Navegando por el Cantábrico (5)
Recuperados del intenso encuentro se disponen a buscar a los otros. Ya en cubierta se enfrentan al ardiente espectáculo que sus respectivos les ofrecen. Sin entrar en escena ambos se dedican a ejercer de mirones…
Barras y estrellas, hoz y martillo
cruces gamadas, dragón amarillo.
Tablero mundial de ajedrez
en donde se mata por vencer.
Cualquier sucio ardid para ganar
la mano siniestra usará.
Rey, peón, torre, alfil
su misión invadir.
Incendiar, masacrar,
derrotar, destruir.
Lluvia de plomo, en la noche oscura
brilla el cuchillo de la media luna.
Estrellas volando en formación
portando el sello de Salomón.
Y un trueno en el monte Sinaí
anuncia que es hora de morir.
Rey, peón, torre, alfil
su misión invadir.
Incendiar, masacrar,
derrotar, destruir.
Ajedrez mortal
ajedrez mortal…
Ajedrez mortal, SHERPA
CAPÍTULO V
Nos separamos para caer derrengados y sudorosos sobre la cama, besándonos y abrazándonos mientras nos recuperábamos. La noche seguía tranquila, debía ser ya muy muy tarde aunque me hubiese sido imposible en ese momento saber la hora que era, había perdido completamente la noción del tiempo. Enredados entre las sábanas fuimos recomponiendo poco a poco las figuras. El susurro del viento y el suave batir de las olas contra el barco quedaron mezclados con las risas procedentes del exterior.
¿Qué estarán haciendo esos dos?
Déjalos que disfruten… imagino que estarán pasándolo bien –respondió mientras acariciaba levemente mi muslo.
Voy a ver qué hacen –dije empezando a buscar mis cosas tras ponerme en pie.
Me vestí con prisas, poniéndome el primer bikini que encontré para salir disparada camino de cubierta. Una vez en el exterior, la escena que me encontré hizo que me corriera un agradable cosquilleo por el cuerpo. Allí estaban los dos, en medio de cubierta y empezando a jugar entre ellos bajo el manto oscuro de la noche. Supongo que el escucharnos instantes antes, les había abierto el apetito por el otro. Quedando un tanto apartada de ellos observé el cálido espectáculo que ambos formaban.
Entretenidos entre ellos y ajenos por completo al mundo que les rodeaba, mi marido se encontraba de pie y ya totalmente desnudo frente a ella mientras la muchacha, arrodillada y con las manos apoyadas en los muslos de mi esposo, se dedicaba a jugar con su pene el cual presentaba el respetable tamaño que yo tan bien conocía. Juan, con los ojos cerrados y dejándose llevar por las amables caricias que Silvia le hacía, no paraba de gemir gozando intensamente cada vez que la traviesa lengua le lamía el glande.
No sentí el menor atisbo de celos ni de dolor viendo a mi marido gozando con Silvia. Al fin y al cabo estábamos empatados pues poco antes yo había tenido mi primera relación con Pedro, mi primer encuentro del que tan satisfecha había salido. Muy al contrario, he de reconocer que el ver a mi marido y aquella muchacha me resultó de lo más morboso y excitante. Nunca hubiera pensado que el hacer de mirona pudiera resultarme tan excitante. Quedé allí disfrutando de aquella imagen. Allí estaban Juan y Silvia gozando el uno del otro, olvidados por completo de lo demás como poco antes habíamos hecho Pedro y yo. Era todo tan natural, sin daños ni culpables… Tomándome Pedro por la cintura, se pegó a mí aceptándole yo al dejar caer mi mano sobre su brazo, disfrutando ambos la escena que nuestros respectivos formaban.
Me quedé mirando unos segundos a la muchacha… era realmente hermosa, la estuve observando detenidamente y sin saber muy bien por qué pronto sentí una desconocida atracción hacia ella. El verla junto a mi esposo quizá hizo nacer en mi interior una sensación extraña y agradable al tiempo, algo me corría por dentro que no sabría cómo expresar. Viéndola allí arrodillada entre las piernas de Juan, me noté excitada recorriendo su bonito cuerpo. Su culo prominente y apenas cubierto por la mínima tela, se veía levantado en aquella posición que tenía. Nuevamente sentí un cosquilleo por todo el cuerpo, excitada al comprobar lo mucho que aquella mujer me atraía. Un pensamiento me llenó la cabeza unos segundos, el pensar si sería capaz de estar con ella si la ocasión se daba. Como siempre no sería yo la que forzara las cosas pero tampoco la dejaría escapar si se ofrecía.
