Dulce despertar (2)
Desde la comodidad de la cama escuchó los ruidos que el joven producía desde la cocina. Poco más tarde, lo vio unirse a ella ofreciéndole el mejor de los desayunos. Ambos supieron cómo acabar con el apetito de la mañana…
I need new strings
I got no money
I hope it’s funny
I think I’ll smash my guitar
I think I’ll smash my guitar
I think sometimes.
Be polite now and wait a minute
there’s something in me
I want to smash my guitar
I want to smash my guitar
I want so bad.
I’ve been waiting for six or seven years
almost had the nerve one time
I didn’t do it…
Smash my guitar, BLUE ASH
Desperté de las turbulencias del sueño vivido, ronroneando como una gatita al desperezarme estirándome entre las sábanas revueltas. Me encontraba mojada y excitada en la cama, y pronto vinieron a mí las imágenes que habían poblado instantes antes mi cabeza. Había orgasmado cuatro o cinco veces, tanto era el placer que había dejado en mí el recuerdo de su lengua altiva y maravillosa. Me había masturbado furiosamente pensando en mi hombre, con la braguilla echada a un lado y acariciándome el coñito hasta caer relajada tras un orgasmo largo y profundo. Llevando los dedos a mi boca, saboreé el sabor fuerte y amargo de mis jugos. Sonreí con malicia al disfrutar el calor de mi sexo, rodeando con mis labios los dedos húmedos del flujo de mi vagina.
La estancia se encontraba a media luz. Me desperecé una vez más disfrutando del frescor de la cama, tan solo ocupada en esos momentos por mi cuerpo de miembros laxos gracias al relajo obtenido. Bajo las ropas de la cama volví a taparme echando la braguilla por encima de la humedad de mi satisfecho sexo. Sentí calor y, tirando las sábanas hacia abajo, suspiré largamente sin querer todavía abrir los ojos al nuevo día. Medio adormilada tras el feliz sueño vivido, escuché los ruidos de Emmanuel a lo lejos. Parecía estar trasteando en la cocina. No sabía lo que estaría haciendo pero tampoco me importaba, gozando del feliz descanso en el que me encontraba.
La noche anterior habían sido muchas las emociones experimentadas en compañía de aquel varonil moreno. Cada vez me iba enganchando más y más a él sin pensar en cómo podría acabar todo aquello. Solo quería disfrutar lo que me ofreciera y poder alargarlo lo máximo posible. Era tan diferente a Enrique...
Nuevamente dormida, entre sueños lo escuché acercarse a la cama. Echándose junto a mí noté posarse suavemente sus labios sobre mi brazo. Me acarició el brazo con la mano haciéndome gemir levemente. Volvió a besarme al acariciarme el brazo mientras me iba estirando en mi dulce despertar.
Vamos, despierta dormilona -dijo sonriéndome con su sonrisa jovial y fresca.
Hola, buenos días –respondí girándome hacia él para luego incorporarme, echando el cuerpo hacia atrás hasta quedar apoyada sobre los codos.
Con el torso desnudo y cubierto tan solo por el bóxer azul que llevaba, se separó de mi lado para dirigirse a la ventana donde tiró de la cinta de la persiana. Lancé un grito de protesta al inundar la luz mis ojos, envueltos todavía en la bruma del sueño.
¡Cierra esa ventana, por dios! –exclamé girándome de espaldas a la luz y dejando caer mi rostro encima de la almohada.
Vamos, ya vale de dormir… hace un día precioso…
Volviendo a mi lado, cayó apoyando la rodilla en la cama y observando mi lento despertar con aquella sonrisa que tanto me fascinaba.
¿Tienes hambre nena? Te traje el desayuno.
¿Qué dices? –exclamé con un gesto de sorpresa mientras quedaba sentada en la cama.
Traje el desayuno para los dos. Huevos con jamón frito y tostadas, acompañado de zumo de naranja y café –me dijo al tiempo que colocaba la bandeja encima de mis piernas.
