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Cuéntamelo todo

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- Cuéntamelo todo - rogó Soraya, ansiosa.

- Ahora mismo no puedo - respondió Sheila, apenada - mis padres aún no han salido.

- Pero, ¿me lo contarás cuando se vayan?

- Claro, ¿acaso te he fallado alguna vez?

- No, pero no sabes cuánto lo necesito.

- Tú siempre lo necesitas. Lo que sí que necesitas es que te echen un buen polvo.

- Las dos sabemos que eso nunca ocurrirá.

- Bueno, tú no desesperes. Bien, ya se han ido mis padres.

  Como un resorte, Soraya separó las piernas y se arremangó la falda hasta que asomaron sus bragas rojas, descoloridas ya de tanto usarlas.

- Soraya, ¿estás preparada?

- Sí, y tú, ¿lo estás?

- Claro, con mis braguitas blancas que tanto te gustan.

- Estoy empezando a sudar. Estoy muy caliente, cuéntamelo todo.

- Está bien. Se llamaba José, no era demasiado guapo, pero tenía un buen cuerpo. Me di cuenta enseguida de que no paraba de mirarme y hacía todo lo posible porque me fijara en él. Yo llevaba la minifalda blanca tan cortita con la que fui a tu casa la semana pasada. Empecé a bailar sensualmente y a agacharme para que asomase el tanga azul que me había regalado mi ex. Ya sabes que me gusta que cuando me entra un tío lo haga en plena excitación para poder palpar su erección y comprobar el tamaño de su miembro.

- ¿Era grande? - preguntó Soraya, ansiosa, con la mano en la entrepierna.

- No tengas prisa. Yo seguía bailando, me acariciaba el cuerpo con las dos manos, hasta que por fin se decidió a venir. Me preguntó mi nombre, le di dos besos y me arrimé a él. No tardó en besarme, dulcemente al principio, pero de pronto me llevó hasta una columna y sus besos se volvieron extremadamente fogosos. Su lengua empezó a jugar con la mía y me dejé llevar. Al rato comenzó a recorrerme el cuello, primero soplando suavemente y posteriormente con la punta de la lengua, hasta detrás de las orejas. Fue entonces cuando palpé su entrepierna. Estaba muy duro y parecía bastante grande. Él se animó también y metió su mano bajo la falda y empezó a acariciar mis muslos. Separé las piernas para que llegase mejor, pero quería hacerme sufrir y ni siquiera se acercó a las costuras del tanga. Estaba muy excitada y sólo de pensar en el momento en que por fin me acariciaría el coño, empecé a lubricar. Él debió notarlo porque no tardó en frotar su mano contra la tela del tanga húmedo, buscando el clítoris.

  Soraya seguía paso a paso el relato de su amiga y, aunque en momentos puntuales quisiera seguir libremente, hacía un esfuerzo en un intento de sentir lo mismo que ella.

- Le sugerí ir al baño, pero él me ofreció su casa, justo enfrente de la discoteca. Estaba ardiendo y necesitaba sentir aquel enorme miembro penetrándome. Accedí sin pensármelo dos veces y, en el mismo rellano, mientras él buscaba nervioso las llaves, empecé a masturbarme por encima del tanga, al igual que estarás haciendo tú ahora mismo - los gemidos de Soraya al otro lado del teléfono comenzaron a excitarla - Cuando por fin abrió la puerta entramos desesperados y en la misma entrada le quité los pantalones. A través del boxer se intuía ese pene erecto que tanto deseaba. Era tan grande que le asomaba la punta, brillante, debía medir dos palmos. Antes de poder hacer nada más me tumbó en el suelo, metió la cabeza bajo la falda y...

- Estoy muy mojada, Sheila - informó Soraya entre jadeos - por lo que más quieras no pares ahora.

- Y empezó a pasarme la lengua por las ingles. Sólo de sentir su caricia noté cómo mis jugos se escapaban más allá de los límites del tanga. Sentí cierta vergüenza, pero a él pareció excitarle mucho más. Separé las piernas todo lo que pude y me desprendí del sujetador. Tenía los pezones duros como piedras y no fui capaz de aguantarme y comencé a sobarme las tetas.

