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Las telarañas del tiempo: 19 días de sexo.

en Hetero: Primera vez

Quiero dedicar este relato a mis buenos amigos Álex y Eva. Está basado en una historia real que les sucedió no hace demasiado tiempo. Espero que todo en la vida sea felicidad. Os envío un gran abrazo.

Nota: Me gustaría dejar claro que he tenido serias dudas a la hora encajar este relato en una categoría adecuada. Aunque los protagonistas no practican sexo por primera vez, teniendo en cuenta las circunstancias que rodean la historia he decidido incluirlo en esta categoría. La vida les propone una segunda oportunidad y ellos la aprovechan como debieron hacerlo cuando eran jóvenes. En muchos aspectos se comportan como si lo fueran. Por mi parte he concebido la trama como si se tratase de una segunda “primera vez”. Pido disculpas si alguien se siente defraudado y piensa que no ha sido acertada mi decisión. No ha sido con mala intención.

“Las telarañas del tiempo”: 19 días de sexo

 

Después de una noche larga en la que apenas pudo dormir un par de horas a pequeños ratos, Álex miró el luminoso despertador y se dio cuenta de que era demasiado temprano. Las «06:55» indicaban los repelentes números rojos del aparato. En un instante vinieron a su mente todos los pensamientos que habían impedido que pegara ojo, a modo de escueto tráiler cinematográfico.

Se dio media vuelta, entre las sábanas, y quedó mirando a su mujer que plácidamente dormía a su lado, dándole la espalda. Por un momento se cuestionó cómo era posible que ningún vecino se hubiera quejado nunca de los extraños y molestos ruidos que venían del piso de al lado. Porque resultaba imposible que nadie escuchara los rebuznos, más que ronquidos, que su mujer lanzaba y que rebotaban en las paredes de la habitación como una pelota de goma, noche tras noche. Eran de tal magnitud que le ponían los pelos de punta y daban pie a que se repitieran muchas noches como aquella: de desvelo, desesperación y maldiciones entre dientes cuando no podía reprimirse.

Pero esa noche no había podido dormir por otra cuestión muy diferente. Aun resonaban en su cabeza las duras palabras que ambos se dijeron después de la cena. No tenían costumbre de discutir, ni de hacer el amor, ni tan siquiera de hablar. Al menos desde hacía dos años, coincidiendo con la fecha en que él fue despedido de la empresa en la que trabajaba, por culpa de una reducción de plantilla. La crisis económica también había llegado a su empresa, una de las pocas a las que él hubiese pensado que podría afectar.

No cabe duda que aquello fue determinante para él. Después de tres años de dedicación se vio en la calle, con 35 años, una mujer que nunca había trabajado, una hipoteca que se comía gran parte del sueldo y en la cola del paro, una cola muy larga de millones de personas en la que ocupaba el último lugar. Durante los primeros meses se lo tomó con tranquilidad, con la seguridad que le proporcionaban los casi 1.500 euros que cobraba a costa del Estado. Pero tarde o temprano aquello tendría que terminar y así fue: los 1.500 euros se vieron reducidos, drásticamente, a 426 € y algunos céntimos de propina.

De pronto, una luz se encendió en su cabeza y se levantó súbitamente. Fue hasta el cuarto trastero y se aprovisionó de un par de cajas de cartón que tenía plegadas entre el lateral del armario de las escobas y la pared. Durante un par de horas se dedicó a recoger gran parte de sus enseres personales, los más importantes para él, y los guardó ordenadamente en las cajas. Una vez hubo terminado se sentó en el sofá del salón y encendió un cigarrillo.

Su mujer no tardó en aparecer por el salón. Él sabía que estaba despierta porque hacía rato que no escuchaba los truenos que procedían del dormitorio.

―¿Y estas cajas? ―preguntó ella, frunciendo el ceño y con cara de pocos amigos―. ¿No habrás traído más trastos a casa? ¡Bastante hay con los que tenemos!

―No te preocupes… esta vez no he traído nada, todo lo contrario. ― Álex respondió con intriga, mientras aplastaba el cigarrillo contra el cenicero y arrojaba contra su mujer la última bocanada de humo.

―Si no has traído nada… Entonces, ¿para qué son?, ¿qué tienen?

―He guardado las pocas cosas personales que me importan. Al resto las considero basura. Puedes hacer con ellas lo que te plazca.

―¡Ya era hora de que hicieras limpieza! ―exclamó ella, feliz por tener más espacio para sí misma.

Álex no dijo nada; no tenía sentido responder. Se levantó y fue al dormitorio. Sacó del armario un par de maletas y las fue llenando de ropa, sin preocuparse de hacerlo ordenadamente.

―Y… Ahora… ¿por qué haces las maletas? ―preguntó su mujer, que lo había seguido intrigada por su comportamiento.

―Me voy ―respondió Álex con tono seco.

―¿Cómo que te vas? ¿Cuándo vuelves?

Él se detuvo, levantó la cabeza y miró fijamente a los ojos de su mujer. Pensó fríamente las palabras que diría a fin de no iniciar una nueva discusión.

―No, no pienso volver. Estoy cansado de esta situación. Hace mucho tiempo que apenas hablamos, mucho más que no hacemos el amor y escasas horas que hemos discutido. Todo ello ha provocado que me cuestione ciertas cosas y he llegado a una conclusión y su solución lógica: ya no te quiero y no estoy dispuesto seguir un día más contigo.

Su mujer quedó con la cara desencajada; nunca había imaginado que pudiera escuchar semejante confesión.

―Perdóname si estas enfadado por lo de anoche. ―Puso la mano derecha sobre el hombro de su esposo. Él, en un arrebato de orgullo, la retiró de un manotazo.

―No hay nada que perdonar. La discusión es lo de menos. Incluso… durante mucho tiempo he deseado que tuviéramos una. Aunque solo fuera para escuchar tu voz y sentir que estabas viva. Durante estos años he hecho lo imposible por mantener viva la llama de… de lo que fuera que quedaba entre los dos. Pero siempre que me acercaba a ti de forma cariñosa tenías la excusa de que estabas cansada o que te dolía la cabeza. Siempre que intentaba entablar una conversación subías el volumen de la tele y me ordenabas callar porque no te enterabas de lo que decían. Ni siquiera se daba la posibilidad de una discusión. No sé cuándo se apagó mi llama. Lo único que puedo decir es que ya no siento su calor; que no hay nada dentro de mí que me impulse a seguir juntos. ¡Así de simple!

