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Dos para una

en Hetero: Infidelidad

Dos para una

 

Encontró a los dos chicos en casa de su amiga, en la fiesta a la que había asistido junto a su esposo. Él había marchado dejándola sola y permitiendo así que la mujer aprovechara la oportunidad disfrutando de tan buena compañía…

 

Ce soir, je serai la plus belle

pour aller danser

danser.

Pour mieux évincer toutes celles

que tu as aimées

aimées.

 

Ce soir je serai la plus tendre

quand tu me diras

diras.

Tous les mots que je veux entendre

murmurer par toi

par toi.

 

Je fonde l’espoir que la robe que j’ai voulue

et que j’ai cousue

point par point.

Sera chiffonnée

et les cheveux que j’ai coiffés

décoiffés

par tes mains…

 

La plus belle pour aller danser, SYLVIE VARTAN

 

 

Se encontraba en el dormitorio con aquel par de tipos. Tras la fiesta a la que habían asistido la noche anterior, su marido había desaparecido rumbo a uno de sus muchos viajes de negocios como él los denominaba. Por supuesto, acompañado por Fabiola, la eficiente secretaria con la que sabía disfrutaba de los muchos polvos que a ella no le ofrecía. Maldito cabrón, a sus casi cuarenta años Pablo parecía haberse cansado de ella gozando de continuas escapadas ahora a un sitio, ahora a otro. Tan pronto marchaba a Madrid, como a Roma o a Oslo, cualquier lugar era bueno para sus infidelidades que ya se habían hecho habituales de un tiempo a esta parte. Incluso les había pillado en la misma oficina una tarde en que fue a buscarle. Era tal su desvergüenza que en el mismo trabajo se dedicaban a sus momentos de solaz, como bien pudo comprobar aquella tarde en que los encontró en plena faena a través de los estores a medio echar, él sentado en su butaca de cuero negro mientras Fabiola se encontraba arrodillada a sus pies y dedicada a lo que todos pueden imaginar.

Salió de allí como alma que lleva el diablo, llorando y gimoteando como una tonta, pensando que su vida se había roto y que ya no tenía sentido alguno. Corrió a la calle donde tomó el coche para dirigirse a casa donde siguió llorando y llorando hasta no poder más. Pensó en dejarle, en hablar con él largo y tendido, pensó incluso en el suicidio. Pablo no apareció en toda la noche ni tampoco en todo el día siguiente, no dándole la oportunidad de enfrentarlo y teniéndose que comer ella sola el disgusto. De aquello hacía ya un año y medio largo. Delfina decidió no decirle nada y continuar como si nada supiera.

Sin embargo, cada escapada era como una puñalada en lo más profundo de su ser. Fines de semana enteros mientras él estaría en cualquier habitación de hotel, lágrimas amargas que la hacían creer culpable pensando en qué podía haber hecho mal. Le había dado dos hijos maravillosos, el matrimonio parecía ir a la perfección siendo ella la esposa perfecta hasta que un buen día todo empezó a cambiar. Tras hablar con Lidia, su mejor amiga y a la que conocía desde pequeña, comprendió que esas cosas solían pasar y que ella era una más a la que le había pasado. Los hombres son volubles, la infidelidad forma parte de su naturaleza y las mujeres nada ganamos sufriendo por ellos. Así que nada de llorar, nada de vida rota y por supuesto nada de suicidio y tonterías de esas. En esos momentos es cuando debía ser más fuerte y pensar en ella y en lo que hacer.

Las palabras de Lidia la hicieron reflexionar y tomarse todo aquello de otra manera. Si Pablo la engañaba, ella no se quedaría atrás. Los últimos seis meses gozaba de la compañía ocasional de Valentín, un compañero del trabajo y divorciado hacía dos años. Se veían de vez en cuando, sirviéndole a Delfina de válvula de escape con la que poder pagar a Pablo con la misma moneda. Valentín era bastante mayor que ella pero en la cama todavía se comportaba de modo más que aceptable. Le daba lo que necesitaba, mostraba un buen aguante con ella haciéndola sentir explosivos orgasmos que hacía mucho no sentía. Por supuesto con preservativo, no fuera a llevarse una desagradable sorpresa por un instante de placer. Tanto y tanto tiempo que Pablo no la hacía sentir así…

Gracias a Valentín, se convirtió en una consumada amante aprendiendo más en aquellos seis meses que en los años que llevaba viviendo con su marido. Junto a Lidia vivió también alguna que otra aventura con algún hombre desconocido; una noche en que habían salido a bailar se vieron acompañadas de dos apuestos muchachos más jóvenes que ellas y con los que acabaron la noche en casa de su amiga. La bella Lidia la fascinó haciéndola conocer los placeres de Lesbos, una experiencia hermosa y con la que aprendió lo mucho que dos mujeres podían hacerse gozar. La compañía de dildos, bolas chinas, arneses y las caricias entre ellas la hicieron descubrir nuevos mundos distintos a todo lo conocido hasta entonces. Con Lidia era todo diferente, mucho más tierno y dulce aunque también sabía mostrarse áspera y violenta según convenía. De ese modo, los encuentros entre ellas se hicieron mucho más continuos que con Valentín. Se entendían a la perfección, la amistad había dado paso a algo mucho más agradable e intenso.

