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Navegando por el Cantábrico (6)

en Intercambios

Navegando por el Cantábrico (6)

 

La pareja de mirones continúan disfrutando la tórrida escena desarrollada en cubierta. Ajenos a su presencia los amantes se entregan a los más atrevidos y voluptuosos juegos…

 

 

Look at me, I’m as helpless as a kitten up a tree,

and I feel like I’m clinging to a cloud,

I can’t understand

I get misty, just holding your hand.

 

Walk my way,

and a thousand violins begin to play,

or it might be the sound of your hello,

that music I hear,

I get misty, the moment you’re near.

 

You can say that you’re leading me on

but it’s just what I want you to do,

don’t you notice how hopelessly I’m lost

that’s why I’m following you.

 

On my own,

would I wander through this wonderland alone,

never knowing my right foot from my left

my hat from my glove

I’m too misty, and too much in love…

 

Misty, JOHNNY MATHIS

 

 

CAPÍTULO VI

 

 

¿Qué te ha parecido? –la voz de Pedro me preguntó pegada a mi oreja, la cual mordisqueó levemente haciéndome casi gritar de la emoción.

Por suerte, pude mantener la compostura y no hacerlo, pudiendo así permanecer donde estábamos sin ser descubiertos por la feliz pareja.

Tremendo, realmente tremendo. La ha hecho correr como una putilla como tú has hecho antes conmigo.

Y dime Inés, ¿te gustaría acostarte con ella? Sé que te gustaría, no me engañes. Tus miradas sobre ella así me lo muestran. Te la comes con los ojos, no podías dejar de mirarla mientras tu marido la devoraba.

En un primer momento no respondí. Era la segunda vez que me hacía dicha pregunta y no puedo negar que la idea me seducía un montón y más tras haberla visto estremecerse como una perra con lo que Juan le hacía. Volví a disfrutar la desnudez de la muchacha fijando la mirada en su rostro cansado y en sus cálidos y sensuales labios. Los senos aparecían firmes bajo el lento respirar, recuperada ya de la anterior lucha. Los míos también estaban erectos. Me notaba cachonda y necesitada de nuevas caricias. Silvia, sin cambiar de postura, inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Mi esposo, solícito, se acercó a ella besándola con dulzura, juntando los labios a los de la joven sin hacer casi presión. Ella gimió completamente entregada, aceptando la caricia de mi hombre. Juan volvió a besarla, fundiéndose ambos en un beso largo y sin prisa para luego aprovechar él la dejadez de su amiga, deslizando una de sus manos hacia el pecho. Lo acarició suavemente, viéndose el pezón excitado con el roce que los dedos ejercían sobre el mismo.

¡Abrázame Pedro… abrázame, por favor! –pedí en mi delirio, dejándome rodear por los fuertes brazos del hombre el cual me hizo sentir una vez más su virilidad pegada a mí.

Es hermosa… es muy bella y hermosa –exclamé deseando ser yo quien acariciara aquel rostro, quien acariciara sus redondos pechos, quien le acariciara sus torneadas piernas que tanto me hacían apetecerla.

Un escalofrío me corrió el cuerpo. Sentí mi sexo ardiendo bajo el bañador y no pude más que bajar mis dedos para así aliviarme. Pronto la mano de Pedro se unió a la mía. Por su parte, aquellos dos ya habían empezado con lo suyo haciendo que la emoción me embargara. Mi marido, desnudo por completo y de pie ante ella, disfrutaba las caricias que la chica comenzaba a dispensarle. El miembro, aún a media asta, se ofrecía a los ojos de ella como el mejor de los regalos. Sin tomarlo con las manos, Silvia jugó con él pasando la lengua por encima de forma lenta y precisa. Empezaron a escucharse los primeros jadeos de Juan, dejándose atrapar por la dulce boquita. Con las manos sobre los muslos, lo lamía y chupaba recorriendo con la lengua la totalidad del tronco hasta que, en una de esas, acabó metiéndolo en su boca iniciando el movimiento adelante y atrás de su cabeza. Media polla quedó dentro, envuelta por los sonrosados labios que tan pronto la tomaban como la expulsaban cada vez con mayor decisión.

