cálido beso mientras sus manos buscaban mi vagina para acariciarla en retribución.

Esa noche, después de ese encuentro tan inesperado, nos fuimos a la cama y allí, desnudas ambas, planificamos lo que sería un excitante fin de semana fuera de la ciudad.

En efecto, dos días después, salíamos en la camioneta de Augusto, un joven guía que nos aseguraba un paseo de aventura por una especie de bosque de rocas varios kilómetros en las afueras de la ciudad. Luego de casi tres horas de viaje llegamos, la vista era impresionante, el cielo azul y limpio, la brisa, fresca y con ese olor a vegetación pura y diáfana, era el marco ideal para alejarse del stress citadino, a nuestro alrededor una serie de formaciones rocosas y cuevas, le daban un aspecto sobrenatural al paisaje.

  • ¿Y esas cuevas, se pueden visitar? –interrogó Susy al guía.
  • No lo sé, nunca me he atrevido a ingresar, los lugareños dicen que están embrujadas.
  • Mayor motivo para hacerlo, -desafió Susy- quien me quiera acompañar, que venga.

Y muy resuelta se dirigió a una de ellas. Augusto intentó disuadirla, pero no logró mucho, ella ya estaba entrando al socavón, yo me sentiría culpable si algo le pasaba, por lo que fui tras ella. La caverna era amplia y muy profunda, conforme avanzaba se iba estrechando un poco, pero –cosa extraña- no faltaba el aire. Ya había perdido de vista a Susy y eso me estaba poniendo más nerviosa. De pronto, al fondo, como a unos cien metros se divisaba una leve iluminación, era obvio que se trataba de una salida, la tal caverna no lo era, era más bien un túnel.

Pese a la reticencia del guía que venía un poco alejado de nosotras, seguimos avanzando y salimos a una extensa llanura, la vegetación era casi paradisíaca, árboles esbeltos y frondosos, flores de colores delicados y un hermoso río que serpenteaba varios metros más adelante, y el silencio, no se oía más que el murmullo del agua, ni el viento ni el trinar de ave alguna, sólo el más profundo silencio.

- ¡Regresemos señoritas –nos suplicó Augusto- esto no me gusta nada y puede ser peligroso!

- ¿Tienes miedo? – le dijo burlonamente Susy.

- No es miedo, es precaución.

Y la cogió del brazo tratando de que siguiera avanzando.

Pero no logró hacerlo, ya que de improviso se escucharon cascos de caballos, alguien venía a nuestro encuentro.

Lo que vimos nos dejó estupefactos, aparentemente era una jovencita, casi una niña que venía montando un pequeño corcel, quizá un pony, pero al acercarse nos dimos cuenta que era más bien ¡un centauro!, o bueno una centaura (si es que cabe el término), su torso era el de una jovencita, pero de la cintura para abajo era de un caballo.

No podíamos creer lo que veíamos, pero era cierto, entonces, los griegos no se equivocaron, los centauros existían y una de ellas se dirigía rauda hacia nosotros. Cada cierto tiempo volvía la vista atrás como cerciorándose de que no la siguieran, hasta que llegó a nosotros.

  • ¡Hola! ¿Recién han llegado?
  • Si, -le respondió Susy algo nerviosa- ¿Quién eres?
  • Me llamo Martina, pero me dicen Marti, ¿qué hacen aquí? Hace mucho tiempo que no viene nadie.
  • ¿Tú… eres así, mitad mujer y mitad…?
  • ¿Yegua? Si, soy así-
  • ¿Por qué? –pregunté estúpidamente yo-
  • Por el agua. Quien se baña en este río se transforma, como sólo me introduje hasta la cintura, pues hasta ahí me quedé.
  • ¿Y si te hubieras zambullido? Serías una yegua completa. –inquirió Susy.
  • No, porque recuerdo que lavé mi cara y brazos para refrescarme, y no sucedió nada, sigo siendo mujer.

Nos miramos sin decir una palabra, estábamos muy sorprendidos para reaccionar, era tan increíble todo.

Pero antes de seguir interrogando a Marti, otro trotar equino nos hizo levantar la vista, a lo lejos venía un potrillo al galope.

  • Ese que viene ahí es Jordy, es… como les digo… mi macho. –dijo casi avergonzada la joven-
  • No tengas pena –la tranquilizó Susy- nosotras también tenemos nuestros machos.

