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Bombones con licor

en Intercambios

BOMBONES CON LICOR

  

            Como propietario de un chalet en una urbanización que consta de doce viviendas, estaba convocado por el administrador de la finca a una junta extraordinaria. El asunto, relevante si se quiere, no era de mi interés, pero al ser el presidente de la comunidad, tenía que asistir.

            Una zona común, de uso y disfrute generalmente de los chiquillos, era el motivo de la discordia. Unos futbolines, un par de mesas de billar, alguna máquina recreativa…todo para que los más pequeños, y los que no lo son tanto, entretengan su tiempo libre. Una especie de club social.

            Justo al lado de ese recinto, se ubica un pequeño terreno, también de uso común, pero que no se dedica a nada. Al parecer, algún vecino que otro, en las famosas reuniones paralelas, habían decidido que ese pequeño terreno estaba destinado para lo que ellos creían necesario y, a juzgar por el entusiasmo en defender su idea, vital.

            Un solárium común. Una estupidez más de ese grupo de vecinos que yo llamaba y sigo llamando “Los Martínez Soria” en clara referencia a la película que protagonizó Francisco Martínez Soria en 1970, “Don Erre que Erre”.

            Que no, que no, que no era necesario un solarium común, pero el grupo de Los Martínez Soria se había empeñado en utilizar esa zona y, de paso, hacer que nos gastáramos unos miles de euros en acondicionar  dicho lugar.

            Las reuniones previas, un par de ellas en concreto, se habían saldado con sendos empates entre los que estaban en contra y los que estaban a favor. Yo siempre había votado en contra. Mas que nada por llevar la contraria y propiciar el empate, pero ahora tenía un nuevo problema. Por mayoría habían decidido que mi voto, por ser presidente y en caso de empate, contaría doble. Me habían largado una patata caliente, pues no quería enfadar a unos ni contentar a otros. Aquí la ley de las tres quintas partes no servía de nada.

            Los últimos vecinos en llegar a la urbanización se llaman Lucía y Marcos. Son jóvenes, adinerados, no por sus méritos, si no por los méritos del padre de la chica, que a fín de cuentas es quien se encargó de pagar el lujoso hogar de la joven pareja. Eso, al menos, dicen los Martínez Soria. Los súper informados de todo.

            La reunión, a la que asistieron todos los vecinos, terminó con seis votos a favor de construir el  solárium, los de siempre, y cinco votos en contra, los mismos. Faltaba el voto de Lucía y Marcos. Si ellos votaban a favor, serían siete contra cinco, pero si votaban en contra, tendríamos un nuevo empate y, en ese absurdo caso, me tocaría decidir a mí por el valor doble de mi voto. No me gustaba aquello.

            ¿Por qué era tan importante el voto de esa pareja?, pues por que, entre la última reunión y la que nos ocupaba en ese instante, habían transcurridos tres meses. Tres meses en los cuales, el suegro de Marcos había comprado el chalet que habían dejado libre los Urquiza. A la sazón, votantes del no más contumaz que nos podamos imaginar. Es decir, habíamos cambiado un “no” por una incógnita. Y ese era el motivo que había llevado a los Martínez Soria a exigir una nueva reunión.

            Lucía y Marcos, curiosamente, digo yo que por no buscarse enemigos entre los vecinos, votaron a favor. Y tal vez, todo hay que decirlo, el por qué de su aceptación… debía obedecer órdenes de su señor padre y suegro.

           

            Como aquí no se trata de explicaros la cuestión con pelos y señales, pues lo único que pretendo es haceros ver hacia donde me llevó aquella reunión, os contaré lo que sucedió al terminar aquella asamblea.

            Lucía y Marcos se acercaron hasta mí. Soy algo mayor que ellos, pero dentro de la vecindad, somos los más jóvenes y los peor mirados. Marcos parecía preocupado y así me lo manifestó. En calidad de presidente, traté de quitar importancia al asunto de su voto. Unas palabras por aquí, unos consejos por allá y unas bromas para distender el ambiente pos reunión, parecieron suficientes argumentos para que la joven pareja de recién llegados, calmara sus miedos a posibles represalias por los amigos del “no”, yo entre ellos.

-No os preocupéis. Aquí cada uno va a lo suyo. A fin de cuentas habéis decido lo que os ha apetecido, no lo que os han impuesto. Yo siempre he votado que no, por caldear el ambiente. Ni me va ni me viene el asunto del solárium. ¿Quién lo va a usar?. Nadie. Os diré lo que quieren hacer estos viejos: Desnudarse sin que nadie les pueda llamar la atención. Hay un par de ellos que son la repera. Ya les iréis conociendo. Puteros a más no poder, ambos tienen dos domésticas que son hermanas. Domésticas… y algo más, seguro. Sinceramente creo que el espacio podría haberse dedicado a ampliar lo que llamamos club social, pero bueno, si quieren solárium, pues…vosotros se lo habéis proporcionado a través de vuestro voto.

