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Navegando por el Cantábrico (7)

en Lésbicos

Navegando por el Cantábrico (7)

 

Esta historia no podía acabar sin el esperado encuentro lésbico entre las protagonistas. Silvia llama a Inés y ambas quedan para ir de compras. Con los maridos fuera, pasan todo el día juntas para terminar en casa de la protagonista iniciando una bonita relación…

 

 

I listen to your footstep when you’re walking up the flop

I’d like to love you babe

but you won’t give me more.

You don’t understand today.

 

Came back from a party which is to be as foretold

I am so very sure then to meet you in this door.

You don’t understand the way.

 

If you will gave a little chance in order to show you

then I can give you more than I know how to do.

There’s no interest at all.

 

I listen to your footstep when you’re creeping up the flop

you’re wrestling with you’re key and you’re tired of picking doors.

Have a good time I’m in your bed…

 

Broken mirror, TRIUMVIRAT

 

 

CAPÍTULO VII

 

 

Aún no habían transcurrido siete días desde el fin de semana de nuestro feliz encuentro con Pedro y Silvia, aquel fin de semana navegando por las aguas del Cantábrico y en el que había conocido los placeres del sexo en compañía de otro hombre que no fuera mi marido. Llevaba toda la semana recordando todo lo acontecido, los polvos vividos en brazos de aquel joven muchacho, tan poderoso y hermoso y que tan bien me había hecho sentir. Por las noches me desvelaba con todos aquellos recuerdos, despertándome más de una vez notando mi sexo arder seguramente gracias a algún que otro sueño de lo más agradable y ardiente. Por supuesto que también soñaba con Silvia. Aquella mujer me había hecho descubrir mi deseo por ella, dándome a conocer una nueva faceta de mi sexualidad hasta entonces desconocida para mí.

Al levantarme un rato más tarde de haber marchado mi marido a trabajar, la cama de matrimonio se veía deshecha, con las blancas sábanas todavía revueltas y tibias de la noche anterior. Con Juan, solíamos despertar entre besos y cariñosos arrumacos, aunque no siempre era así dependiendo de la prisa que pudiera tener. De todos modos, y siempre que podía, el ritual era ese jugando y disfrutando de nosotros sobre un cuarto de hora, haciendo el despertar de lo más ameno. Sabía que Juan me quería y yo le quería como el primer día de nuestra relación, aún mucho antes de estar casados. Tras aquellos minutos de asueto, él se duchaba, desayunaba rápido y se vestía para marchar mientras yo me quedaba unos minutos más remoloneando en la cama.

Era viernes por la mañana y, antes de meterme al baño tras haber desayunado, escuché el sonido del teléfono repiqueteando de forma insistente desde el comedor. Vestida con mi bata de raso respondí al aparato nada más llegar al mismo.

¿Inés? –era una voz femenina al otro lado de la línea, una voz que no me resultó desconocida aunque en un primer momento no supe ubicarla.

Sí, soy yo. ¿Quién llama?

Ah, hola Inés… soy Silvia. No sabía si cogerías tú el teléfono. Perdona que te llame de este modo pero necesitaba hablar contigo. Encontré el número en la agenda de Pedro. Espero que no te moleste.

Estuve unos segundos sin responder nada hasta que finalmente la oí continuar la conversación.

Verás… necesito comprarme algo de ropa y unos zapatos. Estaré todo el día por Bilbao. ¿te apetece que nos veamos?

Me encantó su voz juvenil y la forma tan directa de pedirme aquello. Escuchándola se notaba el deseo porque aceptara su invitación. Una forma como cualquier otra de buscar un acercamiento entre nosotras; aquello que yo también tanto deseaba desde el fin de semana pasado.

¿Inés, estás ahí? ¿te ocurre algo? –la voz cantarina de la muchacha resonó al otro lado del teléfono.

¡Oh, no no! No pasa nada, de hecho no tenía nada que hacer hoy –respondí tras una mínima pausa.

¿Entonces qué me dices? ¿quedamos y luego te invito a comer aprovechando que nuestros maridos están fuera? Tengo ganas de verte. Disculpa por haberme atrevido a llamarte de este modo…

Tranquila, no tienes por qué disculparte. A mí también me apetece verte. Aunque de todos modos debo decirte que tardaré al menos una hora. Tengo que ducharme y arreglarme que aún estoy con la ropa de casa.

No te preocupes, tomaré un café para hacer tiempo y luego estaré en la planta de jóvenes del Corte Inglés mirando cosas mientras espero. ¿va bien?

Por mi perfecto. En una hora estoy por allí.

Bien cariño, no tardes –respondió antes de colgar.