Al trote se fue acercando quien era la pareja de Marti, un hermoso garañón, que para ser un animal, lucía muy apuesto, como para impresionar a cualquier jovencita, pero lo mas impresionante recién lo íbamos a ver.

Mis ojos no podían dar crédito a lo que veían, un gran colgajo de carne sobresalía entre las patas del potro, tenso y duro como una roca. Ella se relamía de gusto, se arrodilló ante él y se lo colocó en la boca, apenas si le cabía, con ambas manos empezó a acariciarlo al tiempo que lo succionaba con un inmenso placer, la verga del semental latía al contacto de la lengua de la joven que subía y bajaba mientras se la introducía hasta lo mas profundo de la garganta.

Susy me tenía cogida de la mano contemplando el espectáculo, pero yo sentía como me la iba oprimiendo cada vez más fuerte, señal de que estaba tan excitada como la joven centaura, yo también me estaba poniendo caliente y mi vagina empezaba a rezumar un tibio líquido, señal que estaba dispuesta recibir en mi interior lo que viniera, no me importaba que tipo de verga fuera, si humana o animal, ¡quería una verga, ya!

La chiquilla nos miraba con picardía mientras chupaba y acariciaba al mismo tiempo la hermosa verga del semental, quien se limitaba a patear de cuando en cuando el suelo mientras movía la cola rítmicamente.

Hasta que llegó al punto máximo, ella se incorporó y se colocó al lado del garañón, levantó la cola y se acomodó la majestuosa verga a la entrada de su palpitante vagina.

Lentamente comenzó a entrar mientras él relinchaba de placer, luego esa turgente masa de carne se perdió en las entrañas de la joven que se retorcía en rítmico placer

Luego de algunas embestidas se notaba que estaba llegando a su clímax, ella hacía lo imposible para no perderse ni un centímetro de esa gruesa verga y el bufaba de placer, luego se la retiró goteando su blanco semen.

Que no daría yo por comerme esa verga, pensé, pero Susy también pensaba igual que yo y le preguntó a boca de jarro a Marti.

  • ¿Crees que yo pueda probar a tu macho? Me gustaría mucho.
  • ¿Lo resistirías? Preguntó Marti con sorna.
  • Probemos.

Y se arrodilló cogiendo la verga con sus manos y chupándola con placer. Los lengüetazos que le daba hacían que yo me calentara de sólo mirarlos.

Augusto empezó a fritarse la entrepierna y de reojo vi como se le abultaba el pantalón, era obvio que estaba tan caliente como yo. Susy se quitó rápidamente el jean que traía y colocándose la punta de la verga del potro en la entrada de su vagina, intentó introducirla.

Pero era demasiado, no entraba con facilidad y ella gemía tanto de dolor como de placer, se movía infructuosamente tratando de acomodarse, pero nada, no entraba, algunas gotas de semen comenzaban a asomar en la roja punta y eso desesperaba a mi amiga.

Yo fui en su auxilio, pero no pude, el potro estaba impaciente y amenazaba con tumbarnos con su musculoso cuerpo.

Marti se acercó a Susy y le dijo casi en un ruego.

  • Déjalo, no lo vayas a lastimar, creo que el prefiere una yegua como yo, mi vagina ya está adaptada.
  • ¡Pues yo me como esa verga si o si! –exclamó Susy- y desnudándose se introdujo en las frías aguas.
  • ¡Susy, espera! –grité yo- te convertirás en una yegua, y que va a ser de ti después, ¡piénsalo!

Pero ya era tarde, Susy se había introducido en el río, asustada Marti se alejó al galope seguida de Jordy su macho.

Yo no sabía que hacer. Susy se resistía a salir del agua, quizá temiendo a que no se diera la transformación, o tal vez, si se diera, no asimilar el cambio.

  • ¡Ven, el agua está deliciosa! –me invitaba Susy con alegría-
  • Me da miedo, no sé…

Y era cierto, me daba miedo el cambio, pero venciendo ese temor, me desnudé yo también y me introduje lentamente en el agua.

Augusto nos miraba sin atinar a nada, la erección de su pene había bajado un poco, pero al ver nuestra desnudez no había desaparecido del todo. Comenzamos a juguetear en el agua, sin intentar mirar hacia abajo por temor a lo que pudiéramos ver.