-Nosotros no queremos enemistarnos con nadie. Somos nuevos y lo que menos deseamos es que nos miren mal-. Dijo Marcos verdaderamente apurado.

-No lo harán. Pero con vuestro voto me habéis rascado el bolsillo, ja, ja, ja. Bueno, no tiene más importancia. Busquemos la parte positiva: Nos divertiremos un poco con ellos. Y ahora os dejo, he de hablar con el administrador antes de que se marche. ¡Habrá que empezar por comprar un sol, ja, ja, ja!.

-Gracias, David. Eres muy amable.

            Marcos era educado. Un tipo sin mucha escuela, pero que había sabido revolotear por la vida hasta caer encima de Lucía, hija de un próspero saco de dinero. Ella, nena dulce y de mirada extraña, podría pasar por una puta de alto standing a nada que la vida apretase sus bolsillos o los de su padre. Pero no era el caso. Las salchichas llenan muchas bocas y algún bolsillo, el de su progenitor.

            Me alejé de ellos y, mientras hablaba con el administrador sobre unos temas personales, observé que Marcos no se marchaba con Lucía. Me esperaba. Por un momento me inquietó, pero supuse que tal vez él también esperaba para solicitar algo a nuestro contable.

Terminada la conversación con el administrador, Marcos seguía allí, en espera paciente.

-¿Te ocurre algo, Marcos?-Pregunté desde la más pura cortesía.

-Si, bueno, verás-Dudaba mucho y eso no me gustaba-, Lucía me ha pedido que os invite a tomar café en nuestra casa. ¿Podría ser?.

-¡Si, hombre!. Pensé que era algo más dramático, ja, ja, ja. Se lo diré a Andrea. ¿Os va bien mañana?.

-Oh, si…claro que si. Se lo diré a Lucía. Muchas gracias. Se pondrá contenta.

            Me alejé de él mientras analizaba esa curiosa invitación. No era extraño que nos invitaran a tomar un café, sería la primera vez, pero sin embargo, sí era, cuanto menos, patético el nerviosismo que había manifestado Marcos. Sabía que Andrea no pondría reparos. Le va informarse de las cosas y esa joven pareja tenía mucho de lo que informar, según ella. Ese exceso de cotilleo que gasta algunas veces, me saca de quicio.

            A la tarde siguiente, Andrea y yo nos presentamos en la puerta del chalet núm. 4 azul. Si, ya sé, lo del color yo tampoco lo entiendo aún, pero así se llaman los chalets: número y color. Marcos nos recibió en el porche. ¡Qué alegría me causó ver como iba vestido!. Un pantalón corto y una triste y ajustada camiseta. Nosotros nos habíamos vestido un tanto informales. El viaje no sobrepasaba los cincuenta metros, la temperatura, la de un mes Julio puro y duro, no invitaba a ir de traje precisamente y, pese a Andrea y sus prejuicios, nos habíamos presentado cómodos en el porche de nuestros vecinos. Un pantalón chino y una camisa de manga corta junto a las chanclas, me daban un buen aspecto. Andrea, representaba al imperio romano. Un vestido corto hasta medio muslo y un cordón atado alrededor de su cintura, junto con su pelo ondulado y sus esbeltas y morenas piernas, me trasladaron al sigo II A.C.

-¡Hola!, ¿Qué tal?, entrad, entrad…

-¿Venimos demasiado pronto?-Pregunté.

-En absoluto-Replicó Marcos-, Lucía nos espera en el salón.

            Pasamos por delante de él y nos detuvimos hasta que cerró la puerta. Conocíamos el camino perfectamente pues, aunque diferenciados por colores, todos los chalets son idénticos.

            Lucía se hizo presente ante nosotros tres. Sólo vi camiseta. Y bajo de ella, las formas de sus alegres pechos. Si digo que llevaba bragas, mentiría, si digo que en ese instante pensé que no las llevaba, también. Verla así, tan ligera de ropa, tan desarmada, me produjo rubor. Si, me sentí incómodo. Esa es la verdad. Pero estaban en su casa. Nosotros mismos habíamos acudido un tanto descuidados a esa invitación, aunque era lo razonable, pues estábamos en el mes de “Julio el ardoroso” y aunque en ningún chalet faltaba aire acondicionado, tal vez Andrea tuviera razón y no fuera muy correcto presentarse de esa guisa.

            Rápidamente nos acomodamos en unos magníficos y confortables sillones de un cuerpo. Y rápidamente, Lucía nos sirvió café en unas tazas que parecían piscinas. Si la caja de bombones que había sobre la mesa se había aliado conmigo, la botella de Licor 43 era prima hermana de Lucía.