No tardó el músculo en crecer gracias al tratamiento que le daban. Retirándolo de la boca, pude ver el pene de mi marido ya bien grueso y erecto. La muchacha volvió a engullirlo de una sola vez provocando en él un suspiro ahogado de satisfacción. Tomándolo con la mano, la joven lo saboreó metiéndolo y sacándolo para luego rodear con la lengua la malva cabeza, humedeciéndola con su saliva. El glande se veía brillante y orgulloso, elevado hacia arriba y palpitante de emoción.

¡Me encanta tu polla! –tuve que parar atención a las débiles palabras que la muchacha dedicaba a Juan, algo así como una confidencia entre ellos.

La boca se abría, envolviendo el grueso tallo que se hundía hasta el fondo para, al momento aparecer con las venas fuertemente marcadas. Mientras, la mano lo masturbaba de forma lenta, acompañando la amable mamada que le hacía. La piel que cubría el champiñón, se desplegaba hacia atrás con los movimientos que la mano le daba dejando ver la bella cabeza en todo su esplendor.

El siguiente paso fue ver a Juan sentado con las piernas abiertas y cómo ella se colocaba a horcajadas buscando el enlace. Quedó sentada, notándolo bajo ella aprisionado por su pelvis que se movía circularmente haciendo palpitar la virilidad de mi esposo. La muchacha meneaba el trasero lascivamente, sin pudor alguno, deseando sentirlo dentro. Y entonces la escuché pedirle de forma casi inaudible para mí:

Me gustaría probar tu rica polla… métemela toda, mi amor.

El pene la excitaba locamente y en ese mismo instante Juan, cogiéndolo con los dedos, lo elevó hasta tocar los labios húmedos y ardientes de su vulva. Así fue empujando hasta conseguir meter la cabeza en el encharcado coñito, entrando de forma autoritaria y sin pedir permiso. Todo de una vez haciendo que la hermosa Silvia gritara al verse penetrada de aquel modo tan poco considerado. Quedando quieta gimió levemente y, cogida a los brazos de mi hombre, se dejó caer hasta sentir los huevos golpeándole las carnes.

Con las manos apoyadas en el pecho masculino y tomada por las caderas, empezó a cabalgarlo con gran placer por ambas partes. El miembro enorme, grueso y largo de mi esposo, la penetraba una y otra vez, fornicándola con total complacencia por parte de Silvia que le abrazaba como si de dos enamorados se tratase. El hambriento sexo tragaba la polla devorándola con voracidad, moviéndose camino del mejor de los placeres. Gemía, jadeaba inquieta, se contorsionaba como una posesa follándose ella misma, empalada en aquel cuchillo que la taladraba. Realmente se la veía loca, con los cabellos cayéndole por el rostro y gimoteando como una zorrita. Él la tenía bien cogida, martilleándola a buen ritmo mientras la joven llevaba sus dedos al coño, notando el miembro entrarle de forma imparable.

Métemela hasta el fondo. ¡Vamos fuerte, más fuerte cariño! La quiero toda, sí.

Juro que no me sentí dolida ni celosa viendo a aquella muchachita montada sobre mi esposo, cabalgándolo con el rostro descompuesto por el placer. Follaban como animales y el verles así hizo que bajara instintivamente la mano entre mis piernas. Necesitaba acariciarme para calmar como fuera aquel intenso calor que se apoderaba de mí. El verla botando arriba y abajo, con mi marido agarrado a sus tetas para luego chupárselas como un bebé al tiempo que ella removía la cabeza a un lado y otro mesándose con las manos los cabellos que el viento de la noche mecía con brusquedad, era para mí todo un espectáculo de lo más morboso. Echaba el cuerpo hacia atrás, gruñendo y manteniendo el ritmo que el diabólico eje le marcaba. Las manos de Juan la tomaban por las redondeadas y preciosas nalgas, un verdadero encanto para la vista que me hubiese apetecido devorar. Cayendo sobre él, dejó reposar la mano sobre su cara para luego besarle de forma apasionada, dándose las lenguas y enredándolas en la misma lucha feroz que sus sexos mantenían.

Muévete, muchachita… muévete…

Oh sí, dámela... dá… mela toda hasta el final. La siento… la siento toda dentro –exclamó moviendo las caderas y el culo de forma lenta y acompasada para hacer crecer su placer.

