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Enloqueciendo

en Fetichismo

En las manifestaciones de aquellos días no sólo hubo épica. Las ideas y los ideales eran feromonas para el alma y la mente, y su efecto se hacía sentir de un modo mucho más sutil. Desde luego que hubo quienes copularon en las acampadas. Un amigo mío, por ejemplo, se echó allí novia. Se conocieron, literalmente, follando. Y no iban ni borrachos ni puestos; simplemente eran vecinos de tienda, estaban en una situación de casi total intimidad, y surgió la chispa. ¡Y vaya chispa! Aquella hembra era toda una leona. Le iba tanto la caña en la cama como en la lucha por los derechos.

 

Me la presentó a la semana de estar acampado. Yo los apoyaba, pero lo de plantar la tienda... no me convencía. Les llevé bocatas unos cuantos días, y unas garrafas de agua, entre otras cosas. Como suponía que habría confianza, la mañana que me pasé por la plaza para llevarle una tortilla a mi amigo Hugo ni siquiera "llamé" a la "puerta".

 

Allí estaban, tumbados y desnudos, dormidos al menos. Ella era guapa, joder: estaba tremenda. Cuerpo atlético, compacto, apretadito. Era morena, tanto por arriba como por abajo, pero sólo arriba llevaba mechas azules. Tenía un piercing en el ombligo. Su vagina estaba... bueno, no me fijé tanto. Cerré la cremallera de la tienda y me fui a desayunar, dejando en la entrada los víveres. Al regresar, una hora y media después, ya estaban despiertos y vestidos. Bueno, ella del todo, aunque con la ropa tan holgada que llevaba, quizás para parecer más grunge, mostraba buena parte de sus hombros. Llevaba un sostén blanco, muy bonito, incluso demasiado para combinarlo con la camisa arrugada y la cazadora.

 

-¿Qué miras?-

-¿Dónde habéis dejado la comida y el agua que os he traído?-

-¿Eh? No he visto nada. ¿Los has dejado en la entrada de la tienda?-intervino Hugo.

 

Asentí y eché un vistazo: habían volado en el rato que estuve desayunando.

 

-Joder, qué hijo de puta quien lo haya hecho.-

-Estabais dormidos.-

-Habernos despertado.-dijo secamente Elia, pero en cuanto cayó en la cuenta de que los habría visto en pelotas se calló.

-Os invito a un kebab.-concluí. ¿Qué tal ayer?-

 

Creo que Elia pensó durante toda la mañana en si los había visto en cueros, porque me miró de un modo raro. También es verdad que acabábamos de conocernos, por lo que no era seguro. A mí me encantaban sus ademanes, seguros y rebeldes. Miraba a los ojos y caminaba por delante, con la mirada fija, mientras Hugo y yo nos contábamos nuestras cosas.

 

-He quedado, tíos. Daos prisa.-

 

Aceleró el paso hasta el paso de cebra y lo cruzó en verde, ganándose una pitada de un coche, a la que contestó con una peineta. Nosotros esperamos en el otro lado, observándola.

 

-No veas como jode la nena.-

-¿Pero tú no tenías novia?-

-Está en el pueblo, no cuenta.-

 

Mi amigo Hugo no hablaba en serio, claro, pero el caso es que le había puesto los cuernos a su chica. Debía molarle Elia bastante. Hombre, yo no lo aprobaba, pero lo entendía. Por meterla entre esos muslos prietos, quizás valiera la pena el riesgo.

 

-¿Con quién ha quedado?-

-Con una amiga. Eva María.- dijo él, con una expresión curiosa en la cara.

-¿Está buena?-pregunté mecánicamente.

-Pseeee... No creo que te vaya. Es una siniestra.-

 

Hugo se equivocaba, aunque de lejos, como la vi la primera vez, al otro lado de la calle, lanzándose a los brazos de Elia, sí que parecía algo gótica. Pero según se acercó me dio la impresión de ser más rockera. Rockera dura.

 

Hugo nos presentó, mientras Elia se mantenía callada. Me pareció una falta de educación. Eva María sonreía mucho, pero a veces paraba, y entonces imponía más respeto incluso que su amiga.

 

-¿Me invitas a desayunar también a mí?-

-Claro, pero dame un beso.-

 

Puse la mejilla, pero ella me dio un pico, rápido y certero. Creo que le gusté. O eso o era una loca. Hugo se equivocaba del todo. Me había entrado por los ojos y si nadie lo impedía, me la comería. A ella y a Elia, en cuanto se le pasara la tontería.

