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Cómo conocí a mi Ama

en Fetichismo

 

    Aquella noche entré al bar con la única esperanza de recrearme la vista. Nunca fui especialmente ligón, así que no podía aspirar a más. La tarea era sencilla, sólo tenía que entrar, localizar un buen objetivo y sentarme cerca para poderlo contemplar.

 

    Mi objetivo no era una chica con un buen escote o un buen culo. Ni siquiera necesitaba que fuera especialmente guapa. Lo que yo buscaba eran unos pies bien sexis sobre unos buenos tacones.

 

    En este aspecto era bastante exigente, no obstante. Para empezar, puesto que mi objetivo eran los pies, descartaba cualquier chica con zapato cerrado (aunque fueran botas de tacones infinitos). En ocasiones podía hacer alguna excepción ante una chica con zapatos de salón, siempre y cuando estos mostrasen mucho empeine o la punta de los dedos. Y, como es lógico, me derretía por las chicas con sandalias de tacón.

 

    Los tacones tenían que ser muy altos, pero no por el tacón en si mismo, sino por el efecto que producen en el arco del pie. Por ello, si una chica llevara diez centímetros de tacón pero con seis de plataforma la descartaría directamente, pues, a efectos prácticos, es como si llevara tacones de sólo 4 cm. Esto no quiere decir que odie las plataformas, simplemente implica que restaré mentalmente la altura de la plataforma al tacón antes de comparar el calzado de las diversas chicas del bar.

 

    Las uñas de los pies, si se ven, las prefiero pintadas. No soy demasiado maniático con el color, pero me gusta asegurarme de que la chica cuida esos detalles. Dicho esto, una pedicura francesa puede ayudar a que me acabe de decantar por una chica.

 

    Respecto al tema de las medias, me encantan las de rejilla, me gustan mucho las negras y odio las de colores o diseños estrafalarios. Un buen par de medias hacen más sexy a una mujer, los diseños raros, en cambio, le hacen parecer una hippie. Tampoco me gustan mucho las pantymedias, más que nada porque hay que quitarlas para follar. Por supuesto, los pies sin medias también me encantan.

 

    Esa noche no había muchas chicas. Una de ellas llevaba unas botas de cowboy. Otra, unas chanclas. Y el resto, zapatos cerrados con tacones inferiores a seis centímetros. La única a la que se le veían un poco los pies era la chica de las chanclas, así que, a pesar de que no llevaba nada de tacón, decidí acercarme a ella. A su lado había dos taburetes libres. Me senté en el más cercano y me pedí una cerveza.

 

    Aunque no llevara tacones, al menos la chica se cuidaba los pies. Llevaba las uñas pintadas de rojo y se veían bastante suaves. Estuve un rato observándola disimuladamente, viendo como jugaba moviendo una de sus chanclas. Prácticamente resultaba hipnótico.

 

    Me sacó del trance el inconfundible ruido de unos tacones. Al girarme vi a una chica bastante guapa que venía del baño. Llevaba una camiseta de un grupo de música que yo no conocía, unos pantalones tejanos remangados y caminaba sobre unas sandalias de tacón. Las sandalias eran negras, con tres tiras bastante finas para sujetar el pie, y tenían un tacón cuadrado de unos nueve centímetros. Eran, de lejos, las más sexis que había visto esa semana (sin contar lo que encontraba en Internet, claro). A medida que se fue acercando, pude ver que llevaba las uñas de los pies pintadas de negro, igual que las de las manos. Realmente tenía unos pies muy sexis y cuidados.

 

    Por suerte, la dueña de las sandalias vino a sentarse al otro taburete libre, por lo que no tuve que buscarme una excusa para cambiarme de sitio. Al parecer, era amiga de la chica de las botas de cowboy y de otra que iba con zapato plano. Cuando se sentó, reanudaron la conversación.

 

    —¿Ya lo has solucionado? —preguntó la del zapato plano.

    —Bueno, más o menos —respondió ella.

    —Esa manía que tenéis algunas por los tacones siempre os acaba pasando factura.

    —No le hagas caso, Mónica. María es una estrecha. Yo creo que lleva esos zapatos de monja para ahuyentar a los hombres —dijo la de las botas de cowboy.

    —Como si os sirviera de mucho. Los tíos no se fijan en esas cosas. Al menos yo luzco algo de escote. No como vosotras.

