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Navegando por el Cantábrico (2)

en Intercambios

Navegando por el Cantábrico (2)

 

Segunda parte del viaje por el Cantábrico de las dos parejas. Como no puede ser de otro modo, las cosas se van animando entre ellos con el transcurso del tiempo…

 

 

Higher than the highest mountain

and deeper than the deepest sea.

That’s how I will love you,

Oh darling, endlessly.

 

Softer than the gentle breezes

and stronger than the wild oak tree.

That’s how I will hold you,

Oh darling, endlessly.

 

Oh my love, you are my heaven,

you are my kingdom, you are my crown.

Oh my love, you’re all that I prayed for,

you were made for these arms to surround.

 

Faithful as a morning sunrise

and sacred as a love can be.

That’s how I will love you,

Oh darling, endlessly…

 

Endlessly, BROOK BENTON

 

 

CAPÍTULO II

 

 

Ya por la mañana y tras haber desayunado, Juan puso rumbo a Donostia. El día se había levantado cubierto y algo lluvioso aunque pronto mejoró el tiempo cesando de llover y apareciendo de nuevo el sol radiante que nos había acompañado la tarde anterior. La mar se encontraba movida y frente a nosotros pudimos observar Ondárroa, el último pueblo pesquero antes de adentrarnos en la costa guipuzcoana. No tardaríamos en alcanzar Mutriku y Deva, ubicada en la desembocadura del río del mismo nombre.

            Comeremos en Zarautz y nos daremos un baño si os apetece. Llegaremos a Donostia al anochecer –comentó Juan dirigiéndose a nosotros.

           

            La playa de Zarautz es una de las más largas de todo el Cantábrico. Veréis como os gustará –continuó informándonos.

La mar estaba como nunca, azul y brillante gracias a la fuerza del sol. Los vientos, muy suaves ahora, favorecían y mucho el delimitar casi todo lo que se movía por la superficie del agua, incluso lo que nadaba por debajo. Por el camino nos cruzamos con varios barcos pesqueros procedentes de los puertos cercanos.

El espectáculo marino y de aves estuvo presente toda la mañana para delicia de los cuatro. Bandos de pardelas se encontraban por todas partes pero no en migración sino en busca de comida. Varios cormoranes vimos cerca de la costa, zambulléndose bajo el agua en busca de peces que llevar a las crías de los nidos construidos en los acantilados. También coincidimos con alguna colonia de charranes comunes arrojándose al agua y alimentándose junto a la costa.

            ¡Mirad a la derecha! –nos avisó Juan señalándonos un págalo el cual estuvo volando unos buenos instantes a la par del barco haciéndonos el rato la mar de    agradable.

Y por supuesto y cómo no, tuvimos la oportunidad de recibir la visita durante toda la mañana de varias gaviotas volando alrededor del barco a la espera de alimento.

Pero si el espectáculo de aves fue bello y hermoso aún lo fue más el que las profundidades del mar nos pudo ofrecer. Grandes sergueras de atunes blancos, los conocidos como bonitos del norte nos indicaron bien a las claras que la mar estaba llena de vida. Un tanto lejano pudimos ver mostrarse un zifio de cuvier. Tratamos de acercarnos a él para poder avistarlo mejor pero lamentablemente desapareció de nuestra vista escurriéndose mar adentro. Entre tanta belleza también pudimos conocer toda la crudeza que la naturaleza puede mostrar, cuando vimos una marsopa siendo atacada por parte de delfines mulares. Estos daban saltos en vertical y entraban con violencia en el agua, para nada parecían los típicos saltos cuando los vemos jugar en los zoos. La marsopa, intentando huir, salió totalmente fuera del agua. No la vimos más.

Lo mejor de todo fue cuando a media mañana recibimos la inesperada visita de un grupo de delfines. Un grito eufórico de mi marido nos cantó su presencia. Poco antes de alcanzar Zumaia y navegando a unas dos millas de la costa, enseguida los observamos surcando la estela dejada por el barco. Juan paró la embarcación y pronto nos vimos rodeados. Allí mismo los teníamos, a unos metros bajo el agua y tan cerca que casi los podíamos tocar. Grupos de tres o cuatro de ellos alrededor del barco haciendo nuestras delicias.

