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Dóminic la reencarnación de Aiperos -3-

en Control Mental

Habían pasado ya dos días desde aquella experiencia en el parque con Anahí y un afortunado desconocido. Yo estaba cada vez más impaciente, esperando el momento indicado para proceder con mi plan de cogerme a la esposa de mi jefe; plan, que debido a la presencia de él esos días, no se había podido llevar a cabo.

Como ya había comprobado, mi poder, (o el poder de Aiperos), no funcionaba con hombres, no podía controlarlos, así que no podía obligar a mi entonces jefe a que se fuera, o a que ignorara lo que pasaba.

Mi oportunidad se dio casi 2 semanas más tarde, cuando mi jefe se vio obligado a dejar la ciudad por un viaje de negocios, se iría a la frontera por casi 1 semana. Semana en la que su esposa no estaría abandonada.

El día de la partida de mi jefe, llegué a su casa muy temprano; ya que sabía que él ya no estaría. Me abrió la puerta la sirvienta de la casa, una chiquilla de unos 14 años tan antipática como inculta. Ya que siempre voy a esa casa por papeles, contratos o cualquier cosa, no fue sorpresa para esa chiquilla verme allí, y me dejó pasar de inmediato.

Eran cerca de las 7:30 de la mañana, fui directo al despacho de mi jefe y entré a buscar un “documento muy importante”. Este despacho está en el segundo nivel de la casa, justo frente la recámara principal, donde se encontraba mi objetivo, mi trofeo.

Desde la puerta del despacho, miré que no hubiera nadie que pudiera estorbarme y me dirigí hacia la habitación. Puse mi oído pegado a la puerta, esperando escuchar algo, pero no hubo ningún ruido; así que lentamente giré la perilla y muy despacio abrí la puerta. Al ingresar a la recámara, muy lujosa por cierto, con una decoración moderna pude ver sobre la enorme cama de sábanas blancas la ropa que la doctora Saira usaría ese día.

Sobre la cama, más grande que una cama King size normal, se encontraba un pantalón de vestir negro, una blusa turquesa sin mangas, la tradicional bata médica color blanco y un juego de sostén negro de encaje; muy delicado, junto a una tanga del mismo color, semitransparente. Uff, mi pene reaccionó de inmediato, tantas veces me imaginé a esa mujer, e intenté adivinar cómo era su ropa interior por encima de su vestimenta, y ahora la tenía ahí frente a mí.

En ese momento, mi atención se desvió a un ruido proveniente del baño privado dentro de la misma recámara. Era el sonido inconfundible de una llave de ducha al abrirse. De inmediato reaccioné, y mi mente emitió una especie de orden general, sin ningún destinatario en particular.

QUIETA ¡!!!!

Una orden tajante y tan “improvisada”, no estaba seguro de que hubiera tenido algún resultado; así que me acerqué a la puerta del baño y entré. Mi sorpresa fue mayúscula cuando pude ver en el interior a mi preciosa doctora Saira, la cual estaba vestida con una bata rosa. Lo más extraño de todo, es que se encontraba inmóvil. No reaccionó a mi presencia allí, no se movió, estaba paralizada.

Me acerqué muy lentamente, mi corazón latía muy fuerte por el nerviosismo del momento. Le di dos toques en el hombro para llamar su atención mientras trataba de hablarle.

Doctora? … Doctora? Buenos días… Se siente bien???

(Nada)

La doctora parecía una estatua de piedra, inmóvil.

Comprendí entonces que la orden que había dado unos minutos atrás, sin pensar en nadie en particular había sido recibida por la doctora. Y ya que la orden fue muy explícita: “quieta”, pues ella se quedó inmóvil.

Ahora que lo pienso, ni siquiera estoy seguro de haber sido yo el quiera esa orden, ahora estoy casi seguro que fue El, o tal vez siglos de instinto demoníaco simplemente surgieron. En fin...

