miprimita.com

Chantajeando a mi mejor amiga

en Hetero: Primera vez

Estar enamorado de la chica más guapa y arrogante del instituto es una putada. Más aún si esa chica resulta ser tu mejor amiga. No digamos ya si eres tan feo, delgaducho y falto de atractivo como yo. Por todo esto, lo que al final pasó entre Sofía y yo fue algo que ni en mis mejores sueños me habría imaginado.

Mi historia con Sofía empieza en mi infancia. Los dos éramos vecinos y solíamos quedar para jugar juntos. Sofía era una niña alegre, divertida y muy traviesa. Me encantaba pasar las tardes con ella jugando sin parar, contándonos historias de miedo o cebándonos a comer galletas mojadas en Cola-cao. A mi de pequeño no me importaba si ella era guapa o no, aunque tengo en la memoria como muchos adultos se quedaban mirando a Sofía sorprendidos y casi hipnotizados. Mientras que a ella siempre le decían “que guapa estas”, yo siempre recibía un “estas cada vez más alto”.

Chicas morenas y guapas había muchas, pero existía algo especia en su halo de inocencia angelical y en sus dulces y enormes ojos castaños de cervatillo, que cautivaba y te dejaba embobado. Todo en su infantil rostro era tan armónico y bonito que parecía que nada estaba fuera de lugar, y que todo el conjunto encajaba sin ningún tipo de impureza o imperfección. Era una cara de anuncio y, de hecho, participó en varias campañas de moda infantil y algún que otro spot de televisión, aunque solo de forma esporádica. Mi tío Paco tenía más razón que un santo, cuando la vio por primera vez y me dijo: “Jaime, escucha bien lo que te voy a decir, esa niña va a partirle el corazón a muchos hombres”.

Recuerdo que en una ocasión, estábamos en el patio del recreo y unos chicos algo mayores no dejaban en paz a Sofía. Uno de ellos estaba empeñado en que Sofía tenía que ser su novia, pese a que la chica no tenía ningún interés en él. Sofía me contó su problema y yo, sin pensármelo dos veces, me enfrenté a esos chavales para que la dejaran en paz. Me llevé una buena paliza por el camino, pero acabé consiguiéndolo. Sofía me agradeció esa hazaña con un besito en la mejilla y yo ese día volví a mi casa todo amoratado, pero siendo el niño más feliz del mundo.

Con el paso de los años vino la pubertad, y con ella Sofía y yo empezamos a notar que éramos muy distintos. Yo me puse más alto y más feo, y entre que me pusieron aparato y lo tímido que era, me volví un auténtico marginado social. En cambio, Sofía dio un estirón considerable, desarrollando unas piernas finas y contorneadas. En su cara empezaron a aparecer rasgos de mujer, y su cuerpo empezó a adquirir sinuosas curvas, que ella mostraba gustosa vistiendo de la forma más provocativa posible. En pocas palabras, Sofía era un pequeño bombón y, desde luego, pretendientes a la muchacha no le faltaron.

Fue en esta época cuando Sofía comprendió el poder que su belleza ejercía sobre los hombres, así como la envidia que su físico provocaba en las otras mujeres. Con el tiempo se fue volviendo un poco arrogante. Más de una vez aprovechó su belleza para pedirme favores, sabiendo que lo haría con tal de pasar un rato con ella. Así pues, mi papel quedó relegado a amigo/consejero de Sofía, el chico feo que siempre la apoyaba, le daba consejos y estaba a su disposición para lo que ella necesitara. Lo cierto es que este papel de eterno segundón no me hacía ninguna gracia, pero no era tonto, y sabía que Sofía no estaba a mi alcance.

Desde los 13 a los 16 años, Sofía se cambió de instituto, le perdí la pista y no volvió a reaparecer en mi vida hasta el comienzo de bachiller. Durante el primer día de clase, todos los alumnos estábamos reunidos en el patio del recreo charlando, mientras yo permanecía parado en una esquina sin hablar con nadie. En esa época ya era considerado (y aún lo sigo siendo) un negado total con las mujeres. Las tías me miraban como si la impopularidad fuera contagiosa, tratando de apartarse de mí todo lo posible. Estaba yo sumido en mis pensamientos, cuando noté que varios grupos de chicos estaban girando sus cabezas al unísono para mirar a alguien, y que las chicas empezaban a murmuran entre ellas. Como estoy en un instituto pequeño y todos nos conocemos, supuse que había llegado un nuevo alumno. Lo que no podía entender era porqué este alumno estaba causando tanto revuelo. Lo comprendí en cuanto vi a Sofía aparecer entre la multitud.

Llevaba su lisa melena castaña desparramada en cascada por la espalda, y su bronceada piel había adquirido un sensual tono moreno mediterráneo. Estaba más alta de lo que la recordaba, rondando ya el metro setenta. Su cara aún conservaba muchos rasgos aniñados, pero su mirada de loba y su expresión eran las de una mujer muy segura de sí misma. El maquillaje tan intenso que llevaba y el carmín rojo sobre sus carnosos labios, la hacían parecer toda una femme fatale. Al caminar hacia mí, el ajustado vaquero que llevaba dejó notar su esbelto y perfilado culo, moviéndose en perfecto compás con sus caderas.

Todos los hombres siguieron la trayectoria de su culo con la mirada, preguntándose de que lugar habría salido aquella diosa. Sofía me plantó un enorme abrazo delante de todo el mundo, contentísima por verme. Yo pude notar debajo de su camiseta rosa como me presionaban sus abundantes y blanditas tetas, en lo que se me hizo el abrazo más largo de mi vida. Al parecer Sofía se había apuntado a mi instituto y había querido darme una sorpresa. Yo pensé que a partir de ahí ella y yo íbamos a ser inseparables, pero me equivoqué. Al segundo día de clase Sofía ya había hecho nuevos amigos muy “cools” y yo quedé rápidamente relegado a mi puesto de amigo segundón, puesto en el que aún sigo estancado.

