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El secreto de Andrés

en Autosatisfacción

Andrés es un chico solitario, tímido y misterioso. Delgado, rubio, sin ningún rasgo que destacar; nunca te fijarías en él. Hijo único y con unos padres más tristes que una pasa, vive solo, sin amigos y en el trabajo no se relaciona con casi nadie. Y nadie le presta atención. Pero Andrés guarda un gran secreto. Es un vicioso, pero no uno normal y corriente ya que hace cosas que ningún hombre puede hacer aunque lo desease con todas sus fuerzas.

Andrés nació como un bebé cualquiera, sin embargo, con el tiempo desarrolló dos anomalías que lo han llevado a ser un antisocial: la primera es una polla de casi 36 cm. de largo y 6 cm. de grosor. Ya de joven poseía una "tercera pierna" que lo avergonzaba profundamente y, mientras todos sus compañeros de clase competían por ver quién la tenía más grande, él prefería esconderse de los demás como una sombra. Su timidez tampoco le dejaba relacionarse con las chicas pues sabía que lo suyo no era, ni de lejos, algo normal y temía ser rechazado como un monstruo. Después comprendió que las chicas tampoco le atraían sexualmente pues su gran polla ni se inmutaba cuando podía atisbar a alguna en pelotas.

Un día descubrió que su culo era muy sensible, ya sólo con rozar su agujerito, su verga brincaba pidiendo más atención. A solas, desahogaba sus hambres metiéndose un dedito o dos por el culete, práctica que le servía para derramar litros de leche en un solo orgasmo. La soledad, aunque cómoda, le empezó a resultar un poco cargante por lo que gastaba su tiempo libre en meter todos los dedos que pudiera dentro de su, cada vez más dilatado, culo. Con el tiempo, comenzó a sentir curiosidad por las relaciones homosexuales. En secreto, alquilaba películas porno en las que salían un montón de macizos con pollas espectaculares y dotados con una resistencia más espectacular aún. Eso sí que lo ponía cachondo perdido. Así, Andrés pasó los años de la universidad intentando reunir el valor necesario para relacionarse con algún chico que no se asustara o acomplejara por el tamaño de su rabo, que quisiera meterle la polla en su ya más que experimentado culo y que se muriese por tragársela hasta el fondo, pero siempre se refrenaba al pensar que el posible candidato sí que se moriría de verdad si intentaba hacer esto último.

Un viernes por la noche, harto de sí mismo y de sus dedos, se compró un vibrador. Reprimiendo por primera vez la vergüenza, salió de su primera visita al sex-shop con un enorme trozo de plástico rosa lleno de venas y con 5 velocidades distintas. Al igual que un niño al que le regalan una mascota, decidió ponerle nombre y lo llamó Jimmy. Al llegar a su casa (por aquel entonces ya vivía solo gracias a la generosidad y el desinterés de sus padres) se duchó y, desnudito y limpito, se metió en la cama con Jimmy.

Aquella noche Jimmy se convirtió en su primer amigo y en su primer amor.

Había tenido la precaución de comprarse un bote de vaselina por si las moscas. A conciencia y muy metódicamente, embadurnó a Jimmy con una gruesa capa de vaselina y, ansioso y expectante, se metió con cuidado el brillante glande de plástico. En esas tuvo su primer orgasmo de la noche. Jadeante por la sorpresa, se quedó quieto durante un rato, con una mano sujetando todavía a Jimmy en la entrada de su culo mientras veía que su rabo seguía erguido como si no hubiese pasado nada. La visión de toda su leche derramada sobre su vientre lo puso más duro. Con su mano libre, recogió parte de su crema y se llevó los dedos a la boca. No era la primera vez que probaba su lefa, pero esa noche le resultó de lo más excitante. Animado, recogió más semen y se lo untó en el ano como lubricante. Contuvo la respiración y de un empujón se metió el resto del vibrador. El grito que soltó lo pudieron escuchar todos los vecinos, afortunadamente para Andrés nadie quiso investigar la causa del ruido.

Utilizó a Jimmy con furia asesina, se lo clavaba hasta el fondo con violencia y lo sacaba casi por completo para volver a metérselo con saña. Todo Andrés convulsionaba sobre la cama: sus frenéticos movimientos lo hacían rebotar sobre el colchón y su gran pollón parecía un surtidor. Los orgasmos se sucedían uno tras otro hasta que por poco se ahoga en su propia leche. Después de un par de horas en las que Jimmy no salió para nada de su ano, Andrés se quedó agotado pero más feliz que una perdiz. Se durmió justo cuando se dio cuenta de que ni siquiera había utilizado las 5 velocidades.