Volvieron a besarse esta vez dulcemente, para después hacer el beso mucho más ardiente y jugoso. Las manos de Juan la recorrían desde el cuello hasta aquel culo que tanto me ponía, al mismo tiempo que ella jugaba divertida con sus dedos acariciándole el torso desnudo y viril. Con los ojos cerrados y los labios temblorosos y resecos, no paraba de cabalgar notando cada vez más el virulento empuje de mi esposo contra las paredes de su sexo. No paraban de follar, jadeando y gritando, diciéndose las mayores guarradas que mis oídos a duras penas podían soportar.

¡Fóllame puerco… fóllame así… qué gusto siento… vamos sigue puerco, sigue!

¿Te gusta así, eh marrana? –escuché a mi esposo decirle al ver que aquello le gustaba a su joven conquista.

¡Sí, eres un cerdo… más fuerte, fó… llame más fuerte que me vas a hacer correr!

Se movía ahora de forma más lenta, gozando la fuerza del poderoso ariete que la clavaba con movimientos duros y secos. Con los dedos empezó a masajearse el sensible botoncillo mientras el pene atravesaba su estrecha rajilla, abriendo los abultados y empapados labios. Desde donde estaba, me excitaba la imagen de la joven, atrapada por las manos de mi esposo y copulando como una perra con cara mitad de dolor mitad de intenso placer. Apretaba los dientes cada vez que la polla le entraba mientras sus senos, pequeños y de erguidos pezones, se balanceaban audaces y descontrolados con cada estocada que recibía. Juan se hizo con ellos, apretándolos con fuerza hasta hacerla gritar. Era hermoso ver el rostro de felicidad y los gestos desconsolados que Silvia efectuaba. Volviéndola a tomar de las nalgas, resopló como un toro herido junto a su frágil cuello lo cual la hizo excitar aún más. La follaba entrando y saliendo sin darse respiro, mostrando así toda su potencia de macho. La voluptuosa rubita sollozaba y gimoteaba, tragando el enorme miembro de forma lasciva al menear el culillo del modo más conveniente para ambos.

Yo no pude más que apretar los labios, lamiéndome el labio inferior y humedeciendo mi boca con fruición. Tras el polvo vivido con Pedro, aquello era mucho más de lo que podía esperar. Me dejé caer hacia atrás apoyando la cabeza sobre el hombro masculino mientras él me agarraba entre sus manos. Dejé que me rozara los pezones con sus dedos, lanzándome su aliento acelerado por la escena de la que disfrutábamos. Aunque le costaba mostrar su anterior estado, él también se había excitado como no podía ser de otro modo. Arqueándome como una gatita, cerré los ojos entregada a sus caricias. Pedro me mordió tímidamente la oreja, envolviéndola con los labios con pasión contenida.

¿Te gusta lo que ves? –me dijo mientras abría yo los ojos a la oscuridad de la noche.

Me gusta… me gusta sí… me excita ver a tu esposa gozar como una puta.

Si quieres tiene mucho más para ofrecerte… solo para ti si tú quieres…

Aquella nueva oferta me hizo temblar, pegándome al muchacho con desesperación. Mientras, el tórrido encuentro desarrollado frente a mí parecía llegar a su fin. Entre gritos y auténticos aullidos de puro placer, Silvia cabalgaba a Juan como la mejor de las furcias, cabalgando como una amazona su miembro erecto, con ganas y entusiasmo cada vez que se clavaba en él.

Mi marido paró haciendo que la joven se incorporara. Tumbándola de espaldas a él y de lado, hizo que levantara la pierna mientras con la mano sujetaba su sexo llevándolo hacia la empapada almeja. Entrando en ella, empujó con decisión empezando un nuevo mete y saca que Silvia acogió con agrado. En uno de los golpes se le escapó saliendo de ella, cosa que enseguida arregló volviendo a entrar hasta el final. Ella sollozó inquieta, gimiendo como una locuela al sentirse penetrada de nuevo. Cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás en busca de un beso que la calmara. Juan la besó cubriendo aquellos jugosos labios con los suyos en un beso delicado y sincero. Me había besado tantas veces que sabía perfectamente cuándo se entregaba de manera completa. Y en esos momentos lo hacía, saboreando la boca de su amiga con su lengua vivaracha que buscaba el último resquicio en la cavidad femenina. Al mismo tiempo, el grueso miembro la golpeaba con lentitud, entrando y saliendo con la total comodidad que aquella vagina le ofrecía.