Tras vaciarse y confesar sus sentimientos, cerró la cremallera de las maletas, recogió las cajas del salón y se marchó, haciendo caso omiso a los lamentos y súplicas de su esposa. Salió a la calle y respiró profundamente el aire fresco de la mañana, que le supo a libertad y liberación. Su rostro volvió a recobrar la sonrisa que durante casi toda su vida le había caracterizado. Se sentía con ánimos para afrontar lo que viniese.

Lo lógico fue volver con sus padres. También lo más práctico. No podía permitirse el lujo de pagar una hipoteca y un alquiler al mismo tiempo. Siendo precisos, lo poco que cobraba no le daba para ninguna de las dos cosas. Pensó que tarde o temprano el banco se apropiaría del piso por falta de pago y que, en todo caso, su mujer se quedaría con el dinero que sobrara del remate.

Durante algo menos de un año no volvió  a saber nada de ella. Un buen día recibió una llamada de su abogado para comunicarle que había llegado a un acuerdo con el de ella. Le pidió que acudiera a su oficina para firmar los papeles de la separación y que estuviera tranquilo porque todo estaba resuelto, de forma favorable para ambos.

La noticia fue como un revulsivo para Álex: se sentía feliz y quiso salir a celebrarlo. A pesar de ser verano y hacer mucho calor, quedó con sus amigos en una cafetería, a las ocho de la tarde.

Pasada la hora, y viendo que no llegaban, llamó a uno de ellos por teléfono. Tras varios intentos sin éxito desistió de seguir intentándolo. Era consciente de la poca puntualidad de sus amigos y se armó de paciencia.

Aburrido, y tras un par de cafés, casi era capaz de describir con los ojos cerrados a cada uno de los clientes del local. Fue el único pasatiempo que se le ocurrió para distraerse. Pero, al  levantarse los clientes que ocupaban una de las mesas del fondo para marcharse, se percató de que detrás de ellos había otra mesa más, ocupada por una mujer de cabello oscuro y semblante serio. Como no le quedaba nadie más a quien observar, analizar y criticar, se dedicó de forma exclusiva a su nuevo hallazgo.

Cuanto más la miraba, mayor era la impresión de que la conocía o de que le recordaba a alguien. Tan solo podía verla de perfil debido a su posición y comenzó a pensar en voz alta.

―Se parece a alguien, pero no caigo. Puede que a Angelina Jolie… que va, ¡para nada! Tal vez a Nefertiti. Recuerdo haber visto alguna foto de su busto y de perfil se da un aire. ―En ese momento se puso a reír a carcajadas―. Aunque… pensándolo bien… puede que sea el doble de Alfred Hitchcock. ―Volvió a reír con más ganas. No albergaba la más mínima duda de que estaba aburrido y solo se le ocurrían sandeces.

En ese momento la mujer levantó el brazo para llamar a la camarera. Al hacerlo giró la cabeza y Álex pudo ver su cara por completo. ―¡Eva!―, exclamó al reconocer los rasgos de una vieja amiga. Sin pensarlo dos veces se levantó y se dirigió hacia ella, con prisa. Hizo un gesto a la camarera para indicar que no se marchaba sin pagar, sino que simplemente cambiaba de mesa.

―¿Puedo sentarme? ―dijo cuando estuvo a su lado.

Ella levantó la cabeza, apartando la vista del libro que leía con avidez. Miró a Álex, extrañada por la pregunta.

―¿Cómo dice? ―preguntó ella, con cierta timidez. Pero no tardó en reaccionar ante quien tenía delante de sus ojos―. ¿Álex? … ¿Eres tú? ―Se levantó temblorosa y se abrazó a él, sin darle tiempo a responder.

Él, que sentía tanta emoción como ella, la estrechó bien fuerte entre sus brazos, como si no quisiera despegarse. Pronto tuvo que hacerlo ante el aluvión de preguntas que Eva comenzó a plantearle.

―¿Qué es de tu vida? ¿Dónde te has metido? ¿Qué haces aquí? ¡Joder! Hace mil años que no te veo… ¡Qué alegría!... ¡Estás estupendo!

En ese momento los recuerdos acudieron a la mente de Álex. Sobre todo uno muy concreto: Eva solía ser una chica bastante parlanchina, y durante el tiempo que fueron amigos adoptó la costumbre de taparle la boca con la mano, a modo de broma. Inconscientemente recurrió a aquella vieja fórmula.

―¡Calla, por favor! ¿No querrás que salga corriendo antes de responderte? Dime que sí con la cabeza si estas dispuesta a dejarme hablar ―dijo sin poder contener la risa.

Dejó de presionar y retiró la mano al obtener una respuesta afirmativa.

Mientras Álex respondía a todas las preguntas y adelantaba respuestas a las que imaginaba que vendrían después, los avellanados ojos marrones de Eva brillaban de una forma que él casi había olvidado. Por su parte, el corazón del hombre rugía como si fuera el motor de un Fórmula 1 a pleno rendimiento. Habían pasado muchos años desde que perdió toda esperanza de volver a verla.

―Ya ni me acuerdo de cuantos años han pasado ―dijo Eva―. Por lo menos…

―El mes que viene serán 19 años. ―Álex se adelantó ante las dudas de su vieja amiga.

―¡Joder! 19 años ya. ¡Cómo pasa el tiempo! Entonces éramos prácticamente unos críos. Ahora que me acuerdo… la última vez fue antes de irme a estudiar a Barcelona.

―Justo el día antes de marcharte. Lo recuerdo como si fuera ayer ―dijo Álex con nostalgia.

―¡Vaya! Tienes buena memoria.

―¿No he de tenerla después de lo que hice?

Eva miró a Álex sorprendida. Denotó cierta tristeza en sus palabras.

―No entiendo. ¿Qué es lo que hiciste? ―preguntó, angustiada por si se trataba de algo malo.