 

Al final fuimos a tomar un chocolate, porque el kebap estaba hasta los topes. Ver a Elia tomarse su porra bien untada me puso bastante... animado. Y no tenía ninguna gana de ocultarlo. Hacía pasar su lengua por las estrías del dulce, pero no impedía que las gotas de chocolate se derramaran de nuevo hacia abajo, por lo que tenía que dar varias pasadas. Lástima por Hugo, pero él tenía novia, y además una gran chica. Era mi deber, pensé entonces, levantarle a Elia. Eva María tendría que esperar. Ella se comió la porra en tres bocados.

 

-Vamos a la tienda.-

-¿A follar?-preguntó Eva.

-Zorra.-bromeó Elia, pero me miró con dureza.

-Yo me piro a casa.-alegué.

-¿No te quedas a la concentración de la mañana? Rajao...-

-Venga, Fer. No seas malo.-ronroneó Eva.-Nos has invitado. Al menos déjanos que te recompensemos.-

 

Imaginarme la recompensa era algo digno de soledad y kleenex.

 

-Ya me has robado un beso. Estamos en paz.-

-Pues incrementaré la deuda.-

 

¡Me fue a besar a la fuerza! Ma resistí, pero fue más rápida y me puso las manos detrás de la nuca. No llegó a besarme, aunque yo ya había abierto los labios. Pero no llegó a besarme.

 

-Deja de jugar con él.-le ordenó Elia, y Eva obedeció, dedicándome una sonrisa cruel.

-Vete, niño, que los mayores tienen cosas que hacer.-

-Vaya calentón, macho. Lo siento.-se disculpó, o empatizó, mi colega en cuanto las chicas se hubieron metido en la tienda.

-Ya te digo. Pero lo llevan claro. Venga, golfo. Ánimo y salud.-

-Salud.-

 

Me costó no masturbarme. Pero era un reto: yo sería más duro que aquellas dos. Las imágenes de Hugo montándoselo con ambas me acosaron durante varios minutos como premio a mi peculiar contienda: una le chupaba el pene mientras la otra le lamía la cara y el pecho.

 

-Joder...-dije, al menos tres veces, aquella noche toledana.

 

Las volví a ver la semana siguiente, en el tranvía. Hugo no estaba con ellas. Creo que no se fijaron en mí, aunque compartíamos vagón. Estaban estupendas. Las manifestaciones habían sido desconvocadas unos días antes, y ahora parecían chicas vulgares. O debían parecérselo a todo el mundo, porque nadie las miraba. Nadie como yo, claro. Como yo y otro tipo. Un pervertido. No me di cuenta de su presencia hasta un buen rato después. Tenía la mirada fija en los pies de Eva. Llevaba sandalias de tacón alto. Se le veía entre las finas tiras de cuero un tatuaje de una hiedra. Realmente interesante, si te gustan esas cosas. A mí... vale, a mí me ponían. Pero ¿qué no me ponía aquellos días y de aquellas chicas? Por si no había quedado claro, al segundo día de haberlas conocido mi objetivo, no pajearme pensando en ellas, se fue al garete. Y me había dado placer todos los días, incluso más de una vez, pensando en ellas desde entonces.

 

-¿Qué miras?-preguntó Elia. Conocía ese tono. El pervertido apartó la mirada y cometió un error terrible: contratacar.

 

-Sois unas chicas un poco...-musitó.-No habéis dejado de hablar en todo el trayecto de los chicos con que os acostáis cada una.-

 

Vaya: yo no había oído nada de eso. Y realmente me interesaba. Si eran unas rameras redomadas, podría olvidarme de ellas como de tantas otras antes. Pero me sonaba a cuento chino. Ese tipo quería gresca, o... No sé, hay gente muy loca por ahí. Incluso gente hecha y derecha.

 

El resto del trayecto fue un calvario para aquel tipo, y si era eso lo que andaba buscando, debió sentirse plenamente satisfecho. Las chicas se mofaron de él, lo insultaron, dijeron de todo aludiendo a él, y en voz bien alta para que se enterara todo el puñetero vagón. Cuando llegamos a la estación y bajamos, el tipo seguía observándolas. Era un psicópata, de eso no cabía duda, e iba tras ellas. Pero ellas parecían no darse cuenta del peligroso juego que habían decidido jugar.

 

-¡A ver si te mueres pronto, comemierda!-le soltó Elia. Eva, desde la escalera mecánica, le escupió. Se rieron como locas. El tipo parecía a punto de caramelo.

 

-Oiga, se le ha caído esto.- le dije, dándole un toque en la espalda. Pareció salir de su trance y me miró con cara de odio. Bastó un puñetazo para que rodara por el suelo.

 

-Mierda.-

 

Las chicas no me habían visto, y me había roto la mano. Ahora sí que adiós a las manolas.