Durante los dos últimos años, he desempeñado para Sofía las funciones de ayudante, asistente, amigo, confidente y mayordomo personal para ir de compras. La he apoyado siempre, sin importar con quién estuviera saliendo o cómo me tratara. Por desgracia, Sofía con los años se ha vuelto mucho más creída y prepotente que antes, y ahora sabe perfectamente que es la chica más guapa del instituto (y posiblemente de la ciudad) y su mirada por encima del hombro transmite siempre el mensaje de “estoy buenísima, lo sé y me encanta”.

En su condición de reina del instituto, Sofía se ha metido conmigo algunas veces, pero yo siempre se lo he perdonado. Una vez, por ejemplo, me envió a una cita a ciegas en un centro comercial muy lejano, que resultó ser con otro chaval igualmente estafado, para diversión de Sofía y sus amigos populares. También recuerdo otra vez que me encargó comprar todas las bebidas de una fiesta en su casa, y después se inventó una excusa para que yo no asistiera. En otra ocasión, me pasé dos semanas haciéndole un trabajo de geografía. A ella no le gustó el resultado, así que le echó café encima al trabajo y me hizo repetirlo de nuevo. Y lo peor es que lo hice. No, no estoy ciego ni soy tonto. Sé que Sofía no es buena persona, pero ¿qué puedo hacer? Me tiene enamorado.

El caso es que un fin de semana corriente coincidieron un par de cosas muy interesantes. Por un lado, Sofía me llamó enfadada por haber cortado con uno de sus royos y, por otro, mis padres me dejaron la casa entera para mí. “Esta es mi oportunidad, tengo de declararme esta vez sí o sí” pensé, así que cité a Sofía para charlar un rato el sábado por tarde. Intenté preparar alguna forma romántica para declararme, pero no se me ocurrió nada, por lo que decidí improvisar. Antes la perspectiva de declararme, mi mente racional me decía “no lo hagas Jaime, es un suicidio”, pero el tiempo de ser su eterno ayudante se había acabado. Si Sofía sentía algo por mí, iba a averiguarlo ese sábado. Sería todo o nada.

Conforme se fue acercando el sábado me fui agobiando más y más. Sabía lo que tenía que hacer, pero me daba autentico pánico imaginarme las posibles reacciones de Sofía. El viernes por la noche no pude pegar ojo y el sábado por la mañana estaba al borde de una crisis nerviosa. Antes de que llegara Sofía, me cambié mi chándal de andar por casa por unos vaqueros nuevos, zapatos negros y una camisa blanca bastante formal. Me eché una buena dosis de perfume en el cuerpo y de gomina en el pelo. Cuando llegó la hora a la que habíamos quedado, no podía parar de caminar de un lado para otro, recorriendo la casa de arriba abajo sin parar. Sinceramente, no me veía capaz de hacerlo. Media hora más tarde de la hora acordada, sonó el timbre y me abalancé sobre la puerta. “Tú puedes Jaime, no seas cobarde”

Abrí la puerta y el corazón me dio un vuelco. Allí estaba Sofía, con la mano apoyada en la puerta y su expresión de “dime lo buena que estoy si tienes huevos” pintada en la cara. Y doy fe de que estaba muy, muy buena. Esa tarde llevaba su melena recogida en una coleta alta, lo que le daba un aspecto algo inocente, tipo animadora americana, dejando al descubierto la tersa y suave piel de su cuello. Calzaba unos zapatos de tacón alto, con sus largas y torneadas piernas al aire acabando en la minifalda vaquera más corta que he visto en mi vida. El conjunto lo completaban un ligero top rojo que le dejaba los brazos al aire, y le hacía un pronunciado escote desde el nacimiento del cuello hasta el centro del pecho. A poco que bajaras la vista se podía contemplar buena parte de sus redondeados pechos, apretados por el sujetador hasta formar un sinuoso canalillo en el medio.

La cantidad de rímel, sombra de ojos y carmín que llevaba la hacían parecer mucho más mayor de lo que realmente era, dándole un aire muy seductor e intrigante. Por lo arreglada que venía, supuse que acaba de llegar de tener una cita con algún tío guaperas. Sofía se fijó en el repaso visual que le estaba dando y sonrió orgullosa.

-¿Estoy guapa eh? -comentó, pillándome por sorpresa.

-Estás...bueno...en fin...increíble.

Sin esperar a que terminara la frase, Sofía entró con aire furioso en mi casa

-¿Sabias que el cabrón de Fernando está saliendo con Clara? -preguntó enfadada-. Lo abandoné hundido y lloriqueando y se pone a salir con otra en dos días, pero ¿quién coño se habrá creído?

-Es un capullo -apunté muy convencido.

-Es más que eso, es un cerdo -Sofía fue hasta mi amplio sofá de cuero y se dejó caer de golpe-. Tráeme una coca-cola light y algunas chucherías Jaime, que tengo mucho que contarte.

Le traje a Sofía su pedido, me senté en el sofá y ella comenzó a criticar al idiota de Fernando, mientras yo fingía prestarle atención. Conforme fue pasando el tiempo, me di cuenta de que tenía que actuar con velocidad o no me atrevería a hacerlo. Tanta presión me puso realmente nervioso. Tan nervioso que fui a sacar mi móvil, se me cayó al suelo en un gesto torpe y Sofía se agachó para recogerlo. Gracias a este pequeño incidente, durante un par de segundos pude recrearme en la visión de sus tetas celestiales, imaginando que tocarlas debía sentirse como tocar un pedacito del cielo.

Note que mi polla reaccionaba, por lo que tuve que ponerme a pensar en ecuaciones para intentar evitar el desastre. Aún así, la erección fue inevitable ya que, entre una cosa y otra, llevaba más de una semana sin meneármela. Tenía con los huevos tan cargados en ese momento que podría haberme corrido solo mirándole el escote. Con mis manos me tapé la entrepierna como pude y seguí fingiendo escucharla, rezando para que no se fijara en el bulto de mis pantalones.