―Verás... no lo recuerdo porque sea la fecha en que te fuiste. Fue porque… ―los nervios se apoderaron de él―. Fue porque al día siguiente me hice un tatuaje en el que incluyeron la fecha.

Eva lo miró más perpleja todavía. Estaba sumamente intrigada por la revelación de su amigo.

―¿Qué tatuaje? ¡Enséñamelo!... ¡Quiero verlo! ―Eva insistió como si fuera una niña caprichosa.

―No creo que te guste. ―Álex sonrió con una extraña mueca.

―¿Que no me gusteee…? Ahora sí que no te escapas sin enseñármelo. Salvo que lo tengas en una zona que no deba mostrarse en público.

El hombre rió ante la ingenuidad de la mujer.

―No temas. No es el caso ―dijo Álex y acto seguido se levantó el polo que llevaba puesto.

En ese momento ella pudo ver un extraño dibujo, justo debajo del corazón de su amigo. Dentro pudo leer la frase «TE ODIO», en mayúsculas y con un tamaño nada despreciable. Justo debajo, con letra más pequeña, la fecha a la que Álex había hecho referencia «12 de septiembre de 1.992».

Extraños pensamientos acudieron a la mente de Eva. No entendía muy bien el significado de aquellas palabras. No podía precisar si se sentía angustiada o feliz por el encuentro. El miedo a preguntar era mayor que el de obtener respuesta. Después de unos angustiosos segundos se decidió.

―¿Por qué ese… «TE ODIO»? ¿Entonces me odiabas? No lo entiendo.

―No le des mayor importancia. Me sentí frustrado porque te marchabas y presentí que nunca más nos veríamos. Después de todo no me faltó razón. La prueba es que hoy nos hemos visto después de 19 años y gracias a un destino muy caprichoso.

Álex entristeció los ojos sin llegar a llorar. Ella lo notó y también se sintió afligida.

―Tienes razón, Álex. Me fui con la intención de volver durante las vacaciones o en alguna fecha especial, por aquello de no desvincularme de lo que dejaba atrás. Pero las circunstancias cambiaron y todos mis planes se fueron a la mierda. Pero tampoco era para tanto. La amistad nunca se pierde… por muchos años que pasen.

―Es cierto. Pero hay cosas que no… ―Álex se detuvo. Un segundo después continuó― que no son fáciles de soportar cuando alguien se va.

―No me digas que estabas… ya sabes ―Eva miró a su amigo con la esperanza de que supiera lo que pretendía decir. Ante la falta de reacción terminó la frase―. Quiero decir que si, ¿estabas enamorado de mí?

El silencio de su amigo confirmó su sospecha. Miraba sus ojos y solo podía ver ternura en ellos. Una ternura que jamás había conocido en nadie. Los recuerdos de cómo era él en aquellos tiempos de juventud alocada volvieron a su mente. Apenas se conocieron dos años antes de marcharse, pero recordó lo bien que lo pasaban juntos y la absoluta complicidad que habían adquirido en ese tiempo. Lo recordaba como un muchacho jovial, siempre de buen humor, sincero, cariñoso con todo el mundo y sobre todo sensible, mucho más tierno que cualquiera de sus conocidos.

―¡Lo siento! Lamento haberme ido sin saberlo. ―Eva cogió su mano―. De haber sido así… hubiese sido un motivo perfecto para volver de vez en cuando. Yo nunca albergué ese tipo de sentimientos. Pero estoy segura de que si me lo hubieses dicho no podría haber resistido la tentación de intentarlo.

―¡C’est la vie! Ya no tiene remedio ―respondió Álex, resignado por la vida que le tocó vivir sin ella. Seguramente muy distinta a cómo hubiese podido ser.

―¡Venga, tonto! No nos pongamos tristes. Vivamos el momento y aprovechemos el regalo de habernos reencontrado. Vamos a otro sitio. En este lugar hay demasiada tristeza. ―Eva insistió en invitar a su amigo y se marcharon tras pagar.

Mientras caminaban por la calle sus miradas se cruzaron repetidas veces. Ambos se sentían felices; no obstante, los posos que quedan en el fondo del vino amargo que representa la nostalgia impedían que sus emociones se pudiesen manifestar de forma evidente; no resultaba fácil retomar una complicidad difuminada por tantos años sin saber el uno del otro.

Dedicaron el resto de la tarde a recorrer aquellos lugares que antaño habían representado algo especial para ellos. Inconscientemente pensaron que les ayudaría a recordar cómo se comportaban en sus años mozos. No tardaron en descubrir que el efecto deseado se había satisfecho: se dieron cuenta de que habían llegado al mirador donde solían ir a contemplar el mar, cogidos de la mano como si su amistad hubiese sido algo más.

―En el fondo no hemos cambiado nada―dijo Eva―. Me siento como la chiquilla que fui hace tantos años. ¡Mírame! Cogida de tu mano como si nunca me hubiese desprendido de ella. Siempre me sentí cómoda y protegida aferrada a ella.

Álex no encontró palabras que estuvieran a la altura de las expresadas por su amiga.

―Durante los primeros años ―prosiguió Eva―, recordé cómo veíamos alejarse los barcos en el horizonte. En cierto modo me sentía identificada con ellos y con la idea de alejamiento que representaban. No puedes hacerte una idea de cuanto te añoré.

En ese momento Álex se giró hacia ella y besó sus labios, sin pedir permiso y sin pensar en las posibles consecuencias. Nada tenía que temer puesto que ella le correspondió. Sintió como si Eva lo hubiese deseado mucho más que él.

―Siempre me pregunté cómo sabrían tus labios ―dijo Álex―. Ahora sé que las frambuesas tienen mucho que envidiarlos en cuanto a sabor y textura.

―¡Basta! No hablemos de quienes no están aquí para defenderse. ―Bromeó Eva―. Deja de regalarme el oído y aprovechemos el momento antes de que llegue la tormenta.

Él quedó pensativo durante un par de segundos.

―¿Tormenta? No entiendo que quieres decir. ¿Me vas a castigar por haberte besado? ―Su desconcierto era exagerado.