Surfeando las olas que levantaban, oímos el sonido que provocaban saliendo a respirar cuando pasaban pegados al barco. Durante un cuarto de hora al menos estuvimos disfrutando de sus juegos y saltos hasta que mi marido puso nuevamente el motor en marcha. Siguiendo nuestro barco y jugando en la proa nos estuvieron acompañando todavía un trecho más hasta que parecieron saludarnos acabando por marchar.

            ¿Qué os han parecido? ¿Realmente esperabais tenerlos tan cerca? –preguntó mi marido riendo excitado por el espectáculo vivido.

           

            Una experiencia de lo más emocionante, Juan. Los habíamos visto en el zoo pero no tiene nada que ver con poder disfrutarlos en plena naturaleza –contestó Pedro a la pregunta de Juan.

           

            Nos encontramos alejados de la costa así que voy a acercarme no vaya a empeorar la mar.

Mientras disfrutábamos de los delfines, Pedro había rozado varias veces su cuerpo contra el mío haciéndome pensar si aquellos roces eran disimulados o bien si no lo eran tanto buscando el contacto entre ambos. Al ver que Silvia y mi marido nada decían, yo tampoco lo hice continuando la mañana de la forma más amistosa posible. Ya el día anterior habíamos mantenido un intenso contacto durante el baño así que aquello podía tomarse como una muestra más de confianza entre nosotros, sin llegar a pensar más allá.

A mediodía divisamos Zarautz y su amplia playa, la más extensa del País Vasco y una de las más largas del Cantábrico. El sol había quedado cubierto, intentando asomarse tímidamente entre las nubes. Una lástima pues Zarautz es una de las villas más elegantes de la zona. El tiempo se notaba fresco y desapacible e incluso una ligera niebla nos roció un poco.

            ¿Queréis que bajemos a tierra y comamos en el pueblo?

           

            Hace frío y parece que va a llover. Será mejor que comamos en el barco. Estamos ya cerca de Donostia. Si sale el sol y mejora el tiempo podemos darnos un baño y descansar hasta volver a ponernos en marcha.

Todos asentimos a la recomendación de mi esposo y metiéndonos al interior del velero nos pusimos a preparar la comida. Después de comer el tiempo en vez de mejorar empeoró aún más durante las tres horas siguientes así que de baño nada de nada. Una buena tormenta cayó haciéndonos recoger en el interior del barco en espera de que la cosa escampase. Silvia y Pedro se metieron al camarote a descansar un rato mientras yo salía de tanto en tanto a acompañar a mi marido en el control de la nave.

            Lástima que se haya estropeado la tarde –dijo nada más verme.

           

            Sí, una lástima la verdad –le respondí quedando a su lado.

           

            Bueno, no pasa nada. Esta noche saldremos a cenar y luego podemos ir a bailar un rato. ¿no te apetece, cariño?

           

            Puede estar bien, sí. Tengo ganas de dejar del barco, desde ayer por la tarde no hemos bajado a tierra y ya apetece un cambio de aires.

           

            Bien, cuando se levanten esos dos se lo proponemos. Un poco de fiesta nos vendrá bien. Quiero que te pongas bien guapa.

           

            Algo he traído, espero que te guste –respondí uniéndome a él para que me besara.

Estando solos y fuera del alcance de miradas molestas, Juan bajó peligrosamente una de sus manos por mi espalda y acercándome más a él me besó con ganas haciéndome abrir la boca hasta conseguir meter la lengua en mi boca. Sin embargo, separándome de él con las manos le sonreí provocándole con un guiño de ojo.

            Tranquilo león, ¿en qué estás pensando? –escapé de su lado sin dejar de provocarle con la mejor de mis sonrisas.

           

            ¿Tú que crees? –respondió mostrando lo alterado que empezaba a estar.

           

            Sé lo que quieres pero tendrás que esperar a la noche. Te recompensaré con creces, ya lo verás –prometí dándole la espalda y metiéndome al interior del barco.