  Los jadeos de Soraya se volvieron más frecuentes, casi continuos. Sus caídos pechos resbalaban una y otra vez sobre los pliegues de su famélico vientre, meneados por una mano ávida de colmarla de placeres. Sus bragas rojas lucían ya las primeras briznas de sus flujos vaginales. No pudo evitar saltarse el protocolo y las estrujó contra su coño, peludo y desaliñado, dejando en ellas un gran lamparón.

- José alzó la cabeza y vio cómo disfrutaba de mi propio cuerpo. Sonrió y volvió a ocultarse bajo el vuelo de la falda. No paraba de lubricar y los jugos resbalaban por la cara interna de mis muslos. Estaba tremendamente excitada y, cuando, por fin, introdujo su mano bajo el tanga, pegué un respingo que él aprovechó para penetrarme con dos dedos de forma violenta. Los dejó dentro, los cruzó y continuó lamiendo todo el contorno del tanga. Había conseguido lo que quería, pues era yo la que debía moverme para sentir el roce de sus dedos inmóviles dentro de mí.

  Al otro lado del teléfono se escuchaba el rechinar de los muelles del destartalado colchón donde Soraya arqueaba su cuerpo intentando reproducir la escena. El teléfono reposaba sobre el hombro y lo sujetaba ladeando la cabeza sobre el mismo. Aparecieron los primeros gemidos.

- Pasa a la parte en que te folla, no voy a poder aguantar mucho más - rogó Soraya.

- Está bien. Después de un primer orgasmo con sus dedos aún estáticos dentro de mí, me levantó del suelo, me llevó contra la pared y comenzó a besarme los pechos. Aproveché para bajarle el boxer y agarré su polla enorme. Comencé a masturbarle. Estaba durísimo, muy ancho, tanto que me costaba rodearlo con la mano. Eran casi cuatro dedos de grosor.

  Apartó mi mano y la llevó hasta el clítoris y guió cada uno de los movimientos de mis dedos sobre él; primero, de arriba a abajo y luego haciendo círculos. Yo dejaba suelta la mano para que pudiera manejarla a su gusto. Cuando la soltó ya era imposible parar y continué acariciándome como él acababa de enseñarme. Fue entonces cuando, de un solo empujón metió la mitad de su pene dentro de mí.

- Pero, ¿aún tenía los dedos dentro? - preguntó Soraya, incrédula.

- Sí, fue una sensación indescriptible, estaba totalmente llena de él y cada movimiento, por sutil que fuera me provocaba un placer enorme. Volvió a besarme los pechos, a recorrerme el cuello con su lengua mientras mis dedos seguían dando placer al clítoris, lo que hizo que poco a poco entrase su polla. Fue entonces cuando sin previo aviso retiró los dedos, me levantó en volandas y me penetró salvajemente contra la pared. Sólo aguanté seis o siete embestidas y tuve un segundo orgasmo mucho más placentero y duradero que el primero. Me temblaban las piernas del esfuerzo, pero quería mucho más. Y él también. Así que me llevó a su cuarto, sin sacar su miembro de dentro de mi ardiente vagina.

  Soraya decidió hacer uso del consolador que años atrás le hubiera regalado Sheila, para poder recrear mejor los relatos. Fue un regalo que recibió con mucho agrado y que no tardó demasiado en usar, si bien empezaba a considerarlo demasiado pequeño para sus necesidades.

- Una vez en la cama me tumbó, levantó mis piernas y acabé con las rodillas casi en la cara. Así podía penetrarme prácticamente en perpendicular. Estaba tan mojada que entraba con suavidad, sin ninguna dificultad. Eso le animó y empezó a embestir mucho más rápido; la cama hacía mucho ruido y mis gemidos eran seguramente escuchados por los vecinos. Eso me excitaba mucho más y le pedía insistentemente que no parara. El tanga estaba empapado y poco me importaba el lamentable estado en el que estaba quedando la falda, arrugada y húmeda, mezcla del sudor de ambos y el jugo de mi encharcada vagina. Podía escuchar el chapotear de sus testículos en cada penetración. A veces la sacaba por completo y se dejaba caer, haciéndome reventar de placer. Volví a correrme y...´

  La conversación terminó como siempre, con los tres chillidos ahogados de Soraya que delataban el fin de su ansiado orgasmo. Sheila lo sabía de sobra y no le importaba que su amiga colgase en mitad del relato. Al fin y al cabo llevaba mucho tiempo siendo así.