Eres un encanto, no tenías que haberte molestado.
No es ninguna molestia… me apeteció tomar el desayuno contigo en la cama, nada más.
¿Qué tal dormiste? –le escuché preguntarme al quedar estirado a mi lado.
De maravilla, estaba cansada y necesitaba dormir. El día fue de lo más ajetreado –aseguré mientras echaba atrás los cabellos caídos sobre mi frente.
¡Ummm, estoy sedienta… realmente sedienta! –dije bebiendo el zumo de un solo trago.
De ese modo, desayunamos hablando y riendo de diferentes cosas. Emmanuel cogía con el tenedor el jamón y los huevos, dándomelos a probar, y yo hacía lo mismo con él. Me encontraba de lo más a gusto y confiada en compañía de aquel hombre con el que tan apacible parecía todo.
¿Te gustó el desayuno Mila? –preguntó apartando la bandeja a un lado para volver a quedar tumbado junto a mí.
¡Oh sí, estaba todo riquísimo! Pero no tenías que haberte molestado –dije oliendo la rosa que había tomado del jarrón que reposaba en la mesilla.
Ven cariño, bésame –le pedí cogiéndolo de la nuca para atraerlo a mí.
Nos besamos suavemente y un temblor me corrió todo el cuerpo, bajo el hechizo que aquellos labios ejercían sobre mi mente turbada. Le di uno de mis dedos a probar, besándonos después nuevamente de aquel modo tan dulce que tanto me ponía. Tomé su rostro con la mano, entregada al calor de aquella boca fresca y húmeda. Tan cerca el uno del otro, podía ver mis ojos reflejados en la oscuridad de los suyos. Sin quererme apartar de su profunda mirada, unimos los labios dejando resbalar mis dedos a través del mentón masculino. Ninguno de los dos decíamos nada, tan solo nos mirábamos a los ojos disfrutando del silencio del momento. Me sentía tan a gusto con él que no quería que el tiempo corriera.
Bésame Emmanuel, bésame –volví a pedirle con extrema ansiedad al pasar suavemente la mano por su nuca.
Tomando mi cabeza entre sus manos, gemí abriendo la boca al cruzar los brazos tras su cuello, envuelta en la vorágine de los besos. Unimos las bocas en un beso corto que me hizo gemir de nuevo, sintiéndome atrapada por aquellos enormes brazos negros. Los labios se fundieron en un beso continuo como si ninguno de los dos quisiéramos acabar con tan agradable contacto. Separándome de él le besé en el hombro, para seguidamente acariciar su pecho dejando caer la mano sobre el mismo. Continuamos besándonos y la mano de Emmanuel fue a parar sobre mi cadera masajeándola de forma circular. Tirando la sábana y el edredón hacia abajo se puso ahora a acariciar mi muslo desnudo, pasando suavemente la mano arriba y abajo. Yo no hacía más que buscarle, atrayéndolo hacia mí para seguir con los dulces besos que tanto me gustaban. Los labios carnosos del muchacho envolvían los míos, humedeciéndolos, besándolos y comiéndolos en una caricia leve y hermosa.
La mano masculina no paraba de reconocer mi piel desnuda, entretenida en mis caderas, muslos y nalgas. Subía y bajaba desde la rodilla hasta la nalga y de ahí vuelta a bajar tomando ahora mayor interés en la rotundidad de mi muslo. Los gemidos y suspiros salían de mi boca sin poder reprimirlos. Mi respuesta era besarle sin descanso. Le besaba la boca, la comisura de los labios, el hombro, el brazo. Le besé el pecho de fuertes pectorales e incorporándome arrodillada frente a él, volví a probar la humedad de su lengua en el interior de mi boca. La lengua se enredó en la mía, besándonos de manera irrefrenable al tiempo que con deseo contenido. Deseábamos entregarnos a aquel torbellino de sensaciones pero a la vez queríamos hacerlo durar todo lo posible. La fuerte mano del hombre apretaba la redondez de mi culillo produciendo en mí un inmenso placer. Me sentía deseada y no deseaba otra cosa que no fuera el entregarme una vez más al poderío de sus miembros masculinos y viriles. Aquellos labios que tan bien sabían besar, el abrazo de aquellos fuertes brazos, aquellas manos recorriendo todas y cada una de las partes de mi anatomía, todo aquel conjunto de caricias me hacían sentir bien a gusto y segura.
