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Pleno al Quince

en Sexo Anal

-       ¡Esto se está pasando de castaño oscuro!

-       ¿Pero papaaaaaa?

-       ¡Que no! ¡Y no se hable más! En esta casa a partir de ahora se va a hacer lo que yo diga y punto

-       ¿Mamiiiii?

-       ¡Ni mami ni leches! ¿Será posible?

Adela respiró hondo. Había escuchado la misma cantinela por diferentes motivos infinidad de veces. Cada vez más a menudo, conforme la nena crecía. Su marido no acababa de aceptar lo inevitable. La niña de sus ojos se había hecho mayor.

-       ¡No! No me mires así Adela. Sabes que esta vez tengo razón así que no utilices tus triquiñuelas para darle la vuelta a la tortilla. Si digo que no, es que no. En esta casa se ha confundido libertad con libertinaje. Lo que Carol nos pide está fuera de lugar.

-       ¿Pero por qué?

-       Ángel, sé razonable…

-       ¿Razonable? ¿Qué sea… razonable? – el cabeza de familia intentó serenarse para no perder los nervios tal y como era su costumbre – Inés, hija ¿puedes dejarnos un rato?

-       Inés es parte de la familia y esto también le afecta.

En aquel punto Adela siempre se mostró inflexible. Las discusiones familiares eran públicas. Se presentaba el problema, se dialogaba y se intentaba buscar una solución lo más satisfactoria posible para todos.

-       No creo que esta sea una conversación para ella.  Es algo demasiado… - Ángel dudó, craso error.

-       ¿Demasiado? ¿Desde cuándo hablar de sexo en esta casa es demasiado? ¡Por Dios cariño, soy sexóloga! Es natural que se hable de ello entre nosotros. No hay nada de malo…

-       Es que… creo que la actitud de Carol puede ser un mal ejemplo para su hermana pequeña – dijo el padre de familia aun a costa de que su opinión fuese abucheada por la plebe.

-       ¿Mal ejemplo? ¡Prffffff! – murmuró su hija mayor - ¡Si tú supieras!

Un tanto azorada Inés se levantó como un resorte.  Estaba claro que aquello no iba con ella y mejor que siguiese así. Por la cuenta que le traía era  conveniente desvanecerse cuando su padre y hermana entraban en batalla campal.

-       He quedado con Mariela…

-       No es necesario que te vayas, hija. En esta casa no hay ningún tema tabú, tú lo sabes.

-       Sí mamá pero ya sabes… tengo que echarle una mano.

-       Está bien, pero que sepas que en esta casa no hay secretos para nadie.

Ángel sopló un tanto aliviado cuando vio a la rubita desvanecerse por la puerta. A pesar de la opinión de su mujer le costaba afrontar aquellos temas con su hija pequeña delante.

Una vez solos, Adela siguió con el ataque delicado pero firme.

-       Debes ser razonable, cariño.

-       ¿Razonable? – otra vez el piloto rojo de las mejillas apareció en la cara del hombre - ¡Me parece que ya he sido razonable! Soy razonable. Demasiado razonable. Si yo a mis padres…

-       No empieces con eso que las cosas ahora afortunadamente son distintas…

-       ¿Pero tú has escuchado lo mismo que yo? No puedo creer que estés conforme.

-       ¿Pero qué diferencia hay?

-       ¡Tú te callas, jovencita! Pues mira, en eso tienes razón. Ninguna. Si no hubiese accedido desde un principio a comenzar con esta locura ahora no tendríamos este problema.

-       ¿Problema? ¡Tú tienes el problema!

Como buena terapeuta, Adela intervino templando gaitas.

-       Ángel, pensemos con la cabeza…

-       ¿Cabeza? ¡Con tres chicos, Adela! No contenta con… meter en su cama a todo hijo de vecino ahora la señorita se le ocurre la genial idea de montárselo con tres… con tres…

-       ¿Amigos? – dijo Carol en tono de burla.

-       ¡Cabrones! Tres cabrones al mismo tiempo. Aquí, en mi casa – el pobre padre de familia no aguantaba más aquella situación y tuvo que sentarse intentando recobrar el aliento.

-       No soy ninguna puta. Follo con quien me apetece… - la hija, como muchas, no sabía cuándo conviene quedarse calladita.

-       ¡Te has tirado a medio pueblo!

-       ¡Y qué si es así! ¿Acaso no estuve todo el invierno estudiando? ¿No he sacado sobresalientes en todas las asignaturas? ¡Me lo merezco!

-       ¡Tú tienes la culpa de todo esto! ¡Tú y tus ideas liberales…! ¡Si mi padre levantase la cabeza…!

Adela se acercó a su marido y mirándole fijamente a los ojos le dijo en  aquel tono dulce que lo hipnotizaba.

-       Amor mío. No te alteres. No es bueno para tu salud. En primer lugar… en primer lugar tu padre está vivito y coleando así que mejor será no meterle en esto. En segundo lugar…

-       Pero Adela…

-       En segundo lugar… - la mujer sabía desde el principio quién iba a ganar aquella estúpida discusión – en segundo lugar ya hemos hablado de esto. Decidimos tú y yo que era mucho mejor que nuestra hija mantuviese relaciones con quien quisiese aquí, en la seguridad del hogar. Mejor en nuestra casa que en el asiento trasero de un coche, en los baños de una discoteca o en cualquier antro de mala muerte donde contraer montones de enfermedades. ¿Cierto?

-       Pero Adela…

-       ¿Cierto?

El hombre asintió. En mala hora había consentido tal despropósito. Iluso accedió a tal disparate pensando cándidamente que su ojito derecho, su más precioso tesoro no sería capaz de hacer tal cosa. Todavía era muy joven. No pasaría de darse algún que otro besito con su amiguito de toda la vida, el hijo medio imbécil de los vecinos.

Pero Carol se tomó la parte por el todo. En las primeras dos semanas tras el acuerdo hizo  una de catorce. Catorce tardes retozando a base de bien. Y ahora… ahora por supuesto quería el pleno. El pleno al quince.

Ángel se ponía malo. Juraba en hebreo cada tarde después de almorzar cuando el dichoso timbre de la puerta no paraba de bramar. Carol, impaciente, brincaba de la mesa aun con el postre a medio terminar. El plátano que le apetecía comerse no tenía la piel amarilla precisamente.  De la mano entraba en la cocina con el amante de turno y cumplía estrictamente con lo pactado. No follar con desconocidos. Les hacía a sus padres una breve introducción sobre la vida y milagros del afortunado al que iba a cepillarse…  y se lo cepillaba. Vaya que si se lo cepillaba. Lo hacía de manera escandalosa para mayor escarnio de un Ángel que no sabía dónde meterse. Hubiese deseado tener un trabajo convencional lejos de allí y no aquel de traductor de catálogos que en mala hora aceptó al salir de la Facultad de Filología China. Pagaba las facturas, trabajaba en su propia casita, veía crecer a sus hijas, el sueño de miles de currantes… hasta entonces.

