miprimita.com

Mamás de médicos 2-Exploración anal

en Sexo Anal

Un consejo del autor: buscar la foto del culo que más te guste y déjala abierta en pantalla mientras lo lees...y si te gustó el relato, agradecería que me la mandases con un comentario a mi correo que está al final.


Me llamo Marta. Me declaro una viciosilla, con mucha imaginación y siempre fantaseando con chicos jóvenes. Me conservo muy bien, ya que voy al gimnasio de manera habitual y me cuido con la comida. Lo que más destaca de mí, desde que soy adolescente, es mi trasero.

Siempre me han hecho bromas subiditas de tono los amigos y hasta las amigas me declaran su envidia de tener unas nalgas tan duras y bien puestas. Mis piernas son finas y largas y acaban en un culo redondito, con esa circunferencia suave que tanto les gusta a los hombres.

Soy una maestra de la provocación. Cuando quiero levantar miradas, me enfundo con unos vaqueros pitillo y unas botas de tacón y soy el centro de atención en el pub o en el metro. Y no digamos en el autobús. Me gusta menearme con los giros y tocar con él como sin querer a algún joven. Al girarse se encuentran con esa imagen de un buen culo enfundado en una prenda a punto de estallar.  Me gusta sentir como se ponen nerviosos y buscan acercarse disimuladamente para volver a tocarlo. Y los provoco todo lo que puedo.

Aparte de ello, soy madre de un jovencito estudiante de Medicina. Estoy muy orgullosa de mi hijo, pero me da un poco de pena que pierda parte de su juventud encerrado estudiando. Es guapo y bien formado. Él sale poco con amigos, por lo que pasa mucho tiempo en casa estudiando. La verdad es que le hace falta un empujón para que aprenda lo que es la vida, que no todo está en los libros…

Me gusta hablar con él sobre todos los temas. Aunque el tema del sexo o las mujeres no le interesa mucho. Una pena, ya que su madre es una enciclopedia andante y le encanta hablar de ello. A las amigas nos gusta compartir gustos y experiencias calientes, casi siempre en clave de fantasías con éste o aquél vecino, famoso o cualquiera que pase cerca.

Un día que conversábamos tranquilamente sobre sus prácticas en la facultad, me puse a hacerle preguntas sobre hasta dónde tenía que llegar en las exploraciones. Le fui tirando del hilo hasta que me contó, un tanto turbado, que hasta había tenido que hacer una exploración anal a una paciente con hemorroides.

Se le vio excitado al contarlo. Lo contaba con timidez y algo de vergüenza, como una terea propia de su profesión, pero que aún no es algo normalizado.

Sin embargo, mi radar para el vicio detectó altos niveles de morbo en sus palabras y cómo la imagen le pasaba por la mente en el mismo momento de contármelo, provocando seguramente que su miembro viril empezase a llenarse de sangre. Había despertado su vicio, sabía reconocer esa sensación en los hombres.

“¿Y qué se hace en esos casos?” le pregunté sabiendo que de ahí podría salir una conversación interesante.

“Bueno, es algo escabrosillo. Pues se tiene que explorar al paciente con el culo en pompa nada menos. Es un poco vergonzante para algunos. Para otros no tanto, ya que están acostumbrados, parece... Hay que ponerse un guante y ver cómo están las hemorroides, si salen o no fuera. También hay que pedirle al paciente que tosa con la boca cerrada para ver si salen al exterior al aumentar la presión abdominal”. Me lo explicaba como el que dice la lección de carrerilla.

“Buff. Claro que para vosotros tiene que ser algo normal cuando lo haces varias veces”.

“Sí, hay que hacerlo me manera lo más profesional para que el paciente se sienta lo mejor posible”.

La conversación hizo que mi imaginación comenzase a trabajar. Me puse en el lugar de una paciente. ¿Cómo sería que un joven como mi hijo te explore la zona anal? Mi sexo se empezó a mojar sólo con imaginarlo. Tendría que pensar algún plan para experimentarlo sin levantar sospechas.

 Durante unos meses, comencé a trazar un plan para espabilar a mi hijo y tener mi exploración anal. Dos pájaros de un tiro, como se suele decir.

El primer paso fue ir a visitar a mi médico de cabecera. Le dije que me dolía al ir al baño y que había tenido ya una fisura anal, lo cual es cierto, pero no esta vez. No le dije cómo la había tenido, por supuesto, pero seguro que se quedó imaginando qué había podido hacerme una cosa así. Los médicos mayores tienen experiencia. Me dijo que había una pomada que me prescribía era muy útil. Que la probase una semana y volviese a consulta.

