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La noche en palacio

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Ana llevaba menos de un mes trabajando en casa de la Marquesa. A pesar de su juventud había conseguido el puesto de jefa de servicio. El sueldo era bueno, pero no terminaba de adaptarse a la vida en el campo. Se sentía sola. El resto del servicio era gente mayor y que recelaba de una jefa de apenas veinticinco años. No es que hubiese tenido un enfrentamiento directo con ninguno, pero resultaba obvio que no apreciaban su compañía.

La noche del viernes el palacio permanecía en silencio. Todos dormían ya cuando Ana, decidió ir a picar algo a la cocina. Le costaba conciliar el sueño. Acostumbrada como estaba al bullicio de la gran ciudad, el armonioso batir del viento la desconcertaba y la desvelaba. Lleva un ligero camisón y la larga melena rubia suelta. Al pesar junto al ala norte, ahora desocupada, le pareció escuchar algo, por lo que, un poco asustada, decidió penetrar en el pasillo de forma sigilosa. Pronto pudo percibir el reflejo de una luz que salía por una puerta entreabierta, así como los jadeos provenientes del interior.

Primero se detuvo. Era obvio lo que pasaba allí; dos amantes furtivos disfrutaban de la noche. Sin embargo, algo la impulsó a acercarse. Quizás, la curiosidad, el morbo. Quizás las semanas, casi meses, sin sexo. Necesitaba acercarse.

El ruido de la cama se hacía más y más intenso. Ana empezó a temblar de excitación. Soltó el candil en el suelo y se aproximó al umbral de la puerta mientras se acariciaba por encima del camisón.

-       Para, para – dijo la Marquesa entre jadeos, suplicante -. Ahora quiero que me folles como a una perra, desde atrás.

Ana se asomó levemente y vio como un hombre fornido y joven, de espaldas a ella, embestía a la joven marquesa con fuerza, y como las tetas de ésta se balanceaban una y otra vez al compás de los empujones de su amante. Parecían dos animales en celo, al borde del éxtasis.

Volvió sobre sus pasos, por el pasillo, hacia la cocina, mientras los excitantes sonidos de aquel polvo se apagaban tras ella. Seguía temblando de excitación. No sabía qué hacer. Estaba más caliente de lo que nunca recordaba haber estado. Sin ser consciente de lo que hacía, se sentó sobre un pequeño taburete, cerca de la gran mesa de la cocina, y comenzó a tocarse. Primero liberó sus pechos del camisón. Eran blancos como la leche y de pezones anaranjados. Comenzó a amasarlos, a juntarlos, a estrujarlos. Se detuvo en ellos, sin prisa, disfrutando de cada instante con placer. Se pellizcó los pezones y suspiró con fuerza. Poco a poco su mano derecha fue bajando hasta llegar hasta su sexo. Estaba chorreando. Enseguida sus dedos se mojaron por completo. Comenzó a frotarse, a agarrarse con pasión mientras jadeaba sin cesar. Se introdujo primero un dedo, después otro, y comenzó a agitarse mientras no paraba de recordar la imagen de la marquesa y su amante, follándola de manera salvaje.

-       A..Aana – dijo la marquesa, sorprendida.

-       ¿Señora? – replicó ella mientras trataba de cubrirse.

La marquesa, tras la apabullante sorpresa inicial, pudo observar las magníficas tetas de su jefa de servicio.

-       No hace falta que te cubras. Comprendo que para una chica tan joven como tú esta vida solitaria debe ser muy dura.

Ana estaba avergonzada, no sabía que decir. Sólo pensaba en las consecuencias de aquel acto tendrían sobre su empleo, su nombre, su familia.

La marquesa se acercó a ella.

-       No preocupes, Anita – le dijo con tono tranquilizador, como si le estuviera leyendo el pensamiento.

La joven notó como una mano de su Señora se posó sobre uno de sus pechos. En unos segundos comenzó a jugar con él, a apretarlo con fuerza. Ella estaba confundida, pero no podía negar que volvía, también, a estar excitada. La marquesa apenas tenía un par de años más que ella. Era una mujer muy atractiva, y, además, muy caliente, como había comprobado con sus propios ojos apenas hacía unos minutos.

Se puso frente a ella. La miró a los ojos y la besó. Se besaron con pasión y el mundo pareció detenerse. Lucía Sarrión de los Valles, que así se llamaba su Señora, fue bajando la mano por su vientre hasta encontrarse con su sexo.

-       Déjame que te compense por haberte interrumpido – le susurró, mientras le lamía la oreja.

-       ¡Qué gusto, Señora!

Ana jadeaba y se agitaba sin parar. Nunca había estado con una mujer. Pero su Señora era tan bella, tan fuerte, que se había entregado a su lujuria sin miramientos.

De repente la Marquesa se detuvo y una sonrisa picara, casi malvada, se dibujó en su rostro.

-       Date la vuelta – le ordenó.

