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Mi pequeño secreto

en Hetero: Primera vez

Mi primera experiencia que yo recuerde como sexual ocurrió siendo yo bastante pequeño. Al pasar delante de la puerta de una de mis vecinas, ésta me arrojó el agua de la paellera que había dejado para reblandecer lo pegado y así limpiarla más fácilmente. Me dejó hecho una papilla y con todo el pringue en el pelo. Inmediatamente se excusó y me cogió de la mano y me introdujo en su casa. Me llevó hacia el cuarto de baño y sin darme tiempo a reaccionar, me desnudó totalmente. Abrió el grifo de la bañera y me metió dentro de la bañera y me hizo sentar. No paraba de lamentarse de lo que había pasado pidiéndome disculpas y diciéndome que no me preocupara que me dejaría cual estaba antes del incidente. Cuando el agua llegó a mi cintura, me alargó una esponja enjabonada y se marchó con toda mi ropa hacia su lavadero. Al rato volvió y me dijo:

-        Ya tengo toda tu ropita secando.

Yo, que todo esto me había dejado en estado de shock, no había sido capaz siquiera de utilizar la esponja que me había dejado en la mano. Estaba en la época en la que ya me bañaba yo sólo y me daba vergüenza que me vieran desnudo y esa mujer me había desnudado en menos de lo que lo hubiera hecho yo. Así que todo ruborizado no me atrevía ni a mirar a mi vecina.

-        Pero chiquillo ¿no te has lavado la cabeza?

Me arrebató la esponja de la mano y empezó a frotar el jabón en mi cabeza. Cuando terminó me cogió del culo para ponerme de pie. Y empezó a restregarme jabón por todo el cuerpo. Cuando pasó la esponja hacia abajo por mi pubis, un pequeño estremecimiento me hizo ver que había comenzado una erección. Cerré los ojos e intenté que aquello no fuera a más. Sin embargo, ella exclamó:

-        ¡Vaya¡ Despertamos al pequeño soldadito.

Me hizo abrir las piernas y deslizó la esponja desde detrás de mi culo hasta la base de mis testículos. Esto provocó en mí que la erección fuera total. Entonces, soltó la esponja y me dio una rociada de agua fría para aclararme todo el jabón, me envolvió en una toalla y tomándome en brazos llevó hacia la habitación de su hija que era la que más cerca estaba del aseo.

Me tumbó boca arriba encima de la cama y abrió la toalla. Mientras se arrodillaba ante mí, con un extremo empezó a secarme todas las partes del cuerpo. Cuando lo hizo en la base de mis testículos, me sobresaltó tanto que abrí los ojos que hasta entonces había tenido cerrados por temor a excitarme más.

Agachó la cabeza y dijo:

-        Esto es lo que más limpio se tiene que quedar.

Y posando sus labios sobre la punta, deslizó con dos dedos delicadamente el pellejo hacia atrás. Conforme quedaba descubierto el glande, era absorbido por su boca mientras su lengua describía círculos muy despacito a su alrededor.

Yo iba a explotar, la tenía tan dura que dolía. Cuando terminó de descapullarme posó su mano bajo mis testículos. Todas las sensaciones juntas me hicieron arquear toda la espalda produciéndome un relámpago desde la nuca hasta el extremo de mi verga pasando con extremo vigor por toda la columna y en especial por los testículos. Cuando me dí cuenta que había eyaculado dentro de su boca, me disculpé:

-        Lo siento, no pude aguantar.

-        No te preocupes, ahora estamos en paz, yo te unté a ti y tú me has untado a mí ahora.

Esbozó una sonrisa y vi como relamía el lechoso líquido.

A pesar de la eyaculación, la erección no bajó ni un ápice. Ella que lo observó, dijo con voz muy melosa:

- Ahora toca hacernos un favor el uno al otro.

Y dicho esto se deshizo de la camisa blanca y del sujetador dejando ver unos espléndidos pechos que a pesar de rozar la madurez mantenían toda su tersura, y unos pezones que apuntaban hacia mí pidiéndome que me los introdujera en la boca.

De repente una voz femenina surgió del patio. Mi vecina con más rapidez que cuando se la quitó, se puso la camisa encima sin el sujetador. Los pezones se transparentaban y luchaban contra la ligera tela por mantener su forma enhiesta.

-¡Mi hija¡ Escóndete debajo de la cama y no hagas ruido.

Ella lo hizo todo, me cogió junto con la toalla y me deslizó debajo de la cama.