―No, tonto. ―Eva rio con ganas―. Me refiero a la tormenta que se acerca por el horizonte… ¡fíjate! ― Eva cogió la cara de Álex, con ambas manos, y le obligó a girar la cabeza hacia el mar. Entonces, ambos pudieron ver que las nubes eran de un gris muy oscuro y que se acercaban demasiado deprisa. Volvieron a besarse hasta que estimaron que tenían el tiempo justo para escapar y buscar un refugio seguro.

Lo encontraron en un coqueto bar que no distaba mucho del mirador. Se sentaron junto a un gran ventanal desde donde se veía el mar y las nubes tenebrosas que amenazaban con tragarse todo cuanto encontrasen a su paso.

Sentados, el uno junto al otro, no se soltaron las manos hasta que la oscuridad de la noche ocultó el lúgubre color del cielo. En ese momento desapareció la sensación de angustia y pudieron entregarse al placer de una conversación relajada y con cierto aroma a romanticismo. Fue la excusa perfecta para que Eva relatase a Álex cómo habían sido los años que mediaron entre el día que se fue y aquel en que se había reencontrado con él.

―Estudié Biología Marina, me enamoré de uno de mis profesores, bastante mayor que yo, y nos casamos al poco de terminar la carrera. Durante diez años todo fue casi perfecto, justo hasta el día en que descubrí que se apropiaba, para cuestiones personales, de gran parte del dinero que recibíamos como subvención para realizar nuestro trabajo.

―¿Trabajo? No me he acordado de preguntarte. ¡Qué cabeza la mía! ―dijo Álex.

―Montamos una sociedad y nos dedicábamos a tareas de estudio y análisis previos a cualquier actividad que se propusiese efectuar en el mar el Estado o alguna entidad privada. Precisamente era el Estado quien nos financiaba, y… ¡bastante bien, por cierto! Compramos un barco y lo adoptamos como vivienda permanente. Era como tener el trabajo en casa y viceversa. Decidimos no tener hijos y eso nos proporcionaba total independencia.

»Como es lógico, tras enterarme de lo que hacía le pedí que se fuera y disolvimos la sociedad. Ahora trabajo por mi cuenta y me va muy bien. Siento que tú perdieras el tuyo y que te hayas visto obligado a volver al hogar paterno. Pero…, en el fondo me alegro; ha sido gracias a ello que nos hemos vuelto a ver.

Tras las explicaciones de Eva ambos se sintieron más implicados en la vida del otro. Álex se alegró de que al menos a ella le fuese bien. En cuanto a él se refería, no era demasiado pesimista pese a la situación del país.

Las horas fueron transcurriendo hasta pasar la media noche. En la calle, la tormenta se mostraba cruel y violenta con todo lo que encontraba a su paso. Ellos parecían estar al margen de lo que ocurría a su alrededor y se entregaban al placer de beber licores que poco a poco fueron nublando el juicio y consiguieron que sus inhibiciones desaparecieran por completo. La consecuencia lógica fue que desaparecieron los besos castos y dieron paso a la lascivia. Sus corazones estaban calientes y sus cuerpos clamaban por un desahogo.

―Vamos a mi casa ―propuso Eva―. Estoy tan caliente que no puedo aguantar más sin tenerte entre mis piernas.

Álex quedó atónito ante lo que escuchaban sus oídos. Pensó que el licor había conseguido en pocas horas lo que él no pudo en dos años. No en vano, la deseaba más que al aire que respiraba y no podía dejar pasar la oportunidad que ella le brindaba. Aun así, había ciertas cosas que lo intrigaban.

―¿Tu casa? Querrás decir la de tus padres… a no ser que me sorprendas diciéndome que tienes casa propia aquí.

―Tienes razón. ¡Me has pillado! ―Eva extendió los brazos y colocó las manos como lo hacen los delincuentes cuando los esposa la policía. Álex pensó que su amiga había visto demasiadas películas de policías y ladrones―. Es cierto. Me refería a la casa de mis padres. Ellos viven en Valencia desde hace algunos años y yo la uso cada vez que vengo.

Aclarada la intriga, llamaron a un taxi y se fueron cuando llegó.

La casa estaba situada en un lugar apartado de la ciudad. Era una zona tranquila, con cierto aroma a pueblo y parecía colgar de un pequeño acantilado. Desde la zona sur se veía el mar a través de las ventanas y balcones. A pesar de tener la tormenta encima, a lo lejos se apreciaban los rayos de luna que se filtraban entre las nubes y que chocaban contra el agua, propiciando reflejos que despertaban la imaginación del hombre.

―Pronto pasará la tormenta ―dijo―. A lo lejos se adivinan claros que indican esa posibilidad.

Al no recibir respuesta se giró y pudo percatarse de que se encontraba solo. No sabía donde estaba Eva, pero no le importó demasiado y siguió mirando por el balcón. El estruendo que producían las olas que chocaban de forma violenta contra las rocas lo tenía entretenido aunque con cierta sensación de desasosiego.

―Imagino que es imposible que el agua llegue hasta la casa ―volvió a decir, levantando la voz para que ella lo escuchara desde donde se encontrase. Cayó en la cuenta de que seguramente estaba en el cuarto de baño. «Después de todo, cuando una chica desaparece es más que posible que esté en ese lugar», se dijo.

En ese momento se sobresaltó a sentir algo sobre su hombro derecho. Giró la cabeza y pudo ver que se trataba de la mano de su amiga. Eso le tranquilizó. Aun así, notó un agradable aroma en el ambiente que no había percibido hasta que ella se acercó por detrás. Giró su cuerpo por completo y sus ojos se deleitaron con el de Eva, que estaba semidesnudo. Sin llegar a asemejarse en desnudez con la Eva que tentó a Adán en el Jardín del Edén, para él fue igual que si estuviera tal y como había llegado al mundo. Siguió con la nariz el rastro del agradable aroma hasta llegar al cuello de la mujer.

―Me gusta tu perfume. Pero me gusta mucho más quien tiene su cuerpo impregnado con él.

Eva volvió a reír.