Aquella noche de sábado había asistido con Pablo a la fiesta que Lidia y su marido daban. Apenas se habían visto, aprovechando Delfina para bailar con cualquier hombre que se le acercaba. Había bebido más de lo que en ella era habitual, perdiendo a su esposo de vista nada más llegar y notando la cabeza cada vez más cargada. Pese a todo, se encontraba eufórica y deseando que la velada no acabara nunca. En el viaje de ida le había hecho saber que saldría a primera hora de la mañana contestándole ella que no se preocupara que se quedaría a dormir en casa de Lidia. Alguno de sus acompañantes le habían hecho saber su deseo por ella, apretándose de manera obscena y haciéndola notar el amable bulto pegado a la pelvis. Suspiró ahogadamente, dejándose llevar a un rincón apartado mientras las manos del hombre la recorrían entera por encima del vestido blanco que había elegido para la ocasión. Fuera ya de miradas indiscretas, se dejó besar por aquel joven muchacho que la hizo sentir en la gloria con aquel pequeño piquillo que le dio. Era bastante más joven que ella, al menos diez años pero eso a ella no le importó en aquel momento. De cabello largo y castaño, preciosos ojos color ámbar y labios gruesos, a la mujer le pareció de lo más atractivo. Instantes antes, su mirada se había cruzado con la turbia de su amiga; seguramente montones de ideas perversas corrían ya por su mente.

Dos o tres besos más consiguió sacarle su joven acompañante, logrando con grandes dificultades quitárselo ella de encima por un rato. Bebió una copa más de aquel coctel maligno, encontrándose finalmente con Pablo el cual le dijo que marchaba. No le importó mucho su ausencia, más bien nada. Miró el reloj de pulsera y vio que marcaba las dos. Quedaba mucha noche por delante –pensó viéndose enseguida acompañada por un chico algo mayor que el otro. Al mismo tiempo y al otro lado de la terraza, Lidia bailaba ahora con su esposo de forma acaramelada. Quizá no habría nada aquella noche con ella –los pensamientos le corrían a mil por hora llenándole la cabeza de diversas ideas a cual más pícara.

Se notaba terriblemente excitada, el alcohol ingerido hacía su efecto en ella. El vientre masculino se pegó dándole a conocer lo muy dispuesto que lo tenía, las manos le apretaban la espalda desnuda para luego subirlas y bajarlas con descaro a lo largo de la misma. La cabeza le daba vueltas, sonreía dejándose besar por su acompañante que cada vez la tenía más y más embelesada. En casa de su amiga, sola y sin su marido, las manos y el cuerpo del hombre pegado a ella le sabían a gloria. Tomada del mentón, la besó haciéndola sentir el alcohol que la boca del joven expelía. Las bocas se unieron con frenética pasión, él consiguió hacerla abrir los labios para meter la lengua en el interior de la boca de Delfina que, sintiéndose enloquecer, unió la suya a la de aquel chico al que apenas conocía. Con la cabeza cargada por el alcohol, recordó con dificultad que les había presentado Lidia al poco de llegar a la casa, pero después no habían intercambiado palabra hasta ese momento. El beso le supo genial, las respiraciones entrecortadas de ambos dentro de su boca mientras las manos seguían recorriéndola por encima del vestido. El deseo del muchacho le hizo ir más allá, buscando ahora meter la mano por debajo de la impoluta prenda de la casada. En ese momento se olvidó de todo, disfrutando el ataque furioso bajo sus prendas. El hombre subió el vestido hasta apoderarse con las manos del redondo trasero.

Delfina gimió ahogadamente al notarse llevar contra la pared donde el chico la empotró con su enorme humanidad. Más alto que ella, al menos siete centímetros más, el hermoso muchacho se hizo con la mujer teniéndola completamente a su merced. El bulto se rozaba contra ella y las manos corrían arriba y abajo en una disección perfecta de su cuerpo apetecible y bien formado. Abriendo los ojos, observó a su pareja unos breves instantes. Moreno, de barba rala, poco abundante y de varios días, mostraba un look bohemio gracias al peinado alborotado que presentaba. No la dejó mirarle mucho pues enseguida se lanzó sobre la mujer viéndose inmersos en la locura de un beso largo y profundo. Delfina se sintió morir, excitada como estaba por su joven amigo. Ya no se acordaba de Pablo ni de nada de todo aquello que la rodeaba. A lo lejos y en el salón, la música se escuchaba alta y seguramente cada cual estaría divirtiéndose por su lado. Vio a su amiga haciendo de perfecta anfitriona al despedirse de alguna de las visitas. Entre las tinieblas en las que se encontraba, escuchó unas risas procedentes de la cocina cercana. Risas de mujer y que demostraban a las claras lo que allí debía estar sucediendo.