Carol provocaba a su padre a sabiendas. Eran tan iguales, tan tercos que no podía evitar pavonearse por su victoria diaria. Salía del cuarto sudorosa a mitad de la faena, envuelta en una fina batita de seda, en busca de algo con lo que probar nuevas sensaciones intentando por todos los medios que su padre la viese en tal estado de excitación. Todo tipo de frutas, mermeladas, cremas y  lo que se le ocurrió utilizó la jovencita para aliñar a sus amantes durante sus tórridas siestas estivales.  La nata montada desaparecía de la nevera en cantidades industriales al igual que las fresas. A puntito estuvieron los agricultores de El Lepe de mandarle una placa honorífica a Ángel por su estupendo apoyo a la prosperidad de aquella zona de Huelva.

El desgraciado patriarca pensó que ya lo había visto todo después de dos o tres tardes tras comenzar aquella locura descubrió a su princesa canturreando por la cocina como dios la trajo al mundo. Iba a reprenderla por ello.  Que hiciese lo que quisiese en su cuarto pero que al menos mantuviera las formas en las zonas comunes. La  dichosa campanita del microondas le interrumpió incluso antes de comenzar la regañina.

-       ¿Me lo alcanzas, papi? – dijo Carol sin dejar de rebuscar en la nevera.

El padre obedeció sin pensar abriendo el dichoso aparatito. En su cabeza buscaba las palabras adecuadas y la templanza suficiente como para vencer el impulso de encerrarla a ella en el desván hasta que las ranas bailasen flamenco y no romperle la cabeza al hijo de puta que la estaría esperando en su cama.

-       Gracias ¿Me la das, porfi?

-       ¿El…  el qué?

-       ¡Bobo! ¡Lo que llevas en la mano!

-       ¿Qué… qué es? – por primera vez miró el bote resbaladizo de entre sus dedos.

-       ¡Vaselina!  Mamá me dijo que funciona mejor si está un poco tibia.

No especificó más pero una ligera inclinación de la cabeza dejó bien a las claras el agujerito objeto de semejantes atenciones. Y dejando a su progenitor con un palmo de narices agarró el ungüento y se esfumó dando saltitos hacia su nidito de amor.

Diez minutos, diez minutos permaneció Ángel patidifuso. Diez minutos con las manos estiradas abrazando al aire. Diez minutos totalmente noqueado. No olvidaría jamás el cuerpecito de su primogénita, con lisa melena al viento exultante de alegría. Los cabellos marroncito claro descargaban por su espalda hasta casi el trasero. Un trasero precioso. Un trasero que pronto sería descorchado por algún malnacido a pocos metros de donde él se encontraba.

Ya estaba decidido a cometer una locura, atizador de la chimenea en mano cuando como por arte de ensalmo apareció Adela abriendo la puerta.

-       Ángel, deja eso.- el tono y el semblante de ella era muy serio.

-       No… no puedo – contestó el marido descompuesto – te lo juro que lo he intentado pero no puedo…

-       Ángel, ya no es una niña – la mujer miraba directamente a los ojos de su esposo al tiempo que prudentemente le arrebataba el estilete con dulzura – Déjala que experimente. Está en la edad de hacerlo.

-       Pero…

-       Sabes que tengo razón en lo que digo. Mi consulta está llena de cuarentonas anorgásmicas, lesbianas reprimidas y chicas con miles de traumas. Tiene que encontrar su sitio por ella misma y nosotros debemos apoyarla. Sólo te está pidiendo un voto de confianza.

Ángel ni siquiera contestó.

-       Dale tiempo. Ahora es una bomba de hormonas. Pronto se le pasará y sentará la cabeza con alguien que le comprenda y le quiera. Es una buena chica…

-       Entiendo – la boca del padre decía una cosa y su cara otra totalmente distinta - ¿Pero qué hacemos hasta entonces?

-       ¡Pues qué vamos a hacer! Tomarlos las cosas con humor, como hay que hacerlo. Venga, vámonos por ahí y dejemos a los tortolitos desahogarse.

Después de aquel día Ángel hizo enormes esfuerzos intentando luchar contra sus propios sentimientos. Se rodeó de un halo de indiferencia sobre lo que acontecía bajo su techo, sin hacer juicios de valor sobre la conducta de su ojito derecho.

Ciertamente tuvo que clavarse varias veces las uñas bajo la mesa al observar la diversa fauna que desfilaba por su casa durante la sobremesa. Algunos de aquellos muchachos los conocía desde pequeños. Inclusive varios eran unos chavales la mar de majos a los que a partir de entonces desearía desde lo más profundo de su ser que se les cayesen los huevos a pedazos. Otros en cambio eran de aquellos que si te los cruzases por la noche en un callejón oscuro no pararías de correr. Emos, góticos, moteros y demás tribus urbanas pusieron su pica en Flandes en la entrepierna de Carol. Chicos de toda raza y condición. Casi le da un soponcio cuando un ser de género indeterminado, blanco como la  leche de cabra y más hierros en su cuerpo que Robocop balbuceó lo que parecía su nombre de guerra y poco más antes acompañar a su pequeña a la habitación.

-       ¡Ese lleva pendientes hasta en el pito! – murmuró Adela en tono de broma para descargar la tensión.

-       ¡Romperá el condón!  Porque… usarán condón ¿No?

-       Por supuesto. La duda ofende.  Yo misma le acompaño a comprarlos.

-       ¡No jodas!

-       Pues claro. Tú deberías hacerlo. Sería un punto a tu favor.

-       No, eso no. Por lo que más quieras no me pidas eso.

-       Tú mismo.

-       Me cago en mi suerte.

Ángel tuvo que reconocer que una de aquellas visitas le produjo tanta sorpresa como agrado. Una jovencita morena, ruborizada hasta más no poder asistía cabizbaja a las presentaciones de Carol. Era la mejor amiga de ella, muy guapa y amable. A Ángel se le iban los ojos a las piernas de la chica cuando coincidía con su hija, siempre con falditas cortas y vaporosas. Hasta entonces no tenía ni idea de la orientación sexual de la jovial jovencita.

-       Ya conocéis a Neus así que no hace falta que perdamos mucho tiempo. Pasará la tarde conmigo.

-       ¿La tarde?

-       ¡Siiiii! No te hagas el tonto. Nos vamos a mi cuarto. A follar por si te interesa.

Como adivinando lo que iba a decir, Adela intervino cuando el matrimonio estuvo a solas de nuevo.

-       ¿De verdad no te habías dado cuenta de que Neus es lesbiana?

-       Pu… - Ángel sintió esa extraña sensación que se tiene cuando todo el mundo sabe algo menos uno mismo – Pues no tenía ni idea.

-       ¡Hombres! ¡Tenéis la sensibilidad de un borrico!

-       Entonces… Carol… ¿Carol es lesbiana?

-       Podría ser pero no creo.

-       Está experimentando.

-       ¡Eso es! Veo que lo vas asumiendo.

-       Experimentando… - Ángel negaba con la cabeza como tantas otras veces - Tan solo deseo una cosa.

-       ¿Qué?

-       Que no experimente con el pastor alemán de la Tía Úrsula.

-       ¡Pero qué bruto eres!

Parecía que todo iba bien  durante el verano hasta el colofón final con el que se había descolgado su hija.

-       ¿Puedo traer mañana a tres chicos a la vez? – dijo como si nada durante la cena.