            La conversación transcurría por los senderos del nuevo recinto del solárium. La verdad, no me interesaba mucho, aunque tenía que mostrarme educado e interesado. Mi mano iba y venía con un descaro sorprendente de mi boca a la caja de bombones. Andrea me miraba y me perdonaba la vida cada vez que me veía tomar un nuevo bombón… pero ¡Es que estaban de puta madre!. Ella, no acostumbrada a la bebida, se dejó convencer por Lucía y estaba tomando un poco de Licor 43. Nada comparable para lo que tragaba la anfitriona.

-Francamente, no me importa en absoluto que se haya decido hacer un solárium en ese espacio-Dijo Andrea-, por mi parte, siempre le dije a David que cambiara la orientación de su voto y les permitiese salirse con la suya. Pero él nunca quiso. En realidad lo hacía por fastidiar.

-Nosotros no sabíamos qué votar. Si queréis que os diga la verdad, lo que más nos preocupaba era enemistarnos con la vecindad, pero como dice el refrán ese que mi suegro no se cansa de repetir: Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Lucía tuvo la culpa-Prosiguió Marcos-, no le parecía mal la idea de tener un espacio destinado a tomar el sol.

-Pues es que me gusta tomar el sol-Sentenció ella.

-Ya se nota-Observé-, estás muy morena.

-Más o menos como Andrea-Replicó ella.

-Pues yo no tomo el sol. Pero es que en seguida se me pega-Dijo Andrea.

-Deberíamos haber utilizado ese espacio para ampliar el club social-Apunté sin mucho convencimiento-, total, ¿Quién le va a sacar rendimiento cuando se convierta en solárium?.

-¡Uy!, la hija de Don Tomás la primera-Aclamó Andrea-, la rarita esa del 8 marrón, también. Y, por supuesto, los viejos verdes a los que tú llamas los Martínez Soria.  

-No te olvides de mi-Dijo Lucía a la vez que elevaba su mano y con ella arrastraba sobre sus muslos su corta camiseta dejándonos ver su piel color de miel-, yo si lo usaré.

-Pero…¿No tomarás el sol desnuda, no?-Pregunté.

-¡Por supuesto!. Odio las marcas. Un baño y luego al solárium a tomar el sol.

-¡Pero no estarás sola!-Exclamé.

-Ni me importa. Como dice mi padre, cada uno en su casa y Dios en la de todos.

-Siendo así y si a vosotros no os importa…-Me quedé sin más argumentos. Además, a mi no me importaba si a su marido no le incomodaba.

-No. A mi no me importa que Lucía tome el sol desnuda. Además, pienso que es saludable. Somos nuevos aquí, llevamos apenas tres meses, no conocemos a nadie, excepto a la “rarita” como la llama tu mujer, que por otra parte he de decir que es encantadora. Y es la única, junto con vosotros, con quines no nos importa mantener amistad. Los demás-Sentenció Marcos-, ni nos van ni nos vienen.

-Yo la llamo rarita-Intentó justificarse Andrea- porque siempre…

-No hay problema, Andrea-Se excusó Marcos-, es una broma con la que no deseaba ofenderte. Ciertamente es extraña, pero una vez que la tratas, es una chica muy maja.

-¡Joder, yo creo que es lesbiana!-Exclamé.

            Las risas se esparcieron por el salón. Incluidas las mías.

-Pues ella será una de las que tome el sol…y desnuda-Aseguró Lucía-Lo hemos hablado.

-Siendo así, tal vez tenga que decidirme a visitar el solárium-Dije cómicamente.

-Y yo-Se apuntó Andrea.

-¿Tuuuú? ¿Tú desnuda tomando el sol ante la vista de los demás vecinos?-Pregunté mientras tomaba el enésimo bombón de una caja que ya mostraba claros síntomas de desertización.

            Aquella frase molestó a Andrea. Sus ojos la delataron. Tanto Lucía como Marcos se dieron cuenta. No pensé que la había humillado. Sabía de su pudor si creía que alguien conocido la podía estar observando. La réplica no se hizo esperar, solo que venía acompañada de una tonalidad que conocía bien.

-¿Y quién te ha dicho que me vaya a desnudar?.

-Un solárium, querida, es para tomar el sol. En esos lugares se suele tomar el sol…desnuda. Si lo haces vestida, harás el ridículo más espantoso de la urbanización y todos se reirán de ti. Y en consecuencia, de mí.

-Entonces lo tomaré desnuda-Sentenció ella.

-¡Bravo por Andrea!-Exclamó Marcos, lo cual no disgustó a mi mujer en absoluto.

-En fin, tomaré un bombón más-Dije  mientras mi mano se dirigía nuevamente a una caja que ya protestaba cada vez que mis dedos la penetraban.