También a mí me apetecía un buen revolcón pero pensé en posponerlo a la noche, así Pedro me tomaría con mayor deseo tras la cena y el baile. Dentro me encontré con Silvia que salía del camarote en ese instante. Con el pelo algo revuelto parecía haber disfrutado de un buen descanso.

            Hola, ¿qué tal habéis descansado? –pregunté mientras tomaba un refresco del pequeño frigorífico.

           

            Oh muy bien, gracias. Un buen descanso y algo más… ya sabes.

           

            ¿Algo más? –respondí haciéndome la desentendida.

           

            Sí mujer, ya sabes… no te hagas la tonta –exclamó riendo maliciosamente.

Por supuesto que sabía a lo que se refería. Como la noche anterior, había escuchado toda una letanía de gemidos y alguna que otra palabra de la que no pude descifrar el significado. Aquella pareja al parecer era insaciable. Pero discreta como soy no quise indagar en sus intimidades.

            ¿Ya paró de llover?

           

            Sí, parece que al fin la cosa mejora. Aunque ya pronto anochecerá, la tarde está perdida.

           

            Bueno, voy en busca de Pedro. No sé qué hace que tarda tanto –dijo ella arreglándose el pelo con los dedos antes de meterse de nuevo al camarote.

La bahía de San Sebastián nos recibió al anochecer, una imagen imborrable para el que puede gozar de ella, la de la ciudad con las luces encendidas a la espera de la caída de la noche. Los dos montes a los lados y la isla a la entrada antes de toparse con la playa de la Concha como antesala de la ciudad. Atracamos en el puerto y nos dispusimos a bajar a tierra. A todos se nos veía excitados y deseosos de pasar una buena noche. El haber visto horas antes las ganas que mi marido mostraba por estar conmigo, me hizo imaginar lo que aquella noche podía darse. No quise pensar más en ello pero debo reconocer que me apetecía mover el esqueleto para luego acabar gozando de un buen polvo en brazos de mi marido.

La noche estaba estupenda, tras la tempestad viene la calma suele decirse, de manera que el bullicio en las calles nos recibió nada más internarnos en la parte vieja de la ciudad. Juan dijo de ir a un restaurante en el que ya habíamos estado alguna vez. Las mujeres competíamos en belleza, no quería que aquella jovencita me dejara atrás. Para salir había elegido aquel vestido blanco, a medio muslo y anudado al cuello que tan buen juego me daba. A Juan le encantaba y, acompañado de mi pelo recogido en una cola de caballo para evitar el calor y, combinado con las sandalias negras de tacón de aguja, me hacía ver radiante y esbelta siendo bajita como soy. La mirada insistente de Pedro así me lo indicaba, evidentemente había causado un profundo efecto en él. Silvia, por su parte, vestía de modo más juvenil y casual con aquella camiseta fucsia de manga corta, los vaqueros cortos color rosa y aquellos zuecos con algo de tacón. A mi marido se le iban los ojos tras la chavala.

Cenamos de manera amigable y, entre risas y copas, los comentarios fueron ganando en picardía. Las miradas de los hombres eran cada vez más directas sobre nosotras. Ya no se cortaban como antes y con cualquier excusa aprovechaban para apoyar la mano cerca buscando el contacto. El vino blanco que habíamos pedido iba haciendo efecto en ambas. Pronto llegó una segunda botella a la mesa…

En el segundo plato las manos corrían que volaban por la mesa. Pedro dejó la mano apoyada en la mía varias veces mientras se acercaba haciéndome comentarios junto al oído en voz baja. Los otros iban a lo suyo, hablando también entre ellos y completamente despreocupados de lo que hacíamos. Las risillas nerviosas de Silvia me hacían pensar en el sentido de la conversación, conociendo a Juan me imaginaba lo peor.

Acabada la cena y avanzada la noche fuimos a bailar a una discoteca cercana. Allí la cosa se fue animando más si cabe. Sábado por la noche como era, el local estaba despejado aunque no tardó en ponerse a tope. Nuevamente nos mezclamos sin pretenderlo quedando en la barra junto a Pedro. El muchacho me había invitado a acompañarlo a pedir las bebidas mientras mi esposo se quedaba charlando con Silvia.