Pensé por un momento en desnudarla y cogérmela en ese mismo momento, pero el morbo que me daba saber que ese monumento de mujer estaba a punto de desnudarse por su cuenta, me dio una idea más excitante.

- Escúchame. Escúchame muy bien. Podrás moverte, y continuarás con total normalidad tu rutina, pero no notarás mi presencia. No importa lo que yo haga, lo que yo diga NO notarás que estoy acá, ni me podrás mirar. Si haz entendido, respóndeme.

- Sí he entendido.

Ufff, el corazón casi se me salía del pecho.

- Bien, ahora continúa con lo que ibas a hacer.

Mi corazón palpitaba tan fuerte, mi pene me dolía en el interior de mi boxer de la gran erección que tenía.

Creo que aguanté la respiración de lo nervioso que estaba.

Y allí desde mi privilegiado lugar, pude ver el mejor espectáculo erótico de mi vida. (Hasta ese momento)

La doctora continuó desatando su bata rosa desde la cintura para luego quitar por encima de sus hombros y la dejó caer en el piso.

Ohhh la belleza !!!

Estando ella de espaldas, pude ver en primer lugar su espalda y sus hombros. Mi vista no tardó mucho en descender hasta su culo, oh que precioso culo. Formado por dos grandes nalgas; con un poco de celulitis propia de su edad, pero yo las veía perfectas.

La doctora se introdujo en la ducha, con el agua ya cayendo. Giró y medió la mejor visión de mi vida. Pude ver sus pechos, grandes y algo caídos con unos grandes pezones; vi su abdomen, no tan plano como en su juventud, y por fin, pude contemplar sus labios vaginales.

Me quedé con la boca abierta. La doctora tenía una pusita tan linda, completamente depilada. Con los labios un poco separados. Lo cual era de esperarse, después de 3 hijos.

Me comencé a sobar el miembro por encima del pantalón, mientras miraba sin perder detalle el ritual de baño de esa musa inspiradora.

El agua tibia caía por su cuerpo desnudo, mojando su cabello largo y castaño, descendía por sus hombros, y llega a sus pechos, grandes mamas un poco caídas por el paso de los años, pero aún muy apetecibles, coronados con unas areolas semi-oscuras que servían de perímetro a dos pezones grandes; los cuales se encontraban erectos en ese momento, a causa del agua que los humedecía.

El liquido continuaba su descenso, trasladándose por su vientre, no tan plano como el de una jovencita, pero igual de sexy. Al final, el agua llegaba a su lampiño sexo, humedeciéndolo, lavándolo...

La doctora tomo un poco de jabón líquido de un frasco, lo esparció sobre una esponja, y comenzó a recorrer su cuerpo desnudo y húmedo. Primero sobre sus brazos y piernas, luego sobre su vientre y llego a sus pechos.

- Detente.

(Se detuvo)

- Deja la esponja, y usa mejor tus manos.

En seguida dejó la esponja y comenzó a usar sus manos para enjabonarce los pechos.

- Límpialos muy bien.

La doctora comenzó a sobar esas soberanas tetas, las enjabonaba, las acariciaba, se las apretaba, primero una, y luego otra.

- Limpia también tus pezones.

Y la doctora obedeció. Esparcía el jabón por en el área de sus pezones duritos, con un movimiento circular muy delicado, casi rozándolos, casi acariciándolos.

El movimiento sobre sus pechos, y las caricias a sus pezones, no dejaron de tener su efecto en la lívido de la mujer. Comenzaba a excitarse, y lo demostraba mordiendo levemente su labio inferior y cerrando los ojos mientras seguía masajeando ese par de hermosas tetas.

- Continúa, debes lavarte tu cuquita.

Y desde luego, la doctora obedeció. ¿qué otra opción tenía?

Colocó más jabón en sus manos, pero de una botella diferente; era un jabón especial para limpiar esa área tan delicada.