-¿Te vas a comer todos los bombones?, ¿No puedes parar?-Me preguntó Andrea.

-Lo siento-Dije para excusarme ante los anfitriones-, me encantan los bombones. No puedo resistirme.      

            No desistí. Atrapé un nuevo dulce. Marcos tonteaba con la botella de licor 43. Servía a su mujer un chorro generoso y, de paso, dejó caer unas lágrimas más en el vaso de Andrea.

            Cuando observé a Lucía, noté algo extraño en mi interior. Ella se había levantado y se dirigía, vaso en mano, al sillón que ocupaba su marido. Marcos la recibió sobre sus rodillas. Tan pronto estuvo instalada sobre los muslos de su marido, Marcos penetró en el interior de su camiseta con su mano derecha y comenzó a acariciar su espalda. Aquello, que no pasó desapercibido para Andrea, me causó vértigo. La camiseta de Lucía se elevó en exceso y la tela blanca de su braga me nubló los ojos.

-Estás sudorosa, cariño-Dijo Marcos mientras fruncía el ceño.

-Tengo un poco calor, pero será tu mano-Protestó ella.

-O el licor 43 que te estás bebiendo-Añadí ante la mirada penetrante que me lanzó mi mujer.

-Todo puede ser, David. No creo que sea el licor, es el calor que hace en este mes horrible. ¿Cuántas olas de calor hemos soportado ya?, ¿Dos, tres?. No sé, a veces pienso que el aire acondicionado suelta llamas en vez de aire fresco. Además, te lo dije hace unos días-Mirando a su marido-, este aparato del salón no debe tener la carga al máximo. Creo que no enfría todo lo que debiera.

            Me insinué a la caja de bombones nuevamente. La cita ya estaba fijada. El duelo sería en un momento en el que alguien tomara la palabra de nuevo y mi disparo pudiera pasar más desapercibido, al menos para el “sheriff” Andrea. Por suerte, Marcos ladró.

-¡Pues quítate la camiseta!.

            Mi mano, suspendida en el aire, a medio camino entre la vergüenza y el deseo, se disecó. Y mi estómago se contrajo cuando los brazos de Lucía se cruzaron por delante de su cuerpo y se sacó la camiseta por la cabeza.

-¿No os molestará?-Preguntó Marcos “el liberal”.

            Ni hablar. No podía ni hablar. Andrea, sin embargo, se coloreó la cara tanto o más que su nueva vecina. Ver los pechos de Lucía brotando de debajo de la camiseta, me descompuso. Sinceramente, pensé en mi esfínter. A duras penas retiré mi mano de la caja para mayor regocijo de esta y, nerviosamente, tomé el vaso de Andrea para liquidar el poco Licor 43 que aún quedaba en el vidrio. Esa braga blanca de nylon con encaje se apoderó de mi atención de inmediato. A través del encaje se adivinaban unos vellos negros perfectamente acolchados. Sus piernas cerradas no daban para observar más lejos, pero era suficiente. El impacto fue bestial. Por segunda vez, ¿o fue por primera vez?, escuché la pregunta de Marcos.

-¿No os molestará, verdad?. Si vamos a fabricar un solárium, esto no tiene importancia. Además, somos jóvenes. Cuatro jóvenes sin prejuicios. ¿No?.

-Oye…estáis en vuestra casa. No es muy normal, pero lo comprendo-Dijo Andrea ante mi sorpresa-, pero tienes razón, los pechos de Lucía serán de todo el vecindario tan pronto salga a tomar el sol desnuda.

-¡Oh, no!. Te molesta-Aseguró Marcos.

-No. En serio que no. Me sorprende, eso es todo. Como ya he dicho, estáis en vuestra casa, aunque no estoy acostumbrada a que cuando me invitan a café en su casa, mis anfitriones se desnuden delante de mí.

-Hazte cuenta que estamos en la playa, en la piscina, en el solárium…

-Pero no lo estamos-Atajó Andrea.

-Estás molesta. Se nota. No puedes disimularlo-Hizo una pausa ante el silencio de Andrea y continuó-, creo que será mejor que te pongas la camiseta, Luci. Andrea tiene razón, no es el momento ni el lugar-Añadió Marcos.

-Perdona, el lugar es el correcto, el momento tal vez no lo sea, aunque yo comprendo que hace mucho…

-¡Estás sudando, Andrea!, yo creo que Luci tiene razón respecto al aire. Suelta fuego en vez de aire fresco-Dijo Marcos.

-Ciertamente hace calor. Será por el licor ese que estamos bebiendo, será por…

-¿La conversación?. ¿Te pone nerviosa la conversación, Andrea?.