Juro que me temblaba todo el cuerpo mientras me dirigía al baño. Al fin iba a estar a solas con ella, charlando y disfrutando de su compañía sin nadie que nos molestara. Nuestros esposos habían ido a Burdeos a cerrar los últimos flecos de aquel contrato que se llevaban entre manos, así que estarían al menos todo el fin de semana fuera de casa. Seguramente era aquella la ocasión que ambas buscábamos.

Estando en la ducha me enjaboné el cuerpo, acariciándome las piernas y los pechos que rápidamente se endurecieron bajo el efecto que el calor del agua les producía. La espuma cubría mi piel, bajando las manos arriba y abajo en una caricia que tuvo la virtud de excitarme aún más. Tuve que enfriar el agua para que mis sentidos se calmaran un tanto. Recordé la escena entre mi esposo y la muchacha de unos días antes. Aquello hizo que mi sexo se humedeciera sin remedio ante tan cálido recuerdo. Bajé las manos llevando la esponja entre mis piernas. Empecé a gemir nada más notar el roce por encima de mi coño. La cabeza me iba a mil, recordando la felatio con la que Silvia había obsequiado a mi esposo. Aquella cara de puro placer saboreando el duro miembro masculino, pasándole la lengua arriba y abajo hasta acabar haciéndose con los cargados testículos. Luego el recuerdo de mi hombre devolviéndole el favor al disfrutar del sexo de la joven, besándole los muslos, lamiéndola y chupándola de forma experta hasta conseguir sacarle un largo y satisfactorio orgasmo. Bajo el agua que caía sobre mi cabeza no paraba de gemir y gemir gozando la suavidad de la esponja por encima de mi almeja.

¡Acaríciame… acaríciame toda, sí! –decía en voz baja notando el placer crecer entre mis piernas.

La imagen de mi esposo hundiéndose dentro de Silvia y empezando a follarla con fuerza, hizo que mi mano se moviera con mayor velocidad arrancándome un suspiro agradecido cada vez que lo hacía. Deseaba mi propio placer, masturbándome de manera furiosa al pensar en el hermoso cuerpo de la joven. Sus cortos cabellos, sus labios frescos y deseosos de una boca, aquel cuello que tanto quería besar, el par de pequeños senos en los que destacaban aquellos duros y oscuros pezones, su firme trasero y aquellos muslos firmes y torneados junto a aquel par de amplias caderas. Al fin su coño bien depilado y que tan bien recordaba como si lo estuviera viendo ahora mismo. Me mordí los labios al imaginar que aquella vulva era mía, metiendo y sacando la lengua de su vagina, devorándola con pasión y gozando de aquellos jugos que sabía abundantes.

¡Te deseo Silvia… cómo te deseo cabrona! –tuve que reconocer al alcanzar mi orgasmo con el grifo del agua entre las piernas, haciendo golpear el agua sobre mi irritada rajilla.

Una vez más tranquila, acabé de ducharme y me arreglé con prisas, notándome nerviosa y excitada ante aquella cita inesperada a la que debía acudir. Del cajón de la cómoda cogí el conjunto negro de sujetador y culotte que tan bien me sentaba. Luego abrí la puerta del armario para escoger aquella blusa amarilla satinada junto a una falda negra larga hasta la rodilla. Me vestí rápidamente, como la jovencita que se dispone para su primera cita con el chico más guapo de la escuela. Antes de peinarme me dirigí al zapatero en busca de mis botines negros de tacón.

Ya peinada me miré al espejo viéndome bella y deseable. Estaba bien segura que aquella gatita me iba a desear en cuanto me viera. Unas gotas de perfume detrás de las orejas, en el cuello y las muñecas completó mi conjunto, sintiéndome ahora sí seductora y sensual.

Tras cerrar la puerta de casa, me encaminé a la calle en busca del coche en el que monté dejando el bolso caído en el otro asiento. En apenas veinte minutos me encontraba en el centro de la ciudad, encontrando por suerte aparcamiento nada más abandonarlo el coche que salía delante de mí. Llegué puntual a mi cita al cruzar la puerta del Corte Inglés e internarme en el bullicio comercial. Después de subir las escaleras y tras dar una vuelta por la planta joven, no tardé en encontrarla. De espaldas a mí se encontraba mirando diversas cosas, con el bolso y una cazadora tejana colgándole del brazo de forma despreocupada. A cierta distancia y desde donde me encontraba, me entretuve unos segundos observándola. Estaba para comérsela, paseando despreocupada entre las ropas. Me acerqué más a ella y girándose hacia donde yo estaba, pudo verme sonriéndome al instante con franqueza y naturalidad.