Fuí directa a casa a prepararme para la primera parte el plan. Mi hijo llegó de las clases cansado. Me dio dos besos y dejó la mochila. Nos pusimos a comentar sus clases y cómo iba el curso. Me contó que quería irse de vacaciones a Cabo de Gata con dos amigos cuando terminase los exámenes. Le dije que bien.

En un momento de la conversación le comenté que había ido al médico por molestias al ir al baño. Me contestó un tanto molesto

“¿Y por qué no me lo has dicho a mí? Te podría haber aconsejado” Mi niño se estaba haciendo el médico. Se enfada porque no le hubiese consultado algo sobre salud, ya que considera que ahora es el médico de la casa y que todo lo debe controlar él.

”Pues ahora te lo cuento. Me ha recetado una pomada para ponérmela durante una semana”.

“Ah, bien”. Me contestó sin darle importanciacon tono de estar cabreado.

“Perdoooona, nene. Pero mira, si quieres te dejo ponérmela y controlar todo el tratamiento. ¿Vale?”. Le dije haciéndome la inocente.

“Por supuesto, mamá. Yo tengo que ser el que lleve todos tus problemas médicos”.

Ése es mi chico! Creo que al estar pensando como futuro médico, herido en su orgullo profesional, no había reparado en la parte más real. No se había dado mucha cuenta de que tendría que ver a su madre el culo y aplicarle una crema en el tracto rectal…

Había caído en mi trampa. Luego, como tomando conciencia de cuál es el tratamiento que tenía que administrarme, creo que se estaba arrepintiendo de su ímpetu inicial. Pero no le dejaría volverse atrás.

Por la noche me duché y lavé a conciencia. Me puse un enema para evacuar de mi intestino cualquier resto indeseado.

“Bueno, hijo, ¿cuándo me vas a aplicar la pomada? Ya estoy cansada y me quiero ir a dormir”.

Mi hijo se había escondido en su habitación. Creo que esperaba que me hubiese olvidado y no le llamase, pero yo estaba toda la tarde esperando el momento.

Me había lavado y perfumado a conciencia. Estaba preparada con un unas mallas bastante caladas que permitían ver todas las piernas. En la parte de arriba llevaba una bata corta que me encanta por su textura. Este atuendo realzaba mis largas piernas y por añadidura, el final de éstas, mi admirado y adorado culo…

“Pero primero tengo que preparar algunas cosas para hacerlo bien”. Ahora aparecía el médico, qué fastidio.

“Bien, lo que necesites”. Cogió un flexo para, según el ver mejor la zona. También cogió unos guantes para el tema de los gérmenes.

Ahí me di cuenta de que si quería llevarle a mi terreno, el del placer, tendría que ponerle en situación poco a poco. Si quería derretir el muro de hielo que pone mi hijo en todo lo que hace como médico, debería calentarlo a fuego lento.

“Si quieres me lo pones aquí en el sofᔠAsí me permitía poner los brazos sobre el respaldo y hacer una postura en la que podía girarme y controlar un poco lo que hacía.

Doblé mi cuerpo hacia delante, apoyé las manos y saqué un poco el culo hacia atrás para que mi hijo pudiese alcanzar el objeto de su exploración.

“Bueno, pues cuando quieras puedes empezar” Dije con voz de corderillo que va al matadero… Su cara era un poema. El mejor culo del barrio presentado en bandeja en una postura sugerente.

Se acercó con algo de miedo, pero los ojos no perdían detalle de la vista que se le ofrecía. En este momento ya no miraba a mis ojos. Tenía delante de sí un reto difícil y no sabía cómo saldría. En mi posición, estaba girada hacia él y veía cómo sus ojos se llenaban de deseo, pero a la vez le temblaban las manos, intentaba mantenerse firme en su papel de médico.

Me encantó verle así, tan indefenso pero dispuesto. Su madre lo acompañaría en este viaje al centro del placer…anal.

Llevaba puesta la parte de abajo del pijama y bajo ésta, el panty. Me bajó el pantaloncito con cuidado, como el que desenvuelve un regalo. Y en realidad lo era, mi culo era su regalo.

El perfil de mis cuartos traseros apareció ante su vista. Sólo cubierto por el panty suave con encajes en su parte superior y una rejilla sexy para ponerle un toque “madamme francesa”.Entonces moví un poco el culo de un lado a otro para ponerle aún más nervioso.