Cerró una vez más los ojos entregada a su bello acompañante. Se besaron morreándose con desesperación, mezclando las lenguas, sacándola ella en busca de la del chico para empezar un juego que la hizo vibrar de un modo irrefrenable.

¡Bésame por favor… bésame! –pidió sintiendo casi perder el equilibrio pero logrando finalmente mantenerlo con más que evidente dificultad.

Los dedos femeninos se enredaban en los cabellos de él teniéndolo bien cogido de la nuca. El joven se hizo con el cuello desnudo consiguiendo con ello una mayor entrega por parte de ella. La estaba volviendo loca con aquello, el cuello era una de sus zonas más peligrosas y con las que más se excitaba si sabían cómo trabajarla. Y sabía cómo hacerlo, de eso no había duda pasándole la lengua arriba y abajo para después hacerla ladear levemente la cabeza y caer sobre el cuello chupándolo de manera obscena.

¿Cómo te llamas? –preguntó como si realmente le importara saberlo. Sin saber muy bien porqué le vino aquella pregunta a la cabeza.

Rubén… nos presentó la anfitriona de la casa al poco de empezar la noche –respondió antes de volver a hacerle sentir el cálido aliento sobre su cuello.

Sí lo recuerdo –dijo simplemente sintiéndose como en una nube.

No preguntó nada más, levantando ahora una de las piernas para ser ella quien se frotara suciamente contra su hombre. El bulto masculino golpeaba contra su vientre notando ella un calorcillo más que evidente entre las piernas.

¡Te deseo muchacho… te deseo! Vamos a un sitio mucho más tranquilo, ¿de acuerdo?

Bajando las manos hacia las fuertes manos caídas sobre sus caderas, logró al fin separarlo de su lado no sin antes ofrecerle un nuevo beso corto pero de gran pasión. Con prisas se arregló el vestido bajándolo hasta conseguir que su figura se viera mucho más respetable. Cogiéndolo de la mano, lo hizo seguirla a una habitación donde poder estar tranquilos. Conocía bien la casa así que pensó en ir a alguna de las de la planta superior donde habría menos jaleo. Por el camino se encontraron al chico con el que estuvo antes y fue entonces cuando por la cabeza de Delfina pasó la feliz idea de poder estar con los dos. Era mucho más joven, como de veintipocos años, casi un yogurín pero ya todo un hombre hecho y derecho y un bocado más que apetitoso en aquellos momentos en los que la mujer ya no paraba mientes en nada. Estaba bien segura de lo que deseaba y aquel par de chicos serían seguramente la mejor compañía en aquellos instantes en que tanto necesitaba de un buen rato de sexo. Guiñándole el ojo al pasar junto a él, lo enganchó de la mano haciéndolo unirse a ellos. De forma lenta, subiendo cada escalón de forma premiosa, alcanzaron finalmente el piso superior, la treintañera delante y los chicos detrás llevados por ella.

Busquemos una habitación, rápido –exclamó notándose nerviosa a morir.

Abrió la primera puerta que halló, metiéndose los tres dentro como a hurtadillas. Era una habitación grande, de estilo moderno, en tonos rojos y negros y algo iluminada gracias al amplio ventanal que dejaba entrar la luz de la noche. Apretó con urgencia el interruptor de la pared quedando el dormitorio bien iluminado gracias a la lámpara que colgaba del techo. Ya los tres solos en el dormitorio, se desnudaron sin esperar a más. A los pies de la gran cama de matrimonio, permanecían unidos, la mujer en medio de los dos en un sándwich estupendo del que ella era el bocado a degustar. Las ropas fueron desapareciendo con rapidez insana. Entre besos y caricias, Delfina puso su mano en la espalda para bajar el cierre del vestido. Gracias a la ley de la gravedad, vio como resbalaba sin remedio cuerpo abajo para, de repente y con un maravilloso contoneo de caderas, dejar que acabara a sus pies formando un conjunto indefinible de ropas. Quedó frente a ellos en sostén y tanga, un bonito conjunto de encaje en gris y amarillo complementado con liguero y medias blancos. Sus jóvenes amantes se la comieron con las miradas brillantes de deseo, mirándola de pronto a los ojos como a alguna parte de su figura casi desnuda. Los ojos ardientes indicaban emoción contenida, no tardarían en lanzarse sobre ella devorándola como al mejor de los postres.

