Fibras de luz y fulgor zurcen destellos a los ojos,

recogiendo los chispazos que se fugan de los espejos;

cosen súbitas primaveras en las pupilas enfrentadas,

pues se sirven del reflejo para dirigir las puntadas.

Sobrevuelan así las miradas los deseos encendidos

siguiendo el contorno marcado por las sombras reflectadas.

Arden las pieles, prende la llama.

Hilos de miel y limón hilvanan tus labios con los míos,

surtiendo de nuevos sabores y regustos a los besos;

amarran el dulce calor y el amargo escalofrío

que aderezan el jugo de los sudores desatados.

Liba entonces tu sabia lengua descuidados recovecos,

tan golosa como hambrienta al paladear su plato.

Hierven las salivas, se cuece el gozo.

Hebras de cobre y seda atan mis manos a tu pecho

comunicando la corriente de tus latidos por mis dedos;

unen tu aliento a mi boca, mi cintura a tu cuerpo,

y remiendan descosidos en pieles rotas y harapos.

Danza mi atrevido vientre sobre el límite de tus muslos

al compás que señala la cadencia de tu pulso.

Se agitan los cuerpos, tirita el capricho.

Cuerdas de arpa y guitarra anudan los susurros al oído

tocando melodías de armonía conjugada;

atan versos a las voces, ritmo incitante al habla,

y enredan cosquilleos a la recepción de las palabras.

Espiro aire sofocado mientras vibra tu murmullo,

afinando el jadeo antes de tornarlo en quejido.

Resuenan los cantos, silba el gemido.