Efectivamente, nos mojamos la cara, los brazos y nada, resueltas, levantamos una pierna y la vimos, seguíamos siendo mujeres, miramos a nuestro alrededor y no vimos a nadie, ni a Martina ni a Jordy, todo había sido una ilusión, una alucinación producto del calor y del ambiente tan maravillosamente sórdido e irreal.

Susy me sacó de mis pensamientos echándome al rostro un poco de esa agua helada y que al parecer no tenía ningún poder mágico, pero se sentía tan refrescante que haciendo pozo con mis manos comencé a beber de ella.

Susy me imitó y también bebía de la cristalina agua, hasta que un grito de sorpresa me sacó de ese éxtasis:

  • ¡Isa, mira mis manos… son cascos!

La miré y efectivamente, sus manos se habían convertido en cascos, pero no solo sus manos, sus pies también lo eran y aun faltaba lo peor, su cabeza no era humana, era la de una yegua; una yegua que conservaba sus rotundas nalgas y sus exuberantes senos, era una yegua sumamente voluptuosa. ¡Había que tomar el agua!

Sin embargo, yo no había reparado que también había sufrido la misma transformación y que ambas éramos unas yeguas con atributos femeninos, entre ellos una jugosa y rosada vulva que latía ansiosa solicitando quien calmara sus ardores.

Salimos del agua y en la orilla nos esperaba Augusto con una mirada extraña. En la mano tenía su carnosa verga que frotaba rítmicamente. Al verlo ahí, Susy le espetó:

  • ¡Que haces ahí parado como un idiota, métemela! ¡Ya!
  • Pero yo… -balbuceó el guía-

Y cogiéndola de las caderas le introdujo su grueso palo de un tirón. Susy no cabía en si de gozo, se meneaba con violencia tratando de no desperdiciar ese palpitante pene, el mismo que al cabo de unos minutos explosionó en un torrente de cálido semen, el mismo que me apresuré a no desperdiciar.

  • ¿Alguna vez te la ha mamado una yegua? –le pregunté lujuriosa-
  • No, -contestó el muchacho- nunca, pero me gustaría que lo hiciera.

Y claro que lo hice, se la chupaba cada vez con mayor fruición para que volviera a tener esa dureza que yo ansiaba, y cuando le tuvo a punto me voltee ordenándole:

- Ahora métela y cógeme como veo que sabes hacerlo, sin piedad, ¡dale duro!

Yo ya no era yo, era una yegua en celo que pedía más y más cada vez, los embates de su miembro los sentía profundo en mis entrañas, hasta que explosioné en un orgasmo increíble.

Ese día cogimos como desenfrenados, el pobre guía ya no daba más, hasta que nos quedamos dormidos.

Al despertar al día siguiente, vimos que todo era realidad, increíblemente no sentíamos frío ni nada, un poco de hambre si, pero nada más.

Augusto cogió su mochila y se dirigió a nosotras:

  • Señoritas, yo me regreso a Lima, no sé que harán ustedes ahora, pero no me puedo quedar mas tiempo aquí, espero que me comprendan.
  • Está bien –le dije yo- pero ten cuidado con lo que dices, no nos has visto, no nos conoces, ni sabes nada de esto. Tal vez sea mejor así.

Él no respondió, ambas lo miramos alejarse por el túnel y nos fundimos en un abrazo tierno e interminable.

A partir de ese momento la vida sería diferente para nosotras, estábamos ahí solas en nuestros nuevos cuerpos y juntas, como lo habíamos deseado siempre, para amarnos toda la vida.

Mientras sellábamos esa unión con un largo beso no nos percatamos que Augusto había regresado, y dirigiéndose a la orilla comenzó a beber. Al poco tiempo sentimos el crujir de la hierba, volteamos la mirada y ahí estaba él transformado en un hermoso potro que nos invitaba a la más ardiente sesión de placer que hubiéramos imaginado.

  • No podía dejarlas solas –se justificó- además, no hubiera podido guardar el secreto y nadie creería esto y me señalarían como un loco.

Nos alegramos de que todo hubiera dado ese giro, y no fuera un sueño, era una placentera realidad.

FIN