-En conclusión, Jaime -prosiguió Sofía, sacándome de mi trance temporal-. Creo que necesito juntarme con otra clase de hombres, estoy harta de liarme con tíos estúpidos y guaperas.

Esta la mía, ya no hay vuelta atrás” pensé, tragando saliva varias veces antes de poder decir nada.

-Bueno Sofía, si eso es lo que quieres podrías salir con alguien más...no sé, más como yo.

-Sí, sí, tú eres el tipo de hombre que estoy buscando -me afirmó muy convencida, y ahí ya me envalentoné-. Necesito alguien que me escuche, que sepa comprenderme, que me respete por quien soy y no solo por mi físico...

-Entonces, tengo que confesarte una cosa Sofía -empecé, intentando sonar calmado pese a mis nervios- Quiero que sepas que te hablo desde lo más profundo de mi corazón. Eres mi mejor amiga y llevo enamorado de ti desde los doce años. Para mí, eres la mujer de mis sueños y quiero estar siempre contigo. Yo te conozco a la perfección, te respeto, siempre te ayudo y te quiero por mucho más que tu físico. Te prometo que si sales conmigo intentaría hacerte la mujer más feliz del mundo cada día. Ahora lo que quiero saber, más que nada en este mundo, es si tú sientes algo por mí.

Y...fin del discurso. Y un largo silencio. Sofía me miraba extrañada, no sabía como reaccionar. Otro terrible y vacío silencio. Mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho. Más silencio. Yo la miré muy serio, ella me devolvió la mirada dudando, y entonces...

-Sí, tengo sentimientos por ti -respondió finalmente, y el mundo se detuvo por un instante.

-¿Que sientes por mi? -pregunté, casi sin creérmelo.

-Asco, mucho asco -soltó tajante y, acto seguido, llegaron las risas. Montones y montones de risas. Sofía no podía parar de reírse, cada vez más fuerte. Yo quería decir algo inteligente, pero no se me ocurrió nada. Mi cara en ese momento era un completo poema. A Sofía se le estaba corriendo el rímel de tanto reírse. De repente, todos mis sueños, mis aspiraciones, se habían desplomado como un viejo edificio en mitad de un terremoto. La realidad de mi patética situación me golpeó, tan fuerte que casi me caigo.

Es increíble como todo el amor y cariño que sentía por Sofía se pudo transformar en odio en solo unos segundos. Un odio visceral y profundo, tan fuerte que lo arrasaba todo y no dejaba nada a su paso. La chica que yo conocía y había amado no era más que un espejismo. Me había tragado muchos problemas por ella, la había ayudado siempre que había podido, la había adorado como a una diosa ¿y así me lo pagaba? ¿riéndose de mí en mi cara? En mi cabeza solo se escuchaba con fuerza una palabra. Venganza. Y sabía como hacerlo. Ser su confesor y tapar sus trapos sucios iba a servir de algo, y es que Sofía tenía muchos secretos, algunos de ellos capaces de convertirla en una marginada social si salían a la luz.

-Jaime, ¿que te pasa? ¿estas enfadado? -preguntó medio riéndose-. Venga tonto si era una broma, porque lo decías en broma, ¿no?

Yo me quedé serio como una piedra, aguantándome como podía las ganas de llorar que me estaban dando por momentos.

-Oh, venga ya Jaime, ¿salir yo? ¿contigo?, ¿en qué mundo iba a salir yo con alguien como tú? -logró decir, algo más calmada-. Tienes que haberlo dicho en broma. Porque somos amigos, ¿verdad? y los amigos se gastan bromas. 

-Tú y yo ya no somos amigos -dije en tono cortante- De hecho, para mañana por la tarde seguramente a ti ya no te quedará ningún amigo.

-¿De qué hablas tontito? -preguntó en broma, pero ya no se reía.

-Hablo de que ya es hora de todo el mundo conozca tus secretos. He estado demasiado tiempo cubriéndote las espaldas niñata arrogante.

-Bah, no atreverías a contar nada. Te conozco. No tienes huevos.

Sofía me miraba ahora como una leona furiosa mira la hiena que le quiere quitar su presa. Note un cierto tinte de miedo en su voz, y eso no hizo sino reafirmarme.

-Tal vez tengas razón, tal vez solo sea un cagado y un mierda que solo sabe agachar la cabeza y meter la lengua en tu culo de diva -dije, mirándola con desprecio-. O tal vez no, y mañana te encontraras publicados tus trapos sucios por todas las redes sociales. Por supuesto, en el instituto también haré publico todos y cada uno de tus secretos. Ahora vete de mi casa. No quiero verte más la cara.

Sofía no se movió del sofá. Se quedó petrificada como una estatua de mármol. Me conocía muy bien, sabía cuando hablaba en serio, y yo no había hablado más en serio en toda mi vida. Me levanté y le señalé la puerta con el dedo, en espera de que reaccionara. El bulto de mis pantalones se quedó apuntándole a la cara, pero yo fingí ignorarlo y ella también. Sofía meditó su siguiente movimiento unos segundos y finalmente dijo:

-Jaime, sé razonable. Entiendo que estés dolido, pero admítelo, ¿tú y yo?, no me negaras que tienes cierta gracia la idea -se quedó esperando una respuesta que no le di y prosiguió-. Además, tú sabes que tengo secretos que podrían hacerme mucho daño si salen a la luz. Tu no quieres hacerme daño, ¿verdad?

-Haberlo pensado antes de destrozarme el corazón -apunté secamente-. Y ahora lárgate, no te lo repetiré más.

Sofía permaneció sentada algo indecisa y, tras una breve meditación, agachó la cabeza con cara de cordero degollado. Por supuesto, yo ya había visto esa cara muchas veces. El truco de dar pena no iba a funcionar conmigo.

