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Hay que tener cuidado con lo que se desea ...

en Hetero: Primera vez

Tanto éste como el resto de relatos que vendrán son fruto de mi imaginación y de mi deseo.

Yo debía de tener por aquella época 18 años. Es una buena edad para una mujer, yo diría que privilegiada. Porque con 18 años, las mujeres somos MUJERES, si, con mayúsculas, mientras los hombres seguís siendo niños, aunque ahora ya sí con cuerpos de hombres. ¡Y qué cuerpos! Aunque como en toda regla, hay alguna excepción ...

Al tema. Por fin llegó el verano y, como cada año, la fiesta de fin de curso. En esta ocasión el instituto había conseguido alquilar una sala de fiestas de mi ciudad y se seleccionó un grupo de voluntarios para decorarla para la ocasión. Yo fui una de las elegidas y junto a mi se encontraban dos personas relevantes en mi vida por aquellos años: Lidia, una buscona engreída que con menear el culo y abrirse el escote conseguía al chico que quisiera esa semana, y Carlos, uno de los pocos tíos buenos que quedaban en el centro sin haber caído en las tentadoras provocaciones de Lidia.

Por aquel entonces yo ya había hecho mis pinitos en esto del sexo, aunque sin haberme recreado mucho ya que mis agujeros, al menos de cintura para abajo, seguían siendo vírgenes. Pero he de reconocer que no pocas noches me dormí en mi cama extasiada de haberme masturbado imaginando que no era mi mano si no la de Carlos la que me tocaba y que lo que entraban en mi aún inexperto coñito no eran mis dedos si no su polla.

Y por fin llegó el día en que se reunía el voluntariado en la sala de fiestas. Entre que ya era verano y que el trabajo sería duro, la mayoría de la gente se presentó ligera de ropa. Yo, cansada de que Carlos no se fijara demasiado en mi, decidí pasar a la acción y me enfundé unos pantalones vaqueros ceñidos recortados por encima de las rodillas y una camisa lisa con un buen escote pero algo holgada, de esas que cuando te inclinas hacía adelante se te ve todo. Y de esa guasa entré yo, confiada en mis posibilidades, cuando veo como Lidia se había vestido con la parte de arriba de un bikini y un minipantalón de vértigo... y para terminar de rematar la jugada, a su lado estaba Carlos, más pendiente de las curvas de Lidia que del cártel que estaba colgando. Mi gozo en un pozo.

Pensé que ya estaba todo perdido, porque yo no soy segundo plato de nadie, y me fui a lo mío. Pero la rueda de la fortuna volvió a girar y en esta ocasión para favorecerme. Cuando apenas hacía media hora que había llegado, el coordinador de los voluntarios llegó y redistribuyó los trabajos a realizar: a Carlos y a mi nos mandó a un pequeño almacén lateral que había con el fin de que lo acondicionáramos para que pudiera hacer las veces de guardarropía. Era la ocasión ideal para estar solos y tranquilos ya que todos iban a estar en el interior de la sala mientras nosotros estaríamos en el extremo opuesto.

Así pues nos dirigimos los dos al almacén, que resultó ser un cuartito oscuro y sucio al que daba grima entrar. Nos pusimos mano a la obra pero yo tenía claro que no podía dejar pasar la ocasión, sobre todo con Lidia sobrevolando una nueva presa. Adoptaba las posturas más provocativas posibles cada vez que podía, me rozaba a con él a cada momento y le miraba con cara picarona. El me seguía el juego pero no terminaba de lanzarse, y cuando comenzaban a esfumarse mis esperanzas, se puso detrás de mi, me cogió de la cintura y comenzó a restregar su cuerpo con el mío. Yo me dejé hacer e incliné la cabeza a un lado para ofrecerle mi cuello: me vuelve loca que me lo besen, coman o laman y él hacía las tres cosas. Carlos estaba resultando ser dulce y eso hacía que me gustara aún más. Sus manos se metieron por debajo de mi camisa y alcanzaron mis tetas, para primero cogerlas con fuerza y luego sacarlas por debajo del sujetador. Nuestras respiraciones eran cada vez más irregulares y mi culo cada vez se restregaba más con su paquete. Apoyé mis manos en la pared, con lo que bajé y arqueé un poco mi espalda, ofreciéndole así la vista de mi culo. El me cogió de nuevo de la cintura y empezó a moverse adelante y atrás como si me follara, pero su ropa y la mía lo impedía.

Mi coño estaba empapado y los pezones me dolían de duros que estaban, pero ese no era el lugar. Conseguí girarme y lo abracé, le comí la boca como si me fuera la vida en ello mientras le cogía el paquete por encima del pantalón.

