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Pecando con mi hijo

en Amor filial

Pecando con mi hijo

 

Ideas contradictorias corrían por la cabeza de la mujer. Pensamientos de que todo aquello no ocurriera y también deseo creciente por el muchacho. Al final no pudo negarse y acabó cayendo en la locura amarga del incesto…

 

 

The summer had inhaled

and held its breath too long.

The winter looked the same

as if it never had gone.

And through an open window

where no curtain hung.

I saw you, I saw you,

comin’ back to me.

 

One begins to read between

the pages of a look.

The shape of sleepy music

and suddenly you’re hooked.

Through the rain upon the trees

that kisses on the run.

I saw you, I saw you,

comin’ back to me…

 

Comin’ back to me, JEFFERSON AIRPLANE

 

 

Estoy majareta, pensarán muchos de los lectores y seguramente no les falte razón. El incesto es para muchos el peor de los pecados y para otros una total aberración en la que ni siquiera creer. Apenas ocurrió hará una semana y desde entonces la conciencia me reconcome por dentro cada vez que pienso en ello. Sin embargo debo reconocer, para no pasar por mentirosa, que me encantaría repetirlo sin duda alguna y que por mi cabeza no corre otra cosa que aquellas imágenes llenas de vicio, perversión pero también de un profundo amor. No soy una mojigata pero hay ciertas cosas que superan todo lo que la mente humana puede concebir. O al menos eso creía hasta el día en que todo cambió…

Casada desde hace veinte largos años y con un hijo de dicho matrimonio, el matrimonio con mi marido no iba por el mejor de los caminos. Los encuentros se distanciaban cada vez más y cuando lo hacíamos no existía el más mínimo vínculo amoroso entre nosotros. Simplemente montar sobre mí o tomarme desde atrás y moverse con rapidez inaudita y sin el más mínimo encanto. Así los días, las semanas y los meses iban pasando sin novedad alguna.

Como digo ocurrió hará una semana aproximadamente, el jueves o el viernes pasado no lo recuerdo muy bien. Y la verdad es que preferiría no tener que recordarlo. Hacer el amor con un padre, con un hermano o con tu cuñado resulta de todo punto horroroso pero hacerlo con tu propio hijo lo considero lo más obsceno que una pueda vivir. Y sin embargo así fue. No sé muy bien de quién fue la culpa y quién de los dos dio el primer paso, si mi hijo, si fui yo o si en realidad fue una culpa compartida por ambos. Simplemente sucedió y desde aquel momento una mezcla de pensamientos contradictorios me corren por la cabeza. Lo disfruté evidentemente, como hacía mucho no disfrutaba con mi esposo que como digo me tenía abandonada desde hacía largo tiempo. En ocasiones deseo repetirlo e incluso vivir nuevas emociones, en otras dichas ideas se vuelven turbias y difusas y sé que no se deben volver a dar.

Sin saber muy bien cómo me encontraba en brazos de mi joven hijo. Joven aunque ya no tan joven, a sus cerca de veinte años Adrián era ya todo un hombre como bien pude comprobar aquella mañana en que el verano estaba a punto de visitarnos. Con mi marido fuera por temas de trabajo, supongo que resultó inevitable que se diese tan infausto encuentro. Algo que me acompañará el resto de mi vida como una pesada losa.

Aquella mañana hacía un calor horrible, el calor empezaba ya a apretar de lo lindo y yo vestía cómoda como solía vestir siempre por casa. Una fina bata estampada que me llegaba por encima de la rodilla y las zapatillas de andar por casa. Vamos, el típico y nada glamuroso conjunto de ama de casa. Sin saber muy bien cómo, me encontré en sus brazos en medio del salón recibiendo sus primeras caricias y sin poner freno a ello. Vestía camiseta amarilla y bermudas color blanco. Sin decir palabra, me dejé llevar por la locura y la pasión del momento. Me hizo sentar y abriéndome la bata, parte de mis encantos escondidos quedaron a la vista de Adrián. Que mi marido no me hiciera caso no quiere decir que mi cuerpo fuera horrendo para los hombres. Algo regordeta pero no en exceso y bajita como lo era, algún que otro hombre se volvía al verme en la calle aunque nunca fue algo que pasara a mayores.

Adrián se lanzó sobre mí, besándome el pecho por encima del sujetador que cubría mis pequeños pechitos. Eché la cabeza atrás, suspirando y sin saber muy bien qué hacer. Sólo me dejé llevar al escuchar la respiración de mi hijo empezar a acelerarse. Traté de separarlo pero con poca o nula convicción. Más bien todo lo contrario, viéndome poco a poco metida en aquella sucia espiral. Y él, mucho más fuerte que yo como lo era, acabó venciendo aquella lucha.

