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Conociendo a Pedro

en Interracial

Conociendo a Pedro

 

Se animó a visitar el centro de masajes que su amiga le había recomendado. Aquella visita fue de lo más provechosa para la mujer…

 

 

Every single day, I got a heartache comin’ my way

I don’t wanna say goodbye

baby but look at the tears in my eye.

I don’t wanna say goodbye

Mama but look at the way you made me cry

every way that’s nice

you show you’ve got a heart that’s made of ice

and I know.

 

Fire and water must have made you their daughter

you’ve got what it takes, to make a poor man’s heart break

a poor man’s heart break.

 

Baby you turn me on

but as quick as a flash your love is gone.

Baby I’m gonna leave you now

but I’m gonna try to make you grieve somehow.

 

Fire and water must have made you their daughter

you’ve got what it takes, to make a poor man’s heart break

a poor man’s heart break

and my heart is breakin’ too…

 

Fire and water, FREE

 

 

Pregunta por Pedro -fueron las únicas palabras que Clara le dirigió tras sacar una tarjeta con un número de teléfono de su pequeña bolsa.

No pudo preguntar nada viéndola bajarse de la cinta para coger la toalla y ponerla alrededor del cuello y los hombros. Le echó una mirada sonriente antes de darle la espalda y encaminar sus pasos hacia el vestuario. No tardaría en seguirla pues en apenas diez minutos acababa su ejercicio diario.

Divorciada y cuarentona como ella, se conocían desde dos años antes cuando había entrado al gimnasio al que iba. Ya saben, el típico gimnasio en el que quemar el mucho estrés acumulado durante el día. Muchos meses atrás habían coincidido en uno de los ejercicios y desde entonces mantenían una estrecha amistad pues varias eran las veces que habían salido a tomar algo, al cine o incluso a mover el esqueleto. También habían podido disfrutar de alguna que otra aventura nocturna con algún desconocido que les había salido al paso.

Estuvo un rato más hasta notar la máquina moverse lentamente marcando el final del ejercicio. Se bajó de la cinta, tomando la toalla para secar el sudor del rostro. Echando un vistazo al reloj de pulsera vio que marcaba las ocho y media así que recogiendo sus cosas se dirigió al vestuario como había hecho la otra. Volvió a secarse la frente y el rostro mientras cruzaba el largo pasillo que llevaba al vestuario femenino. Por el camino se cruzó con alguna que otra amiga con la que solían coincidir en horarios. Dos besos y unas palabras, para enseguida despedirse con ciertas prisas pues no quería hacer tarde para la cena. Sola en casa y ya sin hijos de que ocuparse, le gustaba mantener su rutina metódica sin escapar mucho de ella.

Entró al vestuario en el momento en que Clara abandonaba la ducha con su melena morena y lacia mojada y la toalla cubriéndole el cuerpo. Se la quitó quedando completamente desnuda ante ella. No era la primera vez que la veía así, era norma habitual entre ellas mostrarse a la otra sin reparo alguno. Sentada en el banco, la vio coger sus ropas de la taquilla para disponerse a vestir. Rocío seguía secándose el sudor que le cubría el rostro y los brazos. Había sido una provechosa sesión la de aquella hora y media, media hora de abdominales, media de bicicleta y otra media en la cinta. Se dispuso a deshacerse de las mallas y las zapatillas. Deseaba una ducha de agua caliente que la relajara del esfuerzo llevado a cabo.

Mañana, vendré a primera hora de la mañana. Tengo dos días libres y aprovecharé para hacer cosas y ver a mis hijos.

¿Dos días libres? Ummm, qué suerte tienen algunas.

Sí, me deben días en el trabajo y aproveché para pedirlos. Ya sabes, ventajas de ser funcionario.

A mí me los dan con cuentagotas –exclamó la morena poniéndose el tejano después de haberlo hecho con el fino jersey de punto que ya le conocía.

Mientras su amiga se vestía, ella hizo el camino contrario desvistiéndose con rapidez y urgencia. Pronto quedó tan desnuda como Clara lo había estado instantes antes. A esa hora había pocas mujeres en el vestuario, apenas tres o cuatro más.

Nena, quien tuviera tus pechos a tu edad –dijo fijando la vista en ellos.

La verdad, a sus casi cincuenta años se mantenían todavía en un estado más que aceptable. Al menos mucho más tersos y duros que los de muchas mujeres de su edad. La misma Clara los tenía más pequeños y en peor estado pese a los seis años que se llevaban. Y de ahí su comentario.