Allí permanecí quieto y mudo con mi perenne erección hasta que los pies desnudos de la hija de mi vecina asomaron por debajo de la cama. Mi nerviosismo aumentó tanto que solo me atreví a mirar cuando percibí que se había alejado de la cama. La hija iba totalmente desnuda  por lo menos hasta donde yo veía, un culito en forma de pera se destacaba blanco contra la pared. Giró en redondo hacia mí y entonces ví por primera vez el espeso pelo que tienen las mujeres en su pubis. Yo hasta entonces solo había visto las rajitas de niñas de mi edad cuando por curiosidad nos mostrábamos los unos a los otros los órganos genitales. Por eso me asombré de ver la rajita de mi vecinita totalmente tapada por un espeso, negro y rizado pelo que contrastaba con el blancor de su piel. Totalmente excitado intenté asomarme para verle los pechos, pero desistí cuando casi tengo que sacar la cabeza para poder llevar los bajos de la cama hasta sus pechos. Me sorprendí a mi mismo masturbándome ante la presencia del cuerpo desnudo e imaginando apartar ese precioso pelo ensortijado con la punta de mis dedos y chupando los pezones que imaginaba iguales a los que su madre me había mostrado minutos antes. Una segunda eyaculación venía rauda hacia la punta de mi verga, cogí la toalla y tapé con ella la punta de mi miembro para que no se derramara. Cuando terminé con los espasmos eché un vistazo a la toalla y vi tal cantidad de esperma que solo pude pensar en cuanta leche se había tragado mi vecina momentos antes.

Mi vecinita se vistió rápidamente y salió de la habitación y posteriormente de casa. En cuanto hubo abandonado la casa, la madre volvió a la habitación y me sacó de debajo de la cama. Enseguida vio que había manchado la toalla y me reprochó que no me hubiera portado bien bajo la cama. Yo no paraba de mirarle los pezones que parecía que iban a salir a través de la camisa. Me puso de pie y cuando yo pensaba que iba a continuar con lo que habíamos dejado a medias, se limitó a vestirme y a ponerme de patitas en la calle. Yo que aun continuaba excitado fui al aseo de mi casa y me volví a masturbar pensando esta vez en el magreo de mi pene contra los pechos de la linda madrecita.

Mi sentimiento de culpa fue tal que evité durante mucho tiempo pasar por delante de su casa y cuando me cruzaba con ella ni siquiera la miraba. Con la hija fue al contrario, era una chica mayor que yo, que nunca me había llamado la atención por ser bastante fea. En mi casa, medio en broma medio en serio, se decía que de las cuatro hijas, dos eran del padre (las feas) y las otras no. Esta, evidentemente, no había heredado la belleza de su madre, pero sí su cuerpo. Ahora cada vez que la veía no podía mirarle nada más que a los pechos imaginándolos semejantes a los de su madre o a las ingles pensando en esa mata de pelo que había visto desde debajo de su cama. Me llegó a obsesionar tanto el pelo ensortijado de la hija que diariamente me hacía de dos a tres pajas pensando en tocarlo.

Años más tarde cuando ya había ampliado mis experiencias sexuales y me había despojado del sentimiento de culpabilidad, fui a retomar la fallida aventura con mi vecina. Aprovechando la ausencia de todas sus hijas y el marido, entré por la puerta del patio que siempre tenía abierta y la encontré en la pila lavando algo.

Así de espaldas se le veía un trasero en forma de pera como el de su hija pero más grande. Estaba muy sensual con uno de esos gaseosos vestidos que se ponen las mujeres en verano y que quedaba muy por encima de las corvas.

Fui directamente al meollo, apoyé mi pelvis contra su culo y por detrás le así las tetas que aún conservaba en mi memoria.

El susto que se metió fue tremendo. Yo le dije si se acordaba de mí, ella trató de soltarse, le insinué que venía a acabar lo que empezamos hacía al menos siete años, mientras no paraba de magrearle los pechos.

-        Estás loco.

-        No paro de pensar en ti. – le mentí.

-        Aquí nos van a ver. Ven dentro, te la chupo y te vas.

-        De eso nada. Quiero algo más. Quiero verte desnuda y poseerte, hacerte gozar como tú lo hiciste conmigo. ¿sabes que fuiste la primera?

Mi mano derecha soltó los botones que apretaban el vestido a su pechera, la izquierda se deslizó bajo el sujetador y tocó su pezón derecho que tanto me había hecho imaginar.

Si alguien pasaba por delante de la puerta no sería difícil que nos viera, pero en las siestas de verano poca gente pasea por las calles.

Mi mano acarició todo su cuerpo, era muy macizo, desde las tetas que permanecían prietas bajo el vestido pasando por su duro vientre y unas piernas que el trabajo había formado con mucha delicadeza. Al llegar al muslo deslicé la mano por la entrepierna, levantando la gomilla de las bragas y buscando urgentemente mi presa.