Jamás una ensalada César pudo ser más mortífera. Adela tuvo que hacer gala de toda su experiencia como doctora en medicina efectuando de urgencia la consabida maniobra de Heimlich. Una vez medio recuperado del soponcio el paciente miró a su retoño.

-       ¡Tú… tú quieres matarme! ¿Lo has oído, Adela? Tres chicos… ¡Y lo dice cómo si nada!

-       Pues es lo más normal del mundo…

-       ¡Normal!

-       ¡Si yo fuese Carlos seguro que no tendrías tantos problemas!

Carol sintió más que ninguno pronunciar aquellas palabras. Aceptó el castigo impuesto por su madre casi de inmediato. Su comentario había sido tan desafortunado como fuera de lugar. No siempre había sido la mayor de la familia. Había tenido un hermano, un varón que vino a este mundo cinco minutos antes que ella. Un calco a ella al que el buen dios acogió en su seno una noche mientras dormía.  Muerte súbita a los cinco años de edad. Carlos y Carol, una especie de juego de palabras destrozado por el destino.

La cena concluyó en silencio. Nombrar al niño muerto era sinónimo de tristeza en aquella casa.

Ángel no podía pegar ojo. Y no era por la locura que le había entrado a su hija de montarse una orgía con tres muchacho sino por su primogénito ausente. Le echaba mucho de menos. Se sentía responsable de su muerte. Lo había mandado a la cama sin miramientos a pesar que el chiquillo se sentía intranquilo. No se había recuperado del trauma que le supuso el ir a despertarlo y verlo lívido como la nieve.

-       ¿Quieres hablar?

Adela siempre fue el pilar más fuerte de la familia. La consejera espiritual de todos. La racionalidad en aquella amalgama de emociones.

-       Follar con tres… ¿Qué hemos hecho mal?

La mujer sabía de buena tinta que no era Carol la causante del insomnio de su esposo pero también que en aquel momento mantenerlo con la mente lejos de sus recuerdos le hacía bien.

-       Tenemos unas hijas estupendas.  No nos han dado ningún problema serio…

-       Hasta ahora…

-       El sexo bien encauzado no es jamás un problema…

-       Pero por qué ahora… de golpe…

-       Pues no sé… las hormonas, supongo.

-       Pero… no me puedo quitar de la cabeza que quiera hacerlo con tres a la vez…

-       ¿Pero buenoooo? – Adela quería seguir quitándole hierro al asunto - ¿No eras tú el que tenía sueños húmedos con tres guarronas?

-       No es lo mismo… eso es una fantasía.

-       A veces las fantasías conviene hacerlas realidad.

-       Quizás no deberíamos haberle dicho lo de tu tesis, ni lo de la película…

-       ¿Estás de broma? ¿Crees que no lo sabría tarde o temprano? Las noticias vuelan en este mundo de chafarderos…

-       Si.

Adela era una sexóloga tan exitosa como peculiar. Siempre había querido serlo, desde muy chica aunque jamás lo dijo abiertamente en su casa hasta que no tuvo más remedio. A su abuela casi le da un soponcio cuando comunicó al resto de sus parientes la rama de la medicina que había deseado estudiar. No es que simplemente la desheredasen. La repudiaron, incluso recibió una carta de un prestigioso y ultracatólico bufete de abogados exhortándola de aparecer por casa de sus abuelos de por vida. A ella tampoco le quitó el sueño precisamente. Tenía una idea en su mente. Ser la mejor. Su abuelo le había inculcado aquella manera de pensar. El tiro le había salido por la culata al viejo ministro franquista.

Adela había sido la mejor nieta, la mejor estudiante, la primera de su promoción. Hasta ahí nada de especial dada la alta alcurnia de su familia. El problema vino cuando quiso elaborar una tesis doctoral digna de ella. Se dijo a si misma que era imposible obtener la excelencia sin implicarse lo suficiente. Y no se le ocurrió otra idea que estudiar el sexo desde dentro. Durante un año ejerció la prostitución como la más vulgar ramera. En este tiempo recogió infinidad de datos tanto entre sus compañeras de burdel como entre los clientes. Un trabajo de campo encomiable en el que describió cientos de filias y fobias, disfunciones y traumas. Causó un gran revuelo en el tribunal y jamás una presentación de una tesis tuvo tantos espectadores. Una matrícula cum laude polémica y merecida. Quizás lo de la película porno no fue imprescindible una vez obtenida tan impresionante calificación pero quiso vengarse sibilinamente de su familia mostrando al mundo todo lo aprendido. Ni tan siquiera buscó un nombre de guerra. Sus respetables apellidos brillaban con luz propia en la cartelera de los cines para adultos y “ser la nieta de” fue una publicidad inmejorable para un film de tan bajo presupuesto.  Además no se anduvo con rodeos, una gang bang junto con veinte sementales. Cuando Adela hacía algo lo hacía bien.

Poco después conoció a Ángel, se enamoró de él, ejerciendo de amante esposa y abnegada madre al tiempo de seguir siendo una eminencia en su campo. Jamás se sintió tentada a volver por sus fueros. Había practicado la prostitución por necesidad. Necesidad de información, no de dinero como el resto de las actrices. Una vez obtenida esta ya no tenía sentido seguir abriéndose de piernas noche tras noche a mil y un extraños. Se dedico única y exclusivamente a atender a su esposo.

La primavera anterior, tras consultarlo con su marido decidió poner en antecedentes a sus hijas ellos mismos antes de que algún malnacido les fuese con el cuento. Ciertamente Adela estaba un poquito preocupada con Carol. Casualidad o no el despertar sexual de la muchacha había coincidido con el conocimiento del pasado poco convencional de la madre. Pero ya era tarde para echarse atrás.

-       Lo hecho,  hecho está – solía decir muy a menudo.

Ángel estaba absorto en sus pensamientos pero no era de piedra. Notaba claramente los mordisquitos que su esposa le estaba regalando a su flácido apéndice por encima del pijama.

-       Por favor, cariño. No… no sigas. No tengo… ganas.

Probablemente no mentía. A él no, pero a su pito… quizás.  La hembra conocía el terreno y sabía lo que le gustaba a su marido.

-       Adela… te… te lo suplico.

-       Tienes que relajarte…

-       Pe… pero…

-       Me siento… sucia.

-       ¿Sucia?

-       Muuuuy sucia…

-       ¿Vas a hacerme… eso?

-       ¡Sí!

-       ¿Con la luz encendida?

-       ¡O te desnudas de una jodida vez o te arranco el puñetero pijama a mordiscos!

Paradojas de la vida podría decirse que Adela no solía ser precisamente una fiera en la cama. No renegaba del sexo pero le gustaba practicarlo de la forma más convencional posible. En la cama y con la luz apagada. Y nada de florituras. A pesar de su pasado nada piadoso se consideraba Cristiana, Católica, Apostólica y Romana. Una ferviente seguidora de la postura del misionero. O arriba o abajo, no solían pasar de ahí las variantes sexuales de la pareja. Pero como sexóloga sabía que de vez en cuando era conveniente hacer de tripas corazón y darle alguna alegría para el cuerpo a su esposo. Muy de tarde en tarde, cuando Júpiter y Saturno se alineaban, regalaba una ración de sexo a Ángel de tal intensidad que la película rodada tiempo atrás parecía una cursilada. De su interior emergía la prostituta aletargada y entonces Ángel era por unos momentos el hombre más feliz del mundo. Todo apuntaba que aquella noche iba a ser una de aquellas veladas especiales.