Pese a sentirse halagada, no hizo tampoco mucho caso. La conocía bien y aquellos comentarios eran habituales entre ellas. Algún escarceo habían tenido, no mucha cosa pero sí lo suficiente para saber de su deseo por ella. Clara era tímida pero decidida al mismo tiempo, sabía lo que quería y se lo hizo saber una noche en que se encontraban en su casa. Se ducharon juntas, acariciándose y reconociéndose los cuerpos abundantes y maduros. Las caricias llevaron a algo más, besándose sin casi darse cuenta de lo que hacían. A Rocío le gustó sentir los labios sobre los suyos y las manos acariciándole llenas de espuma. Salió de su casa y estuvo toda la noche pensando en ello. Habían pasado tres meses y desde entonces no había sucedido nada.

Con algún que otro amigo iba ya bien servida, nada serio de todos modos. Desde su divorcio no quería nada a lo que atarse, solo encuentros ocasionales con los que saciar la necesidad de hombre. Luis, su compañero de trabajo siempre estaba dispuesto a un buen revolcón. Trece años más joven que ella le daba lo que necesitaba sin pedir nada a cambio, solo un rato de sexo y diversión.

Bueno cari, ya estoy lista –anunció Clara ya calzada y arreglándose el pelo con las manos.

¿Tienes la tarjeta que te di antes? –preguntó de pie junto a ella.

La tengo sí.

No dejes de ir. Y pregunta por Pedro.

¿Quién es?

Ya lo verás. Tú pregunta solo por él, da los mejores masajes de la ciudad no te digo nada más –respondió con una sonrisa enigmática y los ojos brillándole de un modo especial.

Guardó la tarjeta en el bolso sin mucho interés y, tras dejarla sola, se metió en una de las duchas. Se duchó con calma, gozando del calor del agua corriendo sobre su piel cansada. Tenía dos días para ella sola, sin preocupaciones laborales y sin que sus hijos la necesitaran para nada. Rocío acabó en casa, viendo una película insulsa tras haber cenado y pronto marchó a dormir, quedando rápidamente traspuesta entre las sábanas.

El segundo de sus días libres decidió hacer caso a su amiga y visitar el centro que le había recomendado. Estuvo dudando en hacerlo pero se sentía con alguna molestia y pensó que un buen masaje sería su salvación. Tras volver del gimnasio, tomó el móvil y marcó el número que aparecía en aquella sosa tarjeta en la que solo se veía el nombre y la dirección del centro.

Hola buenos días, llamo de parte de una amiga para pedir cita para un masaje.

Perfecto, ¿a qué hora le va bien pasar? –escuchó la voz joven de mujer preguntar al otro lado de la línea.

Ummm, había pensado en esta tarde. ¿sobre las seis va bien?

Sí, sí claro… a esa hora tenemos un hueco libre. Deme sus datos y le tomo nota.

Tras dar los datos y quedar en la hora, colgó no sin antes decirle que deseaba estar con Pedro tal como su amiga le había recomendado. Escuchó algo parecido a una risilla nerviosa, contestándole seguidamente que no había problema en ello y que aquella era una magnífica elección.

El tiempo de espera se le echó encima con rapidez. Liada por casa, no tardó en ver la hora de marchar. Apenas una hora para la visita concertada, se vistió de sport con unos leggings negros y elásticos, blusa, jersey gris y largo por encima para disimular las cartucheras y unos mocasines planos con los que ir cómoda. Cubriéndose con una chaqueta fina de piel y agarrando el bolso y las llaves de casa, no tuvo que esperar mucho la llegada de un taxi.

El camino se hizo corto, era una dirección en la zona alta de la ciudad. Una zona tranquila y a la que llegaron sin mayor contratiempo. Por el camino el taxista, un hombre como de sesenta años, la hizo sentir molesta con sus continuas miradas a través del retrovisor. Una ya no era una niña pero al parecer resultaba mínimamente interesante para aquel tipo medio calvo y de sonrisa apacible. Al fin llegaron, apeándose del taxi tras haber pagado a aquel besugo sin darle propina por supuesto.

El centro era un local de planta baja y de fachada moderna que a Rocío le causó buena impresión al menos desde fuera. Amplios ventanales con los estores echados pues a aquella hora daba el sol todavía con fuerza. Le abrieron, entrando en un amplio hall de paredes verdosas al fondo del cual se encontraba una joven muchacha como de veintipocos años. La muchacha que le había tomado nota por teléfono –pensó al acercarse con paso seguro.