―No me digas que siempre hablas de esa forma a las mujeres ―dijo―. Resulta galante, pero… conmigo no surte efecto. Tus labios dicen mucho más que tus palabras. ―Acercó su boca a la de él y se besaron con pasión―. No sé si será por el reencuentro, por la tormenta o por el licor, pero el caso es que estoy loca por follar contigo. También puede que sea porque jamás me lo había planteado…. Las chicas somos así de imprevisibles.

La mujer deslizó ambas manos por el pecho del hombre, lentamente y con dedicación. Finalmente llegó hasta el miembro viril y lo palpó a través del pantalón. Él alcanzó la erección nada más sentir la presión sobre su sexo. No podía creer que aquello estuviera sucediendo; habían sido demasiados los años que soñó con esa posibilidad. Se sentía como si fuera primerizo.

―Vamos a mi dormitorio ―dijo Eva con voz sugerente.

Obviamente Álex no puso objeción y la siguió de cerca mientras ella mostraba el camino. Justo en el momento en el que entraban en el cuarto, quedaron a oscuras. Él pensó que ella había apagado la luz, pero pronto salió de dudas.

―¡Que oportuno! Justo en este momento se tiene que ir la luz. ―Eva se acercó al balcón y confirmó que toda la zona había quedado a oscuras―. No importa. Puede que sea obra del mismo destino que nos ha vuelto a unir.

Gracias a la luz que proporcionaban los relámpagos, pudo acercarse de nuevo a Álex y se abrazaron unos instantes. Los besos lujuriosos terminaron por encender al hombre. Sus manos pasaron a la acción y recorrieron el cuerpo de su amiga. Palpó todo lo que tenía a su alcance como si de un invidente se tratase. Tal situación le motivaba más al no ser visible el cuerpo de su amiga. El tacto se encargaba de proporcionar al cerebro toda la información necesaria.

Ella se separó unos centímetros y comenzó a quitarse el sujetador. Un resplandor iluminó la habitación y los pechos de Eva se dejaron ver entre sombras, durante un par de segundos. Acto  seguido Álex adivinó, gracias al oído, que ella se quitaba la prenda inferior.

―La verdad es que… el temita se las trae ―dijo él ironizando―. Justo esta noche tenía que irse la luz. Hace años que no se produce un apagón y tiene que ser precisamente esta noche, en estos momentos. ¡Manda cojones!

―¡Calla! No hables o romperás la magia. Si no nos vemos… es posible que imaginemos tener 19 años menos y que el tiempo no ha pasado.

Eva tiró del polo que cubría el torso de su amigo y se lo sacó por encima de la cabeza. Él se dejó hacer sin decir palabra. Tras conseguirlo fue besando su pecho hasta llegar al estómago. Se arrodilló en el suelo y comenzó a desabrochar el pantalón de Álex que comenzaba a acelerar la respiración. Pronto sintió cómo su miembro era liberado y quedaba a merced de ella. No tardó en ser engullido por sus sedosos labios. La felación que le practicaba era algo diferente a lo que jamás había sentido: al verse privado de uno de sus sentidos, la vista, era como si el tacto se hubiese desarrollado mucho más, en pocos minutos y de forma milagrosa para poder disfrutar como nunca lo había hecho.

Durante varios minutos gozó con las caricias proporcionadas por los labios carnosos y hambrientos de Eva. Después ella se tumbó sobre la cama y reclamó su atención.

―Ven, Álex. Quiero que hagas conmigo lo que tantas veces debes haber soñado ―dijo la sugerente voz de Eva.

Él terminó por desnudarse del todo y se dispuso a tumbarse su lado. Al hacerlo tropezó con una de las rodillas de la mujer. Palpó con las manos y pudo notar que estaba abierta de piernas, esperando ansiosamente ser penetrada.

―¡Eva! ―Llamó su atención―. He que decirte que no tengo preservativos. Cuando salí de casa no podía imaginar que ocurriría lo que ha ocurrido.

―No importa, amor. Prefiero que sea así. Me sentiré feliz al sentir tu leche dentro de mí. Ya no tengo edad para demasiadas alegrías, pero… si Dios quiere que quede preñada, bienvenido será lo tenga que venir. Incluso lo querré si tú te desentiendes.

―¿Cómo puedes pensar eso de mí? ―protestó Álex―. Yo también he deseado siempre tener un pequeño enano en mi vida. Lo que pasa es que nunca quise que mi ex fuera la madre.

Mientras Álex hablaba, ella cogió el pene, lo acomodó en la entrada de la vagina y remató la faena, arremetiendo con su cuerpo contra él. Estaba tan húmeda que la polla resbaló en su interior, hasta que el glande chocó contra el útero.

―¡Vamos, Álex! ¡Hazme lo que tantas veces me has hecho en tus fantasías! ―suplicó Eva, prácticamente segura de que había sido así.

En ese momento él fue consciente de la situación y comenzó a entrar y salir de ella. Efectivamente había imaginado muchas veces que follaba con Eva, cuando lo hacía con su ex, y no necesitaba más inspiración para hacerle el amor a la mujer de su vida. Tantas veces había deseado lo que entonces tenía, que no tardó en inundar las entrañas de su amada al tiempo que ella tenía su orgasmo. Pensó que realmente el destino había preparado todo para que fuera perfecto. No podía imaginar otro motivo más acertado.

―¡Vaya! Veo que no necesitas mucho para correrte. ―Se lamentó Eva―. Imagino que te ha pasado lo que a mí…; que llevabas tanto tiempo sin hacerlo que no has podido contenerte.

―Tienes razón… en parte. Más que por abstinencia ha sido por las ganas que siempre te tuve. Casi podría decir que eres la primera a quien hago el amor. Las otras veces tan solo ha sido follar.

―¡Joer!... ¡Vendita mi suerte!... yo también quiero que me follen, aunque… si son las dos cosas al mismo tiempo, ¡mejor que mejor! Pero no me quejo: al menos ha servido para quitarme las telarañas; hace varios meses que no me mojaban el churro.

―Casi… podría decirte que me he sentido como si fuera un primerizo. Pero no puedes echarme la culpa. He hecho lo que me has pedido. ¡Ni más, ni menos!

―Tienes razón. No le des más vueltas. Habrá mejor ocasión… ¡espero! ― Ella trató de consolarse.