 

    Si no fuera porque acompañaban las frases con varias carcajadas, hubiera pensado que se odiaban a muerte. Puede que fuera así. Sin prestar demasiada atención a la conversación que mantenían, me dediqué a mirar los pies de Mónica, que era como se llamaba la chica de las sandalias. También averigüé que la de las botas de cowboy era Lisa y la del zapato plano, María.

 

    Al cabo de una media hora las amigas de Mónica se despidieron y salieron del local, dejándola a ella sola. Decidí que tenía que lanzarme. Probablemente no consiguiera nada, más allá de un par de besos de cortesía, pero si no lo intentaba siempre tendría la duda de lo que podría haber pasado. Me armé de valor. Me giré hacia ella... Y perdí el valor.

 

    Cuando ella notó mi presencia yo estaba mirando abajo, aunque en ese momento era más por una cuestión de timidez que por mirarle los pies.

 

    —¿Qué miras?

    —Na-nada.

    —¿Estabas mirándome los pies?

    —No, bueno sí, pero no por...

    —Ves, tenía razón, los hombres os fijáis en los zapatos que llevamos. Tú te has fijado. Y dime, ¿te gustan?

    —... Sí, supongo. —No tenía sentido mentirle, ya que estaba claro que esperaba un sí por respuesta.

    —¿Y mis pies?

    —¿Qué?

    —Que si te gustan mis pies.

    —Sí, no están mal. —No quería delatarme como fetichista, así que intenté mostrar una pizca de indiferencia—. Las uñas pintadas te quedan bien.

    —Mi amiga María insiste en que me gasto demasiado en pedicuras y yo siempre le digo que a los chicos os gusta que nos cuidemos los pies. Aunque, en realidad, lo hago porque me gusta a mí. De todas formas, ¿le dais importancia?

    —Bueno, imagino que algunos sí y otros no. Habrá de todo. —Decidí cambiar de tema, pues me sentía algo incómodo hablando de mi fetiche con una desconocida—. María era una de las que estaban contigo antes, ¿no? ¿Te han dejado sola?

    —Sí, María y Lisa. Ellas viven en otro barrio, en dirección opuesta al mio. No tiene sentido que compartamos taxi. Yo me acabo mi bebida y llamo al mio.

    —Si quieres te puedo llevar yo. Sólo me he tomado esta cerveza, así que puedo conducir.

    —Genial. Vamos.

 

    Dicho esto, se terminó su bebida de un trago y se levantó. Por su ligera verborrea era evidente que estaba algo "contenta". Tengo un amigo que siempre me anima a ir con él a cazar borrachas, ya que son más lanzadas. Nunca he aceptado, pues me parecía algo deshonesto. Pero puede que hoy me beneficiara de la presencia de alcohol en sangre de la chica. El resto de su bebida no haría más que mejorar mis posibilidades.

 

    Ya en el coche, me pareció oportuno volver a sacar el tema de los zapatos.

 

    —No he podido evitar oír la conversación... Antes me ha parecido que tenías algún problema con los zapatos. ¿Te han hecho daño en los pies?

    —Sí, la verdad.

    —Si quieres —dije apresuradamente—, podría hacerte un masaje.

 

    Ya estaba. Me había atrevido. Era una excusa tan buena como otra para que me invitara a subir a su casa, y además era una oferta que a muchas chicas encantaría. Si la aceptaba, tendría la oportunidad de masajear unos preciosos pies. Sólo eso ya valía la pena.

 

    —Bueno, no es algo que se arregle con un masaje. El problema es que una de las tiras me ha hecho una rozadura. Normalmente los tacones no me hacen daño, estoy acostumbrada a llevarlos, pero las sandalias son nuevas y la tira de atrás me ha estado rozando todo la noche.

    —Ahá...

    —Mira, es ahí, ya hemos llegado. ¿Subirás a hacerme ese masaje que me has prometido? Espero que no te desdigas sólo porque no lo necesite. Un masaje siempre es bien recibido.

    —Sí, por supuesto. Soy un hombre de palabra.

 

    La perspectiva de un masaje de pies me emocionaba más a mí que a ella, pero no permitiría que se notara en exceso.

 

    El piso resultó ser un piso de estudiantes, por lo que después de ofrecerme un café (que rechacé) me llevó directamente a su habitación.

 

    —Cuidado con lo que haces —me avisó—. Si intentas propasarte gritaré y mi compañero de piso vendrá a darte una paliza.