Buenas tardes, tengo cita para un masaje.

Hola buenas. Deme sus datos, por favor – le pidió con una sonrisa amable la joven de cortos cabellos pelirrojos.

Tras dárselos, enseguida apareció en la pantalla del ordenador la cita programada durante la mañana.

Ok perfecto, aquí está. ¿Pidió masaje con Pedro, verdad?

Si es posible, lo prefiero. Una amiga me lo recomendó…

Ummm, ¿una amiga suya? ¿Cuál es su nombre?

Al responder el nombre de Clara, la joven volvió a sonreír con una sonrisa de oreja a oreja. Un cuadro sin demasiado gusto colgaba tras la butaca en la que se encontraba sentada. Echándole una mirada más interesada, resultó ser un paisaje montañoso y que no supo muy bien qué pintaba allí.

Sí, sé de quien habla, suele venir de vez en cuando por aquí. Es una de las mejores clientas de Pedro…

Rocío no dijo nada, revisando la estancia como si quisiera hacerse al lugar. Dos nuevos cuadros, igual de horrorosos que el otro, la hicieron desistir en su examen. Centrándose de nuevo en su interlocutora, la vio teclear de forma rauda y eficiente. Tras abrirle ficha en el ordenador como nueva clienta, la hizo seguirla por un largo pasillo con diversas puertas a los lados. Frente a ella, reparó en el contoneo coqueto al andar de la muchacha. Era alta y estilizada, unos veintiocho años le echaba tras haber hablado con ella. De pelo corto y revuelto, vestía un elegante conjunto de chaqueta y falda en color negro que complementaba con zapatos negros de medio tacón cuyo sonido marcaba los pasos por encima del suelo de parquet. La falda por encima de la rodilla, dejaba ver la parte baja de las piernas cubiertas por unas finas medias.

Alcanzaron una puerta que la joven abrió con la llave que había tomado del cajón del escritorio. Pasaron al interior, hallándose con un cuarto alargado y de paredes en rosa chillón, destacando gracias a la luz que entraba por el ventanal que daba a la calle. La muchacha tiró de la cuerda para entornar del todo los estores, quedando así la habitación más oscura e íntima.

Bienvenida, siéntase en su casa y cualquier cosa que necesite me tiene a su disposición. En el armario tiene toallas de sobra y también perchas para la ropa. Desnúdese y dese una ducha si lo desea… Pedro no tardará en venir –comentó guiñándole el ojo de forma cómplice, antes de despedirse y cerrar la puerta dejándola sola.

Rocío se encontró entre aquellas cuatro paredes, volviendo a revisar todo de arriba abajo. La habitación poco tenía para ver. Tan solo un armario empotrado, dos sillas, la camilla para el masaje y una percha de pie a un lado. Un ficus de buen tamaño descansaba en uno de los rincones dando así alegría y verdor al cuarto.

Una vez reconocida la habitación, se empezó a desnudar con calma y parsimonia. Quería disfrutar de ese momento, lejos del estrés del día a día. Había dejado cosas pendientes en el trabajo pero ya se encargaría Laura de que todo fuese bien. Ahora solo quería relajarse y gozar de un buen masaje. Sentía los músculos contraídos por el cansancio y el estrés diario, unas buenas manos serían el mejor bálsamo sobre todo para su espalda algo dolorida.

Tras deshacerse de la chaqueta que la tapaba, se descalzó dejando los zapatos en uno de los estantes del armario. Luego desaparecieron los leggings, quedando al aire las piernas de muslos prietos y rollizos, y por último el jersey y la blusa con lo que se vio cubierta tan solo con el conjunto de sujetador y braguita en débil tono salmón. Se miró en el espejo que colgaba de la pared viéndose hermosa en su madurez. La edad no suponía para ella una molestia como en otras mujeres, sabía llevar el paso de los años de la mejor manera posible.

Soltó el cierre del sujetador, saltando los pechos hacia abajo aunque no mucho. Como le había dicho su amiga eran aún bonitos y firmes, de pezones oscuros y grandes que volvían locos a los hombres. Entre las manos los amasó suavemente, manteniéndolos elevados en un gesto de vanidad femenina. Llevó las manos sobre la barriga y las caderas, allí donde se concentraba la grasa que todas las féminas tanto temen. Las subió por los costados de nuevo hacia los senos. A través de la luna del espejo, echó una breve mirada a los muslos con celulitis.