 

Hugo tuvo el detalle de venir a verme al día siguiente, en cuanto se enteró de que me había escacharrado la mano.

 

-¿Cómo fue?-

-Le debí dar una hostia a una pared, porque si no no se explica.-mentí.-Creo que iba un poco borracho el sábado.

-¿Y no vas al médico?-

-No será para tanto.-

 

Lo era, realmente, y a la tarde tuve que ir a urgencias. Para mi sorpresa, Elia estaba allí.

 

-Esto no puede ser cierto. ¿Eres enfermera?-

 

Me ignoró completamente. Casi se diría que se había olvidado de quién era. Tenía esa habilidad, entre otras. Con su bata estaba sexy. Desee desabrochársela para ver de nuevo sus hombros torneados.

 

-Te queda mejor esa ropa. ¿Llevas sostén blanco? Con ésta si pega.-

 

Me estaba arriesgando, pero las coincidencias jugaban a mi favor: ¿quién esperaba encontrarse a una tipa de las manifestaciones en urgencias? Bueno, yo esperaba encontrar en la oficina del paro a mi vecina del octavo, pero eso era otra cosa: sabía que trabajaba allí.

 

Elia sonrió. Fue la primera sonrisa que me dedicó. Y no me gustó nada.

 

-Hugo y yo ya no estamos juntos.-

-Ah.-

 

Yo era muy macho y se lo iba a demostrar. Me examinó con delicadeza la mano.

 

-¿Cómo te lo has hecho?-

-Me pillé con una puerta y...-

-Vale, y ahora la verdad.-

 

Fue muy persuasiva, aunque aguanté sin gritar mientras me recolocaba los huesos muy despacio. No aparté la mirada de la suya ni un instante.

 

-Mmmm... puedes quejarte. Sé que no hago cosquillas.-

-¿Esto no debería hacerlo el médico?-

-Te vi en el tren el otro día. No nos saludaste.-

 

Realmente dolía, pero pronto pasaría, en cuanto me pusiera la escayola, calentita.

 

-Le partí la cara al pervertido aquel. Psicópata.-

-Qué caballeroso, ¿no?-

-¡Ouch!-fingí. Lo hice bien.

-¿Te he hecho daño? ¡Lo siento!-

-Más le dolió a él, espero.-

 

Volvió a sonreír y me escayoló. Sopló sobre los dedos cuando hubo terminado, entrecerrando los ojos.

 

-Eva María tiene razón.-

-¿Soy estupendo?-

-Ya veremos. Me has visto desnuda.-

-No sólo eso.-

-Ahora no podrás.-

-Tengo otra.-

 

Me cogió la izquierda y separó los dedos uno por uno. Me dio miedo, pero no hizo nada más. Bueno, sí. Al levantarse puso su pie encima de mi entrepierna. Calzaba una zapatilla de goma y medias blancas. No me gustaban demasiado.

 

-Ssssshhh.-se puso el dedo en los labios y luego lo acercó a los míos. Le di un suave beso y prometí ser un niño bueno. Al salir me dio un caramelo y un azote.

 

-Esta tarde en el kebap.-

-¿No será en la chocolatería?-

-Todavía es pronto para porras.-

-Me repite el cordero.-

-Pues te aguantas.-

 

Fui tan puntual como nunca antes. Llevaba calzoncillos nuevos. Y calcetines, limpios, al menos. Y una camiseta de repuesto en una bolsa de deportes completamente vacía.

 

-¿Llevas ahí juguetes?-

-No, pero me gusta que penséis que sí.-

 

Esta vez ambas me dieron dos besos.

 

-Hugo tenía novia, ¿verdad?-

-No.-no iba a traicionar a mi colega a la primera de cambio. Me gané un tirón de orejas por ello.

-¿Y tú?-

-Sí.-

-Te gustan los tirones de orejas, ¿eh?

 

No llegamos a pedir, de lo cual me alegré: realmente me da ardor de estómago el puñetero kebap. Pero compramos unas latas en una tienda de chinos.

 

-Pásamelas por los pezones.-ordenó Eva.

-Y a mí.-

-Esperad, que me pongo las gafas.-

-Vaya pinta de friqui. No sabía que llevaras gafas.-

-No las llevo. Son prestadas.-argumenté-Para que no me reconozcan.-me apresuré a añadir.-Sois malas compañías.-

-Comemierda.-

-No me gusta nada esa palabra.-aclaré.

-Pues abre la boca y di aaaaaaa.-

 

Me pusieron perdido de refresco de cola. Era del barato, ahora me lo explico. Ellas también se mancharon, y sus pezones estaban duros ya. ¡Otro éxito!