Minutos después Ángel tocaba el cielo. Podía verlo claramente en el techo de su habitación, entre la lámpara y la mancha de humedad que apareció de improviso las navidades pasadas. Adela lo estaba haciendo otra vez, no había cosa en el mundo que le proporcionase un placer semejante. Podía parecer antinatural pero a él le volvía loco. Contorsionarse boca arriba, aferrarse al cabecero como si su vida dependiese de ello y dejarse hacer por la hembra más viciosa del mundo entero.

Adela a cuatro patas daba lo mejor de sí, que no era poco. Lamia… mejor dicho lijaba con su lengua los testículos de su marido. Mientras con una mano pajeaba concienzudamente al afortunado con sus babas bañaba literalmente las pelotitas y su peludo saquito. Movía la lengua magistralmente, a una velocidad tal que las dos bolitas chocaban entre sí como unas castañuelas. Pero no se quedó ahí, sabía que el hombre quería más. Un oscuro secreto de alcoba, algo que debe permanecer en la intimidad del matrimonio y como mucho, de ser necesario, del terapeuta. Como en la mujer confluían ambas cosas, mejor que mejor.

Ángel soltó un respingo al sentir como aquella lengua inquieta seguía bajando por su anatomía más íntima. Era un hombre enjuto y conservaba buena parte de su agilidad juvenil. Elevó cuanto pudo su cadera hasta casi dislocarla, sabía por experiencia que mantener aquella forzada postura valdría la pena.  Beso negro llamaban a eso. Beso de gloria pensaba él desde la primera vez que a regañadientes lo experimentó.

Adela acercó su nariz a la entrada posterior que ante ella se abría. En otras ocasiones solían tomarse un relajante baño y limpiar las partes íntimas para que aquel trance no se le hiciera demasiado desagradable. Pero aquella noche en la que se había ofrecido a complacer a su compañero sin premeditación era consciente de que no había sido posible.  Aquel olor fuerte penetró en sus fosas nasales como ya lo hiciera antaño. Durante su “año de prácticas” como ella le llamaba había tenido que lidiar en peores plazas. Intentó no pensar más y actuar. Dedicó su mejor repertorio al esfínter, lo hizo sin la violencia acostumbrada pero tampoco reservándose  nada. Poco a poco notó como aquella pequeña apertura se iba relajando al tiempo que su lengua penetraba más y más en él. Sin dejar de masturbar el mástil, de vez en cuando observaba sus progresos, evaluando concienzudamente el agujerito prohibido.

Ángel intentaba concentrarse. No quería correrse por nada del mundo, no al menos hasta que el amor de su vida le diese el golpe de gracia. Aguantó como un Vitorino el primer puyazo, quizás hubiese sido menos doloroso si las uñas de Adela fuesen menos femeninas. Con el segundo estuvo a punto de hincar la rodilla pero fue con el tercero, con el tercer dedo hurgando junto con sus compañeros cuando se olvidó de todo. Casi ni le dio tiempo a abrir la boca instantes antes de eyacular como un geiser.

La mujer se afanaba en la faena. Tarea algo complicada el hecho de perforar el trasero ajeno al tiempo que se intenta apuntar con un arma que no es la tuya. Se le notaba algo falta de práctica porque la primera andanada erró con mucho su destino a pesar de estar a escasos centímetros de distancia. Perfeccionista hasta la médula no repitió el fracaso. La segunda ración de esperma aterrizó justamente en su destino, que no era otro que la boca entreabierta de su querido marido.

Recordaba la buena mujer la primera vez que ambos contendientes pusieron en práctica semejante escena. El macho vejado se enfureció como un toro, largándose a dormir al sofá y mira por dónde, en aquel momento, unos pocos años después se disolvía cual azucarillo al ser penetrado. Ella miraba tiernamente al tiempo que acercaba la mano pringosa a la cara de un Ángel goloso y sumiso. Éste lamía y lamía su propia esencia como un gatito.

Después de la violenta descarga ambos amantes se besaron cual adolescentes. Compartieron el sabor amargo del esperma de manera descontrolada. Retozaron sobre el colchón acariciándose, gustándose, amándose, hasta que en un momento indeterminado fue Ángel el que amaneció encima de ella y con mucha delicadeza comenzó la danza del vientre. Adela cerró los ojos al tiempo que por sus labios salían unas palabras, un murmullo…

-        - ¿Cariño…?

-       - ¡Sí, Adela, sí! ¡Ya apago la luz, leches! ¡Cuando se te acaban las pilas eres un… muermo!

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-       ¡Estás castigada, jovencita! – Adela gritaba mucho, demasiado para lo que era su costumbre.

Quería que alguien escuchase aquella conversación desde la habitación contigua.

-       ¡Jooooooo, mamiiiii!

-       Ayer te pasaste un poco… ¿no crees?

-       Ya te dije que lo sentía…

-       Pues me parece perfecto, pero sigues estando castigada.

-       ¡Pues menuda m…!

-       ¡Psssss! – la madre utilizó un tono casi imperceptible - ¡No seas boba, déjame unos días para que convenza a tu padre…!

-       ¡Pero ya les dije a los chicos…!

-       Pues que se hagan una pajilla y punto.

-       ¡Es que tengo que dejar de tomar las pastillas…! – Carol hacía pucheros como cuando era niña - ¡Tendré que irme al internado! ¡Hoy es el último díaaaaa!

-       Bueno… si es así…

-       ¡Siiiiiii! ¡Allá solo hay chochitooooossss! Y aquellas inglesas no saben lo que es ni el agua, ni el jabón ni mucho menos una cuchilla de afeitar. No me gustan. A mí me ponen los chicos…

-       ¡Ni que lo jures, hija!

-       ¡No empieces tú también!

-       Habrá que pensar un plan alternativo

-       ¿Un plan B?

-       Mejor un plan N.B.A.

-       ¿N.B.A.?

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-       Lo siento chicas, Carol está castigada… se la ha llevado su madre a la consulta.

Era lo habitual. La madre se enfrascaba en el despacho mientras la hija castigada ordenaba el archivo infestado de expedientes. Eso sí, evitando en lo posible el contacto con los pacientes. Algunos de los clientes de Adela no eran demasiado recomendables. Ángel estaba sólo. Ni siquiera recordaba dónde estaba su hija pequeña.

-       Ya lo sabemos pero…

-       Dime Neus… ¿qué pasa?

-       Le… le necesitamos a usted.

-       ¿A mí?

Ángel hacía verdaderos esfuerzos por mirar a la cara de la morenita de flequillo caído y largas pestañas. De manera inconsciente bajaba la mirada y si sus ojos se hubieran conformado con detenerse en los labios carnosos de la joven lesbiana la cosa no tendría demasiada importancia. Pero lo cierto es que se le hacía imposible no seguir el descenso vertiginoso de aquella cadenita dorada hasta uno de los mejores pares de tetas que jamás había visto en su vida. Comparado con aquello su hija parecía plana como una tabla de planchar, incluso las prominencias de su mujer no eran nada comparado con aquel prodigio de la naturaleza. Para mayor desdicha suya, aquellos divinos cántaros yacían aprisionados tras un minúsculo top cerrado, por decir algo, en su parte delantera por un par de cordeles que dejaban bien a las claras la ausencia total de ropa interior. Haciendo de tripas corazón, se esforzó lo que pudo en centrarse en los oscuros ojos de la bella muchacha. Oscuros como los pensamientos que en aquel instante comenzaban a asaltarle. Las cuerditas unidas por un lacito debían ser de la misma tela que el traje de Superman, sólo así podía explicarse que no cediesen ante tal inconmensurable presión.