¡Ah, hola Inés! ¿ya estás aquí? –preguntó al besarnos en las mejillas, saludándonos de manera efusiva.

Pues sí… perdona por la demora. Vine tan pronto como pude – me disculpé ante ella.

Silvia, comprensiva, me dijo que no me preocupara que había estado haciendo tiempo mientras llegaba.

En una de esas y sin poder evitarlo, bajé la mirada de forma disimulada hacia sus pechos, encontrándome con la sorpresa de sus pezones empitonados con arrogancia bajo la tela del ajustado y fino jersey verde de punto que llevaba. Debajo unos tejanos blancos y unos mocasines también verdes que, junto a la boina del mismo tono que cubría sus rubios cabellos, completaban su informal atuendo.

Azorada volví a levantar los ojos hacia ella, viéndola sonreír de modo pícaro. Claramente me había pillado en falta aunque nada dijo tomándome del brazo para empezar a curiosear entre las ropas.

Vamos a dar una vuelta. Quiero que veas unas cosillas a ver qué te parecen –exclamó con su típica familiaridad.

Estuvimos unos tres cuartos de hora revolviendo ropas y buscando tallas hasta que conseguimos elegir tres blusas y dos camisetas que nos gustaron.

Acompáñame a los probadores, ¿quieres? Necesito tu opinión… Luego miraremos los zapatos –me dijo con aquellos trapillos en las manos.

Nos dirigimos a los probadores entre risas y bromas. Pegada a mí, notaba cómo rozaba mi pecho con su brazo. Eso me hizo poner alerta sospechando lo que vendría.

Este de aquí es grande… entremos –comentó tras abrir la puerta.

A solas en aquel amplio cubículo, se quitó la boina para seguidamente deshacerse sin vergüenza alguna del fino jerseicillo. Los pequeños pechitos quedaron al aire mostrándose duros y altivos.

¿Te gustan? –me preguntó en un susurro al tomarlos con las manos.

Son bonitos –respondí antes de verla ponerse una de las blusillas que había elegido.

De ese modo estuvo poniéndose y quitándose prendas, y yo no hacía más que devorar sus pechos de oscuros pezones que me tenían tan embobada y con la vista clavada en ellos cada vez que los mostraba. Ella sonreía divertida, imagino que al ver lo muy turbada que estaba. Tragué saliva creyendo que el pecho iba a explotarme bajo la blusa. Me quedé completamente inmóvil, esperando su avance. Me moría por tenerla junto a mí, por sentir su boca sobre la mía, por mezclar mi lengua con la suya. Pero, pese a todo, ella parecía no hacer nada al respecto…

Me gusta la blusa estampada. Por casa tengo un pantalón del mismo tono con que poder combinarla. ¿qué te parece a ti? –me preguntó al recoger el resto de cosas colgándolas en las perchas.

Te queda muy bien la verdad. Remarca el busto y se ajusta bien al cuerpo.

¿Sí verdad? –dijo mirándose en el espejo.

Luego deshaciéndose de la blusa por la cabeza, quedó un momento de espaldas a mí. Momento que aproveché para mirarla, recorriendo su figura de la cabeza a los pies. Tuve que apartar la mirada, viéndome descubierta por la muchacha a través del espejo. Silvia se giró nuevamente enfrentándome con sus senos tentadores y erguidos.

Al fin se lanzó sobre mí, buscando mi boca para besarme con desesperación al tiempo que con las manos atrapaba mis pechos por encima de la blusa. Soltando los botones de la misma, se hizo con el sujetador tirándolo hacia abajo hasta dejar los senos al aire. Me cogió por la cintura, atrayéndome esta vez suavemente hacia ella. No me resistí ni quise hacerlo, aceptando sus besos y abriendo los labios para que su voraz lengua entrara en mi boca. Noté la lengua unirse a la mía, haciéndome sentir su deseo por mí.

¡No, por favor! Aquí no, ¿te has vuelto loca? Puede oírnos alguien –traté de zafarme de ella aunque en realidad deseaba que siguiera con lo que me hacía.

Por suerte la puerta estaba bien cerrada y nadie podía vernos.

Tenía tantas ganas de quedarme contigo a solas. Deja que te bese nena –la voz entrecortada de la joven delataba su tremenda excitación.

¡Me encantan tus tetas… son tan grandes! Me vuelven loca, cariño –exclamó tomándolas entre sus dedos para, seguidamente, bajar la cabeza empezando a comérselas con fruición.