¡Dé… jame Adrián, déjame! No está bien lo que haces –gimoteé en un susurro y como digo sin convicción

No me hizo caso, lanzado por los caminos del deseo y por el desenfreno al que su juventud le llevaba. Siguió llenando de besos mi piel desnuda, besándome el pecho con descaro. Suspiré cerrando los ojos, sentados los dos en el sofá que descansaba junto a la puerta que daba al balcón. La luz iluminaba toda la estancia, golpeando las paredes con la fuerza de nuestro pecado. Adrián se hizo con mis pechos, bajando el sujetador hacia abajo e iniciando los primeros roces por encima de mis pezones. Gemí sin remedio y desde ese momento supe que no podría negarme ya a nada.

No hagas eso… no hagas eso -mis palabras eran cada vez más débiles.

Recorrió uno de mis pechos cubriéndolo de besos para luego pasar al otro y repetir la misma operación. Las fuerzas me fallaban y los ojos se me cerraban sin poder evitarlo. Continuó maltratándome, perjudicándome con su disparate de joven caprichoso. Al rozar nuevamente el pezón, la locura se apoderó de mí animándole yo misma a continuar. No me reconocía, era como si no fuera yo quien pronunciase aquellas palabras. Tengo los pezones sensibles de modo que el obsceno de mi hijo había sabido tocar uno de mis puntos débiles para conseguir hacerme perder el poco conocimiento que pudiese quedarme. Creo que no se lo perdonaré nunca.

Lo cierto es que me estaba dando lo que mi esposo hacía mucho no me daba. Pensándolo fríamente, tal vez debía agradecérselo más que echárselo en cara, cosa que no iba a hacer y menos en esos momentos en que el entendimiento parecía abandonarme definitivamente. La humedad de la lengua continuó chupándome y lamiéndome hasta llevarme a un estado de cachondeo extremo. Lo hacía bien, con lentitud y pasando de uno a otro, de un pezón a otro, visitando la aureola antes de hacerse con la protuberancia que se veía escandalosamente elevada como si buscara el contacto de aquellos labios y aquella lengua. Gemía débilmente, con los ojos entrecerrados y mordiéndome el labio para acallar mis gemidos. Con la mano le tomé la cabeza, acariciándola con suavidad hasta cogerlo por la barbilla. Y entonces sucedió…

Viéndolo ladear la cabeza, nos besamos de forma delicada. El primero de nuestros besos que recordaré mientras viva. Ambos abrimos las bocas con claro deseo por el otro. Cerré los ojos disfrutando del frescor de aquella boca joven y atenta. Abriendo los labios dejé que se apoderara de mi boca, cosa que hizo tomando la iniciativa del ataque. Temblé entera al notar como pretendía con la lengua correr entre mis labios. Al principio me negué pero poco a poco fue rompiendo mis defensas hasta acabar entrando con la fuerza de un huracán. Unimos las lenguas y casi pierdo el control de mí misma. Era tan bello y hermoso. Nadie me había besado de aquel modo y había tenido que ser Adrián quien me lo enseñara. Enredamos las lenguas, mezclándolas en un beso ahora largo e intenso. Beso de amantes y no de madre e hijo. Pero ahora ya nada importaba. Sólo aquel beso que nos unía en un estado eterno de paz.

Me cogió de la cabeza alargando aquel hermoso beso. Los dedos entre mis rubios cabellos teñidos, mesándolos en una caricia que me pareció exquisita. Mientras tanto, la mano bajaba a mi pecho sopesándolo entre los dedos, demostrándome el cariño con que lo hacía. Respondí al beso, cubriendo sus labios con los míos.

Hijo, nadie me había besado así antes… -confesé al separar mínimamente los labios de los suyos.

¿En serio? –preguntó con sorpresa. Madre, te mereces lo mejor. Eres aún una mujer hermosa, una mujer joven y hermosa.

Tan cercanos como estábamos podía sentir su aliento sobre mi cara. Un nuevo beso hizo el momento delicioso, con su mano sobre mi pecho y sin dejar un solo instante de darnos a conocer el deseo que nos envolvía. Me tomó del cuello con decisión, volviendo a caer en un beso cálido y profundo. Se apoderó de mi pecho, succionándolo y haciendo que mi cabeza cayera hacia atrás al gozar de su diabólica boca. Gemía ya sin descanso, dominada por los encantos de mi querido hijo. Sentado a mi lado, me tenía enlazada por la cintura mientras con su boca y su lengua me tenía completamente entregada al siguiente de sus pasos.

