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Fetichismo en el tren

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Fetichismo en el tren (1)

Aquella tarde de Noviembre, fría y poco agradable, volvía a casa después de pasarme el fin de semana en casa de mis abuelos. Cogí el tren en la estación madrileña de Nuevos Ministerios, me coloqué los auriculares de mi i-pod y me senté al final del vagón. Soy una chica morena, pelo liso, ojos color miel, alta (miedo 173) y tengo un cuerpo normalito, aunque mis amigos dicen que de eso nada que soy escultural (iguale s verdad y por eso ligo tanto, pero modestia aparte, yo pienso que no soy para tanto). Llevaba un pantalón vaquero muy corto, medias negras y botas arrugadas por encima de la rodilla de tacón bajo. Cansada, decidí apoyar mis pies en el asiento de delante, para relajar mis doloridos pies (la noche anterior estuve mas de 10 horas andando sobre mis taconazos de 12cm) confiando en que no me viese el revisor. Al llegar a Chamartín, la siguiente estación, se subió al vagón un único pasajero: un chico de veintipocos, 25 como mucho, rubio, pelo largo con coleta, perilla, no era ningún pibonazo, pero algo me gustó de él. Iba cargada con tres maletas, y se sentó junto a mí, dejándolas en el suelo. Educada, bajé mis pies del asiento y se lo ofrecí por si quería subir sus maletas, a lo que rechazó educadamente, diciéndome además que por favor volviese a apoyar mis `pies, que a él no le importaba. Se sentó y comenzó a ojear el folleto de un cd. Volví a subir mis pies al asiento y pude notar, divertida, que se le escapaba la mirada de su folleto a mis botas ¿Sería fetichista? Algunas amigas me han contado de ligues y novios suyos que lo eran y que se comportaban como verdaderos amantes. Decidí tantearlo durante el viaje, pero tenía poco tiempo, pues no sabía en qué parada se bajaría Estiré por completo mis piernas y, de vez en cuando y disimuladamente, toqueteaba mis botas, alisándolas o desatando los lazos de la pantorrilla para volverlas a atar. Y no dejaba de mirarme. Qué mono. Cuando el último pasajero que quedaba en el vagón aparte de nosotros dos se bajó, decidí pasar a la acción.

"¿Tanto te gustan mis botas encanto?"

"Me encantan. Muy sensuales" Fue lo único que me dijo. Pero su mirada y el bulto de su pantalón me animaron. Subí mis piernas en sus rodillas y le dije que las tocase sin miedo, que viese lo suaves que eran. Dudó un par de segundos; después acarició, primero tímidamente, para irse animando poco a poco. Reconozco que sabía acariciar, pues a cada caricia suya, un escalofrío recorría mi cuerpo. Quise ir más allá.

"¿Me darías un masaje de pies?"-ronroneé

"Encantado"

Tomó mi bota izquierda, tiró del lazo y la desató. Fue retirándola poco a poco, lo que me encendió aún más. Tomó la bota, me miró con lujuria, la dejó en el suelo y empezó a masajear mi pie enfundado en la media.

"Descálzame la otra, anda"- le rogué

Volvió a tomar la bota derecha y me la sacó, con aún más morbo. Estaba loca. Me abandoné a sus caricias en cuanto empezó a masajearme los dos pies: tobillos, planta, empeine, dedos… no dejó ni un centímetro sin masajear y acariciar. Tanteé la suerte apoyando la planta de mi pie izquierdo en su abultado miembro y subí el derecho a su cara. Captó mis intenciones a la perfección. Mordió la punta de la media y sus manos comenzaron a deslizarse desde el tobillo, por mi pantorrilla, mis muslos hasta la costura que tomó con ambas manos y empezó a deslizar hacia abajo lentamente, recreándose a cada centímetro que descorría. Me quitó la media y la guardó en la bota. Repitió la operación con la media izquierda. Ahora, mis pies desnudos estaban a su merced

"Me gusta. Tienes los pies muy cuidados y limpitos"

Y acto seguido, empezó a lamer mis pies: los besaba, mordisqueaba mis dedos, soltaba bocanadas de aire cálido en mis plantas…gocé como nunca. Decidí recompensarle. (continuará)