- Hazlo despacio, que quede muyyyy limpio; tan limpio que se pueda comer ahí. (algo que pensaba hacer).

Ella empezó a aplicar la solución jabonosa en por encima de sus labios mayores. Frotaba en círculos mientras el jabón limpiaba cualquier impureza que el agua hubiera dejado. Luego hizo algo que me fascinó, subió una pierna y mientras con una mano abría sus labios, con la otra continuó aplicando el jabón ahora en la entrada de su vagina, limpiando ya sus labios menores con el mismo movimiento circular.

Se notaba, que la excitación producto de haber amasado sus pechos continuaba en aumento, ahora que estaba masajeando su pusita.

Noté que el movimiento circular ahora era un movimiento hacia arriba y abajo, moviendo dos dedos en la entra de su cueva, en un claro acto masturbatorio.

Ya no aguantaba más, estaba con el pene fuera del pantalón y me dolía de lo erecto que se encontraba.

- Termina tu ducha. Y continúa con normalidad.

En ese instante, la doctora cerró la llave de la ducha; tomó una toalla, se secó la cara, el cuerpo, las piernas. Y luego se envolvió en ella, cubriendo su desnudez de no se quién; después de todo, estaba “sola”.

Salí del baño, para no estorbar su salida, y me senté en un extremo de la cama. Desde allí continué apreciando el ritual matutino de mi musa inspiradora de masturbaciones. Se sentó frente a un espejo, colocó crema en su brazos, en sus piernas, luego descubrió su torso, dejando expuestos sus pechos, para continuar suavizándolos con crema.

Se cepilló el cabello húmedo. Y luego se paró y se dirigió a donde se encontraba su ropa, tomó el sostén negro y se lo colocó, luego tomó el tanguita del mismo color, y se lo puso con un movimiento muy sexy. Continuó luego con su pantalón de vestir y con su blusa turquesa.

Antes de salir, se colocó perfume en el área del cuello. No tanto para parecer vulgar, solo lo necesario.

Tomó su bolso y su bata blanca y se dirigió hacia la puerta.

Justo cuando su mano tomó la perilla le ordené mentalmente que se quedara inmóvil. Y así lo hizo.

Allí estaba yo, sentado en la cama matrimonial de mi jefe. Me puse de pie, en medio de la habitación.

- Gira, y parate frente a mí. –Le ordene mentalmente.

La doctora giró e hizo lo que le pedí. Ahí estaba ella, de pie, frente a mí. Tan bella a mis ojos. No sé por qué esa mujer me obsesionaba tanto. Aún no lo sé.

Mentalmente le dicté:

- Escúchame con mucha atención. En cuánto chasquee mis dedos, vas a recobrar la conciencia sobre mi presencia, notarás que estoy aquí. Me verás, pero no te va a extrañar que esté aquí, todo lo que sabrás, es que tú me pediste venir, ya que estas enamorada de mí.

Continué:

- De ahora en adelante, serás toda mía, yo seré tu amante, y gozarás solo conmigo. Te debes completamente a mí, y buscarás entregarme tu sexo siempre. Seré tu droga, a la que te has vuelto adicta. Ahora, recobras la conciencia de mi presencia, y en tu mente solo estará el deseo de que yo te penetre y llene tus entrañas con mi leche.

(Chasqueo los dedos)

En ese momento, la doctora parpadea dos, tres veces, como quién abre los ojos de pronto y se encuentra con una luz brillante.

- Hola, se preguntará por qué le he pedido que venga. Me dijo con voz profunda.

- Pues la verdad, si. Respondí; siguiendo el juego de esta fantasía que había creado. – Me da un poco de pena estar aquí en su habitación.

- ¿Pena? ¿Por qué? ¿Acaso soy fea y no le gusta verme?

- Nooo, no es eso.

- Ahh, entonces ¿si le gusta verme?

- Pues, si, me gusta verla.