Le ofrecí el pecho, aquello me ponía cachonda. Sentir su boca por encima de mi suave piel, lamiendo y chupando mis pezones sin pedir permiso alguno, era algo que me llevaba al límite de mis fuerzas. Noté mi entrepierna húmeda y aquello me gustó aunque también me dio algo de vértigo. Pero solo fue un momento. Mi querido hijo estaba acabando con las últimas resistencias de mi cuerpo maduro. Me estaba poniendo cachonda, aquella humedad era buena prueba de ello. La piel se me erizó al notar correr su mano por encima de mi brazo. Creía desmayarme de tan loca como me encontraba. En mi casa y con mi propio hijo, los dos solos gozando el uno del otro sin cortapisa alguna como si se tratara en realidad de un par de nuevos amantes que empiezan a conocer los placeres del amor.

¿Qué me haces? ¿Qué me haces hijo? –mezclé los dedos en sus cabellos.

Ahora fui yo  la que tomó  la iniciativa… Separándome de su lado me deshice de la bata y sacando el brazo por fuera del tirante del sujetador, me incorporé sobre él siendo yo la dueña de la situación. Con los pechos al aire, sólo la braguita mantenía secreto el misterio de aquella parte de mi cuerpo. No tardaría en desaparecer, el hecho era saber cuándo. Fuera la bata, su osadía se hizo mayor aventurándose en sus caricias. Acarició mis piernas y mis muslos provocando en mí un placer indescriptible. Pero no solo eso sino que también manoseó mis nalgas por encima de las bragas que las ocultaban a su vista. Por mi parte, no pude hacer otra cosa que agarrarme a sus brazos moviendo las manos con fruición. Supongo que debía notarse lo nerviosa que me encontraba. No era para menos.

Cariño, quítate la ropa… deseo verte desnudo –solicité con voz entrecortada.

La excitación me atenazaba por entero. Deseaba verlo desnudo. Hacía años de la última vez y claramente había cambiado mucho. La impresión que recibí fue de lo más grata. Dudé si lo haría, pues en algún momento alguno de los dos debía acabar con aquella locura. Sin embargo es claro que no lo hizo. Tan nervioso como yo lo estaba, vi cómo se quitaba la camiseta dejándola salir por la cabeza. La prenda cayó al suelo lejos de donde estábamos. Tenía el torso velludo como su padre tal como sabía de verlo por casa y también de los veranos en la playa. Boca arriba en el sofá y yo encima, podía hacer con él lo que quisiera.

Echándome sobre mi hijo, busqué sus labios con descaro abriendo la boca todo lo que daba. Nos besamos, morreándonos como amantes. Pasé la mano por detrás de su cabeza, atrayéndolo aún más como si fuera a escaparse. Mezclamos las salivas entregados a la lujuria que nos dominaba. Simplemente éramos un hombre y una mujer deseosos el uno del otro. Los gemidos y suspiros que yo emitía se fundían con el resuello desbocado de Adrián. Continuamos besándonos largo rato mientras con las manos reconocíamos nuestras figuras desconocidas. Acaricié su cuello y sus hombros al tiempo que él volvía a apoderarse de mi redondo trasero, apretándolo con evidente desconsideración. Sentía mi sexo cada vez más mojado y deseoso de caricias. El instante tan temido se acercaba y yo parecía no querer hacer nada en contra.

Bésame Adrián, bésame… me muero de ganas –exclamé antes de ofrecerle mi lengua de manera provocativa.

Él la tomó entre sus labios y pronto desapareció en el interior de su boca. Cerré los ojos dejándome envolver por sus besos. Llevé la mano a su muslo, pasándola por encima del pantalón y con miedo atroz a encontrar el objeto temido. ¿Aguantaría lo que pudiera pedirle? ¿Sería yo capaz de hacerlo? ¿Quién de los dos daría el primer paso? Todas estas preguntas y otras por el estilo rondaban mi cabeza. Pensé desmayarme de un momento a otro. Adrián lamió mi cuello de abajo arriba para luego bajar por el pecho y cada vez más abajo. Yo me cogí a sus hombros besándole con devoción por encima del cabello. Él respondió retorciéndose hasta alcanzar la parte baja de mi espalda que besó con delicadeza y provocando en mí un grito de júbilo.

¡Me encanta mi vida! Eres tierno y cariñoso… me encanta cómo lo haces.

¿Padre no te lo hace así verdad?

Oh calla por favor. No quiero hablar de eso.

Sé que no te ama. Os he escuchado mientras lo hacéis y sus palabras bien lo demuestran.

Por favor Adrián, no me hagas pensar en eso…

Nos abrazamos con fuerza, unidos el uno al otro, necesitados del siguiente paso de aquel loco encuentro. Adrián no preguntó más, dedicado tan solo a la tarea de darme las caricias que yo reclamaba. Me apretaba a él con desesperación, cogiéndome a su espalda al tiempo que notaba sus labios recorrer mi piel desnuda.

