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La base F (5). Otro episodio lésbico y masoquista

en Sadomaso

[Continúo con las aventuras de Olga, que tiene su primera aventura erótica masoquista en la base con uns chica llamada Vera. Otra vez expreso mis fantasmas, intentando explicar sensaciones y sentimientos, intentando buscar un  equilibrio entre lo explícito y lo implícito.

Este ha sido cronológicamente el segundo capítulo que he escrito, pero en la historia ocuparía el cuarto o quinto lugar. Por esto lo numero con el 5, aunque no estoy segura de que acabe escribiendo precisamente los capítulos 2, 3 y 4]

 

 

 

Vera: primer contacto. Capítulo 5

 

En tres días que vivía en la base, ya olvidaba rápidamente la vida anterior: la Academia General, el ambiente represivo, la detención, el ocultar continuamente mi verdadero ser…

Ya había establecido amistades, de momento superficiales pero con ganas de progresar. La actividad era demasiado frenética y a veces, al llegar el momento de descansar, no me quedaban muchas fuerzas. Alguna me contó que cuando me acostumbrara, no andaría tan cansada todo el rato.

El horario de las técnicas superiores, consistía en cinco horas al día —en dos etapas con horarios variables—, seis días a la semana, en el control de los experimentos científicos. Una hora de ejercicio físico intenso, en el gimnasio o corriendo por los estrechos pasillos que conformaban el circuito. Otra hora de servicios comunitarios —nadie se escapaba, ni Alicia Torres, la jefa de la Base—. Dos horas de estudio, controladas por ordenador que acumulaba ejercicios y problemas sin cesar. Y, finalmente, dos horas de trabajos técnicos o de mantenimiento, algunas veces en el exterior a muchos grados bajo cero y bajo la supervisión de alguna especialista que en principio tenía menos categoría que yo. Laura Dumond, la sub-jefa, cuidaba de la coordinación, exigente pero siempre con una sonrisa y una mirada comprensiva si había algún problema o retraso. Siempre decía que peor lo tienen los astronautas, que han de hacer más ejercicio que nosotras para no perder musculatura, y con el añadido de un ambiente mucho más peligroso e incómodo.

Aquel día, a la hora de cenar, me senté delante de Vera García, una chica que había llegado a la base unos meses antes, algo más joven que yo y su responsabilidad específica era el mantenimiento de los generadores. Aquella tarde habíamos trabajado juntas en ellos, y había constatado que era muy competente en su tema.

A medio cenar, noté que alguien me pisaba, suavemente, con los zapatos ligeros que usábamos en el interior. Era Vera. Por una parte hacía como si nada, continuando en la conversación general, pero por otra, de vez en cuando me lanzaba alguna miradita muy rápida.

Nunca he sido mucho de lenguaje no verbal, pero aquello era muy evidente. Le sonreí, también de manera muy independiente de la conversación colectiva en la que ambas participábamos.

Al terminar, su lenguaje no verbal me dijo: sígueme.

Al llegar a su habitación, sí que empleó palabras.

—Olga hermosa, todo el rato que esta tarde hemos estado trabajando, he estado deseando estar sola contigo para otras cosas —me dijo.

—Uyy, que yo todavía no estoy acostumbrada. Pero sí, me gusta mucho la idea —respondí después de una pausa deliberadamente larga.

Me tomó por las manos y se aproximó hasta rozarme, entonces los labios se encontraron muy suavemente.

Mi cabeza no sabía qué pensar. Qué fácil que era en la base empezar una relación, aunque fuera puntual. Maria Ernst, la psicóloga, me había contado en sesión privada las estrategias para no tener problemas de celos. En aquellos momentos, ya tenía asumido que mientras estuviera  junta con Vera, solo existiríamos las dos, y que luego sería un buen recuerdo y un activo en una amistad, intentando evitar cualquier atisbo de sentimiento de pertenencia o dominación. A nivel introspectivo, me estaba dando cuenta de que mi rol no era, de momento, tomar la iniciativa, sino dejar hacer y disfrutar de la sorpresa.

—¿Quieres que vayamos a una bañera de hidromasaje? Ahora hay una libre —me dijo Vera después de otra pausa en la que notaba una mirada dulce con algún atisbo de deseo que me llenaba de satisfacción.

Todavía no había tenido tiempo de probar las famosas bañeras, al parecer eran muy populares, tanto en solitario, como en pareja o hasta en grupo de cuatro personas que eran las que podían entrar en ellas de manera cómoda.