- ¿Y no preferiría verme con otra ropa?, está es ropa de trabajo, y no es muy sexy.

- Pues, Ud. Se ve hermosa con todo doctora.

- Ay, pero qué caballero más amable. Pero, tal vez me vea mejor sin nada ¿No cree?

- Ammm, pues sí, estoy seguro que si.

- Pídamelo.

- Pedirle qué, doctora. Dije continuando con el juego.

- Pídame que me desnude.

Tragué saliva. No se si lo hice por seguir el juego, o realmente necesitaba hacerlo.

- ¡Desnúdese!

El corazón me dio medio giro, aunque hace unos minutos había podido verla completamente desnuda, el hecho de decírselo; no mentalmente, si no hablado; me excitaba aún más.

Ella comenzó a quitarse su blusa color turquesa, dejando a la vista su sujetador negro. Luego se dio media vuelta, desabrochó su pantalón y sin doblar las rodillas lo llevó hasta sus tobillos, para luego acariciarse los muslos mientras se reincorporaba lentamente.

Giró una vez más quedando frente a mí, cubriendo su cuerpo solamente con su lencería negra. Se acercó y pasó detrás de mí. Desde esa ubicación, cómo dándome un abrazo, comenzó a desabrochar los botes de mi camisa, me daba tiernos y juguetones besos en el cuello y las mejillas.

Terminó con los botones, me dio media vuelta y terminó de quitarme la camisa. Me miró fijamente a los ojos, pasó su mano por mi cabello hasta llegar a la parte de atrás de mi cabeza, y me clavó un fulminante y apasionado beso.

En el instante en que su boca toco la mía, fue el paraíso. Curioso, un demonio con acceso al paraíso.

Yo le correspondí el beso, nuestras bocas se aprisionaban una a otra, nuestras lenguas se enfrentaban en una placentera batalla. Sin dejar de besarnos, me empujó sobre la cama cayendo ella conmigo.

Acostados, continuamos comiéndonos nuestras bocas mientras ella bajaba su mano para agarrar mi verga que ya estaba de fuera y plenamente erecta.

La tomó con su mano derecha y comenzó un acto masturbatorio delicioso.

Yo, sin dejar de devorar esos labios carnosos, comencé a acariciar su cuerpo por encima de su lencería negra. Con una mano acariciaba su culo, y con la otra una de sus tetas.

Separamos nuestras bocas para tomar aire. Momento en que ella aprovechó para terminar de quitarse el sostén, y su tanga. Se veía riquísima totalmente desnuda y excitada.

Yo me acomodé de mejor forma en la cama. La misma cama donde mi jefe se la cogía a ella, ahora iba ser el lecho donde yo, me la cogería a ella. (O ella a mí).

- ¿Quiere que se la chupe ? Me preguntó; y sin esperar mi respuesta, bajó mi pantalón junto con mi bóxer hasta mis rodillas, y de un solo bocado se trago mi verga.

- ahhhhhhhhhhhhhhhhh, siiiiiii. Grité de excitación.

Era increíble sentir esa lengua que hace unos momentos estuvo en mi boca, lamer mi pene mientras que sus labios aprisionaban la circunferencia de mi miembro.

Su cabeza hacía una movimiento de sube y baja, que permitía que sus labios masturbaran mi verga.

Excitado, coloqué las dos manos sobre la cabeza de la doctora. No tanto para dirigirla, ya que ella sabía lo que hacía; si no más bien para sentir ese movimiento arriba y abajo que me estaba volviendo loco.

 Ella sacó mi miembro de su boca, solo para darle unos tiernos besos en la cabeza; y luego continuar con la mamada. Parecía toda una profesional.

En ese momento, y ante la increíble experiencia oral que estaba recibiendo, no pude contenerme y acabé en un gran orgasmo. Mi corrida salió disparada de mi verga, directo a la boca de la doctora, que en ningún momento hizo el intento de apartarse.