De todos modos y considerando su edad, Rocío era una mujer aún apetecible y bella, con la belleza propia que dan los años bien llevados. Resultaba atractiva con sus facciones de marcada simetría. Con alguna que otra arruga, aunque pocas cubriéndole el rostro, guardaba la tersura y suavidad de una piel bien cuidada y heredada de su madre la cual la había dejado hacía un tiempo como consecuencia de una larga y dolorosa enfermedad.

Una vez se hubo quitado la braga, recogió la corta melena con un coletero y hecho esto se dirigió a la ducha anexa. Estuvo probando el agua antes de entrar, buscando la mezcla necesaria para un buen baño tibio. Al fin se introdujo en la pequeña ducha, dejando que el agua empezara a humedecer su cuerpo. La sensación resultaba de lo más agradable, notando el líquido elemento caer por los brazos y las manos, entre los pechos y el vientre; las piernas también recibieron el necesario tratamiento doblando la madura mujer primero una pierna y luego la otra para así esparcir la espuma por ambos muslos. Pasó la mano enjabonándose el cuerpo de forma lenta. Disfrutaba la caricia gracias al agua caliente primero, con la que relajar los músculos y liberar la tensión del día a día. Luego el contraste del agua fría para favorecer la circulación sanguínea. Poco a poco notó relajarse los músculos cansados.

Escapó del cubículo agarrando el gran toallón que había dejado en el colgador junto a la ducha. Ya seca, encaminó los pasos hacia la camilla en la que se tumbó boca abajo esperando la llegada del masajista. Música suave de jazz envolvía el cuarto gracias al hilo musical que alguien había encendido. Le encantaba ese tipo de música, de manera que la elección no había podido ser más acertada. Desnuda y fresca, se encontraba ahora mucho más a gusto que cuando llegó.

No habían pasado dos minutos cuando escuchó el sonido de unos nudillos sobre la puerta. Era su masajista pidiendo permiso para entrar, a lo que accedió dando paso en voz alta y bien audible. El hombre ingresó a la habitación saludando a la mujer de forma cortés y atenta. Rocío elevó mínimamente el torso, girando la cabeza para devolverle el saludo. Una sorpresa inesperada le supuso la visión de su nuevo acompañante.

Pedro era un hombre como de treinta y tantos años, de piel completamente negra y brillante. Un negro como de 1,90, que para nuestra querida protagonista era mucho más de lo que podía esperar. Al menos era seguro que no esperaba algo así. Envuelto en un largo albornoz color azul verdoso, no era especialmente atractivo aunque sí interesante con aquella sonrisa encantadora y fresca cubriéndole la cara en todo momento. Los dientes blancos y bien cuidados destacaban en el oscuro de su piel así como el blanco de los ojos, negros negrísimos por lo demás. Tras saludarla, se encaminó a la percha donde colgó el albornoz mostrando su anatomía musculosa y fornida, de complexión corpulenta y atlética. De espaldas a ella, Rocío pudo apreciar brevemente la espalda fuerte y ancha, para bajar rauda la vista hacia la zona trasera cubierta por aquel pantalón beige corto y ceñido a su figura más que generosa. Fue un breve momento pero lo suficiente para que la mujer sintiera un latigazo correrle todo el cuerpo.

La madura mujer no pudo menos que morderse el labio con la imagen espléndida del que iba a ser su masajista. Ahora agradecía enormemente la recomendación que Clara le había hecho. La verdad que no estaba nada mal pero tumbándose completamente en la camilla no quiso pensar más en ello.

¿Rocío verdad? –preguntó mientras preparaba lo necesario para el masaje.

Sí, así es… ¿tú eres Pedro no?

Lo soy, sí señora. Y dígame, ¿alguien le recomendó nuestros servicios o fue por iniciativa propia que nos conoció?

Al responder que venía de parte de Clara, el hombre exclamó preguntando por su amiga y diciendo que hacía un tiempo que no les visitaba. La música hacía la estancia plácida y atrayente. La mujer se dejó llevar por las notas débiles del piano manteniendo un ritmo repetitivo y machacón. El apuesto treintañero, volvió junto a ella proporcionándole una pequeña almohada en la que reclinar suavemente la cabeza. Rocío giró la cabeza quedando la mirada a un lado. Cerró los ojos esperando la labor del hombre.