Desde atrás, las manos de Pedro me agarraron con mayor firmeza para luego pasar hacia delante una de ellas acariciándome suavemente el estómago. Yo misma me apreté contra él, notando el paquete refregarse contra mi trasero buscando crecer una vez más. Al parecer lo que veía también le excitaba y aún más se hubiera excitado si conociera las sucias ideas que llenaban mi mente. Caliente tanto por la presión que ejercía Pedro sobre mí como por el morbo de tener tan cerca a mi esposo, me centré en lo que la pareja hacía.
Observé la polla de Juan, brillante y apuntando al cielo en uno de los descansos que su joven compañera le dio. Muy lentamente le pasó la lengua por todo el tronco, atrapando finalmente el gordo champiñón introduciéndoselo en la boca. Amorrada a él, lo estuvo chupando largo rato sin sacarlo en ningún momento de la boca. Mi esposo, tenso por el placer, no dejaba de gemir pidiéndole que continuara.
Eso es… chúpala toda Silvia… eso es, muy bien cariño.
Sacándola de su boca para poder respirar, aparecieron la cabeza y parte del tronco cubiertos de babas. La hambrienta muchacha enseguida metió el largo instrumento, envolviéndolo con sus labios para empezar a succionarlo arriba y abajo. Jugaba con su lengua lamiendo el grueso tronco, acariciándolo y haciéndolo palpitar con cada roce que le propinaba. Entre las piernas un calor se apoderó de mí, calentándome con la inesperada escena que aquellos dos me daban. Enganchada a Pedro, tuve que morderme el labio inferior para no delatar nuestra presencia.
Mi marido, con las piernas dobladas y sin abrir los ojos, se cogió a los cabellos de su compañera empujando con fuerza contra ella. Era él quien la follaba, enterrándosela violentamente en la boca. Silvia aguantaba las embestidas, abriendo los labios para dar paso al incontrolado músculo.
Luego la muchacha tomó el mando chupando de forma golosa, metiendo y sacando el grueso tronco y saboreándolo como si del mejor helado se tratara. Aquella gatita era también una buena mamona, sabiendo cuándo tenía que acelerar el ritmo y cuándo parar para hacer que el placer de mi hombre se alargara. Lo metía y sacaba con rapidez para parar en el momento en que Juan parecía a punto de estallar. Jugueteó con los huevecillos, lamiéndolos y metiéndolos en la boca haciendo con ello que mi marido suspirara como un bendito.
Haciéndole tumbar en el suelo, Silvia se situó nuevamente entre las piernas mientras mantenía bien sujeto entre los dedos el dardo enhiesto. Moviendo la mano arriba y abajo lo masturbó suavemente dando a ambos un leve instante de respiro. Seguidamente continuó dándole placer, lamiéndolo y chupándolo de forma lenta. Él le acariciaba la cabeza, buscando con los dedos las cercanías de la boca para entregarle los dedos que ella chupó con devoción.
Llevando la mano entre sus piernas vi cómo apartaba a un lado la tela de la braga para enseguida iniciar un suave masajeo sobre la rajilla. Aquello me puso a cien, ver a Silvia acariciándose el conejito mientras seguía comiéndose el pene de mi esposo. Sentí la brisa marina acariciándome la cara, corriéndome por la piel mientras visionaba la ardiente escena.
¿Qué tal lo que ves? ¿te gusta Inés? –escuché la voz ronca de Pedro.
Me gusta sí. Resulta excitante y de lo más morboso.
Dime, ¿te gusta mi mujer? ¿te gustaría montártelo con ella? –me preguntó de forma directa.
Tal vez… no lo sé exactamente. Me siento confundida –mentí a sabiendas de que lo hacía.
A Silvia le gustaría. Se muere por estar contigo, no te miento –me dijo poniéndome la mano sobre el hombro y apretándolo levemente.
¿Es eso cierto?
Completamente cierto, está loca por tus pechos y por acostarse contigo. Piénsalo Inés… seguro que lo pasarías bien -me dijo tras un breve instante.
Un escalofrío me corrió de pies a cabeza, estremeciéndome entera al escuchar la confesión de Pedro. Ahora entendía las continuas miradas que me lanzaba sin mucho disimulo. Aquella mujer quería hacérselo conmigo. No podía creerlo pero evidentemente me encantaba la perspectiva que aquellas palabras abrían. El saberme deseada por Silvia provocó que mi coñito se revolucionara bajo la braguilla, mojándome sin remedio.