  Soraya resopló repetidas veces, cogió aire y esperó a que sus pulsaciones disminuyesen. No sabía a dónde había ido a parar el movil, pero sin duda, poco le importaba. Como había seguido el relato al pie de la letra permanecía vestida de cintura para abajo, así pues, en cuanto recuperó el resuello se bajó las bragas, las inspeccionó , se secó el aún palpitante coño y las echó al cesto de la ropa sucia. Acto seguido se fue a la ducha, donde, dejándose llevar por las suaves caricias del agua y el más que reciente recuerdo, volvió a masturbarse, esta vez con mayor fiereza. Siempre lo hacía así.

Una vez que Soraya hubo colgado, Sheila palpó su entrepierna. Estaba empapada. Nunca había confesado a su amiga lo mucho que le excitaba escuchar sus orgasmos por teléfono; aún así, en ninguna ocasión optó por masturbarse, pues sentía cierto reparo. No obstante, aquella vez fue distinto. Se quitó las braguitas sin pensarlo demasiado y con ellas se secó el coño, totalmente rasurado, de arriba a abajo. Lo hizo en varias ocasiones, hasta que no pudo aguantar la tentación de seguir haciéndolo. Se frotaba en todas direcciones con las braguitas, pensando en los dedos de Soraya, en sus gemidos e intentaba imaginarla masturbándose.

Sin darse cuenta su grado de excitación había aumentado tanto que sería imposible parar. Dejó las bragas a un lado y abriendo bien las piernas comenzó a dibujar círculos sobre el clítoris. Lo notó duro y se imaginó a Soraya masturbándola y ella haciendo lo mismo con el coño de su amiga. Se tocaba deprisa, desesperada por alcanzar el orgasmo. Metió dos dedos hasta el fondo del coño y empezó a penetrarse con fuerza, tal y como le gustaba que la follaran. Pronto esos dos dedos se convirtieron en tres y empezó a gemir. Se puso de pié y apoyando una pierna sobre la cama continuó penetrándose sin piedad, mientras con la otra mano jugaba con sus grandes pechos. Pensaba en Soraya, en cómo sería su coño, en si se mojaría tanto como ella. Fantaseaba con la idea de tener sus dedos dentro de un coño diferente al suyo y su excitación alcanzó su punto álgido. Sacó los dedos para estimularse el clítoris, de lado a lado, con tan sólo la yema del dedo anular, en movimientos rápidos, casi espasmódicos. Alterna de vez en cuando con movimientos circulares, a la vez que abandona sus pechos para meterse el dedo gordo de la otra mano en el coño y el anular en su culo. Se penetra por ambos lados como puede, hasta no poder más.

  Con el sudor resbalando por su cuerpo, se tumba en la cama sin parar de acariciarse el clítoris y con sus dedos anular y corazón vuelve a penetrarse de forma rápida y violenta, hasta correrse. Mientras lo hace, aumenta aún más su velocidad, hasta explotar entre violentos espasmos de su cuerpo que le hacen brincar sobre la cama y acabar rendida.

  Cuando estaba aún recuperando el aliento, sonó el móvil. De nuevo era Soraya.

- ¿Te apetece venir a mi casa? Mis padres se han ido y podríamos ver una película o algo - pregunta, nada más escuchar la voz de su amiga.

- Claro, ahora mismo voy, en cuando me dé una ducha y me vista.

- Está bien, aquí te espero. Yo ya me he duchado. Gracias por contarme lo de José, me ha venido muy bien.

- No te preocupes. Sabes que no me cuesta nada y en el fondo me gusta que puedas disfrutar con mis aventuras. Ahora te veo.

  Nada más colgar, Sheila se metió en la ducha y al notar el agua discurriendo por su cuerpo volvieron sus deseos carnales y decidió dirigir el chorro de agua directamente sobre el clítoris. Se tumbó en la bañera y se ayudó de las manos para hacerse uno de los dedos más rápidos que ella recordara. No tardó ni cinco minutos en correrse y acabó totalmente extasiada. Jadeaba descontrolada, hiperventilando para recuperar el aire. Su corazón latía con velocidad, así como su coño, que notaba palpitar como cada vez que la follaban. Aún así  no se calmó su excitación, pero sabía que no debía perder tiempo, pues deseaba ver a su amiga.

