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Volver de nunca jamas

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VOLVER DE NUNCA JAMÁS

 

            Cuando campanilla abrió los ojos y se encontró sobre aquella gorra militar, sintió un desasosiego. Alguien la necesitaba con desesperación, por eso, sus alas, la habían llevado hasta allí. Alargó un poquito su brazo para poder tocar con su mano la piel que había bajo esa gorra. Al primer contacto con ella sintió un escalofrío, aquella piel estaba fría, en ella no había el menor rastro de calor, de vida.

            ¿Por qué sus alas la habían llevado hasta allí? De pronto, se percató de todo cuanto había a su alrededor. Aquello no era su mundo, todo estaba inerte. En el ambiente flotaba la desidia, la desdicha, el desamparo. Campanilla sintió como la soledad que allí reinaba intentaba penetrar también en ella. Con un gran esfuerzo consiguió batir sus alas y elevarse, alejarse de aquel desconsuelo. Desde allí arriba consiguió percibir  aquel mundo sin sentimientos, a aquellos seres sin emociones. Desde lo alto pudo  comprender que su instinto la había llevado hasta aquel lugar para ayudar a aquellos que necesitaban volver a vivir con esperanza.  Pudo ver como había montones de ideas que realizar. Había muchos caminos que tomar. Había muchísimos momentos  que vivir. Sin embardo nadie hacía nada, todo era inanimado, la sensibilidad había desaparecido de sus vidas.

            Aquel mundo donde se encontraba necesitaba su ayuda. Cerró los ojos y pudo sentir vida en aquellos seres. Con un halo de esperanza voló entre ellos, mirando a unos y a otros, intentando ver el menor vestigio de calor en sus rostros, algún signo de amor en sus semblantes. Iba tocando a cada uno de ellos con su varita mágica, esparcía sobre ellos su polvo de duende, aquel polvo mágico capaz de devolver la felicidad a quienes la habían perdido. Pero no pasaba nada, algo tremendo les retenía en esa desolación inhumana. Desesperada, volaba y volaba por aquel mundo. Iba a posarse nuevamente en la gorra de Coronel cuando se paró a la altura de su rostro batiendo sus alas. Por un momento le pareció ver un movimiento en sus ojos. Extendió la varita y sopló un poquito de polvo mágico. Los ojos no se abrieron, pero pudo ver como  una lágrima brotaba de ellos. Con el extremo de una de sus alas, Campanilla tocó levemente aquella lagrima que rodaba por su mejilla, está se desprendió de su cara y quedó suspendida ante los ojos de ambos. Entones empezó a aumentar de tamaño a la vez que por su interior desfilaban montones de imagines, recuerdos inolvidables y momentos olvidados, grandes proyectos y pequeños logros, amores fugaces y amores eternos. Fragmentos, retazos de su vida. Su corazón expuesto ante Campanilla y él mismo. Su vida entera en una lagrima. En su inmovilidad pudo repasar su paso por la vida y observar detenidamente algunos aspectos de ella que nunca debieron producirse y otros, a pesar de todo y todos, que debió realizar. Dentro de su lágrima pudo ver los besos que no dio, los abrazos que desperdició, las caricias que se guardó, todos los atajos que tomó para llegar a ninguna parte. Se había perdido, no sabía donde estaba. Tenía que volver, quería volver. Abrió los ojos y vio a través de sus lágrimas a Campanilla.-¡Campanilla, llévame a casa, devuélveme a la vida!- decían sus ojos. Aquella lágrima decía tantas cosas, tantas… Campanilla sintió su deseo, comprendió su dolor, su miedo. Le empujaba fuera de aquella apática existencia, tiraba de él hacia la vida, intentaba alejarlo de aquel vacío oscuro,  pero se resistía, algo lo retenía allí.

            Campanilla comprendió que su poder mágico no llegaba, no abarcaba todos los rincones de aquel triste mundo y solicitó la ayuda de sus amigas, las hadas de los vientos. Campanilla agitó su varita mágica y Las Sílfides  emprendieron un  ágil vuelo  impregnando todo cuanto había a su paso con el polvo mágico de Campanilla, ese polvo que devolvía la felicidad perdida.  Todo empezó a cambiar. La vida volvía a resurgir. Campanilla le llevaba de vuelta, le llevaba a casa, le devolvía a la vida. Ambos lloraban y reían. Por fin encontró el camino. Tuvo la evidencia de una nueva vida llena de sueños e intensidad. Tuvo la certeza de que la vida le quería, sus amigos le admiraban, su familia le amaba y le necesitaba. En su corazón volvió a brotar la semilla de la esperanza y del amor. Y en aquel momento, su corazón volvió a bombear la sangre a sus venas, su piel se calentó y su rígido y blanco rostro recuperó el color perdido.

            Jamás volvería a caer en el desanimo, en el desaliento, en aquel rígido mundo donde no había risas, ni lágrimas, ni deseos. Tan sólo el pasar del tiempo, segundo a segundo, un tiempo eterno sin sentimiento ni emoción alguna. Coronel volvió, Campanilla lo trajo de vuelta a la vida. Ya no volvería jamás allí. No, nunca jamás.

Romymadrid