- Recógeme esta noche a las nueve y acabamos esto - atiné a decirle entre suspiro y gemido.

Carlos se quedó de repente parado y me miró con cara de incredulidad. Después frunció el ceño y se separó de mi un metro, para volverse a acercar después y cogerme con fuerza de los brazos.

- De eso nada, acaba lo que has empezado.

Me quedé paralizada, no entendía lo que estaba pasando y me dolían los brazos de lo fuerte que me sujetaba.

- Suéltame. ¿Estas loco? Yo me voy. Déjame.

- De eso nada. De aquí no se mueve nadie hasta que termines lo que has empezado. Ya eres mayorcita para saber que las cosas no se dejan a medias y después de estar toda la mañana haciendo de putita calientapollas, ahora tienes que demostrar que lo eres. Y no se te ocurra gritar o cuando vuelvas a casa no te reconoce n i tu madre.

Me sentía atrapada, intentaba gritar pero la voz no me salía. Carlos tiró de mi hacía abajo y me puse de rodillas delante de él. Se bajó el pantalón y los calzoncillos y frente a mi cara apareció una de las pollas más grandes que he visto hasta la fecha. Yo giré la cara pero me cogió del pelo y mi hizo mirar al frente.

- No te hagas ahora la estrecha, no te pega con esa ropa. Abre la boca y cométela entera, que seguro que te gusta.

Me daba miedo hasta intentarlo. El grueso de su polla era mayor de lo que me habría pensado nunca, algo casi inhumano. Abrí la boca y a duras penas entró la punta. Ya había hecho alguna mamada pero nunca me había metido una cosa de ese tamaño.

- Va, putita, que no debe ser la primera ni la segunda. Seguro que no hace falta que te diga como hacerlo. Recuerda, más te vale que quede contento, ¿lo entiendes?

Asentí como pude y comencé a chuparle la polla lo mejor que pude y, aunque al principio me costó bastante, a medida que insistía en el movimiento conseguía que entrase un poco más. De vez en cuando Carlos me la sacaba y se la sacudía un poco, bien para darme con ella en la cara o para pajearse y que yo le chupase los huevos mientras tanto.

- Muy bien, sabía que no era la primera que te comías, sube – me dijo mientras me estiraba ligeramente del pelo hacía arriba – hace mucho calor aquí, quítate el pantalón.

Yo miré de reojo la puerta, no estaba lejos pero con que Carlos diese un paso bastaba para interponerse en mi trayectoria y de paso comprobar si sus amenazas eran reales y, ante la duda, me quité el pantalón quedando con un tanga que no llegaba a tapar lo mínimamente recomendable.

- Muy bien zorrita – se acercó a mi y comenzó a tocarme el coño por encima del tanga, con fuerza, y con la otra mano me cogió del cuello para atraer mi cara a la suya y besarme con una violencia que nada tenía que ver con el primer beso. Y a pesar de ello, no terminaba de desagradarme. Luego me hizo darme la vuelta, me empujó contra la misma pared en la que minutos antes había estado apoyada y sentí como su polla se abría camino hasta llegar a la entrada de mi coño.

- No! Por favor! Eso no, no me la han metido nunca y no quiero que la primera vez sea así – dije entre sollozos.

- Tu coño no dice lo mismo, está empapado. Estas cachonda. – tras decirme esto me la metió con fuerza y sin compasión. Sentí como si me desgarraran por dentro e intenté ahogar el grito de dolor. Carlos siguió follándome con violencia durante varios minutos que se me hicieron eternos, ya que aunque cada vez me dolía menos, no entraba dentro de mis planes que me dominaran así, al menos por aquel entonces.

Noté como cada vez se ponía más tenso y cada embestida era más profunda y, ante el temor de que acabase dentro de mi, rápidamente me quité y antes de que pudiera reaccionar, yo ya estaba de rodillas con su polla otra vez en la boca. El cambio, como era de esperar, no le molestó.

- ¿Ves? Te lo he dicho. Eres todo una putita. No quiero que desperdicies una sola gota, ¿entendido?

Y no me dio tiempo a responderle porque en ese mismo instante noté como una catarata de algo viscoso y caliente inundaba mi boca. Con mucho más esfuerzo del que me pensaba que me hiciera falta, fui capaz de tragármelo todo.

Despues caí rendida al suelo, entre humillada y dolorida, mientras Carlos se vestía.

- Y de esto ni una palabra a nadie, o todo el instituto sabrá lo putita que eres.

Esas fueron las últimas palabras que entre Carlos y yo ha habido … y a día de hoy aún hay ocasiones en las que cuando me todo me imagino que no son mis dedos lo que me meto en mi coñito si no la tremenda polla de Carlos.