Ella siguió chupando hasta que el último chorro de semen salió de mí. Luego se incorporó sobre la cama, hincada; y escupió sobre sus tetazas toda la corrida que había recibido. Con sus manos juntó sus tetas, y con sus mismas tetas fue esparciendo la mezcla de semen y saliva por todo su pecho.

Fue una escena increíble.

- ¿Le gustan mis senos ? Me preguntó.

Se veían increíbles y relucientes, cubiertos de mi semen y su saliva.

- Si, mucho.

- ¿Qué le gustaría hacerme ahora? ¿Le gustaría hacerme el amor?

 - No.

- ¿Noooo?. Dijo muy confundida.

- No. No quiero hacerte el amor, quiero cogerte, muy fuerte.

Una cómplice y pícara sonrisa se dibujó en su rostro.

Mi pene comenzó nuevamente a erguirse. La vi a los ojos y me abalancé sobre ella; mi brazo izquierdo la rodeó por la cadera, posándose sobre su trasero.

Mi boca buscó la suya, y ella respondió metiendo su lengua en la mía. Ella cayó sobre su espalda, y yo encima de ella. Mientras continuaba besándola, mi mano derecha amasaba una de sus tetas; jugaba con ella, la apretaba, se sentía tan suave y firme a la vez.

Dejé su boca y la reemplacé por su pezón, lo aprisioné entre mis labios. Ese pezón grande y obscuro sabía de maravilla. Lo lamía, mi lengua jugaba con él, moviéndose en círculos sobre la circunferencia de la areola.

Puse mis piernas entre las de ella y las separé, abriendo las mías. Mi verga erecta estaba en la entrada de su cueva, la cual desprendía un intenso calor y una copiosa humedad.

Coloqué mis manos sobre la cama, y me separé un poco, la vi directo a los ojos; ella me vio, y con un movimiento de cadera clavé mi verga en toda su extensión dentro de esa deliciosa puchita.

- mmmmmmm. Gimió ella.

- Ahhhhhhhhhhhh. Grité yo.

- SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Gritó El.

Ohh, qué delicia. No sabría explicar la sensación tan placentera que sentí en ese momento. Tanto tiempo esperandolo, imaginando cómo sería, “practicando”.

Me quedé adentro de la doctora un instante, disfrutando ese delicioso calor y gozando esa humedad.

Luego, lentamente fui moviendo la cadera en dirección contraria. Mi pene fue saliendo centímetro a centímetro, disfrutando del roce que se ejercía contra las paredes vaginales.

Cuando quedó únicamente la cabeza de mi verga adentro, volví a ejecutar otra maniobra de penetración. Mis testículos chocaron contra la parte baja de las nalgas de la doctora.

- Mmmm, si. Qué rico !!! Decía ella con voz sensual.

Yo me limitaba a emitir cierto gemido placentero.

- Ahhhh.

Nuevamente comencé a sacar mi verga de su puchita, y repetí el mismo procedimiento. Esas estocadas que le estaba dando me encantaban.

Seguí repitiendo la misma maniobra, aumentando el ritmo constantemente.

Adentro, afuera. Adentro, afuera. Con cada clavada, sus tetas se bamboleaban rítmicamente.

Continué con mi mete-saca un buen rato.

Ella gemía. Yo gemía. Y Aiperos se alimentaba.

- ¿Te gusta?. Le pregunté.

- Si, me encanta.

- ¿Querés que te siga cogiendo?

- Siiiiii, cójame, por favor, no pare.

Aceleré mis embestidas; tomé sus dos tobillos y los levanté. Yo me hinqué sobre la cama y en esa posición continué introduciendo mi verga en esa deliciosa conchita depilada.

Como un pistón mi pene entraba y salía, mi orgasmo estaba cerca. Podía sentirlo.

Cuando yo termine, tendrás el más grande orgasmo que jamas hayas tenido. Le ordene mentalmente.