¿Os gusta lo que veis? –preguntó para provocarles y en voz baja, casi un susurro.

El más joven de ellos se abalanzó sobre ella, besándola con desesperación la mejilla, la cercanía del lóbulo de la oreja para luego atrapar el cuello de piel tersa y suave. Los labios le recorrían el contorno del cuello brotando de sus labios una risa nerviosa que la hizo gemir finalmente. Se besaron con delicadeza, notándose los labios temblorosos de pasión. Mientras, Rubén se apoderó del cuello dándole un chupetón y haciéndola gritar pero sin separarlo al querer gozar de lo que le hacía. Sería difícil esconder aquello, seguramente Pablo lo descubriría pero no le importaba lo más mínimo que pudiera ver aquella prueba palpable de su flagrante adulterio. Al fin y al cabo, sería una más de sus aventuras, cada vez más abundantes. Ya no se sentía culpable de nada, si acaso de no haber empezado mucho antes con aquello, disfrutando de los placeres que el sexo podía ofrecerle.

¡Seguid muchachos, seguid… me estáis poniendo a tope con lo que me hacéis! –confesó viéndose invadida por la respiración incontrolada de aquel guapo veinteañero.

Unidos como lapas les ayudó a quitar la ropa, empezando por la chaqueta del traje que echó atrás, primero con el uno y luego con el otro. Lo siguiente fueron las corbatas y las camisas de las que se hizo con los diminutos botones soltándolos uno a uno. Aparecieron los torsos desnudos y también Delfina devoró la piel masculina como antes habían hecho ellos con ella. Uno de los torsos era velludo, el del mayor de los dos mientras el del otro mostraba apenas un mínimo inicio de vello.

Sois hermosos… me tenéis enferma chicos –declaró en un momento de enajenación por lo que tan amablemente se le ofrecía.

Tú también eres hermosa… ven, deja que te bese –exclamó el de pelo castaño cogiéndola del rostro para acercarla a él y volver a besarla.

La lengua femenina se introdujo vivaracha en el interior de la boca del hombre. Se deseaban de manera sucia, dándose las lenguas con desparpajo, reconociéndose las bocas hasta el final. Las expertas manos pasearon por toda la bella anatomía, acariciándola desde el cuello para bajar por los hombros y mucho más abajo hasta acabar reposando en los costados. Las otras se hicieron con uno de sus pechos que se veía excitado y a punto de romper la delicada prenda que lo cubría. Delfina gemía sin reparo, entregada a aquel par de chicos que tan cachonda la tenían. Al otro lado de la pared escuchó gritos y lamentos que le resultaron próximos e inconfundibles. Eran sin duda de Lidia, que estaría pasando un buen rato junto a su esposo. Las palabras tan directas, llenas de lujuria y de carga sexual demostraban bien a las claras lo que allí se cocía. La cabrona de Lidia se le había adelantado como siempre hacía –pensó sonriendo para sí misma. Sin embargo, un grito ahogado escapó de su boca haciéndola volver a la realidad. Uno de los chicos, no supo cual, le robó agresivamente un beso al tiempo que le apretaba con fuerza el pecho por encima del sujetador.

Una mano desconocida se fue deslizando entre sus piernas, continuando de aquel modo tan procaz la tarea iniciada. Tembló toda ella, abriendo tímidamente las piernas al sentir la mano llegar más allá. Notó acariciarla el muslo arriba y abajo, alargando el momento tan deseado. El otro macho le comía el cuello, saboreándolo con devoción camino de derribar las últimas fuerzas del escultural trofeo en que se había convertido la agraciada hembra. Se notó caliente, ardiéndole el sexo con aquel calorcillo creciente que tan bien conocía. Los dedos se aproximaron peligrosamente hasta alcanzar la prenda femenina por encima de la cual empezó a pasar la mano. La mujer respiraba agitadamente dejándose hacer por aquel par de machos que tan bien sabían tratarla. Sin darse cuenta de lo que hacía, abrió más las piernas aceptando el lento e incisivo avance. Ellos juguetearon con ella, acariciándole el revuelto cabello y besándola luego a través del mismo. La llenaron de besos voraces, plenos de deseo por la afortunada hembra. La mano apretó su sexo por encima de la húmeda y delicada prenda que lo cubría. Inició un rápido movimiento como buscando masturbarla a través del tanga. Delfina agradeció aquella caricia con una sonrisa bobalicona. Se encontraba ya muy excitada y dispuesta a todo.

Acaríciame cariño, acaríciame…

¿Te gusta esto, eh?