Fóllame Juan… fóllame… joder, qué buen amante eres… sabes cómo hacerlo.

Muévete nena… vamos mueve las caderas…

¡Joder, qué polla tan rica… me llena toda!

Los movimientos de ambos se hicieron más rápidos, ganando en vigor a cada segundo que pasaba. Juan respiraba con dificultad, cada vez más cansado pese al buen papel que estaba ejerciendo frente a la voluptuosa muchacha. Ella chillaba al verse atacada de aquel modo, abriéndose su coñito ante el poderoso agresor, removiéndose de forma experimentada para que mi esposo gozara al máximo.

¡Dame con fuerza… golpea con fuerza cabrón… me voy a correr, sí.

Al fin se corrió, alcanzando un escandaloso orgasmo que la hizo convulsionar de forma descontrolada sobre el frío suelo. Mi marido la agarró de los pechos, apretándolos entre sus dedos para luego afianzar una de sus manos sobre el redondo culo, acariciándolo mientras su hermosa compañera se dejaba llevar por los espasmos de su placer. Al menos tres veces se había corrido aquella nenita con lo que mi marido le había hecho. De nuevo volví a fantasear con la idea de ser yo quien la hubiera hecho gozar de aquel modo sublime y arrebatador. Era tan hermosa y delicada…

Observándola gozar, creí ser yo también la que me corría, me notaba muy mojada y excitada. Se besaron con dulzura antes de separarse, quedando Silvia arrodillada frente a mi hombre que, de pie, la miraba embelesado y con el rostro demudado. La miraba fascinado, sin decir una palabra. La cara de Juan era todo un poema, temblando frente a su joven amante y manteniendo la erección que a ella tanto gustaba.

Me encanta tu polla… es tan grande y dura… quiero que te corras encima de mí, ¿lo harás? –pidió ella de manera casi suplicante.

Solo abría la boca, con los ojos abiertos y dejándose penetrar esperando la corrida de Juan. Cogiéndosela después con las manos, lo masturbó haciéndole disfrutar mientras observaba el glande hinchado y a punto de reventar.

Córrete mi amor… vamos dámela, quiero toda tu leche… lléname con ella…

Tanto fue el ánimo que se dio que pronto le hizo explotar, gritando como desesperado y lanzándole la leche sobre los pechos y el rostro lleno de vicio. El líquido blanquecino le cubrió la barbilla y el pómulo, y un tercer chorro le alcanzó los rubios cabellos cuando la perversa Silvia apretó los huevos de mi hombre en busca de sus últimas fuerzas. Un último goterón, ya mucho menos enérgico, saltó del glande para ir a caer sobre el suelo.

Sonriendo triunfante y malévolamente, la pequeña arpía esparció el semen pasándose los dedos por la cara para acabar llevándolo a la boca, deleitándose con el sabor amargo y agrio del jugo masculino. Con los ojos vidriosos y una vez terminó su festín, alargó la mano para que Juan se uniera a ella cayendo abrazado a su lado.

La noche volvió a su silencio, escuchándose solo algún sonido procedente de la lejana ciudad.

¿Qué te ha parecido cariño? ¿no te ha molestado verles?

Oh no, nada de eso. Al revés, ha resultado excitante y morboso –respondí girándome hacia él para que me besara.

Acompáñame a la cama. Han sido demasiadas emociones juntas… necesito dormir –dije tomándole de la mano para que me siguiera camino del camarote donde descansamos hasta bien entrada la mañana.

Dormimos juntos y me sentí bien entre sus brazos. A la mañana siguiente hicimos nuevamente el amor y luego en la ducha obsequíé a mi bello acompañante con una felatio con la que le ayudé a acabar con sus últimas fuerzas. Poco a poco me iba entregando a aquel juego tan agradable y provechoso. Más adelante pasaron otras muchas cosas pero eso, evidentemente, es ya otra historia…

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