            Yo alucinaba. No daba crédito. Marcos asediaba a Andrea, la hostigaba pero la dejaba escaparse viva. Lucía sonreía aún con sus pechos descubiertos. Mi boca estaba seca. Decidí beber un poco de esa porquería apellidada 43.

-Sírveme un poco más, David-Me pidió Lucía levantándose de los muslos de su marido y acercando su vaso hasta el borde de la botella que yo sostenía. El espectáculo de sus pechos balanceando…hizo que mi esfínter me temblara. Suerte que el cojín del sillón amortiguó el sonido, pero…tenía que encender un pitillo rubio para paliar la hediondez-Sé generoso, que la botella es mía, ja, ja, ja.

            Andrea me fulminó con la mirada. Tal vez ver aquellos hermosos y bellos pechos tan cerca de mi mano, tal vez la ofensa que ella misma se provocó, tal vez…el acoso del marido de aquella desvergonzada niña de papá, todo junto, en asamblea, decidieron por unanimidad que la bofetada me la habría de llevar yo. Yo que nada había hecho excepto comer bombones como un tonto. Y enemistarme con la caja que los contenía. Y beber todo lo que había en su vaso, que era nada y menos…y admirar aquellos dulces, hermosos y coloreados pechos de miel.

-¿Tomarás el sol desnuda, Andrea?-Cargó nuevamente Marcos.

           

            Muy digna, a la vez que se servía más licor 43, como queriéndose poner a la altura de nuestra anfitriona, lo soltó.

-¡Claro que lo haré!. Pero desnuda por completo.

-Excelente. ¿Has visto, David?, tenemos dos mujeres hermosas, liberales y…

-¿Qué… qué?…

-Si, ya lo has oído. Tu Andrea tomará el sol tan desnuda como mi Luci. Tal vez, si David no monta en cólera, nos podríais hacer una pequeña demostración…ahora.

-¡Quítate el vestido Andrea! Dijo Lucía a punto de derramar el líquido de su copa.

-¿Yoooooooo? No tengo tanto calor para eso.

-¡Vaya nos ha salido puritana!, ¿Eh, David?-Provocó nuevamente Marcos.

           

            No dije nada. No podía. Estaba embelesado mirando aquellos pezones de Lucía. Veía sus pechos y sobre sus pezones, dos bombones de chocolate listos para ser degustados por mi lengua.

-No soy una puritana…pero...como broma está bien-Contestó ella.

-No es broma, Andrea. Hace calor. Saca ese vestido griego de tu cuerpo y déjanos ver tus pechos. ¿Tú que dices, David?-Me preguntó Marcos.

-Yo…yo…yo…yo…esto…yo…

-¡Lo ves!.A David no le importa-Dijo Marcos.

-Pero me importa a mi-Dijo ella a la vez que encendía un cigarro.

-Ja, ja, ja,… no me creo que tu vayas a tomar el sol desnuda-Rió Marcos para mayor ofuscación de Andrea que, si bien aún mantenía sus mejillas rojas, el verdadero calor lo sentía en su interior.

-Lo haré. A su debido tiempo-Dijo ella muy digna.

-¡No me lo puedo creer Andrea! ¡No suponía que fueras tan cortada y te diera vergüenza enseñar tus pechos!-Exclamó Lucía.

-No me da vergüenza que me veáis los pechos. No es eso. Es la situación-Dijo ella.

-¡Anímala, David!-Dijo Marcos.

            Yo no tenía que hacer nada. No tenía que animar a nadie. Yo estaba alucinado con aquella situación. Lucía o Luci como les gustaba llamarla, sostenía su copa de licor 43 y en sus ojos se adivinaba algo más que una situación. La mano de Marcos seguía acariciando la espalda de su mujer. De vez en cuando una mano era descubierta bajo sus pechos. Sinceramente creo que mi pene estaba erguido. Ni me atrevía a moverme del sillón pese a las ganas de orinar o defecar que sentía.

-No me tiene que animar nadie. No es el momento ni el lugar. ¡Y dejad ya esta broma! Además, no llevo nada debajo-Dijo Andrea.

            Error. Ese “además, no llevo nada debajo” delataba sus verdaderos deseos. O al menos, su predisposición.

-Ja, ja, ja…-Rieron mis vecinos-, ¿No llevas braga?-Preguntó Lucía.

-Si. ¡Cómo no voy a llevar nada debajo! Me refiero a sujetador-Contestó ella.

-¡Estamos apañados! ¿Acaso pretendías enseñarnos tus tetas debajo del sujetador?-Volvió a reír Marcos.

-Yo no pretendo nada. Pero bien mirado, era una nueva forma de que me veáis los pechos. ¿O es que hay que ver el pezón por narices?-Preguntó ella.

-¡Naturalmente, Andrea! Todo o nada. No se puede quitar el encanto de un pecho. Si tapas el pezón, le quitas la gracia-Volvió a reír Marcos.