 

    Lo dijo riéndose, pero la verdad es que me dio un poco de miedo. Después de la advertencia, Mónica se sentó en la cama y empezó a desatarse las sandalias. La frené.

 

    —Ya me ocupo yo, tú ponte cómoda.

 

    Ella se recostó en la cama y yo me puse a los pies. Le acabé de desatar las sandalias y se las quité con suavidad. Pude ver que se había puesto unos pequeños parches circulares en la zona del tendón de Aquiles, donde le habían rozado las sandalias.

 

    —Espero que se te curen pronto —dije, mientras empezaba a acariciarles los pies.

    —Sí, seguro que sí. Los parches estos van muy bien.

 

    Poco a poco fui masajeándole los pies. El talón, la planta, los deditos. Centrándome especialmente en las zonas que suelen doler más a las chicas que llevan tacones. Mónica dejó escapar algún gemido. Parecía que estaba haciendo un buen trabajo.

 

    —Supongo que no te pondrás estas sandalias hasta curarte del todo.

    —No, no, claro. Normalmente llevo otro tipo de calzado.

    —¿Como qué? —dije con la esperanza de que me enseñara parte de su colección.

    —Mira debajo de la cama.

 

    Lo hice y me encontré tres pares. Unas zapatillas deportivas, unas chanclas y unos zapatos de unos 6 cm de tacón, que mostraban parte del empeine.

 

    —Las bambas son para el gimnasio. Normalmente llevo esos zapatos a diario y por casa las chanclas, en teoría.

    —¿En teoría?

    —Sí, bueno, como no me molestan, no me suelo cambiar de zapatos casi nunca. Así que normalmente me las pongo sólo los sábados y domingos por la mañana. Porque por la noche salgo y me pongo zapatos más sexis.

 

    Interesante. Llevaba al menos 6 cm todos los días, y, por lo que sabía, para salir incluso más. De repente tuve una idea. Cogí uno de sus zapatos y se lo mostré.

 

    —¿Me dejas comprobar una cosa?

    —¿El qué? —dijo ella.

 

    Sin molestarme en dar más explicaciones, me dispuse a ponerle el zapato que había cogido en su pie. Mi sospecha se cumplía.

 

    —Mira —dije—, estos zapatos te rozarían un poco en la herida. Igual deberías plantearte usar otros durante unos días.

    —Ostras, no lo había pensado. ¿Quieres ayudarme a escoger unos?

    —Sí, claro.

    —En ese armario encontrarás el resto.

 

    Fui hacia el armario que me indicaba y lo abrí. En la parte baja había cinco pares de zapatos y el hueco que probablemente había sido ocupado por las sandalias que llevaba esa noche. Los cinco pares eran unas sandalias blancas de tacón de aguja de unos 7 cm, unos botines de unos 6 cm con uno de plataforma (supuse que eran los que solía llevar en invierno), unos mules azules peeptoe (de esos que muestran la punta de los dedos) con un tacón de cuña marrón claro de unos 9 cm y 3 de plataforma, unas sandalias rojas de unos 6 cm de tacón de aguja y otras sandalias negras con una plataforma de unos 5 cm y un tacón de unos 12.

 

    Ningunos eran excesivamente altos, y los más altos tenían demasiada plataforma. Pero, teniendo en cuenta que las mujeres tenían cada vez menos tendencia a llevar tacones, encontrar una chica que los llevara a diario era todo un logro. De los que vi, los mules eran, sin duda, los más adecuados, pues no tenían nada que pudiera rozarle las heridas. Pero me apetecía ver como le quedaban algunos otros, así que decidí dejarlos para el final.

 

    —A ver que tal estos —dije cogiendo una de las sandalias blancas.

    —Pónmelas.

 

    La verdad es que a pesar de tener algo menos de tacón que las que había llevado esa noche, también le quedaban muy bien. Le acaricié un poco los pies por encima de las tiras y luego se las quité.

 

    —También te rozarían. ¿Te pruebo éstas? —dije señalando las sandalias de plataforma negras.

    —De acuerdo.

 

    Sorprendentemente esas no le rozaban.

 

    —A ver, anda un poco.

 

    Lo hizo, y he de reconocer que se veía muy sexy con semejantes taconazos.

 

    —Pero no puedo ir a clase con unos tacones así.

    —Ya, claro... ¿Y con estos? —Le ofrecí los mules—. Es imposible que te rocen y no son tan altos.