  Al recuperar el aliento salió de la ducha y secó su cuerpo con premura y fue a su cuarto. Allí se vistió. Eligió uno de sus tangas favoritos; era azul, de encaje y la parte de atrás la componían dos ínfimas tiras en forma de T. Se puso una minifalda azul oscuro, con dos volantes en la parte inferior, un sujetador también azul y una camiseta ajustada con escote de pico. De calzado, unas sandalias veraniegas también blancas.

  Cuando llegó a casa de Soraya, ésta la recibió con un vestido corto, rojo, de tirantes y de una tela lo suficientemente fina como para dejar traslucir sus pezones.

- Hola - dijo Sheila.

- Hola, pasa - contestó Soraya señalándole el salón.

  Se sentaron una frente a la otra; Sheila en el sofá y Soraya en una silla. Empezaron a hablar de cosas sin importancia y eso consiguió que Sheila olvidase el calentón con el que había salido de su casa. Sin embargo, Soraya sacó un tema que acabaría volviéndola loca.

- Oye, ¿y cómo terminó lo de José? - preguntó en mitad de la conversación.

- ¿Quieres saberlo?

- Sí.

- Está bien. Después de volver a correrme me puso de rodillas, como si fuera una perrilla y de rodillas él también me abrió el culo con dos dedos y metió la polla hasta los cojones. Me agarró las tetas y jugó con ellas todo lo que quiso mientras yo me movía para sentir semejante pene follándome el culo. Estaba muy cachonda y no podía dejar de moverme. Él lo notó enseguida y comenzó a embestir a toda velocidad. Me agarró del pelo para domarme como a una yegua en celo y empezó a meterme dedos por el coño, hasta llegar a cuatro. Estaba tan mojada que creo que me hubiera entrado todo el puño. Follada por mis dos agujeros no podía parar de gemir y se me escapaban gritos. Era impresionante lo que aguantaba sin correrse y me estuvo follando ininterrumpidamente al menos media hora.

  Mientras Sheila hablaba, no pudo evitar fijarse en la entrepierna de su amiga. Al sentarse, el vestido se había levantado ligeramente y asomaba su tanguita rojo. Enseguida Sheila notó que había empezado a mojarse y se preguntaba mentalmente si Soraya estaría en la misma situación. Pero decidió aguantar un poco más y seguir contando su noche de sexo. 

- Sin parar de penetrarme empezó a acariciarme el clítoris muy rápido; estaba tremendamente excitada y me temblaba todo el cuerpo. Sentía algo raro, una excitación que nunca había sentido y esperaba ansiosa un orgasmo tremendamente bueno. Él lo sabía y cuando yo ya no podía  más, sacó los cuatro dedos y mi coño empezó a correrse como nunca lo había hecho. Chorros y más chorros salieron de él encharcando el suelo. Salían con fuerza como si mi coño se hubiese convertido en un aspersor y mientras chorreaba él continuó follándome el culo sin parar hasta q por fin sentí su leche caliente saliendo disparada dentro de mí. Me encantó sentirla desparramándose. Caí rendida encima del charco que había salido de mi coño palpitante y empecé a boquear para recuperar el aliento, pues sabía que le debía al menos una gran mamada por haberme hecho correr como nunca.

  Soraya separó disimuladamente el tanga, para despegarlo de su coño, pues los primeros jugos habían ya empezado a humedecerlo. Sheila lo vio de soslayo e instintivamente separó un poco más las piernas.

- Sigue, ¿qué pasó después? - preguntó Soraya, impaciente ante el silencio de su amiga.

- Después se la chupé durante quince minutos hasta que me llenó la boca de leche caliente.

- ¿Y ya está? ¿Por qué no lo has descrito como haces siempre?

- Porque si lo sigo recordando voy a acabar muy mal, y me parece que tú también.

- Sí - se sonrojó Soraya - tienes razón, será mejor dejarlo, porque me estoy poniendo malísima.

  Dicho esto, se levantó en dirección a la cocina y al pasar a su lado, Sheila reaccionó agarrándola del muslo, cerca de ese tanguita rojo que tanto le excitó.

- A lo mejor no hay por qué dejarlo - sugirió Sheila.

  Soraya se giró, se puso frente a su amiga, que aún seguía de pié.

- ¿A qué te refieres? - preguntó sorprendida.