La cosa había variado de modo sustancial pues ahora era Silvia la que estaba tumbada, con mi marido junto a ella besándola con pasión. Mientras la besaba, con una de sus manos le acariciaba la cadera estrujándole la piel al clavarle los dedos. Ella se quejaba pero al mismo tiempo no paraba de reír. Parecía disfrutar viéndole tan deseoso de ella, admirando su joven desnudez, empapándose de su cuerpo broncíneo y su belleza. Los ojos de mi hombre brillaban de forma intensa, recorriéndola de pies a cabeza hasta acabar bajándolos al centro de todos sus deseos. Él se humedeció los labios profusamente como sé que hace cada vez que va a comerme el coñito. La rubita respondió abriendo aún más las piernas como si así quisiera mostrarse más a él.
Subiendo más arriba, Juan buscó el depilado coño del que pude disfrutar en su total esplendor gracias a la luz que daba sobre ellos. Al fin lo encontró, suspirando la muchacha placenteramente al quedar con las piernas dobladas y abiertas mientras mi esposo empezaba a comerla arrancándole pequeños gemidos de satisfacción. Cogiendo con las manos los pechos para lamerse los pezones, la vi reclamar mayor intensidad por parte de mi hombre el cual cubría la pequeña herida de la joven con su cálida saliva, pasándole la lengua arriba y abajo para luego sorberla con desesperación haciéndole sentir tan solo la punta. Él siguió lamiéndola y chupándola, comiéndole la vulva de forma rápida, jugueteando con la lengua dentro de ella hasta conseguir que su bella compañera se retorciera sin parar de jadear. La pobre gritaba, se quejaba, pedía más, sonreía mientras mi marido la ponía bien cachonda excitándola con las caricias de su lengua.
Tan cerca estaba que, en un momento de descanso, le hizo notar el calor de su aliento pegado a tan sensible zona de su anatomía. Silvia se arqueó toda ella gimiendo suavemente y mordiéndose el labio al echar la cabeza hacia atrás. Tuve envidia de mi esposo, no me importa reconocer que me hubiera gustado ser yo quien estuviera entre las piernas de la muchacha, bebiendo sus jugos y dándole el placer que tanto necesitaba. También me humedecí los labios aguantando toda la cantidad de sensaciones que me invadía. Estaba cachonda perdida viéndoles tan ocupados en su agradable quehacer. Sentí la mano de Pedro caer firme sobre mi muslo acariciándolo de arriba abajo de manera que me hizo cerrar los ojos unos segundos.
Los senos redonditos y de oscuros pezones de la chica se notaban duros y erguidos. Juan empezó a meter sus dedos en la vagina mientras le decía palabras que no pude escuchar pero que imaginé cálidas y llenas de erotismo por como Silvia sonreía. Su cara era todo un poema, relamiéndose y sonriendo complaciente. Con la velocidad creciente que los dedos de mi marido imponían, ella ya no jadeaba sino que sollozaba, gimoteaba y se agitaba moviendo las caderas mientras se mordía la mano para acallar su deleite.
Ui, ummm, qué bien lo haces… cómemelo mi amor…–le cogió la cara acercándola a su vulva para que siguiera.
Sonrió tímidamente para después agarrar la cabeza de Juan hundiéndola con fuerza entre sus piernas. Gimió, temblándole los labios al sentir la lengua uniéndose a lo que los dedos le hacían. Su respiración se aceleraba, entrecortada con cada caricia que recibía. El pelo algo enmarañado y descuidado le daba un aspecto sensual y de lo más apetecible, gimiendo y estirando la pierna al apoyar el pie en el suelo. Mi marido empujó la lengua, abriendo la flor femenina y saboreando el abundante manantial de jugos que la muchacha le entregaba. El roce fue poco a poco en aumento, recorriendo los labios en su totalidad, humedeciéndolos para luego volver a meter la punta de la lengua en el interior de la vagina.
Lo tienes tan abierto y es tan jugoso.
Así, continúa así… cómeme el coñito, có… memelo sí –exclamó sin dejar de mirar la limpieza de bajos que mi hombre le daba.