 

-Te la voy a meter hasta el fondo.-

-Bien hondo, bien hondo, bien hondo...-canturreó Eva.

-Si rima tiene que ser verdad.-añadió Elia.

 

Y llegamos a su casa. Me desvistieron ritualmente: con unas tijeras. Pensé que menos mal que tenía la camiseta de repuesto, aunque tuviera que usarla como calzoncillo para regresar. Mis inquietudes se disiparon por completo cuando Elia se la puso. Un caballero nunca permitiría que una dama estuviera desnuda mientras él estaba vestido. Así que yo estaba en pelotas, Elia sólo con la camiseta y Eva... ¿pintándose la hiedra del pie con henna?

 

-Qué decepción.-

-Al suelo, alfrombrilla.-

-Felpudo, mejor. ¿No habrás pisado un chicle?-

-Creo que tengo chicles.-dijo Elia, y buscó uno por el cuarto.

-¿Cómo llevas la castidad?-quiso saber Eva María mientras tanto, observándome detrás de las orejas como si buscara suciedad por la que reprenderme.

-Mal, muy mal.-

 

Tenía el brazo escayolado y con la izquierda no atinaba. Era casi cómico verme.

 

-Me estoy volviendo loco.-

-De eso se trata, peque. Pero todavía no he desayunado.-

 

Me bajó los calzoncillos y se metió mi pene flácido en la boca. Qué delicia los tres primeros segundos, hasta que me mordió. Me lo merecía. Luego sorbió, mamó, succionó, frotó y humedeció mi glande. Cuando estuvo bien duro, se levantó y se sentó sobre mí.

 

-Uy qué despiste: las bragas.-

-Con ellas puestas. Yo estoy escayolado y no me quejo.-

-¡He encontrado chicles!-

 

Cada uno cogimos uno y empezamos a mascar. Eva María me cabalgaba, Elia le pellizcaba los pezones y vertía la interminable lata de cola por mi pecho, escurriéndose las burbujas sobre nuestros abdómenes apretados. Yo mascaba menta.

 

-¡Beso triple!-

 

Hicimos una buena bola entre los tres y la pegamos en la plantilla de las sandalias de Eva MAría.

 

-Esto sí que es revolucionario. Cambiaremos el mundo.-

-Esto sí que pega, ¿eh?-

-¡No te pongas las medias blancas!-

-Qué exquisito.-

-Prefiero el término sibarita.-y justifiqué mi réplica:-Tiene más letras.-

-...-

-¿Las estás contando? ¡Friqui!-

-Te toca a ti metérmela.-cambié de tema.

-Vale. Pero antes... ¡al suelo, felpudo!-

-Y dale... ¡alfombrilla!

 

La que terminó en el suelo al final fue Elia. Eva caminó con cuidado por encima suyo, sujetándose en mi escayola. Como perdiera el equilibrio, me la arrancaría de cuajo, y eso sí que sería para echarse a gritar. Pero Elia estaba dura como una piedra.

 

-Se puede casi bailar claqué.-afirmó Eva María.

-No con esas sandalias. Necesitas más tacón.-

-¡No te rías o perderás la concentración, mi adorable faquiresa!-

-Luego dices de palabras feas.-

 

Para poder degustar el chicle tuvo que descalzarse. Yo sostuve las sandalias, tras aspirar su aroma y emborracharme de cuando en cuando mientras mi pene sodomizaba dulcemente a Eva, cuyos pies, en medias de rejilla (¡por fin algo de caso!) tanteaban los labios de Elia.

 

-¿De qué era el tuyo?-

-Clorofila.-

-De queso.-afirmó Elia, arrancando el chicle pegado en el tejido y desagarrando la prenda.-¡Seda dental!-

-Se te va a pegar el chicle en las tripas.-

 

Hizo una bolita mientras succionaba el pulgar de Eva María y adornó con ella su sencillo piercing del ombligo.

 

-Casi me había olvidado de él.-comenté, mientras me corría.

-¿Está lo suficientemente húmedo? inquirió Eva María, refiriéndose a su pie.

-Sip.-contestó Elia, separando sus muslos y abriendo los labios de su almeja para dejar paso a los deditos de su amiga.

-Ah, la hiedra sirve para marcar el tope.-deduje.

-¡Correcto, campeón!-

-Pues si ya está resuelto el misterio, os dejo solas. Tengo que ir a informar a Hugo.

-¿A Hugo?-dijeron las dos a la vez, gimiendo al acercarse el orgasmo.

-Sí, Hugo. El que en vez de pene tiene un besugo.-

 

Y con esa traca final me largué, travestido con el traje regional que, por si las moscas, había traído Eva MAría a aquella bizarra reunión.