    —Sí, con estos sí.

 

    Se los probó y paseó un poco por la habitación.

 

    —¿Qué opinas? —preguntó al cabo de un rato.

    —Te quedan bien y dudo que nadie te mire raro por llevarlos a clase —Y puede que pusiera caliente a algún que otro alumno o profesor.

    —Lo malo es que para llevarlos debería pintarme las uñas de azul y no tengo tiempo de ir a la esteticista.

    —¿Nunca te las pintas tú?

    —No tengo muy buen pulso así que prefiero dejarlo en manos de una profesional.

    —Si quieres te las pinto yo. Suelo pintar figuras de Warhammer. Lo haría bien.

    —¿De verdad harías eso por mí?

    —Sí, será divertido.

 

    Mónica fue a buscar el quitaesmalte y el esmalte azul. Se quitó los mules y empezó a eliminar el esmalte negro de las uñas de sus pies. Cuando terminó me ofreció los pies y continuó eliminando el esmalte negro de las uñas de sus manos. Yo tomé su pie derecho y empecé a pintar con cuidado cada una de sus uñas. Cuando terminé hice lo mismo con el otro.

 

    No quedaron tan bien como antes (a fin de cuentas yo no me dedico a ello), pero sí mejor que a muchas chicas.

 

    —Las de las manos puedo pintármelas yo misma, ya has hecho demasiado por mí.

    —Como quieras —Realmente no tenía el menor interés en sus manos.

    —Pero sí te agradecería que ayudaras a que se secaran antes soplando un poco.

    —Será un placer.

 

    Le di el bote para que se pintara las uñas de las manos y me dediqué a soplar y contemplar sus pies. Al cabo de un rato me decidí a dar un paso más. La besé en el empeine recitando el clásico "sana, sana, culito de rana, si no sana hoy sanará mañana". Ella se rió sin darle mucha importancia, por lo que hice lo mismo con el otro pie.

 

    Cuando terminó de pintarse las uñas de las manos me miró y, tras unos segundos en silencio, me sorprendió con un comentario que no esperaba.

 

    —Me gustaría compensarte por todo lo que has hecho por mí. Pero nos acabamos de conocer así que es demasiado pronto para el sexo...

    —No te preocupes, no ha sido ninguna molestia —Yo no tenía nada en contra del sexo en la primera cita, pero entendía que ella prefiriera esperar.

    —Aunque... si quieres... te podría hacer una paja.

    —Bueno, sí, eso estaría bien.

    —Lo que pasa es que habrá que esperar a que se me sequen las uñas.

    —Tendríamos que haberlo hecho al revés, porque las de los pies ya están secas.

    —Entonces, podría hacértela con los pies —Tal cual lo dijo estalló en carcajadas.

    —¿Y por qué no? Será divertido. Total, con las manos puedo hacerlo yo solo.

    —Bueno, lo decía en broma, pero sí, podríamos probar.

    —Muy bien, pues cuando quieras.

 

    Empecé a desvestirme. No quería darle la oportunidad de cambiar de idea y que todo quedase en una anécdota. Cuando ya estaba en calzoncillos la animé a participar.

 

    —¿Me los quieres bajar con los pies?

    —No sé si podré.

 

    Agarró como pudo la parte de arriba con los pies y empezó a bajarlos lentamente. De vez en cuando se le soltaba un pie. Realmente era algo que requería cierta habilidad. Cuando liberó mi polla ya la tenía morcillona. Eso la sorprendió.

 

    —¿Ya la tienes así? Si yo no me he desnudado ni nada.

    —Pero tienes los pies muy sexis —me atreví a decir.

    —Jajajaja, gracias.

    —¿Quieres que me tumbe en el suelo para que te sea más cómodo? Para no cansarte tanto y eso...

    —No, así está bien.

 

    Empezó a acariciarme la polla con un pie y luego el otro. También pasaba el empeine por mis testículos. Se notaba que lo encontraba todo muy divertido, lo que era bueno, porque a mí me encantaba lo que estaba haciendo. Pasado un rato, pareció darse cuenta de que lo que hacía no era, técnicamente, una paja. Yo ya la tenía dura como una piedra, así que rodeó mi polla con las plantas de sus pies y empezó a moverlos arriba y abajo.

 

    —¿Te gusta así?

    —Sí, lo haces muy bien. ¿Seguro que no lo has hecho antes?