Me dejé llevar por su furibundo ataque, gozando el roce de sus labios por encima de mis senos, besándolos y lamiéndolos hasta hacerse con uno de mis pezones el cual respondió al instante a sus caricias. Apoyada en el espejo del probador la cabeza me daba vueltas, entregada a lo que la joven treintañera me hacía. Con la mano me agarró el otro pecho pasando ahora a lamer y chupar el segundo pezón. Gemí tímidamente para que nadie nos oyera. Entre las manos tenía su cabeza, acariciándole los rubios cabellos mientras me mordía los labios para no gritar.

Haciéndome volver de espaldas a ella, me apoyé en la luna del espejo dejando que me besara el cuello, lamiéndolo después con descaro. Podía escuchar su respiración acelerada junto a mi oreja; eso me puso mucho más cachonda. A través del espejo podía verla pegada a mí, con los ojos cerrados y el deseo reflejado en su rostro.

Ummm cariño… qué bien hueles. ¿qué perfume usas? –me preguntó inspirando la fragancia.

Doblé la pierna al caer su mano sobre mi cadera, apretándola por encima de la falda. Con la otra agarró mi pecho con fuerza, sopesándolo para después coger el pezón entre sus dedos pellizcándolo hasta hacerme doler. Lancé un lamento de queja. Tenía el coño ardiendo bajo la braga, tan excitada me había puesto.

Bien vámonos. No quiero montar un escándalo aunque tampoco me importaría, la verdad –comentó parando y acercándose a mí para morder levemente mi labio.

Al pagar, la mirada de la dependienta cayó sobre mí observándome unos segundos con detenimiento. ¿Tanto se notaba mi nerviosismo? –pensé mientras Silvia firmaba el pago con tarjeta. De ahí bajamos a la planta de mujer donde pronto escogió unas bonitas bailarinas bicolor que le quedaban la mar de bien.

Era ya casi la hora de comer y, nada más salir a la calle, empezó a lloviznar de forma débil aunque continua así que nos metimos al primer bar que encontramos. Comimos amigablemente, ya con total complicidad, y al terminar pedimos dos cafés y estuvimos conversando sobre diferentes cosas sin importancia. Luego paseamos por la Gran Vía tomadas del brazo, mezcladas entre la gente y riendo por cualquier tontería, sintiéndonos a gusto la una junto a la otra.

Cogimos el metro en Moyúa para ir al casco viejo. Nada más salir a la plaza Unamuno, nos dejamos llevar por el gentío que habitualmente abarrota la zona. Estuvimos largo rato callejeando por las siete calles, mirando escaparates y disfrutando de la tarde que por suerte había mejorado. A media tarde invité a Silvia a entrar en una cafetería. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana y enseguida se acercó un joven camarero a tomarnos nota. Tomando tranquilamente las consumiciones, veíamos a través de la ventana el tráfago constante de personas correr de un lado a otro. Silvia dijo que había dejado el fin de semana a la niña con los abuelos y luego me enseñó la foto que tenía guardada en el monedero. Una niña preciosa, morena y que se parecía más a Silvia que a su padre. Hablamos también de nuestros esposos y del fin de semana anterior. En especial se emocionó con el tema de los delfines y el haberlos tenido tan cerca pudiéndolos casi tocar. Charlando amenamente, cruzábamos las miradas de forma insistente. Sentada frente a mí, no dejaba de observarla fijando mi atención en su rostro ovalado y de armoniosas facciones. El poco maquillaje que llevaba le definía los pómulos, al tiempo que enfatizaba los ojos y la boca. Se la veía hermosa y divertida mientras hablaba…

Al final de la conversación y antes de pagar, apoyó su mano en la mía para soltarme de sopetón y sin yo esperarlo:

Quiero dormir contigo –me dijo emocionada.

Vamos a mi casa –respondí temblándome la voz y sin pensarlo.

Llevaba tanto tiempo deseando aquella petición…

Cogiendo el metro de vuelta, volvimos a por el coche. En el ascensor que llevaba al parking, nos besamos con suavidad tomadas de las manos.

Te deseo –exclamé turbada.

Lo sé cariño –me dijo enredando los dedos en mis cabellos para atraerme hacia ella y volver a besarme.

Sentí su boca atraparme en un beso cálido y con el que tantas cosas me decía. Respondí al mismo, ofreciéndole tímidamente la lengua que atrapó con sus labios de forma perversa. Tuvimos que separarnos al llegar a la planta donde el coche estaba.

Una vez en mi coqueto Ford Fiesta, salimos raudas del aparcamiento para pisar el acelerador nada más mezclarnos entre el tráfico del anochecer. Las primeras luces de neón de los escaparates iluminaban la calle mientras dejábamos atrás un semáforo tras otro camino de casa. Por suerte no había mucho tráfico de salida de la ciudad, de manera que en un corto suspiro llegamos a Getxo…

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