-       Sí, por favor – un  coro de voces suplicó desde el limbo.

Meneando la cabeza Ángel se percató de que Neus no era la única persona en el universo. Acompañaban a la morena dos chicas rubias que no le eran desconocidas. Berta y Ainoa… o Ainoa y Berta. Jamás había sabido distinguirlas y eso que las conocía desde recién nacidas. Vestían de forma idéntica, con camisetita de tirantes y falditas vaqueras. Cada una llevaba un arito en el lado opuesto de la nariz pero eso no le sirvió de gran ayuda para distinguirlas.  Se lo habían dicho mil veces quién era quién pero él seguía en la inopia. Presumidas y resabidas, no le llegaban a la tetona ni a la suela del zapato. Y no precisamente por su altura, ya que eran tremendamente espigadas, sino por la sensualidad y hermosura que la buena de Neus irradiaba a raudales. Ambas eran lo opuesto a la tercera. Inquietud, nerviosismo e impaciencia a partes iguales. No podían estarse quietas. Hiperactivas era un adjetivo demasiado condescendiente para con ellas.

-       ¿Ayudaros?  ¿A qué?

-       Es que, verá…

Y sin más dilación una de las rubitas comenzó a escarbar en una bolsa de plástico. Neus, mucho más prudente intervino:

-       Será… será mejor que entremos y se lo explicamos. ¿Podemos?

-       Claro… claro. – el anfitrión estaba de lo más intrigado.

Sentadas en un cómodo sofá, al parecer, les entró algo de timidez.

-       Venga, Berta… dilo tú.

-       ¿Yo? Dilo tú, que eres la mayor…

-       ¡Soy la mayor cuando te interesa…!

-       A ver, chicas. No me entero de nada. Neus, por favor explícame en qué puedo ayudaros.

La interrogada, aparentemente muerta de vergüenza, comenzó a jugar con la dichosa cadenita, llevándosela a los labios color fucsia. La polla de Ángel empezó poco a poco a expresarse por sí misma.

-       Pues verá…

-       Por favor, tutearme.

El anfitrión no pudo por menos que sonreír. Hacía unos días se había presentado en casa para comerle el coñito a su hija y aun así ahora le tenía vergüenza.

-       Si. Verás. Usted…

-       Tuuú.

-       Perdona. Tú sabes chino. ¿Verdad?

-       Mandarín y Cantonés. El Min del Sur… no lo domino demasiado.

No pudo evitar sacar pecho. No iba con su personalidad pero las curvas de Neus lo turbaban.  De reojo se fijó en las otras dos muchachas. Habían crecido mucho últimamente.

-       Bueno, es igual. – Berta no supo contenerse más.

Las gemelas solían explicar las cosas atropelladamente, interrumpiéndose constantemente la una a la otra.

-       Hemos comprado…

-       Por internet…

-       Unos artilugios…

-       ¿Artilugios? ¿Qué clases de artilugios?

-       Juguetes…

-       ¡Sí, eso! Juguetes…

-       Pero no sabemos usarlos correctamente…

-       No, no sabemos.

-       Porque…

-       Las instrucciones…

-       Están en chino.

-       ¿Juguetes? ¿Qué clase de juguetes? – Ángel quiso cortar aquella batería de frases inconexas. -  Jovencitas, no es muy seguro comprar así las cosas. Los aparatos vengan de dónde vengan tienen que tener su etiquetado, sus instrucciones en castellano. ¿Por qué no los comprasteis en la juguetería? ¿Vuestra madre no trabaja en El Corte Inglés?

-       ¡Prrrrrrrr! – las dos muchachas idénticas comenzaron a reírse - ¡No creo que esto lo vendan allí!

-       ¿Te imaginas a mamá comprándonos esto?

-       ¡Já, ja!

-       Pero… ¿Me podéis decir exactamente de qué demonios estamos hablando?

Las dos chicas se callaron de repente. Fue Neus la que tomó la iniciativa, y con una seguridad que asustó a Ángel metió su mano en la bolsa y sacó lentamente una caja. Tendiéndola al sudoroso macho le dijo:

-       De esto. Estamos hablando de esto.

Ingenuamente él iba a preguntar de qué se trataba pero bastaba ver el envoltorio. No hacía falta ser un experto en idiomas para darse cuenta de naturaleza del juguetito de marras.

-       ¡Madre del amor hermoso!

-       Si, bueno. No está mal – una vez roto el hielo fue Ainoa la que se tiró a la piscina. – Es un vibrador bastante completo…

-       Por lo menos eso nos han contado…

-       No hemos sabido ponerlo en marcha…

-       Creíamos que eran un timo…

-       O que se habría roto durante el transporte…

-       Pero no es normal que todos estén rotos…

-       ¿Todos? – a Ángel le costaba asimilar todo aquellos – Pero vidas mías… ¿Cuántos… chismes de estos habéis comprado? ¡Válgame Dios!

-       ¡Cuatro!

-       Uno para cada una…

Obnubilado, el desconcertado padre de familia sólo acertó a decir:

-       Vale, pero sólo sois tres…

-       El otro…

-       Es…

-       Es para tu hija. – Neus hablaba poco pero era de lo más contundente en sus frases.

Al padre de familia se le volvió a inflar la vena. Acalorado, cerró los puños para no ser descortés pero su tono de voz dejaba bien a las claras su incipiente estado de ira.

-       ¿Pero qué os pasa a todas? – dijo levantándose al tiempo que soltaba como si ardiese el aparatito de marras. – No entiendo a las chicas de ahora. Sólo pensáis en el sexo.

-       ¡Vale, vale! No te alteres.

-       Perdona si te hemos ofendido…

-       Tampoco es para tanto…

-       Ya nos vamos…

-       ¡No! No nos iremos hasta que hayamos hecho lo que veníamos a hacer- dijo Neus duramente  y mirando nuevamente a los ojos de Ángel encogió los hombros para hacer su canalillo todavía más deseable – Con tu ayuda o sin ella acabaremos usándolos. ¿No querrás que nos hagamos daño, verdad? ¿En serio quieres que me lastime cuando me meta esto… por el culito?

Y con cara de niña buena sacó el pene sintético de la caja haciendo ademán de introducírselo en la boca. Ni se enteró el hombre de las risitas de las otras princesas al ver su cara de estúpido. En menos que cantaba un gallo ya estaba leyendo el jeroglífico de caracteres sin dejar de pensar en aquel juguetito y sus infinitas posibilidades dentro del trasero más maravilloso del mundo. Aquellas muchachas no tenían nada de inocentes. Entendió entonces que el comportamiento de su hija no era nada extraño dentro de su peculiar círculo de amistades.