Ese fin de semana se lo pasó profundizando en su relación con Jimmy. A pesar de notar el culo algo escocido, no podía evitar follarse a todas horas, en cualquier rincón de la casa donde pudiera. Probó sus cinco velocidades y con la quinta, prácticamente llegó al nirvana. Acostumbrado a las películas porno que veía, en ningún momento se asombró de que su maldita y enorme polla respondiera siempre a punto, como si no se hubiese corrido en ningún momento. La verdad es que Andrés se sentía tan acomplejado por el tamaño de lo que tenía entre las piernas que, inconscientemente, no le prestaba atención. Con tocarse el culo siempre había tenido suficiente y ahora con Jimmy en su vida, parecía no necesitar nada más.

Así pasaron los meses en los que incluso adelgazó por el constante ejercicio y sus ojeras fueron comentadas por todos sus compañeros de la universidad, aunque nunca le dijeron nada a la cara.

Pero como todo, el amor tiene su fin y Andrés se volvió más exigente. Seguía sin ser capaz de abandonar a Jimmy y, a pesar de que sus orgasmos continuaban siendo espectaculares, Andrés quería más. Necesitaba más. Tras planteárselo mucho, decidió volver al sex-shop. De su segunda visita, salió cargado con quienes serían Franky y Tomy. Ninguno de los dos era tan grande como Jimmy, pero Andrés tenía una idea muy concreta para ellos.

Ya en la cama, Andrés se rodeó de sus queridos juguetes. Su lema ahora era "renovarse o morir", así que decidió probar nuevas experiencias. Cogió primero a Jimmy y se lo introdujo en la boca. Después de tantos meses, era la primera vez que se le ocurría hacerlo. Casi con amor, lo aferró con las dos manos dado su tamaño y empezó a chuparlo tal y como lo había visto hacer en las películas: con golosos lametones a lo largo de todo el tronco, absorbiendo el glande lo llenó de babas y se introdujo todo lo que pudo hasta que lo notó en la garganta. La verdad es que le estaba gustando el acto de mamarla, le ponía muy caliente. Después de estar un buen rato babeando a Jimmy, optó por empezar la jodienda con Tomy, un consolador negro de tamaño medio. Se enculó con él como si tal cosa, así se servía de una mano para follarse la boca con Jimmy y, con la otra mano, se jodía con Tomy. De esta manera se corrió y en abundancia. Aún con ganas, Andrés se dio ánimos a sí mismo para probar lo que realmente quería hacer. Dejó a un lado a Jimmy y atendió a Franky, otro consolador del mismo modelo que Tomy pero color carne. Le escupió para lubricarlo y de un tirón lo introdujo en su culo, aún ocupado. Entre gemidos, gritó los nombres de sus nuevos consoladores como si fuesen amantes reales. Con las manos sincronizadas, los sacaba y metía a un ritmo endiablado, tal y como a él le gustaba. A la hora, su vientre y su pecho rebosaban semen de todas las corridas que había tenido. Su propio olor le llenaba las fosas nasales, lo cual le ponía más caliente aún. En su imaginación, era el olor de los machos que le follaban el culo sin piedad.

El segundo día en el que Andrés jodía con Franky y Tomy, la casualidad quiso que su vicio se alzase un punto más. Repetía la rutina del día anterior: mamada a Jimmy, follada con Franky y Tomy. En la segunda corrida, no pudo evitar doblarse sobre sí mismo por la intensidad del orgasmo, gimiendo como un poseso notó como uno de los chorros de leche le entraban directamente en su boca abierta. La sensación le valió la tercera corrida. Desde esa noche se volvió un adicto de sus propios jugos y el probar su leche se volvió tan necesario como la estimulación anal. Cada noche probaba posturas distintas en las que su trío de consoladores le trabajasen su agujero mientras su polla apuntaba directamente a su cara. Le excitaba enormemente tener la boca goteante con su semen y su saliva. Cada vez era más diestro en destrozarse el culo con Tomy y Franky al mismo tiempo mientras baboseaba a Jimmy. Si no podía evitarlo y se corría en su vientre, utilizaba a Jimmy o a cualquiera que estuviese a mano para recoger la leche y llevársela a la boca.