Aunque Eva lo desconocía, en las fantasías de Álex el sexo siempre había ocupado un lugar secundario; casi siempre había imaginado situaciones más románticas que morbosas. Puede parecer contradictorio, pero en esos instantes los pensamientos de Álex lo eran. Pensó que ese no era el momento más apropiado para cierto tipo de confesiones. Menos si valoramos el hecho de que aun seguía dentro de ella y se esforzaba por acomodar su cuerpo de tal forma que no supusiese demasiado peso para ella.

Eva no se percató de tal circunstancia y seguía hablando con él mientras le acariciaba el pelo. Puede que, después de todo, se sintiera igual de romántica. Nunca se había encontrado tan cómoda después de tener sexo con un hombre. La prueba irrefutable era que, tras casi cinco minutos, aun seguían encajados y dedicándose caricias mutuas. Esa sensación le estaba gustando hasta que…

―¡Milagro! Ha vuelto la luz ―Eva se vio sorprendida ante tal acontecimiento. Álex tuvo que abrir los ojos para confirmarlo―. Quítate de encima, Álex. Tengo que ir al baño no sea que… que se vaya de nuevo y tenga que orinar a oscuras.

Él obedeció y pudo admirar el cuerpo desnudo de Eva. Pensó que, a pesar de sus años, su amiga seguía teniendo un físico más que apetecible. Aun así no disponía de muchos indicios para mantener su teoría; tan solo la había visto de espaldas mientras salía del dormitorio, ¡a toda prisa!

Eva no tardó en regresar. Al entrar en el dormitorio quiso meterse en la cama con celeridad, pero Álex la detuvo.

―Espera. Deja que te mire bien. Quiero mantener en la memoria este momento.

―¿Tiene que ser ahora? ¡No veas cómo ha refrescado con la puñetera tormenta! ―Eva protestó, pero cedió ante la mirada caprichosa de su amigo.

Álex recorrió su cuerpo con la vista, sin perderse ninguno de los detalles que configuraban la anatomía femenina. Todo lo que veía le pareció precioso: los pechos menudos, los hombros algo huesudos, la cintura estrecha que se fundía con lo que le parecieron unas deliciosas caderas, los muslos generosos y el triangulito casi rapado que coronaba el sexo. No quiso que se sintiera molesta si la solicitaba girarse: a fin de cuentas había podido verle el trasero aunque fuera de forma fugaz. Terminada la inspección, ella, que había hecho lo propio con él, se tumbó a su lado y se cubrió con la sábana. Se abrazaron y los besos apasionados volvieron a surgir.

Pero, a pesar del gatillazo, Álex no era de piedra y ver el cuerpo desnudo de Eva fue demasiado para permanecer inalterable. Ella lo notó al palpar su miembro.

―¡Vaya! Parece que el soldadito vuelve a estar firme. ―Eva se mostró sorprendida e ilusionada con gozar de nuevo― ¿Te apetece otro asalto? ―preguntó con ingenuidad al tiempo que masajeaba la polla con delicadeza.

―Si es lo que deseas… por mí conforme.

Sin tiempo que perder, Eva se colocó encima de él, acomodó la verga y fue descendiendo lentamente. Antes de introducirla por completo comenzó a cabalgar sobre él; parecía tener demasiadas ansias.

Aunque él estaba suficientemente motivado al ver cómo la hembra se movía y sus pechos se balanceaban, había algo que no terminaba de satisfacerle. Ella lo notó en su rostro.

―¿Qué ocurre, Álex? Parece como si tu cabeza estuviera en otra parte. ―Eva trató de averiguar.

―No es nada. Es tan solo que… casi prefiero que no haya luz. Sé que es una tontería, pero no lo puedo remediar.

Eva no dijo nada, aunque trató de enmendar la situación. Para ello se levantó, pulsó el interruptor de la luz y todo quedó a oscuras. Volvió a colocarse sobre él y a tientas consiguió introducirse la verga de nuevo. Pensó que ceder ante el capricho de su amigo había merecido la pena: ahora él colaboraba de forma activa y su entrega era total. Pudo notarlo en la forma de agarrarle los pechos, en la intensidad de los besos y en el modo salvaje con que la embestía a golpe de cadera.

―¡Mucho mejor!... ¡Mucho mejor, Álex! Ahora sí puedo sentir que me follas de verdad. ―Eva estaba enloquecida y se afanaba en buscar un segundo orgasmo.

Pero Álex era diferente. Al menos en aquella situación. Sus sensaciones eran más emotivas que viciosas, y no por ello menos placenteras. Podía percibir en su cerebro cada una de las penetraciones, como si de pequeños tesoros se tratasen. Más que manosear los pechos de Eva, sus manos se deslizaban suavemente, deleitándose con cada centímetro cuadrado de piel. Resultaba prácticamente imposible que su cerebro pudiese ordenar golpes violentos de cadera y delicadas caricias táctiles al mismo tiempo. Era totalmente contradictorio.

Eva no tardó en conseguir el orgasmo, gritando enloquecida y sin dejar de cabalgar sobre él. Su aliento desbocado chocaba contra el rostro de su amante. Sus manos se aferraban a las sábanas, apretando los puños cuanto le era posible. Sin duda el orgasmo era mucho más intenso que el que había gozado muchos minutos antes.

Cuando terminó de orgasmar, Eva quedó rendida sobre el pecho de su amigo, transmitiéndole por contacto los furiosos latidos de su corazón.

―¡Gracias, amor! ―dijo Eva entre jadeos―. Ahora sí que he disfrutado como una perra. Te pediría que me dieras por detrás, pero… prefiero que te corras otra vez dentro de mí. Lo otro lo dejamos para mañana. ¡Vamos!... ¡Dame tu semen!

Tras escuchar las palabras de Eva, Álex se sintió, más que como un amante, como un semental. No le importó y siguió follando hasta derramar su semilla dentro del coño. Le costó más de lo esperado, pero el resultado fue satisfactorio para los dos.