Pronto los perdimos de vista mezclándonos entre la gente. Por el camino y gracias a la oscuridad que nos rodeaba, sentí alguna mano apoyarse en mi culo como al descuido. Algo bebida como iba y pese a sentirme molesta nada dije, tampoco se trataba de montar un escándalo. Al fin llegamos a la barra pegándome Pedro a la misma como si así quisiera protegerme de tanto bullicio. Debido al ruido tuvo que acercar su boca a mi oído haciéndome sentir el calor de su aliento mientras me preguntaba qué quería tomar. Aquella rápida cercanía me hizo sentir una extraña sensación corriéndome el cuerpo. ¿Realmente me estaba excitando el tenerlo tan cerca?

El muchacho se giró a la barra gritándole a la despampanante camarera. El sonido de los altavoces aumentaba a nuestro alrededor. Pedro tomándome del brazo me acercó a él tratando de decirme algo aunque no pude escuchar bien lo que decía. El conjunto negro de jersey fino de cuello pico y pantalones de pinzas lo hacían de lo más interesante. Envueltos en la vorágine del local, volvieron las miradas sobre mi escote al tiempo que su boca se pegaba casi a mi oreja para poder hablarme. Llegó un momento que me olvidé por completo de los otros. El tenerlo tan cerca me estaba excitando más de la cuenta.

Tomamos las consumiciones y volvimos a la mesa entre peleas y empujones con los que milagrosamente conseguí que no se derramara el líquido. Tras dos pequeños sorbos a mi vodka con limón, que por cierto estaba bastante cargado, y sin que hubieran pasado ni cinco minutos, Pedro le pidió permiso a mi marido para bailar conmigo.

            Baila con ella… le encanta bailar. Luego cambiamos de pareja –contestó Juan mientras el muchacho alargaba su mano para ayudarme a levantar.

Me moría por estar con él así que le seguí dejándome arrastrar como si de una jovencita se tratara. Nuevamente sentí el roce de alguna mano desconocida rozándome la cadera. La oscuridad de la pista nos envolvió y en el fragor de la discoteca, pronto quedamos a solas y fuera del alcance de nuestros respectivos. Empezamos a bailar al ritmo de la música notando como Pedro clavaba la mirada en la mía. Le devolví la mirada moviéndome al ritmo de aquella conocida melodía. Bailaba bien así que pronto nos acoplamos el uno al otro, meneando las caderas y rozándonos de manera inevitable. El muchacho se movía a mi alrededor, pasando sus manos por mis brazos, entrelazando los dedos dejándome llevar por él. Separándome, cerré los ojos contoneándome con aquella música movida y siguiendo mi propio ritmo. Los tragos me hacían ver desenvuelta y segura de mí misma. La cabeza me daba vueltas, al parecer había bebido más de la cuenta pero me sentía bien. Abrí los ojos y volví a ver la mirada del chico clavada en mí, observando cómo me movía como una peonza y completamente ajena al resto del mundo. Vi a Pedro, que era mucho más alto que yo, provocándome para que continuara. Mientras bailábamos, me agarró de manera natural apretándose para decirme algo. Pegada más a él y con la música tan alta como estaba, nuevamente no entendí lo que me decía. Lo que sí noté fue su cuerpo envolviendo el mio, estrujándome contra él con fuerza. Cerré los ojos apreciando aquellas manos por encima del vestido. Las luces giraban a mi alrededor haciéndome sentir cada vez mejor.

Pegados como estábamos, Pedro no perdía la ocasión de bajar y subir las manos recorriendo mi figura. Yo me dejaba hacer, desinhibida como estaba y disfrutando del roce de aquellas manos que me acariciaban con disimulo. Así estuvimos bailando dos o tres canciones más, no recuerdo bien ahora. Yo no paraba de bailar, ya con total descaro y sin importarme el resto de gente.

Sus ojos se posaron en mí buscando el contacto visual. Doblándose hacia mí me habló pegando su boca a mi oído:

            ¿Lo pasas bien?

           

            Oh sí, muy bien. Creo que se me ha subido la bebida más de la cuenta –confesé riendo tontamente.