Puse sus pies en mis hombros, y me volví a inclinar sobre ella. Fueron dos o tres embestidas las que le di, cuando sentí como mi cuerpo se tensaba, mis músculos se contraían y una descarga de semen salía disparado en el interior de su concha.

Junto con mi corrida, ella comenzó a convulsionar, sus paredes vaginales apretaron mi verga, sacando hasta la última gota de semen que hubiera adentro.

- Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh. Gritó ella, poniendo los ojos en blanco. Con sus manos apretaba las sábanas de su propia cama matrimonial. Mientras yo trataba de introducir aún más mi verga, sin poder hacerlo a causa de mis propios testículos.

Caí extenuado sobre su cuerpo desnudo. Nuestros cuerpos estaban sudorosos. Nuestra respiración agitada y profunda.

Los dos estábamos con los ojos cerrados, disfrutando de los residuos placenteros de nuestros respectivos orgasmos.

BIEN HECHO. Se oyó una voz en mi cabeza.

Al parecer, había satisfecho a mi demonio interno. Al menos por ahora.

Nos quedamos dormidos los dos, agotados por la gran actividad física que habíamos tenido.

Serían más o menos las 11:30 de la mañana, cuando el teléfono de la doctora sonó.

Con tono adormitado, y torpe, contestó:

- Aló. Si, si, claro, ya voy para allá, es que tuve un..... contratiempo. Si, decile que me espere, ya llego.

- ¿Qué pasa?

Me dio un pequeño beso en los labios.

- Debo irme, una paciente lleva horas esperándome.

Se levantó, y comenzó a buscar su ropa, encontró su tanga negra primero, y se la colocó.

Se sentó en la orilla de la cama, y se dobló para colocarse su pantalón. Pero yo no se lo permití.

Me hinqué en la cama detrás de ella. Y comencé a sobarle las tetas nuevamente.

Ella se rió con una risa juguetona, y me dijo:

- Ahora no, no ve que tengo que irme.

Poco me importó su comentario. Mi pene ya estaba nuevamente erecto y no iba a desaprovechar.

Bruscamente tiré su torso sobre la cama, y el resto de su cuerpo hizo lo mismo por inercia.

Me fui por sus tetas, y comencé a besarlas, a manosearlas. Las tomaba con ambas manos, las estrujaba.

Metía un pezón en mi boca, mientras el otro era acariciado por mi mano.

- Mmmm; noo, tengo que ir a trabajar.

Seguí comiéndome uno de sus pezones mientras mi mano bajó a su entrepierna; comencé acariciar su cuquita por encima del tanga negro.

Mi dedo medio se introdujo por entre la orilla de la prenda, y llegó a sus labios mayores, los cuales abrí sin ningún problema, dándome paso directo a su clítoris.

- Mmm. Gemió. - Pare, por favor, voy a llegar tarde.

Yo ni siquiera hacía caso a sus comentarios. Yo me la quería volver a coger, y lo haría.

Seguía chupando sus tetas, mientras mi dedo entraba y salía de su puchita, rosando constantemente su pequeño botón de placer.

- Mmm, si, que rico. Murmuraba con los ojos cerrados.

Me separé un poco de ella, saqué mi mano de entre su cavidad; lo que hizo que abriera los ojos. Se me quedó viendo algo extrañada, como preguntándose por qué me había detenido.

Yo sonreí maliciosamente.

La tomé de la cadera y la giré en un rápido movimiento quedando ella boca abajo. Puse mis dos manos en sus caderas y las levanté; por inercia, ella acomodó sus rodillas y quedó con su culo alzado.

Le tomé una mano y se la coloqué en la espalda, luego le tomé la otra, e hice lo mismo.

- Auhhh. Exclamó en un gesto de inconformidad por mi brusco movimiento.

- Te voy a coger en posición de perra. Porque eso es lo que sos para mí. Serás mi perra puta.