Después de más de media hora ambos estaban exhaustos. Era bien entrada la noche y tan solo se escuchaba el rumor de las olas al chocar sobre las rocas; la tormenta había pasado y los rayos de luna incidían sobre la habitación con mayor inclinación, señal de que estaba a punto de desaparecer de la bóveda celeste. Antes de que ocurriera, Eva y Álex quedaron profunda y placenteramente dormidos, abrazados y proporcionándose calor mutuo.

Pasadas unas horas él despertó. Se desperezó extendiendo los brazos y notó que su amiga no estaba a su lado.

―¡EVA! ―gritó, tratando de averiguar dónde se encontraba.

―Estoy aquí. ―Ella no tardó en responder a su llamada desde el balcón―. ¡Mira! Hace una tarde preciosa.

«¿Tarde?», se preguntó a sí mismo Álex. Miró su reloj de pulsera y pudo averiguar que eran casi las cinco de la tarde. Calculó que había dormido unas diez horas, demasiado tiempo si lo comparaba con el resto de los días precedentes. Incluso tuvo que remontarse a los años previos a la perdida de su empleo. Desde entonces lo habitual para él era dormir no más de seis horas. Aquel acontecimiento, y lo que vino después, influyeron de forma determinante en su reloj biológico. Tuvo épocas de tal desesperación que en algunos momentos puntuales se vio obligado a recurrir a los servicios psiquiátricos de la Seguridad Social. La voz de Eva disipó sus pensamientos.

―¡Ven! Hace un día tan maravilloso que apetece bañarse.

Álex se acercó a ella con tranquilidad. Estaba de espaldas y totalmente desnuda. Entonces pudo admirar con detenimiento su hermoso trasero. A contra luz lo comparó, en sus pensamientos, con la cara oculta de la luna. Rio ante la ocurrencia absurda de su subconsciente.

Al llegar junto a Eva la abrazó por detrás, acomodando su cuerpo al de ella. Su pene colgaba entre las piernas y se acopló perfectamente a la hendidura que separaba los glúteos. Ella no se mostró indiferente ante semejante sorpresa.

―¡Ummm! ―exclamó―. Veo que vuelve a tener vigor ―añadió al notar como crecía la polla y se introducía entre sus muslos, en un desesperado intento por encontrar un espacio donde acomodarse.

―A mi no me mires. Ella es la que manda. Por más que lo intento… no puedo evitar que crezca ―afirmó Álex, arrancando carcajadas de felicidad a Eva.

Ella inclinó su cuerpo, apoyando los antebrazos en la barandilla y echando el culo hacía atrás. Su acción obligó a que Álex retrocediera.

―Quiero que me la metas por detrás ―pidió Eva―. Ve al cuarto de baño y trae un bote de gel que hay en la ducha. El de color amarillento tiene aroma a melocotón. Necesitaremos ayuda para que entres sin dificultad y yo me ahorre unos días de molestias.

Álex no cuestionó la orden recibida y la cumplió con diligencia. Al volver entregó el gel a Eva. Ella embadurnó sus manos abundantemente y las frotó hasta conseguir bastante espuma. Acto seguido la extendió por todo el miembro viril, que para entonces estaba erecto y muy duro.

―Échame un buen chorro por encima del agujerito, lo extiendes por la corona y después introduces un poco con el dedo ―dijo Eva tras adoptar la posición que había tenido un par de minutos antes.

No es que Álex tuviera demasiada experiencia follando por detrás, pero sabía muy bien cómo debía hacerlo. No obstante, le resultó llamativo que ella insistiera después de haberlo comentado de pasada la noche anterior.

―¿Sueles practicar sexo anal con frecuencia? ―preguntó a su amiga al tiempo que le inundaba el ano con el gel. No quiso ser tacaño por miedo a que ella sufriera.

―Alguna que otra vez ―respondió la mujer―. No te preocupes por ello pues, si lo hacemos con cuidado, no creo que haya el menor problema. La mayoría de las veces lo disfruto y, por otro lado, tampoco es que la tengas descomunal.

Las palabras de Eva debieron molestar a Álex puesto que comenzó a profundizar sin previo aviso.

―¡Cabrón! ―gritó Eva al sentir cómo se adentraba en ella―. Espera a que te avise.

―Perdón ―respondió él. A continuación, y aunque suene a chiste, comenzó a toser y con cada espasmo de su cuerpo la polla se introducía un poco más―. Lo siento. No puedo evitarlo. Me ha venido de repente ―se excusó durante un par de segundos en los que pudo hablar.

Tras el lamentable incidente, ella decidió que entrase del todo y se encomendó a los cielos. Aguantó estoicamente los envites y los gritos ayudaron a calmar el ligero dolor. Poco a poco el ano se fue relajando y Álex recibió la orden de intentarlo con mayor velocidad. Estaba tan arrepentido por haber actuado de mala fe, que se esmeró en hacerlo con sumo cuidado: después de todo tan solo había sido un arrebato; al menos así quiso tomárselo.

Eva sentía un leve dolor con cada penetración, pero se tranquilizó al pensar que se debía a la dilatación y no al rozamiento. Le reconfortaba saber que no sentiría escozor ni nada parecido una ver hubieran concluido. Con esa idea en mente decidió colaborar y poner de su parte todo lo que pudo a fin de que la experiencia resultase gratificante para ambos.

Álex no tardó en percibir que iba a correrse y se lo anunció a Eva entre jadeos.

―Hazlo fuera. Sobre el culo. No me resulta agradable que me inunden el recto. ―Eva se mostró tajante en ese aspecto.

Así lo hizo él, sin rechistar ni poner un solo pero. Para ello se desencajó con rapidez, justo en el momento en que el primer chorro salió disparado sobre la espalda de su amiga. El segundo fue menos copioso y resbaló entre los glúteos, introduciéndose una pequeña cantidad en el ano. Ella no se dio cuenta de tal circunstancia y él prefirió callarlo por si las moscas.

―No es que me duela siempre ―comenzó a explicar Eva, al tiempo que se incorporaba―; pero la cuestión es que la primera vez que lo intento con un hombre me duele en mayor o menor medida. Las siguientes son menos traumáticas y mucho más placenteras. En el fondo me encanta que me den por detrás, siempre y cuando se den las circunstancias adecuadas.