-Pues va a ser nada. No pienso quitarme el vestido. ¡Qué descarados sois!-Sonrió el poco licor 43 que había bebido.

            Aquella media sonrisa de Andrea me explicaba muchas cosas. Me explicaba que a nada que Marcos la siguiera fustigando con sus frases, ella cedería. Es más, creo que hubiera cedido de no estar yo delante. Tal vez temiese mi reacción. Tal vez como bien dijo no era el lugar. Me constaba que no la preocupaba mucho que sus pechos fueran observados por alguien más a parte de mí. La playa siempre había sido fiel aliada de sus tetas. Y yo, encantado de lucirla por esos paseos de arena fina ante las miradas lascivas de los hombres y jóvenes reunidos bajo sus sombrillas.

-Me haces sentirme mal, Andrea-Dijo Luci.

-¿Yo? ¿Por qué? ¿Porque no me quito el vestido?

-Ajá. Eso es. Me haces parecer una…descarada-Dijo sosteniendo la palabra que iba a soltar por su boca.

-No es mi intención, Luci. ¿Pero por qué tenéis tanto interés en que os enseñe mis tetas? ¡Ya las veréis cuando tomemos el sol!

-Por eso mismo, Andrea. Porque te las vamos a ver cuando tomes el sol en el futuro solárium. Por eso mismo no es claro el motivo por el que no quieres que las veamos ahora-Explicó Marcos.

-¡No entiendo! ¡No entiendo a qué tanto interés! ¡Tú que dices, David! ¿No tienes nada que decir a esto?-Me preguntó mi mujer.

-¿Yoooooooo?,  ¿Qué voy a decir?, ¿Qué puedo decir?. Si quieres enseñar tus tetas, hazlo. Si no quieres, no lo hagas.

-¿Te da igual?

-Pues la verdad es que si. Mira a Luci. A ella no la importa… y a Marcos tampoco.

            Eran los 43 cítricos con los que dicen que está elaborada la bebida los que hablaban por mí. O tal vez los 31 grados de alcohol que se aglomeran dentro de la botella. O tal vez los pechos de Luci. O tal vez…mi esfínter que había removido a mi pene.

            Reflexionó con cara maliciosa durante un instante. Nos miró a los tres. Uno a uno. Se levantó del sillón y una punzada atravesó mi corazón.

-¡Esta bien!, ¡Ahí va!-Dijo a la vez que se sacaba esa especie de camiseta o vestido griego o romano de su cuerpo y dejaba al descubierto aquellos hermosos pechos que tantas y tantas veces había lamido con mi lengua.

-¿Contentos?-Preguntó a la vez que se sentaba.

-¡Guauuuuuu!, Excelente, Andrea-Aplaudía Marcos haciendo que los pechos de su mujer se bamboleasen de un lado a otro.

-¡Ea, pues ya está! Tetas al aire. ¡Parecemos dos tontas en bragas!

            Aquella situación había tomado un nuevo rumbo. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Nos quedaríamos así? ¿Pararía aquello en ese instante?, o ¿Continuaría más profundamente?. Las respuestas llegaron  de inmediato.

-¡Eso es! Exclamaba Marcos “el modoso”-. ¡Vosotras si que valéis! ¡Cojones, haced la gracia completa y quitaros las bragas, coño! Enseñarnos vuestro conejo.

            El licor 43 se levantó arrastrando el cuerpo de Lucía y los 31 grados de alcohol adictivo se bajaron la braga. Su mechón arreglado  y perfectamente recortado impactó en mis ojos como si de una caja de bombones de licor se tratara. Pude distinguir sus labios mayores. Carnosos, jugosos. ¿O eran imaginaciones mías?. No, no lo eran.

-¡A qué esperas, Andrea!-Dijo Lucía poniéndose en pie y haciendo un gesto con las manos que significaba lo que ella quería que sucediera.

-¡Qué coño, yo no voy a ser menos!, además, lo tengo muy bonito. Eso dice este-Dijo señalándome con la cabeza a la vez que su braga descendía piernas abajo.

            Definitivamente aquello me turbó. No sé si en demasía, pero se produjo un efecto en mí extraño hasta ese momento. La excitación, curiosamente, se apoderó de mi cuerpo al comprobar como Marcos miraba el cuerpo desnudo de mi Andrea. Me levanté de inmediato. Me meaba. Fui al baño con urgencia. Llevaba tiempo aguantando mis ganas de orinar. Ellos rieron a mi espalda. Cuando volví del baño lo primero que pude ver fue la mano de Lucía tocándose entre las piernas. Me quedé como anclado en la puerta del salón. Al fin pude dar unos pasos y volver a mi asiento.