-       “Seis años de dura carrera para acabar así” – pensó antes de aclararse la garganta – Traduciendo el manual de un consolador.

-       Cito… cito textualmente ¿Pero qué demonios hacéis?

Las rubitas sin aviso previo se habían desprendido de sus camisetas dejando sus pezones sonrosados al aire. No hicieron lo mismo con sus braguitas por la simple razón de que no llevaban. Ángel pudo dar fe de ello ya que descaradamente se abrieron de piernas consolador en mano.

-       Pues probarlo…

-       Naturalmente…

-       Si no luego  no nos acordaremos de cómo funciona…

-       Y sería una pena…

-       Después de que hayas sido tan amable…

-       De tomarte la molestia…

-       De traducírnoslo…

-       ¿No crees?

El pobre hombre tragó saliva. Con más ahínco aún al comprobar que la nariz no era el único apéndice del cuerpo de las gemelas del que colgaba un arito. El par de coñitos enjoyados relucían lampiños y lubricados por la situación. Enseñarle la almeja al padre de una de sus amigas no era cosa que sucediese demasiado a menudo.  No era la primera vez que pasaba. Ciertamente a ellas les hubiese gustado hacerlo con mayor asiduidad. El papi de Carol estaba muy pero que muy bien conservado.

-       Bueno chicas, creo que esto ya ha llegado demasiado lejos...

-       “¡Imbécil! ¡Cállate de una puta vez y lee, gilipollas! ¡Este tío es tonto!” – Pensó Neus, pero en lugar de expresar su indignación con aquellas exactas palabras utilizó un tono meloso. Ella sabía por experiencia que esa era la forma más efectiva de acabar con la resistencia de los maduritos reticentes.

-       Venga… se bueno. Te lo pido… por favor.

Y tiernamente mostró al bueno de Ángel todo su jardín prohibido. Aunque para ser cierto más que jardín parecía el Coto de Doñana. Despacito y sin prisas tiró del lacito que ataba sus pechos y un espectáculo nunca visto apareció como por arte de magia frente a un Ángel que literalmente babeaba. No contenta con ello, imitó a sus compañeras, abriendo las piernas para que el papá de Carol pudiese ver cómo su falda algo más larga y discreta que la de sus acompañantes escondía un secreto que no por ser tremendamente conocido en el barrio dejaba de ser más deseable. Ciertamente estaba cachonda, aquél pánfilo y su estúpida resistencia la estaban poniendo como una moto.

-       ¡Quiero que os tiréis a mi padre! – le había dicho escuetamente una hora antes Carol.

-       ¿Seguro? – le contestó Neus incrédula – Siempre nos lo has dejado muy clarito… a mi padre ni mirarlo.

-       ¡Pues a tomar por el saco! Hoy por la mañana os lo pasáis por la piedra…

-       ¿Hoy?

-       Hoy no, ahora mismo. Las gemelas y tú. Una orgía por todo lo alto

-       Bueno, por mí no hay problema. Ya sabes lo mucho que me gusta tu padre. Pero, ¿y si se entera tu madre?

-       Por mi madre no te preocupes. Tenéis el campo libre. Es más, te diré que todo esto es por prescripción facultativa, ya me entiendes.

-       ¿En serio? ¡Joder con la actriz porno! Parece que vuelve a la carga…

-       No te pases.

-       ¿Y cómo lo hacemos?

Habían seguido las instrucciones y todo seguía según lo previsto. Ahora tan sólo faltaba la guinda del pastel. Conseguir que el padre de su amiga diese el siguiente paso. Observó cómo sudaba el pobre. Le temblaba la mano y se retorcía nervioso. Quiso alargar su agonía, jugar con él. Tenían tiempo de sobra.

Ángel no podía apartar la mirada del triangulito de pelos cortitos que adornaba graciosamente tan gloriosa entrepierna.

-       ¿Has traído el lubricante?

-       ¿Pero no lo cogías tú?

-       ¡No sé dónde tienes la cabeza!

-       No pasa nada. Neus siempre lleva en su bolso. ¿Verdad?

-       Condones y lubricante. Jamás sale si ellos…

-       Lo que pasa es que a veces hace corto…

-       ¡Cállate, bocazas!

-       ¿Vas a empezar o qué? ¿Ángel? ¿Estás entre nosotros? – dijo Neus al tiempo que pasaba un paquete de profilácticos y un tubito a medio usar de gel a sus amigas – Tomad vosotras.

-       ¿Y tú?

-       A mí no me hacen falta.

Para una vez que podía tirarse al papá de Carol no era cuestión de quitarle morbo al asunto con la dichosa gomita.

-       Pues yo tampoco, ¡eah!

-       ¡A pelo!

-       Además… por el culito tampoco hay peligro de quedarnos preñadas. ¿Verdad, Ángel?

-       “Acme Tech Rabitt…”.

-       ¡Eso ya lo sabíamos, que está en inglés!

-       ¡Cállate de una vez, pesada!

-       “Le presentamos el  novedoso vibrador  conejito rampante ACME de alta tecnología fabricado en suave gelatina con múltiples capacidades de utilización. Dispone de un revolucionario vibrador con control electrónico de velocidad como de oscilación y rotación…”.

-       Nunca sé si es mejor ponerlo en marcha primero y meterlo después…

-       Y prefiero meterlo todo bien adentro y luego que poco a poco se vaya viniendo arriba… ¿A ti cómo te gusta más, Neus?

-       A mi… a mí como prefiera Ángel.  

Estaba muy claro cuál de las tres tenía más tablas en todo aquello.

-       Yo… yo no…

-       ¿Culo o coño?

-       Cu..cu…

-       ¡Cantaba la rana!

-       ¡Callaos idiotas! – Neus mostraba su genio y dotes de mando - Culo… ¿verdad?

-       Si.

-       Es un poco grande… pero por ti haremos un esfuerzo.

-       ¡Oye rica, habla por ti! A mí no me apetece…

-       ¡Haremos el esfuerzo he dicho!

-       Vale, vale…

-       No podré sentarme en una semana…

-       Sigue leyendo.

-       “No podrás creer lo que son capaces de hacer las 42 posibilidades diferentes”.

-       ¡Cuarenta y dos!

-       “Tres velocidades de vibración, tres velocidades de impulsos. Una opción de...” ¿Escalera?

-       ¡Escalado! –Berta se apresuró a decir.

-       ¡Cállate! – le recriminó Neus por lo bajini.

Todas conocían perfectamente el funcionamiento de  aquellos cacharros. Se sabían las múltiples opciones de memoria. No es que estudiasen chino en sus ratos libres ni nada por el estilo sino que el artilugio en cuestión tenía un libro de instrucciones tan grande como la guía telefónica de Madrid en el que especificaba en decenas de idiomas las virtudes de tan exótico instrumento.  Libro que convenientemente habían hecho desaparecer dejando en el interior de la caja solamente un pequeño folleto adjunto en el idioma del gigante asiático.

-       Sí. Puede decirse también así. – Dijo Ángel, intentando concentrarse en su tarea. -  “Seis velocidades de oscilación, junto con las perlas internas que también giran.”

-       Pues aquí no se menea nada.