―He tratado de ir con cuidado. Perdona si te he hecho daño ―dijo Álex con tono serio.

Después de ser enculada, y haciendo un balance global con el resto de la noche, Eva decidió que había merecido la pena entregarse a su viejo amigo. Nunca antes lo hubiese imaginado y no sentía el menor remordimiento. Sus circunstancias personales habían cambiado mucho a lo largo de los años y su forma de verlo también. Se sentía extremadamente feliz y ahora lo veía como algo más que un viejo amigo.

―Álex ―dijo Eva esbozando una leve sonrisa.

―Dime, Eva.

―Sé que puede parecer precipitado y que ya no somos unos críos, pero… ¿qué te parece si pasamos juntos los quince días que me quedan de vacaciones?

Él quedó pensativo. Jamás hubiese imaginado escuchar de labios de su amiga una pregunta como la que en ese momento se le planteaba. En el fondo se moría por decir que sí. Aunque también pensaba que podía tratarse de un capricho pasajero; una de esas bobadas que se dicen en determinados momentos y sin sentido aparente. Posiblemente al día siguiente desaparecería la magia del momento. Puede que incluso antes.

―Dejemos que pasen los días y vamos decidiendo cada uno de ellos. Creo que será lo mejor ―propuso él.

―Como quieras. Veo que con los años has madurado y te has vuelto más juicioso. ¡Eso me gusta en un hombre!

Ajustándose al acuerdo fueron transcurriendo los días. Álex dejó de pensar en sus problemas económicos y personales. Eva, que hasta la fecha no los había tenido, cayó de bruces en uno bien grande: se estaba enamorando de Álex.

Llegado el décimo quinto día juntos, era momento de hacer balance y pensar en despedirse. Pero resultaba muy difícil olvidar dos semanas en las que ambos habían sido más felices que nunca. En sus cuerpos aun perduraba el aroma del otro, el recuerdo de lo vivido y las interminables noches de cariño y sexo apasionado. Fueron dos semanas con sabor a luna de miel. Practicaron sexo de todas las formas que pudieron imaginar, en los lugares más insospechados y explotaron al máximo las posibilidades que sus cuerpos, todavía jóvenes, podían ofrecer al otro.

Fue tanta la dicha vivida y tan pocas las ganas de separarse, que Eva decidió prolongar sus vacaciones cuatro días más. De forma simbólica quisieron dedicar un día a cada año que permanecieron separados. A esos 19 días decidieron llamarlos «Las telarañas del tiempo».

Inevitablemente llegó el momento de la despedida y fue muy amargo. Eva tuvo que marchar a la costa gaditana para realizar un trabajo que no admitía demora. Durante tres meses no tuvieron prácticamente contacto alguno.

Pero el tiempo pasa y termina por recompensar los sinsabores. Un buen día Álex recibió una llamada telefónica de Eva. No fue muy larga, aunque suficiente para saber que el viernes siguiente ella regresaría con su barco a Palma de Mallorca. ¡Por fin volverían a verse!

Tras aquel fin de semana, se dieron otros tantos durante algo más de siete meses. Llegó la primavera y con ella buenas noticias por parte de Eva. Se citaron un sábado por la tarde en el puerto. Ella anunció su llegada para las cinco, pero diversos imprevistos hicieron que se retrasase más de cuatro horas. A Álex no le quedaba ninguna lata de refresco que patear a lo largo del puerto deportivo. Cuando vio aparecer el velero de Eva, su corazón se aceleró y creyó que caería desplomado sobre el duro suelo. Logró reponerse mientras hacía indicaciones a Eva para que pudiese atracar en el embarcadero sin problemas. Tras los oportunos besos y abrazos, ella no pudo contenerse y soltó la bomba:

―Álex, he hecho varias gestiones para que se me permita contratar a un ayudante. No es que precise permiso para hacerlo, pero es necesario si pretendo que me aumenten la asignación que recibo. He pensado que tú podrías ser esa persona. Mejor dicho, quiero que seas tú. Sé que representará un problema y que posiblemente tenga que mentir e, incluso, falsear algún que otro documento, pero creo que merece la pena. ¿Qué me dices?

―¿Qué me dices!... ¿Es todo cuanto se te ocurre? Sabes de sobra que iría contigo al fin del mundo si me lo propones. Como veo que necesitas una respuesta… mi respuesta es ¡SÍ!

Durante tres días apenas salieron del barco para dar algún que otro paseo por el puerto. Tenían mucho tiempo que recuperar y bastante que celebrar. Sin darse cuenta surgió un amor que a día de hoy perdura. Ambos se merecían una segunda oportunidad y supieron aprovecharla sin mirar atrás.

La consecuencia lógica fue que decidieron casarse al terminar el verano. Entre los invitados estábamos mi mujer y yo. No podíamos faltar y mucho menos yo: a fin de cuentas era el padrino y semejante honor me colmó de felicidad. Yo era uno de los amigos a los que Álex olvidó tras encontrarse con Eva en aquella cafetería. Aquel día me sentí muy molesto, al igual que los demás, pero el tiempo me enseñó que hay momentos en que es mejor prescindir de los amigos y lanzarse a la aventura. Álex lo hizo y siempre me alegraré de que fuera así. Lejos de perder a mi mejor amigo, gané una buena amiga.

Hace tiempo que sabía de esta historia porque ellos me la contaron: cada uno a su manera. Si bien es cierto que no puedo recordar todo con pelos y señales, ¡qué caramba!, quien escribe la historia puede permitirse algunas licencias literarias.

A pasado casi un año desde la boda y, aunque apenas los veo, me consta que los tres son felices. Si me refiero a ellos como “los tres”, es porque Eva quedó embarazada de una preciosa niña, Irene. Lógicamente sus vidas cambiaron con su llegada, pero lo importante es que siguen juntos, son dichosos y, sin ser menos importante, me han perdonado por escribir la historia de aquellos días que bautizaron como «Las telarañas del tiempo».

Agradezco la lectura, y deseo que todos aquellos que me lean y pasen por dificultades vean una luz en el horizonte en lugar de negros nubarrones. Tenéis mi más sincera solidaridad.

Un abrazo para todos ellos. ¡Suerte!