-Esta bien, la he cagado ¿vale?, ¿que quieres que haga para arreglarlo? haré cualquier cosa si me prometes seguir guardando mis secretos.

-¿Cualquier cosa?, no te creo -le espeté sin inmutarme, pero mi mente ya había empezado a maquinar planes.

-En serio Jaime, tú dime lo que sea.

-Esta bien, pues quiero... -había tantas cosas que quería hacer que no sabía ni que decir- Quiero que me hagas una paja.

Lo dije sin pensar mucho. Fue casi un acto reflejo, influenciado por la presión que sentía en las pelotas después de tantos días sin poder aliviarme. Un segundo después pensé ¿pero que coño has dicho loco? ¡ella es tu amiga Sofía! ¡la que conoces desde los ocho años! Pero sinceramente, la situación estaba resultando tan surrealista que hasta me pareció normal la petición. De todas formas sabía que ella nunca aceptaría así que, ¿qué tenía que perder?

-¡Dios, que asco! -exclamó Sofía, retorciéndose en el sofá-. Ni muerta te hago una paja pedazo de pervertido, me refería a cosas como dejarte venir de fiesta conmigo algún día...

-Oh, esta bien, entonces puedes irte largando.

Me fui a la entrada y le abrí la puerta de la calle, señalando con el dedo al rellano. Sofía se fijó entonces en el bulto de mis pantalones, poniendo cara de asco.

-Es una paja o nada, tú decides -sentencié tajante.

Sofía se levantó del sofá echa una furia y creí que iba a cruzarme la cara de un guantazo. Me equivoqué. En lugar de eso, cerró la puerta de un portazo y se me quedó mirando, con tanta furia que parecía que me asesinaría de un momento a otro. No le pude aguantar la mirada ni lo más mínimo, y dudo que ningún hombre hubiera sido capaz de hacerlo.

-Esta bien, pero solo una y luego se acabó -susurró con odio contenido-. Que sepas que después de esto no quiero volver a verte nunca más.

-Me parece justo.

En ese momento me costó asimilar lo que estaba ocurriendo, ¿Sofía había dicho que sí?, imposible, sería mi imaginación, ¿una paja? ¿a mí?, estaría intentando ganar tiempo seguro. Sofía volvió a sentarse en el sofá, indicándome con un gesto brusco que cogiera una silla y me sentara frente a ella. Lo hice y noté como, conforme se iba acercando el momento de la verdad, toda mi determinación se estaba empezando a tambalear. Había soñado tantísimas veces que hacía cosa eróticas con Sofía, que mi cerebro simplemente se negaba a asimilar la idea.

-Sácatela- me ordenó seca, observando mi abultada entrepierna.

Yo empecé a desabrocharme el pantalón y Sofía sacó varios clínex de su bolso. Con los nervios, quitarme el pantalón me costó más de lo normal. Cuando ya estaba en calzoncillos frente a ella, me sentí totalmente indefenso ante la acusadora mirada de odio de mi antigua amiga. Sofía se quedó mirando mis blanquecinas y escuálidas piernas con todo el desagrado del mundo.

-Venga, sácatela ya que no tengo todo el día, joder.

Con cierto reparo la obedecí y me quite los calzoncillos. Mi empinado miembro quedó visible frente a Sofía, que no mostró ningún tipo de emoción. A mí que me estuviera viendo la polla mi amiga me daba una vergüenza terrible, no porque la tuviera chica precisamente (de hecho la tenía bastante grande y gorda), sino porque no había ningún tipo de erotismo en la situación. En vez de una paja parecía que me iban a hacer una inspección médica. Con gesto mecánico, Sofía alargó una mano y empezó a masturbarme sin poner el más mínimo interés en la tarea. Era la primera vez que una chica me tocaba la polla, y fue una sensación muy curiosa el hecho de que otra mano fuera la que se movía. A pesar de esa novedad, la paja estaba resultando decepcionante. Sofía cogía la polla con más asco que otra cosa, zarandeándola arriba y abajo a tirones con una mano, mientras sostenía los clínex con la otra.

La polla reaccionó al contacto y se puso aún más tiesa, pero yo tenía muchas dudas de que me pudiera correr así. Como no quería tentar mi suerte, me quedé un rato mirando a la pared sin hablar, hasta que Sofía rompió el hielo.

-¿Te piensas correr algún día o qué? joder que aburrimiento- exclamó resoplando.

-Hombre, ayudaría que lo hicieras de una forma algo más erótica...

-Tu concéntrate y correte ya.

El hecho de tener a Sofía esperando a que corriera sumado a la vergüenza que me daba toda la situación, hizo que la paja se prolongara más de media hora, hasta que Sofía soltó mi miembro furiosa.

-Esta bien, ¿cómo lo hago de forma más erótica? -preguntó, mirándome de brazos cruzados.

-Hombre, ayudaría si te quitaras el top rojo y... el sujetador.

-¿Quitarme el sujetador? ni hablar, me quito la camiseta y te puedes dar con un canto en los dientes.

En un rápido gesto, Sofía agarró el borde de su top y se lo sacó por encima de su cabeza. Esto dejó al descubierto un elegante y sobrio sujetador negro, el cual le apretaba sus dos deliciosas y bronceadas tetas. En ese momento no pude pensar en otra cosa que en agarrar esas tetas, arrancarle el sujetador y chuparle los pezones, pero me tuve que contentar con vérselas a distancia.

-Te gustan mis pechos, ¿verdad? -comentó satisfecha-. Te has pasado años mirándome el escote de reojo, y pensabas que yo no me daba cuenta.

-Mm, sí... -logre decir, tras tragar saliva.

-Pues son mías, y no las vas a tocar -afirmó vengativa- A saber cuantas pajas te habrás hecho pensando en mí...