  Sheila entonces, de un golpe, estampó su mano entre las piernas de Soraya y la otra en su propia entrepierna y dijo: "A esto me refiero".  En seguida notó el calor de ambos coños y comprobó lo mojadas que estaban. Soraya se quedó inmóvil, pensativa por segundos y resolvió acceder a la sugerencia de su amiga, sentándose a su lado. Acto seguido apartó la mano de Sheila para ser ella la que comprobase el grado de humedad de ese coñito que se escondía tras el tanga azul de su mejor amiga. Empezaron a acariciarse mutuamente, nerviosas y algo torpes debido a la novedad de una situación que ambas deseaban desde hacía tiempo pero nunca se habían atrevido a sugerir. Sheila acariciaba a Soraya de arriba a abajo, con toda la palma de la mano presionando toda la entrepierna, mientras que Soraya lo hacía en círculos, buscando con un dedo estimular el clítoris de su caliente amiga. La excitación iba en aumento y los nervios del inicio desaparecieron a la vez que las caricias aumentaron en velocidad. Estaban tan cachondas que se corrieron enseguida. La primera en hacerlo fue Sheila, muy caliente ya desde que saliese de su casa.  Temblaron sus piernas y un último reguero salió de su recién corrido coño terminando de empapar el tanga. Ser la primera le sirvió para centrarse de lleno en Soraya. Siguió acariciando con la palma de la mano, de arriba a abajo, intercalándolo ahora con rápidas sacudidas en la zona del clítoris. Estaba deseando penetrarla con sus dedos, pero se contuvo y decidió usar las dos manos a la vez, cada una a su función hasta que su amiga también explotó en un sonoro orgasmo. Sonrieron, se pusieron en pié y se quitaron mutuamente los tangas empapados.

  No pasaron ni 30 segundos cuando, de nuevo, buscaron una la entrepierna de la otra. Aún estaban algo nerviosas por la situación y no se atrevieron aún a probar sus coños, así que repitieron la escena acariciándose por encima de las faldas. Eran de tela muy fina y enseguida se humedecieron. Ahora Sheila acariciaba a su amiga como ella lo hubiera hecho antes y viceversa. Pero necesitaban algo más. Soraya fue la primera en dar el paso y comenzó a sobar las tetas de Sheila por encima de la ropa. Ella se dejó hacer y al rato decidió pasar su mano libre por el culo de Soraya. Sus caricias volvían a ser torpes pero efectivas y se corrieron casi al unísono. En sus faldas, ambos lamparones mostraban su alto grado se lubricación, por lo que decidieron quitárselas.

  Desnudas de cintura para abajo miraron sus coños. Depilado el de Sheila, peludo el de Soraya. Se miraron lascivamente y volvieron a buscar sus entrepiernas, por fin despojadas de todo obstáculo. Sheila metió dos dedos en el de su amiga sin pensárselo, sin dilación. Lo llevaba deseando desde que hablaron por teléfono y la primera impresión fue sorprendente para ella. Notó sus jugos, su ardor, tal y como sentía cuando se masturbaba, pero en otra vagina diferente. Se sintió tremendamente excitada y ayudada por las caricias de su amiga, se acrecentaba dicha sensación.

  Soraya, más comedida, daba palmadas en el clítoris de Sheila y, de vez en cuando, lo acariciaba de lado a lado muy deprisa. Sentía los dos dedos de su amiga entrando y saliendo de su coño. Era la primera vez que sentía algo parecido, pues su experiencia sexual se limitaba únicamente a los múltiples dedos que se hacía a diario. Y el notar en su coño algo ajeno que ella no podía controlar le estaba volviendo loca.

  Tras varios minutos de caricias decidieron cambiar de postura. Sheila sentó a Soraya en el sofá y ella se quedó de pié. Así podía penetrarla mejor y ella llegar más fácil a su clítoris. En seguida notaron que el placer así era mucho mayor y esto animó a Soraya a terminar de desvestir a su amiga. Aparecieron ante ella unos pechos perfectos, bien redondeados y erguidos, con pezones rosados y duros. Empezó a masajearlos, primero uno, después otro. Le encantaba tenerlos a su merced. Cogió a Sheila del culo y la acercó hasta poder chupar sus pezones y lamer sus pechos en círculos, devorándolos. No descuidó sin embargo el coño depilado de su amiga, sobre el que prosiguió las caricias desordenadas. De vez en cuando metía la yema de un dedo y lo movía de arriba a abajo, sin llegar a penetrar más allá. Eso excitó más aún a Sheila y respondió penetrándola salvajemente con los dedos anular y corazón. Los sacaba hasta la yema y los metía hasta el fondo de golpe y, una vez dentro, los giraba todo lo que podía en varias ocasiones. Volvía a sacarlos y daba varias palmadas en el clítoris y varias sacudidas rápidas, para de nuevo repetir toda la operación.