-       “Con el exclusivo vibrador Acme Tech Rabbit conseguirás…”- Ángel quería morirse cuando miraba por encima del papelito y veía las caras de aquellas lolitas expectantes, – “conseguirás experimentar placeres que ni siquiera sabías que existían. Es realmente impresionante. Funciona con pilas”.

-       ¿Pilas? – Neus estaba a punto de explotar de la risa pero se comportó como una actriz de primera.

-       Claro – contestó él con cara de incredulidad – supongo que si es un vibrador… necesitará pilas. Cuatro pilas R6/AA concretamente.

-       ¡Joder, eso era!

-       ¡Ya podíamos darle a los botoncitos de la ostia!

-        ¡Ya os lo dije!

-       ¡Tú qué vas a decir, mema!

-       Ángel… ¿Tú tienes pilas, verdad? – Esta vez Neus sí que estuvo a punto de introducirse ella misma el consolador por el agujero en cuestión.

El pobre Ángel volaba por toda la casa. Cinco mandos a distancia, un ratón inalámbrico y el jodido reloj de la cocina fueron sus aliados por un día. Las chicas lo miraban divertidas en su ir y venir. Minutos más tarde un montoncito de cilindros metálicos de las más diversas marcas del mercado descansaban en sus manos como el anillo del Frodo ese. Aquello sí que era un tesoro de verdad.  n incesante zumbido indicaba poco después que la avería del pobre ya estaba subsanada, pero estaba muy claro que ni las muchachas y el papá de Carol estaban dispuestos a pararse ahí.

-       Y ahora… ¿Por qué no nos los metes tú?

-       ¡A mí primero!

-       ¡No, a mí!

-       ¡Yo lo dije primero!

-       ¡No seáis crías!  Que él elija, tontitas.

-       Mejor será que nos demos la vuelta.

-       Sí, mejor será.

-       ¡No miréis, que sea una sorpresa!

Dicho y hecho. En un periquete se pusieron culo en pompa de rodillas sobre el sofá. Meneaban los traseros ofreciéndoselos a Ángel que, vibrador en mano no se decidía. Verdaderamente eran tres maravillas de la naturaleza humana.  Culitos adolescentes pero ni por asomo vírgenes. Algunos con más, otros con menos, pero sin duda todos con muchas horas de vuelo. En un instante de lucidez pareció apiadarse de ellas, extendiendo una generosa ración de lubricante por el primer falo sintético. Con una mano abrió los tiernos cachetes y sin prisa pero sin pausa empaló a la primera doncella con una generosa porción de verga gelatinosa.

-       ¡Aaaahyyyyy!

Neus se sintió un poco traicionada al no haber sido ella la elegida. Dolida esperó su turno que se demoró más de lo debido. La otra gemela sufrió el mismo tratamiento que su hermana.

-       ¡Cabrónnnnnn! ¡Mi culoooo!

Una vez colocado el primer par de banderillas el torero recogió la  tercera. No le quedaba vaselina aunque para ser justos jamás pensó utilizarla con la última muchacha. Quería ver cómo Neus se retorcía de dolor al sodomizarla secamente.  Intuía que las gemelas eran meras comparsas y que la morena de grandes senos era la cabeza pensante en toda aquella  trama. Si iba a ser infiel a su esposa por primera vez al menos lo haría a su gusto. Como el escorpión de la fábula sabía que iba a morir, pero lo iba a hacer matando.

Se llevó una sorpresa morrocotuda el pobre Ángel. Ni qué decir tiene que no avisó a Neus de sus macabras intenciones pero ni aun así logró arrancar de la boca de la muchacha más que un ligero suspiro. Y eso que se empleó a fondo. Le costó tres o cuatro apretones introducir el aparato hasta prácticamente la empuñadura. Podría decirse que lo hizo con bastante brusquedad y poco tacto. Alejándose un poco admiró lo dispar de su obra. Las dos rubias temblaban de dolor con la mitad del juguete erótico en las entrañas. En cambio a la morena se la veía como pez en el agua totalmente enculada. Las primeras no podían articular más que quejidos y sollozos, la otra se giró como si tal cosa pidiendo guerra:

-       ¡Danos caña!

-       ¡Ay Dios…!

-       ¡Por favor… noooo!

Tan excitado como fuera de sí Ángel se puso a la tarea. Eligió para las siamesas el mencionado “Escalado” de tal forma que los juguetitos comenzaron a vibrar lentamente para que los jóvenes cuerpos se fuesen familiarizando con el intruso.

Con Neus no fue tan delicado. No sabía muy bien el porqué de aquel ensañamiento enfermizo con la muchacha. Siempre fue educada y amable con él pero su actitud aquella mañana le había abierto los ojos. Era una puerca, una salida y él le iba a dar su merecido. Quizás fuese culpa de ella que su Carol fuese tan viciosa. Sin más preámbulos programó el aparatito a su máximo nivel. Impulsos, vibración y rotación. Semejante potencia hizo mella en la resistencia de Neus, que mordió un cojín para sofocar su grito. Ella no era tan buena como la hija del anfitrión, que lograba introducirse dos de aquellos furiosos aparatitos en el coño y en el culo al mismo tiempo sin perder la sonrisa de la cara. Ella no era tan buena… de momento.

Como el malabarista que no deja caer los platos que giran sobre montones de mimbres, Ángel no consentía que aquellos aparatitos abandonasen las cuevas en los que estaban alojados. Si uno amenazaba con salirse, él acudía presto para evitarlo. El incremento de ritmo comenzaba a hacerse insoportable para las gemelas, que como buenas hermanas intentaban superar el mal trago masturbándose mutuamente. Neus no tenía ni fuerzas para imitarlas, le faltó un suspiro para desmayarse de gusto.

Si la jovencita no defecó en aquel momento fue debido a dos causas. El enema que se había aplicado ,que liberó su intestino de restos, y que su torturador se detuvo justo a tiempo. Sintió un alivio tremendo al notar su orto completamente dilatado pero eso sí, alejado de tan terrible engendro diabólico. En verdad agradeció con sumo gusto el calor humano del miembro viril que la enculó con ansia.

Ángel había caído. Mordió la manzana prohibida. Más bien se la tragó con corazón y todo. Con su verga entrando y saliendo de aquel culo de ensueño olvidó su estado civil y se comportó como un hombre. Había hecho lo que la mayoría en su misma situación. Pensar con la polla y punto.

-       Menudo culito tienes, zorrita…

-       ¿Y nosotras?

-       Enseguida vuelvo…mantenlo abierto… ya has oído a tus amiguitas… Ellas también quieren lo suyo.

Neus sólo pudo asentir. Una pequeña tregua le iba a ir la mar de bien. Su maltrecho trasero necesitaba un respiro. El grito de una de las rubitas fue escandaloso pero nada que ver con el de su hermana que a continuación imploraba clemencia al verse enculada de forma furiosa.

Ángel parecía ido, taladraba los ojetes de forma compulsiva sin pauta ninguna.  Dedicaba sus mejores atenciones a Neus pero ninguna de las otras dos pudo sentirse menospreciada.  Parecía que el corazón iba a salírsele del pecho, sudaba y bufaba pero aquello era como comer pipas. Te comes una y no puedes parar hasta terminar el paquete. Pensaba en la muerte de la mamá  Bambi, el hambre en el mundo, el descenso del Atlético. Cualquier cosa para retardar en lo posible la inminente avenida.