Acaríciame cariño… dame placer…

Obligándome a poner boca arriba comenzó a besarme las piernas sin buscar en ningún momento mi entrepierna. Supongo que guardaba aquel tesoro para más tarde. Lamió mis piernas de arriba abajo, llenándolas de sus babas. Tendida con las piernas dobladas y tímidamente abiertas, descendió por el muslo hasta la rodilla para de nuevo subir de forma lenta y entre mis gemidos de hembra cachonda. Estoy segura que si en ese momento me hubiese pedido cualquier cosa hubiera sido incapaz de decirle que no. De una pierna pasó a la otra repitiendo la misma caricia, lamiendo sin prisa alguna. Yo me mantenía tensa, mordiéndome el labio inferior mientras esperaba su siguiente movimiento. Bajó muy lentamente hasta la rodilla, rebasándola para continuar por la pantorrilla que se veía brillante de la luz que entraba por la ventana. Temblé como una colegiala disfrutando de lo que mi amado hijo me hacía.

Sigue Adrián, sigue…

¿Te gusta madre?

Me encanta cariño… lo estás haciendo de maravilla.

Me alegro –le escuché decir al incorporarse en busca de mi boca.

¿Vamos al dormitorio? –pregunté con algo de duda.

¿Estás segura?

Lo estoy sí –dije levantándome y agarrándolo de la mano para que me siguiera.

Caminamos a través del largo pasillo hasta alcanzar finalmente el dormitorio de casada. Cada vez aquello se me iba más de las manos pero sin embargo estaba bien segura de lo que deseaba. Mucho tiempo aguantando los malos modos y las palabras soeces de mi esposo. Era hora de pensar por mí misma. No sabía dónde podría llevarnos aquello, seguramente a nada bueno y seguramente me arrepentiría de por vida pero cuando el deseo te domina, la razón pasa a un segundo plano.

Caí sobre la cama todavía deshecha de la noche anterior. Estirada y con las piernas dobladas observé a mi hijo besarme la pierna, subiendo por mi cuerpo y recibiéndolo yo con mis manos deseosas de él. Besó mi pecho, chupándolo, lamiéndolo, succionándolo hasta que el pezón se puso duro por el contacto. Se metió entre mis tetas como cuando era un bebé, besándome con ternura y dejándose abrazar por mis manos que lo tenían bien cogido. Me encantaba tenerlo así, completamente a mi merced y ofreciéndome un placer intenso y nuevo. Estar con mi propio hijo lo hacía más interesante y morboso. Me moría por estar con él.

Siguió chupándome, ahogado entre mis redondas montañas. Yo reía divertida viéndolo de ese modo tan entregado. Acaricié su espalda, primero con los dedos y luego con las uñas pasándolas por encima de su piel delicada. Gozaba de sus caricias, comiéndome los pechos como si se tratara del mejor de los regalos. Y seguramente lo era. Para un joven como él, imagino que estar con su madre también debía ser todo un acontecimiento.

¡Chúpame Adrián… chúpalas cariño… me vuelve loca!

Sí madre… me encantan tus pechos… son tan bellos y duros…

Agradecí sus palabras permitiendo que siguiera haciéndolo. Lo hacía bien la verdad, tenía una lengua de lo más juguetona que mis pezones sabían bien aprovechar. Cada vez se echaba más sobre mí, parecía que su locura no tenía fin. Levanté las piernas doblándolas sobre su trasero mientras nos besábamos con descaro infinito. La melena me caía hacia atrás, elevada como estaba en busca de su boca. Me incorporé quedando convenientemente sentada y sin parar de darnos las bocas ansiosas de besos.

Bésame mi niño, bésame… me tienes muy caliente, ¿lo sabes verdad?

Me notaba caliente sí y no me importaba decírselo para que lo supiera. ¡Era todo tan fantástico! Él también estaba caliente tal como su respiración lo demostraba. Era mi hijo pero también un macho joven que me tenía completamente loca por él. Solo quería disfrutar de todo aquello que pudiera hacerme. Quedaba aún mucho que poder gozar. Mi boca lo provocaba estando tan cerca el uno al otro, mordisqueaba sus labios con desvergüenza de hembra que desea llevar a su pareja al límite del aguante. Me separé del él sonriéndole con la mejor de mis sonrisas. Sonrisa llena de vicio y depravación.

Te deseo hijo… dámelo todo, no me hagas esperar más…

¿De veras lo quieres? ¿no te arrepentirás después? –preguntó tratando de meter algo de cordura en mi loca cabecita.

Seguro que sí pero en estos momentos no puedo pensar… necesito que me hagas tuya, sentirte dentro de mí. Tal vez no volvamos a tener otra oportunidad.

Me había convertido en toda una perra, una vulgar ramera que solo se dejaba llevar por sus más sucios deseos. La cabeza me daba vueltas, el cuerpo me ardía entero al igual que mi sexo que parecía arder en llamas.