Pedro tapó convenientemente el trasero femenino con una pequeña toalla, no sin antes echarle un vistazo al cuerpo desnudo de su clienta. Las formas de la mujer le parecieron atractivas y sensuales, con sus curvas bien marcadas y sus kilos de más. Una cuarentona madura a la que relajar de la tensión diaria –pensó mientras agarraba el frasco de aceite. Varias eran las mujeres de esa edad que requerían los servicios del centro. Mujeres casadas, divorciadas, separadas y solteras, maduras como aquella y otras más jóvenes, ejecutivas agresivas o simples dependientas de boutique o de cualquier otro tipo de negocio. La gente se sorprendería al saber el número de hembras que echan mano de este servicio, no exclusivo únicamente para hombres. La imagen de aquellas piernas gruesas y macizas hizo que el eficiente masajista notara un pequeño estremecimiento entre las piernas. Tirando del tapón abrió finalmente el bote.

El moreno comenzó echando una buena cantidad de aceite a lo largo de la espalda femenina, provocando en ella un grito de sorpresa.

¡Está frío! –exclamó al notar el líquido correrle por la espalda.

Tranquila, pronto pasará –dijo él con voz serena.

Dio inicio al masaje llevando las manos al cuello y los hombros, moviéndolas de forma decidida y experta. Rocío emitió un tímido gemido demostrando el efecto que aquel roce le causaba. Necesitaba aquello, unas manos que la trabajaran dándole el descanso que reclamaba. El masaje continuó lentamente por la espalda para de nuevo volver al cuello apretando los músculos con fuerza. Las manos se abrieron a los lados, esparciendo el aceite a lo largo de los hombros. Una vez más hacia abajo, pasando los dedos por el hueco de la espalda lo que sirvió de agradable bálsamo para la mujer que gimió nuevamente disfrutando la caricia. Pedro buscó los costados repartiendo el segundo chorreón de aceite. Presionaba los dedos con energía para conseguir el alivio de la madura hembra. Rocío notó la circulación activársele, una sensación de calor le corría por la espalda. Con las manos bien llenas de aceite continuó el masaje restregando con la misma fuerza los músculos contraídos. Las manos resbalaban arriba y abajo, en círculos y de forma suave haciendo el contacto de lo más agradable. Nuevamente gimió débilmente, ya completamente abandonada a aquellas manos maravillosas.

¿Qué tal se encuentra? ¿Siente alivio?

Sí, me siento bien… continúa, por favor.

Relájese señora –la voz del hombre era un simple susurro en sus oídos.

Boca abajo, con los ojos cerrados y la boca mínimamente entreabierta, Pedro la observaba mientras seguía con su trabajo. Ciertamente resultaba bella, apetecible para cualquier hombre que se la encontrara. Poco a poco, la cabeza del moreno empezó a cavilar. Escudado en la tranquilidad de la mujer, las miradas se hicieron más insistentes por encima de las piernas y el resto del cuerpo. Bajando a una de las piernas, esparció el líquido oleoso moviendo la mano por toda ella hasta dejarla humedecida y brillante. Haciéndola doblar la pierna, tomó el diminuto pie para acariciarlo de forma lenta y sutil. Trabajó a conciencia cada una de las partes del pie, tomándose su tiempo, masajeándolo con movimientos tan pronto suaves como más firmes, apretándolo con los dedos. No había prisa alguna, deseaba que la mujer disfrutase sus caricias y para ello el masaje debía ser lo más delicado posible.

Uuuuuummmm, qué bien lo haces. Qué a gusto me encuentro –indicó en voz baja y apenas susurrando.

Aquello marchaba así que se entregó con mayor vigor al masaje. Vio los labios de la mujer temblorosos bajo el roce de sus manos, evidentemente lo estaba disfrutando. Siguió frotando los pequeños dedillos de uñas pintadas de un oscuro tono rojizo, lubricándolos uno a uno entre el placer que Rocío recibía.

Bien muchacho, lo haces realmente bien. ¿Hace mucho que te dedicas a esto?

Unos tres años –respondió él sin dejar un segundo su frenética tarea. En el centro llevo unos dos años.

