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Pies en el autobus

en Fetichismo

El viernes por la noche subo al autobús cuando el conductor decide dejarnos pasar.

                Son las nueve de la noche y me he retrasado más de lo normal en el trabajo, y me espera un largo recorrido hasta casa desde la cabecera de línea.

                Entró el segundo y me voy hacia el final. Me siento en uno de los asientos traseros que tiene enfrente otros dos, pero en los de dirección del recorrido, no porque me maree, si no por costumbre.

                El autobús casi se llena en la primera parada que hace. Se de sobra que antes de llegar al final solo quedaremos dos o tres. Otras veces me he retrasado también y suele ocurrir.

                En los asientos del otro lado del pasillo que son similares a donde estoy sentado se ha sentado una chica joven, vestida con un elegante traje de pantalón y chaqueta de raya diplomática y calzando unos tazones de infarto. No es muy alta, ni muy delgada, generosas caderas y pecho escaso, pero su rostro ovalado y pelo recogido suelto por la nuca la dan una belleza especial, y los pies, que se adivinan preciosos dentro de esos tacones, dejando solo ver el empeine y parte del nacimiento de sus dedos, parecen decir bésame.

                En los asientos de enfrente a mí se han sentado una pareja de ancianos.

                La chica del traje no tiene a nadie sentada a su lado, ni enfrente. Aunque miro por la ventana, por el rabillo del ojo percibo sus movimientos, y en el cristal de mi lado veo claramente su reflejo y la maravillosa acción que me cautiva cuando veo que desliza sus pies fuera de los tacones, primero ligeramente, y luego por completo, moviendo los deditos a través de la fina tela de nylon color carne que cubre los deliciosos pies que ahora adivino. Al momento, mi polla reacciona y empieza a aumentar su tamaño y ponerse dura dentro de mis bóxer, empezando a presionar hacia fuera y abultando los pantalones de mi traje.

                La chica se calza de nuevo y suspirando apoya sus pies en el asiento frente a ella. Acto seguido, la mujer frente a mí la mira con gesto adusto y la reprende.

                - Es usted una maleducada señorita, así ensucia ese asiento en el que luego me puedo sentar yo.

                Su marido, sonriente ante la apreciación, asiente. La chica, suspirando, baja sus pies, y sin pensarlo mucho, se descalza, y sube ahora sus pies descalzos en el asiento sonriendo a la pareja de ancianos. No solo sus pies son hermosos, ella entera lo es. No debe de tener más de veintidós años, y enseguida me quedo enamorado de esa sonrisa y de esos pies. La chica sonríe y suspira, estriando sus deditos y apoyando la punta de sus pies, dejando ver las uñas de esos deditos pintadas en negro a través de la tela de las medias. Después, sonriente, frota un pie sobre otro y apoya ambos con los talones firmemente en el asiento para cruzarlos después, uno sobre otro y frotarse la planta del derecho sobre el empeine del izquierdo, El sonido de la tela de las medias al rozarse me excita más. FRISSSSSFRISSSSSSFRISSSS y me hace desear lamer esos pies. La señora frente a mí se ha puesto roja de ira. El autobús se ha ido vaciando a medida que seguíamos circulando, y ya estamos casi a mitad del recorrido.

                - ¡QUE GROSERA! Que falta de educación, que desconsideración… - gritaba la mujer haciéndose notar y atrayendo todas las miradas - ¡BAJE LOS PIES DE AHÍ, MAL EDUCADA!

                La chica, muerta de vergüenza, bajó los pies y los metió en los tacones pero sin calzarlos del todo. La mujer sonrió satisfecha, sabedora de ser el centro de atención y de que seguramente, la poca gente que quedaba a bordo, me incluía a mí, seguro, pues me sonrió, la daba la razón. Entonces, ante la mirada de satisfacción de la anciana, no pude más, y sin dudarlo, me levanté y fui a sentarme enfrente de la chica. Esta, que tenía la cara y los ojos rojos, muerta de vergüenza y a punto de llorar me miró sorprendida y asustada.

                - ¿Qué demonios quiere? – me dijo casi al borde del llanto.

                - Que apoye sus pies en mi regazo…. – dije titubeando y muerto de miedo, para añadir al final ante la mirada de asombro de la chica y de la pareja de ancianos -  si quiere.

                Tras unos comprensibles instantes de duda – este tío está loco, es un pervertido, que asco…. Que seguramente pudo pensar la chica – la joven, sonriendo, se descalzó de nuevo sus pies y apoyó estos encima de mis rodillas. Para entonces mi erección era visible, y la chica lo notó, y me sonrió mordiéndose el labio inferior, tímida y algo nerviosa, casi a punto de bajar sus pies, lo cual impedí agarrándoselos, cada uno con una mano, y sujetándolos fuertemente mientras masajeaba con mis pulgares las almohadillas de sus pies bajo los dedos, notando las durezas que allí se formaban por culpa del exceso de uso de los tacones, igual que los débiles juanetes que se empezaban a formar en los bordes, apenas perceptibles, que daban a sus pies un hermoso aspecto de mujer madura.