- Auhh, no me diga así.

- Silencio perra.

Tomé su cabello y empujé su cara contra la almohada. Luego corrí su tanga hacia un lado, tomé mi verga erecta y la apunté a la entrada de su cuquita.

- Mmm. Gemía ella.

Y de una sola estocada volvía a clavar toda la extensión de mi falo en esa deliciosa cueva.

- Ahhhmmmmmmmmmmmmmmmmmm. Gritó ella, ahogando un poco el sonido, con la almohada.

- Mmmm. Gruñí yo.

Dejé mi verga allí metida un momento; y luego de ese leve dolor inicial, comencé un fuerte pistoneo.

Con mi mano en sujetando su cabeza, y la otra agarrando su nalga, mi verga entraba y salía rápidamente de dentro de ella.

- Mmmmmmm

- Siiii, que rico. Siga, por favor.

Y yo seguí, cogiéndomela muy duro. Mis embestidas eran tan fuertes que sus rodillas se levantaban de la cama.

Estuve bombeandola durante unos 5 minutos, en esa posición sin parar. En ese momento, suena el teléfono de la doctora.

- Contesta. Le indiqué mentalmente.

Ella extendió su brazo hacia la mesita de noche, donde su teléfono estaba; vio el nombre en la pantalla y me dijo:

- Es Marisol.

Marisol es la secretaria de la doctora; y cuándo me dijo que era ella quien llamaba, una idea perversa me vino de repente.

 Ella abrió el teléfono y con una voz disimulada, tratando de ocultar los gemidos de excitación que estaba emitiendo, dijo:

- Aló . (mmmm)

En ese momento, yo disminuí la fuerza de la cogida, pero aumenté la velocidad.

- Sii, es que tuve un contratiempo.

- Deja de reprimir tus gemidos. Le ordené.

- Si, mmm, ajaaammmm ohhh, si, decile que me espere, mmmmm. Si, mmm oh dios, sii, estoy biennn, ahhhhhh

En mi rostro se dibujaba una sonrisa malévola. Seguro que Marisol supo enseguida cuál había sido el contratiempo; pero para que no tuviera duda:

- Dile que llegarás, cuando termines. Y dile, lo que estas haciendo.

- Ahhh, sii, voy a llegar cuando, mmm cuanmmmmdo termine aqui, ahhhhh, si, oh dios, si, mmm, es que me están cogiendo, ahhahhh siiiii....

- JAJAJAJAJAJAJ. Rió mi residente interno, divertido seguramente por la frase tan explícita.

Tiró el teléfono al suelo de la habitación. Yo solo pude imaginarme la cara de sorpresa que la secretaria ha de haber puesto ante tan explícita frase.

El mete y saca que le estaba dando a mi musa se acercaba a su fin, mi cuerpo comenzó a tensarse, los músculos de mis piernas se contrajeron, y di una última estocada. De mi verga salieron unos chorros de semen que fueron a parar en el interior de la doctora.

- Ahhhhhh.

- Ahhhhhhhhhhhhmmmmmmmm

Los dos nos quedamos unos segundos inmóviles, disfrutando esas breves descargas eléctricas post-orgásmicas. Me salí de ella, ya con mi pene flácido, y me acosté en la cama boca arriba.

Ella, aún agitada por la extenuante actividad, se incorporó y comenzó a vestirse nuevamente.

- Gracias. Me dijo.

- ¿Por qué?

- Por haberme cogido tan rico.

- Jahn, fue un placer. Le contesté.

Se terminó de vestir. Me miró como indicándome que debía irme.

- Me quedaré aquí. Le dije. - Estoy algo cansado, y dormiré un poco.

Parpadeó un par de veces, y asintió con la cabeza, aunque no muy convencida.

Tomó su bolso, y salió por la puerta. Mientras yo me acomodaba boca abajo, desnudo en la enorme cama, y me quedaba dormido.