—El cartel rojo en la puerta quiere decir que no queremos que nos molesten. Si estuviera azul querría decir que deseamos que venga alguien más para jugar, y si fuera verde, que admitimos que venga alguien pero sin intentar nada juntas, sólo relax individual.

Puso el cartel rojo.

—Deja la ropa en este armario, que si queda fuera se humedece mucho.

Lo hice, y cuando quedamos desnudas, se puso a mirar mi cuerpo, cosa que siempre me ha excitado mucho. Otra vez sin palabras me hablo como si me estuviera gritando “tócame”. Nos entendimos, y simultáneamente nos empezamos a acariciar. Me sorprendió y excitó notar su piel tan caliente, y tan suave. Nuestros cuerpos se fundieron en un largo abrazo. Los pechos contra los pechos, los labios besando muy suavemente —como si solo exploraran— las mejillas de la otra. Las piernas buscando el contacto y también el equilibrio. Y las manos. Primero las manos planas acaricianso muy suavemente la espalda. Actuábamos como si fuéramos el espejo la una de la otra. Cuando una apretaba la otra también, cuando mis manos se relajaban notaba lo mismo en las de ella. Nos recorríamos la espalda en círculos, cada vez bajando más, hasta que nuestras manos se posaron en las nalgas de la otra. Allí hay carne para amasar, y la sensación es tan agradable por las dos partes. Notaba sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y me movía de tal manera que frotaran con los míos. El vientre también, intentando —difícil porqué estábamos de pie— que nuestras vulvas entraran en contacto suave. Ella lo notó más por el tacto que por la vista:

—¿Qué son estas marcas? ¿De cuando Alicia te “probó”?

—Sí, claro, pero ya casi no se notan, hace como una semana.

Supongo que el tono de voz me traicionó, y Vera sacó alguna conclusión.

—¿Te excitaste mucho, verdad?

—Uff, vamos al agua y te cuento.

El agua. Entramos en la bañera tomadas de la mano. De primera impresión, estaba muy caliente, las burbujas y los chorros cosquilleaban. Me estiré relajada y ella también, paralela a mi. Disfrutamos de la sensación en silencio durante un minuto, pero las dos teníamos en mente la pregunta que había quedado a medias.

—¿Qué? ¿Soportaste bien cuando te azotaba?

—Sí, aunque al final fue duro ¿A ti también te lo hizo?

—No, a mí me probó la Ernst, la psicóloga. Y estuve a punto de fracasar, no sé aguantar. Pero dime ¿te excitaste?

—Sí, realmente sí ¿por qué me lo preguntas?

—Es que a mí, lo que me excita es dar azotes o verlo… y he pensado que contigo… Ahora mismo me muero de ganas de hacerlo.

—Ya hablaremos ¿y qué más te excita? —respondí después de una pausa estratégica y de poner en mis labios una sonrisa sugerente.

—Una persona amiga, que experimenta placer al mismo tiempo que yo, unas manos suaves que acarician, una boca tierna que besa, un cuerpo que se refriega de manera sensual…

—Uyy ¿y a quien no le excita esto?

—¿Antes de venir aquí, donde estabas antes, tenías amigas?

—Pues hacía mucho que no, en la Academia General era impensable, y cuando se enteraron que había estado con chicas, me quisieron expulsar y me montaron una falsa acusación para justificarlo. Suerte de Alicia que no sé como, se enteró y me rescató.

—¿O sea que nada de sexo?

—En compañía no, pero en solitario me convertí en toda una experta.

—Ja ja ja. Pues a lo mejor algo de lo que aprendiste sola, nos lo puedes hacer a las otras. Te masturbabas mucho?

—Sí, era la manera de aliviar las penas. Supongo que vosotras aquí, con tanta facilidad para las relaciones, lo hacéis menos.

—No te creas, una buena automasturbación da más gusto que las que te puedan hacer las otras. Quizás no es tan excitante, pero físicamente… A mi, alguna vez me cuesta no chillar, y alguna otra he oído a alguna compañera que estaba sola en su cuarto dando unos gritos muy característicos, y que por cierto son muy muy excitantes. Lo que aquí hacemos a menudo, es masturbarnos dos o más a la vez. Por ejemplo aquí en la bañera, que hay un método buenísimo…

—¿Me lo enseñas?

