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Mi primera y unica experiencia zoo (II parte)

en Zoofilia

Desde aquel sábado en el comencé mis andanzas sexuales con “Silton”, no se me había presentado una ocasión semejante. Mi madre y su novio solían seguir con sus salidas nocturnas, y aquello me hubiera proporcionado la intimidad necesaria para seguir experimentando con mis relaciones caninas. Pero estaba mi hermana Carmen, a la que le habían quedado seis en la última evaluación, y necesitaba quitárselas de encima para poder pasar al siguiente curso. Ahora Carmen siempre estaba en casa, y cuando salía era para algo esporádico, y en poco tiempo estaba de regreso.

Aquello me impedía preparar todo tal y como lo preparé en mi esperado bautizo sexual con mi perro, mi amante.

Carmen sospechaba algo. Hacía tiempo que lo sabía. Mi hermana siempre había sido muy receptiva respecto a mis experiencias sexuales y no tan sexuales. Ella siempre había sido la que me había dado apoyo cuando había estado de bajón por culpa de algún novio o alguna relación extraña de las cuantas que había tenido en aquella temprana edad. Ella siempre había estado ahí en los buenos y malos momentos, y casi podía adivinar mis estados de ánimo con solo mirarme. Por eso no me sorprendió cuando una tarde entré a su cuarto (junto a mi inseparable husky), y le pregunté por sus estudios. Ella respondió vagamente a mis preguntas, y tras observar al perro me sorprendió con una pregunta:

-          ¿Por qué siempre vas en bragas? ¿Es por el perro?

Yo no supe qué responder y abiertamente le dije:

-          Porque me apetece.

Carmen tuvo que notar mi sonrojo, ya que sonrió.

-          Silton no se despega de ti ni a sol ni a sombra. Te huele. Piensa que estas en celo.

Yo me quedé muda y me limité a mirar al perro, que no paraba de sobar su lomo con mis piernas y al que ya le asomaba una porción de su rojizo pene fuera de su funda.

-          ¿Te gusta ponerle cachondo? – me sorprendió de nuevo.

-          Pero qué dices guarra. Anda, olvídame. – le grité fingiendo estar enfadada.

-          Guarra serás tú, nena. ¿Te crees que no te conozco? Más que si te hubiera parido, Andreita.

No quise profundizar más en el tema y abandoné la habitación con un tajante:

-          No estoy tan desesperada como para hacérselo al perro.

Aunque mientras iba por el pasillo pensé en mis palabras y calculé si de verdad estaría tan desesperada como para pensar lo que siempre estaba rondando por mi cabeza. En ser la perra de Silton. En hacerlo con él hasta el final.

De pensar en eso me puse húmeda. Siempre me excitaba cuando planeaba mis próximas acciones con Silton, y más al recordar aquel sábado en el que estuve a punto de ser su hembra delante del espejo.

Aunque ahora sería más peligroso, ya que mi hermana se imaginaba algo. No sabía hasta que punto podía llegar a saber lo que tenía con el perro, pero de que sabía algo yo estaba segura.

Esa tarde volví a masturbarme en la intimidad de la ducha. Al salir allí estaba mi hombre esperándome en la puerta como un fiel guardián. Ahí pensé en lo que me había dicho Carmen y lo que había leído en muchos foros. El perro ya sabía que yo era su hembra, y su agudo olfato podía sentir cuando estaba excitada o no. Aquello volvió a excitarme y pensé en no esperar más. Aquella misma noche lo haría con él. Estuviese quien estuviese. El pobre perro no podía esperar más y yo se lo debía.

Meticulosamente preparé todo tal y como lo preparé en la otra ocasión. Bajé el espejo al suelo y lo coloqué en una posición estratégica, desde la que se pudiera ver la alfombra a los pies de mi cama. Esperé pacientemente a que mi madre saliera con su novio, y tras dar las buenas noches a Carmen me metí en mi cama. Allí esperé y esperé a no escuchar ningún ruido, aunque no se que estaría haciendo mi hermana, ya que terminé de escucharla al poco de sonar las dos de la mañana.

En silencio como una ladrona me dirigí al patio. Al pasar junto a la habitación de Carmen escuché una música muy tenue. Era ella que se había dormido con los auriculares puestos. En ese momento lamenté no haberla narcotizado de alguna manera con las pastillas que guardaba mi madre para el insomnio.

En ese momento observé la botellita de agua que había sobre su mesita y una maliciosa idea me vino a la mente.