Desnúdate mi niño… dámelo todo…

Lo vi obedecer y cómo se quitaba el pantalón quedando tan solo cubierto por el minúsculo slip. Allí se adivinaba un bulto de considerables dimensiones, escondido aún a mi vista que no buscaba otra cosa que disfrutar de la tormentosa imagen que imaginaba. Caí sobre su pecho jugando con los abundantes pelillos del mismo. Estuve entretenida así unos breves instantes haciendo crecer su sufrimiento. Me acariciaba el cabello, enredando los dedos en el mismo, atrayéndome al notar mi boca sobre su varonil torso. ¡Guau, aquello era tremendo, ciertamente mucho más de lo que hubiese imaginado nunca! Me sentía mareada pero feliz por hacerlo mío.

Chúpame madre… chúpamela entera…

Le vi bajar el slip arrodillado como estaba ante mí. Todavía no miré el sexo tan codiciado, teniendo que cerrar los ojos por la tensión del momento. Descendí besando su pecho al mismo tiempo que lo hacía suavemente con las manos llegando hasta la barriga, algo abundante y firme. Gemía como un bendito, entrecortada la respiración por el inmenso apetito que le envolvía. Al fin me encontré con el horrible monstruo. Allí lo tenía frente a mí, amenazándome con su presencia inaudita. Grueso, elevado, muy duro y con la piel cubriéndole el glande.

¡Es hermosa cariño! –no pude más que decir.

Chúpala madre… no deseo otra cosa…

Echando hacia atrás la piel que lo cubría, dejé el inflamado champiñón al aire. Jugué con el glande, metiéndolo y sacándolo sin de momento ir más allá. Se notaba grueso y me divertía verlo disfrutar de aquel modo tan intenso. Las miradas se cruzaban la una con la otra mientras no dejaba de chupar y succionar la cabeza brillante.

¡Dámela… dámela! –le decía completamente enloquecida y sin saber bien lo que pedía.

Me entregué al placer de mi hombre, al placer de aquel muchacho al que solo pretendía hacer gozar con mis más delicadas armas. La metí finalmente en mi boca más de la mitad, tragando poco a poco y centímetro a centímetro de aquel pene que enseguida empecé a saborear metiéndolo y sacándolo a buen ritmo. Acompañada por su mano, succioné con maestría buscando ofrecerle el mejor de los placeres. Lo merecía por su delicadeza y ternura. Con los ojos entrecerrados, lo comí sin necesidad de tomarlo con las manos. Fue entonces cuando acaricié sus huevos para ahora sí cogerlo con la mano manteniéndolo bien sujeto.

Sí, sí… chúpala… chúpala toda por favor –susurró con evidente dificultad.

Levantando la vista observé el gesto desencajado de Adrián. El pobre lo estaba disfrutando, debía ser cuidadosa para no hacerlo correr demasiado pronto. Le pasé la lengua por encima del tronco, tomándomelo con calma, dejándolo respirar un poco. De la base corrí por el tronco hasta llegar a la inflamada cabeza. Ante mí apareció brillante y orgullosa. Volví a bajar haciéndome con los huevos que chupé y lamí entre los sollozos de mi querido hijo. Enloquecí metiéndolos en la boca y destrozándolos con mis labios. Se notaban tan duros, prueba evidente de los abundantes jugos con los que más tarde me obsequiaría. Una vez más metí la dura herramienta en mi boca, escuchándole animarme a seguir. Era un buen muchacho…

Me dediqué a él con exquisita lentitud y dulzura, ahora chupándolo para después abandonarlo y besarle los muslos que se veían poderosos como rocas. Aunque también se les veía temblar por el placer recibido. Realmente debía resultarle difícil mantener la compostura con aquello que le hacía.

¿Te gusta muchacho? –le pregunté en un momento de descanso.

Me gusta sí… es realmente fantástico –respondió echándose tímidamente hacia delante.

Ven madre, deja que te bese –le escuché pedir mientras alcanzaba mi boca que se entregó a la suya en un beso lleno de pasión.

Luego continué con mi tarea. Estuve largo rato trabajándole con la lengua, ofreciéndole toda mi sapiencia en el arte de la felatio. Y lo disfrutó, vaya si lo disfrutó. Su cara era todo un poema cada vez que le pasaba la lengua por encima del tronco venoso. Con la mano le masturbaba mientras del resto se ocupaba mi boca juguetona. Le hice tumbar buscando una mayor comodidad. Volví a apoderarme de los huevos, lamiéndolos con ganas al escucharle jadear lleno de gusto. Subí por el tallo pasándole la lengua y, sin necesidad de nada más, tomé el glande cubriéndolo con mis labios para alargar aquella diversión que tanto me ponía.

Me gusta… me gusta tu polla cariño… -reconocí sin dejar de darle placer con mis dedos.

Las babas caían por encima del glande al tiempo que llenaban mis dedos víctimas de mi imprudencia. Viéndole abandonado a su suerte, le masturbé de forma descontrolada, arriba y abajo, arriba y abajo y así una y otra vez relamiéndome los labios para humedecerlos.