Eres bueno sí… sigue así vamos…

Continuó un rato más masajeando la totalidad del pie viendo que aquello agradaba a la madura. El empeine, el talón y el tobillo notaron sus caricias de una suavidad extrema. Dejando el pie a un lado, las manos subieron por la pierna hasta alcanzar el gemelo que trabajó con interés al sentirlo rígido y tenso. Necesitaba de sus cuidados y eso hizo, apretándolo una y otra vez hasta conseguir domarlo de su dureza. Una vez hecho y pasando de largo, llegó al muslo que tanto le atraía. Con evidentes rasgos de celulitis, resultaba sin embargo de lo más interesante para Pedro. Presionando con los pulgares, estuvo acariciando las mollas sin descanso, entretenido en aquello que tanto le gustaba. Las manos sobre el muslo, la mujer tumbada ante él suspiraba y gemía con cada caricia que le daba. Realmente aquel masaje estaba valiendo la pena, iba a volver a casa de lo más relajada y con las pilas cargadas para el trabajo.

Cogiendo más aceite, las manos se deslizaron ágilmente gracias a la acción lubricante. Arriba y abajo, las manos se movían con descaro y facilidad obteniendo de la mujer la mejor de las respuestas. Aún no había abierto los ojos desde el inicio del masaje, tan distendida se hallaba. Pedro tuvo cuidado de no sobrepasar la toalla que cubría el trasero de su hermosa clienta. Le hubiera gustado chuparlo y lamerlo. Todo llegaría a su debido tiempo –pensó para sí mientras continuaba masajeando el poderoso muslo. Mientras, Rocío notó una sacudida correrle el cuerpo, confiada como estaba a aquellas manos que sentía por encima, llenándolo de caricias y lentos masajes.

Continúa con la otra pierna, ¿quieres? –exclamó en un hilillo de voz. Cada vez su voz se hacía más débil y callada.

Obediente, el muchacho se colocó al otro lado de la camilla tras haber llenado una vez más las manos de aceite. Repitiendo el mismo ritual, la totalidad de la pierna, el pie y el muslo disfrutaron de aquellas masculinas y encantadoras manos, acariciándola con suavidad infinita. Especialmente, a la mujer le gustaron las caricias en el pie descubriendo una extraña excitación con cada roce entre sus dedillos. El hombre también empezaba a sentirse excitado, el deseo se instalaba en él sin poder poner freno a ello. Aquella mujer le ponía, muchas eran las mujeres a las que había hecho gozar pero con Rocío y pese a haberla conocido apenas unos minutos antes, era algo distinto. Sin embargo, debía mantenerse profesional en todo momento. No podía perder de vista la posición de cada uno, si no era ella quien lo reclamaba Pedro debía mantenerse lejos de cualquier acción que le delatara. Entre las piernas una respuesta inconfundible empezaba a producirse…

Buscando olvidar aquello, se entregó a la furiosa tarea de frotar y frotar la espalda desde el cuello hasta los riñones, cubriendo la piel femenina que apreciaba cálida y tersa. Ella pedía mayor atención por su parte, suspirando largamente y sin poder evitar mostrar su deleite. Resbalando por toda la espalda, los dedos recorrieron la columna vertebral para acabar en la cintura. Era aquella una de las zonas sensibles del bello cuerpo de la mujer que respondió emitiendo ahora sí un gemido prolongado que al hombre le hizo estremecer. Insistió dos o tres veces más, pasando por la misma zona y consiguiendo igual respuesta por parte de ella.

¿Le gusta eso? –preguntó también él en voz baja.

Me encanta sí… es fantástico.

Pedro sonrió viendo el éxito obtenido. Había que ser paciente, cada vez la cosa parecía ir mejor. Las manos corrían por los costados, teniendo buen cuidado en no alcanzar los pechos que tanto deseaba probar. Le costaba horrores no hacerlo pero confiaba que la espera valiese la pena. El roce aumentaba a cada segundo que pasaba, haciéndose más profundo e intenso hasta arrancarle a la mujer un gemido placentero. Rocío notó un cosquilleo agradable entre las piernas. ¿Se estaba calentando? –pensó sintiéndose alterada con las manos estupendas de aquel moreno.

Al hombre no le pasó desapercibido ese nerviosismo creciente que ella mostraba. Era imposible de ocultar y la pobre Rocío no pensaba en otra cosa que el momento cercano de tener que volverse. Ahí le iba a resultar aún mucho más difícil todo. Había estado con algún que otro hombre y también con mujeres pero con aquel chico todo era diferente. No sabía si era deseo o solo una simple atracción, quizá aquellas manos que tan bien sabían trabajarla.

¡Dios, qué a gusto me siento muchacho! ¡Es tan relajante! –tuvo que reconocer abriendo los ojos al levantar tímidamente la cabeza.