—¿Venga! Olga, ponte arrodillada exactamente aquí, así, sentada sobre los talones y con las rodillas separadas.

Lo hice. Entonces Vera manipuló unos botones de control de la bañera, y un flujo intermitente de agua y burbujas, desde unos orificios que había quedado entre mis muslos, impactó en mi vulva.

Ella también se puso igual que yo, enfrentadas, seguro que otro chorro de dirigía también hacia sus partes más sensibles.

—Colócate de manera que te de el máximo de placer, y relájate, no has de hacer nada y el orgasmo vendrá solo—afirmó Vera.

Me fui moviendo, en algunas posiciones la sensación era casi insoportable. Vera también lo hacía y su cara reflejaba un gran placer. Me incliné hacia ella, la distancia era la adecuada para besarnos, y sólo de tocar sus labios, una lengua me penetró la boca.

No sé el rato que estuvimos así, cada vez los espasmos que notaba en la pelvis y los muslos eran mayores, notaba también los de Vera, y cuando ella estalló, me contagió el orgasmo inmediatamente mientras el beso llegaba al extremo.

Luego nos quedamos estiradas, relajadas en el agua durante un largo rato. Finalmente, salimos del agua y nos colocamos delante de un secador de aire caliente.

—Vamos a mi habitación. Tengo ganas de seguir —me dijo al mismo tiempo que me daba una palmada cariñosa pero fuerte en las nalgas.

—Y yo ¿Continúas con ganas de azotarme?

—Sí, y más después de haber compartido placer por primera vez contigo ¿te dejarás hacerlo?

—Sí, estoy dispuesta —le dije después de una larga pausa para añadir emoción a tema.

Ya en su habitación nos volvimos a desnudar y nos echamos en la cama.

—Y bien, ¿Cómo te lo hago? ¿Con marcas o sin marcas?

—No sé ¿por qué me lo preguntas?

—Si te dejo marcas, todo el mundo sabrá que te han azotado cuando te vean en las duchas, por ejemplo. Hay quien prefiere que no se sepa, pero a otras les excita que las demás se den cuenta de que les gusta ser azotadas. Si te ven con marcas, seguro que más de una deseará hacerte más. Claro que siempre puedes decir que no, nadie va a insistir mucho, y esto también puede ser interesante. En definitiva, depende de si quieres que se sepa, con sus ventaja e inconvenientes.

No sabía que decir. El punto de exhibicionista que tenía me incitaba a manifestar mis tendencias, pero quizás alguien podía interpretar que siempre que quisiera sexo habría de ser con componentes sadomasoquistas.

—Mira —respondí— lo dejo en manos del azar. Tiremos una moneda y según lo que salga… Y dejo en tus manos la forma de hacerlo, la cantidad y la intensidad. Me gusta sentir que te puedo dar esta confianza.

Sí, ciertamente siempre me ha gustado sumar un punto de azar al sexo. inventar juegos en los que hacemos una cosa u otra en función de un imprevisible dado o moneda. Lo encuentro emocionante. Y por lo que vi, Vera también se emocionó.

Tiramos la moneda, y sin decir nada, Vera abrió un armario para buscar el material necesario. Intenté no mirar.

—Te voy a atar la cintura al banco, así no te podrás mover mucho…

Dócilmente me coloqué de la manera que ella me indicaba, el pecho y la cabeza tendidas sobre un banco que había colocado a un palmo de la cama. Me puso entonces las piernas sobre la cama.

—Te voy  atar las manos por delante, sin apretar, de manera que te puedas tocar mientras te doy, pero no te puedas frotar el culo. Y te amarraré por la cintura al banco para que no te me muevas. Con el vientre sin apoyo, te quedará el culo más blandito…

—¿Y esto es bueno o es malo? —le pregunté algo alarmada pero deseosa al cien por cien de que empezara.

—Malo en el sentido que al no haber tensión, la sensación de azote es más fuerte. Bueno en el sentido de que al no impactar en la piel estirada, el impacto es más parejo y no se concentra en un solo punto,

Estaba temblando —una sensación entre el miedo y la excitación— mientras Vera me ataba por la cintura al banco. Cuando terminó, mis manos, instintivamente, buscaron el clítoris y lo empezaron a acariciar.

—¿Preparada? van a ser veinte azotes con la vara. Te van a quedar unas marcas preciosas. No te voy a dar en los muslos para que no se vean las marcas si estás vestida. Empezamos.