-Estoy pensando que si quieres que acabe pronto, deberías usar un poco tus tetas... -comenté, como si no tuviera importancia-. Solo un minutito y me correría en los clínex, por supuesto.

-¿Estás sordo? acabo de decir que no las vas a tocar.

-Podemos estar aquí todo el día, pero como tú veas...

Hubo una pequeña pausa y Sofía se quedó contemplando en silencio mi polla tiesa frente a ella, debatiéndose entre algún tipo de dilema interno.

-Oh, vamos Sofía, sabes que me lo debes por todo lo que he hecho por ti... -

Argumente, intentando parecer convencido. Note una reacción en ella, así que durante un rato me puse a enumerar todas las cosas que había echo por ella a lo largo de los años y todas las putadas que ella me había hecho a mí.

-Esta bien capullo, lo haré porque quiero olvidarme ya de este asunto, no porque te deba nada.

En ese momento casi me mareo al escucharlo. Tras años de fantasear, mi polla iba a estar al fin entre los dulces pechos de Sofía, unas tetitas que había visto como iban creciendo y madurando con los años, subiendo tallas y tallas de sujetador hasta volverse dos meloncitos irresistibles. Sofía se inclinó hacia adelante y, agachando la cabeza, ví como mi polla totalmente dura era colocada en su apretado canalillo, notando lo tersa y suave que era la piel de Sofía.

-Cuando vayas a correrte me avisas o te arranco las tripas, ¿estamos? -me advirtió, fulminándome con sus enormes ojos marrones.

-Te lo juro, pero tu empieza ya a moverte.

-Sofía me hizo caso y, apretujando la polla entre sus tetas, se puso a hacerla subir arriba y abajo. Desde donde yo estaba podía ver como la punta de mi polla se hundía entre sus pechos, para después volver a asomar a la superficie. Me costaba asimilar que era mi polla la que estaba entre las dos tetas de Sofía, la diosa del instituto. Aquello era la sensación más placentera que había notado en la vida.

Casi por instinto, yo también empecé a empujar con la cintura. “Oh dios mio, me estoy follando las tetazas de Sofía”, “quiero correrme en estas tetas bronceaditas hasta quedarme seco” pensé, y fue pensarlo y todo se precipitó. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, todos los músculos de mi cuerpo se tensaron, se me disparó la respiración y noté como todo el semen que llevaba días acumulando me presionaba los huevos. Había fantaseado con las tetas de Sofía durante años, estaba totalmente cachondo y quería venganza, así que cuando supe que iba a venirme de una forma bestial en vez de contenerme se lo solté todo de golpe.

Me sorprendió la violencia con la que salió el primer chorro, blanco y denso, golpeando el cuello de Sofía tan fuerte que le salpicó semen por todo el pecho y el cuello. Sofía dio un grito e intentó reaccionar, pero fue demasiado tarde. Al primer chorro le siguieron otros dos incluso más abundantes, con más semen del que yo recordaba haber visto jamás saliendo de mi polla. Los dos chorros le dieron de lleno en el pecho, deslizándose en pequeños riachuelos blancos hasta empaparle las tetas, para después perderse en el borde de su sujetador.

Ya pensaba que no podía quedarme más, pero todavía seguí echando y echando, hasta inundarle su escote con un denso caudal de caliente liquido blanco. Este se deslizó lentamente por su suave piel hasta llegar al extremo del sujetador y empezar a gotear, manchando su corta falda y sus bonitas piernas.

-¡Mira lo que has hecho cabrón! ¡me has puesto perdida! -grito furiosa Sofía, apartándome de ella de un empujón. Intentó limpiarse con los clínex lo más rápido que pudo, pero poco podía hacer para contener el torrente blanco que había salido de mi polla. A juzgar por como la había puesto y por los amplios charcos del suelo, aquella había sido la corrida más grande de mi vida.

Mi polla aún seguía con pequeños espasmos mientras yo trataba de recuperar el aliento. Por su parte, Sofía continuó un rato más con la operación de limpieza, frustrada porque los clínex ya no daban más de sí. Más que limpiarse, se estaba restregando el semen por los pechos y, al hacerlo, estos quedaron brillantes y aceitosos, desprendiendo un fuerte olor amargo. Echa una fiera, Sofía se acercó a mí y me cruzó al cara con tanta fuerza que casi me derriba.

Su tortazo me devolvió un poco al mundo real, y empecé a ser consciente de lo que había hecho. “Joder, me he corrido encima de Sofía realmente, la he bañado entera” pensé, y por un momento me sentí como si hubiera mancillado un monumento histórico e intocable. Por su parte, Sofía me gritó de todo, tan fuerte que seguramente todo el bloque se enteró de la conversación.

-Eres un hijo de puta Jaime, que sepas que siempre me has dado pena, tan marginado y sin amigos, ¡además eres feo! -gritó furiosa-. Tu nunca serás atractivo, estás condenado a ser un mierda toda tu vida... -Sofía siguió insultándome sin cortarse un pelo y supo darme donde me dolía. Dijo algunas cosas muy feas sobre mí, hasta el punto de que volví a cabrearme otra vez y entonces los dos nos pusimos a gritamos. Aquella era una situación de lo más extraña. Sofía y yo gritándonos en mitad de mi salón, yo con la polla al aire y ella en sujetador y con las tetas pringado de semen.

Lo cierto es que pese a lo enfadado que estaba con ella, tenía que reconocer que Sofía estaba muy sexy en ese momento. Incluso aunque me había corrido en sus tetas, su cara seguía mostrando ese aire de superioridad y perfección desafiante, con una mirada tan intensa que costaba mantenerla más de dos segundos. Pero lo peor de ella, lo que más me daba coraje, es que podía permitirse ser tan arrogante. Con su perfecta cara de anuncio, podía permitirse lo que le diera la real gana. Pasamos un rato más gritándonos hasta que poco a poco se nos fue pasando el enfado.

