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Ella, la pequeña.

en Fetichismo

Con sus hermosas facciones y grandes tacones me sedujo, bella con una falda corta y con algo distinto a todas las demás personas en el lugar, era realmente pequeña. Por definición, ella sería considerada una persona pequeña, mide 1,48 pero su escote de infarto y tacones negros brillantes me hacían pensar solamente en hacerla mía.

Nos conocimos en el café de una plática a la que asistí. Temas comunes y simples, presentaciones entre asistentes, nada del otro mundo pero ella mostraba una gran seguridad al hablar. Rápidamente era el centro de atención no sólo por ser muy versada, sino porque detrás de unos sencillos lentes de aumento había una hermosa cara y una bella figura. Deseable tanto intelectual como físicamente los otros hombres le veían y admiraban. Yo tuve el agrado de acercarme y alejar a todos los demás con buena plática y llevándole un café, tenía que hacerla mía.

Durante la presentación ella se sentó junto a mi, y así tuve la oportunidad de recorrer su fantástico cuerpo. Esa noche, Marina, llevaba una breve falda negra con una encantadora blusa blanca abierta hasta entre ver sus figuras. Sus senos, grandes en comparación con el resto de su cuerpo eran vista fantástica, podía adivinar una copa D y un ligero encaje blanco también resaltaba si te fijabas muy dentro de su escote. Medias negras y unos tacones brillantes de 10 centímetros completaban su vestimenta en aquella ocasión. Tenía los 30 recién cumplidos según me dijo.

Al terminar la plática fuimos a cenar con otro par de personas que conocimos a un pequeño restaurante local. Ella con poco apetito se excuso para tomar un café americano, negro como su falda, con una cucharada de azúcar, sin leche. Decidí acompañarle con un capuccino mientras nuestros compañeros de mesa degustaban una sencilla cena de un club sandiwch. Terminada la cena y ya más conocidos, invité a Marina, a ir continuar la charla a mi departamento con otro café. Al parecer ella vivía no muy lejos de mi departamento y quedé de llevarla a su casa antes de que se hiciera muy noche. 

Al llegar a mi departamento, que es a todas vistas pequeño, con una sala y cocina se apreciaban al entrar. Ella se sentó con tranquilidad en una orilla de mi sillón y yo fui por ese café. Charlamos y nos acercábamos lentamente las cosas iban mejor de lo que planeé. Sus deliciosos senos estaban visiblemente cercanos y su piel blanca me volvía loco. Se disculpó para ir al baño y aprecié como se levantaba su falda mostrando un liguero también obscuro.

Era momento de atacar, al menos eso pensé momentáneamente. Ella parecía había tomado la delantera. Al salir del baño entró a mi cuarto y rápidamente se hizo de mi cama. “Se ve muy cómoda,” me dijo mientras tomaba el body pillow que tenía por almohada lateral y lo ponía de lado. “¿Tendrás una cerveza? Me parece que me gustaría estar un poco más cómoda y menos formal.” Por fortuna, siempre tengo un par de cervezas en mi refrigerador para después del trabajo, no hay nada más agradable que una fría al regresar a la habitación.

Ella veía con interés mi biblioteca, sencilla pero llena de interminables tomos de mis libros de física de la universidad y algunos tomos de mis novelas favoritas de Isaac Asimov. “Yo robot es un gran libro,” me dijo mientras seguía viendo el librero en donde además tenía con gran orgullo algunas fotos con mis científicos favoritos. “¡Salud!” chocamos nuestras latas de cerveza y tomamos un gran sorbo.

 Terminada la cerveza, se quitó sus lentes y se acercó a mi. Abrazándome sutilmente y pegando sus deliciosos senos a mi cuerpo me dijo: “Chicos como tú son mi fascinación, se creen muy listos pero cuando una chica bella se les acerca se inhiben. Pero tu no, y es inteligencia y una buena estatura lo que más me agrada de un hombre.” Le tomé por la cintura y la besé en sus pequeños labios que pintados de rojo esbozaban una sonrisa pícara.

Me dejé llevar por mi lado salvaje. Acariciaba su cuerpo dulce, terso y blanco. Ella tocaba mi espalda con fuerza y decisión, como si no hubiera un mañana. Con desesperación abrió mi camisa y besaba mi pecho con mucha lujuria. Sus hábiles manos, se paseaban por mi cuerpo mientras que yo, un poco perdido, apenas podía decidir como acariciarla. Su cuerpo era pequeño, pero en ese momento a mi me parecía que era tan largo y sinuoso como una montaña.

Marina me vio absolutamente perdido y nervioso, quería tomarle pero su iniciativa me dejó ligeramente perdido y desubicado, estaba acostumbrado a tomar la iniciativa siempre pero ella me ganó. Se levantó y en mi cama su pecho quedaba justo frente a mi cara. Abrió su blusa lentamente, dándome un espectáculo digno de aplausos. Su senos muy grandes apretaban el bra de encaje que antes había visto, pero ahora mostraba un pezón duro y excitado del otro lado de la tela. Su vientre plano y su ombligo complementaban perfectamente una visión de diosa.

Mis manos dejaron de temblar y recobraron su claridad normal. Tomé su falda y la desabroché. Me encontré con una tanga negra que no hacía juego con su bra, pero que también tenía un delicado encaje que entredejaba ver su vagina que no estaba depilada. Besando su vientre comencé a tocar sus nalgas bien formadas, redondas y respingadas por los tacones.