  La postura acabó resultándoles incómoda, así que cuando les quedaba relativamente poco para correrse decidieron turnarse en lugar de hacerlo todo a la vez. Así pues, decidieron que Soraya, que llevaba un buen rato siendo penetrada por los dedos juguetones de Sheila,  fuese la primera.

  Sheila la cogió de la mano y la llevó a la cocina. En su mente estaba realizar con ella algo que siempre deseó pero que nunca pudo cumplir en su propio coño. Le hizo subir a la lavadora, la puso en centrifugado, le puso las piernas en sus hombros y siguió penetrándola con dos dedos. Ahora lo hacía con el índice y el corazón, pero los metía cruzados y, una vez dentro, los descruzaba y los doblaba hacia adentro y así la penetró durante varios minutos. Al notar el alto grado de excitación de Soraya puso un dedo de la otra mano sobre el clítoris, presionándolo con fuerza. El vibrar de la lavadora hacía el resto.

 Mientras tanto, Sheila pidió a su amiga que se desnudase por completo y ésta no tardó ni un minuto en hacerlo, perdidamente cachonda.

  Los pechos de Soraya impactaron a Sheila. Eran mucho más grandes de lo que hubiera imaginado y no dudó en lanzarse a por ellos enseguida. Notó la dureza de los pezones y el calor que desprendían. Los mordisqueó repetidamente mientras Soraya gemía reventada de placer. Era el momento. Sheila sacó el dedo índice y comenzó a penetrar de nuevo ese coño peludo y ardiente con tan sólo el dedo corazón, bien ajustado a la parte superior de la vagina. Lo hacía muy deprisa, combinando con lentas caricias sobre el clítoris para volver de nuevo a la penetración acelerada.

  Faltaba muy poco para el orgasmo, así que Sheila desatendió los pechos de su amiga para volver a utilizar las dos manos, una penetrando y la otra haciendo rápidos círculos sobre el clítoris, aderezados por los movimientos vibratorios del centrifugado. Notaba los latidos del coño en sus dedos; sabía que su amiga volvería a correrse en tan solo segundos. Así que paró de golpe y justo cuando empezaba a tener el quinto orgasmo del día metió dos dedos hasta el fondo y, dejándolos inmóviles acarició el clítoris sin piedad, a una velocidad endiablada. Su amiga se retorcía de placer y, ni siquiera tras el orgasmo, Sheila paró. Volvieron las penetraciones rápidas, con dos dedos, sin piedad, hasta que tan sólo unos minutos después, Soraya volvió a correrse, salpicando a Sheila con sus jugos. 

  Mientras se recuperaba, Sheila comenzó nuevamente a devorar las tetas de su amiga, sus pezones seguían duros, por lo que podía aprisionarlos entre los labios y lamerlos con parsimonia. Soraya abanicaba con la mano su coño, pues le ardía y le costaba recuperar el aliento, presa de la excitación que aún tenía.

  Cuando se hubo recuperado, puso de espaldas a Sheila y desde detrás metió el dedo anular en su coño y, por delante manoseaba toda la entrepierna, buscando ansiosa el clítoris de aquella amiga que le había robado el mejor orgasmo de su vida hasta el momento. No tardó en dar con él, caliente y húmedo para que ella hiciera lo que quisiera. Metió un dedo más y empezó a agitarlos de un lado a otro mientras Sheila gemía loca de placer. Así estuvo unos minutos y sacó los dedos y los lamió. Una vez comprobado el sabor del coñito juguetón de Sheila se puso frente a ella, chupó sus pezones, lamió sus pechos de arriba a abajo y poco a poco fue bajando hasta el ombligo. Sheila estaba tan excitada que casi no podía tenerse en pie pues le temblaba todo el cuerpo. Así que se apoyó en la lavadora y cerró los ojos en espera de lo que pudiese suceder a continuación.