-Tráeme una toalla, no puedo volver a mi casa apestando -soltó enfadada Sofía

Ahí fue cuando pensé “ya que nuestra amistad está jodida, vamos a ver hasta donde es capaz de llegar para ocultar sus secretos”

-Sabes, después de todo lo que me has dicho creo que voy a ducharme contigo -comenté sonriente.

-¿Cómo? ni hablar de eso capullo. Si quieres ver tías buenas en pelotas métete en internet -respondió borde.

-Oh, yo creo que sí que lo harás -afirmé amenazador- porque eres una superficial y una estúpida a la que solo le importa ser popular y cool. Y claro, tus secretos no son nada cools...

Detrás de la piedra que era su cara en ese momento, detecté como la ira se acumulaba en ella al verse impotente y acorralada.

-Además, tu ya has visto mi polla y yo te he visto muchas veces en bañador, así que tampoco hay tanta diferencia -proseguí, sin mucha convicción, pero con mucha cara dura.

La reacción de Sofía me sorprendió. Se quedó quieta mirando mi polla

como treinta segundos, sumida en alguna especie de trance. Sus ojos me observaban casi sin parpadear, y hubiera jurando que aquella no era la misma persona. Desde luego, algo raro estaba pasando con Sofía y yo me lo estaba perdiendo, porque aquello no era normal.

-Está bien Jaime, nos ducharemos juntos -respondió finalmente, volviendo de golpe a la normalidad como si nada.

Con el corazón acelerado fui a buscar las toallas mientras Sofía se metía directamente en el cuarto de baño. El hecho de que hubiera aceptado sin oponer casi resistencia me sorprendido y me asustó al mismo tiempo, ¿estaría planeando algún tipo de venganza? Medio en pelotas, empecé a sacar toallas del armario del cuarto de mis padres y, con los nervios, se me cayeron la mitad al suelo. Cuando regresé al cuarto de baño, Sofía ya estaba dentro de mi ducha de plato, hecha de mármol blanco y lo bastante amplia como para albergar sin problemas a dos personas. Me metí dentro muy cortado y sin mirarla, notando la poca distancia que nos separaba. Sofía estaba de espaldas a mí, observando el estante con el champú y el gel. Aproveché el momento para recrear mis ojos con la visión de su culito, tan respingón y durito que parecía tallado en piedra.

Sofía me lazo una mirada de fulminante odio y, sin más remedio, tuvo que girarse hacia mí para poder abrir el grifo del agua. Todo el esplendor de su cuerpazo quedó entonces a la vista para mi disfrute. Tengo que decir que desnuda estaba impresionante. Ella se tapó como pudo sus partes íntimas, pero aún así pude ver su apretado coño entre sus piernas, tan depilado que parecía el de una niña pequeña. Subí la vista y me fijé en sus dos pequeños y rosados pezones, los cuales se erguían rectos y tiesos hacia mí, coronando unas tetas tan hinchaditas y rectas que parecían la obra de un cirujano plástico. Sofía abrió el grifo como si el hecho de estar desnuda delante mía le fuera indiferente, aunque se la notaba un poco violenta.

Mi antigua amiga se soltó la coleta, empezó a enjabonarse y entonces todo se volvió irreal como una película porno. Verla así, frotándose todo su cuerpo delante mía hizo que mi polla empezara a erguirse de nuevo. Sofía vio que me estaba poniendo a mil y siguió a lo suyo. Yo intente contenerme, pero cada vez me costaba más. Estaba con Sofía. Los dos apretados en una ducha. Los dos en pelotas. Tener semejante hembra delante y no hacer nada iba a volverme totalmente loco, y no sabía cuanto tiempo más podría aguantarme. Al final reuní algo de valor y, con una voz que sonó totalmente desesperada, dije:

-Oye Sofía, sé que te encantan mis masajes, ¿que te parece si antes de que te vayas te doy el último masaje?, vamos, sabes que los doy de maravilla...

Y era verdad. Había estudiando toda clase de libros de masajes porque a ella le encantaba tenerme de masajista personal. Eché mis manos adelante casi por impulso, pero Sofía las rechazó de una torta.

-Deja las manitas quietas -ordenó muy seria.

Pero yo no podía aguantarme más, realmente, no podía más. Eché las manos hacia adelante y de nuevo recibí otra torta, pero esta vez no me aparté. Alcance los hombros de Sofía y empecé a masajearla, justo donde sé que más le gusta y como sé que a ella le gusta.

-¡Que te estés quieto! -gritó indignada, dándome golpes y arañazos para intentar frenarme.

Yo estaba fuera de control y mis manos se movían sobre su piel de forma casi automática. Estuvimos un rato de forcejeo hasta que note como su resistencia iba disminuyendo ante el placer del masaje, para finalmente darme la espalda y quedarse quieta.

-Voy a coger el aceite y te daré un buen masaje de despedida -comenté contento, y la escuché resoplar resignada.

Unté su espalda y mis manos en el aceite corporal que usa mi madre y empecé a trabajarle duro la espalda. Al principio Sofía estaba muy tensa, pero conforme avanzaba el masaje se fue relajando y, aunque no hablaba, yo sabía que le estaba gustando. Las pasadas de mis manos bajaron más y más en cada movimiento hasta alcanzar sus piernas, abarcando también la parte interior de sus muslos. Mis expertas manos se deslizaron por su espalda en suaves y rápidos movimientos, acariciando su bronceada piel como si fuera un delicado lienzo.

Mi avance era muy, muy lento. Cada vez que notaba que Sofía se empezaba a poner algo tensa me detenía, esperaba un poco y después seguía avanzando, hasta llegar al punto en que mis manos casi rozaban su coño en cada pasada. Cuando note que el cuerpo de Sofía se empezaba a abrir lentamente invitándome a acercarme un poco más, hice que mis manos acariciaran directamente sus labios de su coño. Después, metí mi dedo índice por su rajita, deslizándolo arriba y abajo hasta notar que toda la franja estaba muy húmeda y abierta. Sofía me apartó la mano de su coño sin decir nada, pero ya no podía pararme. Me apartó la mano como veinte veces más, pero cuanto más la apartaba, con más fuerza metía yo las manos en su entrepierna, hasta llegar al punto de agitar su clítoris de forma tan salvaje que Sofía acabó por soltar un gemido.