Me encanta, mastúrbame con fuerza y dame placer…

Los dedos se metieron bajo el tanga para atrapar la rajilla que pedía a gritos un ataque que la calmara. Las dos manos se apoderaron de su tesoro, recorriéndolo con tranquilidad y hundiéndose de tanto en tanto como sin quererlo. La mujer entrecerró los ojos gimiendo y gruñendo como una gatita mimosa. Las manos abandonaron su entrepierna, ascendiendo hacia los pechos que se veían palpitantes de emoción. El moreno se aplicó, echando los tirantes del sujetador a los lados para finalizar quitándoselo con elegancia extrema. Los senos aparecieron duros y turgentes, al hacerlo desaparecer con los dientes. Senos de pezones grandes y oscuros que resaltaban sobre la piel tersa y perfectamente cuidada. Las manos cayeron, manoseándolos y apretándolos con audacia y dedicación. Delfina gimió, girando la cabeza para encontrarse con la boca que se encontraba junto a ella. Sacó la lengua, uniéndola a la del hombre para acabar en un beso sensual y atrevido. Sintió la boca en la comisura de los labios, dándole un placer exquisito. Al mismo tiempo, el otro chico le lamía el pezón, golpeándolo con la punta de la lengua hasta cubrirlo con los labios chupándolo suavemente.

Al fin cayeron sobre la cama, abrazados y sin cesar un solo instante en sus caricias. Uno de ellos se hizo con su pecho mientras el otro aprovechaba su debilidad para hacer desaparecer el tanga piernas abajo. La mujer ayudó doblando las piernas como la mejor de las furcias. Pronto la boca atrapó su sexo rozándolo con la lengua ávida y vibrante. ¿Qué pretendía hacerle aquel tipo? Y sin pedir siquiera permiso… ¡maldito tunante! –se dijo mientras bajaba la mano sobre la cabeza de su amante. Levantó las piernas dobladas para facilitar el asalto a su tierna flor. Gimoteaba como una bendita al gozar su cuello chupado con desenfreno. Aquellos dos tipos la iban a volver loca y eso que apenas acababan de empezar. El rostro de barba incipiente, la besaba y lamia al tiempo que con la mano continuaba acariciándole el redondo pecho. El de su sexo la trabajaba, empezando ella a respirar de forma ahogada. La respiración entrecortada se mezclaba con sus gemidos que se convirtieron en pequeños quejidos lastimeros. Murmuró en voz baja su placer, el placer que aquella lengua le producía con cada roce sobre sus labios. La vagina comenzó a fabricar jugos, disfrutando el calor que la lengua masculina le dispensaba. Echó la cabeza hacia atrás, cayendo derrotada entre las sábanas y la almohada. Pasaría la noche con aquel par de jóvenes y expertos compañeros de cama. Lo pasaría bien, de eso estaba bien segura. En la otra habitación continuaba la fiesta haciéndose los gritos más fuertes y escandalosos. Al parecer estaban dando a Lidia por detrás según sus palabras dejaban entrever. Como le gustaba eso a ella…

La lengua masculina continuó comiéndola y chupándola sin descanso. Pasándola por la rajilla para clavarla entre los labios, metiéndola entre las paredes vaginales hasta llegarle al fondo. Se apoderó del clítoris, lamiéndolo y haciéndolo endurecer. Luego lo cubrió con los labios para estirarlo y arrancarle con ello un largo gemido satisfecho. Delfina tomó la cabeza de su amante, apretándolo contra ella como si pretendiera no dejarlo escapar. La mano de largas y cuidadas uñas se paseó por el muslo de su abierta pierna, entregada a las miles de emociones que la hacían vivir.

El coño se abría a los ataques de aquella lengua maligna que tan bien sabía excitarla. Golpeaba una y otra vez la humedecida raja, haciéndose con el clítoris hasta acabar cubriéndolo con los labios por completo. Tiró de él sacándole un sollozo de puro deleite. De su sexo empezó a brotar toda una sucesión de jugos que fueron bebidos por el joven con evidente placer. Gimió, se retorció, aulló pidiendo más y el placer que sentía parecía aumentar exponencialmente con cada caricia que recibía. Se sentía satisfecha y feliz con aquel par de jóvenes muchachos que sabían tan bien lo que quería.