Ella no paraba de intentar deshacerse de mí, pero eso provocaba que mi pene se restregara más contra su culo y que la erección fuera cada vez a más.

Con la mano bajo sus bragas busqué el botón de no retorno, con el anular lo activé. Ya no hubo más resistencia, se inclinó sobre la pila y ella misma se subió el vestido.

Dejó al descubierto las blancas bragas, le entreabrí las piernas y bajarme la ropa y rozar mi pene contra su culo fue todo uno.

Ella había retirado las bragas hacia un lado dejando ver sus enormes labios desde atrás. Yo intenté introducírsela sin conseguirlo, pero el solo roce de mi glande contra su vulva hizo que no parara el movimiento de vaivén, a ella también le gustaba el roce. Una y otra vez arremetía intentado introducir la punta en su coño, pero su abultado culo me impedía llegar con facilidad. Cada intento frustrado me excitaba más y no pude contenerme y eyaculé por entre sus labios.

Regocijándome en mi corrida, no me fijé que ella se volvió para cerrar la puerta del patio, me cogió de la mano y me llevó a la misma habitación que hacía siete años.

-        Ven, desastre. Veo que todavía tengo que enseñarte algo.

Me desnudó y me tumbó en la cama pero esta vez boca abajo. Ella también se desnudó mientras yo la admiraba. Era una mujer que había tenido cuatro hijas y que mostraba unos pechos firmes, un abdomen fuerte, un culo respingón y unas piernas duras como el mármol pero calientes como el sol. Su pubis no estaba tan poblado como el de su hija, seguramente debido a los restregones que le pegaba su marido, que sin dudar se la follaba todos los días.

Así, bocabajo, me hizo abrir las piernas y me sacó el pene por entre ellas dejándomelo mirando hacia los pies. Me dolió un poco por estar aún un poco tieso, pero enseguida me acostumbré.

Se puso a horcajadas tras de mí y empezó a rozarme los pezones con la espalda, me mordió el cuello. Me masajeó las piernas y cuando levanté el culo para dejar que mi erección continuara en su posición habitual, ella me apretó el culo contra la cama para impedirlo. Con la mano acarició el pelo de mis testículos y con un dedito empezó a darme suaves masajes en la punta del prepucio. Toda la sangre me brotó hacia el pene que parecía que iba a reventar.

-        Ahora que lo tenemos inflado, veamos su verdadera medida.

Me volvió sobre la cama y mi miembro botó hacia arriba con toda su potencia.

Ella lo cogió y poniendo una pierna a cada lado se lo restregó por la vagina hasta humedecerlo. Al introducirlo me dio una sensación de calor enorme.

A pesar de que tenía el pene totalmente tieso y duro, no conseguía llenar la enorme cueva que dilatada y lubricada no podría, a mi parecer, satisfacer ni con dos pollas como la mía. Se lo di a entender pero me hizo un ademán de que no me preocupara.

Balanceó su cuerpo arriba y abajo, sin mover ni un ápice la polla dentro de su vagina pero restregando en extremo su clítoris contra la base de mi miembro.

Aparté las manos de sus caderas y las usé para acariciar sus olvidados pechos. Entonces recordé cuanto había deseado lamer esos pezones, me erguí e introduje uno en mi boca. Del suave lamido pasé a la arrebatadora succión. Su rítmico meceo no había parado, incrementando su velocidad progresivamente. A pesar de que aparentaba gustarle las chupadas que le hacía en los pezones, me empujó tumbándome. Ahora me apretó ella con las manos mis pechos llegando a hacerme casi daño. La expresión de su cara iba crispándose hasta desencajar su boca, el restregón que hacía de sus partes, cesó, se arqueó hacia mí puso su boca en mi cuello y sacudiendo un par de veces más su vulva sobre mi pubis, reventó en un alarido acallado por mi cuello.

-        Ahora, sí. – me susurró en la oreja.

Poco a poco, se incorporó y cruzando la pierna derecha sobre mí, se dio media vuelta sin sacar mi pene de su satisfecho agujero. Y poniéndose a cuatro patas sobre la cama, me obligó a arrodillarme tras ella.

-        Ahora, puedes culearme. – me insistió.

Comencé a moverme con cuidado para que el mástil no se saliera de la piscina húmeda en que se había convertido su conejo. Me agaché para sujetar las tetas con mis manos, pero así se salió la verga de la resbalosa concha. Me puse de pie al borde de la cama y abriéndole las cachas del culo con ambas manos, se la intenté introducir.

-¡Eh, que eso es el culo! Zona prohibida.