-Para Jaime, estate quieto por favor... -susurro, pero ya había muy poca convicción en su voz.

Yo seguí masturbándole el clítoris directamente hasta que Sofía fue disminuyendo su resistencia y lentamente se abrió de piernas, ofreciéndome un mejor acceso a su tierna rajita. Con una mano la trinqué de la cintura y la atraje hacia mí, encajando mi dura polla en su culito mientras que la otra mano se movía de forma frenética entre sus piernas.

-Jaime, en serio, no deberías hacer esto...ahhh -ella misma se interrumpió gimiendo flojito, como si estuviera reprimiendo las ganas de gritar. Yo ahí perdí todo sentido de la vergüenza. Descaradamente le agarre con fuerzas una de sus tetas y empecé manosearla con una mano, mientras que con la otra le metí dos dedos en el coño, sacándolos y metiéndolos tan rápido como pude. El coño de Sofía estaba ya tan lubricado que toda mi mano estaba chorreando y solo sentía humedad y calor dentro de ella. Sofía se puso a gemir de forma audible y echó la cabeza hacia atrás, empujando su cintura contra mis dedos con fuerza.

Girándola de un tirón, la empotré con fuerza contra la fría pared de mármol, todo sin dejar de usar mis dedos. Hundiendo la cabeza entre sus pechos me metí sus rozados pezones en la boca, chupándolos con fuerza hasta conseguir que Sofía gimiera. Sus pezones iban y venían en mi boca mientras se los chupaba, para después morderle las tetas como un animal salvaje. Cachonda perdida, Sofía empujaba con fuerza sus pechos dentro de mi boca, con tanto ímpetu que parecía querer asfixiarme. Una vez que sus duros pezones ya estaban irritados de tanto uso, volví a poner a Sofía de cara a la pared y me quedé mirando ansioso su pequeño coñito.

Yo quería perder mi virginidad, y quería que fuera follándome aquel coñito delicioso. Noté que mi polla estaba ya a punto de explotar y, agarrándola del pelo, le di un fuerte tirón haciendo que se agachara. Sin darle explicación alguna, le abrí el coño con una mano, coloqué la punta de mi duro nabo en su entrada y lo empuje todo dentro de una vez, tan bruscamente que Sofía pegó un grito y se puso recta de golpe. La sensación de tener mi polla dentro de Sofía fue increíble. Podía notar mi polla toda mojada y tiesa dentro de las estrechas y calentitas paredes de su coño, tan apretadas que dudaba que pudiera moverme ahí dentro.

Sin reparo ninguno, puse las dos manos sobre su cintura y empecé a empujar con toda la fuerza que pude. Al principio fue lento y me costó, pero su coño se acostumbró pronto y en unos minutos le estaba bombeando muy rápido y muy fuerte, estrellando mi polla y mis huevos contra su culo como si quisiera partírselo en dos. Sofía también se movía, intentando menear su cadera para que mi polla le entrara aun más hacia dentro. Sus gemidos eran ya gritos de placer, y eso solo hacía volverme aún más loco.

-Correte dentro de mí Jaime, vamos, sé que lo estás deseando. No te contengas- gimió Sofía

Yo no le respondí, pero empecé a darle todo lo fuerte que fui capaz. Tan fuerte le dí que Sofía se tambaleaba entre mis manos como una muñeca sin voluntad. Noté que mi respiración se aceleraba otra vez al máximo y que mi polla volvía a estar otra vez cargada. Esta vez apreté todo lo pude intentando contenerme, pero cada vez me costaba más. No quería correrme dentro de ella para prevenir riesgos de embarazo, pero aquello era imparable. Me estaba follando a la chica de mis sueños y todo mi ser quería venirse dentro de ella. Y vaya que si lo hice. Con un gemido de victoria, le agarré las dos tetas con fuerza y empecé a venirme en ella como una presa desbordada, sin detenerme, bombeando casi poseído.

Su coño estaba ya totalmente inundado, pero yo seguía follándomela fuera de mí, viniéndome en ella como si me fuera la vida en ello. Incluso cuando empecé a disminuir la fuerza de mis acometidas, mis huevos le seguían bombeando semen en su estrecho coño, hasta que mi polla quedó totalmente vacía en su interior. Tras unos segundos recuperando la respiración, saque la polla tambaleante y casi me caigo hacia atrás. Sofía también respiraba entrecortada y tuvo que apoyarse en la repisa del champú para no caerse. Permanecimos los dos quietos unos instantes, recuperando el aliento y observándonos mutuamente. Si mi mente hubiera estado en plena forma, se habría vuelto loca intentando asimilar lo que había ocurrido. Sin embargo, en ese instante estaba tan cansado que no podía pensar en nada.

Pasados unos instantes, Sofía se irguió recuperada y me miró con una expresión que yo no había visto nunca. Su cara era el espejo del deseo animal, primitivo, del sexo total y desenfrenado. En sus ojos se reflejaba la lujuria de un cuerpo que estaba ardiendo, cargado con tanta energía sexual que casi asustaba. Sin dejar de mirarme en ningún momento, su mano empezó a descender muy lentamente hacia su coño.

-Sabes Jaime, voy a confesarte un secretito más para tu colección -dijo con voz hipnótica, metiéndose toda la mano dentro del coño-. Me gusta mucho el semen Jaime, me gusta más que nada en este mundo...

