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La mujer y el monstruo, visión futura

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Tras la conversación caliente en la piscina, Mera y su amiga Yut-sen se reúnen en el camarote de esta última para masturbarse juntas. Utilizan unos trajes ceñidos al cuerpo con sensores de temperatura y erogénesis que, complementados con unas gafas-caperuza de realidad virtual, conforman el kit “Placer Total”, tan solo disponible en el mercado negro. Las gafas-caperuza conectan a las chicas enseguida con su lado erótico más salvaje.

Mera conecta con una sala circular sombría, tenuemente iluminada por pequeñas luces amarillas y azules que conforman varias circunferencias concéntricas sobre el suelo. En el centro de la sala y rodeadas por las circunferencias hay un número indeterminado de siluetas que emiten distintos sonidos sexuales de baja frecuencia, casi más audibles por los poros que por el oído. Mera se aproxima con pasos pausados pero decididos y la vibración de su cuerpo va haciéndose cada vez más y más intensa. Su piel, sus senos y su sexo palpitan y vibran al compás de los sonidos de placer que emiten las presencias en penumbra hacia las que se aproxima. Su corazón late deprisa. Se encuentra en un lugar que podría parecer sombrío pero no siente miedo, al contrario, se siente arropada por el calor del momento y el de la sala, repleta de calor íntegro de sexo. Siente como si de su vagina surgiera un fuerte e intenso cordel que la uniera irremediablemente a los sexos de esas otras presencias. Toca algo con su rodilla. Palpa, atisba y respira profundamente. Sus manos encuentran un falo ancho y duro como una roca. Siente su vagina humedecerse, su clítoris y sus pezones tiesos como astas. El calor se le ha introducido en el cuerpo y ahora toda ella es arrebato. Ávida y sedienta de placer, se roza su sexo contra la caliente roca. La siente palpitar, expectante. Sobre la fálica roca comienzan a nacer unas luces de colores fosforescentes. Otras similares van apareciendo alrededor del centro de la sala, dando forma en la oscuridad a otros penes, vaginas, pechos y labios. A medida que Mera se introduce el falo, su apasionada vagina va impregnándose también de fosforescencia. Se acaricia los pechos y estos se impregnan también de color. Otras manos cálidas y fuertes acarician ahora su pecho. Siente un aliento sobre la nunca. Se le eriza el vello en la piel. Una leve respiración alcanza su oído izquierdo. Siente una lengua recorriendo sutilmente el lóbulo de su oreja. Gira su cuello, sin dejar de flexionarse rítmicamente sobre el falo-roca, para poder acoger esa lengua tentadora en su boca. La acoge con los ojos cerrados, como suele hacerlo siempre que besa a alguien, pero enseguida vuelve a abrirlos. Y continúa abriendo sus ojos cada vez más y más. Esa lengua no es humana. Le agrada su beso, pero por su textura y su excesivo tamaño sabe que no es una lengua humana. Otras luces de colores fosforescentes comienzan a surgir en el rostro oculto del ser que la está besando. La fosforescencia perfila unas cejas, una frente, unos labios, unos pómulos, un cabello,… Los ojos se vislumbran a través de la iluminación fosforescente de las pestañas. Pero hay algo más. Unos cristales sobre los ojos. Poco a poco, una revelación perturbadora comienza a perfilarse ante Mera: surgidas de la oscuridad, pero con una presencia abrumadora, casi como toda una omnipresencia, como si siempre hubieran estado ahí, unas inmensas gafas de carey aparecen frente a su rostro. Las tiene tan cerca que puede notar el frío que se desprende de sus cristales. El falo empedrado que aun tiene adentro de sí comienza a sacudirla más y más aprisa. Mera besa la lengua del ser de gafas de carey con impetuosidad y fruición. Siente que los primeros atisbos de un orgasmo titánico comienzan a emerger en su interior. Desea con arrebato que esa criatura de fuerza y presencia animal la devore toda. Abre su boca todo lo que puede, casi hasta la descoyuntura y recibe toda la lengua del ser en su interior. Ansía ser devorada por esa cosa. A poco de alcanzar el éxtasis, Mera oye un extraño gemido orgásmico que le resulta familiar. Es su amiga Yut-sen. Su gemido desprende dolor y placer a partes iguales. Mera alcanza el orgasmo cuando siente el falo vibrar y convulsionarse dentro suyo, cubriéndola de una eyaculación espectacular, al tiempo que la lengua de la criatura de lentes de carey comienza a invadir sus entrañas. Mera solo alcanza a emitir un sonido gutural ahogado antes de ser devorada.