Tumbándolo boca arriba, quedé sobre mi amante viendo su rostro joven y agraciado. El rodeó mi cintura, cogiéndome con fuerza para de nuevo caer en un beso largo y silencioso. La saliva de Emmanuel se mezcló con la mía creando una unidad indivisible entre ambos. Besé primero su labio superior, luego el inferior para acabar atrapando los gruesos labios de aquella boca que respondió buscando con la lengua que yo abriera los míos. Así lo hice y la lengua entró veloz recorriendo el paladar. La respiración de ambos se hizo aún más entrecortada. Notaba la garganta y el paladar fuertemente resecos.
Emmanuel… ¿sabes?... anoche soñé contigo…
¿Y qué soñaste nena? –preguntó mostrándose interesado en mis palabras.
Nada bueno, ya puedes imaginar. Me tienes loquita –confesé riendo nerviosa.
Me noté temblar entera sintiéndome nerviosa y excitada. Necesitaba abrirme a él, necesitaba darle a conocer todo lo que sentía por él, hacerle saber lo bien que me sentía a su lado. No podía controlar mi creciente deseo, la cercanía de aquel macho era superior a mí.
¿En qué estás pensando muchachita?
¿Tú que crees? –contesté llevando la mano por encima de su entrepierna.
Me gusta eso. ¿no tuviste bastante con lo de anoche?
No, no tuve bastante… contigo nunca tengo bastante… me estás volviendo insaciable maldito –exclamé mordiéndome ligeramente el labio inferior para calmar el deseo que me invadía.
Eres una perra, ven –dijo atrayéndome hacia él para fundirnos en un beso apasionado e intenso.
Bajé la mano por su torso, llegando a la cintura y nuevamente alcancé el bulto bien conocido. Apoyé la mano encima del mismo y mirando a los ojos de mi hombre le besé saboreando golosamente sus labios. Me entretuve besándole el pecho, aquel pecho de músculos bien definidos. Observé el sexo aparecer tímidamente por la parte de arriba del bóxer. Reposaba tranquilamente sobre el vientre masculino y se veía en buena forma aunque todavía no en pleno vigor. No tardaría en estarlo.
Así fue. La polla respondió haciéndose la erección a cada momento más evidente. Me relamí los labios ante aquella soberbia presencia. La pasión de los besos volvió a ganar en intensidad al tiempo que mi mano reconocía la dureza creciente de aquel músculo. Fijando la mirada en el rostro del bello moreno, me deshice del camisón sacándolo por la cabeza para finalmente dejarlo caer al suelo. Mientras, él se deshacía también del bóxer quedando completamente desnudo frente a mí. Era hermoso, un negro hermoso, fuerte y atractivo al que no tardaría en entregarme del mismo modo que me había entregado en otras ocasiones. No podía pasar sin él, me estaba habituando a su imparable poder de seducción.
¿Te gusta lo que ves?
Me encanta… es tan grande y dura… -dije relamiéndome de nuevo los labios.
Echándome sobre él, recorrí su pecho besando uno de ellos para pasar rápidamente al otro. Emmanuel se dejaba hacer disfrutando el roce de mi boca por encima de sus pezones. Gimió débilmente con los besos que mis labios le propinaban.
Ven aquí soldado –exclamé inquieta al tomar asiento sobre mi hombre.
A horcajadas ya, atrapé su boca mientras el muchacho trataba de llevar el dardo erecto a la entrada de mi sexo.
Déjame a mí –pedí agarrándolo entre mis dedos para situarlo convenientemente.