-¿Qué os pasa? ¿Qué pretendéis?-Pregunté sin convicción alguna.

-¡Pues si no fuera por que pensaríais mal de nosotros, me follaba a Marcos ahora mismo!-Dijo Lucía.

-¡Joder, joder, joder!- Exclamé una y otra vez.

-¡Anda si estáis mas cachondos…! Comenzó a decir Lucía.

           

            Miré a Andrea. Ella seguía con su vaso de licor y su cigarro. Su rostro reflejaba tensión.

-¿Porqué no nos enseñáis la polla?-Preguntó Lucía.

-¿Qué pretendéis que pase?-Pregunté extrañado, aunque cada vez menos.

-Divertirnos, David. Nos podemos divertir. Pasar un buen rato. Los cuatro. ¿No te parece?-Preguntó ella.

-No te entiendo-Dije.

-¡Cómo no me vas a entender! ¡Hasta Andrea lo ha entendido! ¿No os gustaría que lo hiciéramos los unos delante de los otros? ¿No sería excitante?.

-¡Que dices! ¿Follar los cuatro aquí? ¿Viéndonos?-Pregunté.

-¡Claro! ¿A que nunca lo habéis hecho mientras alguien os observa?- Preguntó ella mientras Marcos apuraba su copa.

-¡Pues claro que no! ¿Vosotros si?-Pregunté incrédulo.

-¡Desde luego! Es muy, muy excitante. ¡Hagámoslo! ¿Tú que dices, Andrea?-Preguntó Lucía.

-¡Que ya esta bien con la broma Lucía!

-No es una broma. Hablo en serio. ¿Quieres Marcos?-Preguntó a su marido.

-Yo si. No me importa que ellos nos vean. No es la primera vez que alguien nos ve. ¿Recuerdas?.

-Si. Fue muy gracioso...y excitante. Cuando éramos novios nos fuimos con unos amigos en su coche. Lo que suelen hacer las parejas. Pero como no teníamos coche, nos fuimos a un descampado pues a eso…a darnos la paliza como se decía antes o a darnos el palo como se dice ahora. Y acabamos follando los cuatro. Ellos en el asiento de delante y nosotros en el de detrás. Fue la leche. Un señor polvo. Y como nos gustó, repetimos alguna vez más, hasta que Marcos tuvo edad de conducir y se compró coche-Relató Lucía.

-Experiencia única-Dijo Andrea cruzando sus piernas y cubriendo su pubis.

-No. Porque repetimos…ja, ja, ja.

            Y fue entonces cuando, muy segura de si misma y tal vez de nosotros, Lucía como así me gustaba llamarla, no Luci como la llamaban todos, se levantó y se acercó a su marido. Pude ver sus nalgas. Su espalda con su cabello acariciando sus hombros. El balanceo de sus senos. La longitud de sus piernas moldeadas y finas. Sus manos fueron directas al botón del pantalón de Marcos. Liberado el botón del ojal, el sonido de la cremallera se apreció ligeramente en el descenso del cursor. La imagen del hercúleo de Marcos abrazado por la mano de su mujer no pasó desapercibida para Andrea. Su cara reflejaba lo que ya imaginaba. Excitación a raudales. Marcos se sentó en el sillón donde había permanecido siempre. Sus pantalones cortos reposaban en el suelo, sobre sus tobillos. Lucía se sentó encima de él y metiendo su mano entre las piernas de ambos, atrapó el titán que guió con suma facilidad a la entrada de esa caverna húmeda.

            Pude ver, al igual que mi mujer, el capullo de Marcos entrando en el coño de Lucy. Parecía una seta a punto de estallar. Una vez dentro, ella terminó de sentarse sobre su polla. El, con ella dentro de su coño. Ella, sonriendo y mirándome fijamente. Andrea, un tanto nerviosa, y yo, más salido que un perro. El acarició sus pechos. Yo miraba aquella selva de pelos y me ponía cachondo. Estuve tentado de meter mano a Andrea. Mi mujer tomó su copa de licor y bebió un sorbo. Después encendió un cigarro. Asistíamos a la elevación y descenso del cuerpo de Lucía con sumo respeto y tremenda excitación. Estaban follando delante de nosotros.

-Oh…, oh…, ag…, hum… ¿no os animáis?.....Hum….exclamaba y escenificaba Lucía.