    —No, que va.

    —Pues debes tener un talento natural.

 

    Ella continuaba moviendo los pies rítmicamente. La verdad es que era la primera vez que me hacían una paja así, pero había visto alguna en películas porno y lo que me estaba haciendo no tenía nada que envidiar. Varias veces se le escapó mi polla de entre los pies, pero ella aprovechaba esas ocasiones para acariciármela con la planta de uno de sus pies, mientras con el empeine del otro me acariciaba los testículos. Era una delicia, tenía los pies muy suaves. Después volvía a agarrármela con ambos pies, lo que no siempre conseguía a la primera, cosa que, por alguna razón, encontraba muy excitante.

 

    —¿Sabes? Tienes los pies muy suaves —le dije.

    —Gracias. Es por las pedicuras.

    —Pues han valido la pena.

    —Cuando les decía a mis amigas que a los chicos os gusta que nos cuidemos los pies nunca había pensado en esto.

    —Yo tampoco. —Era mentira, pero no quería parecer un pervertido.

    —Supongo que es otro buen motivo para seguir invirtiendo dinero en ello.

 

    Yo ya empezaba a estar muy excitado, al borde de un orgasmo, y no tenía muy claro lo que pensaba Mónica sobre la posibilidad de que me corriera en sus pies. Decidí tantearla un poco al respecto.

 

    —Estoy a punto...

    —¿De correrte?

    —Sí, no aguantaré mucho más. Y no sé si tienes algún inconveniente con ello.

    —Bueno, ahora que lo dices, no me gustaría mancharme los pantalones. ¿Te importa que me los quite?

    —Al contrario, me encantaría ver tus preciosas piernas.

    —Vaya, gracias, aunque yo lo decía por si te molestaba que hiciera una pausa.

    —No es problema.

    —Ok, pues dame un minuto.

 

    Mientras yo esperaba con la polla como una piedra pude ver como Mónica se giraba (quizá por vergüenza) y se bajaba los pantalones revelando un tanga negro muy estrechito. Tenía un culo redondito muy apetecible. Pero aquel día sólo iba a poder disfrutar sus preciosos pies. Cuando terminó, dejó los pantalones en la cama y se preparó para continuar.

 

    —Por cierto —dije—, me encanta tu culo.

    —Gracias —contestó ella tímidamente.

    —Realmente ha valido la pena esta pequeña pausa.

    —Esto... las uñas de mis manos ya están secas.

    —Sí, lo he supuesto. No creo que te hubieras quitado el pantalón tan fácilmente si hubieras tenido que vigilar la manicura.

    —Lo decía porque igual prefieres que termine con la mano.

    —No, hay que acabar lo que se empieza. Además, así es más divertido.

    —Sí, ¿verdad? Cansa un poco, pero yo también lo encuentro divertido.

 

    Para mí era algo más que "divertido". Era una fantasía hecha realidad. Realmente tenía suerte de haber encontrado una chica así. Aún no sabía cómo, pero tenía que mirar de conservarla como fuera. Sus pies, que ya volvían a rozar mi polla, me sacaron de mis pensamientos.

 

    Parecía que Mónica quería divertirse un rato más, pues aún sabiendo que estaba a punto de correrme, estuvo bastante rato jugando con mis genitales en lugar de masturbarme. Quería hacerme durar y eso me encantaba. Recorría con su dedo gordo desde la base de mi polla hasta el glande, me acariciaba con el empeine o con la planta de un pie, cogía mi polla con sólo dos dedos, y me rozaba el glande con todos y cada uno de ellos.

 

    Yo respiraba con bastante excitación. Viendo como estaba, se apiadó de mí y volvió a coger mi polla. Ésta vez lo hizo de forma diferente. Apoyó mi polla sobre el empeine de su pie izquierdo y puso la planta del derecho encima. Posiblemente se encontrara más cómoda así, pues una vez empezó a masturbarme fue cogiendo velocidad. Mi corrida era inminente.

 

    —Me voy a correr —avisé.

 

    Ella movió el pie derecho y lo colocó al lado del otro, justo debajo de mi polla. Durante un rato siguió moviéndolos lentamente rozándome el glande con ambos empeines. Entonces estallé. El primer chorro impactó contra su pierna izquierda. En cuanto lo vio dejó de mover los pies para concentrarse en que cayera la máxima cantidad sobre sus pies y piernas. Mi polla iba escupiendo chorro tras chorro sin siquiera tocarla, salvo el roce ocasional de un empeine. Tuve que resistir la tentación de agarrarla y continuar masturbándome.