Ana se mordió los labios de excitación mientras se giraba y se apoyaba en la gran mesa. Sintió como la Marquesa se alejaba unos pasos, y por un instante temió que la fuese a abandonar, que hubiese reflexionado sobre aquella locura y se alejara de allí para siempre, pero pronto su cálida mano dio una palmada en su culo y buscó su chocho y empezó a frotarlo desde atrás. Primero despacio, con cierta delicadeza, después un poco más rápido.

De repente, algo duro se situó a la entrada de su sexo, y sin que tuviera tiempo de pensar en lo que era, se introdujo con fuerza en su interior.

La Marquesa había cogido un pepino de la despensa y lo metía y sacaba con fuerza del coño de Ana. Ella también estaba excitada, muy excitada, y se aferraba al cuerpo de su empleada, la sentía palpitar, gemir, suplicar.

-       Te voy a follar, Ana. Haré que no eches de menos a ningún hombre esta noche.

-       Siga, siga. Sí, sí. Más fuerte por favor.

Pronto, entre convulsiones y gemidos llegó a un increíble orgasmo y sus músculos se relajaron. Entonces la marquesa arrojó el pepino al suelo y la giró para besarla de nuevo.

-       Ven – le dijo cogiéndola de la mano -. Vamos a darle una sorpresa a Andrés. Quiero que disfrutes de un buen pepino de verdad.

Ana estaba como subyugada por su Señora, y se dejó llevar como una perrita encadenada a su ama.

Entraron en la habitación y pudo ver a aquel hombre dormitando desnudo sobre la cama. La Marquesa se acercó y susurrándole algo al oído lo despertó. Él se volvió sobre la cama, quedando bocarriba y mostrando así su polla a Ana. Incluso sin estar en erección, Ana nunca había visto ninguna tan grande. Al instante volvió a mojarse. No podía apartar la mirada de aquel miembro.

Andrés se incorporó, y sin decir palabra se acercó a ella y la besó. Su lengua penetró en su boca mientras ella comenzó a sentir que aquel gigante se despertaba en su entrepierna y comenzó de nuevo a jadear. Él se sentó en el borde de la cama y la obligó a agacharse. Ana iba a meterse aquel enorme trozo de carne en la boca, pero Andrés la frenó.

-       Todavía no – le dijo.

Ana comprendió al instante lo que quería. Juntó sus tetas y comenzó a masturbarlo con ellas. Él no estaba quieto. Empezó a follarle las tetas mientras ella trataba de aprovechar las embestidas para degustar con su lengua el enorme falo que subía y bajaba entre sus pechos.

La Marquesa se acercó y se situó de rodillas, junto a Ana. Entonces Andrés detuvo el movimiento y dejó que ambas comenzaran a chupársela. Al principio la Marquesa se mostraba tan voraz que apenas dejaba nada para Ana, que tenía que conformarse con acariciarle los huevos o masturbar la base del pene, pero después también pudo disfrutar de aquel monstruo palpitante en su boca.

Su Señora se subió a la cama, pegó la espalda contra el cabecero y se abrió de piernas mientras se acariciaba el coño con las manos.

-       Ven aquí, Ana – le ordenó -. Quiero que me comas toda.

La joven nunca había hecho aquello, pero le daba igual, esa noche podría haber realizado cualquier acto que le pidiesen. Se acercó y metió la cabeza entre las piernas de su Señora. Ésta la agarró con fuerza del pelo y la pegó contra su sexo. Ana comenzó a chupar con su lengua. El olor la excitaba aún más. Su señora comenzó a gemir de placer y ella a deleitarse con aquel manjar.

Andrés se situó tras Ana y comenzó a restregar sus dedos por su sexo. Después empezó a besarla por esa zona. Ella notó como su saliva le entraba en el ano. Y entonces él le metió un dedo en su agujero más escondido. Ana se sobresaltó y dio un respingo, pero la Marquesa volvió a tirar de su cabeza para que siguiera con su tarea. Después notó un segundo dedo que entraba y salía de su culo. Cuando los dedos se retiraron, Ana ya imaginaba lo que vendría ahora. Estaba asustada, sí, pero tan excitada que aceleró con su lengua y provocó el primer orgasmo de su Señora.

Andrés introdujo su miembro con cuidado, poco a poco, pero sin detenerse ante las protestas de dolor de Ana. Cuando consiguió introducirlo hasta más o menos la mitad, se detuvo un instante antes de empezar a follarla con fuerza. Ella estaba a punto de desmayarse por el dolor pero seguía muy excitada. Él se había echado sobre su espalda, y con sus manos agarraba con fuerza sus tetas. Mientras, la Marquesa, insaciable como era, reclamaba de nuevo el trabajo de su lengua contra su clítoris.

Su señora volvió a estallar en otro orgasmo. Y después ella mismo se corrió otra vez antes de que Andrés comenzara a acelerar sus movimientos con una fuerza sobrehumana que amenazaba con destrozar la cama. Al fin se corrió dentro de ella, que sintió como una sensación de humedad recorría su agujero. El sacó su polla con cuidado y la vio manchada de semen y algo de sangre de ella, y se tumbó exhausto junto a las dos.

-       Creo que has acertado con nueva jefa de servicio – dijo.

Todos rieron.