-       Pues en seguida os doy lo vuestro, hijas de puta.

-       ¡No lo hagas adentro! Mejor en mi cara,- le dijo Neus mirándole a los ojos.

-       ¡En… la mía!

-       ¡Yo… yo también… quiero!

Y como una manada se volvieron hacia el hombre que con la metralleta a punto de disparar dejó que sus blancos se acercasen a él gateando. Ya no podía más, en el momento justo en el que las amigas de su hija mayor juntaban sus cabecitas a escasos centímetros de él, bastó un ligero meneo para culminar una mañana gloriosa. Quizás en su fuero interno hubiese deseado que aquellas puercas abriesen sus labios de par en par para tragarse su esperma pero ver unos de los rostros más bellos del mundo mundial estucados en semen tampoco era moco de pavo.

Neús se había colocado estratégicamente y podría decirse que se llevó la peor parte. O la mejor, según se mire. Estaba empapada del líquido viscoso, que recorría su cuello y se encauzaba a través del canal que dejaban sus senos. Berta tuvo que conformarse con una generosa descarga en sus mejillas y Ainoa no estuvo afortunada ya que una pequeña porción de esperma se coló accidentalmente en su ojo.

-       ¡Ay, cómo duele!

-       ¡Menuda regada!

-       ¡Me escueceeeee!

-       Yo te limpio, hermanita.

Ángel se quedó admirado del amor que se profesaban ambas hermanas. Se lamían las heridas una a la otra, recorriendo con sus lenguas las partes afectadas por la descarga.

-       ¿Y yo? – Protestó Néus, ofreciendo su cuerpo al verse relegada de tales atenciones.

-       Enseguida vamos contigo.

-       ¡No! – Intervino al quite Ángel. – Yo… yo lo haré.

-       ¿Tú? – Cantó el coro de ninfas.

-       Yo… yo lo haré, – se repitió él, para autoafirmarse.

Tan tremendo cuerpo mezclado con su semen era algo que si no lo aprovechaba en aquel instante jamás se lo perdonaría.

Neus miraba alucinada a sus otras compañeras al ver como efectivamente el papá de Carol cumplía su palabra. De las decenas de hombres que habían degustado sus ambrosías jamás ninguno había hecho una cosa igual. Algunos poco menos que las repudiaban una vez saciados sus instintos. Muchos se negaban a besarlas si en el fragor de la batalla habían eyaculado en sus bocas en cambio este… este parecía disfrutar tragando su propio semen. Divertida, indicaba el lugar adecuado con su dedo:

-       Aquí, aquí hay un poco…

Y de inmediato la lengua de Ángel corría presta a deleitarse de nuevo.

-       Las tetas están más que limpias. En el ombligo hay un poquito… con cuidado que me da la risa…

Medio en broma una de las gemelas apuntó al suelo…

-       Ahí hay mucho…

Con la boca abierta se quedaron al contemplar como él, ni corto ni perezoso, hincaba las rodillas a tierra para hacer algo que ellas ni en sueños estaban dispuestas ni a tan siquiera considerar. Una vez terminó con el charquito alzó la cabeza, y lejos de avergonzarse por su conducta, miró a una de las rubias y suplicó:

-       ¡Chúpame el culo, por favor!

-       Ni hablar. ¡Qué asco!

-       ¡A mí ni me mires, pervertido!

-       ¿Y tú?

-       ¡No lo hagas, Neus!

-       ¡Ni se te ocurra!

Y tras un silencio que pareció eterno la morena asintió.

-       Su hija lo hace… yo también.

-       ¡Qué fuerte!

-       Ángel… ¿Has visto alguna vez a dos gemelas montándoselo entre ellas? – Intervino Neus, al tiempo que se colocaba en posición.- Venga… chicas ¿A qué estáis esperando?

El anfitrión contempló extasiado por primera vez en su vida un espectáculo lésbico de ensueño en que las dos caras de un espejo  se dedicaban múltiples atenciones. Adivinó por la destreza en sus tocamientos que no era la primera vez… ni la última. No obstante, a cuatro patas sobre el suelo, tuvo que entornar los ojos cuando sintió por segunda vez en menos de veinticuatro horas como una lengua femenina jugueteaba con su ojete de forma concienzuda.  Más los abrió rápidamente al notar un zumbido sospechoso llamando por su puerta de atrás.

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-       Ya sabes, hija. Pon cara de sorprendida.

-       Ya lo sé, mamá.

-       Bueno, siempre y cuando mi plan haya salido como pensábamos.

-       Seguro que sí. Tú conoces a Neus. Es tu paciente. He leído su informe. Una ninfómana...

-       Lo sé. No creas que no me siento un poco responsable por ella. Esto no es muy conveniente para su curación…

-       No te tortures. Ahora por lo menos no se desnuda en medio de la calle…

-       Algo hemos avanzado.

-       Y papi se muere por sus tetazas…

-       No hay que ser un premio Nobel para darse cuenta. Es cierto.

-       Pues blanco y en botella…

-       Leche.

-       Abre

Tras girar la llave con sigilo ambas entraron a su casa una hora antes de lo previsto.

-       ¿Papa?

-       ¡Dios mío! ¿Se puede saber qué demonios está pasando?

-       ¡Ca… cariño! ¡Hija! ¡Pu… puedo explicarlo!

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-       Hola. ¿Me dará dos cajas de preservativos?

-       Pues claro. ¿Cómo los quieres?

-       De esos que saben a menta.

-       Sin problemas.  Están de promoción.

-       Lo sé.

-       Quince euros…

-       Papá… paga.

El adulto que acompañaba a la chica, colorado como un tomate sacó una billetera del bolsillo.  Entre fotos y tarjetas descubrió un billete que ofreció tembloroso al farmacéutico del barrio.

-       Que… quédese con la vuelta, don Julián. - Y suplicando con la mirada miró a su hija, que sonreía divertida dentro de la farmacia repleta de gente.- ¿Nos vamos?

-       ¿Tienes prisa?

Quería esfumarse al verse el objeto de las miradas acusadoras de sus vecinos.

-       ¡Nos espera tu hermana en el coche!

-       Vale, vale.

De camino al automóvil  Ángel no pudo evitar preguntar:

-       ¿Para qué quieres condones en un internado femenino? – Preguntó, meneando la cabeza. – Dos paquetes… ¿Por qué dos paquetes?

Carol ni siquiera perdió el tiempo contestándole. Una vez los tres sentados en sus respectivos asientos reanudaron el camino hacia el aeropuerto. En el primer semáforo la chica abrió la bolsita, sacó una caja de preservativos y los tendió a su hermana.

-       ¡De menta! ¡Mierda, joder! ¡Sabes que no me gustan de menta!

Con las manos sobre el volante Ángel permaneció inmóvil. Las luces de la señal luminosa cambiaban de tonalidad pero el vehículo no se movió. Ni el concierto de cláxones posterior ni los intentos de reanimación por parte de sus hijas sirvieron de nada.  Sólo la sirena de la ambulancia y angustiosos minutos de reanimación cardiorrespiratoria lograron mantenerlo con vida.

Un saludo.

Zarrio01