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La diosa de la playa

en Hetero: General

La diosa de la playa

El sudor empapaba nuestros cuerpos y el olor a sexo impregnaba toda la habitación, que estaba a oscuras, pues mi novia era un poco tímida, aunque ello no impedía que allí estuviésemos follando como auténticos posesos. Tampoco tenía importancia pues unos finos hilos de luz se colaban por las rendijas de la persiana de su habitación, permitiéndome entrever la blancura de sus pechos blancos como la leche, acabados en unos deliciosos pezones que siempre me supieron a fresa, lo cual ya sé que carece de toda lógica pero que debo atribuir a mi calenturienta imaginación.

En todo caso, allí estaba ella, rubita de media melena, recién acabada enfermería y con unos tiernos 21 añitos. Era bastante recatada pues hacía apenas un mes que la había desvirgado y antes no había tenido casi relaciones. Allí estaba pequeña pero bien formada y manejable, con unos deliciosos senos como ya dijera y un culo aún más apetitoso.

 

 

Yo estaba tumbado en la cama boca arriba y ella sobre mí, saltando suavemente sobre mi aparato, mojándolo con sus jugos, mientras yo le apretaba y masajeaba sus tetas con mis manos, bajando frecuentemente una de ellas para frotar su clítoris y que se estremeciese de placer.

 De un movimiento rápido la tumbé sobre la cama y fui yo el que se puso encima sacando mi pene de su interior y poniéndome de rodillas entre sus piernas. La contemplé durante unos instantes mientras ella emitía unos débiles gemidos como instándome a continuar, entonces me incliné sobre ella, pero no la penetré, me limité a sobarle las tetas llevando mis labios alternativamente a sus pezones y entreteniéndome en ellos con lentos movimientos circulares de mi lengua y mordisqueándoselos ocasionalmente.

Me encantaba notar como se estremecía bajo mis caricias, se puede decir que había casi crueldad en mi actitud, pues ella me instaba a que la penetrase y la llenase con mi polla (dura como una piedra y con forma de arco que mira hacia abajo, y que por su extraña forma tanto y tan distinto placer proporciona a las mujeres) mientras que yo me recreaba en todo tipo de juegos. Fui bajando con mi lengua hasta su ombligo y mientras le metía un dedo para que siguiera bien lubricada, me acerqué su brazo derecho a la boca y le lamí la unión del antebrazo con el brazo y luego su sobaco. Retorné al ombligo y seguí bajando hacia su monte de Venus encontrándome con los primeros pelos ( no había logrado convencerla para que se depilase, pese a que yo mismo me depilaba los huevos y el culo y dejaba muy cortito mi vello púbico). Podía oler el perfume de su chocho, el olor a sexo me embargó. Era afortunadamente dulce y no demasiado fuerte como el de otras chicas. Roce sus labios exteriores con mi lengua, recogiendo de una suave lamida una copiosa ración de sus jugos al tiempo que le estrujaba fuertemente las tetas. Noté como se estremecía, pero me apartó con sus manos pues no le gustaba que le chupase esa zona, pues se sentía sucia; en realidad creo que mas bien era debido a que no se atrevía a tener que corresponderme luego, le daba mucha vergüenza, aunque yo nunca se lo había pedido, pese a desearlo casi tanto como el atravesarle su dulce culito virginal que evidentemente tampoco me dejaba catar, aunque yo era paciente, pues más tarde o más temprano, ya desearía ser penetrada por su puerta trasera, al igual que finalmente me había entregado por su propia voluntad su virginidad.

 

Bajé entonces hasta sus rodillas y se las lamí lentamente por detrás, y luego bajé por su espinilla, para volver hacia la cara interna de sus muslos. En esos momentos se estremeció y apretó con fuerza sus piernas sobre mi cabeza, como si la hubiese atravesado una corriente eléctrica y gimió en voz alta. Era evidente que había alcanzado su segundo orgasmo de la noche. La acaricié entonces dulcemente sin decir palabra, recostándome de lado, a su vera, haciendo dibujos entre sus tetas, en su canalillo y en sus pezones. Tras un par de minutos yo me quité el condón y ella sintió que mi polla seguía igual de dura y que mis jugos mojaban su pierna. Me miro con ojos de complicidad, sin decir nada (ninguno de los dos hablábamos mucho durante el sexo), pero con un brillo en sus ojos que decía fóllame.

