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Luna sangrienta en París

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Paseaba por aquellas sórdidas calles del extrarradio parisino, buscando algún lugar para yacer en compañía de una mujer que  vendiera su cuerpo por cuatro francos. 
 
Nada en su delgada figura, vestida con traje y sombrero y pelo engominado hacia atrás podría delatar un oscuro y bestial secreto que guardaba en el fondo de su corazón, salvo sus ojos que lucían ambarinos a la triste luz de las farolas y unos colmillos sólo visibles cuando sacaba a lucir una bella sonrisa que hacía caer a cualquier dama.
 
La luna llena se ocultaba tras las nubes, algo que no parecía importarle a Dennis. Sólo buscaba alimentar sus deseos más eróticos, y quizá, sólo quizá, alimentarse.
 
Llegó a un viejo hostal. Pidió un whisky y buscó mesa en el abarrotado local. Tomó un trago de aquella bebida y observó en silencio el vaso. Al rato, se acercó una muchacha. Por sus ropas reveladoras, se notaba que era una puta. Le sonrió y le hizo un gesto como invitándole a acompañarla. 
 
A Dennis le gustaban las chicas con iniciativa. La siguió hasta la puerta de acceso a las habitaciones, donde, la madame, que no perdía detalle, se colocó para cobrarle a Dennis los servicios de la chica.
 
Entraron al cuarto y la muchacha se empezó a desnudar. Tenía unas lindas curvas, vientre plano y unos pechos algo grandes, pero a ella le sentaban de maravilla. Se tumbó en la cama mientras Dennis la admiraba apoyado en una pared. Sus ojos ambarinos brillaban de deseo y hambre. 
 
Qué carajo... Se desvistió de cintura para arriba y se tumbó sobre ella, comiéndosela a besos mientras le acariciaba el pecho y con la otra apretaba suavemente su trasero. El pantalón se le hacía pequeño, pero eso no le importaba. "Ella es una profesional del sexo, sabrá solucionarlo", pensó él para sus adentros mientras con la mano libre le acariciaba la entrepierna. Ya la tenía húmeda, así que ella obedecería cualquiera de sus deseos con tal de tener ella algo de placer. Así que él jugó un poco introduciendo los dedos en el sexo de  ella, arrancándole unos cuantos gemidos de placer, que le dieron ganas de más.
 
Ella pareció entender lo que pasaba por su cabeza, lamió el jugo que él le había extraído con los dedos, mirándole de forma pícara, y empezó a recorrer su ya sudoroso pecho con los labios, intentando llegar lentamente al centro del placer de los hombres, y empezó a tontear en la cintura de él, cosa que él le impidió (pensaba que aún no era el momento) rodando con ella y sujetándole las muñecas de tal manera que quedaran los pechos de ella a su disposición para poder devorarlos. Quería seguir escuchando los gemidos de ella. Le encantaba esa melodía. Los lamía con ganas, intensamente, arrancando más y más suspiros de placer de la muchacha, hasta que se aburrió y bajó a la entrepierna, aquella cueva del placer. 
 
Empezó lamiendo lentamente, mientras oía murmullos de aprobación y deseo por arte de ella. Su lengua se paseaba impunemente por aquel lugar, que muchos hombres habíán disfrutado mediante pago, pero al parecer su dueña nunca había disfrutado con una buena ración de sexo oral. Probó a introducir un poco la lengua en aqule lugar, sacando un poco de ese zumo amargo que indicaba que la chica estaba disponible para fornicar, y sacó algunos gritos placenteros de ella. Entonces, Dennis decidió acariciar un poco el clítoris con un dedo, lo que provocó que la chica se retorciera un poco. Lo estaba disfrutando de verdad y se le veía a punto de llegar al clímax, pues sudaba y movía las piernas. Decidió ser un poco cruel con ella, y acercó sus labios a los oídos de la meretriz:
 
-Haz algo que me gusta mucho, y te dejaré correrte.
 
Ella le miró con ojos complaceientes, y le dejó tumbarse donde momentos antes yacía. Empezó besándole en el cuello para luego bajar al pecho, y luego se aventuró a la cintura, pues los pantalones no le permitían ir a más... Hasta que se hartó, y se los quitó junto con los calzoncillos, dejando al descubierto el miembro, que empezó a lamer, causando que él gimiera un poco por las pinceladas de energía placentera que ella le propinaba. 
 
Hacía tiempo que no tenía contacto carnal con nadie. Así que se tumbó y se dedicó a disfrutar de la visión de aquella beldad tributándole placer con su lengua mientras ella se acariciaba la entrepierna con su mano. Aunque fuera una prostituta, también estaba disfrutando. Él le apartó la mano de su sexo y le dijo mientras le empujaba suavemente la cabeza a su miembro para mostrarle que quería una felación:
 
-Shhh... Tenemos un trato. Nada de eso hasta que cumplas con tu parte.
 
Ella le miró con fastidio y siguió practicándole sexo oral mientras él disfrutaba sintiendo cómo su miembro se le ponía duro, muy duro en la boca de ella. Mientras no podía evitar gemir cada vez más alto. Pero ahí empezaron los problemas. Se empezó a sentir mal, y miró de reojo la ventana del cuarto. Mierda, la luna estaba llena y al descubierto. Su cuerpo empezaba a crecer a la par que se salía vello y las orejas se le volvían puntiagudas. Aulló muy fuerte. La prostituta estaba aterrorizada, tanto que no podía ni gritar. Él ya no sentía deseo sexual por ella, si no que la veía como un pedazo de comida. 
 
Se abalanzó hacia ella y le mordió el cuello. Sintió la sangre de ella correr por sus labios, y se relamió. La había matado de un mordisco. Y seguía teniendo hambre. De un bocado, le arrancó un pezón y le arañó la espalda. Se abrió la puerta. Era la madame preocupada por la tardanza de su chica, y la señora se encontró una escena dantesca. Dennis la observó y logró saltar por la ventana al tejado de enfrente y salir corriendo por los tejados de París, mientras una ambulancia se llevaba el cuerpo de la muchacha y los gendarmes le buscaban a él...