  Soraya lamía sin parar las ingles y los muslos de Sheila, dudando si dar un paso más o quedarse donde estaba. Sheila pronto resolvió sus dudas y, presa de la excitación, cogió la cabeza de Soraya y la metió entre sus piernas. Ésta no pudo resistirse y empezó a comerle el coño. Devoraba sin piedad su clítoris con la lengua de la misma forma en que tantas veces soñó que se lo hacían y mientras la penetraba con tres dedos. Sheila se acariciaba las tetas haciéndolas chocar entre sí... pellizcaba sus pezones los mojaba son su propia saliva. Desearía tener un poco más de pecho para poder chupárselos ella misma, pero tuvo que conformarse con sus dedos juguetones.

  Soraya comprobó enseguida que el coño de Sheila estaba acostumbrado a tragarse pollas de gran tamaño, pues pronto los tres dedos parecían poco. Así pues introdujo uno más. Sintió un placer inmenso al sentir su mano reventando un coño que no era el suyo... así que mientras comía el clítoris y follaba a cuatro dedos a su amiga, comenzó a masturbarse pensando en qué sería lo siguiente que harían.

  Sheila se corrió como lo hubiera hecho con José y empapó a Sheila con varias ráfagas de los jugos de su coñito eyaculador.

- Ven - dijo Soraya, cogiendo a Sheila de la mano.

  Sheila aceptó y fueron a la habitación. Allí Soraya sacó de un cajón su consolador. Enseguida se les iluminaron los ojos a ambas y, sin dudarlo dos veces, Sheila se lo metió hasta el fondo para empaparlo. Acto seguido se tumbó en la cama y Soraya hizo lo mismo. Sheila esperaba que ella empezara a penetrarla con el consolador, pero su sorpresa fue incluso mayor.

  Sheila se puso en la posición contraria a Soraya, metió una de sus piernas por debajo de una de las de Sheila y se fueron acercando... hasta que pudo meterse la parte de consolador que asomaba del coño de Sheila. Así pues, coño con coño empezaron a moverse... Sus clítoris se rozaban en cada movimiento y con el consolador en medio se penetraban mutuamente. De vez en cuando paraban para centrarse sólo en rozar clítoris con clítoris. Se tocaban las tetas alocadamente, mientras no paraban de moverse para sentirse coño con coño, ardientes y desesperadas por volver a correrse.

  Cuando les quedaba poco para llegar a su enésimo orgasmo sacaron el consolador de sus coños empapados. Sheila se puso encima de Soraya, poniendo su clítoris en la boca de ésta para comerse mutuamente en un 69 acelerado que rematase un día que jamás olvidarían. Soraya comía el coño de Sheila dulcemente, de arriba a abajo pasando su lengua lentamente, mientras con el consolador la penetraba de la forma contraria, agitada y rápidamente de la misma forma en que tanto deseaba que la follasen a ella. Quería reventar el coño de su amiga; le encantaba escucharla chillar... pues después de tantos años masturbándose por teléfono con los relatos de Sheila estaba por fin disfrutando de los gemidos de aquella que había arrancado los únicos orgasmos que su coñito virgen conocía.

  Como si de un juego se tratase, Sheila penetraba a Soraya con 3 dedos, justo al mismo ritmo que su amiga hacía con ella. Así ambas podían sentir exactamente lo mismo que estaban provocando.

  Esta vez fue Soraya la primera en correrse. Sheila notó enseguida cómo iba a llegar el orgasmo de su amiga y justo en ese momento pellizcó el clítoris entre los labios mientras Soraya se retorcía de placer. Fue un orgasmo largo, con varias contracciones de su coño. La excitación hizo que Sheila reventase tan sólo escasos segundos después, empapando de nuevo a su amiga con varias ráfagas de fluidos de su coño eyaculador. Terminaron agotadas y tumbadas en la cama se quedaron hasta recuperar el aliento. Después, Sheila se vistió y se fue, pues los padres de Soraya estaban a punto de regresar.

- Ha estado genial - dijo Sheila, en la puerta, antes de la despedida final.

- Sí, me ha gustado mucho - contestó Soraya.

- ¿Te gustaría repetirlo? - preguntó Sheila, nerviosa.

- Si tú quieres, mañana mismo - contestó Soraya, con media sonrisa.

- Por supuesto, pero vendré con una sorpresa - sentenció Sheila.