 

Le di la vuelta y la puse boca abajo. Era increíblemente hermosa. Notaba como sus pequeñas pero duras y bien formadas tetas, se aplastaban contra el colchón de su cama. Sus nalgas blancas despertaban en mí un profundo deseo. Me puse sobre ella y jugué con mi pene por su espalda, mojándola con él y besando su nuca con mis labios. Ella se estremeció, parecía que estaba volviendo a excitarse (estaba seguro de que algún día sería una fiera en el sexo) me entretuve con mi pene jugando en sus nalgas y lo bajaba hasta su clítoris par subirlo hasta su culo otra vez. Me moría de ganas por taladrarle su estrecho agujerito y se lo llene de jugo y lo presione un poco, pero en estas, se dio la vuelta me metió su lengua en mi garganta hasta el fondo y me agarró la polla con fuerza y me la meneó bruscamente. Me pidió que la follase, cogimos un condón, me lo puse y sin muchos más preámbulos, pues ella estaba tan caliente como yo, me la penetré. Bombeaba despacio y con dulzura, tanto por ella, pues su chocho casi era virgen todavía, como por mí para no irme demasiado pronto por lo caliente que estaba.

 

En estas noté que ella estaba intentando meterme un dedo en el culo. 

 

 

¿Que haces?,- le pregunté.

¿No te apetece? -me preguntó ella juguetona.

 

 

¿Acaso crees que soy gay?- respondí yo.

 

Que nadie se asuste, pues yo mismo soy consciente de lo estúpido de mi comentario. Desde que en una ocasión una novia polaca me había hecho eso y me había gustado, yo mismo cuando me masturbaba en ocasiones me metía uno o más dedos por el culo, e incluso había probado con otras cosas como zanahorias y surtidos varios de la nevera, disfrutando pues amplifica mi placer, aunque nunca me he sentido ni atraído por los hombres, ni menos hombre por mis prácticas masturbatorias anales.

El caso es que ya que ella no me daba ni sexo oral, pese a que yo sí se lo daba a ella, ni me dejaba sodomizarla, yo no iba a dejar que se diese el placer de meterme un dedo, y satisfacer su fantasía como el de tantas otras mujeres.

 

 

Pese a mi negativa, su comentario me calentó muchísimo. Me subí sus piernas a mis hombros y me la follé mientras le sobaba las tetas y ocasionalmente le tocaba el clítoris. Mi polla se deslizaba con facilidad en su chochito que notaba húmedo y caliente a un tiempo, y eso sí, más suave que la seda.

 Reconozco que me hubiese encantado tirármela sin condón, pero no merecía la pena ese placer con el riesgo de un pequeño yo correteando por ahí unos meses después. Nuestras bocas se fusionaban mientras seguíamos follando y nuestras lenguas se entrelazaban como serpientes en celo(¿tienen celo las serpientes?). Finalmente avisé de que me iba a correr y quiso que lo hiciera dentro de ella pues no había peligro y ella quería notar como me estremecía dentro de ella (como ya os dije era un diamante por pulir).

Ya era la segunda vez que me corría (recordad que empecé el relato en plena acción...), y ella se fue al mismo tiempo. Ya extenuados, me quité la goma, y muy abrazados y besándonos, nos quedamos dormidos, notando yo la humedad de su coño en mi pierna y ella los pocos restos de leche o líquido que aún rezumaba mi pene. Recuerdo que me dormí pensando en sus duras y suaves tetas apoyadas sobre mi pecho.

 

Me desperté pensando en su intento de meterme el dedo en el culo y en seguida se me puso tiesa y caliente como un tizón encendido y aunque hicimos el amor por la mañana ninguno de los dos mencionamos nada sobre ello, pero yo no podía quitar la idea de mi cabeza, notaba como mi ojete me pedía guerra y entonces se me vino a la cabeza la imagen de una playa de las afueras. A las tres de la tarde se fue ella a ver a unas amigas y quedamos para la noche.

Me subí al coche y solo una idea rondaba por mi cabeza: tenía que hacerme una paja de campeonato y tenía que ser en aquella playa. Era Abril, y la temporada de playa aún no había comenzado, lo cual favorecía mis planes de machacármela en la playa pues no debería de haber gente por allí. Llegué a la playa con mi poya a punto de estallarme en los pantalones y una mancha húmeda de líquido preseminal que atravesaba mis pantalones, al tiempo que mi ano que parecía saber que le iba a dedicar mis atenciones, estaba empezando a dilatarse solo.

 

Al pie de la pequeña playa, en una esquina hay un típico bareto playero. Apenas si había seis o siete personas en la barra, y por la playa no había nadie. Es una playa pequeñita, con rocas de montaña en uno de sus laterales, que es donde uno se puede ocultar un poco y hacia donde pensaba dirigirme para dar rienda suelta a mi lujuria.

 

Me puse el bañador. Se me notaba la erección a leguas de distancia y mi polla pugnaba por salir de su prisión y sentir la frescura del viento sobre ella. 