Las miradas se cruzaron tras mucho rato, los ojos grandes y hermosos de la hembra con los oscuros y muy negros del hombre. Ninguno de los dos dijo nada, solo se miraron un breve instante para volver a caer ella sobre la camilla lanzando un sonoro suspiro. Acarició la desnuda espalda, masajeando los hombros para bajar después por la misma hasta alcanzar el final. Rocío deseaba que siguiera, que avanzara mucho más hasta hacerse con su redondo trasero. Pero él no lo hizo subiendo nuevamente para notar la piel erizarse bajo sus dedos.

Estaba bien seguro que lo deseaba tanto como él, la mirada de la mujer no engañaba. Las conocía demasiado bien y sabía cuándo estaban listas y preparadas para todo. Sin embargo también sabía que cuánto más la hiciera esperar, más perra estaría y más deseosa de sus cuidados. Aquella madurita era hermosa y de carnes duras y llenas, tal como a Pedro le gustaban. Le gustaban las mujeres curvilíneas y con algo de chicha, con cuerpos que tuvieran donde coger, fuertes y agradables al tacto como aquel lo era.

Cambiando su interés atrapó una de las piernas, acariciándola y pasando la mano con deseo creciente. El bulto que descansaba bajo el corto y ceñido pantalón era ya imposible de ocultar. Por suerte, la guapa clienta se encontraba con la cabeza echada al otro lado, ajena por completo a la excitación del muchacho. Echando la toalla a un lado, aparecieron ante él las redondas montañas femeninas. Quedó unos instantes observando el fascinante trasero que se le ofrecía a la vista. ¡Fascinante, verdaderamente fascinante! –pensó teniéndose que llevar una de las manos a la entrepierna para buscar algo de alivio. Dejando caer una gran cantidad de líquido se dedicó a llevarla por una y otra nalga, moviendo las manos con dedicación y energía extremas. Ella gimió creyendo morir con aquello, aquellas expertas manos la estaban volviendo loca con cada uno de los roces que le daba. El hombre estuvo largo rato repitiendo la misma operación, rozando los dedos por encima de la humedad de sus cachetes. Rocío sintió la excitación correrle entre las piernas, se notaba cachonda y mojada con el lento ir y venir de aquellas suaves manos por encima de su culo. El trabajo sobre el mismo continuó, disfrutando el muchacho de aquel par de nalgas que a cualquier hombre harían vibrar. Las llenó de aceite, extendiéndolo por toda la zona para lubricarlas por entero. Las manos resbalaban con facilidad entre aquellas gruesas montañas. Los débiles gemidos femeninos fueron ganando en intensidad con cada apretón que él le propinaba. Era imposible no responder a semejantes estímulos sobre su piel.

¿Qué tal se encuentra? –escuchó la voz del moreno sacándola del ensimismamiento en que se encontraba.

De maravilla… ¿dónde aprendiste a hacerlo así? –notó la voz temblarle.

Secreto profesional –respondió él haciéndola sonreír con su respuesta.

Bueno esto ya está. ¿Quiere volverse por favor? –pidió con la amabilidad que le caracterizaba.

Tomando más crema, comenzó apretando los hombros y el cuello femenino haciendo fuerza con los dedos y las palmas de las manos. De ahí descendió al bonito y abundante pecho de la mujer. Eran un par de pechos de gran tamaño, agradables al tacto y suntuosos que tuvieron la virtud de conseguir una respuesta positiva por parte del chico. Se excitó Rocío con rapidez al sentir las fuertes pero delicadas manos del muchacho por encima de sus senos. Del mismo modo se excitó Pedro acariciando con cuidado aquellas montañas de piel firme y tersa. Una respuesta se creó entre sus piernas que no pasó desapercibida ahora para ella. Observó que le excitaba y aquello la hizo humedecerse mínimamente los labios aprovechando que él no la miraba.

Sí, así muy bien… sigue me gusta…

Abandonando los pechos con gran dolor por parte de ambos, el hombre bajó a la barriga haciendo aquella caricia bien erótica para ella. La masajeaba muy suavemente, estirando las manos hacia los costados para luego retroceder al mismo punto de partida. La mirada se le iba sobre los pechos de grandes y oscuros pezones. Deseaba chuparlos y morderlos, lo deseaba como ninguna otra cosa… La madura de carnes voluptuosas deseaba algo más pero se mantenía inmóvil, gozando el contacto de las manos sobre su piel. La vagina aparecía mojada y lubricada, ansiando un cálido encuentro que nunca llegaba. Era imposible que no se diera cuenta de cómo estaba.