 

    —Menudo caos has montado —se quejó divertida cuando terminé de correrme.

    —Siento haberte manchado.

    —A ver si voy a tenerte que obligar a limpiarlo con la lengua.

    —No sería un gran problema.

    —¿De verdad lo harías?

    —A ver, no es algo que me llame personalmente, pero si a ti te gustase lo haría sin problemas. Es mi propio semen, no es algo tóxico ni nada por el estilo. Muchas chicas lo tragan en las mamadas así que...

    —Sí, tienes razón.

    —Bueno, ¿te traigo una servilleta o algo?

    —No, ya que eres tan atrevido, hazlo con la lengua.

    —¿Seguro que es lo que quieres?

    —Sí que te rajas pronto.

    —No, es que pensaba que lo decías en broma. En fin, si es lo que quieres, lo haré.

 

    La verdad es que la idea de lamer mi semen no me entusiasmaba, pero gracias a ello iba a poder lamerle los pies. Tomé el pie derecho primero (era el que tenía menos semen) y empecé a lamerle el empeine desde la punta de los deditos hasta el tobillo. Ya en el primer lametón me llevé casi todo el semen, y con los siguientes lo acabé de dejar completamente limpio. Cuando me decidí a lamerle la planta del pie me interrumpió.

 

    —Oye, que ahí no ha caído nada de semen. Límpiame el otro, anda. Y no olvides que también ha caído en la pierna.

    —Ok, perdona, me he dejado llevar. —No sabía que otra excusa poner.

 

    Hice lo que me pedía. Primero recogí el chorro que había en su pierna. Un par de lametones largos fueron suficientes. Luego me dediqué a limpiarle el pie. Éste tenía bastante semen, pero a estas alturas ya estaba acostumbrado y eso me daba la oportunidad de lamerlo con más dedicación. Incluso había un poco entre sus deditos de los pies.

 

    Primero, como en el otro, le limpié bien el empeine. Luego empecé a pasar la lengua entre los deditos para limpiar el espacio entra cada par de ellos. Lo hice con todos, incluso con los que no había caído nada. No parecía molestarle, así que me decidí a meterme el más pequeñito en la boca. La verdad es que me estaba excitando mucho. No acababa de atreverme a lamerle la planta del pie, pues cuando lo había intentado con el otro ella me había frenado con la excusa de que no había semen allí. Sin embargo, no parecía molestarle que le chupara cada uno de sus deditos.

 

    —Los dedos del otro pie no me los has limpiado —dijo de repente.

    —Sí, perdona. Ahora lo hago.

 

    En realidad no era necesario, pues no había caído semen en ellos. Supuse que simplemente le gustaba que le chupara los dedos de los pies. Volví a cambiar de pie e hice lo que me pedía. Cuando le estaba pasando la lengua entre los dos dedos más pequeñitos soltó un pequeño gemido, lo que confirmó mis sospechas.

 

    Decidí aprovechar el hecho de que empezara a gustarle para volver a intentar lamerle la planta. Lo peor que podía pasar es que me pidiera que me centrara en los dedos (que me encantaban). Tras dar un pequeño y tímido lametón inicial sin que se quejara, hice un segundo desde el talón hasta la punta de los dedos. Cuando acabé, sin mediar palabra, me ofreció el otro pie. Hice lo mismo con él.

 

    —Bueno —dijo finalmente—, creo que ya los tengo suficientemente limpios.

    —Sí. Me he esmerado bastante.

 

    Ella metió sus delicados pies en las chanclas y nos pusimos los dos en pie. Yo ya la tenía otra vez morcillona. Señaló mi polla sonriendo.

 

    —Así, ¿te ha gustado la experiencia? —preguntó.

    —Sí, bueno, hubiera preferido chupártelos sin semen, pero ha estado bien.

    —Jajaja, yo me refería a si te ha gustado la paja con los pies, pero me alegra que te haya gustado chupármelos.

    —Ah, claro, sí, me ha encantado la paja con los pies.

    —Bueno, pues hasta otra.

    —Esto... ¿no deberías ponerte los mules azules? Para ver como te quedan con las uñas pintadas y eso.

    —Vaya, te veo muy puesto en esto de los tacones, pocos chicos saben que ese tipo de zapatos se llaman mules.