La vara zumbó un par de veces al aire antes de dar el primer golpe. Chillé. Realmente, si no estuviera atada me habría escapado. El dolor era en extremo punzante y persistente. Los dedos con los que me estaba acariciando la vulva, apretaron para compensar, intenté dejar la mente en blanco.

Otro azote. Esta vez ya sabía un poco más y solo gemí. la sensación de dolor extremo en las nalgas, era insistente sobre la piel pero continuaba con otra clase de sensación interna. Como un fuego que se propagara por dentro de mi, por una parte hacia los muslos, y por otra a la zona de los ovarios.

Más. Más. Más. Vera, lentamente iba descargando su vara sobre mi piel, unos azote paralelos cada vez más abajo. El fuego interior iba tomando forma de placer sexual, el exterior, lo soportaba como podía. Después de cada azote el culo se contraía y relajaba varias veces como rebotando. Mis dedos, mecánicamente me masturbaban completando este binomio tan contradictorio de dolor y placer.

Llegó el azote número diez —Vera los contaba en voz alta—, picó justo en la comisura donde termina la nalga y empieza el muslo, seguramente la zona más dolorosa. No me pude contener y me puse a llorar sonoramente. Los azotes pararon un rato, las manos de vera me acariciaban suavemente la piel. Notaba las marcas que tenía en ella. No podía parar de llorar, ni de masturbarme al mismo tiempo. Vera continuó.

Otra vez por la parte más alta de las nalgas. Los azotes todavía dolían más al caer sobre una zona ya magullada. Afortunadamente, las endorfinas que producía mi cerebro estaban haciendo efecto y el placer sexual aumentaba. De manera automática empecé a calcular: los azotes bajarían hasta llegar otra vez a la comisura de los muslos, allí terminarían y allí quería yo llegar al orgasmo. Los deditos hacían su trabajo furiosamente. Inmediatamente después de cada azote, la contracción de todos los músculos era extrema, y cuando luego los relajaba, el fuego interior el de placer, me invadía en oleadas.

Cuando caían los últimos, ya no relajaba los glúteos para recibirlos, apretaba y apretaba y por delante mis dedos también.

Al final, oí como Vera cantaba “veinte”. Chillé por encima del llanto, los dedos pellizcaron el clítoris de una manera que en otras circunstancias habría sido muy dolorosa, pero esta vez no, el espasmo del azote se confundió con el primer espasmo del orgasmo. A pesar de estar atada por la cintura, todo el resto de mi cuerpo de agitaba espasmódicamente. El llanto se substituyó por gritos de placer. Los dedos frotaban y frotaban, apretando más si notaba que las contracciones orgásmicas flaqueaban. Vera me estaba acariciando nalgas y espalda..

Si había recibido veinte azotes, tuve entre treinta y cuarenta espasmos orgásmicos, quizás dos o tres minutos. Terminó de repente. Me relajé de manera extrema. Mi mente estaba en un estado de felicidad y ni siquiera notaba el dolor que había recibido y que probablemente continuaba emanando de mi piel. Lentamente Vera me desató. Lentamente me puse en pie algo mareada. Lentamente la abracé y la besé. Una lengua amorosa me lamió los ojos saboreando las lágrimas que todavía los humedecían. Temblaba. Noté unas manos que bajaban a mis nalgas, cálidas, amigas. Lentamente se pusieron a masajearlas aliviando el dolor que todavía notaban. Yo me recreaba al mismo tiempo con las suyas, mucho más lisas en aquellos momentos. Otra vez noté sus pezones encima de mi pecho, todavía más hinchados que la última vez.

La empujé para que cayera en la cama, boca arriba. Me abalancé encima de ella besándola. E inmediatamente el beso de la boca pasó al cuello, luego a los pechos donde se entretuvo varios minutos para bajar al sexo después de haber recorrido de manera insinuante estómago, ombligo y vientre. Vera estaba totalmente pasiva y receptiva, sus manos iban acariciando mi cabeza, notaba en su cuerpo un ligero temblor, notaba su deseo de placer.

Entonces, suavemente, me coloqué encima de ella, en posición de sesenta y nueve, procurando no pesar-le en absoluto, y bajé las caderas hasta que noté unos labios muy suaves que chupaban mis otros labios —los vaginales— y luego unos dientes que los mordisqueaban con extrema suavidad.

Vera apagó la luz. Hay cosas que se disfrutan más si otros sentidos no distraen a los más importantes.