Su mano salió del coño completamente blanca, formando un pequeño riachuelo que empezó a gotearle desde sus partes hasta el suelo. Sin ninguna prisa y ante mi atenta mirada, Sofía se llevó su mano empapada en mi semen hasta el borde de sus carnosos labios y, con dos pasada de su boca, la dejó totalmente limpia. Me quedé con los ojos abiertos como platos. Mi antigua amiga se lo había tragado todo. Sofía repitió la operación un par de veces más, y yo comencé a sospechar seriamente que estaba soñando. Me equivoqué, aquello era real.

-Sabes, cuando antes te has corrido encima mía y he visto todo ese semen me he puesto cachondísima -confesó, relamiéndose del gusto-. No quería que se me notara porque te odio, pero me habría tragado hasta la última gota si hubiera podido.

Supongo que Sofía estaba esperando a que reaccionara, pero no lo hice. No tenia ni idea de que decir, mi mente estaba en blanco y no era capaz de pensar en nada con claridad. Sofía mantuvo el contacto visual, dio dos pasos y nuestra caras quedaron muy cerca.

-Pero ya que sabes mi secreto, no pienso contenerme más -afirmo muy segura- Antes de que nos separemos quiero más de tu leche y la quiero ya.

-Sofía yo, no estoy seguro de... bueno... en fin... de ser capaz.

Las palabras se me amontonaban en la cabeza sin mucho orden, pero Sofía no se dio por vencida. Con un sinuoso contoneo se agachó delante mía y tomó con delicadeza mi flácida polla entre sus manos. Mirando con los ojos expectantes de la niña que espera su regalo, paso el borde de su lengua desde la base de mi polla hasta el capullo, para después repetir la operación mientras jugaba con mis huevos. Yo tenía la polla totalmente agotada en ese momento, pero ver a mi amiga de la infancia con ese mirada de lujuria desenfrenada hizo que mi polla lentamente empezara a despertar. Posando sus carnosos labios contra la polla, la vi agachar la cabeza y, acto seguido, note como todo mi miembro se sumergía en su pequeña y húmeda boquita de una sola vez.

Con los ojos cerrados y totalmente concentrada en su tarea, Sofía empezó a mover la cabeza adelante y atrás, presionando la polla con sus labios lo justo como para volverme loco. Joder, se notaba que sabía muy bien como hacerlo. Mi miembro se fue poniendo más y más duro en su boca, a medida que ella iba acelerando el ritmo. A su vez, noté que con una de sus manos Sofía se estaba masturbando de una forma tan violenta que me sorprendió que no se hiciera daño. Incluso chupándome al ritmo que lo estaba haciendo Sofía soltaba pequeños gemidos casi sin poder contenerse.

Pero en vez de soltar la polla para poder gritar a gusto, Sofía aceleró el ritmo de succión más y más sin descanso alguno. Aunque estaba agotado, verla chupándomela totalmente ida me puso tan cachondo que empece a empujar mi polla cada vez más y más dentro de ella, hasta llegarle a la campanilla. Ella parecía disfrutar de que se la clavara hasta la garganta, y siguió apretándomela con los labios hasta que vi como le salían finos chorritos de líquido transparente del coño y, medio ahogada, soltó la polla y empezó a gemir sin control, con su linda carita retorciéndose de puro placer, sus labios hinchados y sus pezones totalmente tiesos. Note que mi corazón se estaba acelerando muchísimo y supe que iba a correrme otra vez.

Entonces Sofía, entre sus gemidos, me agarró la base de la polla con fuerza apretando tanto que logro evitar que me corriera. La presión en mi polla siguió aumentando, hasta casi hacerme daño. Sofía hizo aún más presión con la mano. Mi polla estaba ya empezando a hincharse, a punto de explotar. Sofía presionó al máximo y entonces, mientras soltaba sus últimos gemidos orgásmicos, abrió sus enormes ojos de cervatillo y, durante un segundo, recuperé la noción de la realidad y reconocí en ella a la pequeña Sofía, mi amiga de la infancia.

Una autentica avalancha de semen salió disparada de mi polla en dirección a su preciosa cara. Uno tras otro potentes chorros de semen se estrellaron sin pausa contra su rostro, y Sofía los recibió todos sin parpadear, sin dejar de gemir y con la boca abierta para atrapar algunos en el aire. Cuando mi polla empezó a disminuir el ritmo de las ráfagas, toda su cara de ángel estaba bañada de blanco. Pero Sofía quería más. En un veloz gesto se metió la polla en la boca y me apretó lo huevos, de forma que empecé a echar más semen mientras ella tragaba y tragaba como si se tratara del néctar de los dioses. Yo apreté todo lo que pude para seguir corriéndome, hasta que los espasmos fueron cesando y noté que ya no salía nada. Cuando hubo acabado de drenarme hasta la última gota, Sofía soltó mi polla y empezó a chuparse y a limpiarse la cara mientras yo caía agotado en el suelo de la ducha.

Sofía aprovechó para acabar con su festín particular, dándose después una ducha rápida. En cuanto acabó, su expresión se transformó de golpe en la expresión distante y prepotente que tenía al llegar a mi casa. Era increíble, todo rastro de la fiera sexual que acaba de ver se había desvanecido por arte de magia, y delante mía volvía a tener a la Sofía de siempre. Mirándome con desprecio, me agarro del cuello con las dos manos y me estrelló con fuerza contra la pared.

-Escúchame bien Jaime, ahora voy a irme y no volverás a verme jamás ¿entiendes? -dijo en un tono amenazante-. Si alguna vez cuentas mis secretos, te juro que haré que mis amigos te dejen en coma de una paliza. Tienes mi palabra.

Sofía me soltó y yo me quedé dentro de la ducha, observando como se vestía sin ninguna prisa.

-Sobre lo que ha ocurrido hoy puedes predicarlo a los cuatro vientos si quieres, total, nadie te iba a creer... -apunto sonriente, abriendo la puerta del cuarto de baño. Antes de salir se giró hacia mi y dijo:

-Por cierto, tu semen estaba delicioso...