Sinceramente, no había sido mi intención, pero no me hubiese importado porque parecía más estrechito que su chochito. Rectifiqué y con la mano, se la dirigí hacia la rajita que ahora mostraba en toda su amplitud al haberse abierto más de piernas y haber arqueado más la espalda. Continué con el miembro introducido golpeando las cachas de su culito con mi pelvis, cosa que parecía gustarle mucho a ella. Recuerdo que pensé que tardaría una barbaridad en correrme otra vez, ya que su agujero debido a la dilatación y a lo grande que ya lo tenía de por sí, no ajustaba la presión de mi prepucio. Entonces hizo algo con los músculos vaginales cerrándolos en torno a mi polla, que aunque yo hubiese querido no la hubiese sacado de allí sin su permiso. La presión de la sangre que no dejaba escapar hizo de nuevo que se me hinchara el pene y en especial el glande hasta su tamaño máximo. Me bastaron dos arremetidas más para terminar en un orgasmo continuado con tres sacudidas de eyaculación que esta vez quedaron muy dentro por tremendamente explosivas.

Yacimos el uno junto a otro, jadeantes, exhaustos.

-¡Cómo has crecido!

- Tú, te conservas muy bien. – le dije aunque había notado que en los siete años la gravedad había hecho mella en sus pechos.

- Esto no debe repetirse. – sentenció.

A mí me daba igual, me lo había tomado más bien como un reto, una asignatura pendiente. Con las experiencias obtenidas podía conseguir muchas chicas.

Y así fue, no se repitió hasta que muchos años más tarde tras la boda de su hija menor, habiendo quedado ella viuda dos años antes, me insinuó que hoy dormiría sola.

La insinuación me sonó más a ruego que a petición, por lo que a pesar de tener yo novia formal no me importó hacerle el favor y tirar una cana al aire al mismo tiempo.

Esa misma noche follamos e hicimos el amor. Follamos en su patio a la luz de la luna, corriéndonos ambos muy rápidamente y luego nos deslizamos por debajo de las sábanas para hacer el amor muy lentamente, como se hace cuando eres mayor y no buscas con ahínco la eyaculación sino el placer mismo del contacto carnal. Yo ya no era el niño de la bañera ni el intrépido muchacho que la abordó en la pila, su cuerpo reflejaba ya el paso del tiempo, pero aún así respondía perfectamente a todos los estímulos. Sus pezones seguían poniéndose tiesos, su clítoris respondía al primer toque, sus movimientos de caderas eran igual de acompasados, cada centímetro de su piel se erizaba al menor roce y causaba en mí la misma excitación que si hubiese tenido dieciocho años. Pausadamente me puse sobre su voluptuoso cuerpo e introduje el pene en su vagina, y permanecimos así quietos durante buen rato. Ella me abrazó y me besó en la boca. Era nuestro primer beso, fue un beso de gratitud más que de amor. Ya que nos habíamos dado placer el uno al otro sin pedir nada a cambio. Bajo las sábanas abrazó mi cuerpo con las piernas y comenzó el ritual de apareamiento que nos conduciría al orgasmo. Muy, muy lentamente movía las caderas, se notaba que quería percibir hasta la última de las sensaciones, el contacto de mi piel contra la suya, de mi pelvis contra la suya, de mi cabeza contra la suya. No había cerrado los ojos pero no miraba, solo sentía. Hasta cuando fue a correrse lo hizo muy pausada, como si no quisiera que se acabara. Sus jadeos fueron más cortos pero más intensos. Había conseguido un orgasmo pero buscaba otro, no dejó de frotarse o quizás fue el mismo continuado, ya que los cortos jadeos no cesaron hasta que agotada de apretar contra mí, extendió las piernas para dejarme hacer a mí.

Estaba guapísima, a pesar de su madurez, la edad la había tratado bien. Un brillo proveniente de la relajación recorría todo su cuerpo, que tumbado no parecía que el tiempo hubiese pasado por él, ni que la gravedad hubiese hecho mella en los hermosos pechos que siempre la habían caracterizado. Continué follándomela hasta que reconocí en sus gimoteos un pequeño orgasmo, que me hizo eyacular en su interior con el mayor de los placeres. Con la satisfacción del trabajo bien hecho nos quedamos durmiendo uno junto al otro, mientras ella no paraba de acariciarme.

Fue el colofón a una aventura que había empezado muchos años atrás y de la que solo guardo gratos recuerdos. Otras mujeres me han dado placer, mucho placer, pero ésta en especial solo me dio placer sin pedir nada a cambio. No volvimos a repetir, fue como una despedida, un excitante adiós. Pero la huella de su experiencia siempre ha quedado en mi éxito con las mujeres, así que me veía en la obligación de agradecérselo desde estas páginas, ya que nunca pude hacerlo en persona.