La humedad de mi vulva lo succionó con facilidad extrema, quedando así unidos el uno al otro. Lancé un suspiro satisfecho al saberme penetrada por la enorme herramienta.
La sien… to… la siento entrar poco a poco… muy po… co a poco -susurré cayendo en busca de sus carnosos labios.
Emmanuel, sin pronunciar palabra, me tenía bien agarrada de las nalgas dejando que yo misma adoptara la mejor postura. Cogida de las nalgas empezamos a movernos. Los movimientos de ambos empezaron siendo lentos y acompasados para de ese modo permitir que el miembro se fuera abriendo paso en el interior de mi coñito. Por supuesto me costó, pese a conocerlo me resultaba difícil acomodarme a semejante espécimen.
¡Dios, es tan grande! –me lamenté con los ojos cerrados al notar el lento avance de la gruesa cabeza entre las paredes de mi vagina.
Creí que me fallaba la respiración, me notaba tan llena que me costaba buscar el aire que mis pulmones apetecían. Mi atractivo amante se movía con suavidad, y sin dejar en ningún momento de acompañar con las manos sobre mi culo el movimiento que formábamos. Sobre la almohada, mi respiración agitada quedaba acallada cada vez que me notaba traspasada por la acerada espada.
¿Estás bien nena? –escuché la voz de Emmanuel junto a mi oído.
De maravilla –sonreí al notar el empuje del miembro viril.
Incorporándome sobre el muchacho, quedé apoyada sobre su pecho mientras me tomaba ahora de los costados. Arqueándome gocé la feliz copula tirando la cabeza hacia atrás.
Fóllame… fó… llame muchacho…
Sí Mila sí… muévete despacio… muévete así pequeña…
La frecuencia de las acometidas masculinas fue creciendo en intensidad, haciendo que mis gemidos y lamentos aumentaran como respuesta lógica al empuje al que me sometía. Centímetro a centímetro sentía abrirme, abrazando las paredes de mi sexo el tamaño devastador de aquel pene. Los golpes eran ahora furiosos y continuos, entregados los dos a la locura de los sentidos.
Me encanta tu coñito… me encanta tu coñito tan empapado y estrecho.
¡Así Emmanuel… fóllame fuerte… te quiero entero dentro de mí!
Abrazándome con fuerza, me besaba mezclando su aliento alterado con el mío. Sentía el aliento pegado a mi cuello, ardiéndome por encima del cabello. Temblé notando el deseo correrme todo el cuerpo. Él me hablaba pero yo no prestaba atención a lo que me decía, entregada tan solo a la unión que nuestros sexos formaban. Loca de deseo y tan cachonda como estaba, me retorcí sobre el joven con los pelos erizados como escarpias por el tacto suave que sus manos ejercían sobre mi piel.
Agarrando una de sus manos, la dejé caer sobre mis nalgas con energía mientras me mordía los labios contoneándome encima del joven macho. Junto a mí pude ver el rostro alterado por el placer, su respiración entrecortada me cortaba el cuello con la fuerza de un cuchillo.
Continúa vamos… continúa con fuerza, no te pares –gritaba cabalgándole y sintiendo el pene clavarse y desclavarse de forma salvaje.
No tardaría en correrme pero, llegados a ese punto, ya no podía parar.
¡Qué bueno eres cabrón… me vuelve loca esa polla que tienes. Vamos, sigue dándome con fuerza!
¡Sí vamos... sigue moviéndote… menuda perra estás hecha… vamos perra muévete! –gritó al golpearme el culillo con fiereza inaudita.
Grité igualmente, mientras un orgasmo imparable me corría entre las piernas haciéndome caer abrazada a él. Lloraba de tanto gusto como me había hecho sentir y, agarrándome desesperada, le besé enredando la lengua entre sus labios. Unimos las lenguas mezclando las salivas al recuperarnos del esfuerzo realizado. Me había corrido como una puta, como una furcia cualquiera en brazos de aquel hombre tan maravilloso…