“Venga, nene, quítamelo, que necesito la pomada”. Fingí un gesto como de molestias.

Cogió la parte superior y lo bajó lentamente, como temiendo su propia reacción. Las manos le temblaban mientras descubría mis glúteos firmes y seguía bajándolo hasta dejar al aire mis agujeros del placer. Cuando llegó abajo con el panty, aproveché para empinar aún más el culo y que tuviese una mejor vista de mi área sexual.

Comenzaba el calentamiento.  Como estaba agachado, mi vulva jugosa ya por el juego, sin pelitos para la ocasión, se mostraba como una fruta en su punto. Estaba escoltada por un botoncito rojo que parecía emitir señales de emergencia, y por último, más arriba, por una florecita color caramelo, con un agujerito minúsculo. Tan minúsculo que no había entrado nada grandote por allí. Un agujerito virgen.

Se quedó sin palabras. Como pudo, con la emoción que llevaba por haber visto el sexo ardiente de su madre, se puso el guante, aunque no atinaba a hacerlo bien. Estaba como un flan. En su punto.

“Creo que no tienes buen acceso así. ¿Y si me pongo algo para elevarme y que llegues mejor? Así lo hará más fácil? Espera un momento”

Este momento era clave. Me levanté y me fuí hacia mi habitación. Lo dejé con el dedo apuntando al cielo, con cara de frustración, con el pulso a mil latidos por minuto y una erección de caballo intentando romper su pantalón. No pudo detenerme. Se quedó con ansia de comenzar, supongo que también de terminar pronto. Pero no iba a dejarle hacer las cosas a su manera, lo íbamos a hacer a la mía.

Él supongo que pensaba que iría a la cocina a por un taburete o algo así. Nada más lejos de mis intenciones. Me fui a mi cuarto y saqué los zapatos de tacón más altos que tenía. Eran rojos, brillantes y con el tacón de aguja más fina que habéis visto. Con ellos puestos, mi culo pasaba de obra de arte a Patrimonio de la Humanidad.

Le dejé un ratito esperando. Era mejor para mi plan que su calentura fuese en aumento. Con las imágines aún en su retina de los tesoros que esconde su madre, y sabiendo que tendría que aplicar la pomada en el centro de la DIANA, los minutos parecen pueden ser horas…

Con mucha tranquilidad y disfrutando de mi momento, me fui de nuevo para al salón. Iba paseándome con elegancia, con el camisón rojo corto, sin nada debajo y con un caminar sensual que aportan los 20 centímetros de tacón y plataforma. Era un pase para realzar aún más mis encantos y que la llama prendiese en su paquete.

“Ahora sí es todo tuyo". Me agaché de nuevo y el culo quedó expuesto a sus atenciones. Su polla saltó en el interior de su paquete, lo que yo controlaba al estar girada hacia él.

Echándole valor, se acercó por detrás, enfocó con la lámpara mi trasero y descubrió todo un mundo de detalles. Se apreciaban los labios de mi sexo ya medio abiertos e hinchados de deseo. Se veían las ingles depiladitas y cómo terminaban en una rajita separada por dos globos suaves y lisos. Con la luz brillaban las gotas de flujo vaginal, que cada vez más cubría todo y amenazaba con deslizarse por las piernas.

Mi niño untó con pomada su dedo y lo aproximó al agujero anal. El contacto con una piel tan sensible fue como un chispazo. Los dos estábamos cargados de mucha tensión y la energía sexual corrió por nuestros cuerpos. Su dedo empezó a tocar los pliegues de mi ano con suavidad, untándolo con la frescura de la crema.

“Tendrás que dilatarlo un poco, ¿no? Ten cuidadito que lo tengo muy sensible” Y tan sensible, las terminaciones nerviosas estaban hiperexcitadas.

“Claro, seré gentil y me tomaré el tiempo necesario”. Intentó poner la voz seria, pero no tenía aire en los pulmones. La sangre la tenía donde yo quería. Iba a recibir mi parte, como me merecía.

El masaje fue suave,  en círculos sobre el pequeño agujero, que como un niño remolón, no quiere despertar. En realidad era yo la que lo estaba apretando para que tuviese que estar más tiempo. Pasaba una y otra vez dando círculos como el que intenta meter la llave en la cerradura cuando está nervioso.

“Intenta relajarte, mamá, si no voy a poder poner la crema en su lugar…” Estaba ya ansioso por abrir el cofre del tesoro.

“Cómo me voy a relajar, hijo mío, con una cosquillita tan rica? Veeeenga, me voy a concentrar”.