Enseguida pasaron a la acción y mientras Delfina se dedicaba a chupar la polla de uno de ellos, el otro la martirizaba follándola con fuertes golpes de riñones. No tenía tiempo para gritar o quejarse pues tenía la boca bien llena con la dura carne de su encantador amante. Con la lengua jugaba con la gruesa cabezota, envolviéndola y sacándola, brillante de babas, de la boca. Con los ojos cerrados se entregaba al noble arte de la felatio chupando como una desesperada. La otra polla la llenaba entrándole hasta hacerla notar los huevos pegados a ella. Rubén la hizo levantar la pierna para facilitar las entradas y salidas que le daba. Acostados en la amplia cama de matrimonio, enlazados el uno al otro, el trio aparecía hermoso y de una delicadeza suprema. La mujer gozaba el poderío del muchacho al tiempo que sacaba la polla de su boca para empezar a lamerla con pequeños lametones. Le masturbó lamiendo el glande hasta dejarlo húmedo y dispuesto. Después recorrió el grueso tronco de arriba abajo hasta alcanzar los huevos que chupó y comió disfrutando la dureza de los mismos. Estaba bien cargado, de eso no había duda. Más tarde, le daría la calidez que guardaba. Volvió a meterse en la boca el miembro viril, moviendo los dedos a lo largo de aquel enorme y venoso tronco que notaba palpitar de inquietud. Miró al otro chico que había sacado el pene un momento de su coño para volver a introducirlo de una sola vez y hasta el fondo.

¡Sí métela, métela toda… fóllame fuerte, más fuerte sí!

Rubén continuó haciéndola el amor, con decisión y fuerza que la hacían ir contra el otro. Gozaba como pocas veces lo había hecho, aquella había sido una buena idea. La juventud de su amante le hacía resistir de forma hercúlea y sin tomarse un momento de respiro. Delfina jadeaba, aullando desconsolada con el maravilloso polvo que le estaban ofreciendo. Tragó y tragó la polla que tenía frente a ella, jugando luego con la lengua para una vez más ahogarse con el recio músculo. Besó y acarició aquel monstruoso miembro, seguramente tan monstruoso como el que la llenaba de manera tan obscena e incansable. Se entregó a la mamada con tal empeño que escuchó al hombre animarla al tiempo que le apartaba a un lado los revueltos cabellos.

Continúa así, no pares, no pares…

Sigue zorrita, sigue… chupas muy bien zorrita, sigue… exclamó tomándola de la parte trasera del cuello para acompañar los movimientos de cabeza de ella.

Aquello se había convertido en una locura total, en la locura a la que los sentidos exacerbados les había llevado. Ahora eran las voces de los tres las que se mezclaban, diciéndose lo mucho que disfrutaban. El de atrás se había tumbado de lado y de ese modo entraba dándole a probar el largo arpón del amor. Sentía la vulva irritada pero dispuesta a seguir con aquella noche fuera del alcance de su hombre. La imagen fugaz de Pablo y Fabiola se instaló en su mente y pensó que justo sería pagarle con la misma moneda. Tembló entera al reflexionar en la grata compañía que le había caído en suerte.

Vamos putita, cambiemos de postura –le dijo sacándole la polla y haciéndola incorporar para seguidamente caer sobre ella dándole un cariñoso beso en la espalda.

El otro muchacho la hizo poner a cuatro patas y de espaldas a él mientras veía a su otro compañero tumbarse boca arriba y con la polla tomada con la mano. El que estaba tras ella encontró las nalgas mostrándose juguetonas y adorables a su mirada. El deseo le invadió por entero, el deseo por reconocer y devorar cada una de las redondeces femeninas. Besó y mordió una nalga y luego la otra, hundiéndose en ellas para seguidamente abrir con los dedos la vulva que se veía rosada y empapada del delicioso néctar que pronto degustaría. La piel de la mujer temblaba y entre los dedos observó el vello enredarse. Se puso a lamer la bella cavidad femenina, bebiendo los jugos que le entregaba, preparándola con la avidez de su lengua para el momento del coito. Ella disfrutó el roce de la lengua, jadeando mínimamente antes de morderse el labio inferior para aguantar así la agradable sensación que la envolvía. Se estremeció con un nuevo roce de la lengua con el que él la dejó lista para un nuevo encuentro.

Volvieron a la lucha, esta vez penetrándola el de atrás al tiempo que la mujer se metía el miembro en la boca ofreciéndole un movimiento rápido de fauces. Con el culo puesto en pompa y cogida de las caderas, la follada resultaba fácil y profunda. El chico se movía de forma lenta rozándola cada rincón de su vagina. Delfina tragaba polla con creciente deseo. Dejó caer saliva, recreándose en esparcirla a lo largo del grueso tallo que aparecía elevado y brillante. Lo chupó con devoción. Con los dedos le acariciaba los huevos retorciéndolos suavemente en una caricia que al joven le hizo suspirar largamente. La polla salía para volver a clavarse haciéndola sentir centímetro a centímetro dentro de ella.

Muévete cariño, mueve ese culito rico que tienes…

Sí, dámela toda… qué gusto me estáis dando muchachos –gritó mientras removía las caderas en forma de círculos.