    —Me gusta como les quedan los tacones a las chicas, lo reconozco. No creo que haya nada malo en ello, la verdad.

    —Al contrario, está bien que aprecies el esfuerzo que hacemos algunas por llevar tacones altos. Venga pásamelos que me los pongo para ti.

 

    Se los di y se sentó en la cama para ponérselos. Yo estaba frente a ella, observando. Realmente tenía unos pies muy sexis. Cuando terminó, mi polla había empezado a levantarse otra vez. Ella se dio cuenta, levantó uno de sus pies entaconados y me rozó la polla con el zapato. Por un momento tuve la esperanza de que me fuera a hacer otra paja, puede que con los zapatos puestos, pero se limitó a reír y hacer otro comentario.

 

    —Ya veo cómo te gustan los tacones. Se te está poniendo otra vez dura y todo.

    —No es sólo por los tacones. Es que estás muy sexy así con tanga y tacones... bueno, y camiseta. —Intentaba desviar un poco la atención.

    —Pues lo siento, pero la camiseta no me la pienso quitar.

    —No lo decía por eso.

    —Ok... Bueno, ahora sí, hasta otra.

 

    Ya no supe qué más decir para alargar mi estancia en su habitación. Así que me vestí (aunque me costó hacer caber mi polla en los calzoncillos), y me acompañó a la salida. Ni siquiera se molestó en ponerse el pantalón.

 

    —¿Me das tu número de teléfono? —Ese era el momento clave. De ello dependía el poder repetir o no la experiencia.

    —Mejor dame tú el tuyo. Y te llamo cuando vuelva a necesitar una esteticista de urgencia.

    —Ok. Como quieras.

 

    Cogí una de mis tarjetas de visita, escribí "Esteticista de urgencia" en boli y se la di, aunque no tenía muchas esperanzas de que me llamara.

 

    —Con lo que te gustan los tacones, ¿no te has planteado llevarlos tú?

    —Jajaja. —Realmente me había hecho gracia su sugerencia—. No sería lo mismo.

    —Los pies son pies. No hay tanta diferencia. Salvo el tamaño, quizá.

    —Los pies femeninos son mucho más delicados.

    —Sólo porque nos los cuidamos.

    —En fin, hasta pronto. —Ahora era yo el que no sabía como seguir con esa conversación.

 

    Nos despedimos con un par de besos y me fui. Esa noche me masturbé una vez más rememorando la velada.

 

    Al cabo de un par de días recibí una llamada.

 

    —Dígame —respondí.

    —Hola, ¿Carlos?

    —Sí, yo mismo.

    —Soy, Mónica, no estaba muy segura de llamar.

    —¿Mónica? Me alegra oírte.

    —Verás... es que tengo una tarjeta tuya. Alguien escribió "Esteticista de urgencia". Y no recuerdo muy bien lo que pasó.

    —Sí, lo escribí yo porque te pinté las uñas ¿no te acuerdas?

    —Es que estaba un poco bebida.

    —Sí, ya noté que reías mucho. —No pensé que estuviera borracha hasta el punto de no recordar lo que había pasado.

    —Espero que no te propasaras conmigo. No me follaste sin condón, ¿no?

    —Ni 'sin' ni 'con'.

    —¿No haríamos sexo oral?

    —No, ni anal. Nuestras actividades se limitaron a tus pies.

    —Ok, me quedo más tranquila. No me hubiera gustado que te llevaras una impresión equivocada de mí.

    —En realidad... —Era evidente que no había entendido a qué me refería con lo de que nuestras actividades se habían limitado a sus pies, pero si eso le hacía feliz, yo no iba a recordarle que me había hecho una paja con los pies—. Me llevé una impresión muy buena de ti.

    —Me alegro.

    —¿Te apetece que nos veamos de nuevo?

    —Vale, podemos quedar a tomar un café y de paso me cuentas a qué vino eso de pintarme las uñas. Estoy realmente intrigada.

    —Perfecto.

 

    El resto de la conversación sirvió para concretar hora y sitio. Cuando colgué me di cuenta de que podía ser el inicio de una relación con una chica que, aunque no lo recordase, se mostraba abierta a mi fetiche por los pies. Con el paso del tiempo acabamos como marido y mujer. Y más adelante como esclava y ama. Aunque eso ya lo sabéis, si habéis leído mis otros relatos...