Andaba yo por una de esas grandes superficies, o hipermercados, empujando un carrito y más despistado que un caimán en un garaje, ya que no era capaz de encontrar las cosas que necesitaba. Me había detenido allí porque me cogió de paso de vuelta a casa y quise aprovechar para adquirir algunas cosas que me hacían falta, pero como ya he dicho no encontraba nada. Así que decidí armarme de paciencia y recorrer, despacito, pasillo por pasillo, viendo lo que había y tratando de “descubrir” mis necesidades.
Estaba en uno de esos pasillos repleto de ropa femenina, que por supuesto yo no necesitaba para nada, pero me había propuesto seguir imperturbable el sistema de “rastreo” que me había impuesto, y también empecé a recorrerlo. No sé dónde iba mirando, pues allí no había artículos de mi interés, pero un poco despistado si debía ir porque de repente sentí un encontronazo con alguien, una mujer se agarraba desesperadamente a mí para evitar dar con su cuerpo en el suelo que se había llenado de prendas que ella debía llevar en los brazos, pues no tenía carro ni cesta. Le ayude a recuperar el equilibrio y dije:
-Perdón, no sé donde iba mirando.
-No, por favor, la culpa ha sido mía, yo era quien no miraba por donde andaba.
-Puede, pero tú tienes disculpa, yo ninguna.
-¿Qué quieres decir?
-Que con una mujer como tú cerca, ningún hombre tiene excusa para mirar a otro sitio.
-¡Vaya! Gracias, esto compensa el porrazo. Bueno, pues ya que te declaras culpable voy a ponerte una penitencia.
-Tú dirás.
-Pues que me ayudes a recoger todo esto que he esparcido por el suelo, lo montamos en tu carrito, nos vamos a los probadores y entras conmigo para darme tu opinión imparcial.
-Encantado, aunque de la imparcialidad que pueda tener albergo mis dudas. Seguro que te sienta bien hasta un saco de arpillera.
-Eso ya lo veremos sobre la marcha.
Pues para los probadores que nos fuimos tras recogerlo todo. Cuando estuvimos dentro se presentó:
-Bueno, me llamo Diana.
“Un nombre poco común” pensé.
-Yo Jose.
A modo de saludo me estampó un beso en la boca, no muy “fraternal” precisamente.
-bueno –dijo-, vamos a empezar con todo esto.
Y uniendo la acción a la palabra se quitó la ropa que llevaba puesta. No llevaba ningún tipo de sujetador y sus pechos estaban erguidos y apetecibles. Abajo, sólo un tanga minúsculo. Naturalmente todo aquello no me estaba dejando “indiferente”.
Se puso una de las prendas que había llevado y plantándose ante mí preguntó:
-¿Qué tal?
-Muy bien. Estás estupenda.
-¡Ah no! ¡Así no vale! Tienes que comprobar si se me ajusta bien, así mira.
Me cogió las manos y las puso sobre sus pechos para luego hacerlas bajar por su cintura sus caderas, hasta sus nalgas.
-¿Ves? Así tienes que comprobar si me queda bien.
-Sin duda así te queda mucho mejor.
De repente sentí como su propia mano se posaba en mi entrepierna.
-¡Ummm! Creo que te estás poniendo cachondo.
-Es que no soy de piedra. Y no me estoy poniendo, estoy ya cachondo perdido.
Pues eso habría que solucionarlo antes de salir de aquí.
-¿Y qué sugieres?
-¿Tú qué crees? De momento quitarme esto que no es mío, no vaya a ser que se estropee y tenga que pagarlo sin llevármelo -Se sacó el vestido que llevaba puesto-. Tú sigue probando si mi propia piel también se me ajusta bien, y yo comprobará cuan excitado estás.
Me desabrochó el pantalón y se puso a masajearme el miembro…
El caso es que terminamos follando como locos. Aunque no es muy cómodo hacerlo en un probador; tanto por lo forzado de la postura como por tener que contener las “expresiones” naturales que se nos escapaban en voz baja; a ninguno de los dos pareció importarnos.
Fueron 20 minutos intensos, pero un poco frustrantes por las malas condiciones del “hábitat”. De forma que cuando ambos alcanzamos el correspondiente orgasmo, le dije:
-Acabamos con tus compras y te vienes a mi casa a seguirte “probando”.
-¡Oh! Cuanto lo siento, pero mi marido me espera en casa y no puedo llegar muy tarde.
¡Lo dicho! ¡Algo pasa conmigo, pero el caso es que siempre acabo por no comerme una rosca!
José Luis Bermejo (El Seneka)