Con el tiempo, dejó de pensar en relacionarse con otros hombres, Andrés estaba más que satisfecho con sus juguetes y sus perversiones. Una vez que empezó a trabajar y pudo independizarse definitivamente de sus padres, se volvió realmente un ermitaño. Durante el día trabajaba eficientemente en la oficina sus ocho horas diarias de lunes a viernes. Por las tardes, su nuevo aliado sería el ordenador. Por internet amplió su círculo de amigos y reunió en uno de los cajones de su armario a Johnny, Mickey, Luigi, Samy… consoladores y vibradores de distintos colores y tamaños con nombres de mafiosos italianos que por las noches hacían que gritara como un descosido, corrida tras corrida. También compró distintos objetos como conos anales, bolas chinas, videos gays… toda una parnafernalia destinada al más puro y crudo placer… en solitario.

Un sábado por la noche descubrió su segunda anomalía, la cual lo llevaría a ser un ser más solitario aún pero más feliz.

Estaba en el sofá de su casa, desnudo y cubierto por una pátina de sudor después de haber estado follándose como un animal con Luigi y Tomy. Ambos le habían dejado el culo como un túnel. De fondo tenía puesto una de sus muchas películas, por lo que se oían jadeos masculinos vibrando por todo el salón. En su mundo se imaginaba que dichos jadeos correspondían a sus amantes imaginarios. La cara la tenía tapada con uno de sus calzoncillos húmedos y manchados por su propio semen. Cada vez que respiraba, olía sus propios jugos, cada vez que sacaba la lengua, lamía su leche… era como tomar viagra. Hacía tiempo había perdido el miedo a masturbarse, así que ahora, mientras notaba como Mickey, Jimmy y Franky lo enculaban a la vez, su mano libre lo machacaba hasta tener la polla morada por la excitación. Esa noche se notaba especialmente hambriento, llevaba dos horas dándose placer y aún quería más, necesitaba más… quería que alguien le chupase su tremenda polla pero no tenía ningún objeto que le sirviese como boca. Sólo tenía la suya. Esa noche Andrés descubrió que su columna vertebral era la mar de flexible.

Al principio su idea era ver su propio culo abierto hasta el límite por tres consoladores. Acomodándose en el sofá, echó las piernas hacia atrás de tal modo que tuvo la cabeza flanqueada por sus rodillas. Llegó a atisbar los extremos de los consoladores bien enterrados en su interior, animado por la visión notó como su polla se estiraba más aún, el glande rozándole los labios. Un chispazo eléctrico le recorrió todo el cuerpo por la sensación y ya nada lo detuvo. Arqueándose en una postura casi imposible, se dobló sobre sí mismo mientras notaba su polla entrar en su boca. Se controló para no contener el orgasmo, pero la respiración le iba acelerada y sus jadeos llenaron la habitación. Tentativamente se movió y a los cinco minutos recibía su primera mamada. Algo se desconectó en su mente y en lo único en lo que pudo pensar era en las sensaciones que su boca daba a su polla. Se la estaban mamando, él estaba haciendo una mamada, se estaba chupando su propia polla mientras su ano se dilataba para acoger a tres monstruos de plástico. Tuvo un orgasmo intenso que se duplicó cuando notó su boca llena de carne y de semen. Se durmió agotado.

Se despertó de madrugada con dolores en distintas partes de su cuerpo. Cuando recordó lo que había conseguido, su rabo despertó también. Andrés volvió a follarse y a mamarse. Esta iba a ser su rutina todas las noches y fines de semana.

Ya habían pasado un par de años desde que Andrés comprara a Jimmy y aún seguía utilizándolo. Después de tanto tiempo, sus amigos se habían convertido en el único enlace emocional que Andrés tenía en este mundo.

Andrés se había convertido en un hombre rico. No le preocupaba la ropa, ni salir de copas con otra gente, la comida le parecía un mero trámite que había que realizar unas veces al día… básicamente no gastaba el dinero. Sus únicos caprichos era el bendito Internet, desde donde realizaba todo tipo de compras. Poseía ahora tres cajones de su armario llenos de consoladores y otros objetos con los que satisfacer su sexualidad y se podría decir que era un hombre feliz y satisfecho con la vida que llevaba.