No tardó mucho en hincarse y abrir mi pantalón. Vio mi verga con emoción, era casi tan grande como el ancho de su brazo. Escupió sobre ella y empezó a jalarla con fuerza. Chupaba mis bolas con dulzura y veía mi falo con adoración, parecía que estaba hincada rezando por el milagro de encontrar mi carne frente a ella. Tenía una gran maestría para chupar, sin duda era una de sus actividades favoritas puesto que no se inmutaba de ninguna forma frente al tamaño de mi falo.

Unos minutos más tarde, decidí levantarle de golpe y tomar la iniciativa nuevamente. Toque su vagina sobre la deliciosa tanga de encaje, y descubrí que que ya se encontraba empapada. Tocando sus piernas aun con las medias la levanté fácilmente y la pegué contra la pared. Sentía su calor cerca de mi verga y lentamente me decidí a meter mi falo. Entró con dificultades puesto que su vagina era casi tan pequeña como ella y me pareció que gritaba de dolor pero no tuve interés de parar. Pegada a la pared, sostenida en el aire solamente por mis brazos, comencé a penetrarla con mucha fuerza. Su dolor cambió rápidamente a placer.

Sus ojos desorbitados y sus gemidos cada vez más fuertes me hacían disfrutar aún más. Con el sostén puesto todavía, el vaivén de sus pechos saltando y su encaje rozando mi pecho era completamente perfecto. Su ligero dejaba una parte de su piel a la vista, y de ahí mis manos se agarraban para levantarla y embestirla con fuerza. Con sus piernas me abrazaba fuertemente para no caerse y sentía el rozar de sus tacones en mi espalda.

Un rato después la bajé de mi pared y me recosté en la cama. Ella con impaciencia tomo su sostén blanco y lo aventó a mi mesa de noche mientras pasaba a quitarse su tanga, pero mantenía su ligero y tacones puestos. Esos tacones me excitaban con locura. Subida en mi cama, observe con lujuria ese negro resplandeciente y mientras alababa sus pies, ella lentamente se sentó sobre mi verga mojándome nuevamente. En su excitación, comenzó a penetrarse de manera fuerte con mi falo, al cual su estrecha concha caliente ya se había acostumbrado. Armonizados en nuestros movimientos, la cogida brutal continuo por unos minutos. Hasta que no pudo seguir más y con un fuerte orgasmo dejó caer su cuerpo exhausto junto al mío.

Ella quería descansar, pero yo no deseaba correrme en sus medias y ligero. Abrí sus deliciosas piernas, aun temblando del orgasmo que había tenido, y pasé mis dedos por su vagina bombeante de placer. Chupé con fuerza sus pezones, obscuros y muy grandes, con una aureola grande que completaba muy bien con sus bellos y grandes senos. Metía un dedo en su vagina humeda y caliente, y con mi dedo pulgar hacía movimientos suaves sobre su clítoris. Sus gemidos no tardaron en regresar y su espalda volvió a arquearse sobre mi cama.

Agotada Marina, estaba a mi merced y le jalé a la orilla de la cama, en donde, con el body pillow doblado debajo de su cintura, podía penetrarla con mayor facilidad. Agarrando sus piernas deje ir mi verga entera en su completamente lubricada vagina, que de la fuerza que le había penetrado había quedado un poco roja y sensible. Visiblemente con más dolor, gemía y gemía Marina, seguro esperando a que terminara pronto. ¿Le daría gusto y dejaría que terminara su sufrimiento? ¡Claro que no! Deseaba romper ese cuerpecito una y otra vez, ponerlo a mi merced, hacerla mi juguete toda la noche. 

Un tanto después, rogándome, Marina trataba de alejarse de mi. Estaba sufriendo mucho y quería que dejara de tomarla. No accedí, con violencia tomé su cara y hundí mi lengua hasta el fondo de su boca. “Te voy a dar la cogida de tu vida, y este dolor se convertirá en el placer más grande que hayas sentido.” Mis palabras fueron un revulsivo, sin duda, puesto que gimió con más fuerza en ese momento. Inteligente, pícara, y sumisa ¡Que deliciosa combinación a ese cuerpo delicioso!

La voltee con fuerza y la puse en cuatro, sus nalguitas respingonas, se veían mejor al aire. Con esos tacones brillantes y la cola parada, acerqué mi verga a su delicioso ano y le escupí. Pasee el glande por su entrada y me rogó que no hiciera eso, que la rompería. Decidí ser condescendiente con su ano, y sólo le metí un dedo mientras volví a bombear su raja. Gemía con locura, su placer la hizo venirse dos veces más a cuatro. Con esa visión nalgas paradas, tacones brillantes y sus senos bamboleando reflejados en mi espejo, no aguanté más. Con un fuerte espasmo tomé su cintura y la embestí aun más fuerte pero no deseaba venirme dentro de ella, una vez más la voltee y me vine en sus senos, sobre su estómago y un poco sobre sus medias. Caí rendido a su lado.

“¿Estas seguro que quieres llevarme a casa? Creo que antes deberías lavar mis medias y ayudarme en la ducha. No dejarías que una dama tan recatada y bella se fuera así ¿verdad?” me dijo. Desde luego, que no. No podría permitir que ese delicioso cuerpo se fuera sucio. Puse sus medias y delicada tanga en mi lavadora, el agua caliente en la regadera y para ducharnos. Pero quedó muy claro que ni ella ni yo teníamos más energía para seguir en la noche. 

Deje a Marina en su casa, me dio un beso y me dijo: “Hasta nunca extraño, gracias por la fabulosa noche. No me busques más, que esta noche fue una cruel venganza para mi marido y una dulce fantasía para ti, que no deberá repetirse nunca más.” 

Y así fue como, cumpliendo mi fantasía, convertí a una mujer pequeña en mi juguete, mientras que yo era el artífice de la venganza que seguramente fue dulce y placentera.