Madre, si sigues así me harás correr… ¿eso es lo que quieres? –preguntó elevándose hacia mí para besarme con el calor de su boca.

El pobre estaba a punto, con sus palabras no había podido más que reconocerlo. Descendí tragando el grueso músculo nuevamente, chupando y chupando de forma lenta pero constante.

¿Vas a correrte mi niño? ¿de veras vas a darle tus jugos a tu querida mamá? –le interrogué de manera perversa.

La vergüenza ya me había abandonado hacía rato. Solo deseaba gozar de aquel hombre que parecía no ser mi hijo sino solo un macho al que poder sacar todo su cálido jugo. Mirándole con cara de vicio, alterné las masturbaciones con rápidas succiones que lo hacían gemir inquieto. No iba a tardar mucho, su cara de puro goce bien lo demostraba. Gemía, jadeaba, reclamaba mayor velocidad en mí. Comenzó a temblar al poco de verse tomado entre mis manos que lo masturbaban tratando de obtener el feliz final. El ritmo se hizo insostenible, haciéndolo elevar en la cama al escapar el primer espeso goterón que saltó descontrolado por los aires.

Sí Adrián sí… córrete vamos… disfruta cariño… -exclamé observando la abundante corrida que el muchacho llevaba largo rato reteniendo.

Gran parte de la corrida cayó sobre su vientre, precipitándose otra parte sobre la blanca y arrugada sábana. Adrián gimió, gritó, gruñó con el orgasmo que le había hecho vivir. Se le veía descompuesto y cansado por las diabólicas artes desplegadas por su experta madre.

¡Me corro madre, me corro… gracias por hacerme gozar así! –dijo cayendo retorcido sobre la cama.

Nada de eso… gracias a ti mi amor. Me ha encantado verte disfrutar como lo has hecho –susurré tomando entre mis dedos el líquido blanquecino para llevarlo a la boca y saborearlo con cara de puta.

Le dejé tirado y fui a la cocina a por un trapo para limpiarle. Al volver lo encontré tumbado boca arriba tal como lo había dejado. Le costaba recuperar el aliento. Al parecer no imaginaba que aquello hubiese sucedido. A mí también me costaba creerlo pero el verlo sobre mi cama, desnudo y con la respiración entrecortada me hizo sonreír maliciosamente. Lo dejé bien limpio no sin antes saborear algo más de su espeso semen. Me tumbé a su lado, acariciándonos sin mediar palabra y así estuvimos un buen rato como si ninguno de los dos quisiéramos decir nada. Con la mano le acariciaba el muslo que notaba duro y poderoso. Mientras, Adrián me rodeaba con el brazo teniéndome fuertemente pegada  a él.

¿Te ha gustado? –le pregunté rompiendo de ese modo el silencio de la habitación.

Claro… ha estado genial.

Me alegro cariño… tenía miedo de lo que pudieras pensar.

¿Te arrepientes? –me dijo volviéndose hacia mí.

Oh no, claro que no. A mí también me ha excitado verte gozar.

Gracias –exclamó en voz baja antes de buscar mi boca en un beso largo y con el que decirnos montones de cosas.

Claro que no me arrepentía, la depravación había llegado al infinito y ya no había nada que la parase. Me había gustado verle correrse y saborear su cuerpo joven y corpulento. Sin dejar de besarnos, alargué la mano en busca del sexo de mi hijo. Lo noté medio arrugado pero aún duro, no sabía si volvería a responder. Lo masturbé moviendo los dedos a lo largo del tronco, fatigado por el esfuerzo anterior. Los besos se hicieron más profundos, prueba evidente del deseo del muchacho. Él también me acarició recorriendo con sus manos mi espalda para bajar por ella, tomando ahora los costados y las caderas. Gemí notándome nuevamente excitada por aquella locura sin fin.

Bésame cariño, bésame –musité abriendo los labios y sintiendo su lengua meterse en mi boca.

Las manos de Adrián cayeron sobre mi culo. Era tan grande que no podía abarcarlo con ellas. Sin embargo y pese a ello, no desesperaba en el intento por conseguirlo. Al parecer le gustaban las gordas y redondas posaderas de su madre. Sonreí de forma lujuriosa al sentir sus manos correr por encima de mis cachetes. La calentura se fue apoderando de mí con cada una de sus caricias. En realidad se apoderaba de los dos pues bajo mis dedos aquello no engañaba. Con cada roce, con cada lento movimiento de los dedos, el pene respondía creciendo y endureciéndose para mi total deleite.

Vuelves a excitarte…

Continúa madre… sigue moviendo los dedos por favor.