                La mujer mayor, presa de ira, se levantó echa una furia, y seguida por su marido nos miró con odio antes de bajarse. Miré hacia atrás y sonreí. Solo quedaban dos chicos jóvenes que estaban sentados más adelante y no miraban hacia atrás. Sonreí a la chica, a la que no había dejado de acariciar y masajear sus pies con los pulgares y la miré mientras la soltaba y hacia amago de levantarme.

                - Bueno, ya puede apoyar los pies donde desee.

                Y cuando estaba a punto de ponerme de pie, ya casi saliendo del asiento, apoyó totalmente su pie derecho en mi entrepierna.

                Cuando sentí la planta descalza de ese pie tan hermoso apoyada en mi dura polla tragué saliva. Ella se mordió el labio y me sonrió.

                - Quiero tenerlos donde estaban hace dos segundos, y quiero que siga presionando y masajeando esa zona. Me duele mucho, ¿sabe? Y sus manos estaban calmando ese dolor.

                Estaba excitadísimo, nervioso, asustado, sorprendido, asi que sin dudarlo, me senté y seguí haciendo lo que estaba haciendo, excitándome más aun y viendo esa sonrisa crecer en su boca.

                - Me llamo Mónica.

                - Jose Luis. – dije casi sin voz notando como me presionaba la entrepierna con sus talones apoyados en ella. – Encantado.

                - No, el placer es mío, mío y de mis pies.

                Trago saliva y sonrió.

                - ¿Día duro?

                Asiente.

                - He estado todo el día corriendo por el despacho de lado a lado con esos infernales tacones. No podía más, me dolían tanto que no se si ahora después de este masaje podré calzarme de nuevo. – dice sonriendo. – seria un infierno tener que calzarme de nuevo y llegar a casa y no tener esas manos para recompensar a mis pies con un masaje igual o mejor… Si fuera posible.

                Lo era, pensé, podría darla el masaje más maravilloso que nadie haya dado nunca a otra persona, pero no lo dije.

                - Pues no se calce al bajar del autobús – dije sin pensarlo pero imaginándome andando descalza por la calle, con sus zapatos en la mano, deslizando sus pies descalzos por el sucio y frio asfalto áspero y rugoso de Madrid.

                La chica me miró divertida y sonrió, presionando más sus talones en mi polla. Notaba que estaba a punto de correrme, y nada me haría más feliz que hacerlo sobre esos pies.

                - O también puede venir a mi casa y darme allí un masaje al llegar y quitarme estos tacones de nuevo.

                Sonreí, la chica se deshizo de mis manos con dos gestos sutiles y sensuales de sus pies y empezó a frotarlos sobre mi entrepierna, que crecía más y más. Cerré los ojos y gemí.

                - O…. – susurré casi gimiendo – pueden ser…. Las …. Dos…. Cosas…..

                Dije casi sin respirar y gimiendo al notar sus pies deslizarse por mis piernas y mi entrepierna.

                - Sáquese la polla.

                Abrí los ojos, miré en derredor, no quedaba nadie en el autobús, solo nosotros y el conductor, y quedaban poco más de cinco minutos para el final del trayecto.

                - ¿Se baja en el final? – pregunté.

                La chica asintió. Sin decir anda más, me desabroché el cinturón y el pantalón y dejando mis bóxer rojos a la vista saque después mi polla de dentro, sobresaliendo entre el vello rubio que abundaba en mi entrepierna.

                - Yo también – susurré mientras notaba como hábilmente cogía mi polla entre sus pies y empezaba a acariciarlos.

                Notaba la tela de las medias rozar mis polla y sus dedos y su planta tras esta masajearla suave y dulcemente.

                - ¿SI salgo descalza del autobús vendrá a mi casa y me masajeará los pies?

                - Y…. –gemí controlando mi eyaculación – y se los limpiaré a lengüetazos si es necesario.

                Entonces, moviendo sus pies rítmicamente arriba y abajo, con mi polla encerrada entre sus plantas sonrió mientras e veía gemir y retorcerme. No pasó ni un minuto cuando entre gemidos y gruñidos la avise que me corría, entonces, apretando bien su empeine y su planta, encerró mi polla entre sus pies y derramé mi semen en sus pies manchando el bajo de sus pantalones y sus medias de nylon color carne de mi blancuzco y denso esperma que chorreó manchando también mis pantalones levemente.

                Sonriente, la chica apartó sus pies y quitándose las medias, que resulto ser de esas del tipo ejecutivos, apoyó sus pies descalzos en el suelo del autobús.

                Reponiéndome, mirando su cara de lujuria y deseo, me guardé la polla fláccida y aun goteante y sonreí. El autobús se detenía ya en la última de sus paradas y la chica sonrió mientras se levantaba, cogiendo sus tacones con la mano y sonriéndome. Sus medias, manchadas de mi semen, descansaban dentro de uno de sus zapatos.

                - ¿Vienes a mi casa?

                Sonriente, mirando sus pies descalzos sobre el suelo del autobús, asentí.

                Bajamos juntos, cogidos de la mano, y ella empezó a deslizar sus pies descalzos por el suelo de la noche de Madrid, ensuciando sus plantas con esas durezas que ya había notado, y que deseaba no solo volver a tocar, si no lamer y besar.

                La noche promete, y el fin de semana, pienso mirando sus pies descalzos sin contener el deseo y una nueva erección, mucho más.