La tenía tan bien enganchada que la follada crecía en intensidad. Ambos empezaron a moverse a un ritmo más alto, el hombre golpeando con brusquedad y ella notando las paredes de su sexo abrirse al largo instrumento que la perforaba. El caliente macho se encontraba en el cielo follando aquel húmedo agujero. La guapa treintañera echó la cabeza atrás con los ojos medio llorosos, tan poseída se sentía. Con la boca siguió comiendo con fuerzas renovadas el mango que tenía ante ella. Lo estuvo observando unos segundos, era algo más grande que el otro, de un grosor mayor aunque de un tamaño similar. Así estuvieron un largo rato en aquella misma posición, ella devorando el miembro ardiente con la mejor de las actitudes. Ya se había corrido varias veces pero parecía que ellos no acabarían nunca, tanto poderío se daban.

Continúa nene, oh sí sois fantásticos, qué… polvo más rico.

Fóllame, fó… llame más fuerte, tío me vas a romper por dentro –exclamó para excitar más a su compañero.

Delfina aulló débilmente una vez volvió a sentirse llena. Se acoplaban a la perfección, el hombre tras ella besándole el hombro para luego hacerse con su pequeña orejilla echándole el aliento. Ella suspiraba, moviéndose hacia atrás para que el pene la colmara arrancándole un pequeño quejido lastimero. Se movían lentamente, él buscando darle el mejor de los placeres, moviéndose sin prisa y disfrutando del rostro descompuesto de su conquista. La mujer, con los ojos en blanco por el placer, gimoteaba levemente reclamando mayor actitud por parte del joven. Le apartó el cabello haciéndose con la oreja que lamió pasando la lengua por encima. La notó húmeda y caliente, tan húmeda y caliente como ella lo estaba. Las palabras llenas de deseo se apoderaron de su mente.

Eres hermosa nena… realmente hermosa y muy ardiente…

Gracias –respondió sonriendo al volverse hacia él que tomó su boca besándola con suavidad.

Los movimientos masculinos continuaron taladrándola y haciéndola abrir la boca en busca del aire que le faltaba. Gruñó respirando con creciente dificultad al tiempo que ella reía mimosa deseando que aquello se alargara todo lo posible. En una de las arremetidas cayó sobre Rubén. Tomando el miembro en la boca, lo comió con fervor desmedido como si quisiera engullirlo entero. El joven agradeció su locura cogiéndola del cabello y apretándola contra él hasta hacerla atragantar.

¡Déjame respirar maldito! –se quejó medio tosiendo una vez consiguió escapar a la presión.

Momentos más tarde fue su agujero posterior el que quedó cubierto sin reparo alguno. De lado como estaban, Delfina solo pudo gruñir al verse penetrada de aquel modo tan pleno, ciertamente resultó de lo más fácil para lo que hubiese podido imaginar. Aquel par de jóvenes sabían lo que querían y no se andaban con monsergas a la hora de tomarlo. Gimoteó sin quejarse en exceso, la dilatación permitió la entrada del macho empezando al instante los movimientos adentro y afuera que casi la hacen perder el dominio de sí misma. La sodomizó muy lentamente, entrando y saliendo entre los grititos que ella producía. Para acallar su deleite se metió la otra polla en la boca volviendo a comerla con evidente apetito. La imagen de los tres era de lo más turbadora. Los huevos se clavaban contra su piel cada vez que la sodomizaba, ahora ya de manera más insistente. Empujaba sin control, con golpes bruscos y rápidos que la llevaban al límite de su placer. Los ojos en blanco, vidriosos por el dolor que sentía. Era aquella una follada inolvidable. Pero aguantaba bien, entretenida como estaba con el otro miembro del grupo. Se metía el miembro en la boca, lo chupaba y lamía el glande grueso como un champiñón. Comía los huevos para subir al tronco y lamerlo en su totalidad descargando así su demencia transitoria.

Me encanta el culito que tienes… culito tragón el que tienes nena…

Sí cabrón fóllamelo… más deprisa sí.

Siguió un nuevo cambio de postura como si quisieran probar todo el Kamasutra. Esta vez montada sobre Rubén y de espaldas a él, se dejaba sodomizar llevando el ritmo que más le apetecía. Tan pronto rápido como mucho más lento y vuelta de nuevo a aquel trote tan descorazonador. De pie a su lado, el otro rabo se le ofrecía empujando en el interior de la boca sin darle opción a descansar. Era él quien la follaba, siendo su boca el orificio perfecto para el placer del hombre. Las dos pollas la llenaban, ahogándose sus gemidos en las paredes de la amplia estancia. El joven se cogió el pene masturbándolo mientras ella le comía y chupaba los huevos cargados de líquido seminal. El otro escapó de su encierro, cogiéndose la polla con los dedos y volviendo a introducirse entre las paredes dilatadas del culito tragón. Delfina murmuró algo que ellos no entendieron. Las embestidas masculinas destrozaron el agujero dolorido pero hambriento de la mujer. Apoyada en el pecho de su amante, los movimientos resultaban plenos de fuerza por parte del joven que casi conseguía levantarla en volandas.