           

            Tranquila, no bebas más. Con el baile te sentirás mejor.

           

            ¿Dónde están Juan y Silvia? –dije apartando la mirada de la suya para centrarla en la marabunta de gente que nos rodeaba.

           

            No te preocupes por ellos y disfruta la noche… seguro que se están divirtiendo.

La luz cayó aún más empezando a sonar una balada lenta. Pedro me agarró acercándome a él mientras yo ladeaba la cara mirando a un punto indeterminado. A lo lejos vi a una pareja de jóvenes dándose el lote como desesperados. Noté las manos del muchacho tomándome suavemente por la cintura. Sabía que algo iba a ocurrir entre nosotros aunque tampoco quería pensar mucho en ello. Abrazándome a él me dejé envolver por la oscuridad del lugar. Pude sentir la respiración del muchacho golpeando mi rostro. La música continuaba y con las mejillas tan cerca tuve deseos de que se girara y me besara, la fuerza del alcohol comenzaba a correr por mi cuerpo haciéndome sentir caliente. Mientras me hablaba al oído, dejaba resbalar los dedos por mis brazos para luego llevar las manos a mi espalda acompañando el baile. No podía más, el tenerlo tan pegado y los dos allí solos…

            ¡Por dios, que me bese… que me bese, por favor! –pensé, asombrada por mi deseo hacia aquel hombre por el que me sentía cada vez más seducida.

Lo veía tan terriblemente guapo y el roce entre ambos era ya tan evidente que estaba hecha un flan. Me sentía como una colegiala en su primera cita, indefensa y sin saber como salir de aquella. Al fin pareció comprender mi deseo. Su pecho estaba pegado al mio teniéndome fuertemente enganchada. Observándome desde arriba, sus ojos se clavaron en mis pechos. Levantando la mirada cerré los ojos ofreciéndome por completo. Al fin noté su boca sobre la mía mordiéndome ligeramente el labio inferior. ¡Guau, cómo me gustó aquello! Me encantó que lo hiciera de aquel modo tan suave y delicado. Juan quedaba tan lejos en esos momentos, no me acordaba de él para nada teniendo solo ojos para Pedro.

Sentí que me moría mientras un calor insoportable me corría todo el cuerpo. Quieta frente a él, ya no bailaba, ni escuchaba la música, ni veía a la gente a nuestro alrededor. Tan solos él y yo, aquellos labios gruesos y carnosos que deseaba comerme. De nuevo volvió a besarme de forma tímida, a lo que respondí rodeándole el cuello con las manos al tiempo que metía mi lengua en su boca. Aquello le gustó claro y ahora fue él quien me hizo abrir los labios cogiéndome del mentón y sacándome un beso húmedo y caliente, permitiendo que su lengua llegara a mi garganta. Sus manos acariciaban mis brazos subiendo por ellos hasta alcanzar los hombros. Me abrazó envolviéndome con fuerza para besarme una vez más. Yo volaba en medio de la pista, dejándome llevar por sus manos y con los ojos completamente cerrados.

            Me gustas Inés… me gustas desde que te vi –me susurró rozando sus labios sobre mi oreja.

Nada contesté a sus palabras aunque imagino que sí le respondí con mi mirada turbia y perdida. Olvidados del mundo, nos entregamos a toda una sucesión de besos y caricias, comiéndonos las bocas de manera furiosa. Pedro bajó las manos hasta alcanzar mis redondeces traseras por encima del vestido. Gemí de placer temblando entera al notarlas apretadas entre sus dedos, pegándome contra él hasta hacerme sentir el bulto de su sexo sobre mi vientre. ¡Uff, aquello se sentía muy, muy duro! Buscándole en mi locura, me rocé contra su entrepierna mientras una de sus manos se apoyaba en mi muslo. Excitado como estaba, él también se frotó contra mí, apretando su sexo entre mis piernas de manera obscena.

            ¿Buscamos a los otros? ¡Te deseo, Inés! Vamos a un sitio más tranquilo – creí que me meaba de gusto, notándome empapada bajo las bragas al escucharle decirme aquello.

           

            Vamos donde tú quieras –dije elevándome en busca de sus jugosos labios...

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