Los dedos aceitosos volvieron sobre los senos rozándolos con desparpajo. El contacto con los pezones hizo que estos se elevaran y endurecieran obligando a Rocío a sollozar como una bendita. La tenía loca, la tenía loca… ¿cuándo iba a ir más allá? Él bajó a los muslos, acariciándolos lentamente por encima y por la parte interna para descender seguidamente piernas abajo. Abiertas tímidamente las piernas, Pedro podía ver el pubis cubierto de pelo bien recortado que la mujer presentaba. No era un coño poblado pero sí lo suficiente como para hacerlo bonito. Siguió acariciando los muslos esta vez con mayor entusiasmo. Entusiasmo que no pasó desapercibido para ella, emitiendo un claro gemido de satisfacción. Se encontraba empapada en jugos, pensó que era el momento de atacar…

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Nenitas lascivas (1)

La mujer de la verdulería

Asistencia en carretera

Hermanita viciosa

Helado de vainilla y chocolate

Sexo con mi tío

Un encanto de hombre

Ninfas hambrientas

Perdiendo el control junto a mi sobrina

Recoger a los niños al cole

Nines, mi dulce sobrinita

Deleites negros

Sesión de las seis

Amante desconocido

Visita muy provechosa

La boda de mi prima (3)

La boda de mi prima (2)

La boda de mi prima (1)

Sorpresa agradable en compañía de mi sobrina

Placeres desenfrenados

Intimidades lésbicas

Gozando con mi suegra

Juventud negra

Caricias entre mujeres

Yo os declaro marido y mujer

Pasión desmedida

De vacaciones por Mallorca

Yendo de compras

Visitando a mi tía Leire

Feliz descubrimiento con mi tío Blas

Reunión de trabajo y placer

Pasando el domingo con un matrimonio muy liberal

Noche de sábado muy movida

Encuentro inesperado

Montándomelo con mi querida tía

Abandonando el lecho conyugal

Amores lésbicos

Amor incestuoso entre madre e hijo

Orestes, el jardinero de mis padres

El lento despertar de la bella Sara

Viaje en el Ave Madrid-Barcelona

Mi mujer es una guarra de mucho cuidado

Acabé siendo una verdadera puta

Encuentro casual con mi cuñada

Sensuales caricias maternas

Empieza el día en el ascensor

Contacto con mi nuevo amante y mi sobrina

¡Fuera prejuicios!

Tres semanas en casa de mi prima (2)

Dinero sangriento

Seducida por una desconocida

Tres semanas en casa de mi prima (1)

Mi primera experiencia en el incesto

Un pintor de brocha gorda

Iniciándonos en el intercambio de parejas

Deseos húmedos

Amando a mi compañera del instituto

Viaje caliente a París

Un hombre de ocasión

Dos amantes retozando frente a mi ventana

Perdí la decencia con mi joven cuñado

Amores perversos en un hotel

Es estupenda mi tía Mónica

Juegos femeninos

Incesto con mi padre y mi hermano

Quitándole el novio a mi hermana

Una tarde en el cine

Acabando con la virginidad de mi sobrina

Encuentro amistoso

Sintiéndome puta con el negro

Me cepillé a mi tía

Violación fallida

Follando con el novio de mi nieta

Polvo antológico con mi hijo

El profesor universitario

Trío con mi mujer en un restaurante

Conversación entre dos amigas

Seduciendo a una mujer madura (2)

Seduciendo a una mujer madura (1)

Un día de playa (2)

Un día de playa (1)

Mi adorable Yolanda

Una noche loca junto a mi hijo

Madre e hijo

Intensas vacaciones con la familia

Navidades junto a mi sobrino

Mi tía Maribel

Tres mujeres para mi hijo

Me follé a mi propio hijo

Con Emilio en el aeropuerto

En el baño con mi amante argelino

Un buen polvo en los probadores del Corte Inglés

Disfrutando del cumpleaños de mi joven yerno

Cálidas vacaciones de verano

Volviendo a la playa nudista

En la playa nudista

Jodiendo con el cachondo de mi sobrino

Daniela, la madre de mi amigo

Conociendo íntimamente a mi hijastro

Mi querídisimo sobrino Eduardo

Un maravilloso día con mi futuro yerno

Deliciosa despedida de soltera

Kareem, nuestro masajista preferido

Mi clienta favorita

Bruno

Follando con la madre de mi mejor amigo

Con mi vecino Carlos

Aquella noche en la discoteca

Mi primer trio con dos maduras

El negro y su amigo