Lo hice y enseguida estuvo nuevamente en pie de guerra. Cabeceaba inquieto frente a mí que lo miraba embelesada por la facilidad de recuperación mostrada. Cosas de la juventud –pensé para mí misma mientras lo veía apuntar hacia el techo como si con ello quisiera amedrentarme. Era realmente hermoso, duro, muy duro y palpitante…

Me besó teniéndome cogida la cara con la mano, apoyada suavemente la mano sobre la misma. Era tan dulce y tierno. Le pedí que me besara y lo hizo mordiéndome primero el labio inferior a lo que respondí con un débil lamento de aprobación. Volvió a darme la lengua, morreándonos llenos de vicio. Aprovechando mi entrega, bajó la mano por mi vientre y metiéndola bajo la braguilla empezó a acariciarme hasta acabar clavando uno de sus dedos en el interior de mi sexo.

¿Qué haces? –pregunté removiéndome y llevando la mano hacia la suya tratando de retirarla.

¿No quieres que lo haga? –fue su respuesta sin dejar un instante de apretar.

Gemí quedándome quieta y sin poder negarle aquello que pretendía. Quería todo de mí y yo quería todo de él. Había estado todo el rato sin querer pensar en aquello pero finalmente la realidad había acabado por vencer. Nos deseábamos, nos deseábamos con locura y no íbamos a ser capaces de parar. Retirando la mano permití entre sollozos que siguiera moviendo el dedo en el interior de mi vagina. Lentamente, muy despacio y de forma insistente. Adelante y atrás entre los jadeos placenteros que yo emitía.

Fóllame Adrián… fóllame despacio, me gusta…

Continuó haciéndolo metiendo un segundo y provocando en mí un suspiro de satisfacción. Me notaba mojada bajo el azote de aquellos dedos jóvenes y tan bien conocidos. Empecé a remover las caderas acompañando el roce de los dedos que penetraban buscando lo más hondo de mi ser. Aguantaba la respiración disfrutando lo que me hacía. ¡Fantástico… fantástico y de lo más inquietante! Mi atacante sacó los dedos para ofrecérmelos y así poder degustar el sabor amargo de mis propios jugos. Me notaba tan cachonda que no sabía si podría aguantar mucho más sus sucias caricias. Metiendo los dedos bajo la delicada prenda, empezó a moverlos esta vez de forma más rápida.

¿Qué me haces maldito? ¿Qué me haces diossssssssss?

Los movía con urgencia, favorecido por la humedad creciente de mi coño ofrecido. Los gritos, jadeos y lamentos se mezclaron con el chop chop de sus dedos. El calor me envolvía, naciéndome entre las piernas y subiendo hasta mi cerebro para explotar en millones de sensaciones extrañas y agradables. El vientre se alzaba buscando el roce acusador. Me iba a correr y así se lo hice saber tratando de agarrarme a su brazo para que me besara.

¡Me corro Adrián, me corro… sigue follándome cariño, así, así!

Exploté entre sus brazos y él me hizo callar besándome de forma salvaje, mordiéndome los labios con desesperación, la misma desesperación que yo demostraba gracias a aquellos maléficos dedos. Llegamos a hacernos sangre de la pasión que nos embargaba. Un orgasmo tormentoso e inolvidable me había hecho gozar, un orgasmo de lo más espléndido y delicado. Caí sobre la cama como antes había caído él, derrotada y feliz y con ganas de descansar y recobrar energías. Me avergonzaba aquella demostración tan clara de mi placer. Adrián nada dijo, dejándome gozar de mi orgasmo solo observándome sin decir palabra. Al acabar abrí los ojos viéndolo a mi lado. Sonreí como una boba.

Eres malo…

¿Malo? –preguntó extrañado. ¿y tú qué? ¿acaso no lo deseabas tanto como yo?

Tienes razón, no me hagas caso –dije tomándole la nuca con la mano para atraerlo a mi lado.

Nos besamos una vez más, en una enésima prueba de necesidad del uno por el otro. Me coloqué sobre él, notando el bulto inflamado bajo mi muslo rollizo y lleno de celulitis. La excitación me creció por el cuerpo. Lo deseaba, deseaba que me hiciera suya y acabar con aquel tormento en que nos encontrábamos. Tras deshacerme de la braga, me removí buscando un mejor acomodo, echando las piernas a los lados y con el miembro ahora pegado a mi vientre.

¿Puedo madre? –preguntó en un último gesto de cortesía.

Claro hijo… no seas tonto –respondí sintiéndome enloquecer.

Debió quedarle claro que lo apetecía tanto como él en el mismo momento en que me había quitado la braga, quedando completamente desnuda ante él. Fui yo la que ayudó a lo que se avecinaba sin remedio. Cogiendo su miembro entre los dedos lo hice apoyar en la puerta de mi sexo húmedo de jugos. Dejándome caer lo noté entrar en mi interior con facilidad pasmosa. Echando la vista atrás pienso que pude haber acabado con aquello en ese mismo instante, todo había llegado demasiado lejos como para continuar. Pero lo cierto es que no lo hice. La vergüenza estaba consumada. La vergüenza pero también el deseo cada vez más creciente por aquel muchacho al que había dado la vida. Lo tenía dentro de mí, palpitando inquieto entre las paredes de mi sexo. Quietos los dos aguantando el aliento como mejor podíamos.