Tras deshacer una pastilla en el agua de la botella la dejé con cuidado justo donde estaba antes. Entonces le quité los cascos.

Carmen se despertó y me observó molesta. Yo le dije que había escuchado música y le iba a quitar los cascos para que durmiera cómoda. Ella respondió arisca y bebió un sorbo del agua trucada.

Sonreí maliciosamente.

Tras dejarla en su cama me dirigí de nuevo al patio. Allí dormitaba Silton. No protestó al ser arrastrado de la correa en mitad de la noche hasta mi cuarto. Parecía saber que mi cuerpo necesitaba lo que él podía darme. Tras dejarle en mi cuarto fui a echar un último vistazo a Carmen. Estaba roncando como una bendita. Todo iba según mis planes.

Ya en mi habitación cerré la puerta con pestillo (no estaba de más una extra-protección), y me eché en la jarapa junto a Silton. Él se levantó y comenzó a olerme ahí abajo.

Eso me excitó. Parecía saber muy bien lo que iba a pasar.

Tras deshacerme de las bragas y el sujetador me acosté boca arriba ofreciendo mi vagina a mi amante canino. Este no tardó en meter su hocico en mi ingle y comenzó a olerme. Yo mientras con una mano comencé a masajear mis pezones que estaban durísimos, y con la otra abría y cerraba mis labios mayores y menores, que se humedecieron dándome un gusto indescriptible.

La rasposa lengua del perro siguió a su hocico, frotándome la vagina de arriba abajo y acertando también a mi clítoris que estaba a punto de explotar.

Tras subir las piernas a la pared ofrecí a mi amante en toda su extensión mi culo y mi vagina. Éste continuó con sus lamidas que me hacían enloquecer. Pasaban de un lado a otro por mi culo y terminaban en mi vagina dilatada.

No pude aguantar más y comencé a meterme los dedos. Uno levemente introducido en mi ano, y el otro hasta el fondo en mi vagina. Estaba tan húmeda que mis líquidos resbalaban hasta el suelo.

Desde allí podía ver el enorme pene del perro. Rojo como un tomate y resbalando ese líquido blanquecino que yo quería disfrutar cuanto antes.

Sin llegar al orgasmo, me incorporé poniéndome a cuatro patas, como su hembra. Arqueando la espalda ofrecí mi ano a mi vagina al perro, que entendió bien la invitación.

Esa vez no fue todo tan brusco como  la anterior. Me lo tomé con más calma y comencé a mover mis caderas hasta encontrar el momento mágico en que su pene se introdujo en mi vagina. A eso le siguieron unas bruscas acometidas que yo seguí para evitar que saliera ese enorme miembro de mi interior.

Me sentía enloquecer. Ahora si que estaba disfrutando como nunca del sexo. El abundante líquido que el perro soltaba resbalaba por mi abdomen y encharcaba el suelo.

Me corrí sin poder contener un grito.

El perro siguió con su frenético movimiento de vaivén hasta que un enorme dolor me destrozó por dentro. Había leído mucho acerca de las relaciones con perros, pero nunca me imaginé quedar enganchada de uno como contaban muchas mujeres a las que le había pasado. El nudo de la base de su pene se había agrandado hasta quedar encajado en mi vagina, que no terminaba de dilatarse tanto como para echarlo.

Noté como el perro siguió moviéndose hasta que se corrió. Fue una corrida abundante, ya que, abotonada como estaba salió mucho líquido de mi interior.

Aquello me excitaba por una parte, y por la otra me asustaba. No sabía si me quedaría mucho tiempo así, y no me gustó la experiencia.

Tras forzar un poco la situación logré desembarazarme de él. Por el espejo pude ver la enorme cantidad de semen que salió de mi interior. La alfombra y mi ropa interior se mancharon, llegando el líquido seminal al suelo.

Allí quedé tumbada boca abajo sin poder creerme lo que había hecho. Había follado con un perro. Y lo más increíble es que había disfrutado como nunca. Aunque me había asustado por la experiencia con el nudo…

Nunca más he vuelto a hacer algo como aquello. Ha sido una experiencia más, y no me considero ni una sucia ni una depravada por ello.

A quien critica todo esto le invito a que pruebe alguna vez en su vida. Así sabría lo bonito que puede ser tener una relación con un perro.

Silton se fue meses después junto a su dueño cuando éste se peleó con mi madre. Y aún lo recuerdo. Después de aquello solo he vuelto a tener un perrito, pero no se me ha ocurrido hacer nada parecido a lo que me ocurrió con el husky.

Será porque es muy pequeño. ;)