            Los envites de Marcos eran potentes. Desde donde estábamos sentados se apreciaba a Lucía con las piernas abiertas, sentada encima de su marido, dándonos la cara, se veía como entraba ese pene duro una y otra vez escoltado por el matorral de vello negro. Sus testículos endurecidos se elevaban al paso marcado por el pene. Andrea mantenía su boca seca. El cigarro desprendía humo a su libre albedrío. Mi polla reclamaba más. Aquellos pechos de Lucía se bamboleaban arriba y abajo con tremenda sincronía. No resistí más. Me abalancé sobre Andrea y la besé a la vez que mi mano se iba a sus muslos. Intenté separarlos y no obtuve ninguna resistencia. Era claro. Estábamos deseosos los dos. Mis dedos resbalaban por la raja de Andrea. El brillo de su flujo delataba el manantial de lujuria que ella sentía. Yo mismo me desabroché el pantalón mientras ella misma me sacaba la camisa ante la sonrisa comedida de Lucía. Cuando sus pechos se clavaron en mi tórax y mi verga hinchada penetró en el interior de mi mujer, cerré los ojos.

            Los ayes y los gemidos de placer se sucedían en aquél salón. Andrea me cabalgaba mientras yo me aferraba a sus pechos. Su culo se contoneaba sobre mis piernas con tremenda eficacia. Trataba de recordar un polvo similar. Después de escrutar en mi mente, no encontré algo parecido. Me estaba follando como nunca. Todo era producto de la situación y la excitación. Notaba el resbalar de mi glande sobre sus paredes interiores. Su calor, su humedad, su ansia.

            Todo se vino abajo. Todo se derrumbó en un instante. Lucía y Marcos se habían desenganchado, tal vez excitados por la nueva imagen que se les ofrecía. Sus cuerpos aparecieron a nuestro lado. Abrí los ojos justo en el momento que Lucía dejaba sus labios encima de los míos. No dije nada. ¿Qué podía hacer ante tamaño gesto de generosidad? Nada. Las manos de Marcos se apoderaron de los pechos de Andrea y su pecho se pegó a su espalda. Ella giró su cabeza y se encontró con la boca de Marcos y el beso fue prolongado y fundido. El monstruo sexual ya estaba en marcha y parecía no poder derrotarle nadie de los allí presentes. Andrea había dejado de cabalgarme y estaba centrada en el beso de Marcos. Yo, aún dentro de ella, intentaba zafarme de la boca de Lucía sin éxito. Nuestras lenguas se juntaban mezclando nuestras salivas. Un “Plof” extraño y sonoro llegó a mis oídos. Andrea me abandonaba. Mi pene mojado por su flujo se vio desamparado. Lucía, sentada a mi lado, lo tomó con su boca a la vez que Andrea era conducida al sillón que había ocupado Marcos y obligada a sentarse en el por este. Una vez arrodillado delante de ella, separó sus muslos y su lengua tomó posesión de aquella grieta abierta que demandaba un ejército de lenguas. Nos miramos. Lucía se aplicaba en la felación. Marcos extasiaba a Andrea con su lengua. Mis manos se descubrieron acariciando esos pechos y esos bombones de licor de Lucía. Luego, descendieron a sus nalgas y buscaron con ahínco su ano. Allí, mis dedos se solazaron con ansia. Miré a Andrea. Marcos se había incorporado y la besaba mientras su pene descansaba sobre el pubis de ella. Su cuerpo curvado sobre el respaldo esperaba algo que yo no sabía si quería ver. Tal vez envalentonada por la actitud de Lucía, Andrea llevó ese titán a su boca y lo engulló. Marcos contrajo su cara en  un gesto significativo de placer a la vez que sus testículos eran sopesados por la mano de mi mujer.

-¡Vayamos a la cama!

            Fue la frase de Lucía. Los cuatro cuerpos se levantaron y aparecimos en la habitación. Sobre la cama, tumbados a lo ancho. Las penetraciones fueron rápidas. Sin  más preámbulos. Andrea se dejó caer de espaldas sobre el colchón y Marcos se venció encima. Su pene atravesó la débil resistencia de las paredes vaginales de mi mujer y ahondó hasta el final del martirio. Mi pene, sujeto por los dedos de Lucía, fue engullido por su sexo a la vez que comenzaba a cabalgarme. Giré mi cabeza y me encontré con los ojos de Andrea. Nuestras caras eran de respeto. Nuestros alientos se mezclaron y confundieron con cada nueva embestida y cabalgada de ese matrimonio recién llegado a nuestra urbanización. Mi mujer y yo nos fundimos en un beso eterno con la cara contraída mientras mi vecino Marcos se corría dentro de ella y yo hacía lo propio dentro de Lucía.

            Los cuerpos vencidos, derrotados por el esfuerzo, saciados por el placer, se unieron en un abrazo mutuo. Después…

            No hay un después. Afortunadamente esto continúa hoy día. Y del solárium, nada nuevo. Las obras ya comenzaron. Pero sinceramente, creo que tanto Lucía como Andrea no lo necesitan. Eso sí, es urgente reparar el aire acondicionado de la casa de ellos y comprar una cama más ancha para la mía.

                                                                                                                     

                                                                                                                      Coronelwinston

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