Seguía disfrutando de sus caricias en la entrada, mientras yo disfrutaba de la masturbación anal que me prodigaba. Aunque no quería que aquello acabase nunca, sabía que él estaba ansioso por explorar más territorio.

Iba relajando mi esfínter poco a poco para permitir que un dedo empezase su avance por lo desconocido.

“Ahhhhhhh………….” Mi suspiro era como contenido, pero necesario para marcar el momento de mi desfloración cuando la punta de su dedo entró por fin. Mi hijo dio un salto de lo sexual que me había salido, pero yo ya lo tenía muy bien sujeto por el dedo. Mi esfínter apretaba en su dedo como si se hubiesen fundido por el calor que tenía en ese momento.

“¿Te he hecho daño? ¿Sigo?”

“Si, sí, sí, si….gue, cariño” dije susurrando entre suspiros. Progresaba poco a poco en mi interior como haciendo círculos. Se diría que estaba rebañando una salsa con delicia. Mi agujero iba abriéndose a mi amado hijo.

“Gggggg….” Mi sonido era gutural y contenido. Tuve que morderme el labio superior para no gritar de placer.

Mi nene urga que te urga. Mi culo con hambre de carne. Esto estaba llegando a punto de máxima cocción.

Y pasó que mi niño también disfrutaba. Me giré de repente a verle y tenía una cara de máxima excitación y una erección descomunal. Estaba poniendo el dedo como si fuese la prolongación de su polla. Mi culo estaba a la altura justa para que me penetrase con su trabuco.

Pero él seguía con el masaje en círculos cada vez más grandes. Si que se diese cuenta, bajé mi mano a mi clítorix y lo comencé a tocar suavemente. Estaba como una canica de hierro. Duro y brillante. Pesé mi dedo de abajo hacia arriba por la vulva y el clítorix y mis flujos abundantes lubricaron todo mi sexo.

Mi niño continuaba con su masaje anal y yo ya estaba a punto de estallar. Metí la cabeza entre los cojines del sofá. Ya no veía nada. Sólo placer que me invadía por todos los agujeros de mi anatomía.

“Pon la crema hasta el fondo, mi amor” dije con la mirada pérdida y con mi último aliento …

Mi músculo esfinteriano estaba bien elástico y dilatado por el juego de su dedo durante unos minutos que se hicieron horas, como si el tiempo se hubiese detenido para que yo pudiese seguir disfrutanco de el masaje interno de su dedo en todo mi recto. La dilatación era tal que parecía que podría salir un tren en cualquier momento de ese túnel negro y profundo.

De repente, una sensación como una explosión interna me invadió. Comencé una ascensión como nunca lo había hecho. Mi recto estaba devorando literalmente a su dedo. Grandes olas de placer se acercaban a mi sexo. Había quedado succionado por mi orto como si hubiese metido la mano en un enchufe y una corriente de 10.000 voltios recorriese su cuerpo.

Permanecía con las nalgas bien abiertas y con la cara entre las almohadas, que ahora pasé a morder. Mi hijo, entre mis sollozos creyó entender “Encúlame, encúlame”.

La erupción fue brutal. Las olas rompían contra mí con fuerza, y yo se las transmitía instantáneamente a mi niño al comprimir con mi esfínter sobre su dedo. Las lavas de mi volcán comenzaron a brotar  de mi coño salpicando por todos lados, hasta la cara de mi niño. Mis flujos brillantes comenzaron a chorrear por mis largas piernas, bajando por el interior hasta llegar a los tacones. Había sido la erupción más grande de mi volcán en años….y mi hijo había sido el artífice y principal testigo.

Tras una larga serie de contracciones de mi vagina, quedé flotando agotada. La masturbación había sido celestial, estaba en el paraiso. Mi hijo la había disfrutado. Sacó el dedo con un “chop” y sin decir una palabra. Salió corriendo y se encerró en su habitación. A través de la puerta se escuchaba el “flap, flap, flap “de su masturbación. Me encató que se hiciera esa paja a mi salud y me sentí orgullosa de habérsela provocado.

“Machácatela bien a mi salud, hijo” Pensé llena de orgullo y satisfación…

Todavía nos queda mucho por jugar. Sólo a él  le quiero entregar mi flor. Pero será cuando se lo haya ganado, eso sí. Soy una mujer exigente. Para triunfar conmigo hay que demostrar mucho y bueno. Veremos cómo se porta en la siguiente ocasión.

 joven.daktari@yahoo.es