Empezó a moverse, doblando yo la pierna para facilitar las entradas y salidas que me daba. Mi sexo se acostumbró al suyo, abrazándolo con descaro, recibiendo la carne dura y llena de vigor. Me follaba con duros golpes de riñones, arrancándome gemidos placenteros con cada presión en el interior de mi vagina. Nuestros sexos parecían conocerse de toda la vida, tan sencillo parecía todo. De ese modo, me folló sin tener yo la opción de moverme. Tampoco pensé en ello, solo en soportar el movimiento brusco de mi querido hijo abriéndome las paredes del coño sin darme respiro alguno. Y así una y otra vez, una y otra vez…

Teniéndome enlazada por la cintura y con la otra mano en la nalga, empujaba como si en ello le fuera la vida. Yo no paraba de reír, llorar, pedirle que parara y luego que siguiera para así disfrutar la potencia de su joven pene. Me mataba, juro que me mataba de gusto con aquel polvo demencial al que me sometía. El chop chop de su follada se escuchaba con el golpeteo del vientre sobre el mío. Me corrí enseguida, siguiendo él con lo suyo como si no le supusiera trabajo alguno. Parecía disfrutar como un loco de lo que me hacía, los ojos brillándole de un modo diferente al que le conocía. Enganché un nuevo orgasmo, flipaba con su poderío de macho en la plenitud de la juventud.

¡Fóllame hijo, fóllame! –gritaba sin poder soportar tanta tensión.

La polla me llenaba por entero, llegándome hasta el final para salir de pronto provocando en mí una queja de fastidio.

¡Vuelve a meterla, vuelve a meterla maldito! –reclamé buscándola con mis dedos para enterrarla de nuevo entre las paredes de mi sexo.

Nos besábamos acallando de tanto en tanto nuestros gemidos y suspiros de puro goce. ¡Qué polvo dios! Adrián me cogía de la nalga con enorme fuerza, apretándola hasta hacerme daño. La polla continuaba maltratando mi pobre coñito como si quisiera destrozarlo. El anterior orgasmo lo hacían aguantar lo cual repercutía en mi placer. Cuánto más aguantara, mayor sería mi deleite. Me arqueé hacia atrás con las manos apoyadas en su pecho. Los movimientos continuos hacían sonar los muelles del somier de forma inconfundible. Me encantaba tenerlo dentro, sentir toda su fuerza de joven macho satisfaciendo mis deseos de hembra enloquecida hasta el extremo.

¡Muévete cariño, muévete… vamos más fuerte, empuja con fuerza!

Continuamos así todo el tiempo que pudimos soportarlo que no fue poco. Yo tan pronto caía sobre sus labios comiéndonos las bocas, como me elevaba cabalgándole hasta notar mi sexo correr en un manantial de flujos. Nos corrimos casi al tiempo, teniendo Adrián el cuidado de escapar de mí para llenarme las nalgas con su ardiente néctar. Lo sentí correr sobre mi piel, saltando de forma copiosa entre la unión de gritos y gruñidos que ambos proferíamos. Me llevó contra él, agarrándome de la cintura mientras el orgasmo nos iba abandonando muy lentamente. Abrazada a él podía oír sus palabras de agradecimiento. Le respondí del mismo modo acabando con la cabeza dolorida por la tensión acumulada.

Gracias hijo, gracias… me has hecho muy feliz cariño.

Gracias a ti madre.

¡Ufff, qué tarde se ha hecho! Mira cómo se han puesto las sábanas, tengo que limpiarlo todo –dije escapando de su lado para ponerme en pie.

Se nos había hecho casi la hora de la comida, el tiempo me había pasado volando. Oí  el timbre de la puerta y me vestí con prisas cogiendo el albornoz del baño. Era Fátima, la vecina del rellano con la que me unía una buena amistad. Con ímprobos esfuerzos conseguí que no notara nada de lo que había pasado. A lo lejos, escuché a Adrián que seguramente estaría en su cuarto arreglándose para ducharse. Yo también necesitaba una buena ducha con la que calmar el nerviosismo que aún me comía por dentro.

Aún no ha pasado nada, pero supongo que no tardará en volver a atacarme. Y cuando lo haga tengo miedo de lo que pueda suceder nuevamente. Si se presenta la ocasión, que estoy segura que se presentará, dudo mucho que sea capaz de negarle el último de mis reductos libre. Prefiero no pensar en ello. Como dije al inicio de la narración debo estar majareta.

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