Lo cierto es que nunca me había pajeado en un lugar público, salvo en una ocasión en que salí a las dos de la mañana al jardín del chalet de mis abuelos y corrí desnudo por el césped del jardín que daba a la calle desierta. Recuerdo que en aquella ocasión me pajeaba con una mano llegando rápidamente al clímax y escupí mi leche sobre la hierba mezclándose con la humedad del rocío.

 

No sé cuando se forjó en mi la idea de pajearme en una playa y la excitación que me producía el poder ser pillado, pero el caso es que había sucedido y allí estaba yo. Me fui al lugar más apartado, y me senté en la arena entre unas rocas. A lo lejos podía ver el bar, pero creo que ellos y ellas no me podían ver a mí. Entonces me quité el bañador y mi poya se vio al fin libre en todo su esplendor. Allí estaba más dura que nunca si ello es posible, pues la tengo realmente dura, y con su curiosa forma de arco, cayendo de ella unos finísimos hilos de mi néctar de avanzadilla. El final de una ola llegó hasta mí y estaba helada, lo cual fue una tortura y un placer a un tiempo sobre mis huevos, que en seguida se apretaron en mi escroto como dos pollitos buscando calor.

 Me puse en pie y caminé por la arena de la orilla, mi excitación podía ya más que cualquier cosa. Sentía el viento sobre mi cuerpo desnudo y mi mano pajeaba intermitentemente mi polla; en esos momentos me sentía libre, sólo estábamos el mar, el placer y yo.

 Ahora podía comprender por qué los antiguos griegos creían que la diosa del amor Afrodita había nacido de las olas de la espuma del mar. Me metí en el agua con el bañador en la mano. Estaba fría pero pronto me acostumbré. Era maravilloso sentir mi cuerpo desnudo sumergido en el agua, buceé un poco (siempre he pensado que no hay mayor sensación de libertad que bucear completamente desnudo en el mar o una piscina) y casi me corro de la agradable sensación de libertad y placer que recorría mi cuerpo, pero como no quería que se acabase tan pronto, volví a la orilla y me senté en la arena.

 Me embadurné con la arena, me picaba el culo, pero a un tiempo lo notaba como sudoroso, mi polla me dolía pues parecía a punto de reventar. Volví a meterme en el agua para aclararme, me puse de cuclillas entre las rocas y miré al distante bar. Parecía evidente que no podían verme. Cogí un alga que flotaba con un tallo largo y fibroso y le quite la cabeza, me metí un dedo en el culo que entro con facilidad, y luego metí el alga. Es una sensación maravillosa el momento en que se vence la resistencia del esfínter. Metí y saqué el alga varias veces, imaginándome que eran los dedos de mi novia. El sudor caía por mi frente tanto como si estuviese follando con ella, y no pude evitar gritar su nombre. Asustado miré a la playa, afortunadamente no había nadie allí.

El alga entraba de maravilla pues su propio jugo servía de lubricante para la penetración. Me la saqué con sumo placer y me tiré al agua con el bañador en la mano. 

 

 

Fue tal el ímpetu con que me tiré al agua que casi se me va el bañador de la mano ( a ver como volvía hasta el coche caso de haberlo perdido). Buceé nuevamente y esta vez esa sensación de libertad me hizo correrme bajo el agua mientras pensaba en mi novia, María, y me imaginaba corriéndome dentro su culo .

 

Mi semen se había mezclado con la inmensidad de las aguas oceánicas, era como si me hubiese follado la mar, y curiosamente en su superficie, solo podía ver la cara sonriente de mi novia. En ese momento, ya saciado la recordé con dulzura y la anhelé mas que nunca. Recogí todo y marché corriendo para casa.

 

Una vez allí me metí en la ducha, tras un rato picaron a la puerta. Me enrollé una toalla y sin casi secarme corrí a abrir. Allí estaba María radiante, le habían dado el resto de la tarde libre.

 

Bonito recibimiento me dijo- cerró la puerta y nos besamos hasta quedar sin respiración. Evidentemente mi poya saludó en seguida, y María riendo la cogió diciendo que parecía que se alegraba de verla, y me miró con ojos golosos, mientras se desvestía y me arrastraba hasta la ducha.

 

Todo lo que siguió esa noche fue en aquel momento lo más dulce de mi vida. Creo que fue esa noche cuando de verdad aprendí la diferencia entre tener sexo y hacer el amor. Esa noche lo hicimos varias veces… no pude evitar pensar que Afrodita, la diosa, la había poseído.

Para cualquier comentario, o para cambiar confidencias, juegos y picante, podéis escribir a luisscj@hotmail.es o agregarme y comentamos. Gracias a todos por vuestro tiempo que espero os haya amenizado.