¡Qué potencia muchacho… eres tremendo! –exclamó en una de las veces que su boca quedó libre.

Vuelta de cara, permitía ahora que las manos atraparan la redondez de sus nalgas. De esa manera podían besarse uniendo los labios para enseguida notar la boca cubierta por el grueso músculo del otro.

¡Joder, qué bueno es esto… métemela toda, la quiero toda!

La sangre de la mujer ardía, sintió su rostro arder del deseo que la consumía. Los ojos de los tres brillaban intensamente, diciéndose con ellos todo lo que sentían. No hacían falta palabras, quedando reflejada en sus rostros la pasión incontrolable del momento. El anillo anal recogía entre sus paredes el largo ariete que se movía con confianza dentro del mismo. No podía creerlo pero era completamente cierto, aquel par de tipos la habían convertido en la mayor de las perras. Varios eran los orgasmos que la habían sacado dejándola bien abierta y cansada. No hubiese creído nunca que su cuerpo pudiese aguantar algo así. Siguieron con aquello sin pedir tregua ninguno de ellos…

A cuatro patas fue sodomizada al estilo perrito. Ya no sentía su trasero, tan abierto lo tenía que se encontraba insensible a los ataques que le daban. Su apuesto amante continuó taladrándola cogida de los costados como la tenía. Los golpes profundos la llevaban contra el cabecero de la cama. Cerró los ojos jadeando irregularmente. Perdió la razón de donde estaba, solo quería morir de placer.

Me voy a correr… me viene, sí sí me viene… -avisó saliendo de ella y sin casi tiempo para llenarle parte de la espalda así como la piel tersa de su trasero.

Al mismo tiempo que Delfina se corría por última vez, la leche del hombre brotó corriéndole dos abundantes trallazos por la espalda mientras el resto caía sobre su elevado culito y también sobre las rojas sábanas de raso, bien revueltas por el cálido encuentro vivido. El otro chico le robó la dura herramienta para empezar a masturbarse con rapidez camino del irreprimible orgasmo.

Sí córrete… vamos có… rrete, dámelo todo en la boca –pidió abriéndola en espera del líquido blanquecino.

La convulsión aún tardó unos segundos, masturbándose él con violencia entre los lamentos cada vez más audibles que su boca emitía. Explotó, saltando la corrida por los aires para ir a parar sobre el rostro demudado y sonriente de aquella harpía que la recibió con gestos de triunfo. Resoplando exhausto, el semen restante resbaló entre sus dedos hasta acabar en el pecho femenino y también en las sábanas donde se hizo una mancha oscura. Había podido con ellos, había podido con aquel par de machos tan poderosos y viriles. Una nueva ventana se había abierto al conocimiento de su propia sexualidad. La mujer tomó entre los dedos el semen caído sobre la barbilla y lo llevó a la boca saboreándolo con cara de agradecida.

Gracias muchachos, gracias… ha sido fantástico –declaró dejándose besar por uno de ellos que cubrió sus labios en un beso delicado y prometedor de futuros placeres.

En la otra habitación reinaba el más absoluto silencio, seguramente Lidia llevaría ya un buen rato durmiendo. Quedó acurrucada junto a ellos, cayendo rápidamente todos en un sueño profundo y de lo más reparador.

Por la mañana se levantó de la cama, dejando durmiendo a sus amantes de la noche pasada. Salió al pasillo para meterse al baño donde se encontró con su amiga que la recibió con una sonrisa de complicidad.

¿Qué tal anoche? ¿Lo pasaste bien, eh?

Uff, de maravilla. Perdí el control por completo con esos dos chicos –respondió recordando alguna de las imágenes vividas. Pero tú tampoco lo pasaste mal, menudo ruido hacíais…

Leo tenía ganas de fiesta. Lo siento cariño pero no pude evitarlo, deja que te bese anda –le pidió Lidia arrinconándola contra el baño para acabar las dos en un húmedo beso, jugueteando con las lenguas de manera morbosa.

Lo hicimos sin preservativo, debo estar loca. Necesito tomar la píldora –exclamó con cara de asustada.

No te preocupes, tengo alguna aquí en el armario. Luego la tomas –la tranquilizó agarrándola de los brazos para besarla una vez más con enorme cariño.

Me hubiese gustado pasar la noche contigo –reconoció con la voz entrecortada por un nuevo deseo.

Tranquila nena… yo también tenía ganas de ti –confesó su amiga mientras las manos caían por sus caderas y sus muslos apretándolos de forma sensual.

Acabaron las dos bajo el agua fría de la ducha, esparciéndose el jabón y amándose entre caricias y besos que hicieron calmar sus sentidos y florecer un amor sincero entre las mujeres.

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