Apresando el clítoris con sus labios, lo chupó y succionó, golpeándolo luego suavemente hasta hacer que el volumen de los quejidos de Silvia fuera en aumento. Ella dio un pequeño grito, respingando para volver a caer estremecida gracias a lo que la diabólica lengua le hacía. Trabajándole la rajilla, la caricia se hizo mucho más profunda atrapándole el botoncillo con los labios hasta hacerlo desaparecer de mi vista. La entregada rubita gritaba, pataleando desesperada por la pasión que la embargaba. Teniéndolo cogido de la cabeza no hacía más que jadear, enterrándolo con fuerza en aquel fuego que la consumía.
Mi esposo cesó en su asalto, elevándose sobre ella hasta acabar comiéndose las bocas de forma descontrolada. Silvia se dejó besar, abriendo la boca para que la lengua se introdujera enzarzada con la suya. Se besaban con furia, con los ojos cerrados mientras se acariciaban subiendo y bajando las manos por sus cuerpos vibrantes y perlados en sudor. Tras aquello, Juan bajó a uno de los pechos provocando en ella un gemido agradecido al sentir lamida la aureola del pezón. Más abajo, él le fue besando la lisa barriguilla para continuar descendiendo camino de la entrepierna de la mujer. Ya a la altura del vientre, la tomó de las caderas para echarla hacia atrás quedando bien situada para lo que se avecinaba.
Eres una preciosidad, muchacha –escuché que mi esposo le decía.
Calla y no me hagas esperar más… estoy ardiendo…
Acercando la cara a su objetivo, otra vez Juan se entretuvo en los abultados labios, enganchándolos y chupándolos para volver a caer sobre el sensible botón humedeciéndolo aún mucho más. Ella acariciaba su pecho frotándolo con firmeza mientras disfrutaba del dedo corazón de mi marido entrando hasta el final al tiempo que, con la lengua, la maltrataba succionándola sin descanso. El dedo la escarbaba haciendo que los gemidos se tornaran en gritos descontrolados, cerrando las piernas sin dejar escapar su presa. Gritaba y gritaba cada vez más seguido, supe que no tardaría en correrse como una guarra.
Él se detuvo brevemente, dándole una pequeña tregua que no duró mucho pues enseguida puso la boca sobre el rosado coñito haciéndola notar el calor de su aliento. Su joven amante gruñó, encogiéndose en sí misma en espera del próximo movimiento. Los dedos masculinos echaron los labios a los lados dejándola expuesta y sedienta de placer.
¡Qué gusto que siento… no sabes lo que me gusta que lo alargues tanto!
¿Te gusta Silvia? –le preguntó él cruzando la mirada con la de la chica.
Es maravilloso sí… dios, me tienes caliente como una perra.
Con los ojos fuera de las órbitas, suspiró profundamente al sentir la lengua penetrarla, moviéndose vivaracha adentro y afuera como si la estuviera follando y seguramente así era. Toda ella ardía, quemándola por dentro cada vez que la lengua le entraba. Mientras, Juan seguía bebiendo el líquido que su irritado sexo no paraba de producir, mezclando las babas con el néctar inagotable de la muchacha. Lamía la concha para luego mordisquear de forma deliciosa el endurecido clítoris.
¡Para… para o me harás correr… qué bueno sí, continúa más rápido! –gritó temblando sin remedio, suplicando que parara para enseguida reclamarle mayor intensidad.
Abrumada ante semejante escena, estaba bien segura que Silvia no tardaría en explotar. Enajenada por el placer, no dejaba de cabecear mientras la tensión se acumulaba en ella. Gemía agarrada a él, llorando y quejándose como si de una niña atrapada en falta se tratara. En el silencio de la noche solo se escuchaban sus sonidos guturales, sonidos que delataban el inconfundible placer que aquel cuerpo disfrutaba.
Mi marido, perfecto conocedor que aquello llegaba a su fin, aumentó el ritmo succionando sin compasión la tierna flor. Se empapó, bebiendo los fluidos femeninos mientras su bella compañera se convulsionaba pidiéndole que no acabara nunca. Juan así lo hizo, lamiéndola sin descanso hasta llevar a la joven al límite de sus fuerzas.
Me corro… no te pares… no te pares, cariño –anunció mientras caía hacia atrás, derrotada en busca del aire que sus pulmones necesitaban.
Silvia se corrió de forma intensa, gritando… La lengua siguió devorando el último orgasmo de la mujer, recorriendo cada rincón de su sexo hasta dejarla gimoteando y dichosa. Habían sido al menos tres los orgasmos que mi esposo le había hecho vivir con aquella comida de coño que la había hecho perder el control de sí misma…